Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer


Prólogo

La década de 1960 fue el escenario de diversos acontecimientos importantes en la historia del mundo y de la Iglesia. Entre otros, y por lo que se refiere expresamente a la Iglesia, destaca la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1965), con los horizontes, expectativas y vicisitudes que lo acompañaron y siguieron.

En ese momento, el Opus Dei estaba ya presente en casi todos los países de la llamada Europa Occidental y de América, había iniciado su implantación en Asia, África y Oceanía, y sus miembros se contaban por decenas de millares. Resultaba patente, para cualquier observador de la vida cristiana, que se trataba de una institución de gran trascendencia apostólica. No es, pues, extraño que atrajera la atención de los medios de comunicación social, y que diversos órganos de la prensa internacional se dirigieran a su Fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer, solicitando encuentros y entrevistas.

Ya desde los comienzos de su labor sacerdotal, san Josemaría tuvo una clara conciencia de la importancia de los medios de comunicación, y manifestó en todo momento un gran interés por los distintos aspectos de esa realidad. Desde 1928 –así se lo hizo percibir Dios con absoluta claridad– supo que debía dedicar su vida a difundir entre personas de todas las razas, países y condiciones la llamada a la santidad, es decir, a facilitar el encuentro con Cristo y, en Él, con la Trinidad Beatísima. Anunciar a Cristo, comunicar a Cristo, es invitar a abrirle no sólo el corazón, fuente de las decisiones y de los afectos, sino también la inteligencia y la voluntad, facultades que confieren firmeza a los ideales y orientan en la acción. De ahí la alta estima que siempre cultivó este sacerdote santo por el "apostolado de la inteligencia", del que habla en Camino: «"Venite post me, et faciam vos fieri piscatores hominum" –venid detrás de mí, y os haré pescadores de hombres. –No sin misterio emplea el Señor estas palabras: a los hombres –como a los peces– hay que cogerlos por la cabeza. ¡Qué hondura evangélica tiene el "apostolado de la inteligencia"!» 1.

El Fundador del Opus Dei conservó siempre un gran aprecio a la institución universitaria, a la docencia en sus diversos grados, al estudio y a la investigación, así como a la seriedad y competencia de los profesionales de la comunicación social, llamados a difundir los conocimientos y las informaciones, y a fomentar las relaciones entre pueblos y personas. Ese aprecio, que hunde sus raíces en el núcleo de su misión fundacional, se manifestó de muchas formas a lo largo de su vida. En 1941, fue profesor de Ética profesional del único centro de estudios de periodismo existente en España. En 1958, promovió en el seno de la Universidad de Navarra la creación de una Escuela de Periodismo (hoy Facultad de Comunicación), la primera de rango universitario que se constituyó en ese país. Y antes de esa fecha, y después, animó a cuantos manifestaban afición y cualidades para la prensa, la radio, la televisión, el cine, etc., a orientarse profesionalmente, si libremente lo deseaban, hacia esas tareas, de las que tanto depende la convivencia y el desarrollo de las virtudes sociales.

De otra parte, con firme constancia, sentía la aguda conciencia de que la acción divina es absolutamente primordial, en todo lo que se refiere al caminar de la Iglesia. Lo experimentó además personalmente en su propia existencia y en su misión como Fundador. Meditó con frecuencia las palabras que pronunciara san Juan Bautista: Ilium oportet crescere, me autem minuí (Jn 3, 30); es necesario que Cristo crezca y que yo disminuya. Y sintetizó esa meditación en una frase que repitió con incansable frecuencia: «Lo mío es ocultarme y desaparecer: que sólo Jesús se luzca». De hecho, huyó de todo protagonismo y procuró evitar –siempre que le fue posible– ocasiones de lucimiento personal e incluso de comparecencia en público, a menos que lo exigiera el servicio a su misión sacerdotal y fundacional.

Con el crecimiento de la labor apostólica del Opus Dei, las circunstancias que hacían necesaria su presencia pública se fueron multiplicando. Aceptar las invitaciones que con este fin le dirigían, le supuso siempre esfuerzo: no sólo porque debía vencer el impulso que provenía de la actitud de humildad a la que acabo de referirme; sino también porque prefería los encuentros personales, familiares e inmediatos, frente a los multitudinarios, expuestos quizá, por su misma naturaleza, a desembocar en lo anónimo e impersonal. Como desde los años de la década de 1950, hasta el momento de su fallecimiento, recibí el don de estar muy cerca del Fundador del Opus Dei, deseo dejar constancia del empeño, también humano, que puso en cada uno de esos encuentros, cuando advertía que debía asumirlos. En tales ocasiones, fueran cuales fueran las características de esos eventos, volcó siempre su rica personalidad y su inmenso afán sacerdotal.

Así ocurrió con las entrevistas que se recogen en el libro Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer: desde la concedida a Le Figaro, en 1966, hasta la otorgada, en 1968, a L'Osservatore della Domenica. Y lo mismo es preciso afirmar respecto a la homilía con la que se cierra el libro, pronunciada en octubre de 1967, ante más de treinta mil personas, durante la Santa Misa, en el campus de la Universidad de Navarra.

