Según el orden cronológico, el libro de Ezequiel ocupa el tercer lugar dentro de los profetas mayores, después de Isaías y de Jeremías. En los primeros siglos de nuestra era, el canon judío lo colocaba entre estos dos profetas, atendiendo no ya a la sucesión cronológica sino al contenido de los oráculos: «Primero Jeremías que es todo él conminatorio, luego Ezequiel, que comienza con conminaciones y termina con consolación, y finalmente Isaías que todo él es consolación» 1. En cambio, el canon cristiano, que siguió el orden de la versión de los Setenta reflejado ya en el Eclesiástico 2, dispuso los libros proféticos en el orden que ha llegado hasta nosotros, situando el libro de Ezequiel tras el bloque Jeremías-Lamentaciones-Baruc. Más tarde, también el canon judío colocó Ezequiel después de Jeremías.
La unidad y el orden son mayores en este libro que en el resto de los profetas. Ya los primeros comentaristas judíos y cristianos señalaban una división en dos partes, casi de la misma extensión. La primera (caps. 1-24) tiene carácter conminatorio contra Israel por los delitos que ocasionaron el desastre de la deportación. Comprende la visión inaugural en Quebar y la vocación del profeta (Ez 1, 1-Ez 3, 26), las acciones simbólicas y los oráculos que anuncian el asedio de Jerusalén (caps. 4-7), la teofanía en el Templo con la denuncia de los pecados allí cometidos (caps. 8-11), y los oráculos de condena de Judá e Israel ante la inminente invasión babilónica (caps. 12-24). La segunda parte (caps. 25-48), en cambio, pretende consolar a los deportados y levantar su ánimo, mediante oráculos contra las naciones, palabras y visiones cargados de esperanza. Flavio Josefo llegó a decir que Ezequiel había dejado dos libros, uno condenatorio y otro esperanzador 3. A lo largo de los siglos los estudiosos han mantenido esta división en dos partes, matizando únicamente que los capítulos que agrupan los oráculos contra las naciones (caps. 25-32) constituyen un bloque independiente. De esta forma, se aplica un esquema tripartito y simétrico (A, B, A’), frecuente en otros libros proféticos: A. Juicio y condena de Israel (caps 1-24). B. Transición: juicio y condena de las naciones (caps. 25-32). A’. Esperanza y renovación de Israel (caps. 33-48). Estas tres partes quedan reflejadas en la estructura que hemos adoptado.
La estructura refleja, de un lado, la personalidad y función del profeta, y, de otro, la figura soberana del Señor y su presencia activa en la historia de su pueblo. El profeta es por decisión divina «centinela de la casa de Israel» para anunciar la palabra del Señor, tanto si es de condena como si es de consuelo. Esta imagen del profeta–centinela se repite casi con las mismas palabras en los inicios de la primera 4 y de la segunda parte 5. El profeta, por su elección y misión divinas, es responsable ante Dios más que ante el pueblo: si transmite fielmente la palabra divina, salvará su vida 6, pero si por miedo no comunica las amenazas divinas, será responsable de la suerte del malvado 7. Con todo, no se le hará responsable del comportamiento de sus oyentes, puesto que cada uno –el justo y el malvado– cargará con las consecuencias de su propia conducta. El profeta sólo rendirá cuentas de su fidelidad a la hora de comunicar lo que Dios le indique 8.
La figura del Señor y, más precisamente, su presencia en medio del pueblo que se manifiesta en lo que el profeta denomina la «gloria de Dios», es el elemento clave en la estructura del libro, como se muestra en las tres grandes visiones. En el capítulo primero «la gloria de Dios» se manifiesta de forma extraordinaria a Ezequiel que está lejos de la tierra prometida, entre los deportados de su pueblo, junto al río Quebar 9. Así, desde el principio del libro queda claro que el Señor no deja desatendidos a los suyos en el momento de mayor desventura; al contrario, los acompaña incluso en un país extranjero e impuro. En el centro de la primera parte (caps. 8-11) se relata una nueva visión sobrecogedora: «la gloria del Señor» abandona el Templo y la ciudad, como consecuencia de los pecados cometidos por el pueblo en el recinto sagrado10. Finalmente, en los últimos capítulos del libro se describe la visión de la gloria inaugurando el nuevo Templo y tomando posesión de él: «La gloria del Dios de Israel entraba por el camino oriental…, y entró en el Templo por la puerta que da a oriente»11. Si el castigo divino, la destrucción de la ciudad y la deportación de los judíos eran consecuencia de que la gloria de Dios había abandonado Jerusalén y el Templo, la restauración lleva consigo el retorno y el establecimiento de la gloria divina en el centro de la tierra prometida.
