Catena Áurea
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← Jn 6, 35-40 →
Y Jesús les dijo: "Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no tendrá hambre: y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed. Mas ya os he dicho que me habéis visto, y no creéis. Todo lo que me da el Padre, a mí vendrá, y aquél que a mí viene, no le echaré fuera. Porque descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió. Y ésta es la voluntad de aquel Padre, que me envió: Que nada pierda de todo aquello que El me dio, sino que lo resucite en el último día. Y la voluntad de mi Padre, que me envió, es ésta: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en El tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". (vv. 35-40)
Crisóstomo in Ioannem hom. 44
En lo que sigue el Señor los va a iniciar en el conocimiento de los misterios. En primer término, habla de su divinidad, por lo que les dice: "Y Jesús les dijo: yo soy el pan de la vida". Y no dijo esto refiriéndose a su cuerpo, porque de esto habló más adelante cuando dijo: "el pan que os daré, es mi propia carne". Pero ahora habla de su divinidad, porque su carne es pan por la Palabra de Dios, que se convierte en pan celestial para todo aquél que recibe su mismo espíritu.
Teofilacto
Y no dijo: yo soy el pan de alimento, sino de la vida. Y como todas las cosas estaban muertas, Jesucristo nos da vida por medio de sí mismo. Luego es un pan, no de la vida ordinaria, sino de aquélla que no concluye con la muerte. Por esto añade: "El que a mí viene, no tendrá hambre; y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed".
San Agustín In Ioannem tract., 25.
El que viene a mí, esto es, el que cree en mí. Y cuando dijo: no tendrá hambre, debe entenderse esto mismo, y cuando dice que nunca tendrá sed, con una y otra cosa significa aquella saciedad eterna en donde nunca hay hambre.
Teofilacto.
No se tendrá sed ni hambre, esto es, de oír la palabra de Dios, ni se cansará, ni será mortificado con sed intelectual, como sucedería cuando no tuviera el agua del bautismo y la santificación por el Espíritu Santo.
San Agustín, ut supra
Vosotros pues deseáis el pan del cielo, el mismo que tenéis a la vista, pero no lo coméis. Por esto sigue: "Mas ya os he dicho que me habéis visto, pero que no me creéis".
Alcuino
Como diciendo: no he dicho esto porque yo piense que seréis saciados con este pan, sino más bien lo digo para que os avergoncéis de vuestra incredulidad, porque veis y no creéis.
Crisóstomo, ut supra
O acaso en aquellas palabras "os he dicho", da a conocer el testimonio de las Escrituras, al cual se había referido antes, cuando decía: "Ellas son las que dan testimonio de mí" ( Jn 5, 39). Y en otro lugar les había dicho: "porque he venido en nombre de mi Padre, y no me habéis recibido" ( Jn 5, 43). Y en cuanto a lo que les dijo: "Y que me habéis visto", etc., se refiere, aunque de una manera oculta, a los milagros.
San Agustín, ut supra
No soy yo quien ha perdido al pueblo de Dios, porque vosotros me habéis visto y no me habéis creído. Por esto sigue: "Todo lo que me da el Padre, a mí vendrá, y aquél que a mí viene, no le echaré fuera".
Beda
Dice "Todo" en absoluto para designar la plenitud de los fieles. Porque éstos son los que el Padre da al Hijo, cuando por medio de una inspiración interior les hace creer en el Hijo.
Alcuino
Todo aquél a quien el Padre traiga con el fin de que crea en mí, vendrá a mí por medio de la fe, de tal modo, que a mí se una. Y a todo aquél que venga a mí por medio de la fe y de las buenas acciones, no lo echaré fuera, esto es, habitará conmigo en el secreto de su conciencia limpia y al fin lo recibiré en la eterna bienaventuranza.
San Agustín, ut supra
Aquel interior de donde no se sale fuera es un gran santuario, un dulce apartamiento sin tedio, sin la amargura de los malos pensamientos y sin la interposición de las tentaciones y de los dolores. Del cual se dice: "Entra en el goce de tu Señor" ( Mt 25, 21).
Crisóstomo, ut supra
En lo que dice: "Todo lo que me da el Padre", demuestra que no es una cosa contingente el creer en Jesucristo, ni se consigue por medio de la sola razón humana, sino que necesita de aquella revelación que procede de lo alto, aun en el alma piadosa que recibe la revelación. Por donde no están exentos de culpa aquéllos a quienes el Padre no da, porque también necesitamos de la voluntad propia para creer. Por medio de esto refuta la incredulidad de aquéllos, manifestando que el que no cree en El se opone a la voluntad del Padre. Mas San Pablo dice que el Hijo los traerá al Padre ( 1Cor 15, 24), esto es, cuando entregue el reino a Dios y al Padre. Y así como el Padre cuando da no se priva de nada, así tampoco el Hijo cuando entrega. Y se dice que el Hijo entrega, porque somos llevados al Padre por medio de El, y respecto del Padre se ha dicho: "Por medio del que habéis sido llamados a vivir en sociedad con su Hijo. Y así, el que viene a mí se salvará, porque he venido y he tomado carne en beneficio de éstos" ( 1Jn 2; 1Cor 1, 9). Por esto sigue: "Porque descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió". Pero, ¿qué dices?, ¿unas cosas son tuyas y otras cosas son de El? Y para que nadie vaya a pensar cosa parecida, añadió: "Y ésta es la voluntad de aquel Padre que me envió: que todo aquél que ve al Hijo, tenga vida eterna". Y por esto quiere también el Hijo, porque Este da la vida a los que quiere. ¿Qué es, pues, lo que dice? No he venido a hacer más que lo que el Padre quiere, como no teniendo separada mi voluntad de la del Padre; todas las cosas que son del Padre son mías. Pero no dijo esto, porque lo deja para el fin. Y entretanto oculta las cosas superiores.
