Catena Áurea

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"Y ahora voy a Aquél que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas? Antes, porque yo os he dicho estas cosas, la tristeza ha ocupado vuestro corazón, mas yo os digo la verdad: que conviene a vosotros que yo me vaya, porque si no me fuere no vendrá a vosotros el Consolador: mas si me fuere, os lo enviaré, y cuando El viniere argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, ciertamente porque no han creído en mí; y de justicia, porque voy al Padre y ya no me veréis; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado". (vv. 5-11)


Crisóstomo, in Ioannem, hom. 78
Como los discípulos aún no eran perfectos, les asaltó la tristeza; y el Señor, reprendiéndoles, les alentó diciendo: "Y ahora voy a Aquel que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas?" Y era que como habían oído que cualquiera que los matara creería hacer un servicio a Dios, se acobardaron de tal manera que no le hablaban palabra. Por eso dice: "Porque os he dicho esto, la tristeza se ha apoderado de vuestro corazón", etc. No es pequeño consuelo saber que Dios conocía su gran tristeza por su abandono, por los trabajos que les había dicho que habían de pasar, y que no sabían si los podrían soportar varonilmente.

San Agustín, in Ioannem, tract., 94
O bien porque anteriormente le habían preguntado a dónde se iría, y les había respondido "que ellos no podrían ir a donde El iría", ahora que les asegura que se va, ninguno le pregunta a dónde, y por esto dice: "Y ninguno de vosotros me pregunta ¿dónde vas?" etc. Al irse el Señor al cielo no le preguntaron con palabras, sino que le acompañaron con su mirada. Pero veía el Señor el efecto que en sus corazones hacían sus palabras. Puesto que no tenían aún el consuelo interior del Espíritu Santo que habían de recibir, temían perder lo que exteriormente veían en Cristo. Además, puesto que el Señor siempre decía la verdad, no cabía que dudasen de que los iba a dejar. Así pues, el humano cariño los entristecía, y por esto les dijo: "Porque os he dicho esto, la tristeza se ha apoderado de vuestro corazón", etc. Pero El conocía qué era lo que más les convenía, porque la visión interior con que el Espíritu Santo había de consolarles, era mejor. Por esto añadió: "Pero os digo, en verdad, que os conviene que yo me vaya", etc.

Crisóstomo, ut supra
Como si dijera: Aunque os contristéis mil veces, os conviene oír que es útil que yo me aparte de vosotros. Y la razón por qué conviene, la manifiesta diciendo: "Si no me ausentara, el Paráclito no vendrá a vosotros".

San Agustín, De Trin, 1, 9
Esto lo dijo, no porque medie desigualdad entre el Verbo de Dios y el Espíritu Santo, sino porque la presencia del Hijo del hombre entre ellos, era un obstáculo a la infusión de sus dones, porque el que había de venir no era menor, pues no se anonadó como el Hijo tomando forma de siervo ( Flp 2), y convenía que desapareciese de los ojos de ellos la forma de siervo, en la que sólo consideraban a Cristo a quien veían. Por lo que dice: "Si yo marcho, os lo enviaré".

San Agustín, in Ioannem, tract., 94
Acaso, estando El aquí, ¿no podía enviarlo? Sabemos que vino y permaneció sobre El en el bautismo, y aun sabemos que nunca se separó de El. ¿Por qué, pues, el decir "Si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros", sino porque no podéis recibir el Espíritu Santo, cuando persistís en no conocer a Cristo sino según la carne? Separándose Cristo corporalmente, vino a ellos espiritualmente, no sólo el Espíritu Santo, sino que también el Padre y el Hijo.

San Gregorio, Moralium, 8, 17
Como si claramente dijera: Si no sustraigo mi cuerpo de vuestras miradas, no alimentaré invisiblemente vuestro espíritu con el Consolador Espíritu Santo.

San Agustín, De verb Dom. Serm. 60
Esta bienaventuranza nos trajo el Espíritu Santo: que, separada de nuestros ojos de carne la forma de siervo que tomó en el vientre de la Virgen, pueda contemplarle la agudeza de nuestra inteligencia purificada en la misma forma de Dios, con la que es igual al Padre, conservando al mismo tiempo aquella en que se dignó aparecer en carne.

Crisóstomo, ut supra
¿Qué es lo que aquí dicen los que no opinan del Espíritu Santo como se debe? ¿Es normal que se vaya el señor para que venga el siervo? 1 Mas para demostrar cuál sea la utilidad de la venida del Espíritu Santo, añade: "Y cuando vendrá argüirá al mundo de pecado" etc.

San Agustín, in Ioannem, tract., 95
¿Por ventura Cristo no arguye al mundo? O ¿acaso porque Jesucristo no habló más que con la nación judía, no argüirá al mundo? Pero el Espíritu Santo ¿no arguyó acaso, no sólo a una nación, sino a todo el mundo por medio de sus discípulos esparcidos por todo el orbe? ¿Y habrá quien se atreva a decir que es el Espíritu Santo y no Cristo quien arguye por medio de los discípulos de Cristo, cuando clamaba el Apóstol: "¿Acaso queréis experimentar si es Cristo el que en mí habla?" ( 2Cor 13, 3). Cristo es, pues, quien arguye a los que arguye el Espíritu Santo. Pero dijo "El argüirá al mundo", como si dijera: El derramará la caridad en vuestros corazones. Así, pues, depuesto todo temor, tendréis libertad para reprender. Después explica lo que había dicho, del siguiente modo: "De pecado ciertamente, porque no creyeron en mí". Y citó este pecado como el mayor de todos, porque perseverando éste los demás son retenidos, y desapareciendo éste todos son perdonados.

