Esta obra lleva por título Libro de Daniel en virtud del protagonista de las historias que narra, y porque recoge las visiones que el mismo Daniel contó o puso por escrito 1. Se asemeja en esto a otros libros proféticos que recogen los oráculos de los profetas a los que se atribuye la obra 2. Sin embargo, el caso de Daniel es especial porque no tenemos otros datos sobre su figura histórica. De hecho, algunos estudiosos se han planteado el modo de entenderla.
En la Biblia cristiana el libro de Daniel es el cuarto de los profetas mayores. En las versiones griegas aparece junto con Isaías, Jeremías y Ezequiel, sin guardar un orden fijo; en la Vulgata viene después de Ezequiel por considerar a Daniel un profeta del destierro. En la Biblia hebrea, en cambio, Daniel figura entre «los Escritos», a continuación del libro de Ester y delante de los de Esdras y Nehemías. Esta situación se debe a que cuando fue redactado Daniel ya estaba formado y cerrado el conjunto de libros denominado «los Profetas», que incluía los profetas anteriores, es decir, los que narraban la historia del pueblo desde la entrada en la tierra prometida hasta el destierro (Josué - 2 Reyes), y los posteriores, o sea Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores. Sin embargo, en el judaísmo del siglo I d.C. Daniel es considerado un gran profeta, y así lo vemos en el Nuevo Testamento 3 y en la obra de Flavio Josefo 4.
Las versiones griega y latina del libro nos han transmitido una forma más amplia que la que se conserva en la Biblia hebrea; en concreto, contienen la oración de Azarías y el canto de los tres jóvenes en el horno 5, la historia de Susana 6 y las del ídolo Bel y del dragón tenidos como dioses vivos por los babilonios 7. Judíos y protestantes consideran apócrifos estos pasajes; no así la Iglesia católica que definió su canonicidad en el Concilio de Trento. Por eso entre los católicos se les llama partes deuterocanónicas de Daniel.
El libro de Daniel contiene dos tipos de relatos: aquellos en los que un narrador cuenta una historia sobre Daniel 8, y aquellos otros en los que el mismo Daniel narra o escribe sus visiones 9. A partir de este dato, y siguiendo el orden que presenta el libro en la mayor parte de los códices griegos y en la Vulgata, su contenido puede dividirse en tres partes:
El libro se abre con un capítulo que hace de introducción a toda la obra10, y en el que se cuenta cómo Daniel, uno de los judíos deportados a Babilonia, y tres compañeros suyos entran al servicio del rey Nabucodonosor a pesar de no participar de la comida de la mesa del rey, y cómo reciben de Dios una sabiduría extraordinaria –Daniel, en concreto, la capacidad de interpretar visiones y sueños–11. Después se recoge, como para confirmar lo dicho en el cap. 1, la interpretación que Daniel hace del sueño de la estatua tenido por Nabucodonosor12. Daniel conoce el sueño por inspiración divina y sin que se lo cuente el rey, y, además, lo interpreta en relación con el fin de los tiempos. Llama la atención que a partir de Dn 2, 4b y hasta el final del cap. 7, que contiene la primera visión de Daniel, el texto esté en arameo. La siguiente historia se refiere a los compañeros de Daniel13. Por no adorar una estatua de oro erigida por el rey son arrojados al horno de fuego, donde entonan cantos de alabanza al Señor, sin que sufran daño alguno; entonces el rey reconoce al Dios de los judíos. Después, Daniel interpreta a Nabucodonosor otro sueño, el del árbol abatido al suelo, cuyo significado se refiere al rey mismo y se cumple puntualmente, por lo que el rey reconoce y alaba al Dios Altísimo14. A continuación, en la corte de Baltasar, hijo y sucesor de Nabucodonosor según el relato, Daniel descifra el significado de las palabras que una mano misteriosa escribe en la pared y por ello es colmado de honores por el rey, que va a morir aquella noche15. Finalmente, cuando Darío el Medo –que, según el libro, sucede a Baltasar en el trono– piensa poner a Daniel al frente de todo el reino, los ministros del rey urgen a éste a promulgar una ley que Daniel no pueda cumplir: no adorar a otro dios que al mismo rey. Daniel es arrojado al foso de los leones pero sale ileso, por lo que también Darío reconoce al Dios de Daniel16.
