2Ts

2Ts 1, 1-12. Introducción

2Ts 1, 1-2. Saludo epistolar

Es una repetición, casi a la letra, del saludo de la carta anterior. Únicamente que a "gracia y paz" se añade de modo explícito el complemento: "de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo." Esto lo seguirá ya haciendo Pablo en todas sus cartas, a excepción de Col, en que se omite la alusión a Jesucristo.

2Ts 1, 3-12. Acción de gracias a Dios

Como de costumbre, al saludo epistolar sigue la acción de gracias, en que el Apóstol suele hacer el elogio de los destinatarios. Alaba aquí el proceder de los tesalonicenses, soportando valientemente tantas persecuciones. Es una manera de prepararlos para los reproches que vendrán luego en los capítulos siguientes.
La perícopa resulta bastante embrollada gramaticalmente, por la excesiva abundancia de proposiciones incidentales. El pensamiento fundamental parece ser éste: las persecuciones sufridas por los tesalonicenses (2Ts 1, 3-4), son "prueba" (?'?de??µa) de un futuro justo juicio de Dios, donde serán premiados con la merecida recompensa (2Ts 1, 5; cf. Hch 14, 22). Dicho de otra manera: puesto que en Dios hay justicia (cf. Rm 2, 6-16), el hecho de que en este mundo haya justos perseguidos y perseguidores indemnes es prueba cierta de que ha de llegar un día en que se dé el merecido castigo a esos perseguidores y el merecido premio a los perseguidos, que así entrarán a gozar de la gloria del "reino de Dios," por cuya consecución tanto han tenido que sufrir. Es el caso en que se hallan los tesalonicenses, y por lo que Pablo da gracias a Dios.
Este pensamiento fundamental lo desarrolla luego más el Apóstol en 2Ts 1, 6-10, describiendo los castigos y los premios destinados respectivamente a pecadores y a justos en la parusía, con la consiguiente inversión de la suerte de los perseguidores y perseguidos. Todo ello, en aquellos momentos de prueba, debía servir de gran consuelo a los tesalonicenses. Los términos con que San Pablo describe el castigo de los malos son sumamente expresivos: retribuirá "con tribulación" (2Ts 1, 6), tomará "venganza en llamas de fuego" (2Ts 1, 8), serán castigados "a eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder" (2Ts 1, 9). En esta última expresión: "lejos de la faz del Señor" (ap? p??s?p?? t?? ??????), podemos ver aludida la que llaman los teólogos pena de daño, consistente en quedar alejados para siempre de la presencia de Dios. Por lo que respecta a "tomar venganza en llamas de fuego" (e? p??? f????ß), quieren ver algunos una alusión a la destrucción del mundo en la conflagración final (cf. 2P 3, 10), o también al fuego con que los réprobos serán atormentados en el infierno (cf. Mt 25, 41); sin embargo, parece mucho más probable que se aluda simplemente al esplendor o "fuego llameante" con que aparecerá Cristo en la parusía, lo mismo para castigar a los malos (2Ts 1, 6; 2Ts 1, 8; 2Ts 1, 9) que para premiar a los buenos (2Ts 1, 7; 2Ts 1, 10). Es decir, se aplica a Cristo, sin que sea fácil saber dónde termina el simbolismo y dónde comienza la realidad, lo que es elemento más o menos obligado en las teofanías bíblicas, a fin de hacer resaltar la potencia y majestad de Dios (cf. Ex 3, 2; Ex 19, 18).
Es de notar que, hablando de la recompensa a los buenos, San Pablo la enfoca bajo el aspecto de "descanso" (??es??, 2Ts 1, 7), en consonancia por contraste con las persecuciones y trabajos de la vida presente. También es de notar la mención "en nuestra compañía," uniendo la suerte de sus evangelizados a la suya, detalle familiar y lleno de cariño (2Ts 1, 7; cf. 1Co 4, 8). Las dos expresiones "glorificado en sus santos" y "admirado en todos los que creyeron" (2Ts 1, 10), alusivas a la gloria de los justos en la parusía, son prácticamente equivalentes, y significan que, cuando llegue ese día, la gloria de Cristo se comunicará plenamente a sus fieles (cf. Rm 8, 18; 1Co 15, 23; 2Co 4, 14; Flp 3, 20-21), lo cual a su vez cederá en honor de Cristo mismo, provocando en los así beneficiados un sentimiento eterno de admiración ante el poder y gloria de Cristo. Entre esos "santos" o "que creyeron," añade el Apóstol, estarán los tesalonicenses, pues han creído a su predicación o "testimonio" (2Ts 1, 10).
Finalmente, San Pablo, en 2Ts 1, 11-12, dirige a Dios una oración por los tesalonicenses, a fin de que los haga "dignos de su vocación" (cf. 1Ts 2, 12; 1Ts 4, 7; 1Ts 5, 24) o, lo que es prácticamente lo mismo, "convierta en realidad todo buen deseo de santidad y obra de fe" (2Ts 1, 11; cf. 1Ts 1, 3). Es éste, como si dijéramos, el fin inmediato de la oración de Pablo. Fin último es el de que Jesucristo "sea glorificado" en los tesalonicenses y los tesalonicenses "glorificados" en Jesucristo (2Ts 1, 12). Parece claro, dado el contexto, que el Apóstol está refiriéndose a la "glorificación" en la parusía, no simplemente a la que resulta, ya en este mundo, de una vida auténticamente cristiana. Cristo "será glorificado" en sus fieles, en cuanto que en ese día quedarán de manifiesto públicamente su poder, su bondad y la eficacia de su sacrificio; y los fieles "serán glorificados" en Cristo, en cuanto que participarán eternamente de su gloria, siendo asociados a su reino y felicidad. Y todo esto lo tendremos "según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo" (2Ts 1, 12), es decir, beneficio que debemos a su inmensa liberalidad. Clara afirmación de la necesidad de la gracia en orden a la consecución de nuestra salud (cf. Flp 2, 13).

