Antología de Textos

PREDICACION

1. La misión de Jesús no termina con Él mismo, sino que, a semejanza de como le envió el Padre, Él manda a sus discípulos para que le precedan y realicen su misma misión de predicar el Evangelio. Los Apóstoles son como los obreros enviados a la mies por su dueño, como los siervos que llaman a los invitados a las bodas, y a los que encomienda su misión de llenar la sala del banquete (cfr. Mt 9, 38; Jn 4, 38; Mt 22, 3).
Pero, además, los Apóstoles representan a Cristo mismo y al Padre: El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha a mí me desecha, y el que me desecha a mí, desecha al que me envió (Lc 10, 16). La misión de los Apóstoles quedará unida íntimamente ala misión de Jesús: Como mi Padre me envió, así también os envío yo (Jn 20, 21). Precisamente será a través de ellos como la misión de Cristo se hará extensiva a todas las naciones y a todos los tiempos. Id..., predicad el Evangelio, haced discípulos a todas las naciones. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (cfr. Mt 28, 18-20; Mc 16, 15).
Por ser los Obispos los sucesores de los Apóstoles, "entre sus oficios principales se destaca la predicación del Evangelio" (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 25). Los presbíteros, como colaboradores de los Obispos, tienen como obligación primera el anunciar a todos el Evangelio de Cristo (Decr. Presbyterorum Ordinis, 4). También todos los fieles participan, por el Bautismo y la"Confirmación, en la misión apostólica de la Iglesia y, por consiguiente, en la obligación de transmitir el mensaje cristiano (cfr. Decr. Apostolicam actuositatem, 2-3).

2. A quien da doctrina se le exige que sea fiel al mensaje que debe transmitir, cuyo contenido ya está dado: "Es siempre su deber enseñar no su propia sabiduría, sino la Palabra de Dios" (Decr. Presbyterorum Ordinis, 4). Lo que el predicador pone de su parte es un servicio a esa palabra, anunciándola de forma que llegue a los hombres. La fidelidad del servicio le prohíbe falsear la palabra de cualquier manera que sea. San Pablo dirá enérgicamente: Repudiamos lo que se oculta por vergüenza y doblez, no procedemos con astucia, ni falsificando la palabra de Dios, sino con la manifestación de la verdad (2Co 4, 2).
Desde el primer momento en que Jesús envió a los Apóstoles, les concreta lo que han de predicar: se acerca el reino de Dios. Nada les dice de la liberación del yugo romano, o del sistema social o político que han de adoptar en lo sucesivo, o de otras cuestiones de carácter exclusivamente terreno. Ni ha venido Cristo para esto, ni para esto han sido ellos elegidos. Vivirán para dar testimonio de Cristo y de su doctrina salvadora.
La Iglesia, continuadora en el tiempo de la obra de Jesucristo, tiene la misma misión sobrenatural. "Para esto ha nacido la Iglesia: para, dilatando el Reino de Cristo por toda la tierra, hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora y, por medio de ellos, orientar verdaderamente todo el mundo hacia Cristo" (CONC. VAT. II, Decr. Apostalicam actuositatem, 2). Está por encima de los movimientos sociales, de las ideologías, de las reivindicaciones de grupos, partidos, etc., al mismo tiempo que, desde una elevada solicitud, está hondamente interesada por todos los problemas humanos, y trata de orientarlos hacia el fin sobrenatural del hombre.
La misión de la Iglesia es llevar a los hombres a su destino sobrenatural y eterno. La justa y debida preocupación de la Iglesia por otros problemas no estrictamente sobrenaturales deriva de su misión espiritual y se mantiene en los límites de esa misión.