Recoge cuatro visiones de Daniel. La primera es introducida brevemente por un narrador que la sitúa el año primero de Baltasar y dice que el mismo Daniel la puso por escrito17. Es la visión de las cuatro bestias que surgen del mar y la llegada de alguien como un hijo de hombre a quien se le da el imperio; en la visión Daniel recibe también la interpretación de ella: las bestias representan cuatro imperios, y quienes lo reciben al final son los santos del Altísimo18. La segunda visión, narrada directamente por Daniel, también ocurre en el reinado de Baltasar19. El texto vuelve a estar en hebreo como al principio del libro, y así sigue hasta el final de las visiones. Daniel ve un carnero que es atacado y vencido por un macho cabrío que tiene un cuerno del que, al romperse, salen otros cuatro y luego uno pequeño (Antíoco IV) que se alza contra Dios. Daniel recibe la interpretación de Gabriel: ese cuerno pequeño será destruido y llegará el final. La tercera visión, que sigue narrando directamente Daniel, sucede en tiempos de Darío el Medo20 y le viene a Daniel cuando está investigando en el libro del profeta Jeremías cuánto duraría la prueba del destierro y pidiendo perdón a Dios por los pecados del pueblo. Entonces Gabriel le explica cuándo van a cumplirse los setenta años de los que hablaba Jeremías: son setenta semanas de años y concluirán tras ser destruida la ciudad y el santuario y ser introducida en el Templo la abominación de la desolación. La cuarta visión viene situada por el redactor del libro el año tercero de Ciro el Persa21. En ella Daniel cuenta que ve primero a un hombre vestido de lino que le explica lo que va a suceder en las guerras entre los reyes del norte (los seléucidas) y los del sur (los lágidas), y cómo un hombre abominable (Antíoco IV) traerá las desgracias sobre la tierra santa; pero a éste le llegará su fin, que coincidirá con la venida de Miguel a salvar al pueblo de Dios y con la resurrección de los muertos. Después Daniel ve a otros dos personajes a los que el hombre vestido de lino les comunica cuándo llegará aquel final22.
Estos capítulos, sólo presentes en las versiones griegas –y después en las latinas–, contienen tres historias de Daniel, contadas por un narrador, en las que se muestra la actuación del profeta frente a la perversidad de los jueces judíos y a la idolatría de los paganos. La primera, que no es situada cronológicamente, es el juicio de Susana. Ésta, al no ceder a los deseos lujuriosos de dos ancianos jueces, es acusada de adulterio y condenada a muerte; pero Daniel la salva poniendo en evidencia la mentira de aquellos jueces23. Las historias segunda y tercera se sitúan en Babilonia en tiempos de Ciro el Persa. Primero Daniel desenmascara el engaño de los sacerdotes de Bel que hacían creer que el ídolo comía los alimentos que depositaban ante él24; después da muerte a un dragón al que los babilonios consideraban un dios vivo25. Ambos hechos suscitan la ira de los babilonios y Daniel es arrojado al foso de los leones; allí le lleva alimento el profeta Habacuc trasladado por un ángel desde Judea26. El rey, al descubrir al séptimo día que Daniel está vivo, lo saca del foso y alaba al Dios de Daniel27.
Según esta estructura tripartita, la primera parte del libro presenta a Daniel como un judío fiel, dotado por Dios de una sabiduría excepcional para interpretar sueños y visiones que se cumplen de inmediato; en la segunda se presenta la revelación recibida por Daniel acerca del final que todavía ha de cumplirse; y en la tercera, el desenmascaramiento de los proyectos ocultos y perversos de los hombres, y el engaño de la idolatría, que seguirán dándose en lo que resta de historia.
En la redacción final del libro han sido recogidos materiales de diversa procedencia y época, referidos a Daniel y a sus compañeros de cautiverio. Así se deduce de la diversidad en la forma de narrar (historias y visiones), de los distintos rasgos que caracterizan al protagonista en los diferentes episodios (intérprete de sueños, político, visionario) y, finalmente, del hecho de que en el libro se encuentren pasajes en tres lenguas (hebreo, arameo y griego). Ahora bien, ¿quién fue realmente Daniel y cómo se compuso el libro?
