2 CRÓNICAS

2Cro 1 Con el sumario de 2Cro 1, 1 el autor omite los problemas de la sucesión. La visita privada de Salomón a Gabaón (1R 3, 4) se transforma en peregrinación solemne de todo Israel. Un santuario local (1R 3, 2) adquiere un relieve especial porque en él se encuentran dos instituciones mosaicas: la Tienda del Encuentro y el altar de bronce. El sumario de 2Cro 1, 14-18, repetición de 1R 10, 26-29, tiene valor de cumplimiento de la promesa divina.

2Cro 3 Comienza la nueva época histórica (1s). El templo se relaciona con la tentación de Abrahán y el sacrificio de Isaac (Gn 22): con el monte Moria. Es grandioso, marcando así un claro contraste con el humildemente reconstruido por los repatriados. Los querubines, guardianes de los templos y palacios asirio-babilónicos, interceden ante Dios. Las dos columnas, de origen egipcio o cananeo, pueden evocar la columna de fuego y de nube que acompañó a Israel durante la travesía del desierto.

2Cro 5, 2-10 El cronista destaca la participación de los levitas en el traslado del Arca, que coincide con la fiesta de las Tiendas (3). Compete a los sacerdotes introducir el Arca en el camarín (7). Los ancianos representan a todo Israel (3s). Así se legitima el templo de Jerusalén como santuario nacional. Aunque se aluda a todos los utensilios del santuario (5), el Arca solo contendrá las tablas de la ley, expresión de la alianza. Es importante la mención del Horeb y de Moisés en la fiesta de la Dedicación.

2Cro 6, 12-21 Es propia del cronista la escenificación de la oración de Salomón (12): el rey tiene su puesto delante del altar, sin ocupar el «recinto sacerdotal» (véase 1R 8, 22). La construcción del templo ratifica la palabra dada por Dios a David (2Cro 6, 11). Que Dios cumpla también la «segunda» palabra: mantener la promesa dinástica. Aunque Dios more en el cielo, el templo es el lugar privilegiado para interceder ante el Señor.

2Cro 6, 22-42 Siete situaciones hipotéticas motivan siete súplicas, todas las cuales se ajustan a un mismo esquema: situación calamitosa - súplica en el templo - Dios escucha desde el cielo - concesión de lo pedido. El templo atrae una referencia a la ciudad (34) y a la tierra patria (38). La oración exige la conversión. Con la cita del salmo 132, la oración de Salomón en el templo se asemeja a las súplicas del salterio.

2Cro 7, 1-10 El fuego teofánico es un signo de que Dios acepta la oración de Salomón, como aceptó la súplica de David (1Cro 21, 26). Culmina así lo iniciado por David. La gloria, como la nube (2Cro 5, 14), llena el templo, impide la entrada de los sacerdotes e incita al pueblo a la adoración y a la alabanza con el estribillo del salmo 136. El cronista resalta la participación de los sacerdotes y de los levitas.

2Cro 10 El cronista sigue la fuente deuteronomista (1R 12, 1-19) y omite la proclamación de Jeroboán como rey de Israel.

2Cro 11, 13-17 El cisma político se consuma con la división religiosa. El cronista habla directamente de la exclusión de los sacerdotes e indirectamente de los santuarios nacionales de Israel (en Betel y en Dan). Agudiza el contraste entre los becerros (15) y el Señor, Dios de Israel (16). Deslegitimada la política religiosa de Jeroboán, el autor resalta el éxodo de sacerdotes, levitas y algunos fieles hacia el único santuario legítimo. Esta emigración fue una realidad después de la caída de Samaría, dos siglos más tarde.

2Cro 12 Este capítulo amplía el material de 1R 14, 25-31. Es la primera síntesis de la teología de la retribución, cuyo recorrido es: pecado - castigo - reconocimiento del pecado - humillación - rehabilitación. El castigo es medicinal: enseñará adónde conduce respectivamente servir al Señor o a los señores de la tierra. Reconocer el pecado y humillarse ante el Señor es esencial en la interpretación histórica del cronista. El juicio negativo de Roboán es menos severo que el de 1R.

2Cro 13, 4-12 Anteriormente, el cronista se había mostrado comprensivo con las pretensiones de las tribus del Norte (2Cro 10, 4-15; 2Cro 11, 4); ahora, sin embargo, condena sin paliativos tanto el reino del Norte como sus cultos. Esta doble condena del autor es comprensible, si se intuye tras ella la presencia de los samaritanos y el sincretismo religioso de la época del cronista.

