1a «Fidelidad». Al responder a esta primera pregunta san Josemaría da el tono que marcará toda su exposición subrayando la realidad de la Iglesia como comunidad fundada por Cristo y animada por el Espíritu Santo. De ahí las palabras netas con las que empieza la contestación: «Fidelidad. Para mí aggiornamento significa sobre todo eso: fidelidad». Y que, poco después, añada: «el aggiornamento de la Iglesia –ahora, como en cualquier otra época– es fundamentalmente eso: una reafirmación gozosa de la fidelidad del Pueblo de Dios a la misión recibida, al Evangelio» (n. 1b). Al recorrer la historia, la Iglesia atraviesa civilizaciones y periodos históricos diversos entre sí, viéndose en consecuencia enfrentada con la necesidad de cambios, reformas y actualizaciones. Pero el punto fundamental de referencia deberán ser siempre Cristo y el Evangelio, a los que debe dirigirse la mirada a la hora de decidir respecto a esos cambios y a esas actualizaciones. Sobre el aggiornamento, ver también nn. 72e-f.
2a «La necesaria formación doctrinal de los fieles». Como puede advertirle, san Josemaría responde a esta pregunta, como lo hizo en la anterior, evocando perspectivas teológicas de fondo. La Iglesia es el Pueblo de Dios al que Cristo ha confiado una misión en la que todo cristiano participa y de la que todo cristiano debe sentirse responsable.
Debe pues haber en esa colaboración libertad, sin la que no puede darse responsabilidad. Y, a la vez e inseparablemente, conciencia de estar todos y cada uno –autoridad y fieles– referidos a Cristo y a su mensaje, de los que debe nutrirse la inteligencia (formación) y en los que debe fundamentarse la acción. Cuando se vive así, el libre intercambio de pareceres da lugar a un verdadero diálogo, la autoridad no es arbitrio sino servicio, y la obediencia no es sometimiento forzado a una voluntad ajena sino apertura al designio y al querer divinos. En un contexto genuinamente cristiano libertad de expresión y obediencia no se contraponen, sino que se reclaman y complementan: según el espíritu de san Josemaría, es verdaderamente obediente quien «obedece libremente». La obediencia como virtud humana, y no únicamente como virtud cristiana, es propia de quien obra con libertad: en sentido estricto, sólo quien es libre es capaz de obedecer.
2b «Las intuiciones más o menos proféticas de algunos carismáticos sin doctrina». El profetismo y el carisma son dos realidades, muy relacionadas –el profetismo es uno de los carismas–, importantes para la comprensión de la vida de la Iglesia, fuertemente puestas de relieve por la eclesiología contemporánea, que ha subrayado, más que en épocas anteriores, la acción del Espíritu Santo, que impulsa el vivir y el actuar de la Iglesia confiriendo dones y carismas y suscitando figuras que cumplen, a lo largo de los siglos cristianos, una función análoga a la desempeñada por los profetas del Antiguo Testamento. A la vez la eclesiología ha subrayado que el elemento pneumatológico y el cristológico están, en la Iglesia, íntimamente unidos: la acción del Espíritu se encamina a recordar la palabra de Cristo y a impulsar su vivencia. Profetismo, apertura a la acción del Espíritu Santo, fidelidad al propio carisma, formación doctrinal (reflexión y estudio personales), comunión con la Iglesia, son realidades que no se contraponen, sino que se complementan, pues la acción del Espíritu Santo se ordena a la realización del designio fundacional de Cristo sobre su Iglesia, que es al mismo tiempo jerárquica y carismática, es decir, dotada de una estructura querida por Cristo y animada por la acción constante del Espíritu, que asiste tanto a la jerarquía eclesiástica como al conjunto de la comunidad cristiana, en la que distribuye libremente sus dones. Es esta consideración, junto a la crítica a algunas actuaciones superficiales que no faltaban en los años sesenta, lo que sustenta la frase de san Josemaría que comentamos. Para una introducción al estudio teológico del tema, que ha suscitado una numerosa bibliografía, puede verse Dario VITALI, "Carisma", en G. CALABRESE, Ph. GOYRET y O.F. PIAZZA (dirs.), Dizionario di Ecclesiologia, cit., pp. 108-121, y Ramiro PELLITERO, "Carismas", en C. IZQUIERDO (dir.), Diccionario de Teología, cit., 115-121.
2c «Católicos oficiales». La expresión «católicos oficiales», empleada con sentido peyorativo, alude a un fenómeno sociológico que se ha dado en algunos momentos, especialmente en contextos marcados por el clericalismo. Es decir, al hecho de que haya seglares católicos que se atribuyan una especial representatividad del conjunto del laicado, desconociendo así la legítima diversidad que puede reinar, especialmente en las cuestiones temporales, entre los cristianos. Sobre este punto se expresa con más amplitud en la entrevista a Le Figaro (n. 47) y en la homilía del campus (n. 117a).
3a « La perfecta unión que debe darse -y el Decreto Presbyterorum Ordinis lo recuerda repetidas veces- entre consagración y misión del sacerdote». Así lo señala ese Decreto ya en su número 2 y luego en otros posteriores. Sobre la distinción y unión entre consagración y misión en la vida del sacerdote resulta oportuno remitir, por su especial autoridad (ya que fue secretario de la comisión conciliar que elaboró ese Decreto), y por su cercanía a la persona y al pensamiento del fundador del Opus Dei, a Álvaro del Portillo y a su libro Escritos sobre el sacerdocio, 6a ed. Madrid 1990, uno de cuyos capítulos, el tercero (pp. 57-67), se ocupa precisamente de este tema.
4a «Respeto la opinión contraria a la que voy a exponer». San Josemaría comienza su contestación manifestando su sincero respeto a quienes apoyan la experiencia de los «sacerdotes en el trabajo», y reconoce, al avanzar en su respuesta, que la dedicación de sacerdotes a tareas seculares puede ser legítima. Pero excluye de forma decidida que esa dedicación sea vista como condición indispensable para que el presbítero sea valorado por la sociedad que le rodea, o para que la Iglesia pueda ser considerada como plenamente presente en el mundo de los hombres. Pensar así es, de una parte, desconocer el valor de la misión de los fieles laicos, a los que corresponde, en virtud de su vocación específica, la santificación de lo temporal o secular. Y, de otra, poner en entredicho el valor que en sí y por sí implica el ejercicio del sacerdocio: el ministerio propio del sacerdote posee una dignidad que «asegura suficientemente por sí mismo una legítima, sencilla y auténtica presencia del hombre-sacerdote entre los demás miembros de la comunidad humana a los que se dirige» (n. 4b).
4d «También San Pablo recurrió alguna vez a su antiguo oficio de fabricante de tiendas». Cfr. Hch 18, 3.
«Ananías». El encuentro de san Pablo con Ananías, que tuvo lugar inmediatamente después de la conversión del apóstol, es narrado en Hch 9, 10-18 y Hch 22, 12-16. A lo que el encuentro con Ananías impulsó a Saulo de Tarso fue a recibir el bautismo y luego a ponerse en relación con la comunidad cristiana y comenzar a predicar a Cristo, iniciando así su vida de apóstol.
5a «Es parte esencial de su munus docendi». Es decir, de la misión de dar a conocer la fe y la moral cristianas que a todo sacerdote corresponde.
6b universal, católica, (P, la-2a, 5a) / universal, católica (3a-4a, 6a-ss)
«El desarrollo del clero autóctono». La pregunta que le había sido dirigida a san Josemaría está condicionada por la coyuntura histórica en que fue formulada: ahora se podría preguntar no tanto por la escasez de sacerdotes en el tercer mundo, cuanto por su escasez en el primer mundo. La contestación del fundador del Opus Dei no está, sin embargo, condicionada por el momento. De hecho no entra en consideraciones históricas o sociológicas, sino que contesta reafirmando la necesidad para el adecuado desarrollo de la vida de la Iglesia de la existencia de sacerdotes nacidos de la comunidad cristiana a cuyo servicio son llamados. Y manifestando su agradecimiento al Señor ante el hecho de que, ya en esa fecha, en el Opus Dei hubieran recibido la ordenación sacerdotal centenares de varones, provenientes de las filas de los fieles seglares y nacidos en muy diversos países, tanto del llamado tercer mundo como de otros lugares.
7a «La enseñanza y disposiciones de los últimos Romanos Pontífices». Dos de los Romanos Pontífices mencionados por san Josemaría habían publicado documentos sobre el sacerdocio en los que se subraya la importancia de la fraternidad sacerdotal y de la ayuda mutua entre los presbíteros: Pío XII, Ex. apost. Menti nostrae, 23-IX-1950 (AAS 42, 1950, 657-702) y JUAN XXIII, Enc. Sacerdotii nostrae primordia, l-VIII-1959 (AAS 51, 1959, 545-579). Pablo VI dedicó también una encíclica a los sacerdotes, la Sacerdotalis coelibatus, promulgada el 24-VI-1967 (AAS 59, 1967, 657-697). Con anterioridad había hablado en diversos momentos de los sacerdotes y del cuidado de su vida espiritual: por ejemplo, en la alocución a la Federazione delle Associazioni del Clero Italiano (30-VI-1965: en Insegnamenti di Paolo VI, Tipografia Poliglotta Vaticana, t. III, 1965, pp. 383-388) y en un encuentro con párrocos y otros miembros del clero romano (21-II-1966: Insegnamenti, t. IV, 1966, pp. 87-92). Citemos sus palabras en la Sacerdotalis coelibatus, donde, después de recalcar la importancia de la fraternidad sacerdotal, prosigue: «Sea por consiguiente perfecta la comunión de espíritu entre los sacerdotes e intenso el intercambio de oraciones, de serena amistad y de ayudas de todo tipo. No se recomendará nunca bastante a los sacerdotes una cierta vida común entre ellos, toda enderezada al ministerio propiamente espiritual; la práctica de encuentros frecuentes con fraternal intercambio de ideas, de planes y de experiencias entre hermanos; el impulso a las asociaciones que favorecen la santidad sacerdotal» (Sacerdotalis coelibatus, n. 80: AAS, cit., p. 689). Entre los pontífices de la época contemporánea también san Pío X ha dedicado, aunque no la mencione san Josemaría, una exhortación apostólica al sacerdocio en la que incluye una amplia referencia a las asociaciones sacerdotales: Haerent animo, 4-VIII-1908 (ASS 41, 1908, 555-576; la referencia a las asociaciones sacerdotales está en p. 574). Para una consideración jurídico-canónica del tema puede consultarse Rafael RODRÍGUEZ OCAÑA, Las asociaciones de clérigos en la Iglesia, Pamplona 1989.
7b «La competente Comisión Conciliar rechazó esa petición». Para el estudio de los documentos elaborados en el Concilio Vaticano por parte de los obispos que lo integraban, se siguió el procedimiento de entregarles textos ya redactados para que los obispos realizaran observaciones (modi); posteriormente, la comisión encargada del documento respondía aceptando o rechazando esas observaciones, y presentando su respuesta a una reunión o congregación general. El modus al que hace referencia san Josemaría está recogido en las actas del Concilio: Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II, vol. IV, pars VII, p. 168. La traducción castellana del texto de la comisión conciliar citado por san Josemaría es la siguiente: «no se puede negar a los presbíteros, lo que el Concilio, teniendo presente la dignidad de la naturaleza humana, ha reconocido a los laicos en cuanto coherente con el derecho natural».
8d «El Concilio Vaticano II -y de nuevo el Santo Padre Paulo VI en su reciente Encíclica Sacerdotalis coelibatus- ha alabado y recomendado vivamente las asociaciones». El texto del Concilio en el que se realiza la alabanza a la que se refiere el fundador del Opus Dei en su contestación es el n. 8 del Decreto Presbyterorum Ordinis, al que ha remitido poco antes. En la encíclica Sacerdotalis coelibatus, fechada, como dijimos, el 24-VI-1967, es decir, muy poco antes de esta entrevista, Pablo VI reafirmó, frente a algunos movimientos de opinión contrarios al mantenimiento del celibato sacerdotal, la disciplina tradicional de la Iglesia acerca de esta materia; con esa ocasión, expuso algunas recomendaciones sobre la vida de los presbíteros, entre las que se encuentra la mencionada por san Josemaría (ver Sacerdotalis coelibatus, n. 80, ya citado en nota a n. 7a).
9b «La condición jurídica de fiel». La distinción entre la condición de fiel, común a todos los cristianos, y la que corresponde a cada cristiano concreto según la vocación o misión que haya recibido, estructura en gran parte la Constitución Lumen gentium, que dedica el capítulo segundo (nn. 9-14) a lo que es común a todos los miembros del Pueblo de Dios, para ocuparse luego de los obispos, presbíteros y diáconos (capítulo tercero, nn. 18-29), de los laicos (capítulo cuarto, nn. 30-38) y de los religiosos (capítulo sexto, nn. 43-47). En relación con la distinción entre la condición de fiel y la de laico, destaca un conocido estudio, publicado por Álvaro del Portillo poco después de concluido el Concilio: Fieles y laicos en la Iglesia, Eunsa, Pamplona 1969, que ha sido objeto de numerosas reediciones y de traducciones a varias lenguas.
9c «Ni hay entre ellas contradicción, sino complementariedad». Como puede advertirse, san Josemaría acude a la distinción entre fiel y laico a fin de subrayar sea la responsabilidad que el laico, como todo cristiano, tiene en relación con la vida de la Iglesia en su conjunto, sea la especificidad de la vocación laical: «la específica participación del laico en la misión de la Iglesia consiste precisamente en santificar ab intra –de manera inmediata y directa– las realidades seculares, el orden temporal, el mundo» (n. 9a). Esta específica misión de los laicos va a constituir el horizonte en el que se sitúan las respuestas a las preguntas que siguen.
10a «Operatio Dei, opus Dei». Las dos expresiones latinas mencionadas por san Josemaría, más allá de diferencias de matiz –operatio remite directamente a la acción o actividad; opus, a la obra realizada, pueden traducirse ambas por obra de Dios, trabajo de Dios. La doctrina sobre la santificación del trabajo ocupa un lugar central en el espíritu del Opus Dei desde sus inicios –«desde hace cuarenta años», afirma en su respuesta san Josemaría, es decir, desde 1928, fecha fundacional del Opus Dei–; es, pues, lógico que se le hayan dedicado numerosos estudios. Citemos algunos: Javier ECHEVARRÍA, "Santificación del trabajo", en Itinerarios de vida cristiana, Planeta, Barcelona 2001, pp. 209-221; José Luis ILLANES, La santificación del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad, loa edición revisada y actualizada, Madrid 2001; ID., Ante Dios y en el mundo. Apuntes para una teología del trabajo, Pamplona 1997; Fernando OCÁRIZ, "El concepto de santificación del trabajo", en Naturaleza, gracia y gloria, Pamplona 2000, pp. 263-271; Pedro RODRÍGUEZ, Vocación, trabajo, contemplación, Pamplona 1986.
10b «Trabajando como un artesano en una aldea». El texto del Génesis al que remite está en 2, 15. Sobre el trabajo de Cristo, ver Mt 13, 55 y Mc 6, 3. Entre los múltiples textos en que san Josemaría comenta el trabajo de Jesús, remitamos a Es Cristo que pasa, 14-15.
11a «En realidad, la respuesta». En la contestación, estructurada con base en una selección de textos conciliares, reencontramos el dato eclesiológico al que apunta la ya citada distinción entre la condición común de fiel y la vocación específica de cada cristiano, ahora con vistas a recalcar una de sus consecuencias o aplicaciones: a la responsabilidad común de la Iglesia –en este caso, la animación cristiana del mundo– cada cristiano está llamado a contribuir en conformidad con los acentos y las modalidades que implica su vocación específica. La palabra «modalidad», usada por los entrevistadores, ha adquirido particular importancia teológica a partir de la Exhortación apostólica postsinodal Christifidelis laici, promulgada por Juan Pablo II el 30-XII-1988, en la que (n. 15) se acude a esa palabra –y también al vocablo «modalización»– para indicar que los fieles participan en la misión de la Iglesia, según «la modalidad de actuación y de función» que a cada uno le es propia.
12a «La libertad personal que los laicos tienen». Sobre la libertad de la que gozan los laicos en las diversas cuestiones temporales vuelve san Josemaría –sea en general, sea en referencia a los fieles del Opus Dei– en otros momentos de esta misma entrevista y, sobre todo, en las siguientes. De ahí que le hayamos dedicado un apartado en las claves de lectura de Conversaciones comentadas en la Introducción, al que remitimos, también por lo que se refiere a la bibliografía.
12b «Los demás laicos». Ésta es una de las pocas veces en que san Josemaría, probablemente por influjo de usos lingüísticos italianos, utiliza la palabra «laico» no en un sentido teológico –el cristiano llamado a santificarse en medio del mundo– sino sociológico: el ciudadano, cualesquiera que sean sus creencias.
13a «Las características y exigencias de la vocación laical». Aparece de nuevo la distinción entre la condición común de fiel y la vocación específica de cada cristiano, ahora en referencia a una consecuencia distinta de la antes mencionada: la necesidad de que cada categoría de cristianos reconozca y respete las características de la vocación específica de los demás, sin intentar imponer a todos lo que es propio sólo de algunos.
14a «No veo ninguna razón». San Josemaría contesta a esta pregunta anticipando algunas de las consideraciones que amplía en la posterior entrevista de Telva, a la que remitimos, por lo que ahora nos limitamos a comentar alguna cuestión de detalle.
«Quicumque enim in Christo baptizati estis» (…) «non est masculus, neque femina». La traducción literal completa del texto paulino es la siguiente: «todos los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer».
14b «Si se exceptúa la capacidad jurídica de recibir las sagradas órdenes». Sobre este punto se ha pronunciado el Magisterio reciente, precisamente en la dirección aquí apuntada por el fundador del Opus Dei, que no hace más que recordar la tradición plurisecular reflejada en la praxis de la Iglesia: JUAN PABLO II, Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis, 22-V-1994 (AAS 86, 1994, 545-548).
«Grados académicos en ciencias sagradas». Citemos a este respecto lo que escribe uno de sus biógrafos: «El Fundador hubiese querido enviar a sus hijas [está hablando de las que acudían a Roma para completar su formación] a las Facultades eclesiásticas, pero las normas entonces vigentes [estamos en la década de 1950] no lo permitían. Sin embargo, no dejó de manifestar al Romano Pontífice su preocupación, ya que mientras estaban abiertos a las mujeres los Centros Superiores de enseñanzas profanas, los de Ciencias eclesiásticas estuviesen cerrados para ellas. Cuando a una petición suya se le dio respuesta negativa, insistió en que sus hijas siguiesen los estudios de Filosofía y Teología, en el Colegio Romano de Santa María, y en los Centros de Estudios regionales, de manera semejante a los realizados por los varones, es decir, con rigor y nivel universitario» (Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol III, Rialp, Madrid 2003, p. 287, nota 103). Añadamos a lo dicho por Andrés Vázquez de Prada que, a partir del momento en que la Santa Sede autorizó la presencia de mujeres en las facultades eclesiásticas, han sido numerosas las mujeres de la Prelatura del Opus Dei que han cursado, y cursan, esos estudios.
15a «De esto, si me lo permite». Por el lugar que ocupa en el cuestionario al que se ajusta esta entrevista, cabe pensar que los redactores de Palabra tenían presente la doctrina, claramente formulada y difundida por san Josemaría desde los comienzos del Opus Dei –y de la que son expresión diversos puntos de Camino–, sobre la plena llamada a la santidad de todos los cristianos, sea cual sea su condición. En todo caso, san Josemaría rehúsa entrar en detalles históricos, si bien deja constancia de su agradecimiento a Dios ante el hecho de que su predicación, y más concretamente Camino, hayan contribuido a difundir verdades que habían sido posteriormente confirmadas y proclamadas por el Magisterio eclesiástico.
16b de la Santa Cruz (15ª-ss.) / de la Santa Cruz (Opus Dei) (P, Iª-14ª)
«Se adscriben a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz». La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz es una asociación propia, intrínseca e inseparable de la Prelatura del Opus Dei. Está constituida por los clérigos incardinados en el Opus Dei y por otros sacerdotes o diáconos, incardinados en diversas diócesis. Estos sacerdotes y diáconos de otras diócesis –que no forman parte del clero de la prelatura, sino que pertenecen al presbiterio de sus respectivas diócesis y dependen exclusivamente de su ordinario, como superior– se asocian a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, para buscar su santificación, según el espíritu y la praxis ascética del Opus Dei. El prelado del Opus Dei es, a la vez, presidente general de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Las frases que preceden pertenecen a la nota añadida a Conversaciones en 1985, con ocasión de la publicación de la 14ª edición española, y reproducida en todas las ediciones y traducciones posteriores. Completemos esa nota señalando que a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz se le han dedicado ya varios estudios, entre los que destacamos el de Lucas F. MATEO-SECO y Rafael RODRÍGUEZ-OCAÑA, Sacerdotes en el Opus Dei, Pamplona 1994; remitamos también al testimonio del cardenal Camillo RUINI, "Il servizio della prelatura dell'Opus Dei alle diocesi", en Eduardo BAURA, Studi sulla prelatura dell'Opus Dei, Roma, 2008, pp. 129-136. Sobre los aspectos históricos y jurídicos relacionados con la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz pueden consultarse también Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol II, Madrid 2002, pp. 594-611, y vol. III cit., pp. 170-176, Amadeo de FUEMAYOR, Valentín GÓMEZ-IGLESIAS y José Luis ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Pamplona 1989, pp. 228232, 288-291 y 493-497 y Pedro RODRÍGUEZ, Fernando OCÁRIZ y José Luis ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia, Madrid 1993, pp. 122-127.
16c «Unusquisque, in qua vocatione vocatus est, in ea permaneat». Traducción castellana: «que cada uno permanezca en la vocación en que fue llamado».
16e «Recomendada por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio ordinario». El Vaticano II la recomienda en el Decreto Presbyterorum Ordinis, n. 18; el magisterio pontificio la ha recomendado en diversos documentos, de entre los que cabe destacar la ya citada exhortación apostólica de Pío XII, Menti nostrae (AAS 42, 1950, 674).
17a «Pertenecen a mi vida interior». San Josemaría fue siempre extremadamente parco al referirse a sucesos de su vida espiritual, especialmente a los que de algún modo implicaban gracias místicas o particularmente sobrenaturales: así procedió también al contestar a la presente pregunta. Como es lógico, las biografías y estudios redactados y publicados después de su fallecimiento han ofrecido más datos. Por lo que se refiere concretamente al 2 de octubre de 1928, ver José Luis ILLANES, "Dos de octubre de 1928: alcance y significado de una fecha", en Scripta Theologica, 13 (1981), pp. 411-451 (reproducido, con algunos cambios, en Existencia cristiana y mundo. Jalones para una reflexión teológica sobre el Opus Dei, Pamplona 2002, pp. 51-98), y Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol. I, pp. 288-308.
«Del queridísimo Sr. Obispo de Madrid». Se refiere a Mons. Leopoldo Eijo y Garay (1878-1963), que estuvo al frente de la diócesis de Madrid desde 1922 hasta su muerte.
18c «Las personas del Opus Dei que usted llama influyentes». El fundador del Opus Dei distingue netamente entre dos tipos de «influencia». De una parte, la que caracteriza a grupos o instituciones que tienen por finalidad influir en la vida política, cultural, artística, etc. de un país, de un conjunto de países o del mundo en general, lo que desemboca, lógicamente, en acciones directamente encaminadas a ese fin, y trae consigo que la eficacia se mida por la promoción efectiva de personas en los ámbitos por los que la institución se interesa. Y, de otra, la propia de instituciones que buscan difundir un mensaje espiritual –como es, en el caso del Opus Dei, la llamada, dirigida a personas de las más diversas condiciones y oficios, en orden a la santificación del trabajo, y de las demás realidades que integran la vida ordinaria–, cuya forma de actuar consiste en la difusión de ese mensaje, y cuya eficacia se mide por el cambio efectivo en el comportamiento de esas personas, es decir, por el impulso a una efectiva vivencia cristiana, en el contexto y en las circunstancias en las que cada uno se desenvuelve. En este caso, habrá sin duda una influencia social y cultural –baste pensar en la ejercida por el ideal cristiano, ya desde los primeros siglos, en el seno del Imperio Romano y en etapas históricas posteriores–, pero no directamente buscada, sino alcanzada de hecho, a modo de la redundancia, que acompaña de modo connatural a las conductas coherentes con el Evangelio. El tema se relaciona, como es obvio, con la afirmación de la libertad y responsabilidad personal de los cristianos en las cuestiones temporales, tal y como la hemos encontrado en la respuesta a una de las preguntas que preceden y la encontraremos en entrevistas posteriores; ver también lo que decimos en una de las claves de lectura comentadas en la segunda parte de la Introducción.
18g «Kennedy». John Fitzgerald Kennedy, presidente de Estados Unidos desde 1961 a 1963, es el primer católico –y el único, hasta ahora– que ha ocupado ese cargo.
19b «Consiliario». Una nota incluida en este lugar en 1985, con ocasión de la publicación de la 14a edición española de Conversaciones y reproducida en las posteriores, advertía que, en la década de 1960, cuando se realizaron las entrevistas, el Opus Dei se encontraba en una situación jurídica inapropiada –sólo alcanzaría una configuración jurídica plenamente coherente con su realidad espiritual en 1982, al ser erigido como prelatura personal–, por lo que san Josemaría se veía en una coyuntura difícil, ya que, de una parte, resultaba necesario mostrar su distanciamiento de las configuraciones jurídicas precedentes; y, de otra, no podía emplear, en cuestiones referentes a aspectos jurídicos y organizativos, la terminología adecuada a la forma jurídica definitiva, a la que aún no se había llegado. Completemos lo entonces dicho, remitiendo a lo que se expone en una de las líneas estructurales de Conversaciones comentadas en la segunda parte de la Introducción y señalando, en relación con el punto concreto objeto de comentario en esta nota, que el término «consiliario», que proviene de las asociaciones de fieles, resultaba inadecuado en la configuración jurídica alcanzada en 1982. En conformidad con la terminología canónica actual, habría que decir que el gobierno del Opus Dei lo ejercen el prelado del Opus Dei, asistido por sus consejos, y, en cada circunscripción territorial, el vicario regional o consiliario, asistido también por sus consejos. Para una descripción más detallada de esa organización ver Amadeo de FUEMAYOR, Valentín GÓMEZ-IGLESIAS y José Luis ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, cit., pp. 463-490, donde se precisan el ámbito de la jurisdicción del prelado, la ayuda que le prestan los vicarios y la composición del Consejo General y de la Asesoría Central; así como Pedro RODRÍGUEZ, Fernando OCÁRIZ y José Luis ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia, cit., pp. 94-122; Pedro RODRÍGUEZ, Opus Dei: estructura y misión. Su realidad eclesiológica, Madrid 2011 (revisión y ampliación de su contribución al libro recién citado); y Valentín GÓMEZ-IGLESIAS, Antonio VIANA y Jorge MIRAS, El Opus Dei, prelatura personal. La constitución apostólica "Ut sit", Pamplona 2000, pp. 79-87. Sobre las relaciones entre los órganos de gobierno del Opus Dei, los organismos pontificios y las estructuras diocesanas, puede consultarle Pedro RODRÍGUEZ, Fernando OCÁRIZ y José Luis ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia, cit., pp.127-133. Señalemos, por último, que, respecto al contenido, estilo y espíritu de ese gobierno del Opus Dei, se aplica plenamente –tanto entonces como ahora– cuanto señala san Josemaría en su respuesta a la presente pregunta.
20a «Una aclaración previa». San Josemaría comienza su contestación con una aclaración que a primera vista puede sorprender, por parecer que no está relacionada con la cuestión planteada. La lectura de cuanto sigue pone de manifiesto que lo está profundamente. El Opus Dei es parte de la Iglesia y toda su actividad se ordena al fin de la Iglesia y se inserta en el conjunto de su acción apostólica, precisamente al perseguir la finalidad que de forma inmediata lo define: la promoción de la santidad y el apostolado por parte de cristianos corrientes, de las más variadas profesiones y condiciones sociales. En esa promoción de la vida cristiana, en esa contribución a la presencia de la fe cristiana en los diversos ambientes seculares, radica su específica aportación a la vida de la Iglesia; todo, claro está, sin excluir la colaboración en estructuras eclesiásticas –diocesanas o universales– cuando el bien de la Iglesia así lo requiera (ver el n. 9 de esta misma entrevista). De ahí que la contestación se prolongue, de una parte, reiterando la responsabilidad que todo cristiano tiene respecto a la misión de la Iglesia; y, de otra, señalando los límites eclesiológicos que implica toda comprensión del apostolado que tenga tintes clericales.
«Status perfectionis». El concepto de «estado de perfección» (status perfectionis) tiene una larga historia, que cuenta entre sus hitos principales, como indica san Josemaría, a santo Tomás de Aquino y a Francisco Suárez, y después a una larga serie de autores. En la época del Concilio Vaticano II estaba todavía presente, aunque los documentos conciliares prefieren acudir a otras expresiones como «estado religioso», «estado de los consejos evangélicos», «vida consagrada». Sobre el concepto de «estado de perfección» y su evolución histórica puede encontrarse una síntesis en Germain LESAGE y Giancarlo ROCCA, "Stato di perfezione", en Dizionario degli Istituti di Perfezaione, t. IX, cols. 204-215. Para un análisis (crítico) de la aplicación del concepto romano de status a la consideración de las realidades canónicas, ver Juan FORNES, La noción de "status" en Derecho Canónico, Eunsa, Pamplona 1975.
20c «Problemas sobre los que se ha ocupado mucho -¡con cuánto gozo de mi alma!- el Concilio Vaticano II». De la vocación y misión de los laicos, cuya importancia está recalcando san Josemaría, el Vaticano II se ocupa especialmente en el capítulo cuarto de la Const. Lumen gentium (n. 30-38). Una primera aproximación a la consideración del influjo que el espíritu del Opus Dei ha tenido, tanto directa como indirectamente, en los documentos del Vaticano II, especialmente por lo que se refiere a la proclamación de la llamada universal a la santidad y al pleno reconocimiento de la vocación y misión de los laicos, es la ofrecida por Álvaro del Portillo en el artículo "Testigo de amor a la Iglesia", publicado en Palabra, 130 (1976), pp. 5-10 (recogido en Una vida para Dios: reflexiones en torno a la figura de Josemaría Escrivá de Balaguer, Madrid 1992, pp. 69-87). Son numerosas las declaraciones en ese mismo sentido por parte de algunos de los que participaron en el Concilio. Mencionemos ante todo las realizadas por Juan Pablo I y Juan Pablo II (el primero cuando era todavía cardenal arzobispo de Venecia: "Cercando Dio nel lavoro quotidiano", en II Gazzettino, Venecia, 25-VII-1978; el segundo siendo ya Romano Pontífice: homilía pronunciada durante una Misa celebrada el 19 de agosto de 1979, en la que participaba un numeroso grupo de fieles del Opus Dei; el texto puede verse en L'Osservatore Romano, 20/21-VIII-1979). Citemos además, a modo de ejemplo, algunas provenientes de obispos que eran cardenales en la época del Concilio o fueron nombrados años después: Sebastiano BAGGIO, "Opus Dei: una svolta nella spiritualitá", en Avvenire, Milán, 26-VII-1975; Sergio PIGNEDOLI, "Mons. Escrivá de Balaguer: un'esemplaritá spirituale", en Il Veltro, Roma, 19 (1975), pp. 275-282; Marcelo GONZÁLEZ MARTÍN, "Cuál sería su secreto?", en ABC, Suplemento dominical, Madrid, 24-VIII-1975; Franz KÖNIG, "Il significato dell'Opus Dei", en Corriere della Sera, Milán, 9-XI-1975; Julius ROSALES, "Mgr. Escrivá: Profile of a saint", en Philippines Evening Express, Manila, 26-VI-1976; Agnelo Rossi, "Mensagem universal de Mons. Escrivá", en O Estado de S. Paulo, Sao Paulo, 27-VI y 4-VII-1976; Luis APUNTE, "La santidad del pueblo de Dios, una pasión de Mons. Escrivá de Balaguer", en El Visitante de Puerto Rico, San Juan de Puerto Rico, 11-II-1979; John CARBERRY, "The Work of God", en The Priest, Huntington (Indiana), VI-1979; Pietro PARENTE, "Le radici della spiritualitá del fondatore dell'Opus Dei", en L'Osservatore Romano, 24-VI-1979.
