Entrada: " Lo que has hecho con nosotros, Señor, es un castigo merecido, porque hemos pecado contra ti y no pusimos por obra lo que nos habías mandado; pero da gloria a tu nombre y trátanos según tu abundante misericordia " (Dn 3, 31.29. 30.43.42).
Colecta (del Misal anterior y antes en el Gelasiano y Gregoriano): " ¡Oh Dios!, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia; derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo ".
Ofertorio: " Dios de misericordia, que nuestra oblación te sea grata y abra para nosotros la fuente de toda bendición ".
Comunión: " Recuerda la palabra que diste a tu siervo, de la que hiciste mi esperanza. Este es mi consuelo en la aflicción " (Sal 118, 49-50); o bien: " En esto hemos conocido el amor de Dios: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos " (1Jn 3, 16).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense y del Misal de París del año 1782): " Que esta Eucaristía renueve nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para que participemos de la herencia gloriosa de tu Hijo, cuya muerte hemos anunciado y compartido ".
El malvado que se convierta de su maldad será salvado. Esto es lo que nos enseñan las lecturas primera y tercera. San Pablo nos exhorta a tener los mismos sentimientos de Cristo, viviendo en humildad, como él vivió.
Por su misma naturaleza, la vocación cristiana exige una respuesta exacta y constante al designio de Dios. De nuestra actitud de fidelidad o infidelidad a este designio depende el que esta vocación, gratuita y amorosa, alcance su coronación, conduciéndonos a la salvación definitiva. Ni irresponsabilidad ante la voluntad salvífica de Dios ni presunción o falsa confianza en nosotros mismos. Hemos de tener una actitud personal de conversión permanente.
– Ez 18, 25-28: Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará la vida. Ezequiel es, en la historia de la salvación, el profeta que más altamente proclama la responsabilidad personal ante la voluntad e iniciativa divinas sobre nuestra vida. La muerte o la vida son consecuencias de una vida vivida en la impiedad o en la honestidad. Cada uno es responsable de sus actos. Cada uno ha de responder con su parte a su propio destino: o con Dios o contra Dios.
– Por eso cantamos en el Salmo 20: " Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna ". Pedimos al Señor que nos enseñe sus caminos, que nos instruya en sus sendas, que caminemos con lealtad, porque Él es nuestro Salvador y todo el día lo estamos esperando. Le rogamos que no se acuerde de nuestros pecados, de nuestras maldades, que tenga misericordia de nosotros por su inmensa bondad. El Señor es bueno y recto, enseña el camino a los pecadores, hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.
– Flp 2, 1-11: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. El modelo de fidelidad a la voluntad del Padre es el mismo Corazón de Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre para enseñar a los hombres a ser y vivir como hijos de Dios. Oigamos a San Agustín:
" Escucha al Apóstol, que quiere que consideremos la misericordia del Señor, quien se hizo débil por nosotros para reunirnos bajo sus alas, como polluelos y enseñar a los discípulos a que si alguno, superada la debilidad común, se ha elevado a una cierta robustez, se compadezca también él de la debilidad de los otros, considerando que Cristo descendió de su celeste fortaleza a nuestra debilidad. Les dice el Apóstol: "tened vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús". Dignaos, dijo, imitar al Hijo de Dios en su compasión hacia los pequeños...
" Al decir "existiendo en la forma de Dios", mostró que era igual a Dios... Como todos los hombres eligen para sí la mejor de las muertes, así eligió la peor de todas, la más execrable para todos los judíos. Él, que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, no temió morir en la ignominia de la Cruz, para librar a todos los creyentes de cualquier otra ignominia. Por tanto, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Con todo es igual a Dios por naturaleza; fuerte en el vigor de su majestad y débil por compasión a la humanidad; fuerte para crearlo todo y débil para recrearlo de nuevo " (Sermón 264).
