1a Dar a conocer la misericordia de Dios
Todos los días, hijos queridísimos, deben presenciar nuestro afán por cumplir la misión divina que, por su misericordia, nos ha encomendado el Señor. El corazón del Señor es corazón de misericordia, que se compadece de los hombres y se acerca a ellos. Nuestra entrega, al servicio de las almas, es una manifestación de esa misericordia del Señor, no sólo hacia nosotros, sino hacia la humanidad toda. Porque nos ha llamado a santificarnos en la vida corriente, diaria; y a que enseñemos a los demás –providentes, non coacte, sed spontanee secundum Deum 1, prudentemente, sin coacción; espontáneamente, según la voluntad de Dios– el camino para santificarse cada uno en su estado, en medio del mundo.
1b Vio Jesús a la muchedumbre –nos cuenta el Evangelio–, y tuvo misericordia de ella 2. Hijos míos, el Señor tiene puestos los ojos y el corazón en la muchedumbre, en todas las gentes; nosotros también, como Jesús: ésa es la razón de la llamada divina, que hemos recibido.
2a La perfección cristiana es para todos
Hemos de estar siempre de cara a la muchedumbre, porque no hay criatura humana que no amemos, que no tratemos de ayudar y de comprender. Nos interesan todos, porque todos tienen un alma que salvar, porque a todos podemos llevar, en nombre de Dios, una invitación para que busquen en el mundo la perfección cristiana, repitiéndoles: estote ergo vos perfecti, sicut et Pater vester caelestis perfectus est 3; sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial.
2b Siguieron a Cristo los mártires, pero no ellos solos, escribía San Agustín; y continuaba con un estilo gráfico, pero barroco: hay en el jardín del Señor no sólo las rosas de los mártires, sino los lirios de las vírgenes, y la hiedra de los casados, y las violetas de las viudas. Queridísimos, que nadie desespere de su vocación: por todos ha muerto Cristo 4.
2c ¡Con cuánta fuerza ha hecho resonar el Señor esa verdad, al inspirar su Obra! Hemos venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa –homo peccator sum 5, decimos con Pedro–, pero con la fe de quien se deja guiar por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad: no es necesario abandonar el propio estado en el mundo, para buscar a Dios, si el Señor no da a un alma la vocación religiosa, ya que todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo.
2d Diversidad de caminos
Es el nuestro un camino con muy diversas maneras de pensar en lo temporal –en el terreno profesional, en el científico, en el político, en el económico, etc.–, con libertad personal y con la consiguiente responsabilidad también personal, que nadie puede atribuir a la Iglesia de Dios ni a la Obra, y con la que cada uno sabe valiente y lógicamente cargar. Por eso, nuestra diversidad no es, para la Obra, un problema: por el contrario, es una manifestación de buen espíritu, de vida corporativa limpia, de respeto a la legítima libertad de cada uno, porque ubi autem Spiritus Domini, ibi libertas 6; donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
3a Necesidad del apostolado
Quisiera que, al considerar estas cosas en la presencia de Dios, se os llenara el corazón de agradecimiento y, a la vez, de afán apostólico, de deseos de llevar a las gentes la noticia de esa caridad de Cristo. No lo olvidéis: dar doctrina es la gran misión nuestra.
3b Dar a conocer esa llamada a todos los hombres
En esto consiste el gran apostolado de la Obra: mostrar a esa multitud, que nos espera, cuál es la senda que lleva derecha hacia Dios. Por eso, hijos míos, os habéis de saber llamados a esa tarea divina de proclamar las misericordias del Señor: misericordias Domini in aeternum cantabo 7, cantaré eternamente las misericordias del Señor.
4a El testimonio de la vida ordinaria
Os he dicho, desde el primer día, que Dios no espera de nosotros cosas extraordinarias, singulares; y que quiere que llevemos esta bendita llamada divina por todo el mundo, y que invitéis a muchos a seguirla. Pero nuestro proselitismo hemos de hacerlo con sencillez, con el ejemplo de nuestra conducta: mostrando que muchos –si no todos– pueden, con la gracia de Dios, convertir en camino divino la vida ordinaria y corriente, del mismo modo que vosotros habéis sabido hacer divina vuestra vida, también corriente y ordinaria.
4b Nuestro modo de ser ha de estar empapado de naturalidad, para que se nos puedan aplicar aquellas palabras de la Sagrada Escritura: había un varón en la tierra de Hus llamado Job, y era sencillo y recto, y amaba a Dios, y se apartaba del mal 8. Como esta sencillez cristalina, que hemos de procurar que haya en nosotros, no puede ser simpleza –sin misterio ni secreto, que no los necesitamos ni los necesitaremos jamás–, tened en cuenta lo que se lee en el Eclesiástico: non communices homini indocto, ne male de progenie tua loquatur 9; no hables de tus cosas particulares con un hombre ignorante, para que no diga mal de tu linaje.
5a Unidos a nuestros iguales
La misión sobrenatural que hemos recibido no nos lleva a distinguirnos y a separarnos de los demás; nos lleva a unirnos a todos, porque somos iguales que los otros ciudadanos de nuestra patria. Somos, repito, iguales a los demás –no, como los demás– y tenemos en común con ellos las preocupaciones de ciudadano, de la profesión o del oficio que nos es propio, las otras ocupaciones, el ambiente, el modo externo de vestir y de obrar. Somos hombres o mujeres corrientes, que en nada nos diferenciamos de nuestros compañeros y colegas, de los que conviven con nosotros en nuestro ambiente y en nuestra condición.
