Catena Áurea
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Y sucedió que, cuando Jesús hubo terminado estos discursos, se maravillaban las gentes de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los Escribas y los Fariseos de ellos. (vv. 28-29)
Glosa
El evangelista, después de exponer la doctrina de Jesucristo, manifiesta los efectos de esta misma doctrina en la muchedumbre diciendo: "Y sucedió que cuando hubo terminado", etc.
Rábano
Esta terminación afecta a la perfección de las palabras y a la integridad del dogma. En cuanto a lo que dice: "Las turbas se admiraban", o representa a los infieles en la muchedumbre (que se admiraban, porque no creían las palabras del Salvador) o se refiere en general a todos aquellos que veneraban en El la excelencia de tanta sabiduría.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 20
El entendimiento del hombre, aplacado razonablemente, alaba; vencido, admira. Todo lo que no podemos alabar dignamente, suscita nuestra admiración. La admiración de aquéllos más bien pertenecía a la gloria de Jesucristo que a la fe de los que lo admiraban. Si hubiesen creído en Cristo, no se habrían admirado. Esto, pues lleva a admirar lo que está más allá del mero decir o hacer; y por eso no admiramos lo que Dios dice o hace, porque todo es menos que el poder de Dios. La muchedumbre era la que se admiraba, esto es, el pueblo sencillo, no los principales del pueblo, que no acostumbraban a oír por el deseo de aprender. El pueblo sencillo oía sencillamente, pero su silencio, si aquéllos hubiesen asistido se hubiese perturbado con sus contradicciones. Donde la ciencia es mayor, allí es más fuerte la malicia. El que se apresura a ser el primero, no se contenta con ser el segundo.
San Agustín, de consensum evangelistarum, 2, 19
De lo que aquí se dice, puede inferirse que la muchedumbre de que se trata es la de los discípulos, de entre los cuales eligió doce, a los que designó con el nombre de apóstoles, lo cual San Mateo pasó en silencio en este lugar de su evangelio, pero lo dice San Lucas. Parece que sólo para sus discípulos pronunció Jesús en el monte este discurso, del cual hace mención San Mateo, pero lo calla San Lucas. Después bajó al llano, y pronunció otro discurso semejante, del que habla San Lucas, y lo calla San Mateo. Aunque también puede suceder (como ya se ha dicho antes), que Jesús pronunciase un solo discurso, estando presentes los apóstoles y la muchedumbre, del que se ocupan San Mateo y San Lucas, de diverso modo, aunque bajo los mismos conceptos, y así se explica lo que se dice de la admiración de la muchedumbre.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25, 1
Indica la causa de esta admiración diciendo: "Estaba, pues, enseñando", etc. Si los escribas, viendo este poder por medio de los milagros, lo separaban de sí, ¿cuánto más se hubiesen escandalizado oyendo esas palabras, que por sí solas manifestaban ese poder? Pero la muchedumbre no sintió esta impresión. Cuando el alma es benévola fácilmente la persuaden los discursos de la verdad. Era tal el poder del que enseñaba, que convencía a muchos y llenaba de admiración a los demás. El placer que experimentaban oyéndole hacía que no lo dejasen, aun cuando callaba, y por eso lo siguieron bajando del monte. Lo que más los admiraba, era que en lo que decía no se apoyase en la autoridad de otro (como habían hecho Moisés y los profetas), sino que se mostraba siempre como quien tiene poder, apoyando en su palabra las leyes que daba: "Yo, pues, os digo" ( Mt 5, 25).
San Jerónimo
Como Dios y Señor del mismo Moisés, añadía a la ley, que creía deficiente lo que le parecía, o cambiaba lo que creía oportuno cuando predicaba al pueblo, como hemos leído más arriba: "Se ha dicho a los antiguos; pero yo os digo" ( Mt 5, 25). Los escribas sólo enseñaban lo que está escrito en Moisés y en los profetas.
San Gregorio Magno, Moralia 23, 13
O bien, Jesucristo sólo ha podido hablar con verdadero poder, porque no había cometido falta alguna. Pero nosotros, como somos débiles, debemos consultar con nuestra debilidad lo que debemos decir a nuestros débiles hermanos.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6
O medían el efecto de su poder con el valor de sus palabras.
San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Esto es lo que da a conocer en los Salmos ( Sal 2, 6-7): "Obraré con confianza en ello: las palabras del Señor son palabras castas, oro probado por el fuego purificado siete veces", por cuyo número, he creído oportuno comparar estos siete preceptos con aquellas siete sentencias, que he puesto al principio de este discurso, cuando he tratado de las bienaventuranzas ( Mt 2, 20). Sigue el mismo santo. El que uno se disguste con su hermano sin motivo alguno, o le diga raca, o lo llame necio, comete una gran soberbia. Contra ello hay un remedio, a saber, pedir perdón con ánimo humilde, para no inflarse con el espíritu de jactancia. "Bienaventurados, pues, los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" ( Mt 2, 22). Hace las paces con su contrario, esto es, presta obediencia a la palabra divina todo aquel que, al abrirse el testamento de su padre, no se inclina a emprender pleitos sino que accede a lo dispuesto, calmado por la piedad. "Bienaventurados, pues, los mansos, porque ellos poseerán la tierra" ( Mt 1, 23). Todo aquel que sienta que las pasiones pecaminosas se levantan contra su voluntad recta, exclame: "Infeliz hombre de mí, ¿quién me librará de la muerte de este cuerpo?" (Rm 7, 24). Y llorando así, invoque el auxilio del divino consolador, porque está escrito: "Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados" ( Mt 5, 4). ¿Qué cosa más penosa puede imaginarse que, para vencer la costumbre de un vicio, cercenar todos los miembros que pueden impedir el Reino de los Cielos, sin quebrantarse de dolor; soportar en el matrimonio todo lo que no es la fornicación, por muy molesto que sea; decir la verdad, no apoyada en la abundancia de juramentos sino en la probidad de costumbres? ¿Mas quién se atreverá a hacer frente a tantos trabajos si no arde de amor de justicia, como encendido de hambre y sed de ella? "Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia, porque serán hartos" ( Mt 5, 10). ¿Quién puede estar preparado a sufrir las injurias de los inferiores, a dar al que le pide, amar a los enemigos, hacer bien a los que le hacen mal, rogar por los que le persiguen si no es perfectamente misericordioso? "Bienaventurados, pues, los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" ( Mt 5, 7). El limpio de corazón tiene puesta la vista en no hacer consistir el fin de sus buenas obras en la complacencia humana, y no se propone por ellas la adquisición de las cosas necesarias para la vida presente, ni condena temerariamente el proceder de los demás. Y cuanto manifiesta de otro, lo manifiesta con una intención tal que no tendría inconveniente en que de él se dijese lo mismo. "Bienaventurados, pues, los limpios de corazón" ( Mt 5, 8), etc. Conviene entender por limpios de corazón, el modo estricto de encontrar el camino de la verdadera sabiduría, que obstruyen las decepciones de los hombres perversos. "Bienaventurados, pues, los pacíficos" ( Mt 2), etc. Ya se tenga en cuenta este orden, o ya cualquier otro, debemos obrar como el Señor nos dice, si queremos edificar sobre roca firme.