Domingo 33º del Tiempo Ordinario

Domingo

Entrada: " Dice el Señor: tengo designios de paz y no de aflicción; me invocaréis y yo os escucharé, os congregaré sacándoos de los países y comarcas por donde os dispersé " (Jr 29, 11.12.14).

Colecta (del Veronense): " Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero ".

Ofertorio (del Misal anterior y antes del Gregoriano): " Concédenos, Señor, que esta ofrenda sea agradable a tus ojos, nos alcance la gracia de servirte con amor y nos consiga los gozos eternos ".

Comunión: " Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio " (Sal 72, 26); o bien: " Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y lo obtendréis " (Mc 11, 23-24).

Postcomunión (del Veronense): " Ahora que hemos recibido el don sagrado de tu sacramento, humildemente te pedimos, Señor, que el memorial que tu Hijo nos mandó celebrar, aumente la caridad en todos nosotros ".

Ciclo A

Las lecturas primera y tercera exhortan al trabajo y a hacer fructificar los dones del Señor. La segunda lectura nos anima a estar vigilantes y a vivir con sobriedad, para esperar siempre la venida del Señor. La Iglesia quiere fijar nuestra mirada de creyentes en el " Día del Señor ", el día del retorno definitivo de Cristo, al final de la historia y de los tiempos, para coronar su obra de salvación (Ef 1, 10). No podemos, no debemos, prepararnos para la eternidad, relegando temerariamente esa preparación para el último instante de nuestra existencia terrena.

Pr 31, 10-13.19-20.30-31: Trabaja con la destreza de tus manos. Bajo el símil de la mujer prudente y amorosamente afanada en el bien de los suyos, la liturgia nos presenta los afanes de la Madre Iglesia para hacernos dignos de la salvación para el día del retorno de su Señor. ¿Cuál es la mujer ideal? ¿Cuál es el fundamento de su obras laudables y fructuosas? No su gracia exterior, ni su belleza física, cosas falaces y efímeras, sino el temor de Dios, esto es, su piedad religiosa, unida a su rectitud moral.

Es éste un ejemplo de cómo, a través de la fiel dedicación a los propios deberes, se puede vivir y realizar santamente la propia existencia. La vida, en cualquiera de sus honestas modalidades posibles, ha de ser vivida con un sentido de responsabilidad y de generosidad, sin cerrarnos en nosotros mismos, sino abriéndonos y dándonos a los demás.

– Con el Salmo 127 proclamamos dichoso al que teme al Señor y sigue sus caminos; comerá del fruto de su trabajo, será dichosos y le irá bien.

1Ts 5, 1-6: El día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Ante la esperanza en el que ha de venir, Cristo Jesús, el apóstol San Pablo lanza un grito de alerta: no nos durmamos en la inconsciencia de los que no tienen fe, sino mantengámonos vigilantes y vivamos sobriamente. Comenta San Agustín:

" Mantente en vela durante la noche para que no sufras la acción del ladrón. El sueño de la muerte vendrá quieras o no " (Sermón 93, 8).

Los creyentes que, por el bautismo, han venido a ser hijos de la luz e hijos del día, no se encuentran en las tinieblas de las falsas seguridades y en la ceguera espiritual, sino en la luz de la vigilancia y de la sobriedad, esto es, en una preparación activa y lúcida. Ésta deberá consistir, además de la oración incesante, en el cumplimiento fiel de los deberes diarios y en la atención a la obra de Dios y su desarrollo histórico. De este modo no solo esperan, sino que salen al encuentro de su Señor con las lámparas encendidas.