– Mt 21, 28-32: Después se arrepintió y fue. Ni la falsa fidelidad del presuntuoso, ni la impenitencia del irresponsable son caminos de salvación. Sólo la humilde conversión puede abrir nuestro corazón a la fidelidad ante la voluntad del Padre, según el diseño de fidelidad del Corazón de Jesucristo. Escribe San Jerónimo:
" Son los dos hijos descritos en la parábola de Lucas (cf. Lc 15, 11-32), uno sobrio y otro disoluto, de los que también habla el profeta Zacarías (Za 11, 7). Primero se le dice al pueblo pagano por el conocimiento de la ley natural: "ve y trabaja en mi viña", es decir, no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti. Él respondió con soberbia: "no quiero". Sin embargo, después de la venida del Salvador, hizo penitencia, trabajó en la viña de Dios y reparó con su esfuerzo la obstinación de sus palabras. El segundo hijo es el pueblo judío, que respondió a Moisés: "haremos todo lo que ha dicho el Señor" (Ex 24, 3), pero no fue a la viña, porque después de haber muerto el hijo del padre de familia se consideró heredero.
" Otros no creen que la parábola se refiera a los paganos y a los judíos, sino simplemente a los pecadores y a los justos. El mismo Señor explica a continuación sus palabras: "os aseguro que los publicanos y las prostitutas os precederán en el Reino de Dios". Aquellos que por su mala conducta se habían negado a servir al Señor, después recibieron de Juan el bautismo de penitencia; mientras que los fariseos, que hacían profesión de justicia y se jactaban de cumplir la Ley de Dios, despreciando el bautismo de Juan, no cumplieron los preceptos de Dios " (Comentario al Evangelio de Mateo 21, 32).
El Espíritu de Dios sopla donde quiere: esto es lo que nos dan a entender las lecturas primera y tercera. La segunda lectura nos enseña el buen uso que hemos hacer de las riquezas y que éstas no pueden ser adquiridas injustamente.
Los dones que Dios ha repartido, tanto naturales cuanto sobrenaturales, no son valores absolutos puestos a nuestro servicio egoísta y personalmente irresponsable. Hay que ejercitarlos con la virtud de caridad. No somos dueños absolutos. De todos ellos hemos de dar cuenta a Dios en el día del juicio.
– Nm 11, 25-29: Ojalá todo el pueblo fuera profeta. Dios reparte sus dones gratuitamente, a quien quiere y como quiere. Pero todos los dones divinos han de emplearse para el bien de todos y para la unidad del pueblo de Dios.
El episodio de la lectura sirve para demostrar que el gobierno del pueblo de Dios no es un asunto de naturaleza política o económica, sino solamente religiosa. Los dones de Dios son distribuidos de modo que nadie puede criticarlos o hacer recriminaciones. La Iglesia es guiada por el Espíritu en la predicación de sus verdades y en la santificación de sus miembros por medio de los sacramentos.
– El Salmo 18 nos manifiesta un contenido precioso para meditar sobre la lectura anterior: " los mandatos del Señor alegran el corazón; la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante, la voluntad del Señor es pura y eternamente estable "... Pero podemos presumir de ello. Por eso pedimos al Señor: " preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no nos domine; así quedaremos libres e inocentes del gran pecado ".
– St 5, 1-6: Vuestra riqueza está corrompida. También los bienes materiales caen bajo la ley y responsabilidad de la caridad. Son dones de Dios. Pero nuestro egoísmo puede hacerlos malditos. Así lo enseña el Concilio Vaticano II:
" Los cristianos que toman parte activa en el movimiento económico-social de nuestro tiempo y luchan por la justicia y la caridad, convénzanse de que pueden contribuir mucho al bienestar de la humanidad y a la paz del mundo. Individual y colectivamente den ejemplo en este campo. Adquirida la competencia profesional y la experiencia, que son absolutamente necesarias, respeten en la acción temporal la justa jerarquía de valores, con fidelidad a Cristo y a su Evangelio, a fin de que su vida, tanto la individual como la social quede saturada con el espíritu de pobreza. Quien, con obediencia a Cristo busca ante todo el Reino de Dios, encuentra en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos los hermanos, y para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la caridad " (Gaudium et spes 72).