5b Levadura en la masa
Me gusta hablar en parábolas, y más de una vez he comparado esa misión nuestra, siguiendo el ejemplo del Señor, a la de la levadura que, desde dentro de la masa 10, la fermenta hasta convertirla en pan bueno. He gozado, en mis temporadas de verano, cuando era chico, viendo hacer el pan. Entonces no pretendía sacar consecuencias sobrenaturales: me interesaba porque las sirvientas me traían un gallo, hecho con aquella masa. Ahora recuerdo con alegría toda la ceremonia: era un verdadero rito preparar bien la levadura –una pella de pasta fermentada, proveniente de la hornada anterior–, que se agregaba al agua y a la harina cernida. Hecha la mezcla y amasada, la cubrían con una manta y, así abrigada, la dejaban reposar hasta que se hinchaba a no poder más. Luego, metida a trozos en el horno, salía aquel pan bueno, lleno de ojos, maravilloso. Porque la levadura estaba bien conservada y preparada, se dejaba deshacer –desaparecer– en medio de aquella cantidad, de aquella muchedumbre, que le debía la calidad y la importancia.
5c Pasando inadvertidos
Que se llene de alegría nuestro corazón pensando en ser eso: levadura que hace fermentar la masa. Nuestra vida no es egoísta: es un luchar en primera línea, es meternos en el torrente de la sociedad, pasando inadvertidos; y llegar a todos los corazones, haciendo en todos ellos la gran labor de transformarlos en buen pan, que sea la paz –la alegría y la paz– de todas las familias, de todos los pueblos: iustitia, et pax, et gaudium in Spiritu Sancto 11; justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.
5d Pero, para ser levadura, es necesaria una condición: que paséis inadvertidos. La levadura no surte efecto si no se mete en la masa, si no se confunde con ella. No me cansaré de repetiros, hijos míos, que no debéis distinguiros en nada de los demás; que vuestra aspiración debe ser la de permanecer donde estábamos, siendo lo que somos: cristianos corrientes, personas que hacen una vida ordinaria y sencilla.
6a Primeros cristianos
Contemplando vuestras vidas, parecen cobrar realidad nueva las palabras que se escribieron en los comienzos del Cristianismo: los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, la doctrina que viven no ha sido inventada por ellos, sino que habitando en ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un peculiar tenor de conducta, admirable y, según confiesan todos, sorprendente 12.
6b El ejemplo de Cristo
Pero, sobre todo, tengamos presente el ejemplo de Cristo: habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, bajo el reinado de Herodes, he aquí que unos Magos vinieron desde Oriente a Jerusalén, preguntando: ¿dónde está el que ha nacido, rey de los judíos? Nosotros hemos visto en Oriente su estrella y hemos venido con la intención de adorarle. Al oír esto el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén 13.
6c Se asustan, se sorprenden: no sabían que el Salvador estaba ya entre ellos. Un rey que pasa inadvertido; un rey que es Dios y pasa inadvertido. La lección de Jesucristo es que debemos convivir entre los demás de nuestra condición social, de nuestra profesión u oficio, desconocidos, como uno de tantos.
6d Naturalidad
No desconocidos por nuestro trabajo, ni desconocidos porque no destaquéis por vuestros talentos; sino desconocidos, porque no hay necesidad de que sepan que sois almas entregadas a Dios. Que lo experimenten, que se sientan ayudados a ser limpios y nobles, al ver vuestra conducta llena de respeto para la legítima libertad de todos; al escuchar de vuestros labios la doctrina, subrayada por vuestro ejemplo coherente; pero que vuestra dedicación al servicio de Dios pase oculta, inadvertida, como pasó inadvertida la vida de Jesús en sus primeros treinta años.
7a Sencillez, sin secreto alguno
Habéis de vivir con sencillez –os he dicho–, con discreción, vuestra amorosa entrega al Señor; debéis estar prevenidos contra la curiosidad agresiva de algunos, y tratar con delicadeza extrema todo lo que se refiere a la intimidad de vuestra vida apostólica.
7b Aunque sé que no os hace falta, porque conocéis bien el espíritu que Dios nos pide que vivamos, quiero hacer una advertencia: discreción no es misterio, ni secreteo; es, sencillamente, naturalidad. En la Obra nunca hemos tenido, ni tendremos, ningún secreto, insisto: no nos hacen falta.
7c Abomino del secreto. Cuando alguna vez una persona ha venido a mí y me ha dicho: le voy a hablar en secreto, le he respondido: pues póngase de rodillas, que a mí no me gusta más secreto que el del Sacramento de la penitencia. Usted, si quiere, se confía a un amigo y a un caballero; si no, de rodillas y en confesión.
8a Consecuencias de la naturalidad
Lo que nos pide el Señor es naturalidad: si somos cristianos corrientes, almas entregadas a Dios en medio del mundo –en el mundo y del mundo, pero sin ser mundanos–, no podemos comportarnos de otro modo: hacer cosas que en otros son raras, serían raras también en nosotros. Sabéis bien que he prohibido que nuestra entrega tenga especiales manifestaciones externas: no hay ninguna razón para que llevemos uniformes o insignias.