2Cro 15 Este capítulo, salvo los v.16-18 (= 1R 15, 13-15), es propio del cronista. La intervención de un profeta desconocido provoca una segunda reforma religiosa. El mensaje profético abunda en motivos tópicos, propios del deuteronomista, con ecos de algunos profetas (véase Am 5, 4-6). La búsqueda de Dios se convierte en fórmula programática. Tras la reforma, «todo Israel» se reúne en Jerusalén, emulando la asamblea de Siquén (Jos 24). El verso final ratifica la teología de la retribución.

2Cro 18, 1-19, 3 El capítulo anterior presentaba el aspecto luminoso de Josafat: destruyó los santuarios de los altos (2Cro 17, 6), como hizo su padre, buscó a Dios y no a los baales (2Cro 17, 3), enseñó la ley a lo largo y ancho del reino (2Cro 17, 9). En este capítulo aparecen los matices tenebrosos. El hilo conductor es «la mentira». En realidad el verbo «incitar» (2Cro 18, 2) significa engañar, instigar. Los profetas son «falsos»; el espíritu es «mentiroso»; el rey de Israel se disfraza; incluso la salvación de Josafat produce el «engaño» entre los que lo acosaban: el verbo traducido por «alejar» (2Cro 18, 31) es el mismo que en 19, 2: «El Señor vino en su ayuda engañándolos». Tanta mentira oculta una doble verdad: la profecía de Miqueas (18, 16) y que la ayuda salvadora viene únicamente de Dios, al que Josafat se dirige en su oración. Josafat ha sido derrotado por haberse aliado con Ajab; pero ha salvado su vida por sus buenas acciones.

2Cro 20, 1-30 La reforma religiosa fue seguida de una guerra contra el rey de Siria (2Cro 18, 1-34). Lo mismo sucede con la reforma jurídica (2Cro 19, 4-11). Aquella fue un fracaso; esta, un éxito, porque en la guerra contra Siria, Josafat se coaligó con Ajab; en la guerra contra Edón y Moab confió en el Señor, de acuerdo con la teología de Isaías (Is 7, 9). El autor ilustra con este pasaje las ideas que quiere transmitir a sus contemporáneos: el valor de la oración, del ayuno y de la confianza en Dios; la fuerza mediadora del templo, el papel destacado de los levitas y cantores y, sobre todo, la confianza total en Dios.

2Cro 21 Nada bueno presagia el matrimonio de Jorán con Atalía, hija (supuesta) de Ajab y de Jezabel (2R 8, 16-24). Esta unió al culto idolátrico la injusticia y el asesinato. Jorán comienza su reinado con el asesinato de sus seis hermanos y de algunos de los jefes de Israel (Judá), y caerá en la idolatría. Sus infidelidades son castigadas con la pérdida de Edón y de Libná. La campaña idolátrica de Jorán es el reverso de las campañas «misioneras» de Josafat (2Cro 17, 7; 2Cro 19, 4). El profeta Elías, presente en la memoria del pueblo posexílico, denuncia los pecados de Jorán y le anuncia los castigos correspondientes. La falta de exequias es uno de los veredictos más duros sobre los reyes de Judá.

2Cro 22, 10-23, 15 A pesar de que Atalía reinó durante siete años, se omite el resumen habitual de su reinado, negándole así legitimidad como reina de Judá. En la conjura contra ella, el cronista concede un papel relevante a los sacerdotes y levitas. El sumo sacerdote Joadá dirige la conjura y sus órdenes son seguidas puntualmente. Atalía es ajusticiada fuera del recinto sacro para evitar la profanación del templo.

2Cro 24 En la mente del cronista no cuadra el final de Joás (2R 12, 18-21) con su conducta piadosa (2R 12, 3). Soluciona su conflicto teológico dividiendo la vida del monarca en dos partes: mientras vivió Joadá y después de la muerte del sumo sacerdote. En la primera etapa el rey dedicó su empeño en la reconstrucción del templo, devolviéndole el antiguo esplendor. La vejez de Joadá es signo de bendición (como en el caso de Moisés y de Josué). Es sepultado con honores reales, lo que es significativo en la época del cronista, cuando ya no existe la monarquía. Muerto Joadá, Joás, mal aconsejado, abandona al Señor y cae en la idolatría, desoyendo a los profetas. Se justifica de este modo el duro castigo infligido a Joás. Su entierro contrasta con el de Joadá.

2Cro 25 Amasías fue un rey básicamente piadoso, vencedor de los idumeos y asesinado por los israelitas (2R 14, 2-20). El cronista explica estas contradicciones distinguiendo un tiempo de fidelidad y otro de infidelidad.