Clemente de Alejandría decía:
" La posesión de las riquezas es odiosa en público y en particular cuando excede a las necesidades de la vida: la adquisición de las riquezas es trabajosa y difícil, su conservación penosa, y su uso incómodo " (Pedagogo 32, 3).
Y San Hilario:
" No es delito tener riquezas, como se arregle el uso de ellas; porque aunque no se abandonen los fondos que sirven de manantial a la limosna, esto no impide el repartir sus bienes con los necesitados. Luego no es malo tener hacienda, sino poseerla de modo que nos sea perniciosa. El riesgo está en el deseo de enriquecerse, y un alma justa que se ocupa en aumentar su hacienda, se impone una pesada carga; porque un siervo de Dios no puede adquirir los bienes del mundo sin exponerse a juntar vicios que son inseparables de los bienes " (Comentario al Evangelio de San Mateo 19, 8).
– Mc 9, 37-42.44.46-47: El que no está contra nosotros está a nuestro favor. El pecado de escándalo, tan frecuentemente reprobado por Cristo, es siempre el triunfo del egoísmo personal y de la irresponsabilidad humana sobre la ley de la caridad y sobre las necesidades de nuestros hermanos. Cristo lo condenó con palabras durísimas. Hay que proclamarlo por doquier, pues se nota una insensibilidad generalizada con respecto a los escándalos: corrupciones, pornografías, opresiones y mil formas de abusos se comenten con toda naturalidad, sin temor de Dios, sin recriminaciones...
No pueden existir razones que permitan ser indulgentes contra teorías, doctrinas, prácticas y costumbres que conducen al mal o que lo presentan desnaturalizado y privado de malicia. Es nuestra vida íntegra la que ha de proclamar nuestra fe operante o la que puede desmentir en nosotros la verdad de nuestra religiosidad, sea litúrgica o extralitúrgica.
Los Santos Padres han tratado de eso con mucha precisión y muy frecuentemente. Concretamente San Basilio:
" Si aun cuando en las cosas permitidas, y en las que nos es libre hacer o no hacer, causamos escándalo a los débiles o ignorantes, incurrimos en una vigorosa condenación, según dijo el Salvador con estas palabras: "mejor le sería que se arrojase en el mar con una piedra de molino al cuello, que escandalizar a uno de estos pequeñuelos". Vuelvo a decir, nos ha de juzgar con tan terrible rigor sobre las cosas permitidas, ¿qué sucederá en las cosas que son prohibidas? " (Cuestiones 10, 25).
Y San Juan Crisóstomo:
" No me digáis, esto o aquello está prohibido, ni que está permitido, siempre que habléis de alguna cosa que escandaliza a los demás; porque, aunque la permitiera el mismo Jesucristo, si advertís que alguno se escandaliza, absteneos, no uséis del premio que os ha dado. De este modo procedió el grande Apóstol, no queriendo tomar cosa alguna de los fieles, no obstante que el Señor lo había permitido a los Apóstoles " (Homilía 21, 9).
La primera y tercera lecturas enseñan que la vida de aquí abajo prepara la futura. La vida disoluta y egoísta no puede conducir a la gloria futura. La segunda lectura nos exhorta también a llevar una vida de fidelidad para con Dios,
Hemos de tener en cuenta los riesgos que el vivir cotidiano supone para cuantos, conscientes o irresponsables, olvidan temerariamente que todo hombre está llamado a rendir cuentas a Dios al final de su existencia temporal. El amodorramiento típico de las vidas ahogadas por el materialismo o por el egoísmo irresponsable, es la peor droga para nuestra conciencia cristiana. Hay que reaccionar a tiempo.
– Am 6, 1, 4-7: Los que lleváis una vida disoluta, iréis al destierro. La frivolidad egoísta o la inconsciencia de nuestra irresponsabilidad ante Dios son caminos que llevan a la condenación.