8b Respeto a los que piensan que, para ser buen cristiano, hace falta ponerse al cuello una docena de escapularios o de medallas. Tengo mucha devoción a los escapularios y a las medallas, pero tengo más devoción a tener doctrina, a que la gente adquiera conocimiento profundo de la religión.
8c No distinguirse de los demás cristianos
De este modo no es necesario, para demostrar que se es cristiano, adornarse con un puñado de distintivos, porque el cristianismo se manifestará con sencillez en las vidas de los que conocen su fe y luchan por ponerla en práctica, en el esfuerzo por portarse bien, en la alegría con que tratan de las cosas de Dios, en la ilusión con que viven la caridad.
8d En nosotros, no obrar así sería olvidar la esencia misma de nuestra divina llamada, porque entonces ya no seríamos personas corrientes: nos habríamos separado de la masa, y habríamos dejado de ser levadura. Una sola cosa ha de distinguirnos: que no nos distinguimos. Por eso, para algunas personas amigas de llamar la atención, o de hacer payasadas, somos raros, porque no somos raros.
9a Cumplir el pequeño deber de cada instante
Vuestra vida y la mía tienen que ser así de vulgares: procuramos hacer bien –todos los días– las mismas cosas que tenemos obligación de vivir; realizamos en el mundo nuestra misión divina, cumpliendo el pequeño deber de cada instante. Mejor, esforzándonos por cumplirlo, porque a veces no lo conseguiremos y, al llegar la noche, en el examen tendremos que decir al Señor: no te ofrezco virtudes; hoy sólo puedo ofrecerte defectos, pero, con tu gracia, llegaré a poder llamarme vencedor.
9b Nuestra vida sobrenatural, nuestro endiosamiento, no nos debe llevar a la necedad de pensar que no tenemos errores: muchas veces sólo tendremos imperfecciones, contra las que luchamos con la gracia de Dios y con el empeño de nuestra voluntad. Esa lucha, esa perseverancia en la tarea sobrenatural de hacer divina la vida ordinaria, es lo que nos pide el Señor, por la llamada específica que de Él hemos recibido.
10a Santificar la vida corriente
Nuestro camino no es de mártires –si el martirio viene, lo recibiremos como un tesoro–, sino de confesores de la fe: confesar nuestra fe, manifestar nuestra fe en nuestra vida diaria. Porque los socios de la Obra viven la vida corriente, la misma vida que sus compañeros de ambiente y de profesión. Pero en el trabajo ordinario hemos de manifestar siempre la caridad ordenada, el deseo y la realidad de hacer perfecta por amor nuestra tarea; la convivencia con todos, para llevarlos opportune et importune, con la ayuda del Señor y con garbo humano, a la vida cristiana, y aun a la perfección cristiana en el mundo; el desprendimiento de las cosas de la tierra, la pobreza personal amada y vivida.
10b Hemos de tener presente la importancia santificadora del trabajo y sentir la necesidad de comprender a todos para servir a todos, sabiéndonos hijos del Padre Nuestro que está en los cielos, y uniendo –de un modo que acaba por ser connatural– la vida contemplativa con la activa: porque así lo exige el espíritu de la Obra y así lo facilita la gracia de Dios, a quienes generosamente le sirven en esta divina llamada.
11a Apostolado de amistad y de confidencia
Habéis de acercar las almas a Dios con la palabra conveniente, que despierta horizontes de apostolado; con el consejo discreto, que ayuda a enfocar cristianamente un problema; con la conversación amable, que enseña a vivir la caridad: mediante un apostolado que he llamado alguna vez de amistad y de confidencia.
11b Pero habéis de atraer sobre todo con el ejemplo de la integridad de vuestras vidas, con la afirmación –humilde y audaz a un tiempo– de vivir cristianamente entre vuestros iguales, con una manera ordinaria, pero coherente; manifestando, en nuestras obras, nuestra fe: ésa será, con la ayuda de Dios, la razón de nuestra eficacia.
11c El mundo
No tengáis miedo al mundo: somos del mundo y, unidos a Dios, si vivimos nuestro espíritu, nada puede dañarnos. Quizá, en ocasiones, entre gentes alejadas de Dios, nuestra conducta cristiana pueda chocar: habréis de tener la valentía, apoyados en la omnipotencia divina, de ser fieles.
11d Brasas encendidas
Pido para mis hijos la fortaleza de espíritu que les haga capaces de llevar consigo su propio ambiente; porque un hijo de Dios, en su Obra, debe ser como una brasa encendida, que pega fuego dondequiera que esté, o por lo menos eleva la temperatura espiritual de los que le rodean, arrastrándolos a vivir una intensa vida cristiana.
12a Perfección en lo ordinario
En cambio, si alguna vez viniera la tentación de hacer cosas raras y extraordinarias, vencedla: porque, para nosotros, ese modo de obrar es equivocación, descamino. Lo diré con un ejemplo que probablemente os divertirá. Pensad en que vais a un hotel y pedís una pescadilla. Pasan unos minutos, y el camarero os trae un plato: al mirarlo, advertís con sorpresa que no es una pescadilla, sino una serpiente. Tal vez uno de esos grandes taumaturgos, que admiro y cuya vida está llena de milagros, hubiera reaccionado dando una bendición y convirtiendo el reptil en una merluza bien guisada. Esa actitud me merece todo el respeto, pero no es la nuestra.