21c «De sus colegas, de sus amigos». El texto al que se refiere es la Carta 9-I-1932; el pasaje citado está en el n. 32 de ese documento. El texto tal y como lo cita san Josemaría difiere algo del que se encuentra en la versión definitiva de esa Carta después de la revisión de este tipo de escritos que realizó su autor en 1969; la versión definitiva (cfr. AGP, Serie A.3, 91-3) es la siguiente: «Hay que rechazar el prejuicio de que los fieles corrientes no pueden hacer más que limitarse a ayudar al clero, en apostolados eclesiásticos. El apostolado de los seglares no tiene por qué ser siempre una simple participación del apostolado jerárquico: a ellos, especialmente a los hijos de Dios en su Obra, porque tienen una llamada divina, como miembros del pueblo de Dios, les compete el deber de hacer apostolado. Y esto no porque reciban una misión canónica, sino porque son parte de la Iglesia; esa misión –repito– la realizan a través de su profesión, de su oficio, de su familia, de sus colegas, de sus amigos». A falta de una edición crítico-histórica de las Cartas, no se está en condiciones de precisar si los añadidos que se advierten en el texto definitivo fueron introducidos por el autor en la revisión de 1969, o si se trata más bien de supresiones realizadas al conceder la entrevista para no recargar la respuesta y ampliar el horizonte de los destinatarios de cuanto ahí decía. Sobre el proceso de redacción y revisión de esta y de otras Cartas de san Josemaría, ver José Luis ILLANES, "Obra escrita y predicación de san Josemaría Escrivá de Balaguer", en Studia et Documenta, III, pp. 203-276, y especialmente pp. 251-257.
22a «Ya le conté el año pasado a un periodista francés». Se trata de la entrevista concedida a Jacques Guillemé-Brulon, incluida también en Conversaciones (nn. 34-47); el pasaje al que alude se encuentra en el n. 46.
23c «Las tendencias que usted llama integristas y progresistas». La contraposición entre integrismo y progresismo tiene su origen en la literatura política y se remonta a los tiempos de la Revolución Francesa. El vocablo «integrismo» (o «integralismo») deriva del adjetivo «íntegro», que significa lo mismo que completo, pleno, dotado de todas sus partes o componentes. A partir de ese significado originario, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX se pasó del adjetivo «íntegro» al substantivo «integrismo» (o a su personalización «integrista» o «integristas») para designar a quienes rechazaban el nuevo régimen político, su fundamentación en los principios de «libertad, igualdad y fraternidad» y la aconfesionalidad que lo acompañaba, es decir, a quienes propugnaban una vuelta a la tradición del Antiguo Régimen, a la institución monárquica y a la reinstauración de una estrecha relación entre el Trono y el Altar. En años posteriores el término se mantuvo, aunque, en ocasiones, variando algo su alcance para indicar que la fe cristiana (o religiosa en general) implicaba no sólo una orientación ético-moral, sino una determinada concepción de la política (viniendo así a coincidir con lo que posteriormente se designó con el vocablo «fundamentalismo político»). O también, perdiendo parte de sus implicaciones políticas, para propugnar una profesión íntegra y completa de la fe en el contexto de una tradición rígidamente entendida (lo que nos sitúa ante lo que se suele calificar como «fundamentalismo religioso»).
El término «progresismo» deriva, gramaticalmente, del substantivo «progreso» y, desde una perspectiva conceptual, del auge que la idea de progreso adquirió en el contexto de las revoluciones científicas, tecnológicas, industriales y políticas que jalonan el tránsito desde la Edad Moderna a la Contemporánea. Se usaba, pues, sea en cuanto tal, sea personalizado («progresista»), para designar a las personas y movimientos que, confiando en el ideal del progreso, acogían con agrado e impulsaban los cambios y transformaciones derivados de las revoluciones hace un momento mencionadas. Se contraponía en consecuencia tanto a quienes deseaban volver a regímenes políticos anteriores (intregismo), como a quienes, habiendo superado toda nostalgia de etapas ya pasadas, propendían hacia soluciones de compromiso entre lo viejo y lo nuevo y, en ese sentido, moderadas o conservadoras. En los tiempos cercanos a la Revolución Francesa, los términos progresista y revolucionario resultaban equivalentes; con la consolidación, a medida que avanza el siglo XIX, de la burguesía y la aparición de la oposición entre burguesía y proletariado, esa identificación desaparece, y en parte de la literatura de la época el término progresista es substituido por reformista o liberal, aunque sigue manteniéndose el uso de ese vocablo en movimientos y autores cercanos a la ideología marxista.
Del terreno político en el que había nacido, esa contraposición se trasladó al teológico, primero con la crisis (fines del siglo XIX y comienzos del XX) relacionada con el modernismo, y después con los debates eclesiológicos que tuvieron lugar, especialmente en la teología de habla francesa, en las décadas de 1940 y siguientes, en relación con la teología de la historia y de la misión. Fue, también durante esas décadas, fuertemente criticada por aplicar a la vida de la Iglesia terminologías que no le son propias. En ese contexto, el Cardenal Suhard, arzobispo de Paris, publicó el 11-II-1947 una importante pastoral, Essor ou déclin de l'Eglise (Auge o decadencia de la Iglesia), en la que dedicó unos párrafos a realizar una crítica tanto del modernismo (es la terminología que emplea) como del integrismo, para poner de manifiesto los rasgos de una actitud auténticamente cristiana y católica (traducción castellana en Emmanuel Cardenal SUHARD, Dios, Iglesia, sacerdocio. Tres pastorales, Rialp, Madrid 1965, pp. 82-103). La pastoral tuvo amplio eco, aunque la terminología mencionada continuó siendo empleada llegando hasta las décadas de 1960 y 1970, y las posteriores, también en el contexto de los debates del postconcilio.
San Josemaría, con su decidida afirmación del carácter sobrenatural de la Iglesia y su defensa de la libertad de los católicos en las cuestiones temporales y políticas, se sitúa lejos de todo planteamiento integrista y, en general, de toda subordinación de la fe cristiana a cualquier ideología, así como de toda aplicación a la vida eclesial de esquemas que no le son propios. Es lo que afirma en relación con la contraposición entre integrismo y progresismo, sobre la que la revista Palabra le había interrogado, señalando que implica una visión dialéctica de la historia, ajena al genuino espíritu cristiano, y constituye, en consecuencia, una perspectiva hermenéutica que no contribuye a explicar la realidad sino que la deforma. Sobre el tema vuelve en la entrevista de Le Figaro (cfr. n. 44, con el comentario que le acompaña).
«La acción del Espíritu Santo, que sopla donde quiere». Cfr. Jn 3, 8.
24b «Nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo». Como puede advertirse, san Josemaría, remite aquí, como en la entrevista anterior, al relato sobre los orígenes contenido en el Génesis y al trabajo de Cristo, colocando así la normal acción laboral humana en el doble contexto de la creación y de la redención. Ese fue siempre el horizonte de su predicación.
24d «Con respecto a las que ha mencionado». La respuesta, que se atiene al marco que ofrece la cuestión planteada, se sitúa en el contexto de lo que permitía la situación del momento, cuando el Opus Dei había iniciado el camino hacia su configuración jurídica definitiva, la de prelatura personal, pero no la había alcanzado todavía. En años posteriores san Josemaría habría podido ser más tajante y poner como punto de comparación figuras pertenecientes a la estructura jerárquica de la Iglesia. De todas maneras el mensaje básico es perenne, claro y neto: el espíritu y la praxis del Opus Dei se distinguen de la espiritualidad y la experiencia propias de los religiosos, ya que se trata de una praxis y de un espíritu caracterizados plenamente por la secularidad.
24e «Socios». Aunque ya ha quedado dicho en la Introducción general, aprovechemos esta primera vez en que el término «socios» aparece en boca de san Josemaría, para reiterar que se trata de un vocablo que, en aquel momento (década de 1960), no podía dejar de utilizarse, pero que, al aludir a instituciones asociativas y no jurisdiccionales, no resulta adecuado a la realidad del Opus Dei y a su configuración definitiva como prelatura personal. Concluido, en 1982, su proceso de configuración jurídica, ha podido ser abandonado y sustituido por el de «miembros» o, con más precisión, por el de «fieles».
24f «Pensar en la vida de los primeros cristianos». Sobre la importancia de la figura de los primeros cristianos en el mensaje del fundador del Opus Dei, ver Domingo RAMOS, "El ejemplo de los primeros cristianos en las enseñanzas del beato Josemaría'', en Romana, 29 (1999), pp. 292-307.
25a «Sobre las conclusiones de ese trabajo, prefiero no hablar». En lógica coherencia con su posición de fundador, san Josemaría no quiso entrar en polémicas científicas. No está sin embargo fuera de lugar que reproduzcamos las palabras con las que Julián Herranz, después de haber trazado el proceso que había llevado a muchos institutos seculares a aproximarse a los institutos religiosos, termina su trabajo: «En verdad podemos decir que, a lo largo de estos años, se ha asistido a un proceso de diferenciación [del Opus Dei respecto de otros institutos seculares], que ha contribuido a hacer si cabe aún más patente la peculiar fisonomía del Opus Dei y su posición en la vida de la Iglesia» (artículo cit., p. 333). Sobre la persona del hoy cardenal Julián Herranz, pueden verse los datos de la nota 157 de la Introducción general.
25b «Ni es en modo alguno comparable, ni por su labor ni por la vida de sus socios, con los religiosos». En 1985, en la 14ª edición española, al final de este número se añadía la siguiente nota que va al centro de la cuestión teológico-canónica planteada: «Mons. Escrivá de Balaguer expresó repetidamente que el Opus Dei, de hecho, no era un instituto secular, como tampoco era una común asociación de fieles. Aunque en 1947 el Opus Dei fue aprobado como instituto secular, como la solución jurídica menos inadecuada para el Opus Dei en las normas jurídicas entonces vigentes en la Iglesia, Mons. Escrivá de Balaguer había pensado, ya desde muchos años antes, que la situación jurídica definitiva del Opus Dei estaba entre las estructuras seculares de jurisdicción personal, como es el caso de las prelaturas personales». Se trata de una breve síntesis de cuanto hemos expuesto ya en una de las claves de lectura comentadas en la segunda parte de la Introducción general, a la que remitimos.
26b «Su objetivo y razón de ser no ha cambiado ni cambiará». Puede haber, y de hecho ha habido, evolución en el Opus Dei, como en toda realidad humana e histórica, pero siempre manteniendo inalterados, como indica san Josemaría en su respuesta, «su objetivo y razón de ser». La substancia del mensaje del Opus Dei ha sido y es constante: la llamada a santificar el trabajo y la vida ordinaria en medio del mundo. Cambian, y cambiarán, las sociedades, y con ellas los modos de vivir y de trabajar, pero el espíritu cristiano, la condición de hijos de Dios en Cristo, la vivencia profunda de la santa misa, centro y raíz de la vida interior, la llamada a ser contemplativos en medio del mundo y a realizar con espíritu de servicio la propia tarea, elementos todos decisivos –la enumeración no es exhaustiva– del mensaje que difunde el Opus Dei, trascienden la mutabilidad histórica, ofreciendo luz e impulso para santificar desde dentro las mudables situaciones humanas. De ahí que san Josemaría pudiera afirmar: «el apostolado que la Obra realiza en el mundo será siempre actual, moderno, necesario: porque mientras haya hombres sobre la tierra, habrá hombres y mujeres que trabajen, que tengan una determinada profesión u oficio –intelectual o manual–, que estarán llamados a santificar, y a servirse de su labor para santificarse y para llevar a los demás a tratar con sencillez a Dios» (Carta 11-III-1940, n. 35: AGP, Serie A.3, 91-6).
26d «El Concilio ha declarado solemnemente que la Iglesia no rechaza el mundo en que vive». Aunque san Josemaría no remite a ningún texto conciliar concreto, puede considerarse que tenía presente la Const. Gaudium et spes, n. 44 o la Const. Lumen gentium, n. 48. También es posible que pensara en el conjunto de los documentos del Concilio Vaticano II, una de cuyas finalidades era precisamente promover una presentación renovada de la fe cristiana, en orden a una eficaz presencia de esa fe en el mundo contemporáneo. Sobre la bondad creacional del mundo, sobre la restauración de esa bondad en virtud de la gracia y sobre el amor al mundo, el fundador ha hablado con gran frecuencia, ya que se trata de uno de los núcleos de su mensaje espiritual; un texto especialmente sintético en Es Cristo que pasa, n. 183. Para un estudio más desarrollado puede verse José Luis ILLANES, Cristianismo, historia, mundo, Pamplona 1973, pp. 171-204 y 233-237; ID., Tratado de Teología Espiritual, Pamplona 2007, pp. 297-324.
27a «La actividad principal». En la respuesta a esta pregunta, san Josemaría ofrece una apretada y acabada exposición de la actividad del Opus Dei. El texto, extremadamente claro, no necesita comentario. Cabe sin embargo esbozar una síntesis, señalando que esa actividad es doble: a) ante todo, es su actividad principal, dar a sus fieles, y a cuantos se acerquen a su labor apostólica, la formación doctrinal y espiritual que les facilite la santificación en medio del mundo, santificando su profesión y santificando con su profesión; b) en segundo lugar, la promoción o –hablando más propiamente– el impulso a promover obras apostólicas en servicio a las necesidades que en cada momento experimente la sociedad.
«Los medios espirituales necesarios para vivir como buenos cristianos». Respecto a cada una de las dos vertientes de la actividad del Opus Dei de las que se habla en la presente pregunta, el fundador destaca algunos puntos fundamentales. Concretamente por lo que se refiere a la formación de sus fieles, recalca que esa formación tiene como meta trasmitir el conocimiento de la doctrina de la Iglesia, que les facilitará «comportarse como cristianos», con plena libertad y responsabilidad personales, cuestión sobre la que volverá ampliamente en pasajes posteriores de esta misma entrevista y de las siguientes. Partiendo de la fe cristiana y de una vida espiritual auténtica, cada fiel del Opus Dei actúa y toma decisiones con plena libertad.
27d «El deseo de contribuir a la solución de los problemas que afectan a la sociedad». Respecto a la segunda vertiente de la actividad del Opus Dei, san Josemaría recalca «que el Opus Dei, que tiene fines exclusivamente espirituales, sólo puede realizar corporativamente aquellas actividades que constituyen de un modo claro e inmediato un servicio cristiano, un apostolado»; lo que trae consigo –digámoslo en referencia a los ejemplos que menciona el entrevistador– que los colegios o las casas de retiro podrán ser obras corporativas, pero no, en cambio, las empresas comerciales. Conviene señalar de otra parte que, como recordaba una nota presente desde la 14ª edición española, «estas obras corporativas, de carácter netamente apostólico, las promueven los miembros de la Prelatura junto con otras personas. A la Prelatura del Opus Dei, que asume exclusivamente la responsabilidad de la orientación doctrinal y espiritual, no pertenecen ni las empresas propietarias de esas iniciativas, ni los correspondientes bienes muebles o inmuebles. Los fieles del Opus Dei que trabajan en esas labores lo hacen con libertad y responsabilidad personales, en plena conformidad con las leyes del país, y obteniendo de las autoridades el mismo reconocimiento que se concede a otras actividades similares de los demás ciudadanos».
28a «El Opus Dei no interviene para nada en política». El fundador del Opus Dei reafirma aquí la finalidad exclusivamente apostólica del Opus Dei y la libertad temporal de sus fieles, cuestión que constituye, como ya hemos tenido ocasión de señalar, una de las líneas de fondo de Conversaciones; de ahí que sea objeto de comentario en la segunda parte de la Introducción, donde se analiza el contexto histórico que motiva la importancia que le concede san Josemaría en esta y en sucesivas respuestas.
28b «Si alguno no entiende esto». De forma breve, como corresponde al tono propio de una entrevista, pero precisa, san Josemaría pone de manifiesto las dos fuentes fundamentales de donde pueden provenir las dificultades para entender la libertad en las cuestiones temporales de los fieles del Opus Dei, y de los católicos y creyentes en general: las actitudes totalitarias, absolutistas o monopolizadoras, que excluyen cualquier posición que no sea la propia; y el pensamiento naturalista, que niega la posibilidad de finalidades trascendentes y, en consecuencia, siguiendo a los «maestros de la sospecha», reinterpreta torcidamente –como cobertura de fines inconfesados– toda afirmación de realidades o motivaciones puramente espirituales.
28c «Los demás se rebelarían». San Josemaría deja constancia de que desde el mismo momento de su incorporación al Opus Dei, todos los miembros son conscientes de su libertad en todos los temas profesionales y culturales. Por eso, en el supuesto de que alguno intentara presionar a los otros, «los demás se rebelarían y lo expulsarían inmediatamente». En el párrafo siguiente refuerza esa misma idea declarando con contundencia cuál sería su reacción personal si se diera ese supuesto.
29a «No tenemos otra doctrina que la que enseña la Iglesia para todos los fieles». El entrevistador ha vuelto sobre el tema de la libertad político-cultural de los fieles del Opus Dei, y sobre la cuestión paralela de la no intervención de las autoridades de la prelatura en cuestiones temporales, planteando la posibilidad de que haya momentos en que las autoridades del Opus Dei tomen posición o den orientaciones precisas y determinadas a la vista de las implicaciones, también éticas, que esas cuestiones pueden tener en ocasiones. San Josemaría niega esa ilación. Hay, ciertamente, problemas y situaciones respecto a los cuales la fe y la moral católicas marcan una orientación, y momentos en los que el magisterio de la Iglesia puede intervenir recordando o precisando esa orientación. Pero el Opus Dei, en cuanto tal, no tiene autoridad ninguna al respecto: su misión consiste en fomentar en sus miembros la responsabilidad que, como a todo ser humano, les incumbe de actuar en conciencia, es decir, con una conciencia bien formada y por tanto en facilitar el necesario conocimiento de la fe y de la moral; y nada más. Con lo que cada fiel del Opus Dei está confrontado a la hora de tomar sus decisiones temporales es con la fe y la moral cristianas –y la ley natural, que esa moral incorpora–, no con orientaciones emanadas por las autoridades de la prelatura, que de hecho nunca se han dado.
29g redactado (0) ] redactada (1ª-ss.)
«Proyecto de ley sobre la libertad religiosa». El entrevistador ha aludido en su pregunta al debate suscitado en el seno del régimen de Franco en relación con el que fue designado como «proyecto Castiella», es decir, el proyecto presentado en 1964 por el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, para remediar las contradicciones en materia de libertad religiosa entre la legislación española (que no reconocía esa libertad) y la doctrina formulada por Juan XXIII en la Enc. Pacem in terris, luego reafirmada y ampliada por el Concilio Vaticano II en la Declaración Dignitatis humanae, promulgada en 1965. El intento de Castiella fue apoyado por diversas personalidades españolas, pero discutido por otras que lo consideraban o demasiado abierto o demasiado tímido. San Josemaría, en coherencia con su respeto de la libertad de opinión, rehúsa intervenir en el debate en cuanto tal, si bien señala que es propio del espíritu del Opus Dei el amor a la libertad y el respeto y la comprensión a los hombres de todas las creencias. Volviendo al tema de la libertad religiosa en España, digamos que el intento de Castiella no cuajó y el debate se prolongó hasta junio de 1967, fecha en que fue promulgada una ley de libertad religiosa basada en un proyecto, alternativo al de Castiella, que había sido presentado por el ministro de Justicia, Antonio María Oriol. Sobre la historia de ambos proyectos y el debate en el interior del franquismo, pueden verse: María BLANCO, La primera ley de libertad religiosa. Génesis de la ley de 1967, Eunsa, Pamplona 1999, y Fernando de MEER LECHA-MARZO, Antonio Garrigues embajador ante Pablo VL un hombre de concordia en la tormenta (1964-1972), Aranzadi, Pamplona 2007. Una de las defensas más netas de la libertad religiosa, en general pero con aplicación a España, fue la realizada por Amadeo de FUENMAYOR, La libertad religiosa, Eunsa, Pamplona 1974, donde, junto a escritos inéditos, se recogen otros ya publicados a mediados de la década de 1960 30a que cuentan (0) ] que cuenta (1ª-ss.)
30c «Eso es ya historia antigua». San Josemaría alude, sin querer dar nombres, a las falsedades difundidas a comienzos de los años cuarenta por diversos jesuitas españoles, a los que se unieron también representantes de la Falange (el partido único franquista), acusando a los miembros del Opus Dei de secreto, de utilizar en sus reuniones símbolos esotéricos, difundir doctrinas heréticas y otros cargos similares. Para cortar esas falsedades el obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, quiso intervenir otorgando una primera aprobación escrita al Opus Dei el 19 de marzo de 1941 (ya anteriormente, desde los años treinta, había dado oralmente su aprobación). Sobre esta historia, que se prolongó más allá de 1941, ver Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol. II, pp. 437-47 y 463-553, y José Luis RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, Historia de la Falange Española de las JONS, Alianza, Madrid 2000, pp. 420-423. Sobre la aprobación diocesana de 1941, ver El itinerario jurídico del Opus Dei, cit., pp. 89-94.
30f sino esforzarse (0) ] sin esforzarse (1ª-ss.)
«Considero que es un deber grave del periodista documentarse bien, y tener su información al día aunque a veces eso suponga cambiar los juicios hechos con anterioridad». San Josemaría, que había sido profesor de Ética general y Moral profesional en Madrid durante el curso 1940-1941, tuvo siempre un gran aprecio a la profesión de periodista y a los medios de comunicación en general. Manifestación de esa estima, y de su valoración de la importancia que esos medios tienen en la vida de las sociedades, fue el impulso dado para la creación de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, a la que ya hemos tenido ocasión de referirnos en la Introducción histórica (nota 80). Sobre la importancia del respeto a la verdad y sobre la gravedad que implica la violación de la intimidad y la difusión de falsedades y calumnias, ver su homilía "El respeto cristiano a la persona y a su libertad", en Es Cristo que pasa, 67-72.
30g «Cualquiera que desee información sobre nuestra Obra, puede obtenerla sin dificultad». Poco antes de conceder esta entrevista, san Josemaría había dado la indicación –ya comentada en la Introducción histórica– de que en los diversos países donde estuviera establecido el Opus Dei se constituyeran oficinas de información, en las que se atendiera a periodistas, se facilitara documentación sobre las actividades apostólicas, etc. Actualmente, desde que se difundió la información por internet, existe además una página web (www.opusdei.org), iniciada en 1996, que se edita en más de 32 idiomas.
31a «Lo que interesa no es el juicio de los demás, ni nuestro propio juicio, sino el de Dios». Alusión a 1Co 4, 3-4.
31b «El Espíritu sopla donde quiere». Cfr. Jn 3, 8.
3lf «Al Opus Dei no le interesa primordialmente la eficacia humana». Destaquemos, en referencia a toda esta pregunta, en primer lugar el enfoque netamente sobrenatural –de fe– con que san Josemaría aborda la consideración del origen y la historia del Opus Dei: se consideró siempre a sí mismo como servidor de Dios y no como protagonista (de ahí la frase que pronunció con frecuencia: «lo mío es ocultarme y desaparecer, que sólo Jesús se luzca»: ver, por ejemplo, Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol. l, pp. 317 y 516). Y, en segundo lugar, la reiteración de la distinción, ya comentada en el n. 27, entre el apostolado personal de cada fiel del Opus Dei y las actividades apostólicas promovidas por ellos, y la preeminencia atribuida al apostolado personal, verdadera piedra de toque del afán apostólico del cristiano llamado a santificarse en medio del mundo, y a santificar a los demás tomando ocasión del mundo, es decir, de las múltiples y variadas posibilidades que ofrece la vida de trabajo y de relación.
32a «No nacía para dar solución a los problemas concretos de la Europa de los años veinte». Es un eco, a escala continental, de lo que el mismo san Josemaría había escrito en 1934, cuando el Opus Dei existía prácticamente sólo en Madrid: «La Obra de Dios no la ha imaginado un hombre, para resolver la situación lamentable de la Iglesia en España desde 1931» (Instrucción 19-III-1934, n. 6, citado y comentado en Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, Cit., 1, p. 576).
32b «¿Cómo se fundó?». Remitamos a lo ya señalado en nota a 17a.
32d «Los puntos cruciales cronológicos». San Josemaría ofrece en este párrafo una panorámica general, sin pretensiones ni de exhaustividad, ni de precisión historiográfica, teniendo presente tanto el inicio estable de la labor, como la realización de viajes previos o exploratorios (concretamente, al comienzo de los años cuarenta diversos miembros del Opus Dei estuvieron en Portugal, pero la labor estable sólo empezó en 1945; las referencias a 'África, además de Kenya y Nigeria, aluden a la presencia de españoles y portugueses, miembros del Opus Dei, en Ceuta y Melilla o en Angola y Mozambique). Falta todavía –y es lógico que así sea, dada la cercanía cronológica– un estudio de conjunto sobre la expansión internacional del Opus Dei. Intentos de aproximación pueden encontrarse en Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, cit., II, pp. 696-698, y III, pp. 313-391, y en Federico REQUENA y Javier SESE, Fuentes para la historia del Opus Dei, Ariel, Madrid 2002, pp. 85-93 y 109-114.
33a «En pocos sitios hemos encontrado menos facilidades que en España». Puede sorprender la dureza con que san Josemaría comienza su contestación a esta pregunta, que se entiende sin embargo a la luz de la interpretación a la que se prestan las palabras del ambiente peculiar de España durante los últimos treinta años» empleadas por el entrevistador, ya que podrían llevar a pensar que el contexto de España en los años de Franco había facilitado el desarrollo del Opus Dei, lo que es ajeno a la verdad. De ahí que san Josemaría, que rehusó toda intervención en política, reaccione con firmeza. Lo que está en juego, en la pregunta y en el conjunto de la respuesta, es la trascendencia espiritual del Opus Dei, manifestada en la independencia tanto de su origen como de su desarrollo respecto a situaciones políticas determinadas. Se entiende así lo que afirma ya hacia el final de la respuesta y, en cierta manera, a modo de conclusión: el desarrollo del Opus Dei tiene su razón de ser en motivos espirituales –la fuerza del mensaje sobre la santificación en medio del mundo– y no »en el ambiente o en otros motivos extrínsecos». No es éste, por lo demás, el momento de documentar las afirmaciones realizadas por san Josemaría, lo que, además de ir más allá de lo que el fundador del Opus Dei quiso declarar en su respuesta (cfr. 33d), alargaría excesivamente el comentario; baste por eso con remitir a los datos que, sobre algunos de esos temas, pueden encontrarse en los volúmenes segundo y tercero de la biografía de Andrés Vázquez de Prada.
33b como hacen (16ª-ss.)] como hace (O, lª-15ª) 11 no supone (16ª-ss.) ] no suponen (O, 14-15ª)
33d «He callado durante casi cuarenta años, y si ahora digo algo es porque tengo la obligación». De este cambio –la decisión de «hablar» ante las críticas injustas, en vez de sufridas en silencio–, hecho necesario para defender la verdad, nos hemos ya ocupado en la Introducción histórica, a la que remitimos.
34a «No he necesitado nunca de ningún secreto». Sobre la acusación de secreto, ver lo ya dicho en nota al n. 30c de la entrevista en Time.
35a «Organismo análogo». San Josemaría se remite aquí a los datos tal y como aparecían en el Annuario Pontificio del momento en que concede la entrevista (1966). La erección del Opus Dei como prelatura personal –como ya se señalaba en nota incluida en la 14ª edición, que reproducimos– ha reforzado jurídicamente la unidad del Opus Dei, dejando muy claro que toda la prelatura –hombres y mujeres, sacerdotes y seglares, casados y solteros– constituye una unidad pastoral orgánica e indivisible, que realiza sus apostolados por medio de la Sección de varones y de la Sección de mujeres, bajo el gobierno y la dirección del prelado que, ayudado por sus vicarios y sus consejos, da y asegura la unidad fundamental de espíritu, jurisdicción y coordinación apostólica entre las dos secciones. El único cambio que habría que introducir en esta respuesta es meramente terminológico: en lugar de consiliario, habría que decir vicario regional (cfr. nota al n. 19b). Por lo demás, sigue plenamente en vigor todo lo que afirma san Josemaría acerca del espíritu con que se ejerce la dirección en el Opus Dei. En la última edición del Annuario Pontificio (2011), los datos sobre el Opus Dei aparecen en el apartado dedicado a las prelaturas personales (p. 1049), que forma parte a su vez del capítulo dedicado a la jerarquía católica; de acuerdo con el esquema informativo que sigue el Annuario para los otros entes incluidos en ese capítulo, respecto al Opus Dei ofrece algunos datos sobre su historia, la cifra de sacerdotes y seglares (hombres y mujeres) que lo integran, y los nombres del prelado, Javier Echevarría, y del vicario general, Fernando Ocáriz.
«Figúrese más bien una organización desorganizada». Sobre la expresión «organización desorganizada» y su equivalente «desorganización organizada», así como sobre el trasfondo que implica, ver lo dicho por san Josemaría en la entrevista de la revista Palabra (n. 19).
35b «La dirección de la Obra es siempre colegial». La colegialidad implica la participación en el gobierno pastoral de una comunidad de personas, lo que permite el intercambio de pareceres antes de llegar a una decisión. Constituye un claro remedio frente a la arbitrariedad y la tiranía. Sobre la colegialidad en el gobierno del Opus Dei, ver lo dicho por san Josemaría en la entrevista a Palabra (n. 19).
36a «¿Camino, un código? No». San Josemaría recalca con energía que Camino no es, en modo alguno –como ya lo hemos recordado en la presentación a esta entrevista–, un código de acción, sino algo muy distinto: un libro que aspira a fomentar el trato con Dios y la toma de conciencia respecto a lo que Dios pide a cada persona; de ahí que «se debe leer con un mínimo de espíritu sobrenatural, de vida interior y de afán apostólico». No está dirigido sólo a fieles del Opus Dei –aunque presupone su espíritu–, sino a hombres y mujeres de las condiciones más variadas. Sobre la historia, género literario, finalidad, etc. de Camino, ver la amplia introducción a Camino. Edición crítico-histórica, preparada por Pedro Rodríguez, Rialp, Madrid 2002. Puede verse además Francois GONDRAND, "La intención y el género literario de Camino, del Beato Josemaría Escrivá", Scripta Theologica, 26 (1994), pp. 233-248; incluido, junto con otros artículos también de interés, en Miguel Ángel GARRIDO (ed.), La obra literaria de Josemaría Escrivá, Pamplona 2002.
«Entre las personas que por propia iniciativa lo han traducido, hay ortodoxos, protestantes y no cristianos». En 1966, Camino estaba publicado en una veintena de idiomas. Entre estos se contaban algunos, como el árabe y el japonés, hablados en regiones en que la presencia católica era exigua. En la actualidad (2011) está publicado en cincuenta idiomas, con una tirada total de cuatro millones ochocientos mil ejemplares.