San Agustín In Ioannem tract., 25.
Y por qué no arrojará fuera, lo explica diciendo: "Porque descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió". El alma se separó de Dios porque era soberbia y así por la soberbia fuimos arrojados. Pero volvemos por medio de la humildad, pues el médico, cuando estudia la enfermedad, si cura lo que ha sido producido por una causa y no extirpa la causa misma, manifestará que sólo cura por un poco de tiempo, mas durará la enfermedad mientras no desaparezca la causa. Con el fin de curar las causas de todas las enfermedades (esto es, la soberbia), bajó el Hijo de Dios y se hizo humilde. ¿Por qué, pues, ¡oh hombre! te ensoberbeces? El Hijo de Dios se ha hecho humilde por ti. Pudieras avergonzarte quizá de imitar a un hombre humilde. Imita al menos a un Dios humilde y ésta es la recomendación de la humildad: "No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió". Porque la soberbia hace su propia voluntad y la humildad hace la voluntad de Dios.
San Hilario De Trin., 1, 3
Y no dice esto porque hace lo que no quiere, puesto que da a conocer que su obediencia está subordinada a la voluntad del Padre, queriendo El cumplir la voluntad del Padre.
San Agustín, ut supra
Y por tanto, no arrojaré fuera al que viene a mí porque no he venido a hacer mi voluntad. Siendo humilde he venido a enseñar la humildad y el que viene a mí se incorpora conmigo y se hace humilde, porque no hace su voluntad, sino la de Dios; y no será arrojado fuera. Si lo había sido antes, fue porque era soberbio, y a mí no puede venir el que no sea humilde. Lo que se arroja fuera es la soberbia; el que observa la humildad, no se separa de la verdad. Por lo tanto, no arrojará fuera al que viene a El, porque no viene a hacer su voluntad, como manifiesta cuando añade: "Y ésta es la voluntad de aquel Padre que me envió; que nada pierda de lo que me dio el Padre". Le fue dado todo aquél que observa la humildad ( Mt 18, 14). No hay voluntad en el Padre de que perezca siquiera uno, aunque sea de los más pequeñuelos. De los soberbios puede perecer alguno, pero de los pequeños ninguno perece. Porque si no os hacéis como este pequeñuelo, no entraréis en el reino de la gloria ( Mt 18, 3).
San Agustín De correptione et gracia, cap. 9
Mas los que en los misterios providentísimos de Dios han sido designados, predestinados, llamados, justificados y glorificados (aun cuando aún no hayan sido regenerados, ni aún nacidos), ya son hijos de Dios y no pueden perecer; y éstos son los que vienen verdaderamente a Jesucristo. Y Jesucristo es quien les da la perseverancia en el bien hasta el fin. Y no se concede ésta sino a aquéllos que no perecerán, porque los que no perseveran, perecerán 1.
Crisóstomo in Ioannem hom. 44
Respecto a lo que dijo "que nada pierda de todo aquello", no da a entender que necesite cuidar de ellos, sino que dice esto para que obtengan su salvación. Y después que había dicho: "que nada pierda de aquello, y no lo echaré fuera", añade: "Sino que lo resucitaré en el último día". Porque en el día de la resurrección serán arrojados todos los malos, según dice por San Mateo ( Mt 22, 13): "Cogedlo, y arrojadlo a las tinieblas exteriores". Porque ellos mismos serán los que se perderán, como dice también por medio de San Mateo ( Mt 10, 28): "Quien puede perder su cuerpo y su alma en el infierno". Y por esto, muchas veces les habla de la resurrección, para que no juzguen la providencia de Dios sólo por las cosas presentes, sino también atendiendo a la otra vida.
San Agustín In Ioannem tract., 25.
Y ved cómo habla aquí de aquellas dos resurrecciones: el que viene a mí, resucita ahora, haciéndose humilde en mis miembros; pero lo resucitaré en el último día. Y para probar lo que había dicho: "que todo aquello que el Padre me dio" y respecto de lo que dijo después: "que nada se pierda", añade: "Y la voluntad de mi Padre que me envió, es ésta: que todo aquél que vea al Hijo y crea en El, tenga vida eterna". Antes dijo también ( Jn 5, 24): "El que oye mi palabra y cree en Aquél que me envió", y ahora dice: "El que ve al Hijo y cree en El". No dijo: y cree en el Padre, porque lo mismo es creer en el Hijo que creer en el Padre, puesto que así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también concedió al Hijo que tuviera vida en sí mismo; ( Jn 5, 26) para que éste concediera que todo aquél que vea al Hijo y crea en El tenga vida eterna, y creyendo y pasando la vida, pase como aquella primera resurrección. Y como esta vida no es la única, habla también de la segunda: "Y yo lo resucitaré en el último día".
Notas
1. El concilio de Trento (1547) enseña que: "Si alguno dijere que la gracia de la justificación no se da sino en los predestinados a la vida, y todos los demás que son llamados, son ciertamente llamados, pero no reciben la gracia, como predestinados que están al mal por el poder divino, sea anatema" ( Dz 827).