12b Lo nuestro es llamar al camarero y decirle claramente: esto es una porquería, lléveselo y tráigame lo que le he pedido. O también, si hay razones que lo aconsejen, podemos hacer un acto de mortificación y comernos la culebra, sabiendo que es culebra, ofreciéndolo a Dios. En realidad cabría una tercera postura: llamar al camarero y darle un par de bofetadas; pero ésa tampoco es una solución nuestra, porque sería una falta de caridad.
12c Hijos míos, lo extraordinario nuestro es lo ordinario: lo ordinario hecho con perfección. Sonreír siempre, pasando por alto –también con elegancia humana– las cosas que molestan, que fastidian: ser generosos sin tasa. En una palabra, hacer de nuestra vida corriente una continua oración.
12d Providencia ordinaria
Otros tienen diverso espíritu, ése que podríamos llamar del gran taumaturgo: me parece bien, lo admiro, pero no lo imitaré nunca. Nuestro espíritu es espíritu de providencia ordinaria. Mayor milagro es que todos los días se cumplan las leyes que rigen la naturaleza, que el hecho de que alguna vez se dé una excepción. No seáis amigos de milagrerías: el milagro de la Obra consiste en saber hacer, de la prosa pequeña de cada día, endecasílabos, verso heroico.
13a Cosas pequeñas
Muy claro está, pues, nuestro camino: las cosas pequeñas. Se puede comparar nuestra vida, siendo nosotros hombres duros y fuertes, a la de un niño pequeño –lo habréis visto tantas veces– a quien llevan de paseo por el campo, y recoge una florecilla, y otra, y otra. Flores pequeñas y humildes, que pasan inadvertidas a los grandes, pero que él –como es niño– ve, y las reúne hasta formar un ramillete, para ofrecerlo a su madre, que le mira con mirada de amor.
13b Dios se nos manifiesta en los detalles de cada día
Somos niños delante de Dios, y si consideramos así nuestra vida ordinaria, en apariencia siempre igual, veremos que las horas de nuestras jornadas se animan, que están llenas de maravillas, diversas entre sí y todas hermosas. Basta no cerrar los ojos a la luz divina, porque el Señor nos está hablando constantemente en mil pequeños detalles de cada día.
14a Ejercitar las virtudes, en la vida corriente
En esa vida corriente, mientras vamos por la tierra adelante con nuestros compañeros de profesión o de oficio –como dice el refrán castellano cada oveja con su pareja, que así es nuestra vida–, Dios Nuestro Padre nos da la ocasión de ejercitarnos en todas las virtudes, de practicar la caridad, la fortaleza, la justicia, la sinceridad, la templanza, la pobreza, la humildad, la obediencia… Os lo diré con San Juan Crisóstomo que, dirigiéndose a quienes soñaban con practicar las virtudes en ocasiones difíciles, en la plaza pública, les recordaba cómo todo eso podemos ejercitarlo en nuestra misma casa: con los amigos, con la mujer, con los hijos. Empecemos por algo sencillo: por ejemplo, por no jurar. Practiquemos esa ciencia espiritual en nuestra propia casa. En verdad que no faltarán quienes vengan a estorbarnos: el criado os irrita, la mujer os saca de quicio con sus momentos de mal humor, el chiquillo os tienta a prorrumpir en amenazas y reniegos con sus travesuras y rebeldías. Pues bien, si en casa, aguijoneados constantemente por todo eso, lográis no dejaros arrastrar a jurar, fácilmente saldréis indemnes también en la plaza pública 14.
14b Un ejemplo
Puedo contaros también otra anécdota sencilla y clara. Hace algunos años –antes de que Dios quisiera su Obra–, conocía a una persona ya mayor que solía dejar la ropa desordenada, tirada por aquí y por allá. Cuando alguien se lo hacía notar, comentaba: la ropa es para mí, y no yo para la ropa. Después, cuando Dios me llamó a su Obra, al recordar aquel suceso, comprendí que la ropa, que las cosas de que me sirvo, no son para mí; o mejor, que son para mí, por Dios: que me permiten vivir la pobreza, usándolas con cuidado, haciéndolas rendir.
15a Mortificación en lo ordinario
Nos ha llamado el Señor a su Obra, para que seamos santos; y no seremos santos, si no nos unimos a Cristo en la Cruz: no hay santidad sin cruz, sin mortificación. Donde más fácilmente encontraremos la mortificación es en las cosas ordinarias y corrientes: en el trabajo intenso, constante y ordenado; sabiendo que el mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia en acabar con perfección la labor comenzada; en la puntualidad, llenando de minutos heroicos el día; en el cuidado de las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes más pequeños; y en los detalles de caridad, para hacer amable a todos el camino de santidad en el mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de nuestro espíritu de penitencia.
15b El verdadero espíritu de penitencia
En cambio, hijos míos, no es espíritu de penitencia el de aquél que hace unos días grandes sacrificios, y deja de mortificarse los siguientes. Tiene espíritu de penitencia el que sabe vencerse todos los días, ofreciendo al Señor, sin espectáculo, mil cosas pequeñas. Ese es el amor sacrificado, que espera Dios de nosotros.
16a Llevar la lucha a detalles pequeños
Sabemos también que las tentaciones que hay que temer no son tanto grandes batallas, sino más bien las pequeñas raposas que destruyen la viña 15, porque el que no presta atención a lo poco, caerá en la miseria 16. Sólo así lograremos que este cuerpo corruptible sea revestido de incorruptibilidad, y que este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad 17.
