Entrada: " Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro " (Sal 104, 3-4).
Colecta (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense y del Gelasiano): " Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y para conseguir tus promesas, concédenos amar tus preceptos ".
Ofertorio (del Veronense y del Sacramentario de Bérgamo): " Vuelve tu mirada, Señor, sobre las ofrendas que te presentamos, para que nuestra celebración sea para tu gloria y tu alabanza ".
Comunión: " Que podamos celebrar tu victoria y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes " (Sal 19, 6); o bien: " Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor " (Ef 5, 2).
Postcomunión (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): " Lleva a su término en nosotros, Señor, lo que significan estos sacramentos, para que un día poseamos plenamente lo que celebramos ahora en estos ritos sagrados ".
Toda la ley descansa en el amor a Dios y al prójimo. Es lo que nos proclaman las lecturas primera y tercera. San Pablo en la segunda lectura nos invita a acoger la Palabra de Dios y a difundirla en torno de nosotros con la alegría del Espíritu Santo, y esperando siempre la segunda venida del Señor.
En la revisión de nuestra vida cristianas tiene especial relieve en este Domingo 30 del Tiempo Ordinario el tema de la caridad, como signo de nuestra identidad y de nuestra fidelidad al Evangelio, como mandato peculiar del Señor y como vínculo eclesial que nos une a Cristo y a los hermanos.
– Ex 22, 21-27: Si explotáis a viudas y a huérfanos, se encenderá contra vosotros mi cólera. La autenticidad de nuestra fidelidad a Dios no se mide solo por la piedad; se evidencia, además, en nuestra responsabilidad o irresponsabilidad frente a la indigencia cotidiana o la debilidad de nuestro prójimo.
El texto normativo de la primera lectura se comprende mejor a la luz de la palabra evangélica, que sintetiza la legislación bíblica en un solo mandamiento referido a Dios y al prójimo.
La legislación bíblica tiene su fundamento en la actitud de bondad de Yahvé y en su constante predisposición magnánima, benévola y clemente, que Israel y todos nosotros hemos de hacer patente en toda nuestra conducta.
– Con el Salmo 17 decimos al Señor con todo el corazón: " Yo te amo, tú eres mi fortaleza, mi Roca, mi alcázar, mi baluarte, mi peña, mi refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte ". Por eso lo invocamos y lo alabamos con todo entusiasmo: " viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador ".
– 1Ts 1, 5-10: Abandonásteis los ídolos para servir a Dios, esperando la vuelta de su Hijo. Por la auténtica caridad cristiana el creyente tiene que testificar su fe evangélica ante Dios y ante el prójimo. San Juan Crisóstomo, poniéndose en lugar de San Pablo, dice:
" Es verdad que os he predicado el Evangelio para obedecer un mandato de Dios, ¡pero os amo con un amor tan grande que habría deseado poder morir por vosotros! Tal es el modelo acabado de un amor sincero y auténtico. El cristiano que ama a su prójimo debe estar animado por esos sentimientos. Que no espere a que se le pida entregar su vida por su hermano; antes bien ha de ofrecerla él mismo " (Homilía 2 sobre San Pablo, 3).
– Mt 22, 34-40: Amarás al Señor, tu Dios, y al prójimo como a ti mismo. El Evangelio ha fundido en uno los dos mandamientos supremos. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, ni se puede amar cristianamente al prójimo sin verdadero amor a Dios. Santa Catalina de Siena decía: " Ahí está tu prójimo, manifiéstale el amor que tienes a Dios ". Ante una casuística rabínica, muy compleja, y una innecesaria multiplicación de prescripciones, Jesucristo simplifica y sintetiza el comportamiento del hombre en el amor a Dios y al prójimo.