Mt 25, 14-30: Como has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor. Desgraciados los hombres que, por inconsciencia o irresponsabilidad, habrán de presentarse ante Dios con las manos vacías. Comenta San Agustín:

" Da, pues, el dinero del Señor; mira por el prójimo... No pienses que basta con conservar íntegro lo recibido, no sea que te digan: "siervo malvado y perezoso, debías haber entregado mi dinero, para que yo, al volver, lo recobrase con intereses"; y no sea que se le quite lo que había recibido y sea arrojado a las tinieblas exteriores. Si los que pueden conservar íntegro todo lo que se les ha dado deben tener pena tan dura, ¿qué esperanza les queda a quienes lo malgastan de forma impía y pecaminosa? " (Sermón 351, 4).

La frivolidad de vida y de obras pone al hombre en riesgo permanente de esterilidad escatológica: olvida insensatamente su condición radical de simple administrador de los bienes divinos, recibidos en usufructo y condicionados a una rendición final de cuentas.

Ciclo B

 Se aproxima el fin del Año litúrgico, y las lecturas primera y tercera nos hablan del fin del mundo. La segunda lectura nos presenta a Cristo en cuanto Sumo Sacerdote glorificado junto a Dios, después de haber salvado a los hombres por su sacrificio en la Cruz. Al culminar el Año de la Iglesia se nos proponen temas escatológicos. Es preciso estar alerta. La vida temporal solo se vive una vez. " Está establecido que el hombre muera una sola vez, y después el juicio " (Hb 9, 27). El misterio de Cristo se consumará para nosotros en la eternidad. Pero es en el tiempo cuando nos acecha a diario el riesgo de frustrar en nosotros sus designios y su obra de salvación.

Dn 12, 1-3: En aquel tiempo se salvará tu pueblo. En nuestro destino eterno la iniciativa es siempre de Dios, que tiene fijado el momento, y de Cristo, que nos ha garantizado la resurrección para la eternidad. Pero su desenlace en bienaventuranza o condenación es también responsabilidad nuestra en el quehacer de cada día. Para todo mal -persecución, impiedad, pecado- existe un final. En él se actúa un juicio que es de salvación para algunos, los justos perseguidos, y de condena para otros, los impíos perseguidores. Salvación que es realizada en una resurrección gloriosa para los " sabios " y de ignominia para los " necios ". Solo en el misterio de Dios se revelará el misterio de la grandeza y de la gloria de los justos. Pero, ¿quién se tiene a sí mismo por justo?

– Con el Salmo 15 imploramos " Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en su mano. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena. No me entregarás a la muerte ni me dejarás conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha ".

Hb 10, 11-14.18: Con una sola ofrenda ha perfeccionado a los que van siendo consagrados. El sacrificio del Corazón Redentor de Cristo y su sacerdocio mediador ante el Padre son la garantía de salvación que a todos los hombres se nos concede en el tiempo de gracia, cual es nuestra vida en el tiempo presente. Dice Teodoreto de Ciro:

" Alabemos nosotros al legislador de lo nuevo y de lo antiguo y, para que obtengamos de Él su auxilio, pidamos que, cuando cumplamos sus divinas leyes, alcancemos los bienes prometidos en Jesucristo nuestro Señor, para el cual es la gloria junto con el Padre y el Santísimo Espíritu ahora y siempre, por los siglos de los siglos, Amén " (Comentario a Heb. 13, 25).

La irrepetibilidad del Sacrificio de Cristo, su capacidad de hacer perfectos a los hombres y su eficacia infinita para satisfacer al Padre, nos manifiesta su superioridad sobre los sacrificios del Antiguo Testamento, diariamente repetidos e incapaces para quitar el pecado. La Eucaristía que celebramos es memorial, reactualización sacramental del sacrificio redentor del Calvario. El mayor acto posible del culto. Con ella damos a Dios plena alabanza, plena acción de gracias, y le ofrecemos plena satisfacción y petición.