16b Y os he enseñado que nuestro modo sobrenatural de proceder debe llevarnos a colocar la lucha en detalles pequeños –el orden en el trabajo, la puntualidad en el plan de vida, la fidelidad a los deberes de estado o del oficio, que se presentan en cada instante–, de tal modo que ahí, en nuestras batallas de niño, se canse y se desgaste el enemigo.
17a Contemplativos en medio del mundo
Si en las cosas pequeñas está nuestra lucha, de ellas hemos de tomar ocasión para nuestro diálogo con Dios. Es posible que haya quienes, como hombres fuertes, a los que basta hacer sólo una gran comida al día, mantengan la tensión interior gracias a un largo rato de oración; nosotros somos niños que necesitan, para mantenerse, de muchas pequeñas comidas: tenemos siempre necesidad de nuevo alimento.
17b Cada día debe haber algún rato dedicado especialmente al trato con Dios, pero sin olvidar que nuestra oración ha de ser constante, como el latir del corazón: jaculatorias, actos de amor, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Al caminar por la calle, al cerrar o abrir una puerta, al divisar en la lejanía el campanario de una iglesia, al comenzar nuestros quehaceres, al hacerlos y al terminarlos, todo lo referimos al Señor. Estamos obligados a hacer de nuestra vida ordinaria una continuada oración, porque somos almas contemplativas en medio de todos los caminos del mundo.
18a Importancia de las cosas pequeñas
He querido, hijos queridísimos, describiros algunos rasgos de nuestro modo de santificar la vida ordinaria, convirtiéndola en medio y ocasión de santidad propia y ajena. Lograremos ese fin, si tenemos presente esta condición: que cuidemos la importancia de las cosas pequeñas.
18b Viene bien recordar la historia de aquel personaje imaginado por un escritor francés, que pretendía cazar leones en los pasillos de su casa y, naturalmente, no los encontraba. Nuestra vida es común y corriente: pretender servir al Señor con cosas grandes sería como intentar ir a la caza de leones en los pasillos. Igual que el cazador del cuento, acabaríamos con las manos vacías: las cosas grandes, de ordinario, se presentan sólo en la imaginación, rara vez en la realidad.
18c En cambio, a lo largo de la vida, si nos mueve el Amor, cuánto detalle encontraremos que se puede cuidar, cuánta ocasión de hacer un pequeño servicio, cuánta contradicción –sin importancia– sabremos avalorar. Pequeñas cosas que cuestan y que se ofrecen por un motivo concreto: la Iglesia, el Papa, tus hermanos, todas las almas.
18d Hijos míos, os lo repito una vez más: habríamos errado el camino si despreciáramos las cosas pequeñas. En este mundo todo lo grande es una suma de cosas pequeñas. Que os fijéis en lo pequeño, que estéis en los detalles. No es obsesión, no es manía: es cariño, amor virginal, sentido sobrenatural en todo momento, y caridad. Sed siempre fieles en las cosas pequeñas por Amor, con rectitud de intención, sin esperar en la tierra una sonrisa, ni una mirada de agradecimiento.
19a Heroísmo en lo pequeño
Si vivís así, haréis con vuestra vida un apostolado fecundo, y mereceréis al fin del camino el elogio de Jesús: quia super pauca fuisti fidelis, super multa te constituam: intra in gaudium domini tui 18; ya que has sido fiel en lo poco, en las cosas pequeñas, yo te entregaré lo mucho: entra en el gozo de tu Señor.
19b Todos están llamados a la santidad
Nuestra vida es sencilla, ordinaria, pero si la vivís conforme a las exigencias de nuestro espíritu será a la vez heroica. No es nunca la santidad cosa mediocre, y no nos ha llamado el Señor para hacer más fácil, menos heroico, el caminar hacia Él. Nos ha llamado para que recordemos a todos que, en cualquier estado y condición, en medio de los afanes nobles de la tierra, pueden ser santos: que la santidad es cosa asequible. Y a la vez, para que proclamemos que la meta es bien alta: sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto 19. Nuestra vida es el heroísmo de la perseverancia en lo corriente, en lo de todos los días.
19c Hacer lo ordinario con amor
No es algo sin valor la vida habitual. Si hacer todos los días las mismas cosas puede parecer chato, plano, sin alicientes, es porque falta amor. Cuando hay amor, cada nuevo día tiene otro color, otra vibración, otra armonía. Que hagáis todo por Amor. No nos cansemos de amar a nuestro Dios: tenemos necesidad de aprovechar todos los segundos de nuestra pobre vida para servir a todas las criaturas, por amor a Nuestro Señor, porque el tiempo de la vida mortal es siempre poco para amar, es corto como el viento que pasa 20.
19d Infancia espiritual
Alguno puede tal vez imaginar que en la vida ordinaria hay poco que ofrecer a Dios: pequeñeces, naderías. Un niño pequeño, queriendo agradar a su padre, le ofrece lo que tiene: un soldadito de plomo descabezado, un carrete sin hilo, unas piedrecitas, dos botones: todo lo que tiene de valor en sus bolsillos, sus tesoros. Y el padre no considera la puerilidad del regalo: lo agradece y estrecha al hijo contra su corazón, con inmensa ternura. Obremos así con Dios, que esas niñerías –esas pequeñeces– se hacen cosas grandes, porque es grande el amor: eso es lo nuestro, hacer heroicos por Amor los pequeños detalles de cada día, de cada instante.