Con el nombre de Daniel, que significa «Dios es mi juez», se designa a un personaje famoso por su justicia y su sabiduría, que Ezequiel menciona junto a Job y Noé28 y cita como un sabio sin par29. Aparece asimismo en un texto de Ugarit del siglo XIV a.C. como nombre de un rey que juzga la causa de la viuda y defiende al huérfano. En el antiguo Israel varias personas llevaron ese nombre: un hijo de David, según 1Cro 3, 1, y uno de los que retornaron del destierro, según Esd 8, 2; Ne 10, 7. No es fácil, sin embargo, identificar por otras fuentes al Daniel protagonista del libro.
Ambientadas en Babilonia y en tiempos del destierro, tales historias reflejan la situación de los judíos en la diáspora oriental entre los siglos V-III a.C. En ellas se encierra una exhortación a los judíos a mantenerse fieles a los principios de su religión, y a adorar únicamente a su Dios, aun en medio de pruebas que puedan conducirles a la muerte. Al mismo tiempo, en esos capítulos se ve posible y recomendable la integración de los judíos en la sociedad pagana y la colaboración con los reyes de las otras naciones. Es más, también los reyes paganos pueden reconocer y adorar al Dios de Israel. En esos relatos, que podrían ser calificados de ejemplares, Daniel es presentado con los rasgos del extranjero –en este caso un judío– que alcanza éxito en la corte del rey. En este sentido son similares a la historia de José en Egipto30 y a la de Ester en la corte del rey Asuero31. La mención de los reyes y su sucesión dinástica en el libro de Daniel sirve únicamente de marco para componer los relatos y no reflejan estrictamente la historia. De hecho no fue el año tercero de Yoyaquim/Joaquim (608-598) cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén, saqueó el Templo y llevó cautivo al rey judío, sino el 597. Tampoco Baltasar fue hijo y sucesor de Nabucodonosor como se dice en Dn 5, sino un hijo del cuarto sucesor de éste, Nabonid (555-539), y no llegó a ser rey sino sólo gobernador de Babilonia, antes de que ésta fuese conquistada por Ciro el Persa el año 539. De Darío el Medo32 no hay noticia alguna; es más, cuando Ciro conquistó Babilonia ya había sometido a los medos. En el libro de Daniel, sin embargo, el imperio medo aparece como continuación del babilónico y anterior al persa, de forma que, con el imperio griego que vino después, constituyan cuatro imperios, representados en los cuatro metales de la estatua del sueño de Nabucodonosor33 o en las cuatro bestias de la visión de Daniel34. Por otra parte, no parece verosímil que Daniel hubiese permanecido en la corte de Babilonia desde Nabucodonosor hasta «el año primero del rey Ciro»35, es decir, unos sesenta y cinco años. Podemos pensar, por tanto, que las historias de Daniel en la corte de Babilonia se encuadran en un recuerdo lejano e impreciso de quiénes fueron en realidad aquellos reyes.
Cada uno de esos relatos, por otra parte, es completo en sí mismo, aunque se interrelacionan en cierto modo por la secuencia cronológica de los reyes o alusiones superficiales entre ellos, como sucede en Dn 5, 11-12 con respecto a Dn 4, 4-5. Todo esto indica que lo que importaba al redactor final era mostrar cómo Dios asistía a Daniel y a sus compañeros para tener éxito en aquellos reinados, de manera que los respectivos reyes –babilónico, medo y persa– reconocieran al Dios de Israel.