«A ser instrumento, ésa era su pregunta, como el Apóstol Pablo quería serlo de Cristo». La lectura completa del punto 484 es imprescindible para entenderlo cabalmente, ya que se hace patente su contexto sobrenatural y apostólico: «Sé instrumento: de oro o de acero, de platino o de hierro..., grande o chico, delicado o tosco... –Todos son útiles: cada uno tiene su misión propia. Como en lo material: ¿quién se atreverá a decir que es menos útil el serrucho del carpintero que las pinzas del cirujano? –Tu deber es ser instrumento». La consideración de la Iglesia y del cristiano como instrumentos de los que se sirve Dios para continuar la misión de Cristo es clásica en la teología y la espiritualidad cristiana; tiene origen bíblico, ya que, después de su conversión, san Pablo es presentado por el Señor a Ananías precisamente con ese título: «Ve, porque éste es para mí instrumento de elección para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel» (Hch 9, 15). Otros datos en el comentario a este punto, en Camino. Edición crítico-histórica, citada en nota anterior.
37a «El Opus Dei nació geográficamente en España; pero desde el principio, su fin era universal». España fue el país en que se inició el Opus Dei: en Madrid, el 2 de octubre de 1928, tuvo lugar su fundación, y españoles fueron los primeros fieles del Opus Dei. Pero muy pronto, en 1935, san Josemaría comenzó a preparar la difusión de su apostolado a otros países, aunque la guerra civil española y luego la mundial retrasaron el comienzo de esa difusión hasta 1945. En la actualidad su labor está establemente implantada en sesenta y seis países, desde los que se extiende a muchos más. La universalidad del Opus Dei fue subrayada por san Josemaría desde el primer momento y con fuerza, como pone de relieve, entre otros textos, el ya citado en la nota al n. 32a de la entrevista en Time. San Josemaría viajó a Roma por primera vez en 1946; allí fijó enseguida su domicilio y allí estableció la sede central del Opus Dei.
38a ni a la Iglesia ni a la Obra, porque (0)] ni a la Iglesia, ni a la Obra porque (2ª-ss.)] ni a la Iglesia ni a la Obra porque (LFP, 1ª) ] ni l'Eglise ni l'oeuvre, car (LF)
«Ni en España ni en ningún otro sitio». En febrero de 1957, el general Franco procedió a una amplia remodelación de su gobierno, con vistas a un fuerte cambio en su orientación económica: se abandonó la política de autarquía para orientarse hacia la liberalización económica y el acercamiento a las instituciones del Mercado Común Europeo. Entre las diversas personalidades que integraban ese gobierno, se encontraban dos miembros del Opus Dei, ambos expertos en economía: Alberto Ullastres y Mariano Navarro Rubio. Esa pertenencia al Opus Dei, de por sí no significativa, pues ambos actuaban en uso de su libertad y responsabilidad personales y sin representar al Opus Dei en modo alguno, suscitó sin embargo la atención y provocó noticias y comentarios. En ese contexto, intervino la Secretaría del Opus Dei en España, que el 12 de julio de 1957 emanó un comunicado en el que se declaraba que «en este campo [la acción política], lo mismo que en sus tareas profesionales, económicas o sociales, los socios del Opus Dei, como los demás católicos, gozan de plena libertad (...) Por tanto, actúan siempre como ciudadanos particulares, sin que el Instituto participe de algún modo en los méritos o deméritos de su gestión personal». La misma doctrina fue reiterada en otros escritos [sobre este asunto, ver Jaume AURELL, "La formación de un gran relato sobre el Opus Dei", en Studia et Documenta, 6 (2012), pp. 269-272]. San Josemaría reafirma en su respuesta esa realidad.
«La diversidad que existe y existirá siempre entre los miembros del Opus Dei». En relación con esta pregunta y la sucesiva, remitamos –como ya hicimos respecto a preguntas parecidas de la revista Time (nn. 28-29)–, para una ulterior documentación, a la segunda parte de la Introducción general, donde la libertad política figura como una de las líneas estructurales o claves de lectura del libro.
39a «Se rebelarían legítimamente, santamente». Como puede advertirse, san Josemaría emplea aquí las mismas palabras, y con idéntica fuerza, que un año después reiteraría en la entrevista de Time (n. 28d).
40a «La vocación la da Dios, y para Dios no hay acepción de personas». San Josemaría no quiere dejarse atrapar en una consideración meramente sociológica –la extensión alcanzada, en ese momento, por el apostolado del Opus Dei en un país concreto–, que podría ofuscar la percepción de su carácter netamente espiritual y cristiano. El Opus Dei se dirige a personas de todas las profesiones, y de todas las condiciones y clases sociales, para invitarlas a santificar el propio trabajo y la propia vida ordinaria. La difusión que había alcanzado ya en 1966 el Opus Dei en estratos muy variados de la sociedad española (intelectuales, campesinos, obreros, etc.) se ha ido alcanzando también, con la gracia de Dios, en muy diversos países. Que en Dios no hay acepción de personas, como señala en su contestación Mons. Escrivá de Balaguer, es una afirmación que se encuentra, literalmente, en diversos pasajes de la Escritura: por ejemplo, Hch 10, 34 y Rm 2, 11.
40b «Cristo quiere la humildad de cada uno de los cristianos y de los cristianos todos». Encontramos en esta respuesta la misma actitud de espíritu que se manifiesta en la contestación a dos de las preguntas de Time (nn. 31 y 32): el Opus Dei, y el propio san Josemaría como fundador, no busca una gloria humana, sino la gloria de Dios. En la presente contestación, y también en la siguiente, esa actitud le mueve a mostrarse reticente con relación a las estadísticas, que, al reducir la realidad a números, tienden a banalizarla. Aunque es claro que no se puede llevar esta posición al extremo (de hecho, el Opus Dei proporciona cifras de miembros, de sacerdotes, de países en los que está presente, etc.), no está de más dejar constancia de que esa actitud de san Josemaría presupone una radicalidad espiritual que podría encontrar respaldo bíblico en la condena del censo de Israel en tiempos de David, narrada en los libros de las Crónicas (1Cro 21, 7). En esa línea se sitúa el punto 649 de Camino, en el que se lee: «¡Siempre el espectáculo! –Me pides fotografías, gráficos, estadísticas. –No te envío ese material, porque –me parece muy respetable la opinión contraria– creería luego que hacía una labor con vistas a encaramarme en la tierra..., y donde quiero encaramarme es en el cielo». Y en términos más generales, el decidido propósito de san Josemaría de orientar toda su vida y la del Opus Dei a la gloria de Dios, de la que dan testimonio los puntos 779-789 de Camino y la jaculatoria «Deo omnis gloria» que repitió y enserió a repetir desde los inicios del Opus Dei; sobre este punto, ver Ernst BURKHART y Javier LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, vol. I, Madrid 2010, pp. 243-250.
4la «La labor del Opus Dei en Francia». En aquel momento, en Francia el Opus Dei se hallaba establecido no sólo en París, Grenoble y CouvreIles, sino también en Marsella. Posteriormente su presencia se ha extendido a otras ciudades: Aix-en-Provence, Toulouse, Rennes, Lyon, Estrasburgo, etc.
«La labor principal del Opus Dei es el testimonio personal, directo, que dan sus socios en medio del propio trabajo ordinario». Reaparece aquí la preeminencia otorgada al apostolado personal, ya señalada en el n. 27 de la entrevista de Time.
42a «En el mundo anglosajón, el Opus Dei tiene, gracias a la ayuda de Dios y a la cooperación de muchas personas, obras apostólicas de diversos tipos». La enumeración de actividades apostólicas que realiza el fundador del Opus Dei no es, como evidencia el texto, exhaustiva. En la actualidad podría ampliarse considerablemente.
43a «Los rumores de que se ha hablado son... rumores». La realidad es que en algunos momentos se dieron incomprensiones, como se recoge en la nota al n. 30c de la entrevista en Time. Pero, como dice el propio san Josemaría en el pasaje de la entrevista al que esa nota se refiere, se trata de cosas pasadas, de las que prefiere no hablar.
«Al anterior General de la Compañía de Jesús». El padre Jean-Baptiste Janssens (1889-1964).
«Al actual, al P. Arrupe, lo trato y lo estimo, como él a mí». Recordemos –ya ha sido señalado en la Introducción– que, en Le Fígaro, esta entrevista apareció ilustrada por una fotografía en la que se veía a san Josemaría con el padre Arrupe en una terraza de la curia de la Compañía de Jesús, en via del Borgo Santo Spirito, con la cúpula de la basílica de San Pedro al fondo. Una cronología de los encuentros entre san Josemaría y el Padre Arrupe, en Pilar URBANO, El hombre de Villa Tevere, cit., p. 451, nota 30.
44a «¿Integrismo?». San Josemaría comienza su respuesta, contestando primero a la segunda parte de la pregunta, probablemente porque tiene un alcance mayor que la primera. Sobre la dialéctica integrismo-progresismo ver lo ya comentado en la nota al n. 23c de la entrevista en Palabra. Completemos lo allí dicho señalando que el integrismo ha tenido, en un contexto católico, dos vertientes: una política y otra religiosa, muy relacionadas entre sí, ya que coinciden en propugnar una estrecha vinculación entre la Iglesia y el Estado y postular una idealización del pasado que cierra, en la práctica, el paso a cualquier novedad o desarrollo en el terreno doctrinal o teológico. El Opus Dei, con su mensaje sobre la llamada universal a la santidad, sobre la dignidad de la vocación y misión laicales y sobre la libertad del cristiano en todas las cuestiones temporales, que tanto han contribuido al desarrollo de la vida de la Iglesia y de la reflexión sobre el valor y la autonomía de las realidades terrenas, está muy lejos de ambas versiones.
La acusación de integrismo dirigida al Opus Dei proviene de un artículo de Hans Urs von Balthasar aparecido en 1963 (sobre ese artículo, su contenido, su historia y su crítica, ver Ernst BURKHART y Javier LÓPEZ, 0.C., vol. I, pp. 107-112). No es, pues, extraño que el fundador del Opus Dei volviera sobre el tema repetidas veces a mediados de los años sesenta. Así, por ejemplo, en febrero de 1964, después de señalar la libertad personal de los fieles del Opus Dei en todas las cuestiones temporales, añadía: «Por eso el Opus Dei no ha tenido, ni tiene, ni puede jamás tener, una determinada opinión corporativa en estos asuntos. Y tampoco en los teológicos, cuando son opinables: desconoce la verdad y afirma un error crasísimo, tanto quien pretenda presentar nuestra Obra como progresista, como quien la presente como integrista» (Crónica, febrero 1964, p. 5: AGP, Biblioteca, P01). Algo posterior es un testimonio de César Ortiz-Echagüe, que recuerda que, en una reunión con algunos fieles de la Obra en Elorrio (Vizcaya), en mayo de 1967, «hablando el Padre sobre los términos integrismo y progresismo decía que el primero era como una momia y el segundo como el crío indómito que rompe todo lo que encuentra»; y añadía que, «sobre todo, son dos palabras criminales, pues ahora hay muchos que, por temor a que los encasillen en una de ellas, no dicen la verdad» (Testimonio redactado por César Ortiz-Echagüe en agosto de 1975, AGP, Serie A.5, leg. 1434, carp. l, exp. 2).
44b «Nuestra Obra es la primera organización católica que, con la autorización de la Santa Sede, admite como Cooperadores a los no católicos, cristianos o no». «En 1948 –se lee en el estudio sobre el itinerario jurídico del Opus Dei ya anteriormente mencionado en estas notas– lo había solicitado a la Santa Sede, y le contestaron que nunca habían recibido una petición semejante, y que no la podían conceder; al cabo de unos meses, insistió en la petición y le contestaron con un dilata. Por fin, incluido en el proyecto de Constituciones, fue aprobado el 16-VI-1950: el Opus Dei vino así a convertirse en la primera institución católica en la que se daba esa posibilidad. A esto se refirió el Fundador en repetidas ocasiones, pues concedió siempre a este punto –el apostolado ad fidem en un ambiente de fraternidad, verdad y comprensión, como solía decir– una especial preferencia. "Con la aprobación de la Santa Sede en 1950 –escribía algo después–, la Obra admite entre sus Cooperadores también a los no católicos y aun a los no cristianos. Lo que era una realidad, de espíritu y de hecho, ha sido sancionado por el Santo Padre. (...) Protestantes de muy diversas denominaciones, hebreos, mahometanos, paganos, pasan de la noble amistad con una hija o con un hijo mío a la participación en labores de apostolado" (Carta 12-XII-1952, n. 33)» (Amadeo de FUENMAYOR, Valentín GÓMEZ-IGLESIAS y José Luis ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei, cit., p. 254).
«Sólo alegría pueden producirme las enseñanzas que sobre este tema ha promulgado el Concilio». El documento conciliar al que se refiere san Josemaría es la Declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa, promulgada el 7-XII-1965.
«Acerca del proyecto concreto a que se refiere, no es cuestión mía resolverlo, sino de la Jerarquía de la Iglesia en España y de los católicos de ese país». Sobre el «proyecto Castiella» y la historia posterior hasta la promulgación en España de una ley sobre la libertad religiosa, ver la nota al n. 29g de la entrevista de Time.
45a «Le aconsejo leer el número anterior de Camino, donde se dice que el matrimonio es una vocación divina». El texto completo del punto de Camino citado por el entrevistador es el siguiente: «El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo. –Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares.
¿Ansia de hijos?... Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne» (Camino, n. 28). San Josemaría, antes de comentar ese punto de Camino, remite al anterior y por tanto a su doctrina general sobre el valor del matrimonio. El punto 27 dice textualmente: «Je ríes porque te digo que tienes "vocación matrimonial"? –Pues la tienes: así, vocación. Encomiéndate a San Rafael, para que te conduzca castamente hasta el fin del camino, como a Tobías» (Camino, n. 27). La doctrina sobre el matrimonio como vocación divina, con todo lo que implica, está presente desde los comienzos en la mente y el corazón del fundador del Opus Dei, que incluso pensó, ya en los primeros momentos de su labor, en que personas casadas pudieran no sólo vivir el espíritu de la Obra, sino vincularse jurídicamente a ella, aunque ese deseo no pudo realizarse entonces –no lo permitía el derecho canónico– y hubo que esperar hasta años más tarde, 1948, cuando el itinerario jurídico que tuvo que seguir el Opus Dei lo hizo finalmente posible. De este punto de la doctrina de san Josemaría nos hemos ocupado ya en la Introducción general; limitémonos aquí a remitir a una de sus homilías, "El matrimonio, vocación cristiana", en Es Cristo que pasa, nn. 63-78. Sobre el detalle de la historia jurídico-espiritual a que hemos aludido, ver Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, cit., vol. III, pp. 153-163, y Amadeo de FUENMAYOR, Valentín GÓMEZ-IGLESIAS y José Luis ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei, cit., pp. 197-202.
«Sacar las consecuencias de las que usted habla, es no entender mis palabras». Para una glosa del punto 28 de Camino, además de la interpretación auténtica que da san Josemaría, pueden verse los datos que se ofrecen en Camino. Edición crítico-histórica, ya citado.
«Soldados de Cristo». La expresión miles Christi, soldado de Cristo, es de san Pablo: «Soporta conmigo el sufrimiento como un noble soldado de Cristo Jesús» (2Tm 2, 3).
46a «Para mí, después de la Trinidad Santísima y de nuestra Madre la Virgen, en la jerarquía del amor, viene el Papa». Esa convicción venía de antiguo, como muestra un texto escrito en los primeros tiempos del Opus Dei: «Cristo. María. El Papa. ¿No acabamos de indicar, en tres palabras, los amores que compendian toda la fe católica?» (Instrucción 19-III-1934, n. 31). Expresiones parecidas, en las que se resalta el amor a la Iglesia y al Papa, aparecen con frecuencia en su predicación y en sus escritos a lo largo de toda su vida; mencionemos sólo dos. Una proveniente de Forja (n. 135): «Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda veneración, tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para el Vice-Cristo en la tierra, para el Papa. Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el Santo Padre». Otra de una de sus homilías: «Amad a la Iglesia, servidla con la alegría consciente de quien ha sabido decidirse a ese servicio por Amor» (Amigos de Dios, n. 316; la frase forma parte de la homilía "Hacia la santidad", que fue predicada por san Josemaría en 1967 y revisada en 1973 para su publicación). 47a «Servir a la Iglesia, y a todas las criaturas, sin servirse de la Iglesia». El ideal de servicio a la Iglesia, en el que cabe ver un eco de las palabras de Jesús («el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención por muchos»: Mt 20, 28), constituye, junto al amor a la Iglesia, mencionado en n. 46a, uno de los ejes de la predicación sobre la Iglesia de san Josemaría. El cristiano, que se sabe hijo de la Iglesia en virtud del bautismo, la ama con todo su corazón y procura servirla, contribuir a la realización de la misión que Cristo le ha confiado, con toda su persona y con todas sus fuerzas. Y excluye, de manera radical, todo intento de servirse de la Iglesia para fines personales. Para más detalles sobre estos puntos, ver lo ya dicho en la Introducción general, al comentar las claves de lectura del libro. 47c a estas ideas, especialmente desde 1928, sino la que les da (presente ed.)]a estas ideas, especialmente desde 1928, sino la que le da (O, LFP, 1ª-ss.)]á cette idée, en particulier depuis 1928, mais celle que lui donne (LF)
«Fue S.S. Pío XII quien aprobó el Opus Dei». Sobre las relaciones con Pío XII con motivo de la aprobación del Opus Dei, ver FUENMAYOR, GÓMEZ-IGLESIAS, ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei, cit., pp. 158-171.
«El entonces Mons. Montini». Sobre ese encuentro con Mons. Montini, que años después fue elegido Romano Pontífice, asumiendo el nombre de Pablo VI, ver Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, Cit., vol. III, pp. 43-44; FUENMAYOR, GÓMEZ-IGLESIAS, ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei, cit., pp. 158-159; y Luis CANO, "San Josemaría en el Vaticano", en Studia et Documenta, 6 (2012), pp. 165-209.
«El Santo Padre Juan se reía, emocionado». A este sucedido se hace también referencia en la entrevista de Palabra (n.
«Anticlericalismo bueno». Es una típica expresión paradójica de san Josemaría, íntimamente relacionada con otra de sus expresiones características, «mentalidad laical», de la que habla ampliamente en la homilía "Amar al mundo apasionadamente", con la que se cierra Conversaciones (cfr. n. 117).
«A la que son llamados por el sencillo hecho de haber recibido el Bautismo». Cfr. Lumen gentium
48a «El Opus Dei no tiene ninguna orientación económica o política, ni en España ni en ningún otro sitio». En la respuesta a esta pregunta y las siguientes el fundador del Opus Dei expone con detalle este punto decisivo del espíritu y la praxis del Opus Dei, del que ya se ha ocupado en anteriores intervenciones y al que dedicamos uno de los apartados de las claves de lectura señaladas en la Introducción, a donde remitimos.
48c «Yo no hablo nunca de política». San Josemaría, en este pasaje, se aplica a sí mismo un criterio válido para toda persona que tenga responsabilidades pastorales. Fue un punto que vivió siempre con especial delicadeza, extendiéndolo a todo tipo de materias que pudieran, aunque fuera remotamente, crear barreras en su labor de almas. La observación según la cual si él, en algún momento, se pronunciara sobre alguna cuestión opinable los miembros del Opus Dei no tendrían ninguna obligación de adherirse a lo que él dijera al respecto, refuerza ese criterio. En esa misma línea de respeto extremo a la libertad de los fieles del Opus Dei en cuestiones temporales, se sitúa la declaración que realiza dos párrafos más abajo: «No he preguntado ni preguntaré jamás a ningún miembro de la Obra de qué partido es o qué doctrina política sostiene, porque me parecería un atentado a su legítima libertad».
48f «Gran variedad de opiniones». El pluralismo político entre los miembros del Opus Dei es no sólo un hecho, sino un hecho visto positivamente, en cuanto expresión de la libertad de pensamiento y de acción. Cuando san Josemaría decía esto, en los años sesenta, esa realidad encontraba reflejo en España, país al que se ha referido el entrevistador, en la diversidad de opciones en relación con el régimen de Franco, como han documentado diversos historiadores; cfr., por ejemplo, Manuel FERRER MUÑOZ, "El régimen franquista y sus relaciones con la Iglesia", en AA.VV., Lecciones de historia reciente de España: Franquismo y transición democrática, Centro de Estudios de Humanidades, Las Palmas, 1993, que incluye un apartado sobre "El Opus Dei y Franco" (pp. 77-79).
49c «A un club deportivo o a una asociación de fines benéficos que nada tiene que ver con las actividades políticas o económicas que puedan ejercer sus afiliados». La comparación podría parecer desproporcionada, porque la relación de los miembros del Opus Dei con la Obra es mucho más profunda que la existente entre los socios de un club deportivo y ese club, o entre los que participan en tareas benéficas y la asociación que las promueve. Siendo eso cierto, lo es también que la comparación es exacta, ya que el Opus Dei limita su tarea de formación a los aspectos espirituales, sin entrar para nada, como san Josemaría ha puesto de relieve al contestar a la pregunta anterior, en lo que es específico de las actividades políticas o económicas, y temporales en general.
50a «Bastantes de los órganos más cualificados de la prensa internacional». En Francia, donde con mayor atención se seguía lo que pasaba en la España de Franco, habían publicado informaciones aclaratorias, por ejemplo, L'Express, el 22-III-1962, y Le Monde, el l-XII-1963 (cfr. Rafael GÓMEZ PÉREZ, Política y religión en el régimen de Franco, Dopesa, Barcelona 1976, p. 263).
50d «Los que tienen esta mentalidad y pretenden que todos opinen lo mismo que ellos». Aunque no da nombres, cabe pensar, parece claro, que san Josemaría tenía presentes a partidos confesionales de algunos países y, tal vez más probablemente, al Movimiento Nacional, es decir, al partido único existente en España, a partir de la unificación entre todas las fuerzas políticas españolas decretada por Franco en abril de 1937. De hecho, casi en las mismas fechas en que se realizaba esta entrevista, sectores del Movimiento, descontentos ante la independencia política que manifestaban, en uso de su libertad, algunos fieles del Opus Dei, desencadenaron una campaña de prensa contra la Obra, a la que identificaban, falsamente, con esas personas; esa campaña motivó una firme carta de san Josemaría al entonces Ministro Secretario General del Movimiento, José Solís, restableciendo la verdad de las cosas (ver Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, cit., vol. III, pp. 542-544). Cuando esa mentalidad monolítica se introduce en instituciones espirituales –punto al que el fundador del Opus Dei alude también en su respuesta– acaba por destruirlas, como san Josemaría lamenta en diversos pasajes de las entrevistas reunidas en Conversaciones.
51b «Las labores del Opus Dei están pensadas con un criterio apostólico y la mayoría se dirigen a personas de escasos recursos económicos». San Josemaría aprovecha esta pregunta para reiterar la preeminencia de la santificación y el apostolado personales: lo que, ante todo, pretende el Opus Dei «es que haya muchos hombres y mujeres que procuren ser buenos cristianos y, por tanto, testigos de Cristo en medio de sus ocupaciones ordinarias». En esta respuesta, al describir la financiación de las labores apostólicas, no menciona las subvenciones públicas, a las que las iniciativas educativas y asistenciales promovidas por fieles del Opus Dei tienen derecho, por razón del beneficio social que esas iniciativas producen; en otras entrevistas, concretamente en las de L'Osservatore della Domenica y Gaceta Universitaria, sí las menciona.
51c Para hacer posibles (presente ed.)] Para hacer posible (P-ss.)
«La Universidad de Navarra cuenta con una Asociación de Amigos con unos 12.000 miembros». La Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra fue fundada en 1960. En 1992 se dio vida, como una entidad diversa de la anterior, a una Agrupación de Graduados (Alumni-Universidad de Navarra), compuesta por antiguos alumnos, que colabora al sostenimiento de la Universidad y a la difusión de sus actividades, a la par que fomenta la formación permanente y otros objetivos similares, y a la que han pasado a incorporarse un buen número de quienes hasta ese momento integraban la Asociación de Amigos, que ha visto así disminuido el número de sus miembros. En la actualidad forman parte de la Asociación de Amigos unos siete mil socios; de Alumni forman parte cerca de treinta mil graduados. Existe además, desde 1989, el Centro Académico Romano Fundación, que ayuda a la formación de sacerdotes y seminaristas que frecuentan las facultades de estudios eclesiásticos existentes en la Universidad de Navarra, así como las de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma). Entidades similares han sido creadas por otras iniciativas apostólicas promovidas por fieles del Opus Dei en numerosos países: el carácter deficitario, que suele ser frecuente en tareas educativas y benéficas, reclama esas instituciones de apoyo.
5ld «La financiación de cada centro es autónoma». Este dato contesta por elevación a lo que preguntaba el entrevistador: el Opus Dei no aspira a constituirse como una gran institución unificada que controla las fuentes de financiación de las diversas labores apostólicas, sino que fomenta, también a este respecto, la autonomía personal y profesional.
52a «Hay algunos miembros». En las palabras de san Josemaría que vienen a continuación se reitera la libertad en las cuestiones profesionales de los fieles del Opus Dei, ya varias veces recordada, por lo que no parecen necesarios más comentarios.
52d «Toda presentación del Opus Dei como una central de consignas y orientaciones temporales o económicas, carece de fundamento». La frase final de la respuesta a la presente pregunta constituye una síntesis del principio fundamental de la libertad y responsabilidad personales de los fieles del Opus Dei, ya comentado. Quizá vale la pena subrayar la fuerza con que san Josemaría ha recalcado en párrafo anterior que todo favoritismo «con respecto a otras personas, sean o no miembros del Opus Dei (...), sería contrario (...) a las exigencias más elementales de la moral evangélica» (n. 52b).
53a «Es siempre colegial, no personal». El carácter colegial del gobierno del Opus Dei, que san Josemaría subraya aquí con claridad, es también mencionado en anteriores preguntas sobre este mismo tema (cfr. nn. 19 y 35, de las entrevistas en Palabra y Le Fígaro).
«En España el Consiliario es don Florencio Sánchez-Bella». Florencio Sánchez-Bella (1924-2008), valenciano, licenciado en Ciencias Químicas y sacerdote desde 1951, fue consiliario (o vicario regional) del Opus Dei en España entre 1960 y 1984. Antes había vivido en Córdoba y Barcelona. Después pasó unos años en Roma y en Ciudad de México, y de vuelta a España, en 1996, ejerció su ministerio en Granada, donde falleció. En el cargo de vicario regional le han sucedido mons. Tomás Gutiérrez Calzada y, desde 2002, mons. Ramón Herrando Prat de la Riba.
53b la libertad de sus socios (3ª-4ª, 6ª-ss.)] la libertad de sus miembros (O, 1ª-2ª, 5ª) // los socios de la Obra (3ª-4ª, 6ª-Ss.)] los miembros de la Obra (O, 1ª-2ª, 5ª)
53c «Los mismos principios que acabo de exponer se aplican al gobierno central de la Obra». En las frases que siguen, san Josemaría ofrece una descripción en líneas generales del gobierno central del Opus Dei; para completar la exposición pueden verse además las entrevistas en Palabra (cfr. n. 19b, con el comentario y la bibliografía que se incluyen en la nota correspondiente) y en Le Figaro (cfr. n. 35).
«El Consejo General del Opus Dei, que tiene su sede en Roma y que está compuesto actualmente por personas de catorce países». Hasta 1956, el Consejo General tuvo su sede en Madrid. Aquel año, en un congreso general del Opus Dei celebrado en Einsiedeln (Suiza), se tomó la decisión de trasladarlo a Roma, donde el fundador vivía desde hacía un decenio. En la actualidad está formado por 30 personas de 14 países.
«Asociadas de doce nacionalidades». El Consejo o Asesoría Central para el apostolado con las mujeres tiene también su sede en Roma; lo forman en la actualidad 37 mujeres de 19 países.
54a «Puedo asegurarle que nuestras relaciones son de estima y de afecto mutuo». Sobre las relaciones con la Compañía de Jesús, ver lo ya dicho en el n. 43a, con las notas correspondientes, de la entrevista en Le Figaro, y en el n. 30c, con su nota, de la entrevista en Time.
55a «En manos de Jesús». Aquí, como en entrevistas anteriores (cfr. nn. 10b y 24b), para mostrar el fundamento de su valoración espiritual y humana del trabajo, remite al Génesis y a la vida de Cristo.
55b «Convertirse en un quehacer divino». Para una aproximación al análisis de la consideración que el trabajo ha tenido a lo largo de la historia de la espiritualidad, puede verse José Luis ILLANES, La santificación del trabajo: el trabajo en la historia de la espiritualidad, cit., pp. 46-86.
55c «Cristo les pide que sean perfectos como su Padre celestial es perfecto». Es la conclusión del sermón de la montaña, y como su resumen: «Por eso, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto».
55d «La revaloración del trabajo ordinario y de la dignidad de la vocación del cristiano que vive y trabaja en el mundo». A la pregunta del periodista sobre si el desarrollo adquirido por el Opus Dei está relacionado con la situación, «las ansiedades» de la época contemporánea, san Josemaría responde primeramente con una breve exposición del núcleo de su doctrina, la santificación del trabajo, un mensaje que trasciende el tiempo, aunque de gran relevancia en la sociedad moderna. Deja para el final lo «más importante», la acción del Espíritu Santo, que «ha querido que nuestro tiempo sea testigo de un gran movimiento de renovación en todo el cristianismo», del que forma parte la revalorización del trabajo ordinario. Aunque san Josemaría no lo mencione aquí expresamente, parece oportuno dejar constancia de la aportación del Opus Dei a esa revalorización, y citar, a ese efecto, unas palabras pronunciadas por Juan Pablo II el 17 de mayo de 1992, en la homilía en la ceremonia de beatificación del fundador del Opus Dei: «Con sobrenatural intuición, el Beato Josemaría predicó incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado. Cristo convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por ello, el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, se ha unido en cierto modo a toda la realidad del hombre y a toda la creación». En una sociedad en la que la fuerza técnica y la riqueza material corren el riesgo de convertirse en un ídolo, «el nuevo Beato –continuó diciendo el Romano Pontífice– nos recuerda que estas mismas realidades, criaturas de Dios y del ingenio humano, si se usan rectamente para gloria del Creador y al servicio de los hermanos, pueden ser camino para el encuentro de los hombres con Cristo. "Todas las cosas de la tierra –enseriaba–, también las actividades terrenas y temporales de los hombres, han de ser llevadas a Dios"» (Homilía en la Misa de beatificación del Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer, 17-V-1992; expresiones parecidas en el Breve pontificio de beatificación. Ambos textos pueden consultarse en Romana. Bollettino della Prelatura della Santa Croce e Opus Dei, 8, 1992, pp. 18-20 y 11-15).
56b «Vivir más plenamente el espíritu evangélico en su vida ordinaria». La expresión «vida ordinaria», que aparece también en otros pasajes de Conversaciones, es una de las más características de san Josemaría. Con ella se refiere a la existencia cotidiana, connotando a la vez su naturalidad y el valor, de cara a Dios, de todos y cada uno de los momentos y circunstancias que la componen. Sobre este tema, ver José Luis ILLANES, "La vida ordinaria entre la irrelevancia y el heroísmo", en Giorgio FARO (ed.), Congresso Internazionale "La grandezza della vita quotidiana" (Roma, 8-12.I.2002), vol. IV, Lavoro e vita quotidiana, Roma 2003. pp. 19-37 (recogido en Existencia cristiana y mundo. Jalones para una reflexión teológica sobre el Opus Dei, Pamplona 2003, pp. 113-132).