20a Humildad
Seamos humildes, busquemos sólo la gloria de Dios: porque nuestra vida de entrega, callada y oculta, debe ser una constante manifestación de humildad. La humildad es el fundamento de nuestra vida, medio y condición de eficacia. La soberbia y la vanidad pueden presentar como atrayente la vocación de farol de fiesta popular, que brilla y se mueve, que está a la vista de todos; pero que, en realidad, dura sólo una noche y muere sin dejar nada tras de sí.
20b Aspirad más bien a quemaros en un rincón, como esas lámparas que acompañan al Sagrario en la penumbra de un oratorio, eficaces a los ojos de Dios; y, sin hacer alarde, acompañad también a los hombres –vuestros amigos, vuestros colegas, vuestros parientes, ¡vuestros hermanos!– con vuestro ejemplo, con vuestra doctrina, con vuestro trabajo y con vuestra serenidad y con vuestra alegría.
20c Humildad personal y colectiva
Vita vestra est abscondita cum Christo in Deo 21; vivid cara a Dios, no cara a los hombres. Esa ha sido y será siempre la aspiración de la Obra: vivir sin gloria humana; y no olvidéis que, en un primer momento, me hubiera gustado incluso que la Obra no tuviera ni nombre, para que su historia la conociera sólo Dios: pero, como abominamos del secreto y queremos trabajar siempre dentro de los límites de la ley, en cada país, no podremos dejar de emplear un nombre.
20d Esa debe ser también la aspiración de cada uno de vosotros, hijos míos: pasar inadvertidos, imitar a Cristo, que permaneció oculto treinta años siendo sencillamente el hijo del artesano 22; imitar a María que, siendo Madre de Dios, gusta de llamarse su esclava: ecce ancilla Domini 23.
21a Rectitud de intención
El Señor nos quiere humildes: esa humildad no significa que no lleguéis a donde debéis llegar en el terreno profesional, en el trabajo ordinario, y, desde luego, en la vida espiritual. Es preciso llegar, pero sin buscaros a vosotros mismos, con rectitud de intención. No vivimos para la tierra, ni para nuestra honra, sino para la honra de Dios, para la gloria de Dios, para el servicio de Dios: sólo esto nos mueve.
21b Dios se ha querido servir de vosotros, de vuestra lucha por alcanzar la santidad e incluso de vuestros talentos humanos. Recordad siempre el mandato de Cristo: que brille vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos 24. Para Él toda la gloria, todo el honor: soli Deo honor et gloria in saecula saeculorum 25, sólo a Dios hemos de dar el honor y la gloria, por los siglos sin fin.
21c No dejéis de meditar las palabras del Apóstol: ahora bien, ¿quién es Apolo?, ¿quién es Pablo? Simples ministros de aquél en quien habéis creído, y cada uno según el don que le concedió el Señor. Yo planté, Apolo regó, pero Dios es quien ha hecho crecer. Y así ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que ha dado el incremento 26.
21d Ocultarse y desaparecer
No olvidéis que es señal de predilección divina pasar ocultos. A mí me enamora el texto del Evangelio en que San Juan, al describir un grupo de los discípulos, nos dice: hallábanse juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael, que era de Caná de Galilea, y los hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos 27. Tengo una gran simpatía a esos dos, de los que ni siquiera se sabe el nombre, porque pasan inadvertidos. Me da una gran alegría pensar que se puede vivir toda una vida de este modo: ser apóstol, ocultarse y desaparecer. Aunque a veces cueste, es muy hermoso desaparecer: Illum oportet crescere, me autem minui 28.
22a Conciencia de la misión divina recibida con la vocación
Hijos míos, tenemos mucho que hacer en el mundo: el Señor nos ha dado una misión divina. Desde el primer día os he invitado a agradecer esta muestra de predilección soberana, esta llamada divina en servicio de todos los hombres: Dios nos pide que el afán apostólico llene nuestros corazones, que nos olvidemos de nosotros mismos, para ocuparnos –con gustoso sacrificio– de la humanidad entera. La mayor parte de los que tienen problemas personales, los tienen por el egoísmo de pensar en sí mismos. ¡Darse, darse, darse! Darse a los demás, servir a los demás por amor de Dios: ése es el camino.
22b Hemos de llenar de luz el mundo, porque el nuestro ha de ser un servicio hecho con alegría. Que donde haya un hijo de Dios en su Obra no falte ese buen humor, que es fruto de la paz interior. De la paz interior, y de la entrega: el darse al servicio de los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de gozo espiritual.
22c Llevar almas a Cristo
Nada puede producir mayor satisfacción que el llevar tantas almas a la luz y al calor de Cristo. Personas a las que nadie ha enseñado a valorar su vida corriente, para quienes lo ordinario parece vano y sin sentido, que no aciertan a comprender y a pasmarse ante esa gran verdad: Jesucristo se ha preocupado de nosotros, hasta de los más pequeños, hasta de los más insignificantes. A todas las gentes habéis de decir: también a vosotros os busca Cristo, como buscó a los primeros doce, como buscó a la mujer samaritana, como buscó a Zaqueo; como al paralítico: surge et ambula 29, levántate que el Señor te espera; como al hijo de la viuda de Naín: tibi dico, surge! 30, a ti te lo digo, levántate de tu comodidad, de tu poltronería, de tu muerte.