Los anuncios de la llegada del reino de Dios y del final de los tiempos se compusieron seguramente más tarde bajo la forma de interpretación de sueños36 o de visiones37, La interpretación del sueño de la estatua tenido por Nabucodonosor refleja claramente las guerras entre los lágidas de Egipto y los seléucidas de Siria a lo largo del siglo III a.C. Las visiones de los caps. 7 al 12 desembocan en la contemplación de la persecución llevada a cabo por Antíoco IV Epífanes, que profanó el Templo de Jerusalén, introdujo en él la estatua de Zeus Olímpico y suprimió el culto judío38. Esto indica que tales visiones fueron redactadas antes del año 164, ya que ese año fue recuperado y purificado el Templo por Judas Macabeo y murió Antíoco IV39, hechos a los que no se hace referencia en el libro de Daniel. Las cuatro visiones reflejan aquella situación de violencia y persecución, y anuncian su final. Pertenecen al género literario conocido como apocalipsis en cuanto que contienen la revelación (apokalypsis, en griego) de algo secreto en los planes de Dios, y la victoria definitiva de Dios sobre los poderes de este mundo en un futuro inmediato; tales poderes serán destruidos y se impondrá el reinado de Dios.
El género literario de los apocalipsis viene a ser continuación del género oracular empleado por los profetas, si bien tiene características propias en cuanto a la forma de darse la revelación, en cuanto al lenguaje y en cuanto al contenido. Entre tales características cabe señalar: a) el empleo de la pseudoepigrafía, es decir, poner como destinatario y mediador de la revelación un personaje famoso del pasado: en el caso de este libro, Daniel; b) el volver la mirada al origen mismo de los males y presentar la historia de forma esquemática mostrando el progreso del mal hasta los tiempos presentes: en el libro de Daniel la historia se remonta hasta el destierro, desde el que se van sucediendo cuatro imperios cada vez más degenerados; c) el anuncio del final del mundo y de la historia, dominados por el mal, y la instauración de un reinado de Dios en que participan los justos: según la cuarta visión de Daniel los que ya han muerto participarán en ese reinado mediante la resurrección40.
En cada una de las visiones se repite de una forma u otra el mismo esquema de visión e interpretación, pero su contenido no es lineal, sino que se superpone el de unas sobre otras. Por ello cabe pensar que pudieron ser unidades originariamente independientes. Sin embargo tienen en común que Daniel es el receptor de la revelación y que todas se refieren a los mismos acontecimientos: el final de la época seléucida.
La correspondencia de los anuncios proféticos con las historias de la primera parte queda establecida al situar los anuncios en el tiempo de los mismos cuatro reyes y en el mismo orden: Nabucodonosor41, Baltasar42, Darío el Medo43 y Ciro el Persa44. Esto inclina a pensar que el autor o recopilador de las visiones conocía las historias, y ordenó las visiones siguiendo aquella cronología para dar unidad a la obra. El brusco cambio del uso del hebreo al arameo en Dn 2, 4b, y la vuelta al hebreo en Dn 8, 1, no rompe la continuidad de la narración ya que la parte aramea incluye tanto historias de Daniel como la primera de las visiones, y esta visión conecta estrechamente con la siguiente que está en hebreo45 –por suceder ambas en el mismo reinado, el de Baltasar, y por ser citada la primera en la segunda46–. La explicación más razonable, aunque no concluyente, de la presencia de las dos lenguas es que existiera un núcleo arameo con historias de Daniel y la primera visión sin la referencia a Antíoco IV47, que fue completado con las partes en hebreo y retocado en la primera visión conservando el arameo, para acomodarlo a la situación de crisis reflejada en las visiones. Las explicaciones que suponen que toda la obra fue escrita en arameo o en hebreo, y después traducida a la otra lengua sólo en parte, no satisfacen tanto como la anterior.
Estas secciones reflejan haber sido compuestas en una época posterior y podrían haber sido añadidas al traducirse la obra al griego, si bien existían ya de forma independiente en hebreo o arameo, tal como se deduce de su estudio lingüístico. Por otro lado, la versión griega de los Setenta presenta notables diferencias con el texto masorético, desde Dn 3, 31 a Dn 6, 29, por lo que también puede suponerse la existencia de otro texto hebreo–arameo distinto que sirvió de base a dicha traducción griega; pero en realidad nada sabemos del alcance de ese hipotético texto.