San Agustín, De verb Dom. Serm. 61
Pero hay gran diferencia entre creer que es Cristo y creer en Cristo, pues que es Cristo, hasta los demonios lo creyeron. Pero cree en Cristo quien espera en El y le ama.

San Agustín, in Ioannem, tract., 95
Es acusado el mundo de pecado, porque no cree en Cristo, al mismo tiempo que los creyentes son acusados de justicia, porque la comparación entre los fieles es la reprobación de los infieles. "Y de justicia, porque voy al Padre", y dado que el sentido de la palabra infidelidad se acostumbra a usar en el sentido que expresa la pregunta: ¿cómo creemos aquello que no podemos ver?, conviene, pues, definir en qué consiste la justicia de los que creen. Y esto queda expresado en la frase: "Porque voy al Padre, ya no me veréis". Bienaventurados, pues, los que no ven y creen. Porque los que vieron a Cristo no merecieron alabanza por su fe, porque creían lo que veían, esto es, al Hijo del hombre, pero sí en cuanto creían lo que no veían, esto es, al Hijo de Dios. Pero cuando desapareció de su presencia la forma de siervo, entonces se verificó completamente la palabra: "El justo vive de la fe" (Rm 1, 17). Consistirá, pues, vuestra justicia, de la que acusará al mundo, en que creeréis en mí, a quien no veréis; y cuando me viereis como ahora, no me veréis del modo que estoy con vosotros, esto es, no me veréis mortal, sino eterno. Al decir, pues, "ya no me volveréis a ver", profetizó que en adelante ya nunca le verían.

San Agustín, De verb Dom. serm. 61
O de otro modo: ellos no creyeron que iba al Padre y éste fue su pecado. Pero del Señor fue la justicia. Porque si fue misericordia el venir del Padre a nosotros, fue justicia el volver al Padre, según aquellas palabras del Apóstol: "Porque Dios le exaltó" ( Flp 2, 9). Pero si vuelve solo al Padre, ¿qué bien nos resulta a nosotros? No va solo, porque Cristo es uno con todos sus elegidos, así como la cabeza con el cuerpo. El mundo es acusado de pecado en aquellos que no creen en Cristo, y de justicia en los que resucitan como miembros de Cristo. Sigue: "De juicio, pues, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado". Esto es, el diablo, príncipe de los inicuos, que en su corazón no viven sino en este mundo, al que aman. En esto mismo que el diablo fue echado fuera, juzgado está, y éste es el juicio del cual el mundo es acusado, porque se lamenta en vano del diablo, el que no quiere creer en Cristo; y juzgado, esto es, echado fuera, le es permitido atacarnos desde fuera para ejercitar nuestra virtud y vencerle en el martirio, no sólo los varones, sino que también las mujeres, los niños, y hasta las tiernas doncellas.

San Agustín, in Ioannem, tract., 95
Juzgado está, porque fue condenado irrevocablemente al fuego eterno. En este juicio está condenado el mundo, porque está juzgado con su príncipe, a quien imita en soberbia e impiedad. Crean, pues, los hombres en Cristo, para que no sean acusados del pecado de infidelidad, con el cual son retenidos todos los demás pecados; pasen al número de los fieles para que no sean argüidos de justicia por aquellos a quienes, justificados, no imitan; y guárdense del futuro juicio para que no sean condenados con el príncipe del mundo, a quien imitan.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 78
O de otro modo: acusará al mundo de pecado, esto es, desechará toda excusa y probará que pecaron los que no creyeron en El, cuando vieron que el Espíritu Santo derramaba sus dones inefables a la invocación de su nombre.

San Agustín, De quaest. Nov. et vet testam, qu. 89
También el Espíritu Santo acusa al mundo de pecado, porque el nombre del Salvador, que es reprobado por el mundo, obra maravillas. El Salvador, después de guardada la justicia, no temerá volver a Aquel que le envió, y por su regreso probará de dónde vino, y por eso dice: "Y de justicia, porque voy al Padre".

Crisóstomo, ut supra
Ir al Padre será un argumento de que observaba vida irreprensible, para que no pudieran decir: "Este hombre es pecador y no es de Dios" ( Jn 9, 24). También porque combatía al enemigo (porque de ser pecador no lo hiciera) no podrán decir que soy seductor y tengo demonio. Y por cuanto fue en fin condenado por mí, sabrán que pueden hollarle con sus pies, y verán manifiestamente mi resurrección porque mi enemigo no pudo impedirla.

San Agustín, ut supra
Viendo los demonios subir las almas de los infiernos a los cielos, conocieron que el príncipe de este mundo había sido ya juzgado como reo en la causa del Salvador, y condenado a perder lo que retenía. Esto, en verdad, se vio manifiestamente en la ascensión del Salvador, y fue manifestado claramente a sus discípulos en la venida del Espíritu Santo.

Notas

1. No debe entenderse como una subordinación del Espíritu Santo al Padre y al Hijo. El Espíritu Santo, "con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (Símbolo niceno-constantinopolitano).

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