2Cro 26 ¿Por qué contrajo la lepra un rey piadoso como Ozías («Fortaleza de Dios») o Azarías («Dios ayuda»)? (2R 15, 1-7): mientras buscó al Señor, «Dios lo hizo prosperar» (5), o «Dios lo ayudó»; llegado a la cumbre del poder y de la gloria, se enorgulleció y usurpó las funciones sacerdotales. El rey no hace caso a la denuncia profética formulada por un sacerdote (18), por lo que interviene Dios castigando al rey con la lepra. Los sacerdotes diagnostican el mal, conforme a Lv 13, y el rey queda excluido de la vida pública y del templo, abocado a una muerte ignominiosa.

2Cro 28 Comienza el capítulo con un sumario (1-4) que anticipa el juicio negativo sobre Ajaz y presagia las actividades finales del monarca (24s). El cronista tiene sumo interés en agudizar el contraste entre Ajaz y Ezequías, su inmediato sucesor. Al final de su reinado, Ajaz recurre al rey de Asiria, no para hacer frente a los coaligados (2R 16, 7), sino a los idumeos y a los filisteos, mientras incrementa la cuenta de sus pecados: idolatría (el «desenfreno» de 2Cro 28, 19; véase Ex 32, 25), profusión de los lugares de culto pagano, obstinación en su maldad, rebeldía contra Dios –incluso durante el asedio de las tropas asirias (2Cro 28, 22)–, destrozo de los objetos de culto y, sobre todo, cerrar las puertas del templo. Una vez cerradas las puertas del templo, la dinastía ya no tiene razón de existir. El autor, no obstante, sabe que ya ha nacido un sucesor glorioso, Ezequías, que acaso sea el hijo anunciado por Isaías (Is 7, 14). Ajaz se ha hecho indigno de ser enterrado en el panteón real.

2Cro 29-32 Con Ezequías vuelven a abrirse las puertas del templo, dando así inicio a una nueva era; se impone ante todo la purificación del templo profanado (véase Lv 8 y Nm 8) y de sus utensilios sagrados, así como el gran rito de expiación por el pecado (Lv 4, 22-24). El nombre de Ezequías está íntimamente vinculado al templo; por haberse entregado tan de lleno al templo, tuvo éxito en todas sus empresas. Una vez más funciona el esquema de la retribución propio del cronista; a su juicio, Ezequías es el rey ideal.

2Cro 33, 2-10 Manasés se comporta como los paganos y cananeos. El cronista omite tan solo el delito de asesinato (véase 2R 21, 16). El ciclo de impiedad se cierra con un genérico no le hicieron caso (10) a Dios.

2Cro 33, 21-25 Amón imita la primera parte de la vida de su padre Manasés (sus impiedades), no la segunda (su conversión, humillación y oración). Sus asesinos acaso pretendían cambiar de dinastía, pero la promesa dinástica tiene plena vigencia en Judá.

2Cro 34-35 Para 2R 23, 4, la reforma de Josías fue consecuencia del hallazgo del libro de la ley. Aquí, sin embargo, la reforma se anticipa a este hecho (2Cro 34, 8). Sobre la Pascua que celebra el rey, el autor insiste en que, desde el comienzo de la monarquía, esta fue la primera celebrada en común, con todo Israel y Judá (2Cro 35, 18). Respecto al final de Josías, era necesario interpretar su muerte prematura, pues parece contradecir la idea de la retribución inmediata propia del cronista: Josías muere por haber desobedecido el mensaje divino transmitido por Necó. Pero no muere en el campo de batalla (2R 23, 29), sino en Jerusalén, la ciudad de los padres (2Cro 35, 24). De este modo se salva en parte la teoría de la retribución.

2Cro 36, 11-13 De acuerdo con la teología de la retribución representada por el cronista, Sedecías, el último rey de Judá, tuvo que ser deportado a Babilonia, junto con el pueblo, por no haber escuchado al profeta Jeremías, haberse rebelado contra Nabucodonosor y ser un perjuro. El deuteronomista tiene una visión más amplia: el destierro sanciona la reiterada obstinación del pueblo que empezó a agudizarse en el reinado de Manasés.

2Cro 36, 22s La última palabra de la historia deuteronomista había sido el indulto de Joaquín, último rey de Judá y portador de las esperanzas mesiánicas; el cronista hubiera podido terminar con 2Cro 36, 21: la profecía de Jeremías. Con el edicto de Ciro se cumple la palabra profética y la historia se abre a un nuevo comienzo. Cuando retornen los desterrados y se reencuentren con la tierra perdida, se reconstruirán las viejas ruinas y surgirá nuevamente el templo. Este final de Crónicas enlaza directa y verbalmente con el libro de Esdras. De este modo la etapa de destrucción coincide con el tiempo de la construcción.