2Ts 2, 1-17. La Parusía o Segunda Venida de Jesucristo

2Ts 2, 1-12. La parusía y sus signos precursores

Tras los anteriores preliminares un tanto genéricos, Pablo entra de lleno en la cuestión que motiva la carta: lo de si es inminente o no la parusía. Que los ánimos de los tesalonicenses estaban inquietos a este respecto, lo prueba claramente el lenguaje con que comienza amonestándoles el Apóstol: "No os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, ni os alarméis, como si el día del Señor estuviese inminente" (2Ts 2, 2). También indica el Apóstol en qué apoyaban su argumentación los propagadores de esa falsa alarma: "Espíritu., discurso., epístola atribuida a nosotros" (2Ts 2, 2). Es decir, recurrían a supuestas profecías o revelaciones del Espíritu, a dichos atribuidos a Pablo, e incluso a cartas que no eran suyas (cf. 2Ts 3, 17).
Tal era el estado de ánimo de los tesalonicenses y tal la cuestión a la que intenta responder el Apóstol. La idea general de su respuesta es clara, y puede ser resumida así: Recomendación a los tesalonicenses a que estén tranquilos y no se dejen turbar por falsas alarmas de que es inminente la parusía (2Ts 2, 1-2), pues antes ha de venir "la apostasía" y ha de manifestarse "el hombre del pecado" (2Ts 2, 3-4), como recordarán que ya les explicó cuando estuvo entre ellos (2Ts 2, 5). También saben, puesto que se lo explicó entonces, qué es "lo que está impidiendo" la manifestación de ese hombre del pecado (2Ts 2, 6), el cual se manifestará una vez desaparecido dicho impedimento (2Ts 2, 7-8a), pero será exterminado fulminantemente por Cristo en su parusía (2Ts 2, 8b-12).
La apostasía. Evidentemente se trata de una "apostasía" en el orden religioso. De suyo, el término "apostasía" indica simplemente defección o abandono de algo, y puede tratarse incluso de un partido político. Sin embargo, ya en los Setenta se emplea siempre en sentido religioso (defección de la ley divina), y lo mismo en Hch 21, 21, único lugar del Nuevo Testamento, aparte del actual, en que se emplea este término. Por lo que atañe al caso presente, es claro que ha de interpretarse en sentido religioso, como exige la unión a "manifestación del hombre del pecado" y como está pidiendo todo el contexto.
La presencia del artículo ("la apostasía") indica que se trata de una apostasía bien determinada, conocida ya de los tesalonicenses, sobre la que sin duda habían sido instruidos por el Apóstol (2Ts 2, 5). Es casi seguro que se trata de esa misma apostasía o defección en la fe a que se refirió Jesucristo en su discurso escatológico, cuando habló de que al final de los tiempos surgirán seudoprofetas que engañarán a muchos, y habrá gran enfriamiento de la caridad, con peligro de ser seducidos incluso los elegidos, si ello fuera posible (cf. Mt 24, 11-12; Mt 24, 24; Lc 18, 8). También San Juan, en el Apocalipsis, alude a la misma gran apostasía, cuando habla de "la bestia" que luchará con los fieles y los vencerá, quedando sólo aquellos cuyos nombres "están en el libro de la vida" (cf. Ap 13, 7-8).
Esta "apostasía" está probablemente íntimamente relacionada con "el hombre del pecado" o anticristo, que tendrá mucha parte en ella. Así parecen insinuarlo los diversos textos sea de Jesucristo, que la une a los pseudoprofetas, sea de San Juan, que la une a la aparición de la bestia, sea de San Pablo en este pasaje, presentando juntas ambas cosas.
Pero ¿cuándo tendrá lugar? Referente a este aspecto, San Pablo no dice nada. Sin embargo, todo da la impresión de que él concibe esa "apostasía" como una defección de la doctrina de Cristo. Si esto es así, ello supone que dicha doctrina ha sido ya predicada y creída en gran parte al menos del mundo; de lo contrario, apenas tendría sentido hablar con tanto realce de "apostasía" general. Por lo demás, es esto lo que nos enseñó ya Jesucristo, quien, a raíz precisamente de haber anunciado la aparición de los pseudoprofetas de los últimos tiempos, añade: "Será predicado este evangelio en todo el mundo..., y entonces vendrá el fin" (Mt 24, 14).