Lo que se condena es el exceso de riqueza y, sobre todo, la insensibilidad egoísta que degenera en desinterés no solo religioso, sino también político y civil. A esto conduce el panorama actual consumista, que embota las potencias del alma y la encierra en lo puramente cuantitativo. Dios hizo todo para la utilidad del hombre. Lo que Dios no quiere es el desorden. La Iglesia nos recuerda en sus oraciones litúrgicas que de tal modo utilicemos las cosas temporales que no perdamos las eternas. San Ambrosio escribe:
" Los mundanos estiman las comodidades de la vida como grandes bienes; los cristianos las deben considerar como perjuicios y males. Porque aquellos que reciben bienes en este mundo, como sucedió al Rico avariento, se verán atormentados en el otro; mas los que aquí han sufrido males como Lázaro, hallarán en el cielo su consuelo y alegría " (Sobre los Oficios 19).
Y San Juan Crisóstomo:
" La vida presente es muy semejante a una comedia en la que uno hace el papel de emperador; otro, de general de ejército; otro, de soldado; otro de juez; y así los demás estados. Y cuando llega la noche y se acaba la comedia, el que representaba al emperador ya no es reconocido por emperador; el que hacía de juez, ya no es juez; y el capitán, ya no es capitán; lo mismo sucede en el día que dura esta vida, al fin de la cual cada uno de nosotros será tratado, no según el papel que representa, sino según las acciones que haya ejecutado " (Paranesis 3).
– El Salmo 145 nos presenta un programa de vida con la actuación de Dios: " Él hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos a los ciegos, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... El Señor reina eternamente. Alaba, alma mía, al Señor ".
– 1Tm 6, 11-16: Guarda el mandamiento hasta la venida del Señor. Estamos destinados a la eternidad. El camino es la fe y la actitud de fidelidad amorosa a la Voluntad divina, aceptada con todas sus consecuencias. También nosotros tenemos que vivir la fidelidad al mensaje, custodiarlo intacto, mantener puro el testimonio.
El empeño de la conservación es esencial para todas las Iglesias. Conservar intacto el depósito de la fe quiere decir ser obediente y sumiso a toda la Palabra de Dios, no pretender jamás agotarla, pues es trascendental. En esta conservación, aunque parezca que es una paradoja, está la fuente de la permanente renovación de La Iglesia. El nº 10 de la Constitución Dei verbum del Vaticano II es fundamental: la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia forman una gran unidad. Si se quita una de ellas, las otras dos se tambalean.
– Lc 16, 19-31: Tú recibiste bienes, y Lázaro males; ahora él encuentra consuelo, mientras tú padeces. En la muerte no se improvisa la salvación cristiana. La vida temporal no se vive más que una vez y, tras ella hay un juicio irrevocable (Hb 9, 27).
Jesús no dice que todos los ricos van al infierno, ni que van por haber disfrutado de sus riquezas. El verdadero pecado está en la insensibilidad con respecto a los necesitados, a los pobres, y en el rechazo a una participación consciente y adecuada a los problemas de un pueblo o de una nación, como se dice en la primera lectura de este Domingo. Oigamos a San Ambrosio:
" Con toda intención, el Señor nos ha presentado aquí a un rico que gozó de todos los placeres de este mundo, y que ahora, en el infierno, sufre el tormento de un hambre que no saciará jamás; y no en vano presenta, como asociados a sus sufrimientos, a sus cinco hermanos, es decir, los cinco sentidos del cuerpo, unidos por una especie de hermandad natural, los cuales se estaban abrasando en el fuego de una infinidad de placeres abominables; y, por el contrario, colocó a Lázaro en el seno de Abrahán, como en un puerto tranquilo y en un asilo de santidad, para enseñarnos que no debemos dejarnos llevar de los placeres presentes ni, permaneciendo en los vicios o vencidos por el tedio, determinar una huida del trabajo. Trátase, pues, de ese Lázaro que es pobre en este mundo, pero rico delante de Dios, o de aquel otro hombre que, según el Apóstol, es pobre de palabra, pero rico en fe (St 2, 5). En verdad, no toda pobreza es santa, ni toda riqueza reprensible " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VIII,13).