El nombre del libro, Números, proviene de la traducción griega del Pentateuco –hacia el siglo II a.C.– que lo titulaba arithmoí («números») atendiendo a los censos del pueblo que aparecen al comienzo. Entre los judíos recibe el nombre de Bemidbar («en el desierto»), ya que el primer versículo comienza con esta palabra que además alude al contenido peculiar de la obra: la estancia y peregrinación del pueblo de Israel por el desierto donde Dios se le manifestó.
El contenido del libro de los Números se caracteriza por su variedad temática y literaria. En él encontramos numerosos episodios de carácter narrativo, junto a textos legales de bastante amplitud y pequeñas piezas poéticas. Aunque se trata en gran parte de material nuevo respecto al resto de los libros del Pentateuco, abundan pasajes, tanto narrativos como legales, que vienen a ser repetición de lo que se encuentra en otros lugares. Así por ejemplo, las quejas del pueblo y el prodigio de las codornices narrados en el cap. 11 son prácticamente un paralelo de Ex 16; el texto de Nm 20, 1-9 sobre el agua que brota de la roca reproduce Ex 17; etc.
Las distintas partes del libro de los Números corresponden a los escenarios del desierto en los que se va encontrando el pueblo de Israel. Cuatro son los escenarios que marcan esa situación:
Allí aparece el pueblo en toda su magnitud numérica y su profunda estructura religiosa, disponiéndose para iniciar la marcha.
En este escenario –que es el mismo que el de la segunda parte del libro del Éxodo y el del Levítico– se presenta una detallada descripción del pueblo de la Alianza. Al autor sagrado debió parecerle importante presentar, antes de reemprender la marcha, el recuento por tribus de los israelitas varones aptos para la guerra 1 y la descripción de su posición en el campamento 2, ya que ellos formaban el ejército del Señor. Pero como entre las tribus ocupaba un lugar especial la tribu de Leví, cuya condición y funciones merecían un tratamiento distinto 3, su descripción da pie a introducir a continuación diversas leyes sobre pureza 4, relaciones mutuas 5, voto de nazareato 6, fórmula de bendición 7, ofrendas 8, forma del candelabro 9, ofrecimiento de los levitas a Dios10 y celebración de la Pascua11. También antes de la partida se vuelve a explicar, aunque ya se había hecho en Ex 40, 34-38, el significado y función de la nube que los acompaña12, y la utilización de las trompetas para convocar al pueblo13. Con ello, todo está dispuesto para emprender de nuevo la marcha abandonando el escenario del Sinaí.
Este lugar se encuentra entre el desierto de Parán y el de Sin. Allí el pueblo se rebela contra el Señor y experimenta la amargura del castigo divino, la eficacia de la intercesión de Moisés y la misericordia de Dios que perdona una y otra vez.
El paso a este segundo escenario, Cadés14, apenas ocupa espacio en la narración. Ésta se centra inmediatamente en lo ocurrido allí. Sin embargo, pone de relieve que la nube los condujo al desierto de Parán, y que avanzaron según el orden del campamento15. En torno a Cadés se unen una serie de episodios que tienen como tema de fondo la protesta del pueblo, la intercesión de Moisés y la manifestación de la ira y el perdón divinos. Así encontramos el episodio del fuego de Taberá16, la protesta por el maná y las dificultades de Moisés para gobernar al pueblo, la respuesta de Dios con la institución de los setenta ancianos17 y el envío de las codornices18, la murmuración de Aarón y María contra Moisés19. En ese mismo contexto se narra la exploración de Canaán y la negativa del pueblo a luchar para entrar en la Tierra20, así como su fracaso cuando, al fin, se deciden a hacerlo sin contar con Dios21.