56e «Centro Internazionale della Gioventù lavoratrice», también llamado Centro Elis. Había sido inaugurado por Pablo VI el 21 de noviembre de 1965 (cfr. Introducción general, I, nota 39). Medio siglo después, sigue existiendo, igual que los demás centros mencionados, a modo de ejemplo, por san Josemaría (Midtown, The Heights y Netherhall House).
57a «Es un mar sin orillas». «Mar sin orillas» es una expresión a la que acudió con frecuencia san Josemaría; aquí en referencia a la mutabilidad histórica del trabajo; en otros momentos, en referencia a la variedad que puede revestir el apostolado al que está llamado el cristiano que debe santificarse en el mundo y tomando ocasión del mundo. Tal vez acudiera a esa expresión de forma espontánea, partiendo de su experiencia de la grandeza del paisaje marítimo. O como fruto quizás de una simplificación –no exenta de sentido– de un dicho castellano precedente: «mar sin fondo y sin orillas», con el que se alude a actitudes o realidades susceptibles de múltiples manifestaciones, en ocasiones procelosas y amenazadoras, como puede serlo el mar, en otras fascinantes y confortadoras, como también puede serlo el mar. En el prólogo a una edición de parte del Abecedario espiritual de Francisco de Osuna que realizó en 1944 la editorial Minerva se habla del «estupendo "mar sin fondo y sin orillas" de la literatura mística española». Ese prólogo fue redactado o revisado por san Josemaría, que había promovido la publicación. Puede que entonces se sintiera atraído por esa expresión y luego acudiera a ella. simplificándola y excluyendo el halo de obscuridad o misterio que tiene la expresión «sin fondo». La editorial Minerva, ahora extinguida, publicó, en 1945, la que puede considerarse como edición príncipe de una de las obras más conocidas de san Josemaría, Santo Rosario, de la que ya se ha publicado la edición crítico-histórica en la colección de sus obras completas cuidada por el Instituto Histórico San Josemaría Escrivá Balaguer; ahí pueden encontrarse más datos sobre esa editorial.
«Tendrán un trabajo que pueden ofrecer a Dios, que pueden santificar». La palabra «trabajo» es empleada por san Josemaría en esta frase, como casi siempre, en referencia al trabajo profesional, es decir, a la tarea que el hombre realiza establemente –es su profesión–, en la que está llamado a realizarse como persona (y como cristiano) y con la que contribuye al sustento de su familia y al progreso social. Así entendido, el trabajo forma parte de la condición humana y existirá siempre, aunque cambien las condiciones técnicas y, en más de un momento, el ser humano apenas haga esfuerzo y la máquina, dirigida por él, trabaje a su servicio. Al afirmar la universalidad del trabajo, como hace en este texto, san Josemaría no ignora que puede haber situaciones de desempleo, de enfermedad o de invalidez, pero esas situaciones, con las que el hombre tendrá en ocasiones que enfrentarse, no quitan el principio general. Por eso no vacilará en decir, cuando la ocasión se presente, que esas situaciones son, para el que las vive, realidades que debe santificar, con las que debe santificarse y con las que debe contribuir a la santificación de los demás, análogamente a como debería hacerlo con su trabajo profesional.
58a «La característica fundamental del proceso de evolución del laicado». Con la expresión «proceso moderno de evolución del laicado» los entrevistadores aluden a uno de los rasgos más significativos de la Iglesia en la época contemporánea: la toma de conciencia cada vez más acentuada de la importancia de la vocación propia de todo cristiano, también de quienes, con término de origen griego, son designados como laicos, para distinguirlos de los sacerdotes y de los religiosos (en la lengua griega el vocablo laikos indica al miembro del pueblo, para distinguirlo de quienes tienen funciones o cometidos especiales). Hablar de esa evolución implica, en suma, afirmar que todo cristiano, también quien debe vivir su fe en medio del mundo de modo que su existencia se entrelaza con las diversas realidades seculares (trabajo profesional, matrimonio, acción política, etc.), está llamado a encarnar de lleno los ideales del Evangelio y a contribuir allí donde está a realizar y desarrollar la misión de la Iglesia. En este proceso han influido factores muy diversos: algunos histórico-sociológicos (el paso de la antigua sociedad estamental a la moderna sociedad democrática, con la acentuación del protagonismo de todo ciudadano), otros propiamente eclesiales (el desarrollo, como fruto de experiencias espirituales o de preocupaciones pastorales, de realidades que promueven la llamada a una plena vivencia del ideal cristiano en todos los ambientes), otros, finalmente, teológicos (la reflexión por parte de teólogos y pensadores sobre la vida eclesial y, desde esa perspectiva, sobre los datos que ofrecen la Escritura y la Tradición). Todo esos filones confluyeron en el Concilio Vaticano II y más concretamente en el capítulo cuarto de la Const. Lumen gentium, que puede considerarse la carta magna magisterial por lo que se refiere a la comprensión del laicado. Con posterioridad al Concilio la evolución, tanto eclesial como teológica, ha continuado, con un punto clave de referencia en la Ex. apost. Christifideles laici, publicada por Juan Pablo II en 1988, como fruto del Sínodo de los Obispos dedicado a la vocación y misión de los laicos, celebrado un año antes. La bibliografía es abundantísima, como pone de relieve el hecho de que una reseña de escritos al respecto publicada en 1987 alcance las 420 páginas (AA.VV., Il laicato, Libreria Editrice Vaticana, 1987); una exposición de conjunto con particular referencia a los desarrollos experimentados entre la Lumen gentium y la Christifideles laici, en José Luis ILLANES, Laicado y sacerdocio, Eunsa, Pamplona 2001. pp. 144-161; pueden verse también las síntesis del estado actual de la reflexión teológica, con buenas referencias bibliográficas, ofrecidas por Miguel de SALIS, Laicato, en G. CALABRESE, Ph. GOYRET y O.F. PIAllA (dirs.), Dizionario di Ecclesiologia, Cittá Nuova, Roma 2010, 784-798; Ramiro PELLITERO, Laicos, en C. IZQUIERDO (dir.), Diccionario de Teología, Eunsa, Pamplona 2006, cols. 546-551; y Ernst BURKHART y Javier LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, vol. I, pp. 41-105 y 199-229. Volviendo a la pregunta que formulan los entrevistadores, parece claro –así lo evidencia el lenguaje al que acuden– que están interesados en la figura del fundador del Opus Dei, no sólo como teórico de la evolución del laicado, sino como impulsor directo, en la vida real y concreta de la Iglesia, de esa evolución.
«Debe ser alter Christus, ipse Christus, presente entre los hombres». La fórmula alter Christus, ipse Christus es recurrente en san Josemaría para designar al cristiano, llamado a ser otro Cristo, más aún, el mismo Cristo. La expresión alter Christus es clásica en la literatura sobre la espiritualidad sacerdotal con vistas a señalar que el sacerdote ha sido constituido, en virtud del sacramento del Orden, en ministro de Cristo e invitado a ser, con su actuación y con su conducta, «otro Cristo». De ahí la toma san Josemaría, que lo hace con dos subrayados significativos. De una parte, refuerza el sentido de la expresión hablando no solo de alter Christus, otro Cristo, sino de ipse Christus, pasando así decididamente de la representatividad, la semejanza y la imitación, a la identificación, en continuidad con la enseñanza paulina (ver 1Ts 5, 10; Rm 8, 9-11; Ga 3, 28; 1Co 1, 30; 2Co 4, 5-14; Ef 3, 16-17; Col 2, 11-13 y Col 3, 1-4, etc.). De otra, la aplica no sólo al sacerdote, sino a todo cristiano, incorporado a Cristo por el Bautismo. Un amplio estudio de esta expresión y de su sentido teológico en san Josemaría, en Antonio ARANDA, El bullir de la sangre de Cristo. Estudio sobre el cristocentrismo del beato Josemaría Escrivá, Rialp, Madrid 2000, pp. 203-254; ver también José Luis ILLANES, Existencia cristiana y mundo, Eunsa, Pamplona 2003, pp. 281-300.
«Es necesario volver a dar toda su importancia»... Se trata, como se indica al final de la respuesta, de un pasaje de la Enc. Ecclesiam suam, que fue promulgada por Pablo VI el 6-VIII-1964; el texto citado por Mons. Escrivá de Balaguer se encuentra en el n. 13b de esa encíclica (AAS 56, 1964, 625-626).
59a «Todos somos solidarios de una misma misión, que cada uno debe realizar según sus personales circunstancias». A la hora de responder a la pregunta sobre la evolución del laicado, el fundador del Opus Dei se remonta al marco que da sentido a la vocación del laico, la vocación cristiana y la misión conferida por Cristo a la Iglesia, y pone de relieve, con finura teológica, que la afirmación del valor de la condición laical trae consigo «una visión más honda» de la Iglesia: no sólo agrupación formada por los creyentes en Cristo, ni sociedad reunida y estructurada según la voluntad de Cristo, sino verdadero cuerpo de Cristo, comunidad en la que Cristo se hace presente comunicando su vida y llamando a participar de su misión. Y eso no sólo a algunos, sino a la totalidad de los cristianos, según la condición que a cada uno le sea propia y los dones que el Espíritu Santo le confiera. En este contexto recoge el núcleo de las consideraciones sobre el misterio de la Iglesia y sobre la condición laical desarrolladas por el Concilio Vaticano II. Del «modo específico de contribuir los laicos a la santidad y al apostolado de la Iglesia» se ocupa en el párrafo siguiente (59b), señalando que consiste en «la acción libre y responsable en el seno de las estructuras temporales». Añadamos que de la misión de los laicos habla también en la entrevista de Palabra, n. 9.
59c «En la cumbre de todas las actividades humanas». Las palabras de Jesús en la Última Cena son citadas por san Josemaría en la versión latina de la Vulgata, que es la que estuvo presente en la experiencia espiritual a la que enseguida nos referiremos; la versión de la Neovulgata introduce un cambio: lee omnes traham en vez de omnia traham: es decir, «atraeré a todos» en vez de «atraeré todo». La versión de la Neovulgata es la que figura al pie de la imagen de san Josemaría que, desde 2005, ocupa uno de los nichos exteriores de la basílica de San Pedro, en el Vaticano. La de la Vulgata es la que solía citar Mons. Escrivá de Balaguer. El sentido profundo es el mismo en ambas versiones, particularmente en lo que se refiere a la enseñanza del fundador del Opus Dei. El 7 de agosto de 1931, celebrando misa en una iglesia de Madrid, percibió, no sin luz divina, que, a través de esas palabras, Cristo quería que entendiera que los cristianos, identificados con Cristo, estaban llamados a hacerle presente, llevándolo con su conducta a todas las actividades humanas.
En la canonización de san Josemaría, el 6 de octubre de 2002, Juan Pablo II se refirió a ese episodio: «Desde que el 7 de agosto de 1931, durante la celebración de la santa misa, resonaron en su alma las palabras de Jesús: "Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32), Josemaría Escrivá comprendió más claramente que la misión de los bautizados consiste en elevar la Cruz de Cristo sobre toda realidad humana, y sintió surgir de su interior la apasionante llamada a evangelizar todos los ambientes» (Homilía, 6-X-2002, en Romana, 18, 2002, p. 206). Sobre lo acontecido el 7-VIII-1931, ver Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, I, pp. 380-384, y sobre todo el amplio estudio histórico-teológico de Pedro RODRÍGUEZ, "OMnia traham ad meipsum. El sentido de Juan 12, 32 en la experiencia espiritual de Mons. Escrivá de Balaguer", ya mencionado en la nota 19 de la segunda parte de la Introducción.
59d «Un análogo desarrollo de la sensibilidad de los pastores». En este párrafo, y en los que siguen, san Josemaría desgrana algunas de las implicaciones de la nueva comprensión de la Iglesia, a la que antes se refería en cuanto fruto de la nueva valoración de la vocación del laico o cristiano corriente. En última instancia, las consecuencias que enumera se reconducen a un núcleo central: superar radicalmente el clericalismo y, en consecuencia, respetar la diversidad de carismas, amar la legítima libertad de los cristianos en los asuntos temporales, renunciar a todo intento de imponer uniformidad en los campos en los que, por la lógica de las cosas, debe reinar la variedad. Todo lo cual compromete a los laicos, que, conscientes de la importancia de su misión, deben serlo también de su responsabilidad y, por tanto, de la necesidad de una profunda vida espiritual y de una adecuada formación teológica. Pero también –y en primer término– a los pastores, a los que en estos párrafos se dirige ante todo san Josemaría, a fin de renovar su sensibilidad, de modo que, sin hacer dejación de su misión, la enfoquen en todo momento como lo que realmente es: una misión de servicio a Cristo y al conjunto de los hombres.
59f «Exigencias divinas de la libertad cristiana». El tema de la libertad –como ya hemos recalcado y como reiteramos– es básico en la enseñanza de san Josemaría. Entre otros textos suyos, destaca la homilía "La libertad, don de Dios", incluida en Amigos de Dios. Comentarios al tema de la libertad en san Josemaría pueden verse en Ernst BURKHART y Javier LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, vol. II, pp. 161-283, y en los artículos de Juan José Sanguineti, Lluís Clavell, Álvaro Pezoa y Antonio Malo en Antonio MALO (ed.), Congresso Internazionale "La grandezza della vita quotidiana", III, La dignità della persona umana, Edusc, Roma 2003, pp. 81-140.
59g «Ser realmente siervos de los siervos de Dios». La expresión «siervo de los siervos de Dios», servus servorum Dei, es del papa san Gregorio Magno (590-604), que quería manifestar así la voluntad de servicio con que había asumido el pontificado; ha pasado después al acervo de títulos oficiales de los papas, que la han usado frecuentemente. El «grito» de Juan Bautista, que san Josemaría evoca a continuación, es uno de los textos del Evangelio a los que el fundador del Opus Dei acudió reiteradamente (ver por ejemplo Es Cristo que pasa, n. 58); se relaciona, por lo demás, con el «ocultarme y desaparecer, que sólo Jesús se luzca», al que ya hemos tenido ocasión de referirnos (cfr. nota al n. 3lf de la entrevista en Time), que constituyó siempre uno de los lemas a los que ajustó su comportamiento sacerdotal.
«Mover a discernir los signos de los tiempos». La expresión «signos de los tiempos», de raíz evangélica –«así que sabéis descubrir el aspecto del cielo y no podéis descubrir los signos de los tiempos?» (Mt 16, 3)–, hizo fortuna a raíz del Concilio Vaticano II. Había sido introducida por Juan XXIII en el documento de convocatoria del concilio (Humanae salutis, 25-XII-1961, AAS 54, 1962, 6), y sería recogida en la Constitución Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, n. 4 y después en diversos documentos del magisterio, incluido el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1788. Con esta expresión se designan los acontecimientos o rasgos de la historia humana que interpelan a la Iglesia y que deben, en consecuencia, ser tenidos presentes en la actuación pastoral. Los «signos de los tiempos» constituyen, pues, un dato de gran importancia, si bien, como ocurre con frecuencia con las realidades humanas, pueden ser ambiguos y prestarse a múltiples interpretaciones. De ahí que, como dice san Josemaría, acudiendo precisamente a una terminología ordinariamente empleada tanto en el lenguaje magisterial (ver por ejemplo la Ex. apost. Familiaris consortio, nn. 4-6) como en el teológico, necesitan ser objeto de «discernimiento», es decir, deben ser leídos e interpretados a la luz del Evangelio. Para una visión de conjunto de la variada bibliografía sobre los signos de los tiempos ver Xavier QUINZA, "Signos de los tiempos. Panorama bibliográfico", en Miscellanea Comillas, 49 (1991), pp. 253-283; una síntesis de la reflexión teológica en Rino FISICHELLA, "Signos de los tiempos", en René LATOURELLE, Rino FISICHELLA y Salvador PIÉ-NE.10-r (dirs.), Diccionario de teología fundamental, Ediciones Paulinas, Madrid 1992, pp. 1360-1368.
60a «No me corresponde a mí dar un juicio histórico sobre lo que, por gracia de Dios, el Opus Dei ha hecho». San Josemaría comienza su contestación evitando la autoalabanza y colocando la raíz de toda eficacia apostólica en la gracia divina. Sólo después de haber dado ese paso, procede a describir no tanto el desarrollo del Opus Dei cuanto su misión y su razón de ser: favorecer la busca de la santidad y el apostolado en medio del mundo. La exposición que realiza tiene muchos puntos de contacto con la ofrecida en otras entrevistas (Palabra, n. 19; Time, n. 31, Le Figaro, n. 41; The New York Times, n. 53), si bien ahora se expresa con un tono más teológico.
60b «Cristo está presente en cualquier tarea humana honesta». Estamos ante un punto esencial de la doctrina del fundador del Opus Dei: el valor de la vida ordinaria en la que Cristo se hace presente, invitando a quien está llamado a llevar esa vida a encontrarse con Él y unirse a Él. Para grabar la sustancia de su mensaje acude a una expresiva contraposición, «vulgar y mezquina» (en apariencia), por una parte, «santa y santificante» (en la realidad vivida en gracia), por otra, que subraya la posibilidad real de un encuentro con Cristo en todo momento de la existencia.
60d «La vocación profesional, familiar y social». Destaquemos la afirmación con la que se cierra el párrafo, «la vocación humana –la vocación profesional, familiar y social– no se opone a la vocación sobrenatural: antes al contrario, forma parte integrante de ella», que nos sitúa ante otro de los presupuestos básicos de toda la predicación del fundador del Opus Dei: lo humano y lo divino, la creación y la redención, la naturaleza y la gracia no son universos separados, sino dimensiones o niveles en el interior del único plan divino de salvación, de modo que, en virtud de la gracia, las realidades humanas pueden ser santificadas y convertirse en fuente de santificación. Este trasfondo teológico es comentado ampliamente y con fuerza por san Josemaría en la homilía Amar al mundo apasionadamente, con la que se cierra Conversaciones. Sobre la conexión entre vocación humana y vocación divina según san Josemaría, ver José Luis ILLANES, La santificación del trabajo, 10a ed., Palabra, Madrid 2001, pp. 93-102 y Pedro RODRÍGUEZ, Vocación, trabajo, contemplación, Eunsa, Pamplona 1987, pp. 150-151.
60f «Los socios del Opus Dei no actúan en grupo, sino individualmente». Se trata de una idea básica ya comentada, pero expresada ahora de forma muy gráfica. El Opus Dei es familia y sus miembros se reconocen unidos entre sí por vínculos espirituales, pero la formación que reciben, y el modo en que la reciben, no les lleva a constituir un grupo cerrado, sino, al contrario, a actuar con libertad y autonomía en los lugares, profesiones y ambientes que a cada uno le son propios. El fundador lo comentó a veces acudiendo a un símil especialmente significativo: a lo que impulsa la vocación a la Obra es a «abrirse en abanico», a actuar en los más diversos ámbitos de la sociedad.
«Las labores corporativas». De acuerdo con la naturaleza del apostolado del Opus Dei, su fundador sigue aquí el orden expositivo ya encontrado en otras entrevistas, es decir, describe primero el que cada fiel de la Obra realiza tratando de santificar su propia vida, y sólo luego pasa a tratar de las labores apostólicas concretas, que algunos de ellos pueden promover junto con otras personas; sobre la relación del Opus Dei con algunas de estas labores apostólicas, ver lo ya dicho en la nota al n. 27e de la entrevista en Time.
6la «Unidad con los demás hermanos en la fe». A la actitud abierta a la colaboración con todos los hombres que debe distinguir a los fieles del Opus Dei se ha referido en el párrafo anterior. A partir de ahora, de acuerdo con la pregunta formulada, se ocupa específicamente de la colaboración de los miembros del Opus Dei con otros católicos y con organizaciones católicas. A este respecto marca tres principios fundamentales: a) unión con la Jerarquía de la Iglesia, sin la que no hay auténtica vida cristiana; b) fraternidad con los demás cristianos, lo que implica unión íntima, de corazón, y respeto de la vocación que cada uno haya recibido; c) fidelidad a la personal llamada, con conciencia de que esa fidelidad es camino adecuado para contribuir a la misión y al bien de la Iglesia. De esos principios brotan las consecuencias que glosa a continuación. La llamada al Opus Dei no saca a nadie de su sitio en el mundo, de modo que los fieles de la Obra, cristianos corrientes, colaboran, como cualquier otro católico –y de la manera que en cada caso resulte adecuada–, en su parroquia o en cofradías, organizaciones solidarias, etc. De ordinario, no suelen dedicarse a trabajar en actividades confesionales o en estructuras jerárquicas, aunque lo harán cuando lo pida la jerarquía, ya que como mejor sirven a la Iglesia es a través de lo que es específico de su vocación: la santificación del propio trabajo profesional y de la propia tarea, como cristianos corrientes, en actividades seculares.
61d responsablemente (16a-ss.)] responsablemente, (1ª-15ª)
62a «En mitad de la calle». En el texto italiano de esta entrevista, es decir, el que fue publicado en L'Osservatore della Domenica, se lee «nel bel mezzo della strada», expresión coloquial italiana que gustó mucho a san Josemaría, que llegó a convertirla casi en un eslogan, que usaba no sólo cuando hablaba en esa lengua, sino también cuando lo hacía en otras.
«Quien recibe de Dios la vocación específica al Opus Dei». Al contestar a esta pregunta, como ocurre en otras de esta misma entrevista, Mons. Escrivá de Balaguer lo hace yendo a la raíz en la que tiene su razón de ser la realidad sobre la que le han preguntado. En consecuencia, vuelve al núcleo de la vocación al Opus Dei: la llamada a santificar el propio estado y condición. De ahí deriva el compromiso que asumen todos sus miembros: vivir las virtudes cristianas, y en su centro la caridad, que, de forma natural y espontánea, conduce al apostolado, ayuda concreta y eficaz a los demás, mostrándoles con el ejemplo y la palabra, lo que significa el seguimiento de Cristo. De ahí deriva también, y al mismo tiempo, que en el Opus Dei, del que forman parte personas de toda condición social, solteros o casados, «no hay grados o categorías de miembros. Lo que hay es una multiplicidad de situaciones personales –la situación que cada uno tiene en el mundo– a la que se acomoda la misma y única vocación específica y divina» (n. 62e).
62b «Plenitud de la ley y vínculo de la perfección». Las dos definiciones de la caridad recogidas en el texto son de san Pablo: «la caridad es la plenitud de la Ley» (Rm 13, 10); «revestíos con la caridad que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
62d «Apostolado de amistad y de confidencia». Sobre esta expresión, una de las más características de san Josemaría, pueden encontrarse algunas citas y comentarios en José Luis ILLANES, La santificación del trabajo, cit, pp. 152-154; José Miguel PERO-SANZ, "El apostolado seglar", en José Luis SUÁREZ (dir.), Enciclopedia del mundo católico, Apis, Madrid 1968, pp. 577-607; Pedro RODRÍGUEZ, "La economía de la salvación y la secularidad cristiana", en Scripta Theologica, 9 (1977), pp. 103-117; Luis ALONSO, "La vocación apostólica del cristiano en la enseñanza de Mons. Escrivá de Balaguer", en Pedro RODRÍGUEZ, Pio G. ALVES DE Sousa y José Manuel ZUMAQUERO (dirs.), Mons. Escrivá de Balaguer y el Opus Dei. En el 50 aniversario de su fundación, Eunsa, Pamplona 1985, pp. 285-287; Paul O'CALLAGHAN, "The Inseparability of Holiness and Apostolate. The Christian 'alter Christus, ipse Christus' in the Writings of Blessed Josemaría Escrivá ", Annales Theologici, 16 (2002), pp. 135-164.
62f «El fenómeno pastoral del Opus Dei». Una vez clarificado el compromiso de plena vida cristiana que adquieren los fieles del Opus Dei, san Josemaría, yendo más allá de lo que preguntaban los entrevistadores, recalca una realidad de singular importancia, y más aún en las circunstancias concretas en que concedía la entrevista y de la publicación a la que la concedía: la neta distinción, presupuesto el valor de ambas vocaciones, entre los fieles del Opus Dei y los religiosos. San Josemaría había hecho ya notar que, si bien en su momento había aceptado la erección del Opus Dei como instituto secular, esa configuración jurídica no era la adecuada por lo que, aunque el Opus Dei continuara siendo de derecho un instituto secular, de hecho no se consideraba tal, y había dado los pasos necesarios para buscar otra solución jurídico-canónica. A los institutos seculares se les reconocía jurídicamente la secularidad, pero se les situaba en el contexto de lo que se denominaba «estado de perfección», lo que generaba malentendidos en relación con el Opus Dei. Por eso, en este párrafo y en los siguientes, san Josemaría se expresa con frases muy netas: «el fenómeno pastoral del Opus Dei (...) no es el último estadio del acercamiento de los religiosos al mundo» (n. 62f); «no nos interesa la perfección evangélica, que se considera propia de los religiosos (...); y mucho menos nos interesa la llamada vida de perfección evangélica, que se refiere canónicamente al estado religioso» (n. 62h); quienes se han incorporado al Opus Dei «lo han hecho con la condición explícita de no cambiar de estado» (n. 62i). La firmeza de san Josemaría hizo posible que se completara el itinerario jurídico del Opus Dei hasta llegar al estatuto actual como prelatura personal, que excluye por entero todo equívoco.
63d «Algunos miembros» (...) «viven juntos». El fundador se refiere a una parte significativa de los numerarios del Opus Dei. Éstos, como dice la respuesta, son pocos en comparación con los miembros que no residen en centros del Opus Dei, es decir, una parte de los numerarios y todos los agregados y los supernumerarios. Cfr. Amadeo de FUENMAYOR, Valentín GÓMEZ-IGLESIAS y José Luis ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei, cit., p. 471.
63e «Presidente General». En relación con este párrafo conviene tener presente lo ya dicho en nota al número 19b. Añadamos –como ya lo hacía una nota presente desde la 14a edición española– que desde la erección del Opus Dei en prelatura personal, en lugar de presidente general, debe decirse prelado, que es el ordinario propio del Opus Dei, y al que ayudan en la labor de gobierno sus vicarios y consejos. El prelado es elegido por el Congreso General del Opus Dei; esta elección requiere la confirmación del Romano Pontífice, como es norma canónica tradicional para los prelados de jurisdicción elegidos por un colegio; en el mismo acto con que confirma la elección, el Papa procede al nombramiento como prelado de la persona elegida. Como ya se señala en la nota al n. 35a, el gobierno y la dirección del prelado expresan y aseguran la unidad de espíritu, jurisdicción y coordinación apostólica entre las dos secciones.
64a «Casi todas las instituciones». También esta pregunta y su contestación son paralelas a otras contenidas en las entrevistas anteriores (ver, por ejemplo, Palabra, n. 15; Time, n. 30; Le Figaro, n. 43; The New York Times, nn. 49 y 54), a las que remitimos, con las notas que las comentan.
64b «Un religioso español». Se trata de Angel Carrillo de Albornoz, que dejó la Compañía de Jesús en 1951 (cfr. Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, Fundador del Opus Dei, tomo II, cit., pp. 446-447).
64c «Pequeñez de miras, provincialismo». Recordemos que en 1968, fecha en que se concede la entrevista, el Opus Dei contaba ya con unos 50.000 fieles y estaba presente con labor estable en 30 países.
64d un gran número de obreros socios (3a-4a, 6a-ss.)] un gran número de obreros miembros (1a-2a, 5a)] un gran numero di operai fra i membri (ODD)
64e Quienes (...) «no piensan sino en supuestas influencias y controles». El tema ha salido ya en entrevistas anteriores. A lo dicho en los correspondientes comentarios y en la segunda parte de la Introducción general, donde se detalla algo más, aunque siempre de forma esquemática, añadamos sólo que las calumnias de los años cuarenta, así como otros errores difundidos posteriormente, produjeron un gran dolor a san Josemaría. El tono moderado que adopta en esta respuesta, y en las otras, es reflejo no de indiferencia ante lo que había ocurrido, y continuaba ocurriendo, sino de su serenidad espiritual y de su deseo de no suscitar rencores ni polemicas, dando por cerrados –más de lo que lo estaban en realidad– episodios tristes, que prefería olvidar, perdonando a quienes le hubieran hecho ese daño –cuya intención no quiso nunca juzgar– y limitándose, por lo que a su modo de actuar se refiere, a dar testimonio de la realidad espiritual del Opus Dei y a continuar impulsando, confiado en Dios, la labor apostólica.
65b el hoy cardenal Herrera (2a-ss.)] el cardenal Herrera (1ª)] colui che è oggi il cardinale Herrera (ODD)
«Abundan los católicos provenientes de las más diversas asociaciones de fieles». La bibliografía al respecto es muy amplia, ya que de una forma u otra el tema aparece en casi todos los estudios que se publican sobre esos años de la vida española. Citamos, por eso, sólo algunos escritos que pueden resultar más significativos como documentación de las afirmaciones realizadas en la entrevista: José Luis ILLANES, "L'azione politica dei cattolici nella Spagna d'oggi", en Studi Cattolici, 17, 1960, pp. 4856; Javier TUSELL, Franco y los católicos. La política interior española, entre 1945 y 1957 Alianza, Madrid 1984; Rafael GÓMEZ PÉREZ, El franquismo y la Iglesia, Rialp, Madrid 1986; Gonzalo REDONDO, Política, cultura y sociedad en la España de Franco (1939-1975), obra monumental de la que el autor, que falleció en 2006, sólo alcanzó a publicar las dos primeras partes: el tomo I, que abarca los años 1939 a 1947, Eunsa, Pamplona 1999; y el tomo II, dividido en dos volúmenes, que llegan hasta 1956, Eunsa, Pamplona 2005 y 2009.
«Propagandistas». La Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACN de P) fue fundada en 1909 por el jesuita Angel Ayala (1867-1960) y el abogado Ángel Herrera Oria. Posteriormente ha simplificado su nombre, pasando a ser Asociación Católica de Propagandistas; se define a sí misma como «una asociación privada de fieles laicos que quieren responder a su vocación a la santidad mediante la evangelización de la vida pública y la ordenación de las estructuras sociales, según las exigencias del Reino de Dios» (art. l, de los Estatutos aprobados el 26-X-2008).
«El hoy cardenal Herrera». Ángel Herrera Oria (1886-1968), abogado y periodista, fue una de las figuras más significativas del activismo católico español en el siglo XX. Lideró la ACN de P desde su fundación hasta 1935, y fue fundador de la Editorial Católica y director del diario El Debate de 1911 a 1933. En diciembre de 1932 fue llamado a presidir la Acción Católica. En 1940 fue ordenado sacerdote. Nombrado obispo de Málaga en 1947, fue elevado al cardenalato por Pablo VI en 1965. Falleció en julio de 1968, apenas dos meses después de la publicación de la entrevista de san Josemaría. Para su biografía puede verse José María GARCÍA ESCUDERO, Ángel Herrera: de periodista a cardenal, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1998.
66a «El progreso de la historia de la Iglesia ha llevado a superar un cierto clericalismo». En la parte final de su respuesta a la pregunta que estamos comentando, san Josemaría va a uno de los núcleos de la cuestión: el clericalismo y, más concretamente, la versión del clericalismo que lleva a considerar a los laicos como ejecutores de las orientaciones de un clero que aspira a controlar la vida social o que, aun sin llegar a ese extremo, ve en los laicos el instrumento para hacer presente el espíritu cristiano en un mundo al que considera y valora desde fuera. Ese planteamiento implica desconocer la especificidad de la vocación laical y plantear la acción apostólica de los laicos en términos de «penetración» o de «hacerse presentes», lo que se presta, aunque las intenciones sean buenas y legítimas, a dar la impresión de deseos de control o, al menos, de intervención en realidades que al creyente le son ajenas. De ahí el deseo manifestado por san Josemaría de que «la frase los católicos penetran en los ambientes sociales se deje de decir, y todos se den cuenta de que es una expresión clerical» (n. 66b). No se trata de «penetrar» en ningún ambiente, sino de tomar conciencia, estando en el ambiente del que se forma parte, de las implicaciones de la fe cristiana. No es, pues, un problema de presencia o ausencia física en un determinado ambiente, sino de mentalidad: de vivir la vocación cristiana no como algo superpuesto, ajeno a la trama de las relaciones sociales en las que el cristiano –como todo ser humano– está inmerso, sino como algo connatural con la propia persona y por tanto con el despliegue de la propia personalidad en el seno de esa trama.
