Catena Áurea
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← Jn 20, 19-25 →
Y como fue la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas, en donde se hallaban juntos los discípulos por miedo de los judíos, vino Jesús, y se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros". Y cuando esto hubo dicho, les mostró las manos y el costado. Y se gozaron los discípulos viendo al Señor. Y otra vez les dijo: "Paz a vosotros. Como el Padre me envió, así también yo os envío". Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos, y les dijo: "Recibid al Espíritu Santo: a los que perdonareis los pecados, perdonados les son: y a los que se los retuviereis, les son retenidos". Pero Tomás, uno de los doce, que se llamaba Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le dijeron: "Hemos visto al Señor". Mas él les dijo: "Si no viere en sus manos la hendidura de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no lo creeré". (vv. 19-25)
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85
Oyendo los discípulos lo que María anunciaba, era deducible que o no le dieran crédito, o que, creyéndole, se afligieran, pensando que no habían sido dignos de que el Señor se les dejase ver. Pero pensando esto, no dejó el Señor pasar ni un solo día. Pues como ellos sabían que había resucitado y ansiaban verle, aunque estaban dominados del miedo, a la caída de la tarde El mismo se les presentó. Y por eso dice: "Y al concluir el día del primer sábado, estando cerradas las puertas", etc.
Beda
Se ve la debilidad de los Apóstoles en que estaban reunidos y con las puertas cerradas por temor a los judíos, que habían sido antes el motivo de su dispersión. "Vino Jesús y se presentó en medio de ellos". El se les aparece a la caída de la tarde, porque éste era el momento en que naturalmente debían tener más temor.
Teofilacto
O bien porque era cuando debían estar todos reunidos. Cerradas, empero, las puertas, para demostrar que resucitó del mismo modo cerrado con una losa el sepulcro.
San Agustín, in serm. Pasch
Hay algunos que de tal manera se admiran de este hecho, que hasta corren peligro, aduciendo contra los divinos milagros argumentos contrarios de razón. Arguyen, pues, de este modo: Si el cuerpo que resucitó del sepulcro es el mismo que estuvo suspendido de la cruz, ¿cómo pudo entrar por las puertas cerradas? Si comprendieras el modo, no sería milagro. Donde acaba la razón, empieza la fe.
San Agustín, in Ioannem, tract., 121
Las puertas cerradas no podían impedir el paso a un cuerpo en quien habitaba la Divinidad, y así pudo penetrar las puertas El, que al nacer dejó inmaculada a su Madre.
Crisóstomo, ut supra
Es de admirar que no le tuvieran por un fantasma; pero esto fue porque la mujer, previniéndoles, había infundido en ellos mucha fe. Mas presentándose el Señor mismo ante su vista calma con su voz las dudas de su espíritu, y les dice: "La paz sea con vosotros", esto es, no os alarméis. Con lo que recuerda las palabras que les había dicho antes de morir: "Yo os doy mi paz" ( Jn 14, 27). Y otra vez: "En mí tendréis la paz" ( Jn 16, 33).
San Gregorio, In Evang. hom. 26
Y como a la vista de aquel cuerpo vacilase la fe de los que le veían, les enseñó al momento las manos y el costado. Sigue: "Y habiendo dicho esto", etc.
San Agustín, ut supra
Los clavos habían taladrado las manos, la lanza había abierto el costado, y las heridas se conservaban para curar el corazón de los que dudaran.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85
Y como antes de morir les había dicho "Otra vez os veré y se alegrará vuestro corazón", lo cumple. Por esto añade: "Los discípulos se alegraron al ver al Señor".
San Agustín, De civ. Dei, 22, 19
Es de creer que la claridad con que resplandecerán los justos, como el sol en su resurrección, fue velada en el cuerpo de Cristo resucitado a los ojos de los discípulos, porque la debilidad de la mirada humana no la hubiese podido soportar, cuando debían conocerle y oírle.
Crisóstomo, ut supra
Todos estos acontecimientos alentaban una firmísima fe en el corazón de los discípulos. Y porque habían de sostener una guerra implacable de parte de los judíos, otra vez les anuncia la paz. Díceles, pues, de nuevo: "La paz sea con vosotros".
Beda
La repetición es confirmación, y así repite, porque la virtud de la caridad es doble, o porque El es quien hizo de dos cosas una ( Ef 2).
Crisóstomo, ut supra
También demuestra que la santa cruz tiene la virtud de borrar toda tristeza y traernos todos los bienes, esto es, la paz. Esta paz había sido anunciada a las mujeres, porque este sexo estaba sumido en la tristeza desde la maldición pronunciada por Dios: "Con dolor parirás tus hijos" (Gn 3, 16). Y como desaparecen todos los obstáculos y se allana todo para lo sucesivo, añade: "Como me envió el Padre, yo os envío".
San Gregorio, ut supra
Ciertamente el Padre envió al Hijo, a quien constituyó Redentor del género humano por medio de la encarnación. Así, dice: "Así como me envió el Padre, yo os envío". Esto es, al enviaros en medio del escándalo de la persecución, os amo con la misma caridad que me amó el Padre, quien me envió a sufrir la pasión.
San Agustín, in Ioannem, tract., 121
Nosotros reconocemos que el Hijo es igual al Padre, pero en estas palabras reconocemos al Mediador, porque El se manifiesta diciendo: "El a mí y yo a vosotros".
Crisóstomo, ut supra
Así elevó el espíritu de sus discípulos por los hechos y por la dignidad de su misión. Y no pide todavía el poder al Padre, sino que de su propia autoridad se les da. Por eso sigue: "Y habiendo dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo".