Aparecen ahora, de modo inesperado, diversas leyes sobre sacrificios, ofrendas, expiación, guarda del sábado y de la Ley22, expresamente indicadas para cuando el pueblo entre en la Tierra. Estas leyes vienen, por tanto, a mantener viva la esperanza durante aquella difícil situación y sugieren al lector que, a pesar de todo lo ocurrido, Dios sigue fiel a su promesa. La rebelión de Coré, primo de Moisés y Aarón23, que se narra a continuación, es el marco apropiado para exponer también en este contexto la legitimidad sacerdotal de la familia de Aarón24, así como las funciones y derechos de sacerdotes y levitas25, y los ritos de expiación26. Tras introducir estas leyes continúa de nuevo el relato de la estancia en Cadés pensando ya en la partida; de ahí que se aluda de nuevo a la llegada a este lugar, si bien ahora denominado desierto de Sin27, y vuelva a retomarse el argumento de fondo: la protesta del pueblo, esta vez por la falta de agua28. Se introduce también una explicación de por qué han de continuar por una ruta imprevista: porque Edom les cierra el paso29. Así se traslada la acción al nuevo escenario: el camino de Cadés a Moab.
Incluye diversas etapas, en las que el pueblo de Israel sigue experimentando el castigo y la misericordia de Dios. Sin embargo, predomina esta última que le concede las primeras victorias sobre los enemigos.
Más importante que el recorrido concreto de las etapas desde Cadés a Moab, son los sucesos que van ocurriendo en ese nuevo escenario: la muerte de Aarón30, la toma de Jormá para reafirmar que Dios sigue protegiéndoles31, la constante protesta del pueblo que culmina con el episodio de la serpiente de bronce32, los recuerdos sobre lugares concretos que van unidos a poemas y canciones33. Finalmente, en este recorrido, se recuerdan las victorias sobre Sijón y Og34 que les abren el camino a las llanuras de Moab, último escenario.
Es ésta la última parada estable antes de entrar en la tierra prometida. Aquí Dios continúa protegiéndolos frente a poderosos enemigos, y les concede obtener nuevas victorias que permiten ya el asentamiento de algunas tribus en Transjordania.
Por ser el último, este escenario de las llanuras de Moab debía servir para presentar no sólo algunos recuerdos de lo acontecido allí, sino también resúmenes de toda la travesía por el desierto y disposiciones para la posesión de la Tierra a la que iban a entrar. Debido a la variedad temática que engloba el conjunto de la narración en torno a Moab, ésta da la impresión de un cierto desorden. Comienza con el relato de los oráculos de Balaam35, que resaltan la grandeza y el glorioso futuro de Israel, y continúa con el de la infidelidad del pueblo en Peor36. Por otra parte, al final del viaje por el desierto y los avatares sufridos, se presenta un nuevo censo del pueblo37 orientado a la partición de la Tierra. En ese contexto se plantea también ya la herencia de las hijas38 y la sucesión de Moisés por parte de Josué39. Asimismo, se recogen diversas leyes sobre sacrificios, fiestas y votos que el pueblo habrá de cumplir cuando tome posesión de la tierra prometida40.
El tema de la conquista y el reparto de la Tierra, que está en el trasfondo de esta última parte del libro, encuentra ya como una primera realización en la guerra contra Madián y el reparto del botín apresado41, así como en la distribución de Transjordania entre algunas tribus42. Esto hace volver un momento la mirada hacia atrás, mostrando con detalle el camino que todas las tribus han recorrido desde Egipto43 para exponer, a continuación, cómo habrá de ser el reparto de la tierra de Canaán44, sus fronteras45, las ciudades en que habitarán los levitas46, las ciudades especiales que servirán de refugio47, y el modo de que cada tribu conserve la parte que le haya tocado, regulando el matrimonio de las mujeres con herencia48. De este modo queda el pueblo prácticamente dispuesto para dar el gran paso hacia Jericó, puerta de acceso a la tierra prometida. Sin embargo, en la perspectiva del Pentateuco, todavía hará falta que Dios les dé la Ley por segunda vez. Es lo que vendrá a exponer el libro del Deuteronomio, cuyo escenario seguirá siendo el de las llanuras de Moab.