3. El Señor habla con gran sencillez de las cosas más profundas, y lo hace de modo atrayente y sugestivo. Sus palabras pueden ser entendidas por un doctor de la Ley y por un campesino de Galilea.
La palabra de Jesús es amena y agradable. Insistía con frecuencia en las mismas cosas, pero buscaba las comparaciones más diversas: el grano de trigo, la alegría de encontrar unas monedas perdidas, el tesoro escondido... Las multitudes le buscaban y le seguían ansiosas, y muchas veces era preciso despedirlas para que se marcharan. Cristo tenía palabras de vida eterna.
Hoy también las gentes están con ansiedad por la verdad salvadora, aunque, a veces, parezcan indiferentes. Y hemos de dar la misma doctrina de Cristo, porque la ignorancia es un enemigo de Dios y es "causa y como raíz de todos los males que envenenan los pueblos y perturban a muchas almas" (JUAN XXIII, Ad Petri cathedram, 29-VI-1959). Hemos de procurar que quienes nos rodean conozcan y amen a Cristo, porque "nadie quiere lo que ignora" (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 94). Y hemos de aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente con nuestros amigos, con nuestros compañeros de profesión, con nuestra familia. Una palabra dicha a tiempo, dice la Sagrada Escritura, ¡cuánto bien hace! (Pr 15, 23).
Al poner por obra este apostolado de la doctrina, tendremos que repetir muchas veces las cosas, como hacía el Señor, y por eso nos esforzaremos en ser oportunos: Vuestra conversación sea siempre con gracia, sazonada con sal, de suerte que acertéis a responder a cada uno como conviene (Col 4, 6). Debemos revestir la doctrina de Cristo de forma atrayente.
El Señor espera hoy también a esas multitudes que, como entonces, andan como ovejas sin pastor, y el cristiano no puede quedar pasivo en esta tarea, la única verdaderamente importante en el mundo.

4. Es necesario pedir al Señor saber hablar a cada uno según corresponde y según esté dispuesto. Porque hemos de hablar lo mismo a todos, pero de diferente manera y en situaciones distintas.
"Vemos a las amas y a las madres descender al nivel de sus pequeños: aunque saben decir correctamente las palabras [...], los imitan, destrozan -por así decirlo- su lenguaje, para hacer con esta lengua hábil juguetes de niños; porque si hablaran como se debe, los niños no las comprenderían, ni sacarían ningún provecho. Un orador grande y elocuente, que con su palabra conmueve al foro y hace resonar los tribunales, si tiene un hijo pequeño, cuando vuelve a casa abandona esa elocuencia de abogado a la que se había encaramado, y balbucea como un niño para descender hasta su hijo pequeño [...]. Si el Señor personalmente subió y bajó [...], sus predicadores le han de imitar..." (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 7).

Citas de la Sagrada Escritura

Exhortación a escuchar la palabra de Dios: Mc 4, 9-23; Lc 8, 14-15
Nuestro Señor tiene palabras de vida eterna: Jn 6, 69
La palabra de Nuestro Señor es espíritu y vida; ella da la vida: obra lo que dice: Jn 6, 64
El don de lenguas: 1Co 14
El Evangelio es la palabra de la verdad: Ef 1, 13
Dignidad de los predicadores: 1Co 3, 8-9; 1Co 4, 1
El Sacerdote es puesto para beneficio de los hombres: Hb 5, 1-4
El predicador debe combatir las malas doctrinas: 1Tm 1, 3-20
Necesidad de la predicación: Rm 10, 14
El predicador no debe tratar de agradar a los hombres, sino sólo a Dios: 2Co 4, 5; 1Ts 2, 4
Comete un crimen el que profana la palabra de Dios: 2Co 2, 17
El predicador debe sacar de la doctrina revelada en el Antiguo y Nuevo Testamento la ciencia necesaria: 2Tm 3, 16-17
Los predicadores del Evangelio son cooperadores de Dios: 1Co 3, 4-9
Su responsabilidad personal: 1Co 3, 10-11
Serán juzgados en el día del juicio por su predicación: 1Co 3, 10-16
Los predicadores son ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios: 1Co 4, 1-2

El predicador, instrumento de la gracia

4252 Jamás se podrá recomendar bastante la sobriedad y moderación. Muchas cosas se pueden decir en quince y veinte minutos, sin cansar, con tal que no se divague.
A veces puede ocurrir que un alma esté en la iglesia por pura casualidad o, como suele acontecer en Roma, sencillamente con ocasión de visitar las obras de arte. No es pura imaginación pensar que Dios haya escogido aquella palabra o aquel determinado momento para tocar un corazón y convertirle. ¡Qué honor y qué mérito para el predicador, convertido en instrumento de gracia y de salvación! (Juan XXIII, Aloc. 19-II-1960).

