Entrada: " No me abandones, Señor, Dios mío, no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación " (Sal 37, 22-23).
Colecta (del Misal anterior y antes en el Gregoriano, con retoques del Veronense y Gelasiano): " Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor tuyo el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes ".
Ofertorio (compuesta con un texto del Sermón 91 de San León Magno): " Que este sacrificio, Señor, sea para ti una ofrenda pura, y para nosotros una generosa efusión de tu misericordia ".
Comunión: " Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia " (Sal 15, 11). O bien: " El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí " (Jn 6, 58).
Postcomunión (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): " Te rogamos, Señor, que aumente en nosotros la acción de tu poder, para que, alimentados con estos sacramentos, tu gracia nos disponga a recibir las promesas con que los enriqueces ".
La actitud del soberbio es siempre repugnante y hace repulsiva la religiosidad y la misma fe que profesamos. La soberbia puede adoptar forma de engreimiento personal, forma de irresponsabilidad, de autoritarismo, de intransigencia... Todo esto separa de Dios, que es el Todo Otro. Ante Dios no hay más superioridad humana que la de la verdad, la sinceridad y la humildad, avaladas por la virtud de la caridad.
– Ml 1, 14-2, 2.8-10: Os apartasteis del camino y habéis hecho tropezar a muchos en la ley. Aun el sacerdocio, en Israel, y cualquier autoridad religiosa sobre el pueblo de Dios merecen la reprobación divina, si no testifican la verdad y el amor de Dios a su pueblo. Es necesario dar buen ejemplo. Para todos es urgente la coherencia entre fe y vida. Así dice San Agustín:
" ¿Qué pensar de los que se adornan con un nombre y no lo son? ¿De qué sirve el nombre si no se corresponde con la realidad? Así, muchos se llaman cristianos, pero no son hallados tales en la realidad, porque no son lo que dicen en la vida, en las costumbres, en la esperanza, en la caridad " (Trat. sobre I Juan 4, 4).
Y también: " ¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo con lo que pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la mejor alabanza que podéis tributarle, si es buena vuestra conducta " (Sermón 34).
– Con el Salmo 130 pedimos al Señor que guarde nuestra alma en la paz y en la humildad, siempre junto a Él: " Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espero en el Señor ahora y por siempre ".
– 1Ts 2, 7-9.13: Deseábamos no sólo entregaros el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas. El verdadero amor cristiano, por lo que tiene de humilde servicio a los demás, constituye la mejor garantía de nuestra autenticidad cristiana en la Iglesia. San Juan Crisóstomo, se pone en lugar de San Pablo y dice:
" "Es verdad que os he predicado el Evangelio para obedecer un mandato de Dios. ¡Pero os amo con un amor tan grande que hubiera deseado morir por vosotros!" Pues bien, ése es el modelo acabado de un amor sincero y auténtico. El cristiano que ama a su prójimo debe estar animado por estos sentimientos. Que no espere a que se le pida entregar su vida por su hermano, antes bien debe ofrecerla él mismo " (Homilía sobre I Tes 2).
– Mt 23, 1-12: No hacen lo que dicen. El Evangelio de Jesús es diáfano: " el que se exalta, será humillado... y el que se humilla será enaltecido " (Mt 23, 12). Podemos decir, en síntesis, que todo el mensaje bíblico de este Domingo es: " una vida para Dios ". Una vida orientada a la glorificación de Dios, no a conseguir la propia gloria. Dice San Juan Crisóstomo:
" ¿Quién es más manso, quien más bueno que el Señor? Es tentado por los fariseos, y sus trampas se rompen... Y sin embargo, por respeto al sacerdocio, por la dignidad de su nombre, exhorta al pueblo a sometérseles en consideración no de sus obras, sino de su doctrina... Mientras ellos dilatan innecesariamente sus filacterias y agrandan las franjas para obtener la alabanza de los hombres, les reprocha que pretendan los primeros lugares en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se den en público a la gula, a buscar la gloria y hacerse llamar por los hombres Maestros " (Comentario al Evangelio de Mateo 23, 3 y 7).