San Agustín, De Trin. 4, 20
El soplo corporal de su boca no fue la sustancia del Espíritu Santo, sino una conveniente demostración de que el Espíritu Santo, no tan sólo procede del Padre, sino que también del Hijo. ¿Quién será tan insensato que diga que el Espíritu Santo, dado por insuflación, es diferente del que después de su resurrección envió a los Apóstoles?
San Gregorio, In Evang. hom. 26
¿Por qué, pues, lo da primero a sus discípulos sobre la tierra, y después lo envía desde el cielo, sino porque son dos los preceptos de la caridad, a saber, el amor de Dios y el amor al prójimo? En la tierra se da el Espíritu de amor al prójimo, y desde el cielo el Espíritu del amor a Dios. Pues así como es una la caridad y dos los preceptos, así no es más que uno el Espíritu dos veces dado: el primero por el Señor sobre la tierra, y después descendido del cielo. Porque en el amor del prójimo se aprende cómo puede llegarse al amor de Dios.
Crisóstomo, ut supra
Dicen algunos que por esta insuflación no les dio el Espíritu Santo, sino que los hizo aptos para recibirle. Si, pues, al ver Daniel al ángel se desmayó, ¿qué hubiera sucedido a los discípulos al recibir tan inefable gracia, si antes no hubiesen estado prevenidos? No será pecado decir que ellos recibieron entonces el poder de la gracia espiritual, no de resucitar muertos ni hacer milagros, sino el de perdonar los pecados. De aquí sigue: "A quien perdonareis los pecados, les serán perdonados", etc.
San Agustín, in Ioannem, tract., 121
La caridad de la Iglesia, que por el Espíritu Santo se infunde en nuestros corazones, perdona los pecados de los que son participantes de aquella, pero de aquellos que no lo son, los retiene. Por eso, después que dijo "Recibid el Espíritu Santo", habló a continuación del perdón de los pecados y de su retención.
San Gregorio, ut supra
Conviene saber que aquellos que recibieron antes el Espíritu Santo para vivir inocentemente, y aprovechar a otros en la predicación, lo recibieron visiblemente después de la resurrección del Señor, no para convertir a pocos, sino a muchos; digno es, pues, de considerarse cómo aquellos discípulos, llamados a tan pesado cargo de humildad, fueron elevados al apogeo de tanta gloria. ¡He aquí que no sólo reciben la seguridad de sí mismos, sino que también la magistratura del juicio supremo, para que, haciendo las veces de Dios, retengan a unos sus pecados y los perdonen a otros! En la Iglesia son ahora los Obispos los que ocupan su lugar y la potestad de atar y desatar es la parte de gobierno que les corresponde. ¡Grande honor, pero pesada la carga de este honor! Duro es que el que no sabe gobernar su vida se haga juez de la ajena.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85
Si el sacerdote arreglase bien su vida, pero no cuidase con diligencia de la de los otros, se condena con los réprobos. Sabiendo, pues, la magnitud del peligro, tenles gran respeto, aunque no sean de mucha nobleza, pues no es justo que sean juzgados por los que están bajo su jurisdicción. Y aunque su vida sea muy censurable, no quieras herirle en nada de todo aquello que Dios le ha confiado, pues ni el sacerdote, ni el ángel, ni el arcángel, puede hacer nada en las cosas que son dadas por Dios, sino que son dispensadas por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pues el sacerdote presta su voz y su mano, y no es justo que, por la malicia de otro, sean escandalizados acerca de nuestras creencias los que se convierten a la fe.
Hallándose reunidos todos los discípulos, sólo faltaba Tomás, a consecuencia de la primera dispersión, por lo que dice: "Tomás, uno de los doce, que se llama Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús".
Alcuino
En griego, se llama Dídimo, en latín, doble 1 a causa de la vacilación de su corazón en creer. También quiere decir abismo, porque penetró la profundidad de los abismos de Dios.
San Gregorio, ut supra
No fue casualidad que aquel discípulo elegido estuviese ausente, sino obra de la divina clemencia, para que mientras el discípulo incrédulo palpaba en el cuerpo de su Maestro las heridas, curara en nosotros las de nuestra infidelidad. Más provechosa nos ha sido para nuestra fe la incredulidad de Tomás, que la fe de todos los discípulos, porque mientras él, tocando, es restablecido en la fe, nuestro espíritu se confirma en ella, deponiendo toda duda.
Beda
Se preguntará por qué refiere el Evangelista que Tomás faltaba en aquel momento, cuando Lucas afirma que dos discípulos que habían ido a Emaús, volvieron a Jerusalén, encontrando reunidos a los doce. Pero es menester entender que medió cierto espacio de tiempo desde la hora que se ausentó Tomás y la que estuvo Jesús en medio de ellos.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 86
Así como es censurable la ligereza en creerlo todo, así también lo es el acusar a Tomás groseramente. Diciendo los Apóstoles: "Hemos visto al Señor", no creyó, no tanto por desacreditarles, cuanto por creerlo imposible. Por eso sigue: "Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor; pero él les contestó: Si no viere en sus manos el taladro de los clavos, y metiese mi dedo en la herida de ellos, y mi mano en el lado del Señor, no creeré". Este, más grosero que los otros, buscaba la fe por los sentidos (como el tacto), y ni siquiera daba crédito a sus ojos. Así que no le bastó el decir si no lo viese, sino que añadió: "Y metiese el dedo", etc.
Notas
1. En griego, Didumoj, mellizo.