En comparación con otros libros proféticos el de Ezequiel contiene elementos sorprendentes que, aun siendo muchos y muy variados –incluso paradójicos–, conservan una lógica interna extraordinaria. Muchos comentaristas consideran que el libro fue compuesto directamente por el mismo profeta después de que pronunciara los discursos, tuviera las visiones o llevara a cabo las acciones simbólicas. Es decir, así como en los libros de Isaías o Jeremías cabe distinguir entre los oráculos que proceden del propio profeta, o de su época, y los que han sido añadidos después, en el de Ezequiel los intentos de buscar estratos superpuestos han resultado vanos porque todo el libro –ideas, esquema, recursos literarios, etc.– está orientado a llamar la atención de un lector más que de un oyente. Seguramente estamos ante el primer profeta que puso por escrito los oráculos y los gestos de su actividad profética. Al menos ésta es la conclusión a la que se puede llegar después de comprobar las principales peculiaridades del libro.
Ezequiel tiene muchos puntos de contacto con los profetas anteriores a él. En efecto, hace uso de fórmulas que evocan la profecía antigua presente en Elías, Eliseo y los profetas extáticos. Pero, sobre todo, muestra gran afinidad con Jeremías. Ezequiel no menciona expresamente al profeta de Anatot, pero uno y otro explican el destierro como castigo por los pecados y utilizan muchas expresiones que son propias de ambos, como, por ejemplo, el lamento por los malos pastores12, la fórmula «seréis (serán) mi pueblo, Yo seré vuestro (su) Dios»13, etc. Temas característicos de Jeremías, como, por ejemplo, la alegoría de las dos hermanas14, son retomados en Ezequiel. Sin embargo, si se comparan los escritos, el estilo de Ezequiel es mucho más reiterativo y barroco.
Lo mismo que los profetas que le precedieron, Ezequiel utiliza oráculos, visiones, amenazas, oráculos de pleito, acciones simbólicas, etc., pero mezcla otros géneros menos proféticos, como parábolas, alegorías, proverbios sapienciales, casos legales, poemas, etc. Su estilo se caracteriza por el uso de un rico vocabulario de términos hebreos, algunos arameos y babilónicos, y el gusto por las descripciones ampulosas. Abunda en frases hechas y expresiones fijas, y repite una y otra vez las mismas palabras, consiguiendo en ocasiones expresiones felices, pero que a fuerza de insistir en ellas pueden llegar a ser menos efectivas. El recurso a estos procedimientos literarios proviene seguramente de su condición sacerdotal y de su familiaridad con los círculos sacerdotales, que tenían la misión de enseñar la Ley al pueblo y utilizaban la repetición como técnica pedagógica.
Ezequiel, como se ha dicho, utiliza con frecuencia metáforas, alegorías, poemas, etc. Así por ejemplo, describe la historia de Israel bajo las imágenes de la esposa infiel15 y de las dos hermanas–esposas16; elabora composiciones breves y expresivas como la de la cepa inútil17, la de las dos águilas18, el cedro escatológico19, la leona y sus cachorros20, el bosque en llamas21, la olla puesta al fuego22, etc., y poemas apasionados como el de la espada23, inspirado probablemente en un canto babilónico más antiguo; y recurre con frecuencia al lenguaje jurídico y a la controversia24. Aunque en el modo de expresarse coincide en muchos aspectos con otros libros proféticos, utiliza al mismo tiempo unos procedimientos propios, como son las visiones del mundo celeste, el frecuente recurso a las acciones simbólicas y la reiteración de frases hechas o fórmulas, que merecen una especial atención.
