Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II

UN DIOS ESCONDIDO
(28.VIII.85)

1. El Dios de nuestra fe, el que de modo misterioso reveló su nombre a Moisés al pie del monte Horeb, afirmando "Yo soy el que soy", con relación al mundo es completamente trascendente. El "...es real y esencialmente distinto del mundo... e inefablemente elevado sobre todas las cosas, que son y pueden ser concebidas fuera de él" (DS 3002): "est re et essentia a mundo distinctus, et super omnia, quae preater ipsum sunt et concipi possunt incabiliter excelsus" (Const. Dei Filius, Concilio Vaticano l, cap. 1., 1-4). Así enseña el Concilio Vaticano 1, profesando la fe perenne de la Iglesia . Efectivamente, aun cuando la existencia de Dios es conocible y demostrable y aun cuando su esencia se puede conocer de algún modo en el espejo de la creación, como ha enseñado el mismo Concilio, ningún signo, ninguna imagen creada puede desvelar el conocimiento humano la Esencia de Dios como tal. Sobrepasa todo lo que existe en el mundo creado y todo lo que la mente humana pueda pensar: Dios es el "ineffabiliter excelsus".

2. A la pregunta: ¿Quién es Dios?, si se refiere a la Esencia de Dios, no podemos responder con una "definición" en el sentido estricto del término. La Esencia de Dios–es decir, la divinidad–está fuera de todas las categorías de género y especie, que nosotros utilizamos para nuestras definiciones, y, por lo mismo, la Esencia de Dios no puede "cerrarse" en definición alguna. Si en nuestro pensar sobre Dios con las categorías del "ser", hacemos uso de la analogía del ser, con esto ponemos de relieve mucho más la "no-semejanza" que la semejanza, mucho más la incomparabilidad que la comparabilidad de Dios con las criaturas (como recordó también el Concilio lateranense IV, el año 1215). Esta afirmación vale para todas las criaturas, tanto para las del mundo visible, como para las de orden espiritual, y también para el hombre, en cuanto creado a imagen y semejanza" de Dios (cf. Gn l, 26). Así, pues, la conoscibilidad de Dios por medio de las criaturas no remueve su esencial "incompresibilidad". Dios es "incomprensible", como ha proclamado el Concilio Vaticano I. El entendimiento humano, aun cuando posea cierto concepto de Dios, y aunque haya sido elevado de manera significativa mediante la revelación de la Antigua y de la Nueva Alianza a un conocimiento más completo y profundo de su misterio, no puede comprender a Dios de modo adecuado y exhaustivo. Sigue siendo inefable e inescrutable para la mente creada. "Las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios", proclama el Apóstol Pablo (1Co 2, 11 ).

3. En el mundo moderno el pensamiento científico se ha orientado sobre todo hacia lo que es "visible" y de algún modo "mensurable" a la luz de la experiencia de los sentidos y con los instrumentos de observación y de investigación, hoy día disponibles. En un mundo de metodologías positivistas y de aplicaciones tecnológicas, esta "incomprensibilidad" de Dios es aún más advertida por muchos, especialmente en el ámbito de la cultura occidental. Han surgido así condiciones especiales para la expansión de actitudes agnósticas o incluso ateas, debidas a las premisas del pensamiento común a muchos hombres de hoy. Algunos juzgan que esta situación intelectual puede favorecer, a su modo, la convicción, que pertenece también a la tradición religiosa, podría decirse, universal, y que el cristianismo ha acentuado bajo ciertos aspectos, que Dios es incomprensible. Y seria un homenaje a la infinita, trascendente realidad de Dios, que no se puede catalogar entre las cosas de nuestra común experiencia y conocimiento.

4. Si, verdaderamente el Dios que se ha revelado a Sí mismo a los hombres, se ha manifestado como El que es incompresible, mescrutable, inefable. "¿Podrás tú descubrir el misterio de Dios? ¿Llegarás a la perfección del Omnipotente? Es más alto que los cielos. ¿Qué harás? Es más profundo que el "seol". ¿Qué entenderás?", se dice en el libro de Job (Jb 11, 7-8). Leemos en el libro del Exodo un suceso que pone de relieve de modo significativo esta verdad. Moisés pide a Dios: "Muéstrame tu gloria". El Señor responde: "Haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré ante ti mi nombre (esto ya había ocurrido en la teofanía al pie del monte Horeb), pero mi faz no podrás verla, porque no puede hombre verla y vivir" (Ex 33, 18-20). El profeta Isaías, por su parte, confiesa: "En verdad tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, Salvador)" (Is 45, 15).

5. Ese Dios, que al revelarse, habló por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo, sigue siendo un "Dios desconocido". Escribe el Apóstol Juan al comienzo de su Evangelio: "A Dios nadie lo vio jamás. Dios unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer" (Jn 1, 18). Por medio del Hijo, el Dios de la revelación se ha acercado de manera única a la humanidad.El concepto de Dios que el hombre adquiere mediante la fe, alcanza su culmen en esta cercanía. Sin embargo, aun cuando Dios se ha hecho todavía más cercano al hombre con la encarnación, continúa siendo, en su Esencia, el Dios escondido. "No que alguno -leemos en el mismo Evangelio de Juan- haya visto al Padre, sino el que está en Dios ése ha visto al Padre" (Jn 6, 46). Así, pues, Dios, que se ha revelado a Si mismo al hombre, sigue siendo para El en esta vida un misterio inescrutable. Este es el misterio de la fe. El primer artículo del símbolo "creo en Dios" expresa la primera y fundamental verdad de la fe, que es al mismo tiempo, el primer y fundamental misterio de la fe. Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, continúa siendo para el entendimiento humano Alguien que simultáneamente es conocido e incomprensible. El hombre durante su vida terrena entra en contacto con el Dios de la revelación en la "oscuridad de la fe". Esto se explica en todo un filón clásico y moderno de la teología que insiste sobre la inefabilidad de Dios y encuentra una confirmación particularmente profunda–y a veces hasta dolorosa en la experiencia de los grandes místicos. Pero precisamente esta "oscuridad de la fe"–como afirma San Juan de la Cruz– es la luz que infaliblemente conduce os (cf. Subida al monte Carmelo 2S 9, 3). Este Dios es, según las palabras de San Pablo, "el Rey de reyes y Señor de los señores, / el único inmortal, / que habita una luz cesible, / a quien ningún hombre vio / ni podrá ver" (1Tm 5, 16). La oscuridad de la fe acompaña indefectiblemente la peregrina terrena del espíritu humano hacia Dios, con la espera de abrir la luz de la gloria sólo en la vida futura, en la eternidad. "Ahora os por un espejo y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara" (1Co 13, 12). "In lumine tuo videbimus lumen". "Tu luz nos hace ver la luz" (Sal 36, 10).