El amor al prójimo no está desvinculado de las situaciones reales de la vida humana. Amar a Dios y al prójimo con todo el corazón significa amar con la totalidad de nuestra persona y de nuestra actividad, y dentro de la comunidad de la que formamos parte. San Agustín comenta este pasaje evangélico:
" Un ala es "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente". Pero no te quedes con un ala; pues si crees tener un ala sola, no tienes ninguna. "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". "Si no amas a tu hermano a quien ves, ¿cómo puedes amar a Dios a quien no ves?" (1Jn 4, 20). Busca, pues, otra ala, y así volarás, así te despegarás de la codicia de lo terreno y fijarás tu amor en lo celeste. Y mientras te apoyas en ambas alas, tendrás arriba el corazón, para que el corazón elevado arrastre arriba a su carne a su debido tiempo " (Sermón 68, 13).
La curación del ciego de Jericó, relatada en el Evangelio de hoy, ha sugerido el pasaje de Jeremías de la primera lectura. La segunda lectura nos expone el sacerdocio de Jesucristo, que siempre intercede por nosotros. Él es el gran Mediador entre Dios y los hombres.
El don de la fe que, por amorosa iniciativa divina, hemos recibido puede ofrecernos la luz sobrenatural suficiente para superar la ceguera angustiante del hombre viejo y carnal. Siempre para la existencia humana será más trágica la ceguera naturalista o autosuficiente del hombre privado de la fe cristiana, que la misma ceguera material de los cuerpos.
– Jr 31, 7-9: Congregaré a ciegos y cojos. En la historia de la salvación, solo a la luz de la fe y de la Revelación puede el hombre descubrir los designios amorosos de Dios en los acontecimientos de la vida.
El anuncio de la inminente liberación está formulado por el profeta con una invitación litúrgica a celebrar y alabar al Señor, porque ha cumplido su obra a favor del pueblo elegido. La felicidad de Israel proviene únicamente de la bondad y omnipotencia de su Dios tanto en el pasado como en el futuro. A Él va dirigida toda la alabanza y toda gloria. La Biblia es un inmenso coro de cantos de exultación y de gratitud por las continuas intervenciones salvíficas de Yahvé. El profeta es el primero en verlo y celebrarlo: " Gritad de alegría... regocijaos, proclamad, alabad y decid: "el Señor ha salvado a su pueblo" ". Él es un Padre para Israel, para la Iglesia, para cada uno de nosotros.
– Por eso seguimos exultando con el Salmo 125: " Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar, la boca se nos llenaba de risa, la lengua de cantares. Hasta los gentiles decían: "el Señor ha estado grande con ellos" ". Así es. Por eso en la liturgia cristiana siempre cantamos con alegría al Señor.
– Hb 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Jesús, Testigo del Padre y Pontífice y Mediador de nuestra salvación, es quien elige de entre sus discípulos aquellos que deben participar especialmente de su sacerdocio ministerial. Escribe San Juan Crisóstomo:
" Al preguntar a Pedro si le ama, no se lo pregunta porque necesite conocer el amor de su discípulo, sino porque quiere mostrar el exceso de su propio amor. Y así al decir: "¿quién es el siervo fiel y prudente?" no lo dice como ignorando quién es, sino para enseñarnos la singularidad de este hecho y la grandeza del oficio. Mira si es grande, mirando su recompensa: por él lo constituye sobre todos sus bienes, y concluye que, moralmente, el sacerdote debe sobresalir por su santidad " (Sobre el Sacerdocio 2, 1-2).
– Mc 10, 46-52: Señor, que veamos, como el ciego de Jericó. Para ver y reconocer a Cristo, necesitamos que Él nos ilumine. Cristo es " el autor de nuestra fe " (Hb 12, 2). El conocimiento de Jesús por la fe obra la salvación completa del hombre, le muestra la Verdad única que ha de seguir, le libera de la ceguera interior y exterior, y si así Él lo quiere, le otorga como complemento la misma vista física. La omnipotencia divina está siempre dispuesta a favorecer a quien se deja conducir por la fe verdadera, suscitada por el Espíritu. La fe auténtica, que proviene de lo alto, produce un genuino testimonio y no permite que sean desviados los que creen en la verdad de Cristo crucificado y resucitado. San Cirilo de Alejandría comenta:
" Cuando admitimos la fe, no por eso excluimos la razón; por el contrario, procuramos con ella adquirir algún conocimiento, aunque oscuro, de los misterios; pero con justo motivo preferimos la fe a la razón, porque la fe es la que precede, y la razón no hace más que seguirla, según este lugar de la Escritura: "si no creéis, no conoceréis". A la verdad, si no sentáis los fundamentos de la fe, excluyendo toda duda, jamás podréis levantar el edificio fundado sobre el conocimiento de Jesucristo, y por consiguiente, no podréis llegar a ser hombres espirituales " (Comentario al Evangelio de San Juan 20, 2).
