2P

2P 1, 1-2Saludos
El saludo adopta la forma que era común en aquel tiempo y que encontramos en otros escritos del Nuevo Testamento. Los destinatarios son designados de una manera muy general. A la gracia y la paz se añade el conocimiento de Cristo, que es uno de los temas favoritos de nuestra epístola.
El autor de la epístola se presenta bajo el nombre de Simeón Pedro. Simeón corresponde a la forma hebrea Shime'on, que es más antigua. Esta forma hebraica se emplea pocas veces en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento emplea más bien la forma helenizada Simón. San Pedro es llamado siempre en el Nuevo Testamento -si exceptuamos 2P y Hch 15, 14- Simón. Esto explica la lección de Simón en B. La forma semítica Simeón, que casi había desaparecido, tal vez sea aquí un arcaísmo intencional.
Al doble nombre añade un doble epíteto: siervo o ministro y apóstol de Jesucristo, por haber sido llamado por El al apostolado para convertir al mundo.
El autor de la 2P, preocupado por los peligros que amenazan la fe de los cristianos, pasa inmediatamente a hablar de ella. Afirma que la fe concedida como don a los paganos convertidos es del mismo precio que la que recibieron los mismos apóstoles. El que Dios los haya llamado a la misma fe de los apóstoles fue un favor puramente gratuito, concedido por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, es decir, imparcialmente a todos los que la deseaban, fueran judíos o paganos. Para la justicia de Dios no hay acepción de personas ni de naciones, sino que derrama su gracia sobre todos sin distinción. La fe de que nos habla el autor sagrado se refiere al depósito de las verdades reveladas. Este depósito lo poseen por un don gratuito de Dios.
La expresión nuestro Dios y Salvador Jesucristo, ¿designa una sola persona divina o más bien dos? Los autores se dividen. Pero la ausencia del artículo delante de Salvador, la comparación con fórmulas similares de esta misma epístola y los paralelos paulinos y los joánicos, creemos que prueban suficientemente que el nombre de Dios es aplicado aquí a Jesucristo. La divinidad de Cristo era bien conocida y proclamada por los apóstoles desde los comienzos de la Iglesia.
El apóstol desea a sus lectores abundancia de gracia y de paz. Estos dones sólo se obtendrán por el único medio eficaz, que es un conocimiento cada día más pleno de Dios y de nuestro Señor Jesús. Cuanto más se avanza en el conocimiento práctico de Dios y de Jesucristo, tanta mayor gracia se obtiene de Dios y tanta mayor felicidad se goza, porque el conocimiento de Dios es la base y el fundamento de todo el edificio de nuestra salvación. Por eso decía Jesús: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo." Y en la 2P, Cristo es presentado siempre como el objeto del conocimiento de los fieles.