4253 Podemos amonestar con el sonido de nuestra voz, pero si dentro no está el que enseña, vano es nuestro sonido[...]. Os hable El interiormente, ya que ningún hombre está allí de maestro (San Agustín, Coment. sobre la 1 Epíst. de S. Juan, 3).

4254 Cualquiera que se atreva a despreciar a estos hombres puestos por Dios en su Iglesia según los lugares y los tiempos, y que están de acuerdo en la interpretación del dogma católico, no despreciaría a un hombre, sino a Dios mismo (San Vicente de Lerins, Conmonitorio, 28).

Preparación y confianza en Dios

4255 "No queráis llevar bolsa, ni alforja, ni calzado, y q nadie saludéis por el camino". Tanta debe ser la confianza que ha de tener en Dios el predicador, que aunque no se provea de las cosas necesarias para la vida, debe estar persuadido de que no le han de faltar, no sea que mientras se ocupa en proveerse de las cosas temporales, deje de procurar a los demás las eternas (San Gregorio Magno, Hom. 17 sobre los Evang.).

4256 Repetir la Palabra revelada y atreverse a comentarla, hacer de ella las aplicaciones doctrinales y darle una recta interpretación, es tal deber de conciencia que presupone en el sacerdote una preparación que le haga instrumento dócil e inteligente para cumplir su altísima misión en nombre de toda la Iglesia, muy por encima de su modesta persona (Juan XXIII, Aloc. 19-2-1960).

4257 ¡Oh Timoteo! ¡Oh sacerdote!, intérprete de las Escrituras, doctor, si la gracia divina te ha dado el talento por ingenio, experiencia, doctrina, debes ser el Beseleel del Tabernáculo espiritual. Trabaja las piedras preciosas del dogma divino, reúnelas fielmente, adórnalas con sabiduría, añádeles esplendor, gracia, belleza. Que tus explicaciones hagan que se comprenda con mayor claridad lo que ya se creía de manera más oscura. Que las generaciones futuras se congratulen de haber comprendido por tu mediación lo que sus padres veneraban sin comprender (San Vicente de Lerins, Conmonitorio, 22).

Dios es el centro, el origen y el fin de toda predicación

4258 ...Lo que los hombres quieren, lo que esperan –aunque muchas veces no sepan o no se den cuenta de que lo quieren y esperan– es que el sacerdote, con su testimonio de vida y con su palabra, les hable de Dios. Y si el sacerdote no lo hace así, sí no les busca para eso, si no les ayuda a escuchar, a descubrir o a comprender rectamente la dimensión religiosa de su vida, entonces el sacerdote les defrauda, como les defraudaría un bombero sin agua, un tabernero [...] que despachase leche, o un médico que no se atreviese a diagnosticar y a recetar (A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, p. 140).

4259 [...] lo importante no somos nosotros y nuestras miserias el único que vale es El, Jesús. Es de Cristo de quien hemos de hablar, y no de nosotros mismos (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 163).

4260 Aun cuando Dios no ocupa lugar, anda, sin embargo, por lugares diversos en la persona de sus santos cuando ellos le predican en uno y otro lugar; pues Dios, que está al margen del espacio y del tiempo, con todo, se mueve en el espacio y en el tiempo cuantas veces es predicado por ellos en un lugar (San Isidoro de Sevilla, Sentencias, 2).

4261 La ciencia del ministro sagrado debe ser sagrada, porque sagrada es la fuente de donde nace y sagrado el fin al que tiende (Conc. Vat. II, Presbyterorum ordinis, 18).

4262 Si preguntamos qué cosas solía (San Pablo) tratar en la predicación, él mismo las compendia así todas: "Que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste, crucificado" (1Co 2, 2). Hacer que los hombres conociesen más y más a Jesucristo, y con un conocimiento que no se parase sólo en la fe, sino que se tradujera en las obras de la vida (Benedicto XV, Enc. Humanum genus).

Meditar lo que se ha de predicar

4263 Al hablar haga cuanto esté de su parte para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración que de peroración, y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma sedienta para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó (San Agustín, Sobre la doctrina cristiana, 4).

4264 Si no arde el ministro de la Palabra, no enciende al que le predica (San Agustín, Sermón 21).

4265 La evangelización, la predicación, son inseparables de la serena meditación de la Palabra divina (A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, p. 63).

