478 Todos los que reciben el Bautismo de manos de un borracho, de un homicida, de un adúltero, si el Bautismo es de Cristo, por Cristo son bautizados (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan 5, 18).
479 Nunca deja de bautizar el que no cesa de purificar; y así, hasta el fin de los siglos. Cristo es el que bautiza, porque es siempre él quien purifica. Por tanto, que el hombre se acerque con fe al humilde ministro, ya que éste está respaldado por tan gran maestro. El maestro es Cristo. Y la eficacia de este sacramento reside no en las acciones del ministro, sino en el poder del maestro, que es Cristo (SAN ILDEFONSO, Sobre el bautismo).
480 Es, pues, la admirable participación de Cristo en nuestra naturaleza la que arroja sobre nosotros la luz del sacramento de la regeneración, de suerte que, los que hemos sido concebidos de la carne, renazcamos de una fuente espiritual, la del mismo Espíritu Santo, por medio de quien Cristo ha sido concebido y ha nacido. Por eso el evangelista llama a los creyentes: Los que no han nacido de la carne, ni de deseo de hombre, sino que han nacido de Dios (Jn 1, 12) (SAN LEÓN MAGNO, Carta 31).
481 La Sagrada Escritura nos indica que familias enteras se hicieron bautizar, lo cual nos hace suponer que no estarían compuestas sólo de adultos, y ya a partir del siglo II nos encontramos con una serie de testimonios que señalan la costumbre que tenia la Iglesia de bautizar a los niños. Se trata, pues, de una larga e inalterada tradición, cuyo significado es perfectamente legitimo: una vida en semilla que espera el cultivo en todos los órdenes. Dios llama y ofrece la salvación desde el primer instante de la vida humana. La Iglesia, al bautizar a los recién nacidos, celebra la universalidad sin limites de esta salvación. Así el niño entra, por el sacramento, en relación viviente con Cristo y empieza ya a formar parte de la familia de los hijos de Dios, en la fe de toda la comunidad eclesial (J. DELICADO BAEZA, En medio de las plazas, pp. 57-58).
482 Cuando llegues a la fuente del bautismo [...], entonces también tú, por ministerio de los sacerdotes, atravesarás el Jordán y entrarás en la tierra prometida, en la que te recibirá Jesús, el verdadero sucesor de Moisés, y será tu guía en el nuevo camino (ORIGENES, Hom. sobre el libro de Josué).
483 Hemos nacido para las cosas presentes y renacido para las futuras (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 7 en la Natividad del Señor).
484 El sacramento de la regeneración nos ha hecho participes de estos admirables misterios, por cuanto el mismo Espíritu, por cuya virtud fue Cristo engendrado, ha hecho que también nosotros volvamos a nacer con un nuevo nacimiento espiritual (SAN LEÓN MAGNO, Carta 31).
485 Aunque cada uno de los que llama el Señor a formar parte de su pueblo sea llamado en un tiempo determinado y aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en días distintos, con todo, la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en su pasión, ha sido resucitada en su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre en su ascensión (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 6 en la Natividad del Señor).
486 El carácter propiamente es cierto sello con que se marca a uno para ordenarle a algún determinado fin, como se sella el dinero para usarlo en el cambio o al soldado para adscribirle a la milicia. Ahora bien, el cristiano es destinado a dos cosas. La primera y principal es la fruición de la gloria eterna, y para esto se le marca con el sello de la gracia. La segunda es recibir o administrar a los demás las cosas que pertenecen al culto de Dios, y para esto se le da el carácter sacramental. Pero todo el rito de la religión cristiana se deriva del sacerdocio de Cristo. Por lo que es claro y manifiesto que el carácter sacramental especialmente es el carácter de Cristo, con cuyo sacerdocio se configuran los fieles según los caracteres sacramentales, que no son otra cosa que ciertas participaciones del sacerdocio de Cristo, derivadas del mismo Cristo (SANTO TOMÁS, S.Th. III, q. 63, a. 3).
487 No es de maravillarse que los fieles sean elevados a semejante dignidad. En efecto, por el bautismo, los fieles en general se hacen miembros del cuerpo místico de Cristo sacerdote, y por el carácter que se imprime en sus almas son destinados para el culto divino, participando así del sacerdocio de Cristo de un modo acomodado a su condición (Pío XII, Enc. Mediator Dei).
487b Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado (cfr. DS 1316). En efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1263).
487c No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o metafóricamente forres peccati: "La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien, "el que legítimamente luchare, será coronado" (2Tm 2, 5)" (C. de Trento: DS 1515) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1264).
488 La eficacia del bautismo está en que limpia de todos los pecados en cuanto a la culpa y en cuanto al castigo merecido. Por este motivo, a los bautizados no se les impone penitencia alguna por muy pecadores que hayan sido, y si en recibiendo el sacramento mueren, entran inmediatamente en la vida eterna (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1. c. 10).
489 El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia. El mismo, al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el bautismo (cf. Mc 16, 16; Jn 3, 5), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 14).
490 La Iglesia nos santifica, después de entrar en su seno por el Bautismo. Recién nacidos a la vida natural, ya podemos acogernos a la gracia santificadora. La fe de uno, más aún, la fe de toda la Iglesia, beneficia al niño por la acción del Espíritu Santo, que da unidad a la Iglesia y comunica los bienes de uno a otro (S. Th. III, q. 68, a. 9 ad 2). Es una maravilla esa maternidad sobrenatural de la Iglesia, que el Espíritu Santo le confiere (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Hom. Lealtad a la Iglesia, 4-6-1972).