De la estancia y el paso de los israelitas por el desierto no se ha encontrado ningún testimonio arqueológico. No es extraño, dadas, por una parte, las condiciones del desierto, y, por otra, el tipo de vida nómada que llevaba el pueblo en aquella situación. Sin embargo sí que ha quedado una fuerte huella de esa etapa de su historia en la cultura y en la misma configuración del pueblo de Israel. Así se puede observar en su forma de hablar, en la que por ej. «tienda» es equivalente a «casa»; en algunas costumbres, como la venganza de sangre y la importancia de la hospitalidad; en la misma estructura por tribus; y, sobre todo, en su religión centrada en el culto a Yahwéh. Por otra parte, muchos de los relatos que narra el libro reflejan el ambiente de aquel desierto: la falta de agua, el maná como secreción de una planta, las codornices que llegan exhaustas del mar, la serpiente de bronce en la zona minera de Esión-Gueber, la misma geografía subyacente y las noticias sobre los pueblos que habitaban en aquel territorio. El testimonio, por tanto, de Éxodo y de Números, acerca de que Israel provenía del desierto, es perfectamente verosímil.
Pero Números, con todo, no presenta la historia de la marcha de Israel por el desierto como una descripción detallada del camino seguido, de las etapas realizadas o de las mismas dificultades externas e internas que allí sufrieron los israelitas. Más bien, ofrece una interpretación del significado de aquella época vista desde una perspectiva posterior: la vida y la historia de un pueblo que se ha debatido entre la infidelidad a Dios, sufriendo los castigos subsiguientes, y el servicio a ese Dios mediante el culto en el Templo, y que ha podido experimentar su misericordia. En el libro quedan recogidos antiguos recuerdos enraizados en el tiempo del desierto; pero con frecuencia son recuerdos anecdóticos que, en cierto modo, se han desvinculado del grupo por medio del que habían sido transmitidos y se han generalizado aplicándolos a todo el pueblo. No es de extrañar, por tanto, que Números deje algunos aspectos oscuros desde el punto de vista histórico, como pueden ser la determinación exacta de la ruta que siguieron desde el Sinaí hasta Moab, el tiempo que emplearon en cruzar el desierto, e incluso si sólo hubo una expedición guiada por Moisés o hubo varios grupos que en distintos momentos y por diversas rutas se encaminaron hacia la tierra prometida.
Como ya se indicó en la Introducción al Pentateuco, una de las tradiciones más importantes de Israel es la que recoge relatos acerca de la estancia del pueblo en el desierto. Los profetas son testigos de la supervivencia de esas tradiciones. Así, en el libro de Amós, Dios habla a su pueblo diciendo: «Yo os hice subir a vosotros del país de Egipto y os llevé por el desierto cuarenta años para que poseyeseis la tierra del amorreo»49. Incluso ese paso por el desierto es interpretado como un momento de primordial importancia en las relaciones entre Dios e Israel, en las que se suceden manifestaciones de la bondad de Dios y de la infidelidad del pueblo: «Como uvas en el desierto encontré yo a Israel, como primicia de higuera en su principio vi a vuestros padres. Pero ellos al llegar a Baal Peor se consagraron a la infamia y se hicieron abominables como el objeto de su amor»50.
Las tradiciones orales acerca de ese camino por el desierto se fueron trasmitiendo de padres a hijos, como tema de reflexión y enseñanza. A ellas se irían uniendo noticias sueltas de episodios particulares hasta constituir un núcleo narrativo bastante amplio que sirvió de marco para presentar numerosos textos legales. El proceso de redacción del libro de los Números no difiere mucho de el del Génesis y de la primera parte del Éxodo, en los que se entremezclan las grandes líneas de tradición literaria presentes en los primeros libros del Pentateuco51.