a) Las visiones marcan, como hemos indicado, los momentos cumbres del libro. La ocurrida junto al río Quebar transforma a Ezequiel en profeta y defensor de la gloria de Dios25. La del Templo profanado y abandonado por la gloria de Dios26 señala el trágico momento de la destrucción de Jerusalén. Por último, la del nuevo Templo27 abre el horizonte hacia una nueva y definitiva presencia de la gloria divina y anuncia una nueva etapa de bienestar para la tierra prometida.
b) Las acciones simbólicas son oráculos en acción. Ezequiel interpreta la muerte de su esposa como señal de la desgracia que se cierne sobre Jerusalén, y la sobriedad de su luto como prototipo de mesura de los deportados, a pesar de su dolor28. Anteriormente había reflejado el asedio y destrucción de Jerusalén bajo acciones sorprendentes: dibujar en un adobe un asalto militar, acostarse sobre un costado durante un tiempo y luego sobre el otro, comer y beber cantidades exiguas y tasadas de agua, afeitarse la cabeza y esparcir los cabellos de forma casi ritual, etc.29. Asimismo, salir de casa a escondidas con el hato de fugitivo30 muestra la penuria de los que saldrían al destierro con escasez de agua y de pan31. Otros gestos como batir palmas o patalear32, volverse hacia los que conmina33, lanzar gemidos34, etc., reflejan la intensidad de las manifestaciones externas del profeta. Algunos comentaristas han interpretado estas acciones simbólicas como meros recursos literarios que nunca se llevaron a efecto; otros, las aceptan como reales. La mayoría han entendido su valor pedagógico, sin encontrar motivos suficientes para negar su historicidad.
c) Las fórmulas fijas son frecuentes y forman parte de la técnica pedagógica del sacerdote Ezequiel. Unas son solamente recursos de estilo para introducir una visión («Miré y vi», como en Ez 1, 4; Ez 10, 1), o un oráculo («Me fue dirigida la palabra del Señor», como en Ez 6, 1; Ez 7, 1, etc.); otras tienen mayor calado doctrinal. Entre estas últimas cabe destacar dos:
– «Hijo de hombre». Se trata de un semitismo que equivale a «ser humano»35, como «hijo de la pobreza» equivale a pobre36, «hijo de la iniquidad» a inicuo37, etc. En general puede considerarse como fórmula cortés para evitar el pronombre personal38. Pero en Ezequiel aparece 93 veces y tiene un alcance más profundo. Por una parte, manifiesta que el profeta se considera uno de tantos, un hombre vulgar, sin privilegio alguno, a pesar de ser portavoz de Dios. Por otra, indica que ante el Señor, Dios soberano que deja entrever su gloria, Ezequiel es sólo un hombre, una criatura débil e insignificante; es decir, enseña así que entre Dios y el hombre hay una distancia insalvable. Finalmente, muestra la solidaridad con los de su pueblo, pues el profeta no es un individuo aislado, separado de los suyos al ser enriquecido por el mensaje divino; más bien se considera hijo de los suyos, miembro de la comunidad israelita a la que Dios se dirige por mediación de él.
– «Tú sabrás que Yo soy el Señor» (con las variantes «vosotros sabréis», «ellos sabrán»). Es una fórmula que ordinariamente cierra un oráculo o que se introduce a raíz de una intervención divina. En Ezequiel se encuentra en 54 ocasiones. La segunda parte de la frase («Yo soy el Señor») expresa, como en la literatura sacerdotal39, la autoridad suprema de Dios que cumple lo que promete: por eso sólo Él puede imponer al hombre obligaciones indiscutibles. De alguna manera es una expresión abreviada de la fórmula que en los textos deuteronomistas introduce la Alianza: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de la esclavitud»40. La primera parte («Sabrás, sabréis…») indica que toda intervención de Dios, de palabra o de obra, es reveladora de su persona. El Señor, que es transcendente al mundo, no es ajeno a la vida de los hombres, ya que quiere que todos se salven y conozcan la verdad41. Para Ezequiel la verdad más importante, que todos pueden y todos deben conocer, es que Dios es soberano de la creación y de la historia y que actúa con libertad y dominio. El Señor no está supeditado a ninguna criatura. Los hombres terminarán reconociendo su poder y su querer.