Existe otra versión griega posterior a la de los Setenta, la llamada de Teodoción, que se ciñe mucho más al texto masorético y que, aunque contiene también las partes conservadas sólo en griego, no las trae en el mismo orden que tenían en los Setenta y ha mantenido la Vulgata latina. En concreto, los códices de Teodoción traen al comienzo del libro la historia de Susana, quizá por hablarse en ella de Daniel cuando era joven. Las diferencias entre el texto de Teodoción y el de los Setenta en lo que concierne a esta historia son notables: éste presenta una crítica más dura contra los ancianos; aquél resalta la integridad de Susana y su salvación. Por otra parte, las dos historias finales en las versiones griegas, la de Bel y la del dragón, tienen el tono de una sátira contra la idolatría.
El mensaje del libro de Daniel se percibe teniendo en cuenta la situación histórica en la que fue redactado en su forma actual. Aunque se había producido la vuelta de los desterrados, Judea estaba sometida a potencias extranjeras desde que sufriera la invasión babilónica. El dominio sobre la zona había pasado de los persas a los griegos, y los sucesores de Alejandro Magno fomentaban la helenización de sus territorios. Judea, sometida primero a los Tolomeos de Egipto, a partir del año 198 pasa a depender de los seléucidas que dominan desde Siria. Antíoco IV decreta la persecución contra la práctica de la religión judía causando numerosos mártires. El intento de helenización forzada de Judea cuenta con el apoyo de algunos judíos que, movidos por sórdidos intereses de poder, secundan la política real. Antíoco se atreve incluso a introducir en el Templo la estatua de Zeus Olímpico y a suprimir el culto judío tradicional. ¿Dónde quedaba la gloria del Dios de Israel? ¿Qué hacía el Señor por su pueblo en aquella situación que se prolongaba sin perspectivas de cambio? Eran muchos años de dominio extranjero y no se vislumbraba el fin. ¿Qué se pide en aquella situación a los israelitas fieles?
El autor inspirado ofrece una respuesta. Por una parte, recoge las historias de Daniel que contienen una visión teológica acerca del dominio divino sobre los reyes de la tierra y acerca de lo que Dios otorga a los que le son fieles. Por otra, actualiza aquella enseñanza en las visiones que tiene Daniel, proyectando a un futuro inmediato la realización del dominio universal de Dios en favor de su pueblo, y ofrece un motivo de esperanza para seguir manteniendo la fidelidad. Éstos son los aspectos más relevantes de su comprensión de Dios y del mensaje que dirige al pueblo.
A lo largo del libro Dios es designado como el Dios Altísimo, el Dios del cielo, y se afirma repetidamente que Él tiene en sus manos los destinos de los hombres, de las naciones y de la historia, y que juzga a todos con rectitud.
En las historias de Daniel se pone en evidencia que Dios da los reinos a quien quiere y que Él es quien mantiene o remueve a los monarcas en los tronos según su voluntad. Lo muestra la historia de Nabucodonosor que, privado de la razón, es arrojado de entre los hombres y vive un tiempo como los animales salvajes hasta que Dios quiere devolverle el juicio48, o la historia de Baltasar que recibe inesperadamente la muerte como castigo de su soberbia49. Además Dios da a conocer a los reyes, mediante sueños y visiones que Daniel interpreta, que Él es el soberano universal50. Junto a esto, Dios manifiesta su poder librando milagrosamente de la muerte a los que confían en Él, como a los tres jóvenes en el horno de fuego y a Daniel en el foso de los leones51. Ante tales manifestaciones divinas los reyes paganos reconocen y proclaman al Dios de los judíos como el Dios Altísimo, y respetan y colman de favores a Daniel y a sus compañeros52.
Esas perspectivas se recogen y se actualizan en los momentos críticos de la persecución, tal como aparece en las visiones de Daniel. La sucesión de los imperios humanos está destinada a que se establezca el reinado de Dios. Aunque aquellos tienen su gloria y su poder, reflejados en los metales de la estatua del sueño de Nabucodonosor53 o en la ferocidad de las bestias54, se trata de algo pasajero que entra en los planes de Dios para que se realicen sus designios. Éstos se cumplirán sin intervención humana55, por voluntad expresa de Dios mismo que otorgará el imperio a sus santos56, destruirá los poderes adversos a Él57, y salvará a los que son fieles resucitándolos de la muerte para que puedan participar de la nueva situación58.