El anticristo. San Pablo no usa nunca este término, que será luego el más corriente en la tradición eclesiástica, y que ya se emplea en 1Jn 2, 18 y 1Jn 4, 3. El habla más bien de "el hombre del pecado", "el hijo de la perdición", "el inicuo". Pero el nombre no importa a la cosa. La descripción que hace de él, presentándolo como adversario de Dios y de cuanto se relaciona con Dios, sin admitir más Dios que a sí mismo (2Ts 2, 4), está inspirada en el lenguaje de los profetas, particularmente en Daniel, hablando de Antíoco (Dn 11, 36); Isaías, hablando del rey de Babilonia (Is 14, 13), y Ezequiel, hablando del rey de Tiro (Ez 28, 2). No es fácil saber hasta dónde llega la imagen y dónde comienza la realidad. Desde luego, la expresión "sentarse en el templo de Dios" no es necesario tomarla a la letra, conforme hacen algunos intérpretes, refiriéndola bien al templo de Jerusalén, bien al templo moral de la Iglesia. Puede tratarse simplemente de un modo de hablar, significando que se arrogará derechos de Dios.
La actuación del anticristo y su poder seductor están descritos en 2Ts 2, 9-12. Es muy de notar, en primer lugar, la relación que pone el Apóstol entre Satanás y el anticristo, considerando a éste como instrumento del primero (cf. v.g). Exactamente igual que hace San Juan hablando de la "bestia" y del "dragón" (cf. Ap 13, 2-4). En cuanto a esos "prodigios engañosos" que el anticristo realizará con el poder de Satanás, nótese que no tendrán eficacia sobre los hombres buenos y sinceros, sino sólo sobre "los destinados a la perdición, por no haber recibido el amor de la verdad".
Evidentemente, esta última expresión está aludiendo a la verdad evangélica, a la que el Apóstol personifica en cierto modo, cual si fuese llamando amorosamente al corazón de los hombres para que la reciban y se salven. Por no haber acogido esa verdad, que se presentaba amorosamente con milagros auténticos y llevaba a la salud, ahora, ¡qué inisión!, acogen la "mentira", que se presenta con milagros "engañosos" y lleva a la condenación (2Ts 2, 11-12). Aunque el Apóstol habla de que es Dios quien envía ese poder engañoso, para que "crean en la mentira y sean condenados", esto no ha de tomarse a la letra, como si Dios intentara el engaño y luego la condenación de algunos hombres, sino que es una manera de hablar semítica, atribuyéndole directamente todo lo que permite y hacen las causas segundas (cf. Rm 1, 24; Hch 12, 23).
En cuanto a determinar la verdadera naturaleza del anticristo, si será un personaje individual o más bien una colectividad o persona moral, ha habido y hay gran discrepancia entre los autores. La opinión tradicional, a la que algunos teólogos han querido incluso dar valor dogmático, es que se trata de una persona individual y concreta sumamente perversa y fascinadora, que aparecerá al fin de los tiempos y provocará la gran apostasía. Así parecen pedirlo las expresiones "hombre del pecado", "hijo de la perdición", etc., con que lo designa San Pablo. Sin embargo, gran número de autores actuales (Alio, Buzy, Amiot) creen, a nuestro parecer, con razón, que se trata más bien de una colectividad, o sea, el conjunto de las fuerzas del mal que se oponen a Cristo. En efecto, en 2Ts 2, 6-8, San Pablo concibe al anticristo como algo que se manifestará en el futuro, pero que ya está operando en la actualidad y podría manifestarse en el presente a no haber un obstáculo que se lo está impidiendo. Esto supone que coexiste con la generación de Pablo y lo mismo coexistirá con las generaciones venideras, aunque hay un obstáculo que impide su plena manifestación, la cual llegará únicamente cuando desaparezca el obstáculo. Es entonces cuando dichas fuerzas del mal o anticristo lograrán "la apostasía". Ni vale alegar el que San Pablo, para describirlo, emplee rasgos personales (2Ts 2, 3-4), pues es corriente en el estilo apocalíptico pintar las colectividades bajo símbolos individuales (cf. Dn 7, 1-28; Ap 6, 1-8), tanto más que muchas veces se trata de imágenes ya hechas.
Así interpretado este pasaje, la enseñanza del Apóstol coincide exactamente con la de Jesucristo, quien nunca habla de un anticristo único, sino de falsos profetas que con gran poder de seducción inducirán a error a muchos (cf. Mt 24, 11; Mt 24, 24). Igual se diga de San Juan (cf. 1Jn 2, 18; 2Jn 1, 7). Es verdad que San Pablo habla aquí de una señal, al menos negativa, para conocer la venida de Cristo al fin de los tiempos; pero la señal es todo el conjunto, incluyendo también "la apostasía", efecto de la plena manifestación del anticristo.