66d «Desestima de las cosas del mundo». Lo específico de la vida religiosa es el llamado testimonio escatológico: apartarse de algún modo del vivir ordinario y así recordar a todos los hombres que la vida terrena, el mundo, es una realidad transitoria ya que sólo la comunión con Dios, y con los demás hombres por Dios –la vida de la caridad–, es eterna. La expresión contemptus mundi –textualmente desprecio del mundo–, usada durante muchos siglos para caracterizar la vida religiosa, ha sido posteriormente abandonada, para evitar dar la impresión de que la vocación religiosa implica un desprecio ontológico o absoluto del mundo, y no sólo que esa vocación connota el apartamiento, de un modo u otro –las manifestaciones de la vida religiosa son muy variadas–, respecto del mundo, es decir, de las condiciones ordinarias del vivir de los hombres. De ahí que se haya tendido a usar sólo la expresión fuga mundi, huida o separación del mundo, también de origen antiguo, o, dando un paso más, a acudir a otros registros terminológicos como «testimonio escatológico», «testimonio público del espíritu de las bienaventuranzas», «consagración», «estado de vida definido por la profesión de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia», «vida consagrada». Es ésa la línea que apunta en el Concilio Vaticano II, en la Const. Lumen gentium cap. VI y en el Decr. Perfectae caritatis, y, más decididamente, hasta llegar a consolidarse, en la literatura posconciliar y en documentos oficiales de ese mismo tiempo, entre los que destaca la Ex. apost. Vita consacrata, publicada por Juan Pablo II el 25-III-1996.
66h «Cierta ciudad». Aunque san Josemaría evita dar el nombre, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido puede decirse que la ciudad tal vez sea Milán; al menos si atendemos al testimonio de César Ortiz Echagüe, que en una ocasión, unos meses antes de la concesión de esta entrevista, le oyó contar, en referencia a Milán, un suceso parecido (cfr. Testimonio de César Ortiz de Echagiie, agosto de 1975: AGP Serie A.5, leg. 1434, carp. l, exp. 2, n. 7.6). De este tema habla también Pilar URBANO, El hombre de Villa Tevere, cit., p. 65.
67a «Todo interés que no sea puramente espiritual está radicalmente excluido». El nexo entre la actual pregunta y la anterior es claro; evidencia, en efecto, un deseo por parte de los entrevistadores de ir al fondo del tema: el Opus Dei no persigue fines políticos o similares, pero podría darse el caso de que impartiera a sus fieles una formación que orientara, al menos indirectamente, hacia determinadas opciones temporales? San Josemaría responde recalcando, en primer lugar, que el Opus Dei no tiene intereses temporales; más aún, que las exigencias espirituales –y por tanto la entrega personal a Dios– que connota la vocación traen consigo que, si alguien se acercara al Opus Dei movido por intereses personales, tendría muy pronto que cambiar de actitud o que separarse de la Obra. Y, en segundo lugar, indicando que la formación que imparte el Opus Dei se ajusta por entero a los contenidos de la fe cristiana, tal y como los trasmiten el magisterio y la tradición.
67e «Un espíritu de libertad». Los dos puntos señalados en la nota anterior están íntimamente unidos –como ha sido puesto de relieve en otros momentos (cfr. n. 59b)– a un tercero: la libertad con la que se mueve el cristiano («para esta libertad Cristo nos ha liberado»: Ga 5, 1) en el interior de una fe que le desvela el sentido último de la vida y le impulsa a vivirla con conciencia de la grandeza de la vocación a la que ha sido llamado, y de la actitud de servicio y de amor con que debe afrontar todas las situaciones y acontecimientos. El párrafo que ahora comentamos es muy significativo a ese respecto, ya que se abre y se cierra con una referencia a la libertad, y a ese fruto de la libertad que es la alegría, y con una remisión explícita a la garantía que el respeto a la libertad implica en orden a la existencia y desarrollo del Opus Dei. Unas líneas más adelante, como conclusión de su respuesta, san Josemaría llegará a decir que «la libertad y la responsabilidad personales, son la mejor garantía de la finalidad sobrenatural de la Obra de Dios» (y, podríamos añadir, de la Iglesia). Entresacamos a este efecto unos párrafos de una de sus homilías, ya citada, La libertad, don de Dios. «La libertad personal –que defiendo y defenderé siempre con todas mis fuerzas– me lleva a demandar con convencida seguridad, consciente también de mi propia flaqueza: ¿qué esperas de mí, Señor, para que yo voluntariamente lo cumpla? Nos responde el mismo Cristo: veritas liberabit vos (Jn 8, 32), la verdad os hará libres. Qué verdad es ésta, que inicia y consuma en toda nuestra vida el camino de la libertad. Os la resumiré, con la alegría y con la certeza que provienen de la relación entre Dios y sus criaturas: saber que hemos salido de las manos de Dios, que somos objeto de la predilección de la Trinidad Beatísima, que somos hijos de tan gran Padre. Yo pido a mi Señor que nos decidamos a darnos cuenta de eso, a saborearlo día a día: así obraremos como personas libres. No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas la cosas» (Amigos de Dios, n. 26; cfr. también nn. 23-28). Ver también la bibliografía que ofrece la nota al n. 59f.
67f «Unidad espiritual y variedad en las cosas temporales». Ambas realidades se presentan, desde la perspectiva que el fundador del Opus Dei ha venido desarrollando, no sólo como compatibles, sino como intrínsecamente relacionadas. De ahí que en el párrafo anterior haya podido decir que el pluralismo no es algo tolerado (lo que significaría considerarlo un mal que se sufre porque no hay manera de evitarlo), sino «querido y amado», en cuanto expresión connatural de ese gran bien que es la libertad. Del pluralismo, del que seguirá hablando en párrafos sucesivos, se ha ocupado también en otras entrevistas a las que remitimos: Palabra, nn. 12 y 19; Time, nn. 29, 30, 33; Le Figaro, n. 38; y The New York Times, nn. 48 y 50.
67g «Unidad en la fe». La referencia a la unidad en la fe y la fidelidad al magisterio y a la tradición cristiana, precisamente como criterios a los que se ajusta la formación que se imparte en el Opus Dei, es realizada aquí en términos genéricos aunque obvios, ya que Mons. Escrivá de Balaguer está hablando de los fieles del Opus Dei. En la entrevista de Palabra, n. 21, trata del tema directamente. Ver también las entrevistas en Time, n. 30 y en Le Fígaro, n. 38, donde deja constancia de la libertad que tienen los fieles del Opus Dei, también en el campo teológico.
67h «Los demás no lo tolerarían, y le llevarían a cambiar de actitud o a dejar la Obra». Expresiones tan tajantes como las aquí contenidas se encuentran en otras entrevistas: Time, n. 27, y The New York Times, n. 48.
68a «La Obra no se basa en el entusiasmo, sino en la fe». Uno de los primeros fieles del Opus Dei, Álvaro del Portillo, ha contado una anécdota que muestra la fuerza con que el fundador trasmitía este criterio ya desde los comienzos. Ese suceso está relacionado con el punto 994 de Camino que suena así: «"Se me ha pasado el entusiasmo", me has escrito. –Tú no has de trabajar por entusiasmo, sino por Amor: con conciencia del deber, que es abnegación». La narración de Monseñor del Portillo es la siguiente: «Una vez le escribí al Padre –como en confidencia– que se me había pasado ese entusiasmo sensible de los primeros meses; que al principio estaba entusiasmado, viendo a Dios en todas partes y que después ya había sido una cosa más reflexiva, de otro estilo, más seria; más seria porque era el mismo amor de Dios, pero de otro modo, más sereno; esto no quiere decir que el entusiasmo anterior no fuese sereno, sino que quizá al principio Dios Nuestro Señor quiso ayudarme dándome especial alegría y después ya pasé a ser del "común de fieles". Entonces el Padre escribió un punto de Camino que recoge esto y me dijo que lo había escrito por mí. Padre, –le dije– pero yo no había dicho que se me hubiese pasado la ilusión (...). –Déjate, déjate, contestó el Padre, que esto le puede ir muy bien a otras almas; yo entiendo lo que has querido decir, pero como lo que has escrito puede servir a otras almas, lo he recogido en Camino» (Notas de un coloquio con Álvaro del Portillo, Roma 19-II-1976; citado por Pedro Rodríguez en Camino. Edición crítico-histórica, comentario al punto 994).
68d «Si alguien no viene al Opus Dei a ser santo» (...), «se irá enseguida».
Como puede verse, la respuesta está en íntima relación con la que ha dado a la pregunta anterior: el Opus Dei no ofrece ventajas materiales ni a sus fieles ni a quienes participan de su apostolado; por tanto quien se acerca con miras diversas al deseo de ser santo, es decir, de vivir con plena coherencia el ideal cristiano, saldrá o se alejará de la Obra como un cuerpo extraño. Esto es lo que garantizará la continuidad del Opus Dei, que como toda obra apostólica depende de la confianza en Dios y de la fidelidad a su voluntad y a su gracia.
69b «La santificación de su trabajo ordinario, que es precisamente el ministerio sacerdotal». Al ejercicio del ministerio sacerdotal como fuente de la identidad del sacerdote y de su santificación remite san Josemaría en la entrevista de Palabra (cfr. n. 4b) y en varios de sus escritos sobre el sacerdocio (ver Introducción, parte II, nota 12). Del tema ha tratado ampliamente el Magisterio eclesiástico: ver por ejemplo el Concilio Vaticano II, en el Decr. Presbyterorum Ordinis, n. 12; y más extensamente, la Ex. apost. Pastores dabo vobis, promulgada por Juan Pablo II el 25-III-1992, nn. 23-27.
69c «Además de esos sacerdotes» (..) «se vincularon por tanto siendo laicos». Como ya señalaba una nota incluida a partir de la 14ª edición española de Conversaciones, el fundador del Opus Dei dedica esta respuesta a hablar de los dos modos en que los sacerdotes seculares pueden pertenecer al Opus Dei:
a) los sacerdotes que provienen de los seglares del Opus Dei, que son llamados a las sagradas órdenes por el prelado, se incardinan en la prelatura y constituyen su presbiterio; de ellos comienza a hablar san Josemaría en el párrafo que comentamos y a ellos continúa refiriéndose hasta el final. Estos sacerdotes se dedican fundamentalmente, aunque no exclusivamente, a la atención pastoral de los fieles incorporados al Opus Dei y, junto con ellos, llevan a cabo el apostolado específico de difundir, en todos los ambientes de la sociedad, una profunda toma de conciencia de la llamada universal a la santidad y al apostolado;
b) los sacerdotes seculares ya incardinados en alguna diócesis que, como se señala al inicio de la presente respuesta, pueden participar también de la vida espiritual del Opus Dei, asociándose a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que está intrínsecamente unida a la prelatura, y cuyo presidente general es el prelado del Opus Dei. Ver la sucinta explicación de esta asociación sacerdotal ofrecida en el n. 16 de la entrevista de Palabra, con las notas que la acompañan, en las que se acude a los precisos términos jurídicos que en 1968, cuando escribía estas líneas, aún no podía utilizar san Josemaría.
«No llegan al dos por ciento». Actualmente superan escasamente ese porcentaje, sin llegar al dos y medio por ciento: como informa el Annuario Pontificio de 2011, los sacerdotes de la Prelatura del Opus Dei son 2.015, y los laicos 88.245.
«Son médicos-sacerdotes, abogados- sacerdotes, obreros-sacerdotes, etc.». Las expresiones «médico-sacerdote», «abogado-sacerdote», «obrero-sacerdote», empleadas aquí –y en la entrevista de Palabra, nn. 4d y 4e–, manifiestan plenamente su alcance si tenemos presente lo que sobre los sacerdotes-obreros afirma en el número de la entrevista en Palabra recién citado, ya que se hace así evidente que estamos ante dos experiencias distintas. La expresión «sacerdotes-obreros» hace referencia a quien, siendo sacerdote, decide, por razones apostólicas, asumir una condición, la de obrero, que hasta ese momento le era ajena. En el caso de los fieles del Opus Dei que reciben la ordenación sacerdotal acontece algo muy distinto: se trata de hombres que, habiendo ejercido una determinada profesión, acceden al ministerio sacerdotal, al que desde ese momento se entregan por entero, aunque, como es lógico, conserven la mentalidad y los conocimientos propios del ambiente del que provienen y puedan, eventualmente –y siempre que sea compatible con lo que el ministerio sacerdotal reclama–, mantener una cierta dedicación a su anterior profesión.
69d «Diálogo». La palabra «diálogo», de uso común en castellano y en otros muchos idiomas, tuvo particular difusión en la teología y en la pastoral especialmente a partir de la encíclica Ecclesiam suam, fechada el 6-VIII-1964, en la que Pablo VI considera (nn. 67-122) los diversos niveles en que puede hablarse de diálogo (con Dios, en el interior de la comunidad cristiana, con todos los hombres de buena voluntad, con el mundo en general), y expone las características que debe tener un diálogo cristianamente inspirado. San Josemaría emplea aquí esa palabra para aludir al trato del cristiano con quienes le rodean, en el que, en un sencillo contexto de amistad y de relaciones humanas, no dejará de aparecer, junto a otras cuestiones de interés común, la referencia a los grandes temas cristianos y religiosos; en suma, para indicar lo que con gran frecuencia solía designar como «apostolado de amistad y confidencia» (ver al respecto lo ya dicho en la nota al n. 62d de esta misma entrevista). El fundador dedicó al diálogo en general una de las Cartas que dirigió a los fieles del Opus Dei: la Carta 24-X-1965, todavía inédita, aunque una selección de fragmentos ha aparecido, con el título de "Il dialogo nel post-concilio", en Studi Cattolici, 293-294 (1985). pp. 404-410, y en ABC, 17-V-1992, pp. 62-63.
69f «La ordenación sacerdotal no es» (..) «una especie de coronación de la vocación al Opus Dei». Nos encontramos ante puntos fundamentales del espíritu y de la configuración del Opus Dei, donde no hay distinción entre categorías de miembros (cfr. esta misma entrevista, n. 62e) y en el que sacerdotes y seglares forman una-profunda unidad. Así ha sido desde los primeros pasos de la Obra y así lo confirma su erección como prelatura personal. La Prelatura del Opus Dei constituye, en efecto, una estructura unitaria en la que sacerdotes y seglares, unidos bajo la jurisdicción del Prelado, cooperan orgánicamente, o sea, contribuyendo cada uno con la aportación que le es propia, a la realización del fin al que la Obra está ordenada, es decir, a la promoción de la santidad y el apostolado en medio del mundo, en las condiciones propias de la ordinaria vida secular. Sobre el concepto de «cooperación orgánica», término técnico empleado en el Código de Derecho Canónico (c. 296), y su alcance en el caso concreto de la Prelatura del Opus Dei, ver Arturo CATTANEO, "La struttura unitaria e organica della Prelatura dell'Opus Dei. La cooperazione tra Prelato, presbiterio e laici secondo la Cost. apostolica Ut sit", en Annales Theologici, 12 (1998), pp. 473-484; José Ramón VILLAR, "Organica cooperatio. A propósito de un libro sobre el Opus Dei", en fus canonicum, 41 (2001), pp. 731-752; José Luis ILLANES, "La Iglesia ante el nuevo milenio: 'espiritualidad de comunión' y 'cooperación orgánica'", en Burgense, 43 (2002), pp. 39-49.
70a «La condición humana es el trabajo». La expresión «condición humana» tiene puntos de contacto, aunque a la vez grandes diferencias, con otra expresión parecida, proveniente de la tradición clásica: «naturaleza humana». Al hablar de «naturaleza humana» se hace referencia a los elementos constitutivos del ser humano en cuanto tal, en virtud de su nacimiento (la palabra «naturaleza» viene del verbo latino nascor, que significa nacer), de modo que están presentes en todo hombre, sea cual sea la época, el lugar o la situación en que viva. La locución «condición humana» se sitúa no a nivel ontológico, sino descriptivo, y alude a la situación concreta, histórica, en que el hombre nace, vive y muere, y más específicamente al hecho de que se encuentra situado en un mundo que no ha elegido y con el que debe confrontarse. Proviene de la fenomenología y de la filosofía existencialista, y ha alcanzado una amplia difusión no sólo en la literatura (André Malraux dio ese título a una de sus novelas más conocidas), sino también en el lenguaje ordinario. El lapidario enunciado «la condición humana es el trabajo» indica, en san Josemaría, que el ser humano está llamado de forma concreta y existencial al trabajo. Debe ser leída a la luz de su constante remisión al mandato de cultivar la tierra, dirigido por Dios al primer hombre, y al hecho de que Cristo trabajó y, por tanto, con conciencia de que la condición humana hace referencia a todos los aspectos que el hecho de trabajar trae consigo, tanto los placenteros (dominio de la creación, realización de planes y objetivos...), como los dolorosos (necesidad del esfuerzo, experiencia de la fatiga...), ya que todas esas realidades se integran en el plan creador y redentor de Dios. Cfr., además de la presente respuesta, las entrevistas en Palabra, n. 10, y en Time, n. 24, y el apartado 6 de la segunda parte de la Introducción general con la bibliografía recogida en las notas correspondientes.
«Desarrolla su personalidad». Este bien derivado del trabajo, el desarrollo de la propia personalidad, ha sido siempre fuertemente subrayado por san Josemaría, que ve en la efectiva dedicación al trabajo un momento decisivo para el crecimiento en la virtud, y una de las manifestaciones más netas de la madurez humana (ver los textos mencionados en la nota anterior). Es también, vale la pena hacerlo notar, una de las claves del «evangelio del trabajo» que Juan Pablo II expone en la encíclica Laborem exercens: el valor del trabajo no debe ser medido sólo por su incidencia en la transformación de la naturaleza y en la evolución de las sociedades, sino también, ante todo, por lo que aporta al desarrollo de la persona, ya que «en fin de cuentas, la finalidad del trabajo, de cualquier trabajo realizado por el hombre –aunque fuera el trabajo "más corriente", más monótono en la escala del modo común de valorar, e incluso el que más margina– permanece siempre el hombre mismo» (Enc. Laborem exercens, 14-IX-1981, n. 6).
70b «Consagración del mundo». San Josemaría emplea aquí la versión castellana de la expresión latina consecratio mundi, muy usada por la teología de las décadas de 1950 y 1960. Acudió también a esa fórmula en otros momentos, aunque pocos, ya que procuró evitar todo lo que pudiera dar la impresión, aunque fuera de lejos, de una «consagración» de las realidades humanas que pusiera en entredicho su naturaleza secular y, en ese sentido, profana. Prefirió por eso servirse de la expresión «santificación del mundo» o de otras análogas.
70d «La materia misma de su santidad». La contraposición entre «ámbito» y «materia» constituye uno de los modos de hablar más expresivos del mensaje del fundador del Opus Dei. Considerar al trabajo como «ámbito» («mero ámbito») en el que el ser humano crece y vive, supone afirmar una exterioridad entre el trabajo y el desarrollo humano y espiritual, cuando en realidad hay –debe haber– una conexión profunda: el trabajo, el acto de trabajar, está llamado a integrarse, en profunda unidad, en el proceso gracias al cual el hombre se realiza en cuanto hombre y en cuanto cristiano. El resto del párrafo pone de manifiesto las consecuencias de esa afirmación. La homilía "Amar al mundo apasionadamente", con la que se cierra Conversaciones, la presupone y glosa con nitidez; a ese texto, pues, remitimos.
70f «Hablar del mundo siempre en un sentido peyorativo». Ese modo de hablar era, en efecto, corriente en los tiempos a los que san Josemaría se refiere, y continuó siéndolo, aunque en retroceso, hasta el Concilio Vaticano II y la promulgación de la Const. Gaudium et spes. A este importante paso adelante dado por el Concilio alude san Josemaría en la entrevista de Time, n. 26.
70g «Decía entonces, y sigo diciendo ahora, que hemos de amar el mundo». Sobre el amor al mundo, ver la nota al n. 26d de la entrevista en Time, donde se documenta este punto.
7la «Agradezco mucho a Dios Nuestro Señor». San Josemaría inicia la contestación del mismo modo que lo había hecho al responder a preguntas similares (ver, por ejemplo, la entrevista de Time, n. 31), es decir. elevando su corazón hacia Dios en acción de gracias. Sólo después de esa proclamación de la bondad de Dios, a quien debe atribuirse –y no al hombre– la fuente última de todo bien, pasa a hablar de realizaciones concretas. Situado ya en este plano, hace referencia, en primer lugar –siguiendo el mismo orden que en anteriores entrevistas (Palabra, n. 19: Time, nn. 27 y 31; Le Figaro, n. 41; The New York Times, n. 56)–, al apostolado personal, al que corresponde la preeminencia, y, después, a las labores apostólicas, entre las que, a modo de ejemplo, da los nombres de cuatro, aunque alude a bastantes más.
«Romana, que para mí quiere decir católica, universal». Sobre la universalidad en cuanto nota característica, ya desde los comienzos, del Opus Dei, remitamos a las entrevistas en Time, n. 32, y en Le Figaro, n. 37, con sus notas.
7lc «Querer catalogar en vano los frutos de la gracia en las almas». Sobre el valor relativo, muy relativo, de las estadísticas en temas espirituales, ver la entrevista de Le Fígaro, nn. 40 y 41.
71e en el que ha surgido, el barrio del Tiburtino (presente ed.) 1 en el que ha surgido el barrio del Tiburtino (2a-ss.)] in cui e sorta, quartiere Tiburtino (ODDS)
«El centro ELIS». Sobre el ELIS, ver lo ya dicho en la entrevista a The New York Times, n. 56.
71f que está realizando (presente ed.)] y que está realizando (2a-ss.) ] che sta svolgendo (ODDS)
«Strathmore College». Fue fundado en 1961. En años sucesivos, y sobre todo a partir del comienzo de la década de 1980, intensificó su actividad y su oferta educativas. En 2007 adquirió el rango de universidad. Su nombre actual es Strathmore University; cuenta en este momento con dos facultades y cuatro escuelas e institutos superiores.
«Kianda College». Fue fundado en 1961, como centro especializado en la docencia de secretariado. Posteriormente, a partir de 1993, tuvo lugar un proceso de integración en lo que sería Strathmore University.
7lg «Dieciocho facultades» (…) «más de seis mil alumnos». En la actualidad la Universidad de Navarra ha crecido, aumentando y diferenciando sus instituciones, hasta contar con 16 facultades y escuelas, 15 institutos y 22 centros de investigación. El número de alumnos se eleva a 13.000.
«En contra de lo que han escrito recientemente algunos periódicos». Probablemente se refiere al eco que tuvieron en la prensa las declaraciones hechas por uno de los procuradores en Cortes de aquella época, que motivaron una nota de la oficina de información de la Universidad en la que se precisaba –como hace san Josemaría en la entrevista– que la Universidad no había recibido ninguna ayuda estatal para el sostenimiento de sus centros docentes, sino sólo una subvención para la construcción e instalación de nuevos puestos escolares; esta subvención representaba, por lo demás, sólo el 10% del total de inversiones realizadas a ese efecto por la Universidad. La nota fue recogida por varios periódicos, como La Vanguardia (Barcelona), 28-III-1968.
«El Estado español no sufraga en modo alguno los gastos de sostenimiento». Cfr. la entrevista de Gaceta Universitaria, n. 83.
«La Universidad de Navarra se sostiene gracias a la ayuda de personas y de asociaciones privadas». Sobre la Asociación de Amigos y la Agrupación de Graduados de la Universidad de Navarra, ver lo dicho en la entrevista de The New York Times, n. 51c, y nota correspondiente.
72a «El Señor ha hecho en torno a esta Obra de Dios tantas cosas maravillosas». Reaparece en esta contestación el planteamiento sobrenatural, de fe, con que san Josemaría enfoca siempre, como ya hemos visto, la respuesta a preguntas como la actual. Quizá convenga subrayar que, en este caso, predomina el tono de acción de gracias y, como presupuesto, el reconocimiento de «tantas cosas maravillosas» que el Señor ha realizado, ya que, como añade en uno de los párrafos sucesivos, «la humildad comienza por reconocer el don de Dios» (n. 72d).
72b «Una de mis mayores alegrías». A este motivo de alegría se ha referido también en las entrevistas de Palabra, nn. 9 y 20, y de Le Figaro, n. 47.
«No ha supuesto una invitación a cambiar». San Josemaría no se consideraba a sí mismo, ni consideraba al Opus Dei, como realidades situadas al margen de la historia y, por tanto, exentas de la necesidad del examen y de la renovación de objetivos y propósitos. Pero no compartía la actitud –muy vinculada a la interpretación del aggiornamento propugnada por algunos en la segunda mitad de los años sesenta– según la cual todo lo recibido debe ser puesto en tela de juicio y, en cambio, todo lo nuevo debe ser aceptado sin un previo discernimiento. El cristiano no sólo reconoce su personal falibilidad –«errores y miserias personales los tenemos todos», afirma al iniciar el párrafo siguiente–, sino que está abierto a la mejora y al progreso. Pero debe hacerlo contando con un punto de apoyo firme: la fe que le orienta en la valoración de propuestas, ideas y sucesos. Y por lo que a su persona se refiere, contando además, en cuanto fundador del Opus Dei, con la conciencia de la luz recibida el 2 de octubre de 1928; luz que versa no sobre técnicas o métodos, sino sobre un espíritu que lleva a santificar la vida ordinaria, que el Concilio no ha puesto en duda, sino que, al contrario, ha confirmado.
72e «El aggiornamento debe hacerse, antes que nada, en la vida personal». Sobre el tema del aggiornamento ver lo ya dicho en el n. 1 de la entrevista en Palabra.
72f «Esas características peculiares, laicales». A lo largo de este párrafo, a la vez que reafirma la secularidad del espíritu y de la actividad del Opus Dei, san Josemaría tiene presente, como actitud frente a la que previene, una versión clerical del aggiornamento: la propia de algunos sectores eclesiales que, por una serie de incidencias históricas que sería largo enumerar, se habían visto situados al margen del movimiento general del pensamiento y de la cultura, y para los cuales el aggiornamento, la puesta al día, implicaba asomarse a un mundo que les era ajeno, y al que contemplaban como desde fuera, considerándolo en ocasiones como enemigo, y en otras –cuando se planteaban la necesidad de una actualización– como una realidad idealizada a la que se intenta adaptarse o imitar. El cristiano que vive en el mundo –o que, aun apartándose del mundo, porque esa es su vocación, sigue su vida y su desarrollo– no va detrás del progreso humano, sino que lo vive y contribuye a su acaecer. En ese sentido, no se «adapta al mundo», sino que va viviendo el mundo al ritmo de su propio vivir.
73b «Formar hombres y mujeres». Como puede advertirse, san Josemaría comparte por entero la comprensión clásica de la Universidad –es decir, la que la caracterizó desde sus comienzos– como institución marcada por dos ideales: el amor a la verdad y a la ciencia, y la aspiración a formar hombres capaces de vibrar con todo lo noble y dotado de grandeza, con espíritu de servicio, respeto a la dignidad de la persona y conocimiento profundo de la realidad, es decir, «almas de criterio», como dice el prólogo de Camino. A este punto ya nos hemos referido al hablar del mensaje de Conversaciones: es la séptima de las claves de lectura tratadas en la segunda parte de la Introducción.
73c está ausente (1ª-ss.) ] esté ausente (GU)
«Que no se conforma -que no se aquieta- si no trata y conoce al Creador». Cabría ver en esta afirmación un eco del dicho agustiniano «nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1, 1), así como una manifestación elocuente de la capacidad de san Josemaría para conectar con aquellos a quienes hablaba y con el momento concreto que vivía. Los años 1967, 1968, 1969 son los años de la protesta estudiantil, de la rebelión ante una situación cultural que daba signos de cansancio y estancamiento. San Josemaría entronca con esa actitud de espíritu para llevarla a algo más que a una mera protesta o a una rebelión que no tiene más fin que ella misma. La protesta y la rebelión tienen sentido cuando se abren a ideales grandes y, en última instancia, a ese ideal supremo que la revelación cristiana ha dado a conocer y hecho posible: la comunión con Dios, con el Infinito en el sentido pleno de la palabra.
«Una Universidad de la que la religión está ausente, es una Universidad incompleta». Existe una clara coincidencia entre la forma de argumentar de san Josemaría y la de John Henry Newman, que dedica a la cuestión los tres primeros discursos de Acerca de la idea de universidad (1852): la universidad es el lugar institucionalizado del saber, y no podría serlo si, de los diversos campos del saber, se excluyera uno tan importante y decisivo como la ciencia de Dios. En la base de este argumento se encuentra la premisa de que, sobre Dios, el hombre puede tener no sólo opiniones o experiencias subjetivas, sino un conocimiento cierto; y, en consecuencia, la convicción de que la conexión entre fe y razón abre el camino a una comprensión cada vez más honda del hombre y del mundo. Es también la posición que, en nuestros días, ha sido ampliamente expuesta por Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio (14-IX-1998), que comienza declarando que «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad», y reiterada con fuerza por Benedicto XVI en el discurso en la Universidad de Ratisbona (12-IX-2006), y en otras muchas ocasiones.
73d «La enseñanza de la religión ha de ser libre». San Josemaría siempre defendió, también en el contexto confesional de la España de la época en que concedió esta entrevista, la libertad de las conciencias y, como consecuencia, la libertad para acceder o no a la enseñanza de la religión. Una universidad cristianamente inspirada debe ofrecer cursos y clases de religión, pero a la vez respetar la decisión de aquellos alumnos que opten por no cursar esa materia. Lo que obviamente no excluye, como afirma a continuación, que se haga notar, a quien se confiesa cristiano, la conveniencia de formarse adecuadamente.
74a «Servicio a la sociedad». Al hablar de la función social de la universidad o de otras instituciones, no faltan quienes piensan de forma inmediata en la promoción de actividades complementarias, de carácter asistencial o benéfico. Sin excluir la importancia y la necesidad de esas actividades –a las que va a referirse al contestar a la siguiente pregunta del cuestionario–, san Josemaría subraya que la función social debe estar presente, ante todo, y de modo intrínseco, en la tarea que se lleva a cabo, de forma que ésta sea vivida con plena advertencia del servicio a la sociedad que, hoy y ahora, debe realizar, o, en el caso de actividades de formación, del que deberá estar en condiciones de aportar en el futuro. De ahí que la primera de las implicaciones que la percepción de los problemas sociales debe tener en un estudiante universitario sea prepararse adecuadamente, para poder contribuir eficazmente a resolverlos con competencia profesional y, por tanto, con eficacia.
4b «Democratización de la enseñanza». La expresión puede entenderse en muchos sentidos. De uno de ellos –su extensión a todo tipo de personas– se ocupa san Josemaría en este punto. De otro –la participación de los estudiantes en el funcionamiento de la Universidad– trata luego (n. 78), al hablar sobre las asociaciones estudiantiles.
