Catena Áurea

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Y otra vez les habló el Señor diciendo: "Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no anda en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida". (v. 12)


Alcuino
Como había absuelto a aquella mujer de su culpa, para que no dudasen de si podría perdonar pecados quien aparecía como puro hombre, se dignó demostrar más claramente el poder de su divinidad. Por esto dice: "Y otra vez les habló Jesús diciendo: "Yo soy la luz del mundo".

Beda
En lo que debe observarse que no dice yo soy la luz de los ángeles, o del cielo, sino la luz del mundo, esto es, de los hombres, que habitan en las tinieblas, según dicen aquellas palabras: "Para alumbrar a aquellos que están sentados en la sombra y en las tinieblas de la muerte" ( Lc 1, 79).

Crisóstomo, in Ioannem, hom.51
De otro modo, como le atribuían por patria a Galilea, y dudaban si sería alguno de los profetas (o que sería un profeta cualquiera), quiso demostrar que no era un profeta, sino el dominador de todo el universo. Por esto dice: "Y otra vez les habló Jesús diciendo: "Yo soy la luz del mundo", no sólo de Galilea, ni de Palestina, ni de Judea.

San Agustín, in Joannem, tract. 34
Los maniqueos creyeron que ese sol visible a los ojos de la carne era Nuestro Señor Jesucristo, pero la Iglesia católica desaprueba tal error, porque no es el Señor un sol creado, sino quien creó al sol. Todas las cosas fueron creadas por El, y para nosotros se hizo esa Luz que estando debajo del sol produjo el sol. Pero está encubierta con la nube de la carne, no para que se oscurezca, sino para mitigar sus rayos. Hablando a través de la nube de la carne, la luz que no puede faltar, la luz de la sabiduría, dice a los hombres: "Yo soy la luz del mundo" ( Jn 1, 3).

Teofilacto
Pueden aducirse en contra de Nestorio estas palabras; porque no dijo que en mí está la luz del mundo, sino que yo soy la luz del mundo, porque el que parecía sólo hombre era el Hijo de Dios y la luz del mundo. Por tanto el Hijo de Dios no habitaba (como afirma Nestorio con mucha palabrería) en un simple hombre 1.

San Agustín, ut sup
Y hace que separes tus miradas de la carne, y te lleva a la visión del espíritu cuando añade: "El que me sigue, no anda en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida". No cree suficiente el decir, "Tendrá la luz", sino que añade "de la vida". Estas palabras del Señor están conformes con las del salmo: "Con tu luz veremos la luz, porque en ti se encuentra la fuente de la vida" ( Sal 35, 10). En los usos de la vida corporal una cosa es la luz y otra la fuente; la boca busca la fuente, los ojos la luz. Pero en cuanto a Dios lo mismo es la luz que la fuente. El mismo que te alumbra para que veas, es el que mana para que bebas. Las promesas que hace las expresa con un futuro, mas fijó el tiempo presente para lo que debemos hacer. Dice: "El que me sigue, tendrá". Ahora sigue por la fe; después poseerá en la realidad. Sigamos al sol visible, y entonces le seguiremos hacia el Occidente, que es hacia donde camina; y porque si no, él te abandonará aunque tú no quieras dejarle. El Señor está todo en todas partes; si no te separas de El, El nunca se ocultará para ti. Deben temerse las tinieblas de las costumbres, no de los ojos. Y si de los ojos, no de los exteriores, sino de los interiores, por los que no se distingue lo blanco de lo negro, sino lo justo de lo injusto.

Crisóstomo, ut supra
En sentido espiritual, dijo: "No anda en tinieblas", esto es, no permanece en el error. Por eso alaba a Nicodemo y a los sirvientes y les enseña a vencer los engaños (o a prevenir los fraudes) que hay en el error, pero que no eclipsarán a la luz.

Notas

1. "La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella S. Cirilo de Alejandría y el tercer Concilio Ecuménico reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que 'el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre'. La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el Concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: 'Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne'." ( Catecismo de la Iglesia Católica, 466).

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