Al final del libro, el juicio de Susana pone de relieve que nadie queda impune de sus maldades59, ni siquiera los jueces perversos de Israel, pues Dios es el Juez y Salvador de los que han sido tratados injustamente y hace que brille su justicia. Sólo Él es el Dios vivo frente a los ídolos, que resultan ridículos, como ponen de manifiesto las historias de Bel y del dragón60.
Las historias de Daniel contenidas en la primera parte del libro muestran cómo Dios, mediante la sabiduría que otorga a Daniel para interpretar sueños y visiones, da a conocer sus designios a los reyes, designios que se cumplen inexorablemente, tanto en Nabucodonosor61 como en Baltasar62.
En las visiones de Daniel, orientadas a dar a conocer los planes divinos en la situación crítica de la persecución, Dios revela lo que va a suceder al final y cómo ha de cumplirse su palabra. La revelación divina no se da ahora a Daniel sólo infundiéndole sabiduría, sino a través de mediadores celestiales, ángeles como Gabriel63, que explican las visiones o experiencias interiores del profeta así como el texto de la Escritura, en concreto el del profeta Jeremías64. Esa diversidad de testimonios garantiza la verdad de la revelación divina y su cumplimiento en lo que toca al futuro. Se trata, sin embargo, de una palabra misteriosa que ha de guardarse sellada, como en secreto65, pues sólo es accesible desde la fe en Dios y en el poder de su intervención.
El sentimiento más fuerte que el libro de Daniel despierta en el lector es la esperanza en Dios. Dios salva en las situaciones límite como la del horno de fuego66 y la del foso de los leones67. Así va a salvar también al pueblo en la persecución de Antíoco que ha llegado al límite de lo tolerable68. La salvación pasa por poner fin a las fuerzas del mal representadas en ese rey que se alza contra Dios, y en el establecimiento del reino de los santos. Daniel insiste especialmente en el primer aspecto, pero abre también discretamente la visión positiva del futuro: «Poner fin al delito, cancelar el pecado y expiar la iniquidad, para traer justicia eterna»69.
La salvación llegará no sólo a los que vivan en el momento final, sino también a los que han muerto siendo fieles a Dios, como el mismo Daniel, pues en aquel tiempo los muertos resucitarán, unos para vida eterna, otros para horror eterno70. Es la esperanza de la que participa el autor del libro71 y que quiere infundir en el lector.
La opresión y violencia que ejercen los tiranos tienen los días contados y el final se avecina. Daniel hace el cómputo señalando simbólicamente que el tiempo que falta es muy poco72. Esa perspectiva de la cercanía del final sirve para acrecentar la esperanza. La contemplación de la historia pasada como parte de la profecía referida al futuro sirve para fundamentarla.
El comportamiento de Daniel y sus compañeros en la corte de Babilonia sirve de modelo a los judíos que viven lejos de la tierra, en la diáspora. Daniel colabora con los reyes de los distintos imperios y pone a su servicio las cualidades recibidas de Dios: su capacidad de interpretar sueños y visiones, su sentido de la administración, su sabiduría en definitiva. Por eso goza de la simpatía de aquellos reyes. Pero, por encima de todo, Daniel y sus compañeros cumplen las exigencias de su religión, tanto en las prescripciones alimentarias73, como en no adorar a otro Dios que al Señor aun a riesgo de su vida74. Tal conducta de Daniel en Babilonia sirve de modelo también en Palestina en tiempo de la persecución. Ésta, viene a decirse en el libro, se produce no por la deslealtad de los judíos, sino por la soberbia del rey que se alza contra Dios y suprime por la fuerza la práctica de la religión judía75. Responsables son también algunos judíos que abandonan la Alianza santa y se dejan corromper con halagos76, de manera semejante a como los causantes de las condenas de Daniel y sus compañeros en Babilonia eran no sólo los reyes sino también, y en gran medida, los ciudadanos envidiosos77.
