Catena Áurea
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"Oísteis que se dijo a los antiguos: No adulterarás. Y yo os digo que todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella". (vv. 27-28)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.17, 1
Después que el Señor terminó el primer mandamiento a saber: "No matarás", procede con orden a hablar del segundo. Oísteis que fue dicho a los antiguos: "No adulterarás".
San Agustín, sermones, 9, 3
Esto es, no irás a buscar otra mujer que la tuya. Si exiges de tu mujer esto, ¿no querrás pagarle del mismo modo cuando debes darle ejemplo con tus virtudes? Es muy necio el que el hombre diga que esto no se puede hacer. Lo que hace la mujer, ¿no podrá hacerlo el hombre? No quieras decir: No tengo mujer y por lo tanto voy a buscar a una mujer pública y por ello no quebranto este precepto, puesto que dice: "No adulterarás". Ya has conocido lo que vales, el precio que Cristo pagó por ti: ya sabes qué comes y qué bebes, y también a quién comes y a quién bebes. Sepárate, pues, de las fornicaciones. Cuando corrompes la imagen de Dios (que eres tú), por las fornicaciones y por las complacencias carnales, el mismo Dios también (que sabe lo que te es útil), te manda esto para que no se destruya su templo, que tú has empezado a ser.
San Agustín, contra Faustum, 19, 23
Pero como los fariseos creían que el sólo trato corporal e ilícito con una mujer se llamaba adulterio, el Señor les manifestó que tal concupiscencia no era otra cosa, diciéndoles: "Pues yo os digo que todo aquél que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella". Lo que la ley manda es: "No desearás la mujer de tu prójimo" ( Ex 20, 17), esto les parecía a los judíos que debía entenderse sólo de la acción de quitar la mujer a otro y no del trato carnal.
San Jerónimo
Entre la pasión y el deseo hay la diferencia de que la pasión se considera como vicio, y el deseo aun cuando tiene la misma culpa del vicio, sin embargo, no se considera como crimen. Luego aquel que viese una mujer y observase que su alma se perturba, éste debe considerarse como herido por el deseo. Si consintiese, pasa del deseo a la pasión, y para éste, no sólo hay voluntad de pecar, sino también ocasión. Todo aquél que viese una mujer con ánimo de pecar con ella (esto es, si la mira de tal modo que la desee y se prepare para obrar el mal), éste ya puede decirse con verdad que ha pecado en su corazón.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 12
Tres circunstancias concurren para que se cometa un pecado: la sugestión, la complacencia y el consentimiento. La sugestión se verifica por medio de la memoria, esto es, por los sentidos del cuerpo, en cuyo goce, si alguno se deleita, ha incurrido en delectación ilícita, que debe refrenar. Si ha habido consentimiento, entonces hay pecado completo. La complacencia, sin embargo, antes del consentimiento, o es nula o muy leve. Consentir con ella es pecado cuando es ilícita; pero si se lleva a la práctica, parece que entonces se sacia y se apaga la concupiscencia. Después, cuando la sugestión se repite, la complacencia es mayor, más no lo es tanto como aquella que viene a constituir un hábito, que difícilmente se puede vencer.
San Gregorio, Moralia, 21, 2
Todo aquel que mira exteriormente de una manera incauta, generalmente incurre en la delectación de pecado, y obligado por los deseos, empieza a querer lo que antes no quiso. Es muy grande la fuerza con que la carne obliga a caer, y, una vez obligada por medio de los ojos, se forma el deseo en el corazón, que apenas puede ya extinguirse con la ayuda de una gran batalla. Debemos, pues, vigilarnos, porque no debe verse aquello que no es lícito desear. Para que la inteligencia pueda conservarse libre de todo mal pensamiento, deben apartarse los ojos de toda mirada lasciva, porque son como los ladrones que nos arrastran a la culpa.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17, 2
Si quieres con frecuencia fijar los ojos en las caras hermosas, serás atrapado por completo, aunque acaso puedas contenerte por dos o tres veces, porque esto no está fuera de la humana naturaleza. Pero el que una vez enciende la llama en su corazón (después de vista una mujer), aun cuando no vea sus formas, retiene en sí el recuerdo de las acciones torpes, de cuya representación muchas veces pasa a la obra. Pero si alguna, adornándose demasiado, atrae los ojos de los hombres hacia sí, aun cuando no haga pecar a ninguno, ella padecerá el fuego eterno, porque forma el veneno, aun cuando no encuentre ninguno que lo beba. Lo que dice a los hombres, esto mismo dice a las mujeres, lo que se dice a la cabeza, también se dice al cuerpo.