El impedimento. Si es difícil, como hemos visto, determinar la naturaleza del anticristo, más lo es todavía determinar la del obstáculo o impedimento que está deteniendo su manifestación. San Pablo afirma expresamente que hay algo o alguien, y los tesalonicenses lo saben, que está impidiendo el que el anticristo se manifieste ya entonces y haya de esperar hasta que llegue "su tiempo", que es el que Dios le ha fijado (2Ts 2, 6-7). Pero ¿qué impedimento u obstáculo es ése? Las teorías son infinitas. Y, desde luego, nunca podremos salir de conjeturas. Ya en su tiempo decía San Agustín: "Sinceramente confieso que no sé a qué se refiera el Apóstol" En realidad, aún hoy tenemos que seguir diciendo lo mismo. A continuación exponemos las tres teorías u opiniones que están más en boga.
Primeramente, la que pudiéramos decir opinión tradicional, que ve ese "obstáculo" en el Imperio romano y en el emperador. Así, todavía hoy, Knabenbauer, Fillion, Vosté, Bover, etc. No importa, añaden, que el Imperio romano haga ya tiempo que desapareciera, sin que haya tenido todavía lugar la manifestación del anticristo, pues más que a la realidad concreta material, San Pablo miraba al aspecto formal, es decir, al principio mismo de autoridad, entonces como encarnado en el Imperio romano. El mismo Pablo habla de las autoridades como de representantes de Dios para reprimir el mal (cf. Rm 13, 1-7), y, cuando llega la ocasión, acude a ellas para defenderse de sus enemigos (cf. Hch 25, 11-12).
Otra opinión, que cada día va ganando más terreno (Alio, Buzy, Huby, Amiot), es la de que ese "obstáculo" son los predicadores evangélicos, que extienden por el mundo la buena nueva de Cristo. Sus defensores se apoyan sobre todo en las semejanzas de este pasaje paulino con Ap 11, 3-10, donde, bajo el símbolo de los "dos testigos", se alude a los predicadores evangélicos que serán vencidos y muertos por "la bestia" una vez que hayan acabado de proclamar su testimonio. No cabe duda que las semejanzas son sorprendentes: como los "dos testigos" vencen a sus enemigos mientras ejercen su oficio de predicar (cf. Ap 11, 5) y únicamente cuando "acaban su testimonio" serán vencidos por "la bestia" dejándole libre el campo en su lucha contra Dios (cf. Ap 11, 7-10; Ap 13, 7-8), así el "obstáculo" de San Pablo está venciendo a las fuerzas del anticristo (cf. 2Ts 2, 6) y únicamente será vencido al final, dejando a éste libre el campo para su plena manifestación de impiedad (cf. 2Ts 2, 7-8). También Jesucristo se expresa en términos muy parecidos, anunciando que el Evangelio "será predicado en todo el mundo" (victoria de los predicadores contra las fuerzas del mal), y únicamente entonces "vendrá el fin", precisamente cuando surgirán "falsos profetas" que inducirán a error a muchos (cf. Mt 24, 14; Mt 24, 24).
Finalmente, una tercera opinión, propuesta por el P. Prat, ha logrado también bastantes adeptos (Colunga, González Ruiz, Colón). Creen estos autores que Pablo, al hablar del "obstáculo" que detiene la plena manifestación del anticristo, está pensando en el arcángel Miguel con sus huestes celestes. Se trata, en efecto, de un pasaje de estilo apocalíptico, y en la literatura apocalíptica es corriente presentar al arcángel Miguel como el gran defensor del pueblo de Israel (cf. Dn 10, 13; Dn 10, 21; Dn 12, 1; Judas 1, 9), y, para los cristianos, de la Iglesia (cf. Ap 12, 7-9). San Pablo no haría sino valerse de una idea entonces corriente. Esta misma idea se recoge en la oración que rezamos diariamente al final de la misa: "Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro protector contra la perversidad y asechanzas del demonio..." Ni se arguya que es difícil poder aplicar al arcángel San Miguel lo de ser "apartado" o quitado de en medio (2Ts 2, 7), pues dicha expresión no exige que el arcángel San Miguel sea realmente vencido. Se trata sencillamente de trasladar a las potencias angélicas, como es corriente en el estilo apocalíptico, lo que en realidad se ha de aplicar a los hombres o colectividades de que aquéllas son guardianes. Un ejemplo lo tenemos en Dn 10, 13-21, donde aparecen luchando los ángeles de Persia y de Grecia cual si fuesen los mismos reinos interesados, interviniendo luego en la lucha también el arcángel Miguel, por cuanto esa contienda no era extraña a los intereses de Israel. La victoria, pues, pasajera sobre Miguel no significaría otra cosa que la victoria sobre la Iglesia o pueblo a él encomendado, particularmente en su elemento activo y batallador. Es decir, que, en sustancia, esta opinión coincide con la anterior.
Mientras no se halle otra mejor, entre las interpretaciones que se han dado hasta hoy, es ésta la que consideramos más fundada.