La única fuente para obtener datos sobre la personalidad de Ezequiel (que significa «Dios es fuerte» o «Dios fortalece»), los lugares donde vivió y la actividad que desarrolló, es el libro que lleva su nombre. Hoy en día nadie duda de la existencia del profeta ni del momento de su actividad: el período más crítico de Israel, con la destrucción de Jerusalén y la deportación de una parte del pueblo a Babilonia. Ezequiel, hijo del sacerdote Buzí42, era por linaje sacerdote. El año 597, todavía muy joven, formó parte del grupo de los primeros deportados por Nabucodonosor. El año quinto de la deportación del rey Yoyaquín, el 593, al cumplir los treinta años, es decir, a la edad en que debería haberse incorporado a las funciones sacerdotales43, tuvo una visión junto al río Quebar, cerca del Éufrates, que le supuso una profunda transformación interior. Ese momento es el comienzo de su actividad profética, que se desarrolló con cierta regularidad, si nos atenemos a la datación que él mismo hace de sus oráculos y visiones a partir del momento de la deportación del rey: el año sexto44, el séptimo45, el noveno46, el décimo47, el undécimo48 y el duodécimo49, es decir, desde el 592 hasta el 586, años que corresponden al reinado de Sedecías. Luego, tras un periodo de doce años, señala la fecha de otros oráculos: el año vigésimo quinto50 y vigésimo séptimo51 desde la deportación de Yoyaquín. Su último oráculo, por tanto, se puede fechar el año 571. Se sabe también que estaba casado con una mujer a la que amaba con ternura52 y que murió de forma inesperada. Nada más se conoce con certeza de su vida y actividad, ni tampoco de su muerte. La tradición, recogida por San Atanasio y San Epifanio53, que narra la muerte del profeta a manos de un jefe del pueblo cuya conducta idolátrica recriminaba, no está suficientemente probada.
El contenido y el estilo literario del libro rompen los esquemas habituales de la profecía clásica y reflejan una personalidad compleja. Ezequiel es capaz de entristecerse hasta el abatimiento por la muerte de su esposa o la destrucción de Jerusalén, y de entusiasmarse hasta batir palmas, dar gritos o saltar lleno de euforia por lo que acontece a los enemigos de Israel. Se identificó tan profundamente con sus contemporáneos y realizó su misión con tanta fuerza, que todo en su vida fue intenso: las alegrías y las tristezas, los dolores y las esperanzas, los desalientos y las ilusiones.
A principios del pasado siglo algunos defendieron la hipótesis de que Ezequiel había comenzado su ministerio en Jerusalén y allí había pronunciado los oráculos que se encuentran en la primera parte del libro54, ya que estos textos recogen datos muy pormenorizados sobre la situación religiosa y las intrigas políticas de la capital. Sólo el 587 habría sido deportado a Babilonia, donde llevó a cabo la segunda parte de su actividad profética. Sin embargo, no hay pruebas suficientes para asegurar la existencia de este doble ministerio y hoy en día casi todos aceptan una sola actividad profética que se desarrolló en Babilonia. Las referencias a Jerusalén se pueden explicar tanto por la edad que tenía cuando marchó a Babilonia el año 597, unos 26 años, los suficientes para estar al corriente de lo que ocurría, como por su condición de sacerdote, que le facilitaría el contacto con los deportados más cultos y mejor informados, que, seguramente, seguían con los ojos fijos en la ciudad santa.