Las lecturas primera y tercera nos hablan del amor a Dios y al prójimo. En la segunda lectura se nos expone la supremacía del sacerdocio de Cristo sobre el del Antiguo Testamento: es un sacerdocio santo y eterno. Nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y, por amor a Dios, el amor a nuestros hermanos, constituyen insoslayablemente el signo fundamental de nuestra autenticidad cristiana.
– Dt 6, 2-6: Escucha, Israel: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. Toda la historia de la salvación es fruto de una iniciativa de amor divino, que nos exige, a su vez, una correspondencia plena de amor filial. El tema del amor de Dios es en el Antiguo Testamento fundamental, y en el Deuteronomio, concretamente, es característico y hasta exclusivo. Oigamos a San León Magno, que trata del hambre y sed que hemos de tener de Dios:
" Ninguna cosa temporal apetece esta hambre, ni ninguna cosa terrena anhela esta sed, sino que desea saciarse del bien de la justicia y, de modo oculto a la mirada de todos, desea llenarse del mismo Señor. Dichoso aquel que ambiciona esta comida y está ávida de esta bebida, pues no la desearía si no hubiese gustado ya esta suavidad. Al escuchar al espíritu profético, que le dice: "gustad y ved qué bueno es el Señor" (Sal 33, 9), recibe ya una porción de la dulzura celestial, y se inflama del amor del casto placer, de modo que, abandonando todas las cosas temporales, anhela con todo su afecto comer y beber la justicia, y abraza la verdad del primer mandamiento, que dice: "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6, 5; Mt 22, 37); porque amar la justicia no es otra cosa que amar a Dios. Y, puesto que al amor de Dios se une el cuidado del prójimo, a este deseo se añade la virtud de la misericordia " (Sermón 95).
– Con el Salmo 17 confesamos ese ardiente amor al Señor: " Yo te amo, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador, mi peña, mi refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte ". Él es todo eso para nosotros, y por eso lo alabamos y le damos gracias.
– Hb 7, 23-28: Como Cristo permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no acaba. Como Hijo muy amado, el Corazón de Jesucristo, Sacerdote y Mediador, nos enseñó el amor al Padre y a nosotros, sus hermanos, hasta el sacrificio total de sí mismo. Enseña San Fulgencio de Ruspe:
" Él es quien en sí mismo posee todo lo que es necesario para que se efectúe la redención, es decir, Él mismo es el sacerdote y el sacrificio. Él mismo, Dios y el templo, es el sacerdocio por cuyo medio nos reconciliamos; el sacrificio que nos reconcilia; el templo en que nos reconciliamos; el Dios con quien nos hemos reconciliado. Ten, pues, como absolutamente seguro y no dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios en olor de suavidad como sacrificio y hostia; el mismo en cuyo honor, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían en tiempo del Antiguo Testamento sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea en el tiempo del Testamento Nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, con quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica, no deja nunca de ofrecer por todo el universo de la tierra el sacrificio del Pan y el Vino, con fe y caridad" (Sobre la fe 22).
– Mc 12, 28-34: Éste es el primer mandamiento. El segundo le es semejante. Como Hombre de Dios, el Corazón de Jesucristo nos ha enseñado la síntesis integradora del amor a Dios, evidenciado en el amor semejante a nuestros hermanos. Con dos testimonios del Antiguo Testamento (Dt 6, 4-5; Lev 19-18), Jesucristo propone su revelación sobre el amor, presentando el amor como el fundamento de toda su revelación y como el camino esencial de su Evangelio. El precepto del amor resume todos los preceptos, porque " el amor es la plenitud de la ley " (Rm 13, 9-10).
El Evangelio es esencialmente revelación de la caridad. En él se proclama todo el dinamismo de la caridad salvífica del misterio de la Encarnación del Verbo. En su origen: caridad trinitaria (Padre, Jn 3, 16; Hijo, Ga 2, 20; Espíritu Santo, Rm 5, 5). En su dinamismo interno: urgencia suprema de la caridad (el mayor y primer mandamiento; Mt 22, 38). En sus urgencias concomitantes (un mandamiento nuevo; Jn 13, 34-35).