Dios escucha la oración de los humildes (lecturas primera y tercera). San Pablo nos transmite su último mensaje antes del martirio: todos le han abandonado, pero él permanece en el Señor, que lo colmará de su fuerza. Dios, que resiste a los soberbios de corazón, derrama su gracia sobre los pobres de espíritu y los humildes de corazón. Por eso, la postura más verdadera del alma ante Dios es siempre la de una consciente humildad o actitud de indigencia orante. Cualquier autosuficiencia personal o colectiva es, por sí misma, antievangélica y, en definitiva, esencialmente antirreligiosa.
– Si 35, 15-17.20: Los gritos de los pobres atraviesan las nubes. La preferencia del Señor se inclina a los débiles e indefensos. Esto, que ya estaba anunciado como signo del tiempo mesiánico, se cumple en la persona de Jesucristo. Él mismo lo aduce como signo acreditador de su venida (Mt 11, 5; Lc 8, 19). También Él viene y vive en la pobreza. Los pobres son evangelizados y son llamados dichosos en la nueva economía de la gracia (Lc 6, 10): ellos forman la primitiva Iglesia (St 2, 1). El Señor consuela a los humildes y les da su gracia (2Co 7, 6), oye la oración y los gemidos de los humildes (Sal 11, 6), y justifica al que ora con humildad (evangelio de hoy).
– Frente a la injusticia humana que explota al pobre, Dios se constituye en juez de apelación en favor del oprimido. Así cantamos en el Salmo 33: " Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha ". Bendigamos al Señor en todo momento, su alabanza esté siempre en nuestra boca, pues " el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos ".
– 2Tm 4, 6-8.16-18: Ahora me aguarda la corona merecida. Como San Pablo, el corazón humilde y esperanzado ante los dones divinos posee siempre la invencible confianza de una fidelidad amorosa de Dios, que le salvará. Comenta San Agustín:
" Veía Pablo la inminencia de su pasión; la veía, pero no la temía. ¿Por qué no la temía? Porque antes había dicho: "deseo morir y estar con Cristo" (Flp 1, 23). Nadie dice que va a comer, que va a disfrutar de un gran banquete, con tanto gozo, como él dice que va a padecer. "Estoy a punto de ser inmolado". ¿Qué significa estar a punto de ser inmolado? Que será un sacrificio para Dios. "Me encuentro seguro: arriba tengo al sacerdote que me ofrecerá a Dios. Tengo como sacerdote al mismo que antes fue víctima por mí" " (Sermón 298, 3).
– Lc 18, 9-14: El publicano bajó a su casa justificado, pero el fariseo, no. La soberbia humana, enmarcada en falsas piedades, hace al hombre repulsivo ante el Padre y temerario en sus propios juicios despiadados sobre los demás.
La oración del fariseo tiene algunas perfecciones externas: se hace en el templo, en la actitud acostumbrada por los judíos, ofreciendo una acción de gracias, etc., pero es rechazada porque le falta lo principal. No busca en Dios lo que únicamente se debe a Dios: la salvación. Da gracias porque se cree justo, no como los demás hombres, que son injustos y pecadores...
La oración del publicano es todo lo contrario: pide a Dios lo que solo Él puede dar, la salvación. No solo en el templo y ante el altar es preciso vivir en profundidad la actitud humilde del cristiano consciente ante Dios. También en nuestra vida diaria y en nuestras relaciones con los demás podemos pecar de ser engreídos y presumidos. Solo viviendo siempre en la humildad se hace nuestra vida íntegramente auténtica ante Dios y ante los hombres, nuestros hermanos.