Un tema todavía no resuelto es si Ezequiel se dedicó más a predicar que a escribir. El propio libro contiene indicios de que el valor de la palabra escrita era creciente: en la primera visión el Señor le dio un libro y le ordenó comerlo55. Sin negar la actividad profética de Ezequiel con palabras y gestos simbólicos, su libro, más que ningún otro de los proféticos, es obra de una sola mano, con escasas adiciones posteriores. Podría ser que Ezequiel en persona pusiera por escrito sus visiones, oráculos y vivencias más íntimas; o que, bajo su orientación, lo hiciera alguno de los discípulos más inmediatos. Así tendría sentido la coherencia doctrinal y lingüística aun dentro de la complejidad de géneros literarios utilizados.
La condición de profeta y sacerdote de Ezequiel y la necesidad de explicar el aparente fracaso que suponía el destierro dan razón de su mensaje específico. Tres grandes temas jalonan el libro: Dios, su ser, su santidad y su transcendencia; la fundamentación de la moral en la pureza ritual y en la responsabilidad personal; y la esperanza en la salvación que supone una modulación de la doctrina mesiánica tradicional.
Ya en la teofanía inaugural56 Ezequiel contempla «la gloria del Señor», es decir, al Señor que se aproxima a los suyos y, sin perder su majestad, se deja ver pero no del todo. Él es el soberano de Israel, porque sólo Él puede juzgarlo, condenarlo o salvarlo. Y es también el soberano de las naciones, pues a unas reprueba57 y a otras, como a Babilonia, las utiliza como instrumentos para castigar a Israel y a los demás pueblos58.
Además el Señor es omnipotente. Está por encima de los dioses de Babilonia, que no son nada. Él supera los límites de espacio (está en Jerusalén, y también en Babilonia y en todas partes) y de tiempo (es el mismo antes y durante el destierro).
La expresión antes mencionada, «tú sabrás que Yo soy el Señor», refleja la necesidad de que todos, israelitas y gentiles, reconozcan la majestad divina.
La santidad y la trascendencia del Señor se manifiestan también en una cierta teología del «Nombre de Dios». Es sabido que el «nombre» designa a la persona y que, en la cultura semita, tiene especial relevancia, ya que conocer el nombre de alguien equivale a tener un poder sobre él59. En la tradición sacerdotal profanar el Nombre de Dios60, cantarlo61 o ensalzarlo62 equivale a profanar, cantar o ensalzar a Dios mismo. En la enseñanza de Ezequiel el «Nombre del Señor» es santo63 y garantía de la vida del pueblo, por lo que de ninguna manera podrá exponer su Nombre a la irrisión de las naciones64 ni podrá ser profanado. Dios perdonará a su pueblo, le hará retornar a la tierra prometida, restaurará el Templo y sus instituciones, etc., no porque el pueblo se haya convertido ni porque haya hecho méritos, sino sólo por el honor de su Nombre, para que no sea profanado entre los gentiles. Los miembros del pueblo por sí mismos no pueden llegar a convertirse, por lo que Dios tiene que cambiarles el corazón e infundirles un espíritu nuevo65.
En Ezequiel, el pecado es designado con dos términos conocidos en profetas anteriores: prostitución e impureza66. Bajo la imagen del adulterio y la prostitución denuncia la idolatría, pero también los pecados contra el culto y contra los preceptos rituales. Condena el culto en los lugares altos67, el incumplimiento de los sábados68, la profanación del santuario69. Los ídolos reciben el nombre de gillulim70, término relacionado con «excrementos», que expresa la repulsa del sacerdote por cualquier impureza71. De todos los profetas es el que más hincapié hace en la necesidad de cumplir los preceptos y normas del Señor.
Ezequiel enseña que la historia de Israel ha estado siempre teñida de pecado: nunca ha habido un período de lealtad, ni en Egipto72 ni en el desierto73. Denomina a su pueblo «casa rebelde»74 porque una y otra vez se rebelaron contra el Señor75, quebrantando sus mandatos. El pecado, según Ezequiel, es un acto de soberbia contra el Señor, soberano supremo, más que una falta de amor; un acto de menosprecio de los dictados divinos, más que una deslealtad. El pecado, por eso, tiene connotaciones legales más que morales, en cuanto que subraya más la infracción de la norma que la ofensa a Dios.