4266 (No ser como esos) predicadores vacíos de la palabra, que no la escuchan por dentro (San Agustín, Sermón 179).

Cualidades de la buena predicación

4267 En la predicación y exhortación emplea un lenguaje sencillo y familiar, bajando a los detalles concretos; y, en cuanto puedas, insiste en proponer ejemplos, para que cualquier pecador, con aquel pecado concreto, se sienta aludido como si hablaras para él solo [...]
Esta es la manera que acostumbra a ser provechosa a los oyentes. Porque un modo de hablar genérico sobre las virtudes y los vicios mueve poco a los que te escuchan (San Vicente Ferrer, Trat. de la vida espiritual 13, 1. c., 513-5 14).

4268 Si no se sabe presentar la doctrina condimentada con la gracia y la sal del bien decir [...] poco se consigue (San Juan Crisóstomo, Trat. Evang. 5. Juan, 53).

4269 Cuando la perversidad de los malos va cada vez en aumento, lejos de disminuir la predicación, se debe aumentar cada vez más. El Señor nos lo aconseja con su ejemplo, el cual, después de haber oído decir de sí que tenía el demonio, distribuyó más copiosamente los beneficios de su predicación (San Gregorio Magno, Hom. 18 sobre los Evang.).

4270 (No podemos ser como aquellos que) se preocupan más de 4 hacer un buen papel ante el auditorio ingenuo que de trabajar por su salvación (Benedico XV, Enc. Humanum genus 15-VI-l917).

4271 Lo que hay que temer no es el mal que digan contra vosotros, sino la simulación de vuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados. Pero si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie.
Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán prueba de vuestra firmeza. Mas si, por temor a ellas, cedéis en la vehemencia conveniente, peor será vuestro sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de vosotros y todos os despreciarán; en esto consiste el ser pisoteado por la gente (San Juan Crisóstomo, Hom. sobre S. Mateo, 15).

4272 Pablo, capitán del ejército cristiano y orador invicto, al defender la causa de Cristo, hasta una inscripción vista al azar la convierte en argumento de la fe (San Jerónimo, Epístola a los magnesios).

4273 Quien no tiene caridad para los demás no debe de ningún modo tomar a su cargo el oficio de la predicación (San Gregorio Magno, en Catena Aurea, vol. IV, p. 140).

4274 Cuando Dios bajó del monte de su divinidad y tomó las debilidades de nuestra humanidad, una gran turba de naciones le ha seguido. En ello se enseña a los doctores que se acomoden al auditorio en sus predicaciones, y según vean que cada uno pueda comprender, así expliquen la palabra de Dios (San Jerónimo, en Catena Aurea, vol. III, p. 464).

Pecados de omisión en la predicación y en el apostolado

4275 El que tiene el don de la predicación y de la doctrina para hacer el bien, pierde estos dones si no usa de ellos; pero quien los cultiva atrae otros mayores (San Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. III, p. 234).

4276 Así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados (San Gregorio Magno, Regla pastoral, 2).

4277 Es difícil averiguar por culpa de quién deja de llegar al pueblo la palabra del predicador; pero, en cambio, fácilmente se ve cómo el silencio del predicador perjudica siempre al pueblo y, algunas veces, incluso al mismo predicador (San Gregorio Magno, Hom. 17 sobre los Evang.).

4278 Otra manera de hacer daño es la de quienes hablan de las cosas de la religión como si hubiesen de ser medidas según los cánones y las conveniencias de esta vida que pasa, dando al olvidó la vida eterna futura [...]. El fruto que esta predicación produce es exiguo, ya que, después de oírla, cualquier profano llega a persuadirse de que, sin necesidad de cambiar de vida, él es buen cristiano con tal de decir: Creo en Jesucristo. ¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen, ciertamente, ningún otro propósito más que el buscar por todos los medios ganarse adeptos "halagándoles los oídos"; con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas estén vacías. Por eso es por lo que ni siquiera mencionan el pecado, los novísimos, ni ninguna otra cosa importante [...]; una vez que (los oyentes) han aplaudido al perito de turno, salen del templo igual que entraron, como aquellos que –según San Agustín– "se llenaban de admiración pero no se convertían" (San Pio X, Motu Proprio Sacrorum Antistitum 1-IX-1910).