Mc 13, 24-32: Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos. Por cuanto no sabemos el tiempo ni la hora de nuestro encuentro definitivo para la eternidad, solo la esperanza responsable puede mantenernos en vigilancia amorosa para el " Día del Señor ". Comenta San Agustín:

" Que nadie pretenda conocer el último día, es decir, cuándo ha de llegar. Pero estemos todos en vela mediante una vida recta, para que nuestro último día particular no nos halle desprevenidos, pues de la forma como haya dejado el hombre su último día, así se encontrará en el último del mundo. Serán las propias obras las que eleven u opriman a cada uno... ¿Quién ignora que es una pena tener que morir necesariamente y, lo que es peor, sin saber cuándo? La pena es cierta e incierta la hora; y, de las cosas humanas, solo de esta pena tenemos certeza absoluta " (Sermón 97, 1-2).

Ciclo C

Los temas escatológicos están tratados en la primera y segunda lectura. San Pablo exhorta a que las especulaciones sobre el fin del mundo no alejen a los cristianos de sus propios deberes cotidianos. El presente Domingo constituye un pregón litúrgico de la segunda venida del Señor al final de los tiempos, en su gloriosa condición de Juez de vivos y muertos.

– Ml 4, 1-2: Os iluminará un Sol de justicia. Toda la revelación divina nos anuncia el " Día del Señor ". Como el día del juicio definitivo e irresistible: " Venid, benditos de mi Padre... Apartaos, malditos "... Esta perspectiva escatológica solo se entiende y acepta por la fe. El " Día del Señor " es seguro, no solo como algo final, sino como una intervención constante que anuncia y prepara el Juicio último. Hay que esperarlo con fe, trabajando honradamente, en intensa oración, y cumpliendo nuestros propios deberes.

Esa fe en la segunda venida la alumbra a diario nuestro Señor Jesucristo, el " Sol de Justicia " o " Luz de lo alto ", que ya hizo su primera venida. El Reino de Dios comienza con la presencia de Cristo, con su predicación, que lo anuncia, con su resurrección y con el envío del Espíritu Santo. Este Reino es salvación para todos los que lo acogen con fe y con amor.

– Por eso decimos con el Salmo 97: " El Señor llega para regir la tierra con justicia ". Nos alegramos por ello. Tocamos instrumentos músicos y aclamamos al Rey y Señor. En Él tenemos toda nuestra confianza. Todo lo esperamos de Él.

2Ts 3, 7-12: El que no trabaja que no coma. La esperanza del " Día del Señor " no aliena al cristiano auténtico en su quehacer cotidiano en el tiempo, antes bien, le exige la santificación de sus trabajos en cada momento. El cristiano no huye del mundo. No desprecia el mundo, sino que lo ama, como cosa querida por Dios, pero tiene una reserva crítica porque el mal ha contaminado el mundo. De tal modo usemos las cosas temporales que no perdamos las eternas. Todo ha sido hecho para nosotros, pero nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios. No quedemos, pues, cautivados por los bienes efímeros del mundo presente.

Lc 21, 5-19: Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas. Ante la incertidumbre sobre el momento en que se verificará nuestro encuentro final con Cristo, solo la vigilante perseverancia es garantía de salvación. Comenta San Agustín:

" Ésta es la fe cristiana, católica y apostólica. Dad fe a Cristo, que dice: "no perecerá ni uno solo de vuestros cabellos" (Lc 21, 18), y, una vez eliminada la incredulidad, considerad cuánto valéis. ¿Quién de nosotros puede ser despreciado por nuestro Redentor, si ni siquiera un solo cabello lo será? O ¿cómo vamos a dudar de que ha de dar la vida entera a nuestra carne y a nuestra alma, Aquel que por nosotros recibió alma y carne para morir, la entregó al momento de la muerte, y la volvió a recobrar para que desapareciese el temor a morir? " (Sermón 214, 12).

No seamos irresponsables ante la salvación de los demás, ni inconscientes de nuestra vocación de santidad en el tiempo. Recordemos siempre que se nos ha de juzgar al final por el bien que pudimos hacer e hicimos o por el bien que pudimos hacer y omitimos.