2P 1, 3-21. Exhortación a la Santidad

Al recordarles las extraordinarias bendiciones que recibieron por la fe, les muestra cuán ventajoso sea cooperar seriamente a la obra de Dios en nosotros. El poder divino de Jesús ha dado a los cristianos todo lo necesario para la vida sobrenatural y para la auténtica piedad. Jesucristo ha sido el que nos ha hecho conocer íntimamente al Padre, al cual se atribuye el don de nuestra vocación a la fe. Cristo, al manifestar en su propia persona los atributos divinos por medio de sus milagros y de su incomparable santidad, logró atraerlos a la fe.
Por medio de estos mismos atributos ( ?? = per quae; no per quem, Vgta), es decir, por la gloria y la virtud de Jesucristo, Dios nos ha dado, por puro acto de su bondad, las preciosas y ricas promesas (v.4), que ya habían sido hechas en el Antiguo Testamento y se realizaron en Cristo. Los bienes mesiánicos prometidos se concretizan especialmente en la justificación, o sea en la gracia, que nos hace hijos de Dios y en cierto sentido semejantes a Dios. La regeneración del cristiano es efecto de la gracia santificante, la cual es la participación de la vida divina: divinae consortes naturae = ·e?aß ???????? f?se??. La expresisn ·e?a f?s?? es griega, y aparece con frecuencia en los filósofos y en los escritores griegos, los cuales hablan de la physis divina (Platón, Aristóteles, Jenofonte, Epicuro, Dio-doro Sículo, Josefo Flavio, Filón). La fórmula physis divina designa al Ser divino, a la misma divinidad. Es la misma naturaleza divina como opuesta a todo lo que no es Dios. La fórmula lapidaria de San Pedro es audaz al mismo tiempo que clara, ya que esclarece el más espléndido efecto de la gracia santificante. ¿Cómo se ha de entender ese consorcio con la naturaleza divina? San Pedro, en la 1P 5, 1, se presenta como "participante (????????) de la gloria que ha de revelarse." Aquí precisa más el sentido de esa gloria, llamándola naturaleza divina. Esta comunión no indica una simple relación, sino una verdadera participación o comunión de Dios con el hombre, que no se puede reducir únicamente a una semblanza moral. El cristiano participa de la misma naturaleza divina, es decir, de todo el cúmulo de perfecciones contenidas de una manera formal-eminente en la esencia divina. De Cristo surge una fuerza nueva, sobrenatural, de la que participan todos los que están unidos con El por la fe y el amor. Cuando San Pablo habla de nuestra comunión con Cristo o con el Espíritu Santo, se refiere a una comunión con las fuerzas sobrenaturales que emanan de Jesucristo y del Espíritu Santo, y que nos constituye en hijos adoptivos de Dios y herederos de su gloria. Para San Juan, la vida que nos viene de Cristo es la vida común al Padre y al Hijo.
El cristiano participa, por lo tanto, de la naturaleza divina. Pero no se debe extender esta participación hasta sostener que sea una identidad sustancial con la naturaleza divina en sentido panteístico; o bien concebirla como una conversión de nuestra naturaleza en la divina, como entendieron ciertos racionalistas y ciertos místicos quietistas. La teología católica ve en esta comunión un efecto de la gracia santificante, que hace al alma verdadera y realmente partícipe de la naturaleza divina, aunque se trata de una participación analógica y accidental. Dios nos hace participantes de su naturaleza divina mediante la gracia, con la cual nos asemejamos más y más a Él.
Esta participación de la naturaleza divina comienza ya en este mundo, como parecen insinuarlo las palabras que siguen en la 2P: huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo (v.4).
Para tener parte en el extraordinario favor de la participación de la naturaleza divina es necesario evitar la corrupción moral que reina en el mundo. La eficacia de la obra divina en el cristiano depende de su cooperación, porque hay oposición entre la naturaleza divina y la corrupción moral. El que ama al mundo con sus concupiscencias no puede tener la vida divina en él.
El proceso descrito por el autor sagrado en los v.3-4 es el siguiente: primero, la vocación a la fe, que es el fundamento de todos los demás dones divinos; después, el conocimiento de Dios. Y, finalmente, por medio de este conocimiento llegamos a la participación de la naturaleza divina y a la huida de la corrupción moral.
El hombre debe responder a estos dones divinos con la práctica de las virtudes. El autor sagrado, con una construcción concatenada en forma gradual (climax), inculca la práctica de ocho virtudes. De esta manera quiere significar que las virtudes nacen unas de las otras y se completan mutuamente. Al don de la fe, que es principio de toda justificación, el cristiano ha de unir la energía moral, la fuerza y el vigor de ánimo (a?et?) para obrar el bien. A la energía moral ha de juntarse la ciencia (???s?ß) práctica, que hace conocer el bien que ha de hacerse y el mal que ha de evitarse. Energía moral y ciencia práctica son correlativas: ésta da las directrices y aquélla las ejecuta. A la ciencia va unida la templanza (e????te?a, ?. 6), por medio de la cual el hombre se domina a sí mismo y a sus pasiones. La templanza es necesaria para que la ciencia o el conocimiento no sean turbados por la pasión o los excesos. A la templanza se ha de unir la paciencia (?p?µ???) en las aflicciones, mediante la cual perseverarán en el bien a pesar de las dificultades y no sentirán desaliento en la espera de la parusía. A la paciencia ha de ir unida la piedad (e?s?ße?a) para con Dios, que le confiere todo el valor religioso que puede poseer la paciencia.
La verdadera piedad que Dios espera de nosotros es el que amemos a nuestros hermanos (f??ade?f?a, ?.7), como miembros que son de una sola familia. Pero el amor fraterno no basta, es necesario amar a todos los hombres amando primero a Dios. La caridad (a??p?) para con Dios y para con el prójimo es lo que realmente ha de distinguir al verdadero cristiano. Esto es lo que nos enseña el sermón de la Montaña. El amor fraterno tiene su perfección en el amor del prójimo. La caridad constituye la coronación y la plenitud de todas las virtudes y es el lazo que las une entre sí. Por eso dice muy bien San Ignacio Mártir: "La fe es el principio, la caridad es el término de la vida cristiana"; y el concilio Tridentino habla de la fe perfecta, que se manifiesta en la caridad.
La práctica de las virtudes tendrá como efecto la fertilidad, el adelantamiento espiritual, es decir, el progreso religioso del alma. El crecimiento en las virtudes llevará al conocimiento (?p????s??) de nuestro Señor Jesucristo (v.8). Es necesario santificarse para comprender mejor a Cristo. El conocimiento de Jesús es el punto de partida de la vida cristiana (cf. v.3) y es también su término y coronamiento. Este conocimiento de Jesucristo es uno de los temas en torno al cual gira la presente epístola. Para el autor sagrado el mejor remedio contra las falsas doctrinas es el conocimiento de Jesucristo. Este conocimiento es algo dinámico, por eso puede ser causa y objeto de la virtud.
El que no practique las virtudes carecerá de conocimiento verdadero de Jesucristo y será semejante a un miope, a un ciego (v.9), porque no ve o ve imperfectamente las cosas celestiales. La gnosis del Señor permanece oculta para él. En lugar de adelantar en el conocimiento de Cristo, llega hasta olvidar su bautismo, que le había purificado de sus antiguos pecados, y a vivir como si nunca hubiera sido regenerado. Por eso es necesario cooperar a la gracia divina recibida en el bautismo practicando las virtudes. De esta manera asegurarán la vocación y elección que han recibido (v.10). Vocación y elección en este pasaje son sinónimas. No se trata directamente de la elección a la gloria, sino de la vocación a la fe y a la gracia obtenida por medio del bautismo. El esfuerzo puesto en la práctica de las virtudes les ayudará a preservarse de cometer pecados y los capacitará para entrar en el reino eterno de nuestro Señor, en donde recibirán las magníficas promesas de que nos habla el (v.4 -11).
La expresión haciendo así jamás tropezaréis (v.10) no significa que el autor sagrado piense en una impecabilidad absoluta de los elegidos. Únicamente viene como a garantizar la perseverancia en la medida en que se guarde fidelidad a las directrices formuladas.
El concilio Tridentino cita este versículo de San Pedro como prueba de la necesidad y de la posibilidad de practicar los mandamientos.