75b «Yo la solidaridad la mido por obras de servicio». En coherencia con el dicho apostólico «no amemos de palabra ni con la boca, sino con obras y de verdad» (1Jn 3, 18), san Josemaría subrayaba con frecuencia, y de modo particular cuando hacía referencia a las manifestaciones de la caridad y del espíritu de servicio, la importancia de los hechos. Siguiendo ese espíritu, los fieles del Opus Dei, junto con otras personas –también no católicos o no cristianos– acometen múltiples tareas y actividades de solidaridad. En el congreso que se celebró en Roma en enero de 2002 para conmemorar el centenario del nacimiento de san Josemaría, toda una sección estuvo dedicada a estas actividades. Destaquemos una que hace especial referencia a los universitarios, el Istituto per la Cooperazione Universitaria (ICU), con sede en Roma, que fue constituido en 1966, y que desde entonces ha promovido varios centenares de proyectos de ayuda al desarrollo en África, América Latina, Asia y Oriente Medio. Su fundador, Umberto Farri (1928-2006), dejó en aquel congreso un vibrante testimonio sobre su puesta en marcha: cfr. Umberto FARRI, "Tres décadas de cooperación al desarrollo", en María Aparecida FERRARI (ed.), Congreso Internacional "La grandeza de la vida corriente", vol. IX, La solidaridad de los hijos de Dios, Edusc, Roma 2003, pp. 105-117. En ese mismo volumen, que recoge las actas de la sesión congresual antes mencionada, se hace referencia a otras actividades similares, bastantes protagonizadas también por universitarios.
76a «Contacto con la Universidad». En la segunda parte de la Introducción, en una de las claves de lectura, se ha ofrecido ya una síntesis o repaso de las principales etapas de ese contacto de san Josemaría con la Universidad, al que remitimos.
«Expongo mi modo personal de ver esta cuestión, no el modo de ver del Opus Dei». El fundador del Opus Dei comienza recalcando su respeto a la libertad, no sólo de acción sino de pensamiento, respecto a las cuestiones temporales de que gozan los fieles de la Obra. Habiendo dejado constancia de esa realidad, expresa en lo que sigue su parecer con naturalidad, y a la vez con delicadeza, evitando –así lo señala en diversos momentos– descender a cuestiones que podrían resultar polémicas o herir susceptibilidades.
76d «Convivir en paz». Aunque las circunstancias del momento daban a esta pregunta y a la sucesiva– y a sus respuestas– una especial actualidad, señalemos que san Josemaría, yendo más allá de situaciones contingentes, sienta un criterio de validez general: la Universidad debe ser un ámbito de convivencia en el que el estudio, la investigación y la docencia puedan desarrollarse adecuadamente, ya que ahí radican su finalidad y su razón de ser. La docencia que se imparta, y las actividades estudiantiles que se organicen, deben contribuir a la formación de personalidades acabadas, lo que requiere competencia científica y profesional, pero también sentido del vivir social y político, y por tanto del valor de los grandes ideales, como la paz, la justicia, la libertad, etc. Cosa distinta es la transposición de las tensiones políticas al ámbito universitario, que, aconseja, conviene evitar, aunque reconoce –así lo señala al responder a la pregunta siguiente– que puede haber situaciones en las que esa transposición resulte particularmente tentadora.
77a «Si en un país no existiese la más mínima libertad política». Mons. Escrivá de Balaguer no excluye la posibilidad de que se den situaciones límite, como las aludidas en la pregunta, y que en esos casos la Universidad pueda convertirse, por la fuerza de las cosas, en un campo de batalla política. Pero advierte que, en ese caso, la institución universitaria se habría desnaturalizado, y reitera, en consecuencia, su posición: conviene evitar que la acción política se haga presente en la vida universitaria. Esa acción debe tener los cauces que le son propios, punto sobre cuya concreción el fundador del Opus Dei evita pronunciarse, «porque mi misión no es política, sino sacerdotal» (n. 77c), aunque deja constancia de que esos cauces deben existir. El problema de la contestación universitaria a finales de la década de 1960 tenía, ciertamente, acentos peculiares en España, pero en sus coordenadas de fondo no era un hecho sólo español, sino universal: pocos meses después de esta entrevista, en mayo de 1968 (aunque ya en 1967 hay prolegómenos), tendrá expresión virulenta en la agitación estudiantil de París, extendida muy pronto a otras universidades europeas y americanas.
78a «Las asociaciones de estudiantes deben intervenir en las tareas específicamente universitarias». San Josemaría expresa aquí, como antes anunciábamos (cfr. nota a n. 74b), su parecer sobre el segundo de los aspectos de la democratización de la Universidad: la participación de los estudiantes en su vida y en su orientación. Su posición es clara: legitimidad de las asociaciones estudiantiles, y necesidad de establecer cauces de participación, de modo que, en un ambiente de cooperación y de convivencia, la Universidad sea, como ya fue señalado en los inicios de su historia (la expresión se acuña en referencia a la Universidad de la Sorbona), una universitas magistrorum et scholarium, verdadera comunidad de profesores y estudiantes, lo que presupone por parte de todos conciencia y respeto efectivo de los valores que la Universidad implica.
79a «Libertad de enseñanza, por tanto, en todos los niveles y para todas las personas». A partir de esta declaración neta en favor de la libertad de enseñanza, presentada como una de las dimensiones que integran la libertad en el orden social, el fundador del Opus Dei, en los párrafos que siguen, destaca dos puntos: la libertad para constituir centros docentes y la autonomía de la que esos centros deben gozar. Se trata de dos manifestaciones de la libertad que el Estado –al que corresponde una función de promoción, control y vigilancia– debe respetar y potenciar.
81b «El Concilio» (...) «las instituciones docentes confesionales». En su primer borrador (1962), la declaración conciliar Gravissimum educationis (28-X-1965) tenía un título distinto, De scholis catholicis, que evidenciaba la centralidad que sus redactores otorgaban a la escuela confesional. Posteriormente, ese texto fue modificado para, manteniendo la legitimidad de las escuelas católicas, ampliar el horizonte con que el documento iba a tratar del tema. Una breve síntesis de la historia en Antonio CAÑIZARES LLOVERA, "Declaración sobre la educación cristiana: Introducción", en CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constituciones, Decretos y Declaraciones, Edición oficial promovida por la Conferencia Episcopal Española, Madrid 1993, pp. 674-679; una exposición más amplia en Vincenzo SINISTRO, II Vaticano II e l'educazione. La dichiarazione sull educazione cristiana: genesi, testo, commento, Elledici, Leumann, Turín 1970.
«La fecundidad del apostolado de los laicos». San Josemaría ha aludido pocas líneas más arriba al hecho de que «desde hace tantos años» fieles del Opus Dei han contribuido a una presencia del espíritu cristiano en el campo de la enseñanza. Así lo han hecho numerosos profesionales de la educación, miembros del Opus Dei, que han impartido docencia en centros escolares, tanto públicos como privados (tal es, por ejemplo, el caso de Tomás Alvira [1906-1992], uno de los primeros supernumerarios del Opus Dei, director durante muchos años del Instituto Ramiro de Maeztu, en Madrid: cfr. Antonio VÁZQUEZ, Tomás Alvira, Palabra, Madrid 1997), o que han dado vida a diversas instituciones en este campo. En 1951, siguiendo el impulso del fundador, varios fieles del Opus Dei promovieron en Guecho (Vizcaya, España) el colegio Gaztelueta, primera obra corporativa del Opus Dei en el ámbito escolar, a la que han seguido después muchas otras, sea en España, sea en otros países.
8lc «Personalmente, repito, prefiero evitar esos adjetivos». Mons. Escrivá de Balaguer concluye manifestando –a la vez que reitera su respeto por la opinión contraria– su preferencia, íntimamente relacionada con su fuerte sentido de la secularidad, por que la inspiración cristiana se manifieste en frutos más que en declaraciones. A esta orientación se atienen las iniciativas educativas (o de otro tipo) promovidas por los fieles del Opus Dei, que suelen acudir a nombres que hacen referencia a la función concreta que desarrollan, al lugar en que están situadas, etc. Así ocurre también en la Universidad de Navarra, que, aun estando erigida por la Santa Sede, ha usado siempre el nombre recién mencionado: Universidad de Navarra, sin más apelativos. Una excepción la constituye la Pontificia Universitá della Santa Croce, con sede en Roma, ya que resulta coherente con su condición de centro de estudios eclesiásticos (comenzó sus actividades en el curso 1984-1985; fue erigida como Ateneo Pontificio en 1990, y como Universidad Pontificia en 1998).
82a «Un grave problema educativo». Cuando la Universidad de Navarra comenzó su andadura, en 1952, no había ninguna universidad en Navarra, y en general el número de centros universitarios existentes en España no era elevado. Después han surgido otras muchas universidades, pero la seriedad de la labor docente e investigadora de la Universitas Navarrensis, y el prestigio alcanzado, hacen que continúe realizando una importante labor, con repercusión no sólo en España, sino en otros países.
82b «Los que la iniciaron no eran unos extraños a la Universidad española». No se ha publicado todavía una historia de conjunto de la Universidad de Navarra, aunque sí han aparecido diversos libros conmemorativos de los 25 o los 50 años de varias de sus facultades, escuelas e institutos. Algunos datos sobre los comienzos de la Universidad de Navarra, en Onésimo DÍAZ HERNÁNDEZ y Federico M. REQUENA (eds.), Josemaría Escrivá de Balaguer y los inicios de la Universidad de Navarra (19521960), Eunsa, Pamplona 2002.
82c «La Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra». Sobre la Asociación de Amigos, ya mencionada en preguntas anteriores, vuelve a hablar en esta misma entrevista (n. 83) y luego en la homilía de 1967 (n. 120). Datos sobre la Asociación y sobre la posterior Agrupación de Graduados en la nota al n. 51c de la entrevista a The New York Times.
83b «Si no fuese por esto, la Universidad no hubiera podido sostenerse». Quizás a alguien le pueda sorprender que, al aludir a las aportaciones que contribuyen al nivel alcanzado por la Universidad de Navarra, mencione, junto a profesores y alumnos, a los empleados, los bedeles y «estas benditas y queridísimas mujeres navarras que hacen la limpieza». Constituye un rasgo muy distintivo del fundador del Opus Dei su valoración no sólo de las aportaciones y tareas que pueden calificarse como importantes, sino también de las cosas pequeñas y de los detalles aparentemente sin relieve. Y esto no sólo desde una perspectiva de fe (ante Dios están presentes todas las realidades y todas las personas), sino también humana: signo del valor que se concede a una actividad es, ciertamente, el empeño por realizarla con competencia profesional –en el caso de una Universidad, con competencia científica y docente–, pero también el orden y la limpieza. De hecho, fue frecuente que en sus visitas a la Universidad de Navarra –y lo mismo vale para otras ocasiones– dedicara siempre un recuerdo o unas palabras a quienes se encargaban de esas tareas.
83c Ayuntamiento (GU, Pi-ss.) ] Municipio (gal.)
«La Diputación Foral». En los comienzos, la Universidad desarrolló sus actividades en diferentes locales, en su mayoría puestos a su disposición por la Diputación Foral de Navarra: la Cámara de Comptos, el Hospital de Navarra, el Museo de Navarra, etc. Posteriormente, se vio la conveniencia de dar vida a un campus para el que el Ayuntamiento de Pamplona confirmó en septiembre de 1960 la cesión de unos terrenos, completados luego mediante nuevas concesiones, compras y permutas hasta llegar a su configuración actual. En esa misma fecha (1960), el Ayuntamiento pamplonés nombró a san Josemaría hijo adoptivo de Pamplona, en reconocimiento por los beneficios que la Universidad reportaba a la capital navarra. Una evocación de los primeros tiempos en Ismael SÁNCHEZ BELLA, "Recuerdos sobre el comienzo de una gran aventura", en Onésimo DÍAZ HERNÁNDEZ y Federico M. REQUENA, o.c., pp. 29-35, y en José Antonio VIDAL-QUADRAS, "La primera piedra del campus", en Nuestro Tiempo, 663 (2010), pp. 51-55.
83e son las corporaciones guipuzcoanas, y, en especial, la Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa (3ª-ss.) ] es la Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa, que hace algunas aportaciones (2ª) ] es la Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián, que hace algunas aportaciones (GU, 1 ª) ] es la Caja de Ahorros municipal de San Sebastián, que hace algunas aportaciones (gal.)
«Las corporaciones guipuzcoanas». La Escuela Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad de Navarra tiene su sede en San Sebastián, no en Pamplona. En su momento recibió subvenciones de la Diputación de Guipúzcoa; ahora, con la nueva estructuración del Estado español, las recibe del Gobierno Vasco.
83f ha tenido (presente ed.)] han tenido (1ª-ss.) 11 Gulbenkian (presente ed.)] Gulbekian (GU, 1 ª-ss.) ] Gulbenkian (gal.)
«Misereor». Es una conocida fundación, dependiente de la Conferencia Episcopal Alemana, que sostiene iniciativas de educación y catequesis en todo el mundo.
«Fundación Huarte». La memoria del industrial navarro Félix Huarte (1896-1971), que da nombre a la Fundación mencionada, y la de su entorno familiar ha seguido estando presente en la Universidad de Navarra con el paso de los años. Su hija María Josefa patrocinó en 1998 el nacimiento, en el seno de la Universidad, de la Cátedra Félix Huarte de estética y arte contemporáneo, y en 2008 donó su colección de arte contemporáneo, que incluye medio centenar de obras de Picasso, Tapies, Rothko, Chillida y Oteiza, entre otros artistas. Esta colección constituye parte importante del fondo de un centro de arte contemporáneo, proyectado por el arquitecto Rafael Moneo y situado en el campus de la Universidad, que está actualmente en curso de construcción.
«Fundación Gulbekian». Calouste Sarkis Gulbenkian (1869-1955), petrolero armenio que se estableció sucesivamente en Inglaterra, Francia y Portugal, fue una de las figuras clave en el desarrollo de la explotación de yacimientos de petróleo en Oriente Medio. La fundación que lleva su nombre sostiene proyectos asistenciales, artísticos, educativos y científicos.
83g colaborando (GU, 1 ª-ss.) ] contribuyendo (gal.)
83h cooperan (GU, 1 ª-ss.) ] colaboran (gal.)
«Empresas que se interesan y cooperan en las tareas de investigación». Así ocurría entonces, 1967, y ha continuado ocurriendo, especialmente en relación con las facultades y escuelas que se ocupan de ciencias físicas, de medicina, de farmacia, de ingeniería. Presupuesto de esas ayudas es el empeño puesto en la investigación, tanto en estos centros como en otros. Con ese espíritu, acogiendo sugerencias hechas por Mons. Álvaro del Portillo, que había sucedido a san Josemaría en el cargo de Gran Canciller de la Universidad de Navarra, se estudiaron posibles medidas en esa dirección. Fruto de esos estudios ha sido la creación e inauguración en 2004 del Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA), en el que trabajan más de 400 profesionales de 25 países; su sostenimiento depende de la Fundación para la Investigación Médica Aplicada, en la que concurre un buen número de empresas españolas. Existe además un centro análogo para potenciar la investigación en humanidades y ciencias sociales: el Instituto Cultura y Sociedad (ICS).
83i Desearía (GU, 1 d-ss.) ] Yo desearía (gal.)
84a «El apostolado más importante del Opus Dei». San Josemaría, antes de contestar directamente a lo que se le había preguntado, reitera la importancia primordial del apostolado personal, eje decisivo de toda la labor del Opus Dei, y sólo luego se refiere a las labores apostólicas que han sido promovidas, en este caso, en el campo universitario. Es el esquema u orden de prioridades ya encontrado en las entrevistas de Palabra, n. 19, Time, n. 27 (sobre la naturaleza de las obras apostólicas, ver nota a n. 27e), Le Figaro, n. 41, y L'Osservatore della Domenica, n. 60.
84b el concurso (GU, 1 ª-ss.) ] la ayuda (gal.) contribuir (GU, 1ª-ss.) ] ayudar (gal.)
84c «Todos se sienten en su casa, y basta un simple horario». Las expresiones que emplea san Josemaría corresponden a la realidad del momento: en los años sesenta, cuando fue concedida esta entrevista, las labores promovidas en el ámbito universitario eran sobre todo residencias de estudiantes. La primera de estas residencias fue la Academia-Residencia DYA, que data de 1934 (cfr. Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, O.C., vol. I, pp. 520-538), seguida luego por otras muchas en muy diversos países y ciudades: Colegio Mayor Zurbarán, en Madrid; Studentinnenheim Müngersdorf, en Colonia; Netherhall House, en Londres; Residencia Universitaria Panamericana, en México DF; Elmbrook Student Center, en Boston; Residenza Universitaria Internazionale, en Roma; Residencia Universitaria La Ciudadela, en Buenos Aires; Warrane College, en Sydney; Centre Universitaire Fonteneige, en Montréal, etc. En años posteriores, en coherencia con el desarrollo del apostolado, se han puesto en marcha otras universidades. La primera, tras la experiencia de Navarra, fue la de Piura, en Perú (1969); posteriormente se han constituido otras en diversos países. El espíritu que se procura vivir en todas estas universidades, así como en labores apostólicas de otro tipo, coincide en la substancia, aunque varíen las manifestaciones concretas, con el que san Josemaría describe en su respuesta.
85b «Una imagen de la Virgen». Se trata de una escultura de mármol, que muestra a la Virgen con un Niño Jesús erguido sobre una pila de libros y en actitud de bendecir. Esculpida por el escultor italiano Pasquale Sciancalepore (t 1975), fue bendecida por Pablo VI el 21 de noviembre de 1965 en Roma, durante su visita a la parroquia de San Giovanni Battista al Collatino y al Centro Elis (ver entrevista en T he New York Times, n. 56e), y trasladada luego a Pamplona. Desde el 8 de diciembre de 1966 se venera en una sencilla y elegante ermita de ladrillo, con amplios ventanales en tres de sus lados, situada en un lugar del campus muy transitado por los estudiantes; en la pared que cierra la construcción de la ermita, por la parte exterior, hay una inscripción que cuenta la historia. Años más tarde, en el pedestal de la imagen se ha colocado una teca con una reliquia de san Josemaría, testimoniando así el amor de san Josemaría a la Universidad de Navarra y a esta imagen en concreto.
85c «Expondré allí mis opiniones». A diferencia de lo que ocurrió con la imagen de la Virgen, san Josemaría no llegó a escribir ese libro. Pensó en ese proyecto durante algún tiempo, y reunió artículos de revista y recortes de prensa sobre temas estudiantiles y universitarios, pero en la primavera de 1968 renunció a escribirlo y pasó a otros el material reunido (cfr. documentación en AGP, Serie A.5, leg. 251, carp. 4; ver también Rafael GÓMEZ PÉREZ, Trabajando junto al Beato Josemaría, Rialp, Madrid 1994, pp. 102-108).
85d Monseñor (GU, lª-ss.) ] Padre (gal.)
85e «Eres hijo de Dios como yo». Aunque san Josemaría no detalla la fecha. parece que ese encuentro debe situarse en noviembre de 1964, en una de las reuniones con un amplio auditorio, que tuvieron lugar durante su visita a Pamplona para presidir la reunión de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra que se celebró en esa fecha. A lo largo de sus viajes se produjeron episodios análogos, como el ocurrido durante una reunión, también con amplia participación de público, en Venezuela, el 14-II-1975. Uno de los asistentes se levantó y comenzó a decir: «Soy hebreo ...». San Josemaría no le dejó terminar , sino que, con la espontaneidad que le caracterizaba, exclamó: «¡Hebreo! Yo amo mucho a los hebreos, porque amo mucho –con locura– a Jesucristo, que es hebreo. No digo era, sino es: Iesus Christus herí et hodie, Ipse et in saecula. Jesucristo sigue viviendo, y es hebreo como tú. Y el segundo amor de mi vida es una hebrea, María Santísima, Madre de Jesucristo. De modo que te miro con cariño». «Sigue», añadió, invitando a formular la pregunta que le iba a ser dirigida. «Ya me ha respondido», contestó el interlocutor, dando paso a otras intervenciones (cfr. Catequesis en América, vol. III, p. 112: AGP, Biblioteca, PO4).
86a «Es una gran cosa el periodismo». Sobre el aprecio del fundador del Opus Dei a la profesión periodística y sobre la íntima relación que siempre estableció entre labor de prensa y verdad, ver los datos que ya ofrecíamos en la nota al n. 30f de la entrevista en Time.
87a la labor con los suyos (MC, 1ª-ss.) ] su trabajo en la casa (T)
«La dedicación a las tareas familiares». San Josemaría, en su respuesta a esta primera pregunta, va a hablar de la decisiva aportación que la mujer, con su presencia en el espacio público, puede dar a la sociedad humana, y subraya de forma neta su derecho a participar en las más variadas tareas profesionales. Pero quiere mencionar, en primer lugar, a la familia. Esto manifiesta no sólo el aprecio que tiene a la vida familiar, sino también que, a su juicio, la mujer tiene derecho no sólo a trabajar fuera de casa, sino a poder compatibilizar ese trabajo externo con las responsabilidades domésticas. La figura de una mujer que, para afirmarse en su vocación profesional o científica, tuviera que renunciar a la maternidad, o a la vida del hogar, sería el triste resultado de una lacra histórica que pide ser resuelta no sólo removiendo los prejuicios que impedían a las mujeres asumir trabajos profesionales y acceder a puestos de dirección y gobierno, sino facilitando que esas tareas puedan realizarse sin sacrificar la natural aspiración humana a la comunión familiar, que en el caso de la mujer tiene, evidentemente, «matices muy peculiares», como recuerda san Josemaría. Estamos ante una cuestión no exenta de componentes que afectan tanto a la legislación laboral como a la cultura y a la evolución de las mentalidades, también la del varón, como subrayaba el actual prelado del Opus Dei en una entrevista concedida en 1996 al diario chileno El Mercurio: se habla mucho –decía– «de la conveniencia de que las mujeres que lo deseen puedan salir del hogar, trabajar fuera. Pienso que, para completar el razonamiento, habría que mencionar también la obligación que tiene el hombre de "entrar" en el hogar. El hombre ha de notar también personalmente esa tensión entre su trabajo en el hogar y su trabajo fuera» ("El Opus Dei y las mujeres", entrevista con Mons. Javier Echevarría, por Patricia Mayorga, en El Mercurio, 21-I-1996). Hay, al respecto, abundante literatura; mencionemos, por ejemplo, el estudio a la vez antropológico, sociológico y empresarial escrito por Nuria CHINCHILLA y Consuelo LEÓN, La ambición femenina. Cómo reconciliar trabajo y familia, Madrid 2004; Nuria Chinchilla es directora del Centro Internacional Trabajo y Familia existente en el IESE (Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, Universidad de Navarra), con sede en Barcelona. Ver también María Pía CHIRINOS, Claves para una antropología del trabajo, Pamplona 2006, y Marta BRANCATISANO, Approccio all'antropologia della differenza, Roma 2004. Como manifestación de la atención que la Iglesia dedica al problema, baste citar el hecho de que el VII Encuentro Mundial de las Familias, convocado por Benedicto XVI en Milán, del 30 de mayo al 3 de junio de 2012, ha versado precisamente sobre "La familia: el trabajo y la fiesta".
«La del hogar también lo es». San Josemaría sale así al paso de la tendencia, muy generalizada durante largo tiempo, a considerar el trabajo del hogar como algo que no requiere una particular preparación, o al menos que requiere una preparación de un rango intelectual inferior al que reclaman las demás profesiones. En la actualidad, especialmente en los países socialmente más avanzados, es reconocido como una auténtica tarea profesional, para la que se precisan unas destrezas específicas, y en la que deben involucrarse, en mayor o menor grado según las circunstancias, tanto la mujer como el hombre. De ahí que se asista a un desarrollo progresivo de los programas de cualificación profesional para los diversos campos relacionados con el bienestar familiar: restauración, dietética, educación infantil, cuidado de personas dependientes, etc. En este sentido, se puede afirmar que el fundador del Opus Dei es un pionero en la promoción de unos valores que hoy encuentran cada vez mayor reconocimiento: cfr. Joyce DEL CAMPO MULLINS, "La profesionalización del trabajo del hogar (en la vida y escritos del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer)", en UNIVERSIDAD AUSTRAL (ed.), Un mensaje siempre actual. Actas del Congreso Universitario del Cono Sur "Hacia el Centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá", Buenos Aires 2002, pp. 353-361.
87b sólo fuera del hogar (MC, 1 ª-ss.) ] fuera del hogar (T)
«Tampoco en el plano personal se puede afirmar unilateralmente que la mujer haya de alcanzar su perfección sólo fuera del hogar». Sale aquí al paso el fundador del Opus Dei de una de las motivaciones que han llevado en diversos ambientes a una minusvaloración del cuidado del hogar: la consideración de que en el hogar, la mujer, dedicada al esposo y a los hijos, no se desarrolla como persona. Las puntualizaciones que siguen, y las que se apuntan en otros lugares de la entrevista, documentan lo contrario. El trabajo en el hogar trae consigo una amplia experiencia en la atención a los demás, desarrolla una ética del cuidado y una sensibilidad a lo inmediato y a lo concreto, que no sólo contribuyen al crecimiento espiritual de la persona que lo realiza, sino que la capacitan para ofrecer una aportación de singular importancia al conjunto de la vida social.
«También la mujer soltera ha de tener un hogar». Aunque estas palabras son de validez general, cabe pensar que, en el momento de decirlas, san Josemaría tenía especialmente presentes a las numerarias y agregadas del Opus Dei, quienes, aunque por motivos apostólicos renuncian al matrimonio, están llamadas a vivir una auténtica vida familiar. El hecho de subrayarlo aquí, a propósito de la condición femenina, encuentra justificación no sólo porque ésta es una entrevista que versa precisamente sobre la mujer, sino también por la natural predisposición de la mujer a hacer de una casa «su casa», y por su capacidad para dar tono de hogar al lugar en que reside o al que contribuye con su aportación. No sin motivo, en el Opus Dei es normalmente a mujeres a quienes se confía la administración doméstica de los centros de la prelatura –también los centros de varones–, contribuyendo así a que tengan el tono propio de hogares de familia. Sobre el espíritu de familia como característica del Opus Dei, ver José Luis ILLANES, "Iglesia en el mundo: la secularidad de los miembros del Opus Dei", pp. 296-300, en Pedro RODRÍGUEZ, Fernando OCÁRIZ y José Luis ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia, Madrid 1993.
87d no porque sea más, o menos que el hombre (MC, 1ª-ss.) ] no porque sea más (T)
«Desarrollo, madurez, emancipación de la mujer, no deben significar una pretensión de igualdad -de uniformidad- con el hombre». En la historia del feminismo, se han ido alternando fases de reivindicación de la igualdad entre hombre y mujer, y fases de afirmación de la diferencia, de consideración de lo específico de una y otra condición. Igualdad y diferencia, serenamente entendidas (es decir, no exacerbadas), no son, en este caso, conceptos contradictorios. San Josemaría, que en esta frase señala la realidad evidente de que la mujer «es distinta» del hombre, proclama en la siguiente la «igualdad fundamental» entre hombre y mujer. A partir de esos presupuestos de igualdad y diferencia, va a poner de manifiesto que lo que piden, tanto la toma de conciencia del valor de la mujer como el bien de la sociedad, es la puesta en práctica de la complementariedad entre la mujer y el varón. Esta es, a nuestro juicio, la orientación de fondo que se manifiesta en las reflexiones que san Josemaría expone en este párrafo y en los que siguen. En relación con estos aspectos del mensaje de san Josemaría, cfr. Blanca CASTILLA Y CORTÁZAR, "Consideraciones sobre la antropología varón-mujer en las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá", Romana, 21 (1995), pp. 434-447; Jutta BURGGRAF, El poder de la confianza. San Josemaría Escrivá de Balaguer y las mujeres, San José (Costa Rica), 2004; y Josep-Ignasi SARANYANA, "Sobre la condició femenina en el nostre temps: consideracions teológiques de sant Josepmaria Escrivà", Temes d'avui: revista de teologia pastoral, 38 (2010), pp. 59-69.
«Ha de tener su reconocimiento jurídico, tanto en el derecho civil como en el eclesiástico». De hecho, aunque cuando se concedía esta entrevista se habían dado pasos en esa dirección, eran numerosos los ordenamientos jurídico-civiles que aún no reconocían con toda la amplitud debida la igualdad esencial entre el hombre y la mujer (y lo son también ahora los que que en más de un aspecto siguen sin reconocerla). También en el Código de Derecho Canónico entonces vigente, el de 1917, se incluían normas que adolecían de ese defecto; por ejemplo, no se le reconocía a la mujer casada domicilio canónico propio, aun en caso de justa separación. El nuevo Código de 1983, a partir del principio de la igualdad de derechos y deberes de los cónyuges, reafirmado en el canon 1135, ha corregido esas anomalías. Sobre la consideración de la mujer en el CIC 1983, ver María BLANCO, "La mujer en el ordenamiento jurídico canónico", en Ius Ecclesiae, 4 (1992), pp. 615-627.
87f sin dejarse llevar (MC, 1ª-ss.) ] y no dejarse llevar (T)
88a limitaciones efectivas (MC,1ª-ss.) ] las concretas limitaciones (T)
«Ese sentimiento, que es muy real, procede con frecuencia» (...) «de la falta de ideales bien determinados». La entrevistadora vuelve con esta segunda pregunta sobre la cuestión planteada en la primera, pero ahora desde una perspectiva psicológica: «encontrarse insegura», sentirse afectada por diversos «reclamos» que debe jerarquizar. San Josemaría, dando por supuesto todo lo previamente afirmado, se coloca también a ese nivel. Puede haber, en la existencia de la mujer –y en la del varón– dificultades objetivas de compatibilidad entre unas u otras tareas, o problemas derivados de las personales «limitaciones efectivas», pero su resolución pasa por el equilibrio interior, por la búsqueda de un centro desde el que se pueda ordenar la conducta, centro que, para un cristiano, no puede ser otro que Cristo, que nos une con Dios y nos da a conocer el sentido de la vida. La radicación en ese centro vital hará que algunos problemas desaparezcan, y permitirá afrontar otros –que no desaparecen, porque son objetivos– con una actitud sosegada, sin ansiedades ni atolondramientos, con un modo sereno de actuar, hecho de orden interior y exterior. Sin dejar de lado, como señalaba al contestar la pregunta anterior, la necesidad de los cambios legales y sociales (horarios de trabajo más flexibles, coordinación de los horarios laborales con los escolares, periodos vacacionales, etc.) que faciliten la conciliación entre trabajo y familia.
88c El problema que planteas en la mujer (MC, 1ª-ss.) ] El caso de la mujer, que planteas (T)
88e «Ciertamente habrá siempre muchas mujeres que no tengan otra ocupación que llevar adelante su hogar». Al final de su respuesta san Josemaría vuelve a referirse al valor del trabajo de la mujer en el hogar y a recalcar su dignidad en cuanto trabajo que requiere una cualificación profesional. En este sentido, vale la pena mencionar, como experiencia de educación superior, una iniciativa que puso en marcha, junto con otras personas, una de las primeras mujeres del Opus Dei, Guadalupe Ortiz de Landázuri: la Escuela de Ciencias Domésticas. Iniciada en Madrid en los años sesenta con un programa semejante a lo que en Estados Unidos se llamaba Home Economics, aspiraba a ser un centro de formación en el que se pudieran adquirir los conocimientos científicos necesarios para poder dirigir, no sólo la administración de residencias familiares, sino también la de hoteles, clínicas, hospitales o empresas de alimentación. Esta Escuela se trasladó en 1989 a Pamplona, dando lugar al CEICID (Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Domésticas). Otros centros análogos, promovidos por mujeres del Opus Dei, son la Escuela Superior de Administración de Instituciones (ESDAI), en la Universidad Panamericana (México), la Strathmore School of Tourism and Hospitality, en Strathmore University (Nairobi), el Ken- vale College (Sydney), la Escuela de Administración de Servicios, integrada en la Universidad de los Andes (Santiago de Chile), y el Lexington College (Chicago). Ver también, más adelante, la nota a n. 109a. Guadalupe Ortiz de Landázuri nació en 1916 y falleció en 1975; después de realizar una amplia labor apostólica por Madrid y otras ciudades españolas, en 1950 se traslada a México, donde permanece hasta 1956.