2Ts 2, 13-17. Constancia en la fe

En contraposición al cuadro sombrío que acaba de pintar sobre los malvados (cf. 2Ts 2, 10-12), San Pablo pinta ahora otro lleno de luz, como dando a entender a los tesalonicenses que todo aquello no debe preocuparlos, pues a ellos los ha elegido Dios para la gloria (2Ts 2, 13-14), la cual ciertamente conseguirán si permanecen firmes en la fe recibida (2Ts 2, 13). Y como la perseverancia, al igual que la vocación a la fe, es gracia de Dios, termina pidiendo para ellos esa perseverancia (2Ts 2, 16-17).
La expresión "como primicias" (2Ts 2, 13; cf. Rm 16, 5; 1Co 15, 20) parece aludir a haber sido la iglesia de los tesalonicenses una de las primeras fundadas por Pablo en Europa. Cuando habla de que llegarán a la bendición o gloria final "mediante la santificación del Espíritu y la fe en la verdad" (2Ts 2, 13), está señalando los dos medios principales para conseguirla: uno, de parte de Dios, y es la gracia santificadora del Espíritu (cf. Rm 15, 16; 1Co 6, 11; 1Ts 4, 8), otro, de parte del hombre, y es la fe prestada al Evangelio, que es la verdad (cf. 2Ts 2, 10). La mención aquí de "la gloria de Jesucristo" (2Ts 2, 14), a la que los tesalonicenses serán asociados, indica que San Pablo sigue aún con la perspectiva de la parusía (cf. 2Ts 1, 10; 1Ts 4, 18).
Es muy de notar el consejo que da a los tesalonicenses de que "guarden las tradiciones en que han sido adoctrinados, ya de palabra, ya por carta" (2Ts 2, 15). Se refiere evidentemente al mensaje evangélico, e indica dos cauces para conocerlo: la viva voz o catequesis oral y la carta o documento escrito. Ambos cauces son apostólicos y tienen el mismo valor. Claro es que, si hay "tradiciones" apostólicas que hay que admitir (cf. 1Co 11, 2; 1Co 11, 23), hay también "tradiciones" humanas engañosas, que es necesario rechazar (cf. Col 2, 8). La oración a Jesucristo y al Padre, pidiendo firmeza en la fe para los tesalonicenses (2Ts 2, 16-17), es semejante a la ya dirigida en la primera carta (cf. 1Ts 3, 11-13).