2P 1, 12-18. Veracidad del Testimonio Apostólico

El autor sagrado manifiesta en estos versículos el objeto de su carta. Quiere confirmar una vez más la veracidad de su predicación sobre la venida de Cristo.
La importancia vital de las verdades ya expuestas incita al autor sagrado a volver de nuevo sobre ellas. Les explica los motivos por los cuales les escribe estas cosas. Estos motivos son el celo apostólico (v.13) y la persuasión de que su muerte está próxima (v.14). Sabedor de la responsabilidad que pesa sobre sus espaldas, sobre todo ahora que nuestro Señor le ha revelado la proximidad de su muerte, quiere recordarles la obligación que tienen de practicar la virtud. La revelación de la que habla nuestro autor tal vez haga referencia a Jn 21, 18ss, en donde Jesús anuncia a Pedro su martirio. Otros autores, como, por ejemplo, De Ambroggi, piensan que aquí se trataría más bien de una revelación ulterior de Cristo como aquella del Quo vadis?.
El autor sagrado, sabiendo que el tiempo de abandonar su tienda terrena está ya cercano (v.14), piensa en el modo de conservar entre ellos viva su enseñanza incluso después de su muerte (v.15). El modo de recordarles sus amonestaciones será mediante la lectura de su carta en las asambleas cristianas. Este tal vez sea el sentido de la vaga declaración del apóstol. Muchos autores (Camerlynck, Bigg.) piensan que este versículo ha dado origen a los numerosos apócrifos atribuidos a San Pedro: Evangelio de Pedro, Apocalipsis de Pedro, Kerigma o predicación de Pedro, etc.
En el ?. 16 el hagiógrafo pasa de la primera persona del singular a la del plural. Con lo cual parece querer indicar que el autor sagrado se incluía a sí mismo entre aquellos que colaboraron en la evangelización de los lectores. En el nosotros de estos v.16-18 sin duda que el autor sagrado habla de sí mismo y de los demás apóstoles que fueron testigos de la transfiguración de Cristo. El objeto de la predicación de Pedro, lo mismo que la de los otros apóstoles, versaba principalmente sobre el poder divino y la venida o parusía de nuestro Señor Jesucristo (v.16). San Pedro en su predicación, que nos ha sido conservada en el evangelio de Marcos, acentúa la venida del Hijo del hombre en el esplendor de su poder.
La enseñanza cristiana acerca de la parusía no está entretejida con fábulas hábilmente inventadas, como pensaban y enseñaban los falsos doctores. El autor sagrado invoca dos testimonios en favor de la esperanza cristiana enseñada por los apóstoles. El primero es el del Padre celestial en la Transfiguración de Jesucristo. Los apóstoles contemplaron entonces el deslumbrante resplandor de Cristo, que manifestaba su dignidad íntima. La transfiguración había venido, pues, a ser una prueba del poder divino del Salvador y una garantía de su retorno glorioso.
Nuestro autor emplea el término ?tt?ttt?? (= testigo, espectador), que era usado en el lenguaje de los misterios paganos para designar al fiel iniciado en los más altos grados de los arcanos divinos. Aquí el hagiógrafo da a este término un sentido cristiano, designando con él a los apóstoles que fueron espectadores privilegiados de las manifestaciones más grandiosas de la gloria de Cristo: Transfiguración y Resurrección.
La gloria divina de Jesucristo procede de la magnífica gloria (?. 17), que es el Padre. La nube luminosa, de que nos hablan los sinópticos, era lo que llamaban los judíos sekhina, es decir, la gloria divina manifestada por una actividad sensible o mediante la nube de las teofanías de Yahvé. El resplandor de Cristo en la Transfiguración es ya un testimonio divino; pero la voz celeste precisa la revelación divina. La descripción que nos ofrece la 2P se acerca más a la de Mt 17, 5 que a la de Mc 9, 7. Tal vez fuera utilizado el evangelio de San Mateo en la comunidad a la que pertenecía el autor de 2P.
El autor se presenta como testigo de la transfiguración (v.18) de Cristo, que tuvo lugar sobre el monte santo. Se ve que la catequesis daba ya este nombre al monte donde se transfiguró Jesús, que muy probablemente se ha de identificar con el Tabor.

2P 1, 19-21. La palabra profética

El segundo argumento lo constituyen las antiguas profecías. ¿Qué profecías son éstas? Deben de ser las profecías referentes a la parusía. El autor sagrado quiere demostrar que su enseñanza sobre la parusía es verdadera. La palabra profética (v.19) probablemente no se refiera a un oráculo particular, sino a un anuncio que se desprende de los textos del Antiguo Testamento que tratan de la gloria del Mesías (Camerlynck, Mayor, Bigg, Chaine). San Pedro, en un discurso de Hch 3, 20-21, habla de la restauración de todas las cosas, según Dios había anunciado por boca de sus santos profetas, refiriéndose sin duda a los tiempos de la parusía.
¿En qué sentido la palabra profética es más firme, ßeßa??te???? Muchos exegetas creen que el autor sagrado aduce un nuevo argumento que considera superior al precedente, no considerado en absoluto, porque ambos provienen de Dios, sino en relación con los destinatarios a los cuales se dirigía San Pedro, y que serían de origen judío. Otros, en cambio, piensan de modo diverso, porque los lectores de la epístola no eran judíos, sino en gran parte paganos convertidos. Además, la construcción de la frase griega ?a? e??µe? no es equivalente a ?'??µe? de; sugiere más bien la idea de consecuencia que la de progresión. Por lo cual se podría traducir toda la frase: "Y tenemos así mejor confirmada la palabra profética." Con lo cual querría decir: hemos asistido en la Transfiguración de Cristo a una realización parcial de tales profecías, lo cual hace más sólida en nosotros la esperanza de llegar a ver el cumplimiento definitivo.
Para el autor sagrado, después de haber sido testigo de la transfiguración, los oráculos referentes a la parusía de Jesús adquieren un significado más pleno y claro. Y por eso exhorta a sus lectores a prestarles gran atención, porque son como una lámpara que luce en lugar tenebroso hasta que luzca el día (v.19). Las profecías mesiánicas son una luz provisoria, si bien sumamente preciosa, en espera de la aurora de la perfecta luz que será la parusía del Señor. Pero para obtener provecho de esta luz que es el Antiguo Testamento, hay que emplearla como conviene. Toda profecía tiene a Dios por autor, y sólo Él puede explicar el sentido preciso de ella. Por eso, las Sagradas Escrituras no pueden ser interpretadas ni explicadas según el parecer privado de cada uno. Sólo Cristo y aquellos a los que eligió para enseñar en su nombre tienen autoridad para interpretar la Sagrada Escritura (v.20). Es a saber, los apóstoles, la tradición y, en definitiva, la Iglesia. La llave de toda la Escritura es la Iglesia, a la cual parece referirse implícitamente el autor sagrado. Por eso, dice el Concilio Tridentino, y lo repetirá más tarde el concilio Vaticano: "Nemo suae prudentiae innixus, in rebus fidei et morum. Sacram Scripturam ad suos sensus contorquens, contra eum sensum quem tenuit et tenet sancta mater Ecclesia, cuius est iudicare de vero sensu et ínterpretatione Scripturarum sancta -rum, aut etiam contra unanimem consensum Patrum, ipsam Scripturam sacram interpretar! Audeat."
Las palabras de la 2P van dirigidas contra los falsos doctores, que interpretaban la palabra profética a su modo. Al mismo tiempo condenan directamente las teorías del libre examen de los protestantes.
La razón de que la Sagrada Escritura no puede ser interpretada según la voluntad de cada hombre es que se trata no de una obra humana, sino de una obra divina. El Espíritu Santo es el autor principal de la Sagrada Escritura, porque los profetas hablaron movidos, impulsados, llevados (fe??µe???) por este Espíritu divino para que dijeran aquello y sólo aquello que él quería comunicar a los demás hombres. El profeta es el intérprete de Dios, habla en su nombre, o bien escribe, es como un instrumento en manos de Dios. La metáfora, sin embargo, no autoriza a privar al profeta de su libertad y de su actividad propia. El hagiógrafo, cuando escribe bajo la moción del Espíritu Santo, conserva su libertad y su inteligencia propias. Dios puede regir las facultades humanas sin destruirlas. Este texto de la 2P 1, 21 nos descubre algo de lo que es la naturaleza de la inspiración escrituraria al poner de relieve la colaboración divino-humana en la composición de la Sagrada Escritura. Esta inefable colaboración hace que la obra, que es totalmente de Dios, sea, al mismo tiempo, totalmente del hombre. Es uno de los textos del Nuevo Testamento que más claramente nos habla de la naturaleza y del hecho de la inspiración bíblica.