En 1956 es nombrada miembro de la Asesoría Central, hasta que por razones de salud tiene que regresar a España, donde fallece en 1975 (cfr. Mercedes EGUÍBAR GALARZA, Guadalupe Ortiz de Landázuri. Trabajo, amistad y buen humor, Madrid 2001).
89a «Pero, vamos a ver: ¿qué es la proyección social sino darse a los demás» «( ...)? ». Con tono sencillo y directo –y, podríamos añadir, no exento de ironía–, se enfrenta aquí con el sofisma de clara raíz ideológica– según el cual sólo la acción laboral externa (y no la familiar) tiene proyección social. La realidad es muy distinta, ya que la familia no sólo alcanza una gran proyección social, sino que la posee especialísimamente. Es en la familia, en la vida del hogar, donde el hombre (varón y mujer) toma a fondo conciencia de su ser como persona, ya que –como dirá Juan Pablo II– «la familia es la única comunidad en la que el hombre es amado por sí mismo, por lo que es y no por lo que tiene» (JUAN PABLO II, Homilía en la Misa para las familias, Madrid, 2-XI-1982).
89d «Por otra parte, es natural que los hijos y las hijas ayuden en las tareas de la casa». A partir de aquí san Josemaría cambia en realidad de tema. para volver a reiterar lo dicho anteriormente: la compatibilidad, en principio, entre dedicación al hogar y trabajo fuera del hogar.
89e «Llevaron a Apolo» (..) «a la fe de Jesucristo». Cfr. Hch 18, 26. Sobre el encuentro de San Pablo con el matrimonio formado por Aquila y Priscila, ver Hch 18, 2-3.
90a «Una sociedad moderna, democrática, ha de reconocer a la mujer su derecho a tomar parte activa en la vida política». No es este el momento de evocar los diversos periodos de la lucha de la mujer para conseguir la igualdad de derechos políticos con el varón, ni tampoco el de analizar lo que faltaba por alcanzar, también en los países desarrollados, en el momento en que se publicaba la entrevista concedida a Telva (en España –y a esto parece aludir la pregunta– estaban vigentes disposiciones legales que impedían a la mujer casada el desempeño de la política sin permiso del marido, normas que sólo en los últimos años del franquismo, concretamente en 1970 y 1972, fueron derogadas), ni el de señalar lo que falta todavía en la actualidad en esos mismos países, y aún más en otros. Baste con señalar que el pronunciamiento de san Josemaría es claro y neto.
90b «Esta exigencia constituye un deber particularísimo para los que aspiran a ocupar puestos directivos en la sociedad». De nuevo aparece la exigencia de una formación específica, idea siempre presente en la predicación del fundador del Opus Dei. De la necesidad de prepararse adecuadamente ha hablado en la pregunta anterior, a propósito de las mujeres que se dedican al hogar, y de lo mismo habla ahora, al ser interpelado acerca de la presencia de la mujer en la vida pública. Se trata de una constante en la predicación del fundador del Opus Dei: la realización acabada, y, por tanto, santificadora, del trabajo y de la tarea que se desempeñe, reclama no sólo buena voluntad sino competencia profesional. Se trata por lo demás de una enseñanza básica, que encuentra amplio espacio en la predicación y el magisterio de la Iglesia; recordemos, a modo de ejemplo, las reflexiones sobre las relaciones entre ética y técnica contenidas en la encíclica Laborem exercens de Juan Pablo II, y entre caridad y verdad en la encíclica Caritas in veritate, de Benedicto XVI.
90c «En este sentido no se pueden señalar unas tareas específicas que correspondan sólo a la mujer». Subrayemos esta frase, y la que sigue, que manifiestan el alcance con que afirma la igualdad esencial entre varón y mujer y, por tanto, el sentido que otorga a la complementariedad: la diversidad entre varón y mujer se manifiesta en una variedad de acentos y cualidades, pero a ambos les deben ser accesibles todos los ámbitos en los que pueden ejercer sus aptitudes propias.
90e intereses (MC, 1 ª-ss.) ] sus intereses (T)
«No se trata de representar oficial u oficiosamente a la Iglesia en la vida pública, y menos aún de servirse de la Iglesia». Destaquemos cómo san Josemaría, a la vez que recuerda la luz que la fe cristiana arroja sobre los grandes problemas humanos, subraya –con esta consideración termina el párrafo– la libertad que poseen los creyentes para formar sus propias opiniones al valorar y afrontar las cuestiones temporales.
91a «El Opus Dei ha hecho del matrimonio un camino divino, una vocación». Ya desde los primeros tiempos del Opus Dei hubo personas casadas, a las que san Josemaría orientaba espiritualmente y a las que animaba a vivir el espíritu que Dios había puesto en su alma, aunque de momento –faltaba el cauce jurídico adecuado no pudieran llegar a formar parte de la Obra. Fue en 1948 cuando se abrió paso la posibilidad, largamente acariciada por el fundador, de que esas personas pudieran incorporarse al Opus Dei (cfr. Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, III, cit., pp. 153-163, y Amadeo DE FUENMAYOR, Valentín GÓMEZ IGLESIAS y José Luis ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Pamplona 1989, pp. 197-202); en este momento, las personas unidas en matrimonio, varones y mujeres, incorporadas al Opus Dei son varios millares. Sobre la doctrina de san Josemaría acerca de la condición vocacional del matrimonio, véase la bibliografía que ya hemos citado en la nota 28 de la segunda parte de la Introducción general.
9lc «Hogares cristianos» (…) «testimonios luminosos». El fundador del Opus Dei recoge en el presente párrafo uno de los puntos más significativos de su mensaje sobre la familia: su aguda conciencia acerca de la importancia, también apostólica, de los hogares cristianos, que están llamados a ser, en medio de la sociedad en la que se encuentren, focos de luz que pongan de manifiesto, con su forma sencilla pero coherente de vivir, con su alegría, con su serenidad manifestada también en los momentos difíciles, con el amor entre los esposos y la unión entre padres e hijos, con su apertura a las necesidades de las otras familias que les rodean, la conciencia de sentido y la capacidad de entrega que derivan de la fe. Sobre la expresión «hogares luminosos y alegres», ver lo ya dicho en la octava de las claves de lectura que se comentan en la segunda parte de la Introducción general, con la bibliografía que allí se cita.
91e la familia entera (MC, 1ª-ss.) ] toda la familia (T)
«Pero que no olviden que el secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños». Reencontramos aquí esa afirmación del valor de la vida cotidiana, que es propia del mensaje de san Josemaría, unida a ese realismo que le llevó siempre a subrayar que el amor se manifiesta en los detalles, y se prueba y afianza con la perseverancia que vence y domina el paso del tiempo.
91f el cariño se enrecia (MC, 1ª-ss.) ] el amor se enrecia (T)
92a «No es una opinión teológica mía, sino doctrina de fe en la Iglesia». La doctrina acerca de la excelencia del celibato se encuentra en la Sagrada Escritura (Mt 19, 11-12; 1Co 7, 25-ss.), y ha sido constantemente reafirmada por la tradición y el magisterio de la Iglesia.
92b «Cuando yo escribía aquellas frases, allá por los años treinta». La pregunta alude a los puntos 27 y 28 de Camino, los mismos que hemos visto ya comentados y explicados en la entrevista de Le Figaro (cfr. n. 45, con una respuesta más breve, pero coincidente con la que ahora encontramos), a la que remitimos con las referencias que allí se ofrecen. Precisemos, por lo que respecta a la cronología, que el origen redaccional del punto 28 de Camino ha de ser situado en 1931; el del 27, en 1938-39 (cfr. notas a ambos puntos en Camino. Edición crítico-histórica, cit.).
92c como si la formación de un hogar (MC, 1ª-ss.) ] como si (T)
92d «En el Opus Dei hemos procedido siempre de otro modo». Ya hemos tenido ocasión de comentar esta referencia histórica en la nota al n. 91a. Completémosla con dos testimonios. El del pedagogo Víctor García Hoz, que se dirigía espiritualmente con san Josemaría desde la segunda mitad de los años treinta, y que recuerda que un día, estando él ya casado y siendo padre de una hija a la que confiaba en que seguirían otras u otros, escuchó de labios del fundador del Opus Dei una frase que «me llenó de asombro: Dios te llama por caminos de contemplación. Personalmente no me era desconocida una cierta terminología de la ascética y mística (...). Sin embargo, dicha y escuchada la palabra contemplación hablando de mi vida, la impresión que recibí fue verdaderamente fuerte. No se trataba de una expresión que había llenado la vida de muchos hombres santos que trataban a Dios con cierta familiaridad. No era un tema histórico, filosófico, literario, religioso, sino una cuestión viva y palpitante que yo había de hacer realidad» (Víctor GARCÍA Hoz, Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Madrid 1997, pp. 35-36). Y el de Tomás Alvira, también profesor, que, siendo todavía soltero, y manifestando a san Josemaría su disposición a abrazar el celibato apostólico, recibió una respuesta, un «tú debes casarte», que era una proclamación de su vocación matrimonial (cfr. Antonio VÁZQUEZ, Tomás Alvira y Paquita Domínguez. La aventura de un matrimonio feliz, Madrid 2005, pp. 73-79). Tanto García Hoz como Tomás Alvira se contarán, a finales de los años cuarenta, entre los primeros supernumerarios del Opus Dei. Víctor García Hoz (1911-1998) es una de las figuras más relevantes de la pedagogía española contemporánea, pionero de lo que se conoce como «educación personalizada» (ver el número monográfico que se le dedicó en la Revista Española de Pedagogía, n. 212, 1999). De Tomás Alvira (1906-1992), químico y educador, ha sido incoado el proceso de beatificación, junto con el de su mujer, Paquita (1912-1994), maestra rural en su juventud, con quien tuvo nueve hijos. Sobre la contemplación como experiencia espiritual a la que Dios llama también en la vida matrimonial, se pronuncia de nuevo san Josemaría en la homilía de 1967: cfr. Conv, n. 121.
92e «Ese amor lo bendigo yo con las dos manos». Sobre esta expresión, que recalca con frase fuerte la valoración cristiana del amor entre marido y mujer, y a la que san Josemaría acudió repetidas veces (cfr. Es Cristo que pasa, n. 24; Amigos de Dios, n. 184), puede verse el comentario contenido en José Luis ILLANES, "El matrimonio y la familia en la historia de la salvación. Consideraciones siguiendo la enseñanza de san Josemaría Escrivá de Balaguer", en E. MOLINA y T. TRIGO (dirs.), Matrimonio, familia, vida. Homenaje al Prof. Dr. Augusto Sarmiento, Eunsa. Pamplona 2011, pp. 49-68; ver también Antonio VÁZQUEZ, Como las manos de Dios. Matrimonio y familia en las enseñanzas de Josemaría Escrivá, Palabra, Madrid 2002, pp. 141-152, y Tomás MELENDO, "En la fragua del amor humano. Sobre algunas enseñanzas de san Josemaría en torno a la castidad conyugal", en Alfonso MÉNDIZ y Juan Angel BRAGE (eds.), Un amor siempre joven: enseñanzas de San Josemaría sobre la familia, Madrid 2003, pp. 81-97.
92f «No hay contradicción alguna entre tener este aprecio a la vocación matrimonial y entender la mayor excelencia de la vocación al celibato». Una síntesis, breve pero adecuada, sobre la doctrina católica acerca del matrimonio y el celibato como vocaciones cristianas complementarias en Augusto SARMIENTO, El matrimonio cristiano, Pamplona 1997, pp. 142-159.
93a «Quienes de esa manera confunden las conciencias olvidan que la vida es sagrada». Para captar el alcance de la confusión de que habla la pregunta, y las palabras fuertes con que responde Mons. Escrivá de Balaguer –así como la totalidad de su contestación a esta pregunta y a la sucesiva–, es oportuno resumir, aunque sea sintéticamente, el contexto en que esos hechos se sitúan.
Ese contexto está íntimamente relacionado con los desarrollos de las investigaciones sobre la fisiología humana y sobre la medicina que tuvieron lugar durante el siglo XX. En la década de 1920, dos ginecólogos, uno japonés (Ogino) y otro austriaco (Knaus), completaron unos estudios que permitieron precisar con exactitud el ritmo del ciclo menstrual femenino y, por tanto, determinar los días genésicos y agenésicos, es decir, aquellos en los que podía tener lugar o no una concepción. Ese conocimiento podía utilizarse en dos sentidos: hacer más intensas las relaciones conyugales los días genésicos para así garantizar la concepción, o, al contrario, restringir esas relaciones a los días agenésicos impidiendo, o retrasando, los nacimientos. La cuestión tenía implicaciones morales, que dieron origen a reflexiones por parte de los teólogos y a intervenciones del magisterio eclesiástico. Pío XI, en la encíclica Casti connubii (31-XII-1930), señaló que los cónyuges podían usar lícita y legítimamente del matrimonio, también en los periodos que supieran infecundos. Unos años más tarde Pío XII, en un discurso del 29-X-1951 (cfr. AAS 43, 1951, 842-843), determinó que, cuando existieran motivos serios y graves que llevaran a los esposos a considerar que convenía retrasar o espaciar la llegada de los hijos, podían lícitamente restringir el uso del matrimonio a los periodos infecundos de la mujer; declaraba, pues, lícita, siempre que hubiera motivos suficientes, lo que se dio en llamar «continencia periódica» o «regulación de la natalidad por medios naturales».
En la década de los sesenta se produjo otro acontecimiento de carácter médico: se descubrió, y se estuvo en condiciones de producir, un medicamento que permitía inhibir la ovulación y que podía ingerirse por vía oral: lo que empezó a llamarse «píldora anovulatoria» o sencillamente «la píldora». Las implicaciones de este hecho eran, como resulta obvio, de especial repercusión: no sólo se facilitaba la curación de algunas enfermedades o irregularidades femeninas, sino que la mujer adquiría un claro dominio sobre su propia fertilidad, pudiendo dar origen, artificialmente, a periodos agenésicos. Las implicaciones no sólo psicológicas y sociales, sino morales, son evidentes; el modo mismo de entender la sexualidad podía verse en juego. A fin de estudiar teológicamente el tema, Juan XXIII constituyó en 1963 una comisión, que Pablo VI confirmó y amplió. Al mismo tiempo (cfr. alocución al Colegio de Cardenales del 23 VI-1964: AAS 56, 1964, 588-589) estableció que, mientras el magisterio no diera nuevas indicaciones, continuaban siendo plenamente válidas las orientaciones dadas por Pío XII en 1951, y por tanto que la única vía lícita para la regulación de la natalidad continuaba siendo el recurso a la continencia periódica.
Esta indicación no fue seguida por algunos sacerdotes, que comenzaron a defender la licitud del uso de la píldora anovulatoria, dando así origen a la existencia de voces contrapuestas en el seno de la Iglesia, y a la confusión de los fieles que se menciona en la pregunta, y que constituye, como decíamos, el contexto de la respuesta de san Josemaría.
93b «No olviden los esposos, al oír consejos y recomendaciones en esa materia, que de lo que se trata es de conocer lo que Dios quiere». San Josemaría centra su atención no en la cuestión concreta evocada –de ella se ocupará más tarde–, sino en los esposos que piden orientación y consejo, y desarrolla a lo largo de toda esta pregunta lo que puede considerarse como una exposición sobre la dirección espiritual. Nos encontramos ante una explicación que, aunque esté dada en un momento surcado por tensiones, con las implicaciones que eso tiene en el lenguaje, va más allá de esas circunstancias para atender al núcleo mismo de esta importante realidad ascética. La dirección espiritual tiene como meta ayudar a conocer lo que Dios quiere para cada uno, querer divino que no es fruto de una voluntad arbitraria, sino amorosa y que, por tanto, encamina hacia la verdadera felicidad. Los consejos recibidos no eliminan la personal responsabilidad: la conciencia del cristiano está siempre situada ante Dios, al que debe pedirse luz y ayuda. No se debe acudir a la dirección espiritual buscando consejos u orientaciones que tranquilicen falsamente la conciencia, sino, al contrario, ayuda para abrir el propio corazón a la voluntad divina y para realizar ese querer en la propia vida, aunque en ocasiones pueda reclamar especial generosidad y esfuerzo. Quien dirige o acompaña espiritualmente a otras personas no puede constituirse en dueño de las almas, ni prescindir de la orientación que pueda haber dado el magisterio eclesiástico, desconociendo o poniendo en duda sus indicaciones, sino que debe siempre obrar con actitud de fe y oración, y en unión con la Iglesia. En el supuesto de consejos que susciten dudas, y más aún si se trata de consejos que contradicen lo expresamente dicho en la Escritura o promulgado por el magisterio eclesiástico, a quien los recibe no le es lícito seguirlos, sino que debe acudir a Dios pidiendo que le inspire lo que ha de hacer y le ayude a encontrar quien pueda orientarle rectamente.
93c y especialmente -en cuestiones morales o de fe- (MC, 1ª-ss.) ] y –en cuestiones morales o de fe– especialmente (T)
93d su alma por caminos rectos (MC, 1ª-ss.) ] las almas por los caminos rectos (T)
93f «Es importante que los esposos adquieran sentido claro de la dignidad de su vocación». La respuesta termina con una referencia a la realidad del matrimonio como vocación divina, dirigiendo así la atención al núcleo desde el que la totalidad de las alegrías y deberes de la existencia conyugal debe ser valorada y vivida.
94a «Bendigo a los padres que, recibiendo con alegría la misión que Dios les encomienda, tienen muchos hijos». La contestación comienza alabando a las familias que reciben con alegría a los hijos, también cuando es voluntad de Dios que sean muchos. Así lo reclamaba la pregunta. Pero hay, a nuestro juicio, una razón más profunda para este modo de contestar. Al proseguir su enseñanza sobre las cuestiones que le han sido planteadas, san Josemaría no quiere dejarse encerrar en una mera casuística, aunque sea importante –de hecho volverá a tenerla en cuenta en la segunda parte de la contestación–, sino que aspira a ir a la raíz del problema tal y como entonces estaba planteado, y lo sigue estando ahora: la contraposición entre una mentalidad antinatalista y una mentalidad amante de la vida. Aquí entran en juego no ya cuestiones fisiológicas y médicas, sino planteamientos filosóficos y actitudes espirituales: el hedonismo, que hace del placer un fin en sí mismo, desligándolo del amor y de la responsabilidad, y abre las puertas al egoísmo en la totalidad de sus manifestaciones; el nihilismo, que pone en entredicho el sentido de la existencia, y frente a una «cultura de la vida» propugna una «cultura de la muerte», según las expresiones empleadas por Juan Pablo II (cfr. Enc. Evangelium vitae, n. 21); las políticas neomalthusianas y los deseos de poder, que buscan afirmarse –también en las relaciones internacionales– mediante formas de neocolonialismo económico y demográfico, etc.
Todo ese conjunto de factores está presente –explícita o implícitamente– en la exposición de san Josemaría, llevándole, tanto en pasajes ya comentados, como en los dos números que componen la contestación a la presente pregunta, a la reafirmación de elementos básicos del mensaje cristiano: la valoración del amor humano en todas sus manifestaciones; el elogio de la generosidad en la aceptación de los hijos; el reconocimiento del valor del matrimonio aun en el caso de que sea infecundo; la denuncia de las prácticas abortivas y antinatalistas; el dolor ante la quiebra de la concepción cristiana de la vida que se manifiesta en aquellos padres que se cierran a los hijos (que «ciegan las fuentes de la vida», según la expresión que solía emplear) o que ven en la llegada de un hijo no un don –quizás, en ocasiones, inesperado, pero siempre reconocido y recibido como don–, sino una carga que no se ha conseguido evitar... Y, como contrapunto, la proclamación, una vez más, de la grandeza de la vocación matrimonial y del don de la vida. Sobre la doctrina de san Josemaría acerca de la paternidad y la maternidad como dones divinos hay referencias en textos ya citados; ver además: Javier ECHEVARRÍA, Itinerarios de vida cristiana, Barcelona 2001, pp. 155-164; Montserrat RUTLLANT, La fecundidad del amor conyugal, en Un amor siempre joven, cit., pp. 99-111; Patricio MENA, Matrimonio, procreación y sexualidad en las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, en Un mensaje siempre actual, cit., pp. 389-398.
94b alabo (MC, 1 ª-ss.) ] hablo de (T) 11 es fruto de (MC, 1 ª-ss.) ] resulta de (T)
94c «Son criminales, anticristianas e infrahumanas, las teorías que hacen de la limitación de los nacimientos un ideal o un deber universal o simplemente general». Estas palabras, escritas por san Josemaría después de dejar constancia de la posibilidad de que haya casos en que corresponda a la voluntad de Dios que una familia sea pequeña, constituyen una de las frases más netas y duras de la entrevista y de todo el conjunto de Conversaciones. La consideración de la limitación de los nacimientos como un ideal predicable en términos generales pone en entredicho el valor de la vida, y conduce a desnaturalizar las relaciones sexuales y la comunidad familiar, aparte de provocar graves consecuencias demográficas, como la experiencia ha puesto de relieve. También Juan Pablo II, en la Evangelium vitae, se expresa en términos fuertes, cuando, después de señalar que en diversos ambientes se está difundiendo una «cultura de la muerte», pone de manifiesto cómo con esa cultura están en relación, aunque sean realidades diversas entre sí, tanto el aborto como la actitud anticonceptiva (cfr. Enc. Evangelium vitae, 25-III-1995, n. 13).
94d en otra alocución (MC, 1 ª-ss.) ] en una alocución (T)
«Sería adulterar y pervertir la doctrina cristiana, querer apoyarse en un pretendido espíritu postconciliar para ir contra la familia numerosa». Las familias numerosas son objeto de valoración positiva no sólo en los textos citados por el fundador del Opus Dei, sino en otros muchos documentos magisteriales, como por ejemplo, limitándonos a los más recientes, JUAN PABLO II, Homilía en la Misa para las familias, Aeropuerto de Bamenda (Camerún), 12-VIII-1985; Saludo a la Asociación de Familias numerosas, en el discurso al final del rezo del Rosario, en Ludzmierz (Polonia), 7-VII-1997; BENEDICTO XVI, Palabras dirigidas a la Asociación Italiana de Familias Numerosas, en la audiencia general, 2-XI-2005; Discurso para la clausura del VI Encuentro Mundial de las Familias, México 18-1-2009.
«El 12 de febrero de 1966». Cfr. Alocución al Congreso Nacional del Centro Italiano Femminile, 12-II-1966, en Insegnamenti di Paolo VI, vol. 4, Tipografia Poliglotta Vaticana, 1967, p. 83.
94e «No es el número por sí solo lo decisivo». Poco antes, dentro de este mismo pasaje de Conversaciones, había escrito: «cuando alabo la familia numerosa, no me refiero a la que es consecuencia de relaciones meramente fisiológicas; sino a la que es fruto de ejercitar las virtudes cristianas». «Lo importante es la rectitud con que se viva la vida matrimonial», va a decir ahora. Ambos pasajes ponen de relieve el contexto no meramente cuantitativo o demográfico, sino espiritual, en que san Josemaría, y en general la doctrina cristiana, sitúan la cuestión de la natalidad. Lo que uno y otra defienden es una comprensión del ser humano como persona llamada al amor, a la generosidad y a la entrega, y por tanto que aprecia la vida, lo que, en el caso de los esposos, implica la apertura a la transmisión de la vida, en conformidad con el querer de Dios, y esto también en el caso de que sea legítimo pensar en un menor número de nacimientos.
«Difícilmente habrá quien se sienta buen hijo - verdadero hijo- de sus padres, si puede pensar que ha venido al mundo contra la voluntad de ellos». Estamos ante otra de las frases fuertes presentes en esta entrevista. San Josemaría se expresa con palabras duras, que evidencian la firmeza con que reacciona ante planteamientos que desnaturalizan el amor humano y niegan el valor de la vida, o sea, ante las actitudes anticonceptivas. Porque lo que el presente pasaje considera es precisamente la actitud o mentalidad anticonceptiva y no la continencia periódica, como quizá podría interpretarse sacando el pasaje de contexto, ya que la continencia periódica, cuando es vivida con un contexto moral y por razones serias y proporcionadas, no es un mero método, sino un modo de afrontar la vida matrimonial, en el que la conciencia de los problemas que puedan existir se articula con la virtud de la castidad, la decisión de fidelidad a la ley divina y la confianza en Dios, connotando siempre, al respetar los ritmos naturales, la apertura a la vida. De ahí la diferencia antropológica y moral entre el recurso a medios anticonceptivos y la continencia periódica, tantas veces subrayada por Juan Pablo II (cfr. especialmente Ex. apost. Familiaris consortio, n. 32).
95a «No comprendo». A partir de este momento, san Josemaría reentronca con lo ya expuesto al responder a la pregunta anterior, y lo hace recordando la necesidad de que la dirección espiritual y la práctica pastoral estén en concordancia con el magisterio pontificio. Los documentos a los que remite son los que ya hemos mencionado en la nota a n. 93a.
95c «Si alguna vez» (...), «yo me acomodaría a cuanto dijera el Santo Padre». Estas palabras presuponen el momento concreto en que se sitúa la entrevista, es decir, un periodo en el que Pablo VI, que se había reservado la resolución sobre las cuestiones morales planteadas por la píldora anovulatoria, todavía no había tomado una decisión sobre la eventual licitud o ilicitud de su uso. José Luis Soria, que vivía en Roma durante aquellos años (cfr. Introducción, primera parte, nota 157), recuerda en su testimonio la honda preocupación y el profundo sentido eclesial con que el fundador del Opus Dei vivió estos momentos (cfr. AGP, Serie A.5, leg. 251, carp. 4-l). Las palabras que escribe al contestar la entrevista evidencian la filial actitud de espera y la decisión de obediencia a la que, como cristiano, se sabía llamado. Como es bien sabido, la Humanae vitae, publicada sólo unos meses después, el 25-VII-1968, declaró ilícito el recurso a la píldora anovulatoria como medio para regular la natalidad (n. 14 de la encíclica), fundando esa decisión (n. 12) en el hecho de que ese uso implica romper, «por propia iniciativa», «la inseparable conexión que Dios ha querido (...) entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador». «El acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad». Rompiendo artificialmente –y eso es lo que realiza la píldora– la unión entre esos dos aspectos, se desnaturaliza el sentido de la sexualidad, con graves consecuencias tanto antropológicas como sociales (n. 17). Ya en la introducción histórica informamos sobre algunos de entre los numerosos estudios sobre la Humanae vitae: aquellos que nos parecía que ofrecían una panorámica más amplia; completemos ese elenco indicando que la enseñanza de la encíclica paulina ha sido reafirmada por los pontífices posteriores, tanto Juan Pablo II, en la Ex. apost. Familiaris consortio, ya citada, y en diversos discursos, como Benedicto XVI, en el discurso a los participantes en un congreso internacional sobre la actualidad de la Humanae vitae, el 10-V-2008.
95d «Salvarán a este mundo» (...) «los que saben que la norma moral está en función del destino eterno del hombre». En los dos últimos párrafos, la respuesta pasa de lo particular (el uso de la píldora anticonceptiva o la aceptación generosa de los hijos que un matrimonio reciba naturalmente) a lo general (la disyuntiva entre la vida cerrada o abierta al espíritu). Y apunta a la reafirmación del valor de las actitudes espirituales respecto a la orientación general de la historia.
96a «Si a pesar de todo, el Señor no les da hijos, no han de ver en eso ninguna frustración». El fundador del Opus Dei, después de haber invitado a considerar si es posible una solución médica, responde a la cuestión que le ha sido planteada desde el núcleo mismo de su mensaje espiritual: la santificación de la vida ordinaria y, en consecuencia, la aceptación confiada de la situación personal, dejando de lado toda «mística del ojalá». Es decir, toda huida de la realidad, todo ensueño de situaciones inexistentes, para afrontar la vida que cada uno esté llamado a vivir, acogiendo la voluntad de Dios y confiando en Él, aunque esa voluntad conduzca hacia situaciones diversas de las que en un principio se esperaban. Siguiendo el querer divino, el hombre y la mujer de fe encontrarán siempre múltiples ocasiones de servir y, por tanto, de alegría.
97b «La indisolubilidad del matrimonio no es un capricho de la Iglesia, y ni siquiera una mera ley positiva eclesiástica: es de ley natural, de derecho divino». El fundador del Opus Dei reitera aquí una doctrina que la Iglesia ha mantenido y mantiene, basada en las enseñanzas bíblicas, en especial las palabras del Génesis 2, 24 («serán los dos una sola carne»), reiteradas y reforzadas por Cristo mismo: «lo que Dios unió, que no lo separe el hombre» (cfr. Mt 19, 3-9; ver también Mc 10, l-12). E invita a quienes puedan sufrir la triste situación de la separación –siempre dura y, en algunos casos, incluso dramática–, a afrontarla con la misma actitud de fortaleza humana y confianza en Dios, a la que ha hecho referencia en la respuesta a la pregunta anterior. Desde el año en el que fue concedida la entrevista a Telva, el fenómeno de las separaciones y los divorcios ha crecido, por desgracia, trayendo consigo problemas tan dolorosos como los anteriores y, en algunos casos, nuevos; un análisis, seguido de propuestas pastorales, en la ya citada Ex. apost. Familiaris consortio, nn. 20 y 83-84.
97d «Jesús lo confirmó». Cfr. Mt 10, 1-12.
97f se santificará (MC, 1 ª-ss.) ] se hará santo (T)
«Lo que verdaderamente hace desgraciada a una persona». San Josemaría pasa, en este epítome final, de la situación concreta planteada a la visión de fondo, humana y cristiana, que sostiene lo que antecede. La vida, con todas sus incidencias, reclama ser afrontada con conciencia de que la felicidad no está en la mera satisfacción de expectativas y deseos, sino en el amor, de modo que las contradicciones, cuando vienen, ayudan a purificar la intención y hacen más profundo el amor. Perspectiva que la fe cristiana confirma y refuerza, manifestando la realidad de un Dios que es amor llevado hasta el infinito y que lo ordena todo, también las dificultades e incluso los males, hacia el bien de sus criaturas (cfr. Rm 8, 28; comentarios de san Josemaría a ese texto paulino en Amigos de Dios, 119; Camino, 378; Surco, 127; Forja, 1001).
98a lo que cada uno de los que con ellos conviven les puede enseñar (presente ed.) ] lo que cada uno de los que con él conviven le puede enseñar (T, MC, l ª-ss.)
«Mi respuesta no puede ser más que una: convivir, comprender, disculpar». La pregunta, aunque apunte a un problema que puede ser general, refleja lo que era la situación española a fines de los años sesenta y principios de los setenta, en los que, ante las perspectivas de un cambio político que se veía cercano, se produjeron diversidad de pareceres y tensiones que, unidas a veces a diferencias generacionales, podían redundar en la paz familiar. San Josemaría responde llamando a la comprensión y al cariño por encima de todo contraste de ideas o de cualquier otro tipo de divergencias.