La tradición «sacerdotal» es la que se conserva con más fuerza y extensión en el libro de los Números. Además, la redacción final del libro mantiene primordialmente el espíritu de esa tradición que viene recogida, de modo preferente, desde Ex 25. Probablemente se debe a ella la mayor parte del texto actual. Además, también es lógico pensar que, al ser incluido Números como una parte del Pentateuco, experimentase algún retoque, quizá al final del libro o en lo concerniente a la muerte de Moisés, de manera que el escenario de Moab quedase abierto para poder insertar en él la legislación del Deuteronomio. En cualquier caso, la unidad del contenido del conjunto de Números aparece con nitidez: la peregrinación del pueblo de Dios por el desierto desde el monte del Señor, el Sinaí, hasta las llanuras de Moab frente a Jericó, puerta de entrada a la tierra prometida.
El libro de los Números muestra de una forma peculiar cuál es el modo de actuar de Dios con los hombres y, concretamente, con el pueblo que Él se había elegido: Israel. Esa peculiaridad consiste en que Dios aparece como el que guía a su pueblo a través del desierto, camino de la tierra prometida. El pueblo en Números no es ya una muchedumbre informe, como cuando salió de Egipto, sino una comunidad santa, que puede ser detalladamente censada, formada en virtud de la Alianza52. El desierto es ahora un lugar de paso, lleno de dificultades, ante las que el pueblo experimenta la tentación del desánimo y de la rebeldía contra Dios que les ha llevado allí; pero también es el lugar en el que conoce el perdón y la misericordia de Dios. A pesar de la actitud rebelde del pueblo, Dios lleva a cabo sus designios de conducirlo hasta la tierra prometida.
La presencia misteriosa de Dios en medio de su pueblo, mientras éste va peregrinando, está simbolizada en la nube. También es la nube la que marca el camino que hay que seguir. Es Dios mismo quien conduce a Israel de una parte a otra, por donde Él quiere, aunque el pueblo no comprenda, a veces, la razón de tales trayectos. Testimonio del reconocimiento de la presencia divina son la Tienda reservada al encuentro con Dios y el Arca de la Alianza donde se guardan las tablas de la Ley. Ambas cosas constituyen el centro en torno al que se monta el campamento y en torno al que gira la vida del pueblo. Sin embargo, también Dios se manifiesta a través de los acontecimientos: castigando, en aquellos que son adversos, como con las plagas, el fuego, las derrotas, etc., y perdonando y salvando en aquellos que son favorables, como con el agua, los alimentos, la curación, las victorias sobre los enemigos, etc. Dios exige del pueblo una docilidad a sus proyectos que éste normalmente no presta. A pesar de todo, Dios lo lleva adelante. Es más, las mismas protestas de Israel son ocasión para que Dios manifieste su santidad y su gloria, no sólo mediante el castigo, sino sobre todo mediante la concesión de nuevos dones: el agua de la roca, las codornices, la participación del espíritu a los setenta ancianos, la serpiente de bronce, etc.
En el desierto, Dios va purificando a su pueblo mediante pruebas sucesivas. Estas pruebas son las dificultades externas con que se encuentran los israelitas, y que, normalmente, no superan, sino que les llevan a la protesta y a la rebelión. El castigo que sigue a las rebeldías tiene también un sentido purificador y se orienta a la conversión. Toda la generación que salió de Egipto, incluidos Moisés y Aarón, ha sido rebelde. De ahí que Dios lleve a cabo una purificación, antes de introducirlos en la tierra prometida, haciendo que aquella generación muera en el desierto. Sin embargo, Dios no los destruye; el pueblo que entrará en la Tierra será un pueblo renovado.