2P 2, 1-22. Los Falsos Doctores

El autor sagrado deja momentáneamente la cuestión de la parusía del Señor, sobre la que volverá más tarde, y comienza una fuerte diatriba contra los falsos doctores que no creían en la parusía. El presente capítulo no tiene relación directa con lo que precede. El paralelismo de este capítulo con la epístola de Judas 4-16 es manifiesto. No sólo por lo que se refiere a las ideas e imágenes, sino al orden expositivo y hasta, con frecuencia, a la identidad del lenguaje empleado. Convendría leer antes la epístola de Judas para comprender mejor nuestro capítulo.

2P 2, 1-3. El peligro que suponen

El apóstol comienza poniendo en guardia a sus lectores contra ciertos maestros engañosos, que por su mala vida y su espíritu de avaricia arrastran a otros al mal. Por lo cual serán terriblemente castigados. Del mismo modo que en Israel hubo falsos profetas al lado de los auténticos profetas, así también sucederá entre los cristianos. Surgirán falsos doctores (v.1), que se esforzarán por alejar a los fieles de Cristo. Estos falsos maestros ya habían comenzado a esparcir sus errores, pero San Pedro habla de ellos en futuro (= introducirán) porque sabía que pronto se lanzarían sobre el rebaño de Cristo con mayor furor. Por medios hipócritas introducirán sectas perniciosas, es decir, esparcirán falsas doctrinas para sembrar entre los fieles la confusión, y así originar partidos que se combatan entre sí. Por su escandalosa conducta moral, que va a la par de su enseñanza doctrinal, han llegado hasta negar al Señor, que los rescató (v.1) por medio de su muerte reparadora, obteniendo así sobre ellos derecho de dominio. Ahora estos ingratos se rebelan contra Él y reniegan de Él. Semejante revuelta atraerá sobre ellos una repentina ruina. El autor sagrado no nos dice en qué sentido niegan al Señor. Es posible se refiera a la negación de la parusía, o segunda venida de Cristo.
El mal ejemplo de los falsos doctores será contagioso. Muchos de los fieles seguirán sus liviandades (v.2). El autor sagrado, más bien que de doctrina, parece hablar de una desviación de las costumbres, como se ve por lo que dice en los v. 10-22. También la epístola de Judas denuncia la inmoralidad de los herejes. La mala conducta de estos cristianos será causa de escándalo para los paganos, y la doctrina cristiana, camino de verdad, será motivo de escarnio y blasfemia para los no cristianos, porque verán que no da los frutos que se esperaban de ella. ¡Qué obstáculo tan grande al apostolado es la corrupción de los miembros de una Iglesia para la cual la santidad de costumbres debe ser la señal auténtica de la obra de Dios!
El celo de estos falsos doctores es un celo interesado. Se dejan llevar de la avaricia (v.3). Con sus doctrinas tratan de explotar a los fieles y de enriquecerse a expensas de ellos. La avaricia es la nota característica de los falsos apóstoles; en cambio, el desinterés es la nota del verdadero apóstol. Este será el criterio más tarde para determinar y distinguir los verdaderos de los falsos profetas. "Si pide dinero -dirá la Doctrina de los doce Apóstoles-, es un falso profeta". Sabemos con qué cuidado San Pablo evitaba todo aquello que pudiera parecer interés material y personal. Esa actividad de los falsos apóstoles podría hacer creer a los fieles que la justicia divina no vigila. Sin embargo, la verdad es que su condenación ya hace tiempo que está decidida, y llegará en el momento establecido.