Las lecturas primera y tercera nos proclaman hoy la misericordia de Dios con los pecadores. La segunda lectura nos exhorta a que nos atengamos a la fe. El tiempo nos ofrece la oportunidad del amor misericordioso de Dios, que llama al hombre a la conversión y la espera, urgiéndole a diario para que se santifique.
– Sb 11, 23-12, 2: Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres. El tiempo es para el hombre un índice de su limitaciones como criatura y un don del amor misericordioso de Dios, que le espera para la conversión y la salvación. Tenemos aquí una enseñanza teológica, muy rica y profunda, de la omnipotencia y misericordia divinas, que de un modo paradójico, pero divinamente armónico, cooperan a hacer siempre más concreto y vivo entre los hombres el don salvífico divino, no obstante los límites y la falta de correspondencia de las criaturas.
El texto de la Sabiduría nos abre el corazón a una gran confianza y a un sano optimismo: nos lleva a ver en Dios no un dueño tiránico, siempre dispuesto a exigir y castigar, sino un Padre misericordioso que en todo y por todo busca siempre el bien de los hombres, elevados a la dignidad de hijos suyos.
– Por eso ensalzamos a Dios, nuestro Rey, con el Salmo 144. Bendecimos su nombre por siempre jamás; día tras días lo bendecimos y lo alabamos, porque es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. Es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Esto nos mueve a procurar que todos se unan a nosotros para proclamar la gloria de su reinado y manifestar sus maravillas. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones, sostiene a los que van a caer y endereza a los que ya se doblan.
– 2Ts 1, 11-2, 2: Que Jesús, nuestro Señor, sea vuestra gloria y que vosotros seáis la gloria de El. El Apóstol eleva oraciones a Dios para que su predicación pueda dar fruto en sus oyentes. San Agustín escribe:
" Quien pretende enseñar la palabra de Dios debe hacer cuanto esté de su parte para que se le escuche inteligentemente con gusto y docilidad. Pero no dude de que si logra algo, y en la medida en que lo logra, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración que de peroración. Y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzara a hablar, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó " (Sobre la doctrina cristiana 4, 15-32).
– Lc 19, 1-10: El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Cristo Jesús busca al hombre pecador: continúa a diario su misión de llamar, buscar y salvar al hombre, mediante la conversión y la nueva vida de santidad que El le ofrece. Y atraído por su gracia, el hombre pecador, como Zaqueo, busca a Jesús. San Agustín comenta:
" Reconoce a Cristo, que está lleno de gracia. Él quiere derramar sobre ti aquello de que está lleno y te dice: "busca mis dones, olvida tus méritos, pues si yo buscase tus méritos, no llegarías a mis dones. No te envanezcas, sé pequeño, sé Zaqueo". Pero vas a decir: "si soy como Zaqueo, no podré ver a Jesús a causa de la muchedumbre". No te entristezcas, sube al árbol del que Jesús estuvo colgado por ti y lo verás... Pon ahora los ojos en mi Zaqueo, mírale, te suplico, queriendo ver a Jesús en medio de la muchedumbre, sin conseguirlo. Él era humilde, mientras que la turba era soberbia; y la misma turba, como suele ser frecuente, se convertía en impedimento para ver bien al Señor. Él se levantó sobre la muchedumbre y vio a Jesús sin que ella se lo impidiera.
" En efecto, a los humildes, a los que siguen el camino de la humildad, a los que dejan en manos de Dios las injurias recibidas y no piden venganza para sus enemigos, a ésos los insulta la turba y le dice: "¡inútil, que eres incapaz de vengarte!" La turba te impide ver a Jesús; la turba que se gloría y exulta de gozo cuando ha podido vengarse, impide la visión de quien, pendiente de un madero, dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"... El Señor que había recibido a Zaqueo en su corazón, se dignó ser recibido por él... Y "llegó la salvación a aquella casa" " (Sermón 174, 3).