Dios cuida al pueblo y lo guía, no sólo en el camino a recorrer, sino en su forma de vivir y servirle mediante intermediarios que Él mismo legitima. Ellos son Moisés, como jefe de la comunidad, y Aarón como sacerdote. Y como éstos han de morir en el desierto, Dios mismo señala y consagra a los sucesores: Josué y Eleazar. También éstos representan al Señor.
El tiempo de estancia y peregrinación por el desierto pervivió en la memoria de Israel como una época dorada de relación con Dios, en contraposición al aburguesamiento y relajación que se produjeron en la época posterior. Los profetas recordarán aquellos años como un tiempo de culto sincero a Dios, aunque tal culto fuera pobre y no tuviera el esplendor que alcanzaría más tarde53. Ante la infidelidad idolátrica de Israel en Canaán, el profeta Oseas anuncia que Dios conducirá de nuevo a su pueblo al desierto, donde le hablará al corazón para reavivar aquel amor primero54. Asimismo, en vistas a un encuentro más íntimo con Dios que le dé fuerza para su misión, el profeta Elías irá al desierto, precisamente al monte Horeb o Sinaí55.
También los Salmos cantarán las maravillas que Dios hizo en el desierto, resaltando, sobre todo, el hecho de que Dios, por su misericordia, no destruyó a su pueblo a pesar de sus reiteradas rebeldías56. Recordando lo sucedido en el desierto, los Salmos urgen a la conversión a Dios en el momento presente en que se recitan: hoy57. Por otra parte, la travesía del desierto se convertirá, lo mismo que el Éxodo, en símbolo del gozoso retorno de los desterrados en Babilonia, a cuya vuelta el desierto se convertirá en vergel58.
Sobre la base de estos recuerdos en la memoria de Israel, el libro de los Números, recogiendo las tradiciones del desierto, viene a dar un sentido a la peregrinación del pueblo de Dios a través de su historia. En ella se dan constantemente los factores que aparecen en el libro: la esperanza de una situación mejor, o la instauración del Reino de Dios; las pruebas e infidelidad del pueblo, así como el servicio cultual a su Dios; y, por encima de todo, la misericordia divina que, constantemente, llama a conversión, y que a pesar de las claudicaciones humanas llevará a cabo sus designios.
Jesucristo, antes de comenzar su ministerio público, fue impulsado por el Espíritu a ir al desierto, donde también Él experimentó la prueba y la tentación. Pero Jesús, a diferencia del pueblo de Israel, salió victorioso59. Después, Jesús realiza prodigios similares a los que Dios había hecho en el desierto, como la multiplicación de los panes60, y proclama que en Él se encuentran plenamente los dones divinos prefigurados durante aquella etapa del pueblo de Israel: Él es el agua viva61, el verdadero pan bajado del cielo62, el camino63, el medio de salvación como lo fue la serpiente de bronce64, y el lugar definitivo de encuentro con Dios65. Vivir unidos a Cristo mientras aún peregrinamos en este mundo es, por tanto, avanzar con seguridad hacia la meta de la Patria definitiva.
Los santos Evangelios presentan también a Jesucristo como la actualización de las realidades del desierto. La concepción virginal de Jesús en las purísimas entrañas de María se realiza por una acción de Dios comparable a la de su presencia en la nube del desierto66. La vida de Cristo en medio de los hombres se comprende como la presencia de la Tienda del encuentro con Dios en medio del campamento de los israelitas67.