2P 2, 4-10. Las lecciones del pasado

Nuestro autor prueba ahora con tres ejemplos bíblicos que Dios no dejará de castigar severamente a esos falsos doctores. Del mismo modo que Dios castigó a los ángeles rebeldes (v.4), y a los malvados con el diluvio (v.5), y a Sodoma y Gomorra con la destrucción (v.6.8), así castigará a los falsos e impúdicos apóstoles (v.9-10). La epístola de Judas 5-11 presenta un estrecho paralelo con nuestro texto.
El autor sagrado, lo mismo que Judas, se refiere a la antigua tradición del pueblo hebreo, que habla de un pecado de los ángeles y de su castigo. Este pecado fue una falta de soberbia y de rebelión contra Dios, como enseñan San Agustín. Dios, a causa de este pecado, los precipitó en el tártaro (v.4). Este nombre designaba en la mitología griega el lugar subterráneo en que eran atormentados los titanes y los enemigos de los dioses. Después pasó a significar el lugar en donde penan los pecadores, el infierno. Los entregó a las prisiones tenebrosas (v.4). Las tinieblas son el símbolo del sufrimiento y del horror; por el contrario, la luz es el símbolo de la felicidad celestial. Dios ha reservado a los ángeles malos para el día del juicio, es decir, que, si bien fueron castigados inmediatamente después de rebelarse contra su Creador, su condenación solemne ante todo el mundo está reservada al juicio final. Judas, en el lugar paralelo, dice expresamente: "para el juicio del gran día."
El segundo ejemplo de castigos citado por la 2P (no por Judas) se refiere al diluvio (v.5). El diluvio es considerado como la transición entre el mundo antiguo, que es destruido, y la constitución del nuevo mundo. Por eso el diluvio es, en las epístolas de San Pedro, el tipo de la renovación esperada y del bautismo. Dios salvó del diluvio sólo al pregonero de la justicia, Noé, con otras siete personas (literalmente: al octavo). Noé era el octavo contando a su mujer, sus tres hijos y las mujeres de éstos. La bondad de Dios manifestada con Noé y los suyos hace resaltar su severidad para con el pecador impenitente. Noé es llamado pregonero, predicador de la justicia, porque tanto con su palabra como con su ejemplo y la construcción del arca habría exhortado a los hombres a la penitencia anunciando el castigo divino. Además, la tradición judía también nos habla de la predicación de Noé. La 2P aludiría a un dato tomado de la Haggada, del mismo modo que Judas aludiría a la ascensión de Moisés y a Henoc.
El tercer ejemplo sobre la intervención de la justicia divina, que corresponde al segundo de Judas (v.7), es la destrucción de Sodoma - Gomorra (Gn 19, 27-28). También Jesucristo, para mostrar la severidad de los juicios divinos, aduce los ejemplos del diluvio y de la destrucción de Sodoma y Gomorra.
Los v.7-8 de 2P hacen contraste con lo que precede. Muestran la misericordia divina para con el justo. La justicia de Lot se manifiesta en la aflicción que le producía la conducta impúdica y desenfrenada de los sodomitas. El sufrimiento a la vista del pecado es efectivamente lo propio del justo. La literatura rabínica no es, sin embargo, muy favorable a Lot. Con frecuencia lo considera como un libertino y un impío a causa del hecho que nos cuenta el Gn 19, 31-38. Sea lo que fuere de esto, lo cierto es que su conducta antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra fue irreprensible. También ciertos textos rabínicos consideran a Lot como un justo.
Después de la larga prótasis de los v.4-8, llegamos por fin a la apódosis. El autor sagrado termina con un principio general: Dios salva a los justos, como lo hizo con Noé y con Lot, pero se muestra severo con los impíos, como lo hizo con los malvados de la época del diluvio y con Sodoma y Gomorra (v.9). De este modo, el apóstol infundía valor y confianza a sus lectores, que también vivían en medio de graves pruebas materiales y espirituales. Por otra parte, advierte que los impíos no han de hacerse ilusión. Si Dios no los castiga aquí abajo, es porque están reservados para el gran día del juicio, en que serán terriblemente castigados. Sin embargo, el castigo divino no será igual para todos. Los falsos doctores serán castigados de una manera especialísima a causa de su vida escandalosa, pues se dejan arrastrar por los placeres sensuales y la lujuria, imitando a los contemporáneos de Noé y Lot. Esclavos de la carne, desprecian la autoridad del Señor (literalmente: "desprecian la soberanía divina," v.10). La soberanía de la que nos habla el texto sagrado parece ser la de Jesucristo, que es llamado con frecuencia en la epístola "nuestro Señor."
La conducta de estos doctores licenciosos está llena de audacia, de temeridad y de arrogancia, pues no temen blasfemar de las potestades superiores (liter.: de las glorias, v.10). Las glorias (d??a?) designarían, según algunos autores (Bigg, Calmes), personas eclesiásticas o civiles constituidas en dignidad. Más, por el contexto (v.11) y por el lugar paralelo de la epístola de Judas 8, se ve que se trata de los ángeles.