Cada generación es responsable de sus propios actos y tendrá que cargar con el castigo inapelable que merezca76. Más aún, cada persona cargará con las consecuencias de sus pecados, no con los de sus antepasados77. De esta manera, Ezequiel explica las causas que motivaron el destierro: no fue el comportamiento de los antiguos sino el de los propios deportados.
Esta doctrina de la responsabilidad personal tiene el riesgo de rebajar la solidaridad con los demás miembros del pueblo, sean los predecesores o los contemporáneos. Ezequiel sale al paso de tal peligro subrayando, de una parte, la misericordia de Dios, que en el momento de la destrucción salva un resto78, y, de otra, la fidelidad, que le lleva a establecer de nuevo la Alianza. Cuando el pueblo haya experimentado esta nueva iniciativa divina, entonces se arrepentirá y será perdonado de nuevo79.
La esperanza salvífica, que ya se vislumbra en algunas secciones de la primera parte, es el hilo conductor de los oráculos, visiones y signos de la segunda. Dios mismo pastoreará a su pueblo porque quienes lo han guiado hasta ahora lo han hecho sólo en beneficio propio80. No volverá a establecer un rey en el trono de Israel, pero suscitará un príncipe a quien le otorgará la heredad de David81, al que concederá privilegios especiales82. La mención de David no pretende reforzar la sucesión dinástica que nunca más volverá a darse en Israel. Únicamente subraya que el príncipe ideal llevará a cabo una Alianza de paz, semejante a la establecida con David, para vivir con sosiego83. Ezequiel, por tanto, modifica la antigua doctrina mesiánica que ponía su esperanza en un rey descendiente de David, y fomenta la esperanza en Dios mismo, que dará vida a su pueblo por Sí mismo o mediante su Espíritu84.
En tiempos de Jesús el libro de Ezequiel apenas tenía relevancia si se compara con Isaías y Jeremías, probablemente porque algunas de sus expresiones podrían dar pie a interpretaciones chocantes con la doctrina común de la época. Las visiones, en especial la del carro de fuego85, podrían originar imaginaciones extrañas como había ocurrido en algunos libros apocalípticos y como ocurriría en la Edad Media en la corriente mística judía denominada Cábala. Por otra parte, algunas normas rituales repetidas en el libro no encajan con las contenidas en Números y Levítico. De hecho en Qumrán sólo hay pequeños fragmentos de seis ejemplares y son muy escasas las citas o alusiones. En la literatura rabínica el libro de Ezequiel está prácticamente silenciado y sólo tenemos noticias de las dificultades para ser admitido como sagrado86.
Esta situación explica que en el Nuevo Testamento no haya citas explícitas del profeta, y que las alusiones directas a Ezequiel sean escasas. Se pueden encontrar algunos rasgos que pertenecen al conjunto de la tradición bíblica y están también recogidos en Ezequiel. Entre éstos, la imagen de la viña87, la del buen pastor88, la de la fuente de agua89. En el Apocalipsis hay más alusiones, pero ordinariamente son imitación de términos y de estilo.
La tradición patrística tampoco se sirvió de Ezequiel en la misma medida en que se sirvió de otros profetas mayores. Solamente Orígenes, del que se conservan unos fragmentos, Teodoreto de Ciro y posteriormente San Jerónimo comentaron con detenimiento el libro.
En la teología y en la liturgia ha ido creciendo su influencia con el tiempo: en el ámbito teológico, la visión de los huesos vivificados90 se ha interpretado como anuncio de la resurrección de los muertos para el juicio final; la de la fuente del Templo91 es mencionada para explicar la fecundidad del agua del Bautismo. Y en teología moral se desarrolla la doctrina de la responsabilidad personal y la necesidad de un corazón nuevo92 como esperanza de las bendiciones divinas.
1 Talmud, Tratado Baba Batra 14, 6.
2 Si 49, 7-8.
3 Antiquitates Iudaicae 10, 79.
4 Ez 3, 16-21.
5 Ez 33, 7-9.
6 Ez 3, 21.
7 Ez 3, 18; 33, 9.
8 cfr Ez 3, 17 y Ez 33, 7.