Si el libro de los Números para los israelitas significaba no sólo el recuerdo del pasado, sino, por decirlo así, el modelo de toda su historia, para los cristianos ese modelo es Jesucristo en quien se han cumplido las palabras de aquel libro, y quien se ha hecho camino y guía para conducirnos en nuestro avanzar en la vida, en la que subsisten las pruebas y dificultades del desierto. En la Carta a los Hebreos se nos exhorta, pues, a seguir avanzando sin que se endurezca nuestro corazón seducido por el pecado, pues «hemos sido hechos partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio» (Hb 4, 14). Así llegaremos al descanso definitivo. La Iglesia misma va avanzando en el tiempo de la historia sometida a múltiples pruebas, pero con la seguridad de tener la protección de Dios, como el antiguo pueblo de Israel la tuvo en el desierto68: «Así como al pueblo de Israel, según la carne, peregrinando por el desierto, se le designa ya como Iglesia, así el nuevo Israel, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne, también es designado como Iglesia de Cristo, porque fue Él quien la adquirió con su sangre, la llenó de su Espíritu y la dotó de los medios apropiados de unión visible y social. (…) Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne»69. El libro de los Números, por tanto, representa, en el conjunto de los libros de la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios que anima a caminar con esperanza al ritmo que Él va marcando, a luchar en medio de las dificultades y a servirle con culto sincero.
En la interpretación del libro de los Números, la Tradición de la Iglesia, siguiendo la orientación que hemos visto en el Nuevo Testamento, ha descubierto numerosos simbolismos referidos tanto a Jesucristo y a la misma Iglesia como a la vida cristiana. De ello, así como de otras actualizaciones del texto bíblico, ofrecemos en las notas algunos ejemplos que nos han parecido más orientativos.
1 Nm 1, 2-46.
2 Nm 2, 1-34.
3 Nm 3, 1-Nm 4, 49.
4 Nm 5, 1-4.
5 Nm 5, 5-31.
6 Nm 6, 1-22.
7 Nm 6, 23-27.
8 Nm 7, 1-89.
9 Nm 8, 1-4.
10 Nm 8, 5-26.
11 Nm 9, 1-14.
12 Nm 9, 15-23.
13 Nm 10, 1-10.
14 Nm 10, 11.
15 Nm 10, 13-34.
16 Nm 11, 1-3.
17 Nm 11, 4-30.
18 Nm 11, 31-35.
19 Nm 12, 1-15.
20 Nm 13, 1-Nm 14, 38.
21 Nm 14, 39-45.
22 Nm 15, 1-41.
23 Nm 16, 1-35.
24 Nm 17, 16-26.
25 Nm 17, 27-Nm 18, 32.
26 Nm 19, 1-22.
27 Nm 20, 1.
28 Nm 20, 1-13.
29 Nm 20, 14-21.
30 Nm 20, 22-29.
31 Nm 21, 1-3.
32 Nm 21, 4-9.
33 Nm 21, 10-20.
34 Nm 21, 21-35.
35 Nm 22, 2-Nm 24, 25.
36 Nm 25, 1-18.
37 Nm 26, 1-65.
38 Nm 27, 1-11.
39 Nm 27, 12-23.
40 Nm 28, 1-Nm 30, 17.
41 Nm 31, 1-54.
42 Nm 32, 1-42.
43 Nm 33, 1-49.
44 Nm 33, 50-56.
45 Nm 34, 1-29.
46 Nm 35, 1-8.
47 Nm 35, 9-34.
48 Nm 36, 1-12.
49 Am 2, 10.
50 Os 9, 10.
51 cfr Introducción al Pentateuco, § 2.
52 cfr Introducción al Éxodo, § 4.
53 cfr Os 5, 25.
54 cfr Os 2, 16; Jr 2, 2-3.
55 cfr 1R 19.
56 cfr Sal 78, 15-24; Sal 106, 7-11.
57 cfr Sal 95, 7-11.
58 cfr Is 32, 15; Is 35, 1.
59 cfr Mt 4, 1-11 y par.
60 cfr Mt 14, 13-21 y par.
61 cfr Jn 4, 7.
62 cfr Jn 6.
63 cfr Jn 14, 6.
64 cfr Jn 3, 14-16.
65 cfr Jn 14, 8.
66 cfr Lc 1, 35.
67 cfr Jn 1, 14 (ver nota a Nm 2, 1-34).
68 cfr Ap 12, 6.14.
69 Conc. Vaticano II, Lumen gentium, 9.