2P 2, 11-22. El castigo futuro

¿De qué ángeles se trata en el ?. 11? En el texto paralelo de Judas son los ángeles buenos; aquí, en cambio, el contexto parece indicar que se trata de los ángeles caídos (cf. v.4). Estos son dignos de reprobación; pero los ángeles buenos, aun siendo superiores, no se atreven a proferir injurias contra ellos. El pasaje paralelo de San Judas (v.6) nos habla del altercado entre el arcángel San Miguel y Satanás, en el cual Miguel no se atrevió a pronunciar contra el diablo ningún juicio injurioso, sino que se limitó a decir: Que el Señor te reprenda. Lo que no se atreven a hacer los ángeles buenos respecto de los ángeles malos, lo hacen los falsos doctores, que no temen injuriar a las glorias. Tal vez los falsos doctores negaban a los ángeles malos la capacidad de hacer mal.
El apóstol siente repugnancia de estos falsos maestros, comparables a los brutos irracionales (v.12). La vida que llevan es como la de las bestias, destinadas a ser capturadas y a perecer. Por eso también ellos terminarán en la perdición. Encenagados en los apetitos de la carne, blasfeman de todo lo que no responde a sus instintos y de todo lo que no conocen, es decir, del poder de los ángeles y de Dios. El placer de estos falsos doctores está en los grandes banquetes de cada día, que son para ellos motivo de pecado. Porque asisten a los ágapes de la comunidad con la única preocupación de engordar y extraviar a los demás (?.13).
También pecan los falsos doctores buscando y deseando la mujer adúltera (v.14). Todo lo que ven les excita a las pasiones y los lleva a cometer mayores pecados, particularmente incitando con su conducta y sus palabras al pecado a las almas más débiles. No es éste sólo su vicio habitual, sino que también conocen todas las habilidades del avaro para amontonar riquezas. Emplean sin ningún escrúpulo todos los medios, incluso los más deshonestos. Por eso la maldición divina se desencadenará sobre ellos en el día de la parusía.
Estas ideas de avaricia y de maldición sirven para introducir muy naturalmente la historia de Balam (v. 15-16), al cual se reprochaba la codicia y había sido llamado por Balac para maldecir. Balam es el tipo de los que obran el mal por espíritu de lucro. Su pecado más conocido fue el haber aceptado maldecir a Israel para obtener del rey de Moab una buena suma de dinero. Pero Balam no sólo fue culpable de avaricia y de engaño, sino que también incitó a las mujeres moabitas para que tentaran a los israelitas. Por estos motivos la tradición judía atribuyó a Balam todas las torpezas e hizo de él el prototipo de los condenados. De los ejemplos de Caín, Balam y Coré aducidos por Judas (v.11), la 2P sólo escoge uno: el de Balam.
Los falsos doctores hacen sufrir una cruel desilusión a los incautos que esperaban de ellos la verdad y la salvación. Para significar esto, el autor sagrado emplea dos imágenes, tomadas de Judas 12, 13, con cierta libertad, que insinúan la desilusión de un peregrino sediento (v.17). Jeremías había ya comparado los falsos profetas a cisternas rotas, que no pueden contener el agua. Los falsos doctores, sin poder dar lo que prometen, irán a parar al orco tenebroso; en cambio, los justos resplandecerán como estrellas por toda la eternidad.
Los v.18-19 precisan en qué consiste la desilusión que se llevarán los secuaces de los falsos doctores. Profiriendo palabras hinchadas de vanidad (v.18), se asemejan a las nubes empujadas por el huracán, que prometen mucho y no dan nada. Sin embargo, logran seducir con el cebo de la sensualidad a los incautos y a los débiles; es decir, a los que se han convertido recientemente del paganismo y que todavía no han conseguido vencer plenamente sus anteriores errores y malos hábitos. Abusando de la predicación cristiana, prometen, bajo el nombre de libertad, una verdadera esclavitud, porque el que no observa la ley moral será esclavo de los vicios (v. 19). El vencido se convertía en esclavo del vencedor, según el antiguo derecho de guerra. Los falsos doctores han sido ya vencidos por la corrupción, porque "el que comete el pecado se hace esclavo del pecado". Los falsos profetas se habían dejado vencer por los vicios de la carne.
La incorporación a Cristo mediante el bautismo y el conocimiento de la doctrina cristiana libraba a los cristianos de las corruptelas del mundo (v.20). Pero, si de nuevo se enredan en ellas y se dejan vencer, su situación se hace más crítica que antes, porque ya no tienen la excusa de la ignorancia. Mejor les hubiese sido no conocer la verdad cristiana que, una vez conocida, apartarse de ella (v.21); porque su pecado sería menor. Es mejor ser pagano que convertirse en apóstata. La expresión camino de la justicia designa la santidad cristiana con todo lo que ella implica, pues esta santidad proviene del conocimiento que se tiene de Jesucristo.
El autor sagrado ilustra con dos proverbios populares lo que había dicho sobre los apóstatas. El primero está tomado de Pr 26, 11: volvióse el perro a su vómito. El fiel que vuelve a su vida de pecado se hace tan abominable como el perro que vuelve de nuevo a vomitar. El segundo proverbio no es bíblico, pero se encuentra ya en la leyenda de Ahikar: "la cerda lavada vuelve a revolcarse en el cieno." La comparación con el fiel se refiere al retorno a un estado inmundo del cual había salido. Jesucristo también había empleado la imagen del perro y del cerdo para designar a los adversarios incorregibles. Los autores paganos consideran al perro, y sobre todo al puerco, como símbolo de la mancha moral.

2P 3, 1-18. El Día del Señor

El autor sagrado ya había hablado de la parusía del Señor (2P 1, 16). Ahora vuelve a tratar de nuevo esta cuestión, que era rechazada por los falsos doctores con el fin de atraer más fácilmente a los cristianos a sus inmoralidades. Previene a sus lectores contra estos malvados y los exhorta a esperar la venida del Señor. Esta parte constituye un verdadero apocalipsis de Pedro.

2P 3, 1-2. Exhortación a creer en la parusía

Al término de la diatriba contra los falsos doctores, se dirige a los fieles llamándoles carísimos (??att?t??). Lo mismo sucede en la epístola de Judas 1, 17. La alusión a una primera epístola (v.1) parece referirse a la 1P. En dicha epístola encontramos insinuado en forma expositiva todo lo que aquí se presenta en forma polémica. En la 1P también se citan los testimonios de los profetas y de los evangelizadores. Se habla del valor salvífico de la pasión de Jesús, de su Resurrección y Ascensión, y se trata de la parusía del Señor. Los destinatarios de la 2P tienen la inteligencia sana, es decir, que todavía no han sido contaminados por las doctrinas de los falsos doctores. Sin embargo, el autor quiere ponerlos en sobre aviso y recordarles la enseñanza tradicional para que no sean contaminados.
Ante todo han de tener presente lo que han predicho los santos profetas. Y vuestros apóstoles (v.2), que han transmitido a los fieles el programa de vida de Cristo. También en la epístola de Judas (v.17) se encuentra una alusión semejante "a las palabras predichas por los apóstoles." La expresión nuestros apóstoles no excluye al autor de la epístola de entre ellos. Sin embargo, la generación apostólica aparecerá ya como en el pasado. El autor no se presenta, desde luego, como el padre en la fe de los fieles a los cuales escribe. Precepto tiene aquí sentido amplio: es la doctrina cristiana (cf. 2P 2, 21).