El libro invita igualmente, presentando el ejemplo de Daniel, a pedir perdón por las infidelidades del pueblo que ha transgredido la Ley de Moisés78. Por eso los que destacan en el pueblo son aquellos que conocen la Ley, los doctos, y la enseñan a los demás. Ellos sufrirán más en la persecución, pero les servirá de purificación para el momento final79. Esta es la fidelidad que pide el libro de Daniel, distinta de la rebelión armada preconizada en el libro de los Macabeos.
Desde el punto de vista cronológico Daniel es el último libro profético del Antiguo Testamento, y por tanto el más cercano al Nuevo. A la luz de éste podemos decir que Daniel orienta directamente la esperanza del pueblo judío hacia Jesucristo, y prepara los corazones para acogerlo como el Mesías que instaura definitivamente el Reino de Dios.
En efecto, Jesús mismo se presenta bajo el título de Hijo del Hombre que Daniel había dado al mediador de la salvación80, y proclama que con Él llega el Reino de Dios81 prometido reiteradamente en el libro de Daniel82. Por otro lado, cuando Jesús habla del final de los tiempos retoma los signos y las expresiones utilizadas en el libro de Daniel, tales como la presencia de la abominación de la desolación en el santuario83. Jesucristo, aunque habla del Reino de Dios como de una realidad ya presente, enseña también, sobre todo en las parábolas de la sementera84, que el Reino de Dios está en germen e irá creciendo a lo largo de la historia hasta su culminación cuando el Hijo del Hombre lleve a cabo el juicio final85.
En el Nuevo Testamento el libro del Apocalipsis se parece extraordinariamente al de Daniel, en cuanto que también por medio de visiones su autor, Juan, recibe la revelación de lo que va a suceder pronto, al final de los tiempos86, con la instauración plena del Reino de Dios simbolizado en la nueva Jerusalén que baja del cielo87. El Apocalipsis recoge muchas de las imágenes y expresiones del libro de Daniel y las desarrolla desde perspectiva cristiana, hasta el punto de que sería prácticamente imposible entender el Apocalipsis sin el trasfondo de Daniel. En ambas obras se emplea el mismo género literario de «revelación» para ofrecer un mensaje de esperanza y para presentar la llamada a la fidelidad que Dios dirige a su pueblo en dos momentos distintos de la historia de la salvación. Pero el autor del Apocalipsis toma como punto de partida la muerte y resurrección de Cristo, acontecimientos en los que la victoria de Dios sobre los poderes del mal, representados en la Bestia y su falso profeta, e incluso sobre la muerte ya se ha dado de manera irreversible88.
Sólo a la luz del Evangelio y de la promesa de Jesús sobre su segunda venida se comprende, en profundidad, el libro de Daniel y sus imágenes acerca del momento del fin y de la acción y el juicio de Dios al término de la historia. Cristo resucitado y sentado a la derecha del Padre es el Hijo del Hombre al que se le ha dado el poder y el imperio eternos. Al final de la historia vendrá de nuevo a juzgar a vivos y a muertos. Entretanto la Iglesia, con su predicación y su fidelidad en medio de las pruebas, da testimonio ante el mundo del señorío absoluto de Dios y del reinado de Cristo, un reino de justicia, de verdad y de paz. Así pueden llegar a reconocerlo todos los hombres.
En la tradición cristiana, el libro de Daniel fue muy utilizado, como se puede constatar en la historia del arte por las numerosas representaciones del profeta –especialmente en la fosa de los leones– conservadas desde los tiempos de la primitiva cristiandad y por el uso que se hace del libro en los escritos de los Padres. Existen comentarios que han llegado hasta nosotros como el de San Hipólito, San Jerónimo, San Efrén o Teodoreto de Ciro, y otros que se han perdido, como el de Cirilo de Alejandría o Teodoro de Mopsuestia. Con todo, a lo largo de la historia el libro de Daniel ha sido objeto de muchas y muy diversas interpretaciones, debido a su contenido apocalíptico. En la liturgia de la Iglesia se utiliza, entre otros momentos, en el Ciclo B al final del año litúrgico (el domingo XXXIII) y en la Solemnidad de Cristo Rey. Además, la Iglesia ha invitado e invita a dar gracias a Dios con el cántico de los tres jóvenes89, tanto en la Liturgia de las Horas como después de la celebración eucarística.