22d Dios hace a algunos otra llamada –que yo amo y venero, aunque no es la mía ni la vuestra–, y les invita a salirse del mundo; pero a la gran mayoría de los cristianos los quiere en el lugar donde estaban, en su sitio, en su ambiente, en su profesión, para que sigan siendo gente corriente y a la vez luz del mundo, sal de la tierra 31.
23a Eficacia de la entrega callada y humilde
Hijos míos, fe. Considerad lo que escribe San Pablo a los de Corinto: modicum fermentum totam massam corrumpit 32, un poco de levadura hace fermentar toda la masa. Permaneced unidos en el amor de Dios, en el trato confiado con Jesús, en la devoción filial a María Santísima. Si sois fieles, como fruto de vuestra entrega callada y humilde, el Señor –por vuestras manos– obrará maravillas. Se volverá a vivir aquel pasaje de San Lucas: regresaron los setenta y dos discípulos llenos de gozo, diciendo: Señor, hasta los demonios mismos se sujetan a nosotros, por la virtud de tu nombre 33.
23b Hijos míos: date, et dabitur vobis: mensuram bonam, et confertam, et coagitatam, et supereffluentem dabunt in sinum vestrum 34; dad y se os dará una buena medida, apretada y bien colmada hasta que se derrame. Dad mucho y tendréis mucho: comprended, y acabaremos siendo comprendidos; quered bien a todos, y acabaremos siendo amados de todos.
23c Respuesta a la llamada de Dios
Escuchad siempre en vuestro corazón aquel clamor del Señor, que ha removido tantas almas, también la mía: ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur? 35; he venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda? Encendidos en ese fuego divino vosotros y yo, veremos cómo se acrisola nuestra vida: cómo aprendemos a luchar contra nuestros errores, a adquirir la perfección cristiana, el buen endiosamiento.
23d Sólo así, con Amor –caridad de Cristo– y con la humildad del conocimiento propio, podremos tener voz, para decir al Señor Nuestro, non verbo neque lingua, sed opere et veritate 36 –no con la lengua, sino con las obras y de verdad– que queremos seguir sus pisadas; sólo así sabremos responder a la llamada de Dios con un grito de verdadera entrega, de correspondencia a la gracia divina: ecce ego, quia vocasti me! 37; ¡aquí me tienes, porque me has llamado!
23e Os bendice cariñosamente vuestro Padre.
23f Madrid, 24 de marzo de 1930
1a «hijos queridísimos»: es el modo habitual de dirigirse a los miembros del Opus Dei, para quienes él era simplemente "el Padre". | 1 1P 5,2 (Vg).
1b 2 Mc 6,34.
2a 3 Mt 5,48. | caelestis v1,8 i1,4 ] coelestis m11,2
2b 4 S. AGUSTÍN DE HIPONA, Sermo 304, 2 (PL 38, col. 1396).
2c 5 Lc 5,8.
2d Es el nuestro un camino m12,3 i1,4 ] A todos los cristianos que sienten deseos de perfección estando en el mundo, podemos decir: bien, pero que cada caminante siga su camino. Un camino v1,9 || diversidad m12,3 i1,5 ] pluralidad v1,9
3a «dar doctrina»: es decir, difundir el mensaje de Jesucristo, enseñado por la Iglesia.
3b 7 Sal 89[88],2. | de la Obra: m12,4 i1,5 ] del Opus Dei: v1,10
4a «proselitismo»: este término, que durante siglos ha sido sinónimo de propagación del Evangelio, tiene un significado preciso para san Josemaría, inspirado en la Escritura y en la Tradición de la Iglesia: contagiar a los demás el amor a Jesucristo y los deseos de entregarse a su servicio. Como consecuencia de una evolución semántica, hoy día suele equipararse el proselitismo a la conquista agresiva de adeptos para una causa, mientras que en el Autor está siempre presente el respeto a la libertad que debe acompañar toda acción evangelizadora. Sobre la acepción de proselitismo en san Josemaría ver Camino, OC,I/1, p. 786 y ss.; cfr. Fernando OCÁRIZ, "Evangelizzazione, attrazione e proselitismo", PATH: Pontificia Academia Theologica, vol. XIII, núm. 2 (2014), pp. 429-438; Javier LÓPEZ DÍAZ, "Proselitismo", en DJE, pp. 1029-1033. | el mundo, y que m13,4 ] el mundo, que v1,10 i1,5
4b 8 Jb 1,1. | 9 Si 8,5. | male de h1,5 v1,11 ] mala de m11,5 i1,6
5b 10 Cfr. Mt 13,33.
5c 11 Rm 14,17.
6a 12 Epistula ad Diognetum, 5, 1-4 (SC 33, p. 63). | habitando en ciudades h1,7 v1,13 ] habitando ciudades m11,7 i1,8
6b 13 Mt 2,1-3.
8a que m12,9 i1,9 ] que, v1,15
8d de llamar la atención, o de hacer payasadas, m12,10 i1,10 ] de payasadas, v1,16
10a «socios»: hoy ya no se usa esta denominación y se prefiere "miembros" o "fieles" u otras equivalentes, para designar a las personas incorporadas a la prelatura del Opus Dei. | «opportune et importune»: "con oportunidad y sin ella", cfr. 2Tm 4,2.