2P 3, 3-4. Incredulidad de los falsos doctores

Los fieles han de saber que los esfuerzos de los herejes y escarnecedores del nombre de Dios han sido predichos para los postreros días (v.3). El pensamiento resulta más claro en Judas (v.18) que en nuestra epístola: los herejes que han de venir han sido anunciados por los apóstoles, los cuales recibieron, a su vez, esta enseñanza del mismo Cristo. Esos herejes serán gentes escarnecedoras que se burlarán de las creencias más santas, con el fin de legitimar su vida licenciosa. Se ríen de la parusía del Señor diciendo: ¿Dónde está el cumplimiento del prometido retorno de Cristo? Ha pasado toda una generación de creyentes sin ser testigos de esa parusía, y continúan igual todas las cosas, pues la naturaleza no ha sido destruida por ninguna catástrofe, que, según la predicción de Cristo, había de tener lugar antes de su retorno6. Luego, si nada ha ocurrido hasta ahora, es muy probable que nada ocurra en el futuro.
Jesucristo había dicho efectivamente que vendría en su gloria, pero sin indicar el momento. El amor que los fieles profesaban a Cristo, sus esperanzas de la retribución y sus deseos de verle les hacían pensar en un retorno próximo, que se manifiesta en toda la primera generación cristiana. También los apóstoles esperaban la parusía, aunque nada enseñaron sobre el tiempo en que sucedería. Sin embargo, con el pasar de los años se sintió la necesidad de disociar la parusía y el juicio final de las esperanzas escatológicas con las cuales eran unidos. Bajo la presión de los hechos se daba un progreso teológico, no en el sentido que cambiase la revelación, sino en cuanto que había que mirar y expresar los datos revelados independientemente de una concepción temporal que no formaba parte de ellos y que resultaba difícil mantener.
Los padres del v.4 no son los antepasados del Antiguo Testamento, sino los cristianos de la, primera generación que habían muerto.

2P 3, 5-10. Refutación de los Falsos Doctores

El hagiógrafo la emprende ahora directamente contra los falsos profetas, que se burlaban de la parusía, y refuta sus errores.
El autor sagrado rechaza primeramente el argumento en que se apoyaban los falsos doctores para negar la parusía: la estabilidad de la naturaleza. El apóstol afirma que en la naturaleza se operó un gran cambio por medio del diluvio (v.5-7), especialmente en lo que se refiere a los hombres. Por el diluvio volvió la tierra al estado en que se halló al principio, antes de la separación de las aguas y de la tierra en el día tercero de la creación. Si los falsos doctores no quieren reconocer esta verdad, es que voluntariamente se hacen cómplices de esta ignorancia. La creación y la destrucción operada por las aguas son garantía de la destrucción final que será producida por el fuego.
Para el autor de la 2P el fin del mundo será una inmensa conflagración (v.7.10.12ss). La idea de que el fin del mundo vendría por el fuego parece ser de origen persa. Posteriormente esta concepción se hizo corriente en el mundo greco-romano, de donde pasó a los judíos y cristianos.
En este pasaje de la 2P parecen confluir -según Mollat- dos influencias: una especulación filosófica greco-romana, según la cual el mundo terminará abrasado por el fuego, y una concepción bíblica, según la cual el fuego significaría la venida de Dios y el castigo de los malvados. En el Antiguo Testamento, el triunfo de Yahvé va acompañado de un fuego vengador que destruye los enemigos de su causa y alcanza hasta los elementos materiales del mundo. El autor sagrado tal vez aluda en el v.7 a los vaticinios de Isaías: "He aquí que llega Yahvé en fuego, y es su carro un torbellino. Porque va a juzgar Yahvé por el fuego." Y en otro lugar: "Pasarán los cielos como humo, se envejecerá como un vestido la tierra". Del fuego en conexión con el juicio hablan también los profetas Miqueas, Sofonías, Daniel y el Sal 98, 3. San Pablo también habla del fuego del juicio, y enseña que Jesucristo se manifestará en un incendio de llamas para hacer escarmiento. Los escritos apócrifos judíos también aluden frecuentemente al tema del fuego que destruirá y renovará el universo. Otro tanto sucede con los escritos cristianos en donde se trata este tema.
A continuación (v.8) el autor sagrado responde a la pregunta sarcástica de los falsos doctores: ¿Dónde está la promesa de su venida? (v.4). Para Dios no hay tiempo, pues todo está presente en su mente, y, por consiguiente, las distinciones temporales que nosotros establecemos no tienen sentido en los planes divinos. La dilación es una prueba de la paciencia de Dios, como dice San Agustín, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos tengan tiempo para arrepentirse (v.8). El apóstol se inspira en el Sal 90, 4: "Mil años son a tus ojos como el día de ayer, que ya pasó; como una vigilia de la noche." La literatura rabínica pretende descubrir en este salmo conclusiones sobre la duración de los tiempos mesiánicos y sobre el fin del mundo. También los milenaristas se sirvieron de este texto de la 2P para apoyar sus doctrinas sobre el milenio de felicidad en este mundo. Sin embargo, el apóstol no dice absolutamente nada sobre el milenio, sino que se limita simplemente a aplicar al caso concreto el pensamiento del salmista, el cual niega toda medida entre la eternidad de Dios y el breve tiempo de nuestra vida.
El Señor es paciente, pero debemos prevenirnos contra la presunción y no diferir demasiado el arrepentimiento, porque vendrá el día del Señor como un ladrón (v.10). Es una imagen bíblica muy expresiva para describir el día de la venida del Señor. Había sido empleada por Jesús, y lo será después por la tradición. En aquel día, el universo desaparecerá y serán consumidos los cielos, los astros (st???e?a), la tierra con todo lo que en ella hay.
La escatología judía admitía la caída de los astros como uno de los elementos característicos del día del Señor. El fuego celeste abrasará, penetrará todas las cosas para purificarlas y ponerlas al descubierto. En la escatología de los primeros siglos tanto judía como cristiana, el fuego tenía una parte preponderante en la conflagración final. San Pablo mismo, en 1Co 3, 10-15, afirma que en aquel día las obras de cada uno serán probadas por el fuego y quedarán de manifiesto.