Puedo dar fe también de la dedicación, atenta y llena de afecto, con que preparó su participación en los actos que se desarrollaron en las dos primeras Asambleas Generales de Amigos de la Universidad de Navarra, celebradas en 1964 y en 1967; una dedicación manifiesta, tanto por la cordialidad con que recibió a varios corresponsales de prensa, como por el esmero e interés con que trabajó los textos que luego entregó para la publicación.

De igual modo procedió con las entrevistas concedidas a los periódicos y revistas, que se recogen en este libro: las meditó despacio, revisándolas varias veces –en ocasiones, hasta siete u ocho–, reelaborando pasajes o añadiendo nuevos párrafos, cambiando frases y expresiones, acentuando o precisando matices... Como en otras tareas, le movía igualmente en esas ocasiones el gusto por el buen decir, pero, de modo muy especial, su responsabilidad como sacerdote y como Fundador. Las preguntas que le formulaban versaban sobre aspectos importantes de la vida de la Iglesia o sobre la naturaleza, los fines y la actividad del Opus Dei; y era muy consciente de que sobre esas cuestiones no cabía improvisar o pronunciarse a la ligera. Resultaba necesario ponderar bien los razonamientos, hasta encontrar un modo de expresión que reflejara con la mayor exactitud posible, y de modo adecuado, el mensaje que –como instrumento del Señor– deseaba trasmitir. Esa actitud le llevaba a esforzarse para poner en práctica lo que en muchas ocasiones calificó como don de lenguas; es decir, tratar de adaptarse a las condiciones personales de las personas a las que se dirigía, de modo que su mensaje llegara a las inteligencias y a los corazones de los lectores o de los oyentes.

San Josemaría pasaba entonces de los sesenta años y se encontraba en momentos de una singular madurez espiritual y humana que, por su afán de formarse continuamente, crecía sin pausa. Desde la juventud había nutrido su espíritu y su mente con el estudio y la lectura. A partir de 1925, año de su ordenación sacerdotal, comenzó a desarrollar una actividad pastoral particularmente intensa. Dócil a la inspiración divina de fundar el Opus Dei, el 2 de octubre de 1928, entró en contacto con personas de muy diversas condiciones, profesiones y países, y pudo percibir cómo tomaba cuerpo en ellas la llamada a la santidad y al apostolado en medio del mundo. Más tarde, en 1946, fijó su residencia en Roma, lugar que le permitió tocar muy de cerca la vida de la Iglesia universal, de modo profundo por ejemplo– con motivo de la proclamación del dogma de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al cielo, en 1950, o durante la celebración del Concilio Vaticano II. En efecto, en aquellas fechas confluyeron en Roma Obispos y personalidades de todo el orbe.

Esa madurez espiritual y humana, y esa rica experiencia, se reflejan con claridad en los textos de Conversaciones. Como es lógico, algunas de las preguntas que le presentaron eran circunstanciales, muy ligadas al momento concreto en que se proponían. Otras tenían por objeto cuestiones nucleares de la fe y de la vida de la Iglesia, o del espíritu y la actividad del Opus Dei. Siempre, también al contestar a los interrogantes históricamente condicionados, fue a lo hondo: respondía a lo que se le preguntaba pero, a la vez, tratando de remontarse desde lo inmediato hasta lo central y lo decisivo.

Conversaciones tiene, por eso, valor de fuente histórica y doctrinal. Fuente histórica, porque nos permite conocer cómo reaccionó san Josemaría ante algunos acontecimientos, positivos o no, que se verificaron en la década de 1960. Fuente doctrinal, porque nos presenta una exposición esmerada y sintética de su mensaje, tanto para afirmar aspectos fundamentales de la fe católica, como para exponer rasgos del espíritu del Opus Dei; concretamente, y por citar sólo algunos, la finalidad sobrenatural de la Iglesia; la filiación divina como fundamento de la vida espiritual; la dignidad del sacerdocio; la trascendencia de la vocación y misión de los laicos, cristianos corrientes, llamados a vivir en medio del mundo; la santificación del trabajo; la consideración del matrimonio como vocación divina; el importante papel de las mujeres en la vida del mundo y de la Iglesia; la libertad y responsabilidad de los católicos en las cuestiones temporales; el respeto a la autonomía de las realidades terrenas; el aprecio por la amistad y las virtudes humanas.

Los autores de la presente edición crítico-histórica de Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, el Prof. José Luis Illanes y el Dr. Alfredo Méndiz, han sido muy conscientes de esta realidad. Por eso ofrecen no sólo una completa y detallada reconstrucción de la historia de la preparación del libro por parte de san Josemaría, sino también amplias notas de comentario, con su bibliografía, encaminadas a glosar los diversos puntos de doctrina. De ahí el valor de esta edición, ante la que no puedo por menos de manifestar alabanza y agradecimiento, como ante todo lo que contribuye a facilitar el conocimiento de la vida y del mensaje del Fundador del Opus Dei.

Roma, 8 de octubre de 2011.

+ Javier Echevarría
Prelado del Opus Dei

1 Camino, 978.