9 Ez 1, 4-28.
10 cfr Ez 10, 18-22.
11 Ez 43, 1-4.
12 Jr 23, 1 y Ez 34, 1-10.
13 Jr 30, 22 y Ez 11, 20.
14 cfr Jr 3, 6-10 y Ez 23, 1-49.
15 cap. 16.
16 cap. 23.
17 Ez 15, 1-8.
18 Ez 17, 1-10.
19 Ez 17, 22-24.
20 Ez 19, 1-9.
21 Ez 21, 1-12.
22 Ez 24, 1-14.
23 Ez 21, 13-22.
24 cfr Ez 18, 1-3; Ez 20, 30-32; Ez 33, 10-11.
25 Ez 1, 1-3, 15.
26 Ez 8-11.
27 Ez 40-48.
28 cfr Ez 42, 15-27.
29 Ez 4-5.
30 Ez 12, 1-16.
31 Ez 12, 17-20.
32 Ez 6, 11.
33 Ez 6, 1; 13, 17; 21, 2.
34 Ez 21, 11.
35 cfr Sal 80, 18; Jr 49, 18.33; Jr 50, 40; Jr 51, 43.
36 cfr Sal 72, 4.
37 Sal 89, 23.
38 Dn 8, 17.
39 cfr Lv 19.
40 Ex 20, 2.
41 cfr 1Tm 2, 4.
42 Ez 1, 3.
43 Así suele entenderse la referencia al «año treinta» del comienzo del libro (cfr Ez 1, 1).
44 cfr Ez 8, 1.
45 cfr Ez 20, 1.
46 cfr Ez 24, 1.
47 cfr Ez 29, 1.
48 cfr Ez 26, 1; Ez 30, 20; Ez 31, 1.
49 cfr Ez 32, 1; Ez 32, 17; Ez 33, 21.
50 cfr Ez 40, 1.
51 cfr Ez 29, 17.
52 Ez 24, 16.
53 PG 25, 160 y PG 43, 401.
54 Caps. 1-24.
55 Ez 3, 1-3.
56 Ez 1, 1-28.
57 Caps 25-32.
58 cfr Ez 21, 23-32.
59 cfr Gn 2, 19-20.
60 cfr Lv 18, 21; Lv 19, 12; Lv 20, 3.
61 cfr Sal 7, 18; Sal 9, 3.
62 Sal 34, 4.
63 cfr Ez 20, 39; Ez 36, 20; Ez 43, 7, etc.
64 cfr Ez 36, 5.23.
65 cfr Ez 11, 17-21; Ez 36, 26-28.
66 cfr Ez 20, 30.
67 cfr Ez 6, 13; Ez 20, 28.
68 cfr Ez 20, 12.24.
69 cfr Ez 23, 37-38.
70 Para facilitar la lectura, en el texto hemos traducido este término hebreo por «ídolos» (cfr Ez 8, 10; Ez 18, 6; etc.).
71 cfr Ez 4, 12-15.
72 cfr Ez 20, 7.
73 cfr Ez 20, 13.
74 cfr Ez 2, 5-6.8; Ez 3, 9.
75 cfr Ez 20, 8.13.21.
76 cfr Ez 14, 12-23.
77 cfr Ez 18, 1-32; Ez 33, 10-20.
78 cfr Ez 14, 22.
79 cfr Ez 16, 59-63.
80 cfr Ez 34.
81 cfr Ez 34, 24; Ez 37, 24.
82 cfr Ez 44, 3; Ez 45, 7-12.
83 cfr Ez 34, 23-25.
84 cfr Ez 37.
85 cfr Ez 1, 1-28.
86 cfr Talmud, tratado Menahot.
87 Jn 15, 1-10 y Ez 15.
88 Jn 10, 11-18 y Ez 34.
89 Jn 7, 37-38 y Ez 47, 1- 12.
90 cfr Ez 37.
91 cfr Ez 47.
92 cfr Ez 11, 19.