1 cfr Dn 7, 1; Dn 12, 4.
2 cfr Is 1, 2; Jr 30, 2; Ez 24, 3; etc.
3 cfr Mt 24, 15.
4 Antiquitates Iudaicae 10, 11, 7.
5 Dn 3, 24-90.
6 Dn 13.
7 Dn 14.
8 Dn 1-6; 13-14.
9 Dn 7-12.
10 Dn 1, 1-21.
11 cfr Dn 1, 17.
12 Dn 2, 1-49.
13 Dn 3, 1-100.
14 Dn 4, 1-34.
15 Dn 5, 1-30.
16 Dn 6, 1-29.
17 Dn 7, 1.
18 Dn 7, 2-28.
19 Dn 8, 1-27.
20 Dn 9, 1-27.
21 Dn 10, 1.
22 Dn 10-12.
23 Dn 13, 1-64.
24 Dn 14, 1-22.
25 Dn 14, 23-27.
26 Dn 14, 31-39.
27 Dn 14, 40-42.
28 cfr Ez 14, 14.20.
29 cfr Ez 28, 3.
30 cfr Gn 41.
31 Est 2.
32 cfr Dn 6, 1.
33 cfr Dn 2, 31-45.
34 cfr Dn 7, 2-7.
35 Dn 1, 21.
36 Dn 2, 31-45.
37 Dn 7-12.
38 Dn 8, 11-14; Dn 9, 26; Dn 11, 31-32.
39 cfr 1M 6, 1-13; 2 M 9, 1-29.
40 cfr Dn 12, 1-3.
41 Dn 2, 31-45.
42 Dn 7, 1.
43 Dn 9, 1.
44 Dn 10, 1.
45 cfr Dn 8, 1-27.
46 cfr Dn 8, 1.
47 cfr Dn 7, 8.24-26.
48 cfr Dn 4, 30-34.
49 cfr Dn 5, 30.
50 cfr Dn 2; 4; 5.
51 cfr Dn 3; 6.
52 cfr Dn 2, 46-49; Dn 3, 24-33; Dn 4, 34; Dn 5, 29; Dn 6, 24-29.
53 cfr Dn 2, 31-43.
54 Dn 7, 4-7; 8, 1-11.
55 cfr Dn 2, 44-45.
56 cfr Dn 7, 13-14.27.
57 cfr Dn 8, 25; 11, 45.
58 cfr Dn 12, 1-4.
59 Dn 13, 1-64.
60 cfr Dn 14, 1-42.
61 cfr Dn 4, 30.
62 Dn 5, 30.
63 Dn 7, 16; Dn 8, 15-16; Dn 9, 21; Dn 10, 20; Dn 12, 5-13.
64 cfr Dn 9, 1-27.
65 cfr Dn 12, 5-13.
66 cfr Dn 3, 8-33.
67 cfr Dn 6, 17-29.
68 cfr Dn 7, 27; Dn 8, 23-26; Dn 9, 25-27; Dn 12, 1.
69 Dn 9, 24.
70 Dn 12, 2.
71 cfr Dn 12, 13.
72 cfr Dn 9, 27.
73 Dn 1, 1-21.
74 Dn 2, 1-49; Dn 6, 1-29.
75 cfr Dn 8, 10-12; Dn 11, 30.36.
76 cfr Dn 11, 23.32.
77 cfr Dn 3, 8-12; Dn 6, 5-10.
78 cfr Dn 9, 4-19.
79 cfr Dn 11, 33-35.
80 cfr Mc 8, 31; Mc 14, 62; Dn 7, 13.
81 Mc cfr Mt 12, 28.
82 cfr Dn 2, 4; Dn 7, 27.
83 cfr Mt 24, 15.
84 cfr Mt 13, 1-43.
85 cfr Mt 25, 31-46.
86 cfr Ap 1, 1-2.
87 Ap 21-22.
88 cfr Ap 19, 1-10.
89 Dn 3, 57-90.