491 La regeneración espiritual, que se opera por el Bautismo, de alguna manera es semejante al nacimiento corporal: así como los niños que se hallan en el seno de su madre no se alimentan por si mismos, sino que se nutren del sustento de la madre, así también los pequeñuelos que no tienen uso de razón y están como niños en el seno de su Madre la Iglesia, por la acción de la Iglesia y no por si mismos reciben la salvación (SANTO TOMÁS, S.Th. III, q. 68, a. 9 ad 1).
492 Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado según la institución del Señor, y recibido con la requerida disposición del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso, y se regenera para el consorcio de la vida divina, según las palabras del Apóstol: Con El fuisteis sepultados en el bautismo, y en El, asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos (Col 2, 12). El bautismo, por tanto, constituye un vinculo sacramental de unidad, vigente entre todos los que por él se han regenerado. Sin embargo, el bautismo por si mismo es sólo un principio y un comienzo, porque todo él tiende a conseguir la plenitud de la vida en Cristo. Así, pues, el bautismo se ordena a la profesión integra de la fe, a la plena incorporación a la economía de la salvación tal como Cristo en persona la estableció, y, finalmente, a la integra incorporación en la comunión eucarística (CONC. VAT. II, Decr. Unitatis redintegratio, 22).
493 Recuerda, pues, que has recibido el sello del Espíritu, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, espíritu del santo temor, y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha sellado, Cristo el Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu, como te enseña el Apóstol (SAN AMBROSIO, Trat. sobre los misterios).
494 [...] de la misma manera que un hombre no nace más que una vez, igualmente sólo una vez es bautizado Por ello los santos añadieron: "Reconozco un solo bautismo" (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1. c., 10).
495 Los recién bautizados, enriquecidos con tales distintivos, se dirigen al altar de Cristo, diciendo: Me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En efecto, despojados ya de todo resto de sus antiguos errores, renovada su juventud como un águila, se apresuran a participar del convite celestial (SAN AMBROSIO, Trat. sobre los misterios).
496 El que se sumerge con fe en este baño de regeneración renuncio al diablo y se adhiere a Cristo, niega al enemigo del género humano y profesa su fe en la divinidad de Cristo, se despoja de su condición de siervo y se reviste de la de hijo adoptivo, sale del bautismo resplandeciente como el sol, emitiendo rayos de justicia, y, lo que es más importante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios y coheredero de Cristo (SAN HIPÓLITO, Sermón sobre la Teofanía).
497 Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos, y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y participes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 40).
498 La gratitud es el primer sentimiento que debe hacer nacer en nosotros la gracia bautismal; el segundo es el gozo. Jamás deberíamos pensar en nuestro bautismo sin un profundo sentimiento de alegría interior (COLUMBA MARMION, Le Christ, vie de l'ame, Abbaye de Maredsous, 1933, p. 186 y 203-204).
499 El Señor Jesús viene para ser bautizado y quiere que su cuerpo santo sea lavado en las aguas del Jordán. Alguien dirá quizás: " Si era santo, ¿por qué quiso ser bautizado? " Escucha, pues, lo siguiente: Cristo es bautizado no para ser él santificado por las aguas, sino para que las aguas sean santificadas por él, y para purificarlas con el contacto de su cuerpo. Más que de una consagración de Cristo, se trata de una consagración de la materia del bautismo (SAN MÁXIMO DE TURIN, Sermón sobre la Epifanía).
500 Por el sacramento del bautismo te convertiste en templo del Espíritu Santo: no ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas, no te entregues otra vez como esclavo al demonio, pues has costado la Sangre de Cristo, quien te redimió según su misericordia y te juzgará conforme a la verdad (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 1 en la Natividad del Señor).
501 Así como la tierra árida no da fruto si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida sin esta gratuita lluvia de lo alto. Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu (SAN IRENEO, Trat. contra las herejías, 3, 17).
502 Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cfr. 1P 2, 4-10) (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 10).
503 Ya que nosotros somos como una vasija de barro, por eso necesitamos en primer lugar ser purificados por el agua, después ser fortalecidos y perfeccionados por el fuego espiritual (Dios, en efecto, es un fuego devorador); y, así, necesitamos del Espíritu Santo para nuestra perfección y renovación (DIDIMO DE ALEJANDRÍA, Trat. sobre la Santísima Trinidad, 2, 12).
504 Antes se te ha advertido que no te limites a creer lo que ves [...]. Veo la misma agua de siempre, ¿ésta es la que me ha de purificar, si es la misma en la que tantas veces me he sumergido sin haber quedado nunca puro? De ahí has de deducir que el agua no purifica, sino la acción del Espíritu (SAN AMBROSIO, Trat. sobre los misterios).
505 Y habiendo vuelto a casa (la mujer cananea), halló a la niña descansando en la cama y libre ya del demonio. Por las palabras de la madre, llenas de humildad y de fe, dejó el demonio a la hija; donde se nos muestra, a modo de ejemplo, la necesidad de catequizar y bautizar a los niños, porque por la fe y la confesión de los padres se libran sin duda del diablo en el bautismo de los párvulos, los cuales no pueden saber ni hacer por sí nada de bueno ni nada de malo (SAN BEDA, en Catena Aurea vol. IV, p. 180).
506 No dejéis pasar más de veinticuatro horas sin bautizar a los hijos; si no lo hacéis, sin que razones serias para ello lo justifiquen, sois culpables (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre los deberes de los padres).
506b Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (cfr. DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios, a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (cfr. CIC can. 867; CCEO, can. 681, 686, 1) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1250).
506c Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado (cfr. LG 11; 41; GS 48; CIC can. 774, 2. 1136) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1251).
506d La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo, se haya bautizado también a los niños (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1252).
507 El apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 33).
508 La gran misión que recibimos, en el Bautismo, es la corredención. Nos urge la caridad de Cristo (cfr. 2Co 5, 14), para tomar sobre nuestros hombros una parte de esa tarea divina de rescatar las almas (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 120).