10b santificadora v1,17 ] santificante y santificadora m11,12 i1,11
12c Sonreír i1,13 ] Sonreir m11,14 v1,19
12d «endecasílabos»: sobre esta metáfora ver nota a Carta nº 2, 19a. | diverso espíritu, m13,15 ] otro espíritu, i1,13 v1,19 || de la Obra m12,15 i1,13 ] del Opus Dei v1,20 || heroico. i1,13 v1,20 ] heróico. m11,15
14a 14 S. JUAN CRISÓSTOMO, In Matthaeum Homilia 11, 8 (PG 57, col. 201).
14b «la ropa es para mí»: por las notas de una meditación de 1959, muy parecidas a este párrafo, sabemos que se trataba de «un viejo canónigo muy rebueno», que había conocido antes de 1928: notas de una meditación, 31 de diciembre de 1959, en AGP, serie A.4, m591231.
15a «minutos heroicos»: en el lenguaje ascético de san Josemaría, significan pequeños sacrificios que ayudan al orden y a la eficacia del trabajo: la realización de lo que se debe hacer en el momento en que se debe hacer, sin retrasos, sin pereza. Vid. a este propósito el comentario al nº 206 de Camino, OC,I/1, pp. 400-401.
16a 15 Ct 2,15. | 16 Si 19,1. | 17 1Co 15,53.
16b «plan de vida»: conjunto de prácticas de piedad y de costumbres cristianas que se viven para crecer en amor a Dios. Ver Elena ÁLVAREZ, "Plan de vida", en DJE, pp. 977-980.
18b «aquel personaje»: alude al protagonista de la novela Tartarín de Tarascón (1872), de Alphonse Daudet (1840-1897), aunque su historia está aquí citada con libertad. Tartarín soñaba, al modo de don Quijote, con realizar grandes hazañas, que en su tranquilo pueblo de la Provenza no era posible cumplir… Hasta que se decidió a marchar a Argelia para cazar un león del Atlas, terminando su aventura de modo ridículo.
18d «errado el camino»: uno entre tantos pasajes semejantes a los de Apuntes íntimos de los años 30: «has errado el camino, si desprecias las cosas pequeñas», noviembre de 1932 y luego Camino, nº 816. Cfr. Camino, OC,I/1, p. 915.
19a 18 Mt 25,21. | así, m12,21 i1,17 ] así v1,25 || super multa i1,17 ] supra multa m11,21 v1,25
19b 19 Mt 5,48. | todos que, m12,21 i1,17 ] todos, que v1,25
19c 20 Jb 7,7.
20c 21 Col 3,3.
20d 22 Mt 13,55. | 23 Lc 1,38.
21b 24 Mt 5,16. | 25 1Tm 1,17.
21c 26 1Co 3,4-7.
21d «señal de predilección»: también esta idea se encuentra en sus Apuntes íntimos, el 24 de enero de 1932: «Otros institutos tienen, como una bendita prueba de la predilección divina, el desprecio, la persecución, etc. La Obra de Dios tendrá esto: pasar oculta». De ahí pasaría, reelaborada, a Camino, nº 959 (cfr. Camino, OC,I/1, in loc., pp. 1014-1015). | 27 Jn 21,2. | 28 Jn 3,30.
22b en su Obra no falte i1,21 ] en su Obra falte m11,26 | en el Opus Dei no falte v1,30
22c 29 Cfr. Mc 2,9. | 30 Lc 7,14. | paralítico: m12,27 i1,21 ] paralítico, v1,31 || Naín: ] Naim: m11,27 | Naím: i1,21 | Naím, v1,31 || surge! 30, m12,27 i1,21 ] surge! 30: v1,31
22d 31 Mt 5,13-14.
23a 32 1Co 5,6. | 33 Lc 10,17.
23b 34 Lc 6,38. | date, et dabitur vobis: mensuram bonam, v1,32 ] date et dabitur vobis mensuram bonam m11,28 | date et dabitur vobis: mensuram bonam i1,22
23c «ignem…»: este modo de comentar el pasaje de Lc 12,49 expresa los sentimientos del fundador en los primeros años treinta, al desear cumplir la misión que Dios le había confiado, como testimonian también varias de sus anotaciones y recuerdos de aquellos momentos. Vid. com. al nº 801 de Camino, OC,I/1, in loc., pp. 899-902. | 35 Lc 12,49.
23d 36 Cfr. 1Jn 3,18. | 37 1R 3,6.
nt4 sed non soli. (…) v1,8 ] sed non soli. (…) i1,4 | sed non soli (…) m11,30 || Sermo CCCIV, v1,8 ] Sermo 304, m11,30 i1,4
nt12 Diognetum, c. 5, 1-4). v1,13 ] Diognetum, V, 1-4). m11,31 i1,8
nt14 In Matthaeum Homilia 11, v1,21 ] In Matth. hom. XI, m11,32 i1,14
nt23 Luc. I, 38. ] Luc. I, 38. v1,28 | Luc. I, 38. m11,32 i3,19
nt24 glorificent Patrem vestrum, qui in caelis est (Matth. V, 16). v1,28 ] glorificent Patrem vestrum, qui in caelis est (Matth. V, 16). i1,20. def. m11,32
nt27 Nathanaël, ] Nathanael, v1,29 | Nathanael, m11,33 i1,20
nt29 Cfr. Marc. ] Cfr. Marc. i1,21 | Marc. m11,33 v1,31
nt36 Cfr. I Ioann ] Cfr. I Ioann. i1,23 ] I Ioann. m11,34 v1,32