2P 3, 11-16. Exhortación a prepararse convenientemente para ese día

La idea de la parusía y de la caducidad del mundo ha ejercido siempre un grande influjo sobre la espiritualidad tanto judía como cristiana.
El autor sagrado resume lo que acaba de decir y saca una conclusión práctica. Puesto que el mundo presente está destinado a desaparecer y el día del Señor vendrá de repente como un ladrón, hay que estar preparados llevando una vida santa. Los plurales "in sanctis conversationibus et pietatibus" (Vgta.) indican las múltiples manifestaciones de la santidad y de la piedad que han de resplandecer en toda la conducta de los cristianos. Viviendo santamente, los cristianos podrán esperar con confianza el día del Señor; y, al mismo tiempo, completarán el número de los elegidos, y así acelerarán la hora de la venida del Señor. El Señor espera pacientemente y difiere su retorno para dejar tiempo a los culpables al arrepentimiento; porque cuanto mayor sea el número de los fieles, más pronto vendrá el Señor (v.12). Seguramente el autor sagrado alude a la idea difundida en los ambientes judíos, según la cual la aceleración o retardo de los tiempos mesiánicos dependía de los méritos o pecados de Israel.
La catástrofe cósmica es, sin embargo, motivo de alegría para los fieles que la esperan y la aceleran con el deseo y la oración. Más allá de la tragedia y de la prueba, entrevén la transfiguración del universo. El mundo futuro será un mundo en donde la justicia y la santidad habitarán (v. 13). Estas mismas ideas las encontramos en Is 65, 17; Is 66, 22. San Pablo también presenta a la naturaleza como una persona que espera con inquietud la transformación. Y San Pedro, en un discurso de los Hch 30, habla de "la restauración de todas las cosas."
Si los cristianos esperan este mundo nuevo, deben comportarse de tal manera que sean hallados por el Señor en una disposición moral y espiritual tal que les permita entrar en él (v.14). La espera de la parusía era un poderoso motivo de santificación. Además, los fieles han de ver en el retardo de la parusía una prueba de la voluntad salvífica universal de Dios, que espera para que todos se enmienden y practiquen la virtud (v.15). El apóstol confirma su exhortación con la autoridad de San Pablo, que había enseñado la misma verdad en una epístola enviada a los mismos destinatarios de la 2P. ¿De qué epístola se trata? La epístola a los Rm 3, 2 y la 1Co 3, 3 hablan de las numerosas gracias de conversión que el Señor da a los elegidos; pero no es probable que la 2P haya sido escrita a los cristianos de Roma o de Corinto. Es difícil determinar con precisión de qué carta se trata. La mayor parte de los comentaristas están acordes en admitir que se alude o bien a Col 3, 4, en donde se encuentra una sentencia análoga a la de San Pedro, o bien a Efesios, en la cual se dan varias exhortaciones a la santidad. Algunos autores creen que se trata de una epístola perdida.
El autor de la 2P habla de Pablo como de un amado hermano (v.15), en el cual reconoce el carisma de la sabiduría. Esta sabiduría tal vez se refiere a un conocimiento extraordinario de los misterios revelados. Pero como el v.16 reconoce el carácter sagrado de los escritos de Pablo, es muy posible que podamos ver en esa sabiduría, que dirigía al apóstol cuando escribía, el carisma de la inspiración divina.
Después de aludir a una epístola determinada de San Pablo, el autor de la 2P habla de las demás cartas del Apóstol de los Gentiles, en donde exhorta a la santidad, a la preparación para la parusía (v.16). Los falsos doctores debían de apoyarse en San Pablo cuando prometían la libertad. A lo cual replica el autor de la 2P diciendo que Pablo enseñaba lo mismo que él en todas sus epístolas. La expresión todas sus epístolas no significa necesariamente que el autor de la 2P conociese todo el corpus paulinum actual. Puede referirse a todas las cartas conocidas entonces por el autor de la 2P y por los destinatarios de esta epístola. Existía ya, por consiguiente, una colección paulina, sin que podamos decir cuántas cartas contenía. Este detalle de la 2P es de gran importancia, porque nos hace conocer que en las diversas Iglesias se comenzaron a recoger, desde muy temprano, los escritos de los apóstoles. Es el comienzo del canon del Nuevo Testamento.
En esas cartas de San Pablo, reconoce el autor de la 2P, se encuentran puntos de difícil inteligencia, que gentes ignorantes de la verdad evangélica y mal fundamentados en la fe pervierten (v.16). De este modo la palabra de Dios sirve para perder las almas. Los textos torcidamente interpretados por los falsos doctores serían probablemente los que tratan de la Ley y de la libertad cristiana y los que hablan de la parusía, que eran obscuros por naturaleza. Se formula aquí implícitamente el principio de hermenéutica escrituraria según el cual la interpretación de las Escrituras no puede ser abandonada al sentir de cada uno. El trato que dan esos falsos doctores a las epístolas de San Pablo es el mismo que dan a las demás Escrituras (v.16). La expresión t?? ???p?? ??af?? designa el Antiguo Testamento. Por lo que se ve que la 2P coloca las epístolas de Pablo al mismo nivel de las Escrituras. Y demuestra que nuestro autor considera las epístolas paulinas en el mismo plano de autoridad y dignidad que las Sagradas Escrituras. En toda la literatura judía y cristiana, la Escritura o Escrituras designan los escritos sagrados y normativos, los escritos inspirados, en cuanto que fueron compuestos bajo la inspiración del Espíritu Santo. Este versículo 16 de la 2P implica implícitamente la doctrina eclesiástica de la canonicidad y de la inspiración de las epístolas paulinas y de todo el Nuevo Testamento, pues no hay razón alguna para juzgar de otro modo los escritos de los demás apóstoles.

2P 3, 17-18. Exhortación y doxología final

El autor sagrado vuelve, en la advertencia final, sobre el pensamiento del v.14; y recomienda a los fieles vigilar para no ser seducidos por los falsos doctores (v.17), y crecer en el conocimiento y en la gracia de Dios.
Los lectores de la 2P estaban siempre en peligro de ser seducidos por los falsos doctores que interpretaban torcidamente las enseñanzas apostólicas. Por eso el autor sagrado les dice que deben permanecer firmes en la fe profesada, guardando intactos los principios de su vida cristiana. Han de esforzarse, además, por crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (v.18). La vida cristiana no es algo estático, sino que debe crecer cada día en gracia y en conocimiento de Dios. Al principio de la epístola, el autor deseaba esta gracia y conocimiento a sus lectores. Ahora termina con el mismo pensamiento en forma de inclusión semítica.
La carta se concluye con una doxología a Cristo que recuerda la de 1P 4, 11. En este último versículo de la 2 se afirma claramente la divinidad de Cristo.