2Ts 3, 1-15. Exhortaciones Morales

2Ts 3, 1-5. Demanda de oraciones y confianza en los tesalonicenses

Es una perícopa que contiene dos ideas fundamentales. Primeramente, la de que rueguen por él para que tenga éxito su predicación en Corinto, como lo tuvo en Tesalónica, y acabe la lucha que le hacen algunos hombres perversos, enemigos de la fe (2Ts 3, 1-2; Hch 18, 6). La expresión "no de todos es la fe" (2Ts 3, 2), más que apuntar a la afirmación de que la fe es un don de Dios (cf. Ga 5, 22; Flp 2, 13), como si tratara de disculpar a sus enemigos, parece claro que apunta al hecho concreto de que hay muchos que se niegan a recibirla. No hay duda de que, en la mente de Pablo, esta oposición a la fe es una oposición culpable.
La segunda idea es la de confianza en los tesalonicenses de que seguirán cumpliendo las enseñanzas que les ha dado, sin intimidarse por las dificultades (2Ts 3, 3-5). Les dice que no deben temer al "maligno" (2Ts 3, 3), pues el Señor está con ellos, y guiará sus corazones "hacia el amor de Dios y la esperanza paciente de Cristo" (2Ts 3, 5). Es posible que el término "maligno," con referencia al demonio (cf. Ef 6, 16), sea reminiscencia de la oración del Padre nuestro, enseñada por Jesucristo (cf. Mt 6, 13; Mt 13, 19). En cuanto a la expresión "hacia el amor de Dios y la esperanza paciente de Cristo" (e?ß t?? ???tt?? t?? Te?? ?a? e?ß t?? ?p?µ??? ? t?? ???st??), se presta a doble interpretación. Algunos autores refieren ese "amor de Dios," no al amor de Dios a nosotros, sino al amor de nosotros a Dios; parece, sin embargo, más probable, conforme suele tomarse esta expresión en San Pablo (cf. Rm 5, 5; Rm 8, 39; 2Co 13, 14), referirla también aquí al amor de Dios a nosotros, en cuanto a vivir atentos al amor que Dios nos tiene y no hacer nada opuesto a ese amor. Por lo que toca a "paciencia de Cristo," algunos la entienden de la paciencia que Cristo mostró en sus sufrimientos y que deben imitar los tesalonicenses; pero más bien parece, en consonancia con todo el contexto de la carta, que ha de referirse a la paciente espera de la parusía o venida de Cristo, sin dejarse turbar de ligero. (cf. 2Ts 3, 6; 2Ts 1, 10; 2Ts 2, 2).

2Ts 3, 6-15. Cuidado con los que no quieren trabajar

Página admirable de equilibrio, donde el Apóstol sabe juntar la autoridad y la moderación en el trato con los que no andan por el recto camino. Parece que esos fieles "fuera de orden" (2Ts 3, 6; 2Ts 3, 11), para cuya corrección da instrucciones, son los mismos aludidos ya en la primera carta que, ante la persuasión de una próxima parusía, descuidaban el trabajo, con los consiguientes trastornos para la vida de la comunidad (cf. 1Ts 5, 14).
San Pablo ordena respecto de ellos una especie de excomunión (2Ts 3, 6; 2Ts 3, 14); pero que todo se haga con caridad, buscando su bien (2Ts 3, 12-13; 2Ts 3, 15). Se propone a sí mismo como ejemplo, que nunca quiso comer de balde el pan de nadie, sino que trabajaba día y noche para no ser gravoso a los demás (2Ts 3, 7-10; cf. 1Ts 2, 9).

Epilogo

2Ts 3, 16-18. Saludos y bendición final

El Apóstol termina la carta con una súplica, pidiendo a Jesucristo la paz para sus lectores (2Ts 3, 16). Es una especie de saludo-bendición en forma de súplica. Intencionadamente, tratando de evitar posibles falsificaciones (cf. 2Ts 2, 2), llama la atención de sus lectores sobre su costumbre de escribir con su puño y letra estos saludos finales de sus cartas (2Ts 3, 17; cf. 1Co 16, 21; Ga 6, 11; Col 4, 18).
La fórmula o bendición de despedida (2Ts 3, 18) es idéntica a la de la primera carta.