Catena Áurea
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← Mc 1, 9-11 →
Y sucedió en aquellos días que vino Jesús de Nazaret a Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y subiendo luego del agua, se le abrieron los cielos y vio bajar al Espíritu de Dios en forma de paloma y posar sobre El. Y se oyó una voz del cielo que dijo: "Tú eres mi Hijo querido, en quien tengo puesta mi complacencia". (vv. 9-11)
San Jerónimo
Marcos evangelista, así como el ciervo que deseoso de las fuentes de agua salta por las llanuras y por las empinadas cuestas, y así como la abeja que destila miel gusta de paso las flores, relata la venida de Jesús de Nazaret diciendo: "Y sucedió en aquellos días", etc.
San Crisóstomo
Puesto que preparaba otro bautismo, viene al bautismo de San Juan, que era incompleto respecto al suyo. Y sin embargo era también distinto del de los judíos, como si fuera un término medio entre ambos. Así, pues, por la naturaleza del bautismo, manifiesta que no se bautiza para obtener el perdón del pecado ni por la necesidad de recibir al Espíritu Santo. De ambas cosas carecía el bautismo de San Juan. Fue bautizado para que se hiciera manifiesto a todos, para que creyeran en El, y para que toda justicia hallase su plenitud por la observancia de los mandamientos, ya que se había mandado a los hombres que recibiesen el bautismo del profeta.
Beda
Fue bautizado para que se confirmase con su bautismo el de San Juan y para que, santificando el agua del Jordán, se mostrase por la bajada de la paloma la venida del Espíritu Santo en el baño de los creyentes. Y continúa: "Y luego que salió del agua se le abrieron los cielos, y vio bajar al Espíritu de Dios en forma de paloma y posar sobre El".
Se abren los cielos no porque se abran los elementos naturales, sino porque se abren a los ojos espirituales. De este modo estaban abiertos también para Ezequiel, como lo recuerda en el principio de su libro. Fue para nuestro beneficio que viese abiertos los cielos después del bautismo, dando a entender que por el baño de la regeneración se nos abre la puerta del reino celestial.
San Crisóstomo, In Mt hom., 12
Se abren para que de los cielos se conceda la santificación a los hombres, y para que lo terreno se una a lo celestial. Se dice también que el Espíritu Santo bajó sobre El, no como si viniese a El por primera vez ya que jamás lo abandonó, sino para manifestar que éste era el Cristo que predicaba San Juan, señalado a todos como con el dedo de la fe.
Beda
El ver bajar al Espíritu Santo en el bautismo, era señal de la gracia espiritual que en el bautismo se nos confiere.
San Jerónimo
Esta es la unción de Cristo según la carne (a saber, la unción con el Espíritu Santo), de la cual se dice ( Sal 44, 8): "Te ungió, oh Dios, el Dios tuyo con óleo de alegría, con preferencia a tus compañeros".
Beda
Con mucha razón desciende el Espíritu Santo en forma de paloma, porque es animal de gran sencillez y no tiene la malicia de la hiel. De este modo nos insinúa figuradamente que busca los corazones sencillos y que no se digna habitar en la mente de los impíos.
San Jerónimo
Desciende el Espíritu Santo en forma de paloma, porque en el Cántico se dice de la Iglesia (Ct 2, 10; 5, 2): "Esposa mía, amiga mía, prójimo o compañero mío, amada mía, paloma mía". Esposa de los patriarcas, amiga de los profetas, prójimo en José y María, amada en Juan Bautista, paloma en Cristo y los apóstoles, a quienes se dice ( Mt 10, 16): "Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas".
Beda
Se posó la paloma sobre la cabeza de Jesús, para que ninguno juzgase que la voz del Padre se dirigía a San Juan y no al Señor. Con razón, pues, añadió: "Y se posó sobre El", esto es en Cristo particularmente, que llenándolo una vez el Espíritu Santo, nunca lo abandonó. De otro modo es con sus fieles, a quienes la gracia del Espíritu se confiere a veces para hacer muestras de virtudes y milagros, aunque otras veces se les quita. No obstante, nunca les falta esta gracia para obrar la piedad y la justicia, y para conservar el amor a Dios y al prójimo. Al mismo que vino a San Juan para ser bautizado con otros, señaló la voz del Padre como verdadero Hijo de Dios, para bautizar al que quisiera en el Espíritu Santo. Y continúa: "Y se oyó una voz del cielo que dijo: Tú eres mi querido Hijo, en quien tengo puesta toda mi complacencia". Con esto no se enseña al Hijo de Dios lo que no sabía, sino que se nos muestra a nosotros lo que debemos creer.
San Agustín, De Cons. Evang., lib.2, cap. 14
San Mateo refiere que dijo: "Mi Hijo querido" ( Mt 3, 17), porque quiso mostrar que tales palabras equivalían a estas otras: "Este es mi Hijo querido". Con ello se indicaba a los que las oían que era el mismo Hijo de Dios. El que vacile entre estas dos frases puede aceptar cualquiera de ellas, con tal que entienda que los que no usaron la misma expresión admitieron el mismo sentido. La complacencia que parecía tener Dios en su Hijo se nos indica con estas palabras: "En quien tengo puesta toda mi complacencia".
Beda
La misma voz enseña también que podemos hacernos hijos de Dios por el agua de ablución y el Espíritu de santificación. El misterio de la Trinidad se demuestra del mismo modo en el bautismo: el Hijo es bautizado, el Espíritu baja en figura de paloma, la voz del Padre al Hijo se oye como testimonio de confirmación.
San Jerónimo
En sentido místico, huyendo nosotros de la veleidad del mundo y atraídos por la fragancia y pureza de las virtudes, corremos con los santos detrás del esposo. Por la gracia del perdón somos purificados con el sacramento del bautismo en las fuentes del amor a Dios y al prójimo. Ascendiendo por la esperanza contemplamos los secretos celestiales con los ojos de un corazón puro. Recibimos después al Espíritu Santo, que baja hasta aquéllos en quienes reina la mansedumbre, la contrición, la humildad y la sencillez de corazón, y permanece en ellos con la caridad que nunca se debilita. Y la voz del Señor desde los cielos se dirige a nosotros, amados por Dios ( Mt 5, 9): "Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios", y entonces se complace en nosotros el Padre con el Hijo y el Espíritu Santo, esto es, cuando formamos un espíritu con Dios.