98c El pluralismo (...) «no constituye para la Obra ningún problema: es más, ese pluralismo es una manifestación de buen espíritu». Esta frase repite casi literalmente otra de la entrevista a Tad Szulc: «Ese pluralismo no es, para la Obra, un problema. Por el contrario, es una manifestación de buen espíritu» (n. 48). Referencias muy parecidas a la realidad del pluralismo en las cuestiones temporales entre los fieles del Opus Dei se encuentran en los nn. 19 y 67, de las entrevistas en Palabra y L'Osservatore della Domenica respectivamente.
«La libertad que Jesucristo nos ganó». Cita implícita de Ga 5, 1.
«La caridad que El nos dio como mandamiento nuevo». Cita implícita de Jn 13, 34-35 y Jn 2, 7-8.
99a «En esto, como en tantas otras cosas, los cristianos tenemos la posibilidad de escoger entre soluciones diversas». Mons. Escrivá de Balaguer responde dejando constancia de la legitimidad del pluralismo, también en las opciones pastorales, y explicando, a continuación, el modo de proceder según el espíritu del Opus Dei y las razones en que se basa. A ese efecto distingue entre dos posibilidades:
a) las actividades de formación espiritual (meditaciones, charlas de doctrina, retiros mensuales, cursos de retiro, etc.) que pueden ser, afirma, «más eficaces si acuden a ellas separadamente el marido y la mujer»;
b) las actividades educativas o de otro tipo que reclaman la presencia del matrimonio, como es el caso –es el ejemplo que pone– de las reuniones de padres de alumnos de un colegio. Podemos mencionar también los cursos organizados por los Centros de Orientación Familiar, nacidos a fines de los años sesenta con el asesoramiento científico y pedagógico del Instituto de Ciencias de la Educación (ICE) de la Universidad de Navarra, y difundidos posteriormente por diversas ciudades españolas y por otros países.
99h Como ves, (1ª-ss.)] Como ve, (T, MC)
100a «El problema es antiguo, aunque quizá puede plantearse ahora con más frecuencia o de forma más aguda». El problema de la diferencia generacional, que afloraba en una pregunta anterior, se hace ahora presente en referencia al tema de la educación. La respuesta, de singular longitud –signo de la importancia que san Josemaría otorga a la cuestión– se divide en dos partes. La primera está dirigida a los padres, a los que exhorta, expresándolo mediante un oxímoron audaz (que los hijos lleguen a tener «fraternidad con sus padres»: n. 100b), a saber ganarse la confianza y la amistad de sus hijos. La segunda está dirigida a los hijos, a los que pide mantener la capacidad de entusiasmo que es propia de la juventud y ser conscientes de que la correspondencia a los desvelos de sus padres ha de estar impregnada de veneración y cariño.
100b con un sentimiento (MC,1ª-ss.) ] y un sentimiento (T)
100c impidiendo (MC, 1ª-ss.) ] evitando (T)
102a «Beatería». Se entiende por beatería la forma de actuar propia de la persona calificada como beata, es decir, que vive una piedad que, aunque a veces sea sincera, resulta sensiblera y externa, e incluso un poco llamativa.
102b «En la de hoy como en la de hace cuarenta años». Cabe suponer que Mons. Escrivá de Balaguer tiene presente la juventud con la que había puesto en marcha la labor del Opus Dei, tras su fundación en 1928 (hacía entonces exactamente cuarenta años): es decir, a los jóvenes que se acercaron a él en los años treinta. Uno de aquellos jóvenes, Pedro Casciaro, recuerda al respecto un hecho significativo de esa capacidad de mover a una piedad cristiana recia, que caracterizó al fundador del Opus Dei: las palabras que le dirigió en 1935, poco después de recibir la autorización del obispo de Madrid para tener reservado el Santísimo Sacramento en el oratorio de la Residencia DYA, el primer centro del Opus Dei: «El Señor –me comentó, emocionado– jamás deberá sentirse aquí solo y olvidado; si en algunas iglesias a veces lo está, en esta casa, donde viven tantos estudiantes y que frecuenta tanta gente joven, se sentirá contento, rodeado por la piedad de todos. Tú ayúdame a hacerle compañía... Me conmovió aquel amor ferviente a la Eucaristía; y como la Residencia me pillaba relativamente de paso para ir a la Escuela de Arquitectura, decidí, gustoso, pasarme todas las veces que pudiera por aquel Oratorio para hacer un ratico de oración, como nos animaba a hacer el Padre, delante del Sagrario» (Pedro CASCIARO, Soñad y os quedaréis cortos, Madrid 1994, p. 26).
102c «Como se habla con un padre, con un amigo: sin anonimato, con un trato personal, en una conversación de tú a tú». La invitación a tratar a Dios con intimidad, como se trata a un amigo con quien se tiene confianza, fue constante en el fundador del Opus Dei, como pone de relieve el conjunto de los puntos que integran tanto Camino como Surco y Forja, y refleja el título del segundo de los libros publicados con sus homilías: Amigos de Dios. El entonces cardenal Ratzinger, en un artículo publicado con motivo de la canonización de san Josemaría, subrayaba este aspecto de la espiritualidad del fundador del Opus Dei, poniéndolo en relación con la experiencia interior del nuevo santo: «De Moisés se dice en el libro del Éxodo (Ex 33, 11) que Dios hablaba con él "cara a cara, como un amigo habla con un amigo". Me parece que, aunque el velo de la discreción esconde muchos detalles, hay fundamento suficiente para poder aplicar muy bien a Josemaría Escrivá eso de "hablar como un amigo habla con un amigo", que abre las puertas del mundo para que Dios pueda hacerse presente, obrar y transformar todo» (Joseph RATZINGER, "Lasciare operare Dio", en L'Osservatore Romano, 6-X-2002).
102f de devoción (MC, 1ª-ss.) ] piadosos (T)
102g «Las palabras que se rezan al pie del altar». Esas palabras del Salmo 42 eran rezadas, de acuerdo con las rúbricas previstas en el Misal Romano de San Pío V –también según la edición publicada por Juan XXIII en 1962, que es la que se utilizaba en 1968–, al pie del altar, al comenzar la Misa (en la reforma litúrgica de 1970 las oraciones al pie del altar fueron suprimidas). San Josemaría comentó muchas veces, en especial al ir avanzado en edad, que esa exclamación del salmista le ayudaba a sentirse siempre joven, con una juventud que se alimentaba del encuentro con Jesús en la Eucaristía (ver, por ejemplo, Amigos de Dios, n. 31).
103a «Considero que es precisamente el mejor camino para dar una formación cristiana auténtica a los hijos». El hecho de que san Josemaría quisiera añadir cuanto viene a continuación al publicar la entrevista en Mundo Cristiano induce a pensar que puede haber considerado que la respuesta a la pregunta anterior, muy densa y rica, pedía ser continuada con otra, que descendiera a detalles que ayudaran a canalizar y dar cuerpo a la vida de piedad.
103e «Las oraciones que aprendí cuando era niño, de labios de mi madre». La misma idea aparece en Camino, n. 553. Entre esas oraciones se encuentra un ofrecimiento de obras («¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos...») al que hizo referencia en diversos momentos (cfr. Amigos de Dios, n. 296); se trata de un texto compuesto por el jesuita italiano Nicola Zucchi en el siglo XVII y ampliamente difundido (cfr. Camino. Edición crítico-histórica, cit., nota al punto 553).
104c «Un sacerdote docto y piadoso». Esto es precisamente lo que el padre de san Josemaría hizo, cuando su hijo le comunicó su decisión de ser sacerdote: le puso en contacto con un clérigo amigo suyo, para que le orientara (cfr. Jaime TOLDRÀ, Josemaría Escrivá en Logroño, Rialp, Madrid 2007, p. 130).
104d «Pero el consejo no quita la libertad». Encontramos aquí una manifestación más de esa valoración y de ese aprecio por la libertad (ese «gran bien» «que hace al hombre capaz de amar y de servir a Dios», dirá algo más adelante), de los que ya hemos visto otros ejemplos dentro de esta misma entrevista en relación con realidades muy diversas: las opciones temporales, los métodos pastorales, los pareceres expresados por unos u otros de los miembros de la misma familia, etc. Ahora lo evoca en relación con esa cuestión, de importancia decisiva, que es la formación y orientación de los hijos. Los padres deben evitar «la tentación de querer proyectarse indebidamente en sus hijos», «de construirlos según sus propias preferencias»: su misión es ayudarles a que cada uno recorra, en libertad, su propio camino. Pueden y deben ejercer una acción de consejo, pero de un consejo que no ahoga la libertad, sino que la edifica.
105b «Retrógrado es más bien quien retrocede hasta la selva, no reconociendo otro impulso que el instinto». Estamos ante otra de las expresiones enérgicas presentes en esta entrevista, y en general en la predicación de san Josemaría siempre que se ponen en entredicho realidades fundamentales, como lo son el amor entre el varón y la mujer, y el matrimonio.
«Una imagen de Santa María, Madre del Amor Hermoso». Sobre esta imagen y su historia, ver, en la entrevista de Gaceta Universitaria, n. 85b y la nota correspondiente.
105c «Matrimonio a prueba?» Con palabras algo diversas, pero coincidentes con cuanto afirma aquí san Josemaría, se expresa la Ex. apost. Familiaris consortio, n. 80.
105d a un aislamiento desolador (MC, 1ª-ss.) ] al aislamiento más desolador (T)
106a «Para qué estamos en el mundo?» La situación social de la mujer soltera ha cambiado mucho desde 1968 hasta nuestros días. San Josemaría va a contestar transcendiendo el nivel sociológico, para ir al espiritual, hasta afrontar la cuestión del sentido de la vida. De ahí que la respuesta que ofrece siga siendo válida, por encima de las transformaciones sociales.
106b «El matrimonio es camino divino, es vocación. Pero no es el único camino, ni la única vocación». El fundador del Opus Dei responde a la pregunta sobre las mujeres a las que la vida lleva a quedarse solteras, con el mismo planteamiento de fondo encontrado al tratar de las mujeres separadas o de los matrimonios sin hijos: la verdadera vocación, aquella en la que cada persona está llamada a realizarse y a servir a los demás, es la que Dios quiere para cada uno.
106d «La sociedad es, a veces, muy dura -con una gran injusticia- con las que llama solteronas». Compárese este pasaje con el n. 92e donde se habla de «solterones que no comprenden o no aprecian el amor». En ambos casos el término «solterón» es usado con un sentido peyorativo (persona que elude el compromiso que el amor lleva consigo), muy presente en el lenguaje coloquial, aunque no aparezca registrado en el Diccionario de la Academia de la Lengua, que habla sólo de «persona entrada en años y que no se ha casado». Hay sin embargo una diferencia clara entre ambos pasajes: en n. 92e se asume el sentido peyorativo; aquí en cambio se rechaza, considerando una injusticia su uso, ya que hay mujeres que se han quedado solteras pero «difunden a su alrededor alegría, paz, eficacia».
107b «La mujer debe tratar de conquistar a su marido cada día; y lo mismo habría que decir al marido con respecto a su mujer». El matrimonio, la vida matrimonial, presupone el amor, un amor que debe conservarse siempre joven, tanto en sus aspectos espirituales como en los corporales. San Josemaría, ajeno a todo espiritualismo desencarnado, lo señala con claridad. La frase que viene poco después («las mujeres tienen la culpa del ochenta por ciento de las infidelidades de los maridos») se mueve en esa misma dirección, y se complementa con la que sigue: «la atención de la mujer casada debe centrarse en el marido y en los hijos. Como la del marido debe centrarse en su mujer y en sus hijos» (n. 107d). Marido y mujer, mujer y marido, deben estar pendientes el uno del otro sabiendo manifestar y alimentar ese amor que el matrimonio presupone, y al que compromete.
108a «Que se quieran». La formulación de la pregunta, en la que, a diferencia de otras, no se pide un consejo para la mujer sino para «los matrimonios», es congruente con la ampliación de la entrevista al publicarse en Mundo Cristiano. En todo caso, y más allá de ese detalle terminológico, la pregunta se ordena a desarrollar lo dicho o apuntado en la anterior. Sucede, en suma, algo análogo a lo que ocurría con la otra pregunta (la n. 103): en ambos casos san Josemaría se sirve de la publicación en Mundo Cristiano, para tratar con más extensión –y añadiendo otros detalles– una cuestión que desea completar.
108c «La gracia del sacramento». Aprovechemos esta afirmación, en la que se hace referencia expresa al matrimonio en cuanto realidad sacramental, para señalar algo que es patente, pero que no es ocioso recalcar: a lo largo de toda la entrevista, el fundador del Opus Dei sabe que está dirigiéndose a un público que es mayoritariamente cristiano, y habla por tanto desde una perspectiva cristiana. Lo que no excluye, como es obvio, que muchas de sus consideraciones sean fruto de la experiencia humana general, y tengan aplicación también en relación a matrimonios contraídos por personas no cristianas.
108e y al revés (MC, 2ª-ss.) ] o al revés (1ª)
108f «El preste Juan de las Indias». Personaje legendario medieval, señor de un reino cristiano en tierras exóticas (algunas fuentes lo sitúan en Asia, otras en Abisinia). Se trata de una referencia fantástica, muy común en la literatura española clásica. Está presente, por ejemplo, en el Quijote, en el capítulo 47 de la 1ª parte. Ver al respecto Nieves BARANDA, "El espejismo del Preste Juan de las Indias en su reflejo literario en España", en Antonio VILANOVA (ed.), Actas del X Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, vol. I, Barcelona 1992, pp. 359-364.
109a «Con sentido científico, porque es preciso que el trabajo en el hogar se desarrolle como lo que es: como una verdadera profesión». Esta afirmación, que tiene un alcance general –es decir, referida a las tareas del hogar, las desempeñe quien las desempeñe (ver, más arriba, notas a nn. 87a y 88e)–, está dicha aquí en referencia directa a las empleadas del hogar, la importancia de cuya labor fue siempre proclamada por san Josemaría. De ahí su denuncia de la minusvaloración de esta profesión y de las condiciones en que a veces se desarrolla, y su reclamación de que se arbitren las oportunas garantías jurídicas y los medios que faciliten la debida capacitación profesional de quienes se dedican a estas tareas. Es, por lo demás, un hecho que, al menos en los países más desarrollados, la situación sociológica ha cambiado mucho, y gran parte de las instancias planteadas aquí por san Josemaría han sido ya acogidas, y la misma figura de empleada del hogar se ha transformado profundamente. Sobre las labores apostólicas desarrolladas en este campo por mujeres del Opus Dei, vuelve al final de la respuesta; allí daremos algunos datos (cfr. nota a n. 100g).
109g «Con esa Escuela que se ha abierto en Madrid». Se trata de Los Tilos, que estaba ya en la fase final de su organización, y que se inauguró pocos meses después. Tras su apertura, ese mismo año, el propio san Josemaría visitaría el centro y consagraría el altar del oratorio, el 14 de octubre. Los Tilos nació como una escuela de formación profesional, que en su primera etapa ofreció las enseñanzas de Economía socio-familiar. Posteriormente, evolucionó hacia un colegio de primera y segunda enseñanza. Ha tomado el relevo Fuenllana, que, iniciada en 1974 y situada actualmente en Alcorcón, localidad del área metropolitana de Madrid, ofrece diversos ciclos de formación profesional, como los de Dietética y Nutrición y Hostelería y Turismo. Centros de formación análogos existen en otros países, como el Instituto de Ciencias Sociales y Económico Familiares (ICSEF), en Bogotá; el Instituto de Capacitación para Empresas de Servicio (ICES), en Buenos Aires; Punlaan School, en Nueva Manila (Filipinas), etc. En diversas ciudades españolas existen, junto a colegios mayores o residencias universitarias, Centros de Estudio y Trabajo (CET) que ofrecen la oportunidad de trabajar y estudiar a la vez, realizando una actividad en el área de hostelería –desarrollada en el propio colegio mayor–, con un horario laboral flexible, adaptado a las necesidades académicas, y facilitando además el alojamiento en el mismo centro, conviviendo con otras estudiantes; algunas alumnas de estos centros se orientarán hacia trabajos en la rama de hostelería y similares, otras seguirán en cambio las carreras que estudiaban y lo aprendido en el CET les ayudará a desempeñar su quehacer en los hogares que puedan formar. La existencia de los CET y la evolución que han tenido los otros centros mencionados en esta nota, y los citados en la nota a n. 88e, reflejan, por lo demás, la evolución sociológica que ha experimentado la figura de la empleada del hogar, a la que nos referíamos en la nota anterior.
110b «Es éste un tema en el que querría detenerme un poco». De hecho se extiende largamente: la respuesta ocupa dos números (110-111) de Conversaciones. Las razones de ese detenimiento son claras: era muy consciente de que están en juego realidades íntimamente relacionadas con su mensaje sobre la santificación en medio del mundo y también –en el fondo es lo mismo, pero desde otra perspectiva– con la necesidad de que la predicación sobre la pobreza que no se quede en el planteamiento de un ideal, bello en sí mismo, pero imposible de vivir en medio del mundo y, por tanto, existencialmente ineficaz. Toda la exposición se basa en un principio de fondo –la pobreza y el desprendimiento son virtudes que debe vivir todo cristiano–, y en la distinción entre dos modos de concretar ese ideal y, por tanto, de realizarlo, de manera que constituya un auténtico testimonio. De una parte, el modo de vivir la pobreza que es propio de los religiosos, a los que corresponde «dar siempre y en todo un testimonio público, oficial» (n 110e), lo que desemboca en «abandonarlo todo» y en proclamar, incluso «con un gesto estentóreo» (n. 110d), que nada tiene valor si se lo prefiere a Dios. De otra, el modo de vivir la pobreza al que está convocado el cristiano corriente, llamado a santificarse en medio del mundo, siendo uno más entre sus conciudadanos, familiares y colegas. También en este caso la pobreza tiene que ser una «pobreza real, que se note y que se toque» (n. 110f), hecha por tanto de sacrificio, de «prescindir de lo superfluo» (n. 111a), de estar «verdaderamente desprendido», de «llevar con alegría las incomodidades, si las hay, o la falta de medios», de «servicio a los demás» (n. 111b), de participación en tareas «en las que se ponga de manifiesto un afán de solidaridad humana y divina» (n. 111d). Y todo esto en el contexto de la vocación concreta que cada uno haya recibido, manifestando, desde dentro de su vida ordinaria, con la actitud del espíritu y con un desprendimiento y una generosidad efectivos, que el corazón no está puesto en los bienes materiales, sino en Dios y en los demás. De ahí la frase con la que termina la respuesta: «Para resumir: que cada uno viva cumpliendo su vocación. Para mí, el mejor modelo de pobreza han sido siempre esos padres y esas madres de familia numerosa y pobre, que se desviven por sus hijos, y que con su esfuerzo y su constancia –muchas veces sin voz para decir a nadie que sufren necesidades– sacan adelante a los suyos, creando un hogar alegre en el que todos aprenden a amar, a servir, a trabajar» (n. 111e).
111b «Todos los hombres, todas las mujeres -y no sólo los materialmente pobres- tienen obligación de trabajar». El trabajo es condición originaria del hombre, actividad a la que todo ser humano está llamado. Y también realidad íntimamente relacionada con el espíritu de pobreza. La pobreza implica, en efecto, no sólo desprendimiento, sino también servicio, lo que reclama poner en juego las propias virtualidades, tanto materiales como intelectuales, para producir bienes de los que puedan beneficiarse los demás. Y así san Pablo no sólo urge al deber de trabajar (cfr. 2Ts 3, 10); sino que, dirigiéndose a quien se apropiaba de los bienes de los demás, le impulsa a trabajar seriamente, «ocupándose con sus propias manos en algo honrado, para que así tenga con qué ayudar al necesitado» (Ef 4, 28). A partir de esos y de otros textos bíblicos, la tradición cristiana ha considerado siempre al hombre administrador de los bienes, tanto materiales como intelectuales, de los que pueda estar dotado, que debe hacer rendir en beneficio de los otros. «La pobreza –se lee en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia– se eleva a valor moral cuando se manifiesta como humilde disposición y apertura a Dios, confianza en Él. Estas actitudes hacen al hombre capaz de reconocer lo relativo de los bienes económicos y de tratarlos como dones divinos que hay que administrar y compartir, porque la propiedad originaria de todos los bienes pertenece a Dios» (PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ», Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 324).
111c sacrificarse (MC, 1ª-ss.) ] ese sacrificarse (T)
112a «Al responder a una pregunta de este tipo, siento la tentación -contraria a mi práctica habitual- de hacerlo de un modo polémico». La cuestión planteada en esta pregunta coincide con la ya formulada, aunque en algún momento con una perspectiva algo diversa, en la entrevista de Palabra, nn. 9 y 14; en los tres casos se expone la misma doctrina, es decir, se reafirma a la vez la responsabilidad que todo cristiano tiene en relación con la totalidad de la Iglesia, y la ordenación específica del laico, del cristiano corriente, a la santificación de las realidades temporales. Señalemos también que san Josemaría tiene presente ante todo –como dice algo más adelante– al «cristiano corriente, hombre o mujer» (n. 112d): es esto lo que explica que, aunque en la pregunta se hable de la mujer en general, la respuesta deje implícitamente fuera el caso de las religiosas, para las que algunas de las cosas que ahí se señalan no serían de aplicación.
113a «Los dos textos de la Sagrada Escritura, correspondientes a la Misa del domingo XXI después de Pentecostés». Se trataba, concretamente, según el misal de San Pío V en la edición aprobada por Juan XXIII en 1962, que era el entonces vigente, de Ef 6, 10-17 y Mt 18, 23-35. En su homilía, san Josemaría los evoca (al final vuelve sobre un pasaje de la primera lectura: cfr. n. 123c), invitando a la asamblea, «una gran familia de hijos de Dios», a que los reviva en su interior y se sitúe ante el sacrificio eucarístico que se renueva sobre el altar (n. 113b-c). A partir de la realidad eucarística se va a desarrollar, en efecto, la homilía.
«La impresionante Eucaristía que hoy celebramos en el campus de la Universidad de Navarra». La escena debía de producir, en efecto, una fuerte impresión. «Mons. Escrivá de Balaguer celebró la Sagrada Eucaristía al aire libre», rememora un testigo, «situado el altar junto a las columnas que señalan la entrada al Edificio de Bibliotecas. Cerca de 25.000 personas participaron en aquella santa celebración, ocupando la gran explanada que enmarcan el Edificio Central y el de Bibliotecas. Era un día de sol radiante» (Pedro RODRÍGUEZ, "Vivir santamente la vida ordinaria", en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, Eunsa, Pamplona 1993, p. 226).
113b Considerad (H, 14ª-ss.) ) Considerar (1ª-13ª)
«Celebramos, por tanto, la acción más sagrada y trascendente que los hombres, por la gracia de Dios, podemos realizar en esta vida». Estas palabras reflejan bien la arraigada conciencia de san Josemaria acerca del valor de la Eucaristía; las que siguen subrayan a su vez la hondura con que predica que la celebración eucarística debe influir en la vida concreta del cristiano. Sobre esta doctrina acerca de la santa misa como centro y raíz de la vida espiritual, ver M. Mercedes OTERO, "El alma sacerdotal del cristiano", en Scripta Theologica, 13 (1981), pp. 629-654; Ángel GARCÍA IBÁÑEZ, "La Santa Messa, centro e radice della vita del cristiano", en Romana, 15, 1999, pp. 148-165; Javier ECHEVARRÍA, Eucaristía y vida cristiana, Madrid 2005; Cruz GONZÁLEZ AYESTA, "El trabajo como una Misa. Reflexiones sobre la participación de los laicos en el munus sacerdotale en los escritos del fundador del Opus Dei", en Romana, 26, 2010, pp. 200-221; Ernst BURKHART y Javier LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, vol. I, pp. 542-567.
«Como desligarnos de nuestras ataduras de tierra y de tiempo, para estar ya con Dios en el Cielo». «Ese "estar ya" y "no estar aún" característico de la participación en la Eucaristía y extensible, bajo distintas razones, a la entera existencia cristiana entendida en plenitud de sentido, es el punto de partida de la homilía» (Antonio ARANDA, El bullir de la sangre de Cristo, Madrid 2000, p. 264). Conviene añadir que san Josemaría subraya el «estar ya», puesto que, como enseña la Carta a los Hebreos, en la fe tenemos la substancia de las realidades que esperamos (Hb 11, 1). El amor de Dios se nos ha dado a conocer y la gracia divina se nos ha comunicado; por eso el cristiano puede vivir con una conciencia clara de la cercanía amorosa de Dios, siendo «contemplativo en medio del mundo». Desde esta perspectiva, parece acertado el análisis de la estructura de la homilía que hace Pedro Rodríguez (cfr. "Vivir santamente...", cit., pp. 232-ss.), distinguiendo entre un momento ascendente (nn. 113-116), que culmina en la declaración según la cual «cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios» (n. 116b), para desde ahí (nn. 116c y ss.) descender a la consideración de diversos aspectos de la vida ordinaria. La expresión «contemplativos en medio del mundo» no aparece en Conversaciones, aunque sí la realidad a la que se refiere; sobre esa expresión pueden verse: José Luis ILLANES, La santificación del trabajo, loa ed., Palabra, Madrid 2001, pp. 117-145; Manuel BELDA, "Contemplativos en medio del mundo", en Romana, 14 (1998), pp. 326-ss.; y Ernst BURKHART y Javier LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, vol. I, pp. 323-340, entre otros.
113c «Espiritualista, quiero decir». En su comentario sobre la homilía, André Léonard sostiene que el texto se desarrolla partiendo de la contraposición entre un espiritualismo excesivo o reductor y un secularismo (cfr. "Le matérialisme chrétien de Josemaría Escrivá", en Annales Theologici, 17, 2003, pp. 174-176); Pedro Rodríguez (cfr. "Vivir santamente...", cit.) subraya más bien que san Josemaría aspira a superar la contraposición entre un espiritualismo desencarnado y un materialismo cerrado a la realidad del espíritu mediante la afirmación de un «materialismo cristiano». Las dos interpretaciones son válidas. La homilía se desarrolla, en efecto, comenzando con la crítica de un modo de entender el cristianismo que conduce a concebir la vida espiritual como una vida destinada a desarrollarse sólo, o al menos casi exclusivamente, en el templo y a través de prácticas de piedad, y por tanto al margen de la vivencia ordinaria. A partir de ahí, pone de manifiesto que espíritu y materia no se contraponen, ya que el espíritu está llamado a informar la materia para llevarla hacia Dios; más concretamente, a asumir todas las acciones, también las más vulgares y materiales, con conciencia de la presencia de Dios y en actitud de amor y de servicio. En el tiempo en que san Josemaría predicó esta homilía, el mundo cultural estaba surcado por diversos naturalismos y materialismos, así como por una «teología de la secularización» o «de la muerte de Dios» que postulaba que el cristiano debía aceptar que la cultura había llegado a un estado de obscurecimiento de la realidad de lo divino y, por tanto, se debía renunciar a todo intento de hacer presente a Dios en la realidad temporal o terrena. San Josemaría conocía esos planteamientos, a los que se opone radicalmente, pero desarrolla su discurso no desde una perspectiva cultural, sino apostólica; de ahí que comience criticando los espiritualismos desencarnados, y entrando en polémica con el secularismo indirectamente, para hacerlo directamente sólo en un segundo momento, una vez esbozadas, frente al espiritualismo mal entendido, las líneas de un materialismo cristiano que, señala, «se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu» (n. 115a). Sobre la temática de la secularización, tal y como se planteaba en aquellos años, puede encontrarse información y bibliografía en José Luis ILLANES, Hablar de Dios, Madrid 1969. Sobre la distinción entre «secularización» y «secularismo», de una parte, y «secularidad», de otra, y sobre la doctrina de san Josemaría al respecto, ver Alfredo GARCÍA-SUÁREZ, "Existencia secular cristiana", en Eclesiología, catequesis, espiritualidad, Pamplona 1998, pp. 643-665; Pedro RODRÍGUEZ, "Vivir santamente la vida ordinaria", cit., pp. 241-249; Jorge MIRAS, Fieles en el mundo. La secularidad de los laicos cristianos, Navarra Gráfica Ediciones, Pamplona 2000; José Luis ILLANES, Existencia cristiana y mundo. Jalones para una reflexión teológica sobre el Opus Dei, Eunsa, Pamplona 2003, pp. 133-154.
113f «¿No os confirma esta enumeración, de una forma plástica e inolvidable, que es la vida ordinaria el verdadero lugar de nuestra existencia cristiana?» La consideración del «lugar» en que se estaba celebrando la Eucaristía, al aire libre y rodeado de edificios universitarios, da ocasión a san Josemaría para poner de manifiesto, de manera plástica, la necesidad de superar toda rígida distinción entre «templo» y «vida profana»: los lugares y tiempos sagrados tienen su razón de ser –más aún, son decisivos para la experiencia religiosa y cristiana–, pero no encierran al creyente en un mundo aparte, sino que le llevan a tomar conciencia de la cercanía de un Dios creador de todas las cosas, que se acerca a nosotros en Cristo resucitado y en el Espíritu Santo y al que, por tanto, se puede y se debe encontrar no sólo en la celebración litúrgica, sino en todos los lugares del mundo. Como ha escrito Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) comentando la resurrección y la ascensión de Cristo, «puesto que Jesús está junto al Padre, no está lejos sino cerca de nosotros. Ahora ya no se encuentra en un solo lugar del mundo, como antes de la "ascensión"; con su poder supera todo espacio, Él no está ahora en un solo sitio, sino que está presente al lado de todos, y todos lo pueden evocar en todo lugar y a lo largo de la historia» (Jesús de Nazaret, Madrid 2011, p. 329).
114a «Y vio que era bueno». La afirmación de la bondad del mundo es central en san Josemaría: «Hemos de amar el mundo, el trabajo, las realidades humanas. Porque el mundo es bueno; fue el pecado de Adán el que rompió la divina armonía de lo creado, pero Dios Padre ha enviado a su Hijo unigénito para que restableciera esa paz. Para que nosotros, hechos hijos de adopción, pudiéramos liberar a la creación del desorden, reconciliar todas las cosas con Dios» (Es Cristo que pasa, 112; otros textos en ibid., 183-184). También es central en su mensaje el hecho de que esa afirmación no se sitúe sólo en un terreno especulativo, sino que conduzca de forma inmediata a reconocer que «hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno (...) descubrir» (n. 114b). Sobre el amor al mundo en san Josemaría Escrivá de Balaguer, ver el apartado 6 de la segunda parte de la Introducción general.
114b «Hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes». En parte ya se ha comentado esta frase (o sus presupuestos: cfr. notas a los números 113c y 114a). Añadamos ahora que se trata de una expresión que reafirma la cercanía de Dios y la realidad de su llamada, hoy y ahora, partiendo de un fundamento netamente cristológico: en la humanidad de Cristo se manifiesta su divinidad, y el cristiano, siguiendo el camino que le marca la realidad del Verbo encarnado, ha de descubrir a Dios en la vida ordinaria, advirtiendo, gracias al don de la fe, el horizonte sobrenatural de cuanto integra la propia existencia: «tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios», escribe san Pablo (1Co 10, 31). La raíz cristológica de la doctrina espiritual de san Josemaría ha sido bien comentada por Antonio ARANDA, El bullir de la sangre de Cristo, cit., pp. 153-178, y por André LÉONARD, "Le matérialisme chrétien de Josemaría Escrivá", cit., pp. 179-183, que destaca la armónica continuidad entre lo humano y lo divino, en recíproca promoción, sin confusión ni separación, que se da en la doctrina del fundador del Opus Dei. El artículo de André Léonard publicado en Annales Theologici, al que acabamos de remitir, es la ampliación de uno más breve, aparecido en L'Osservatore Romano, 6-X-2002, Suplemento, p. 17, del que reproducimos una frase: «Mons. Escrivá relaciona acertadamente la unión de lo divino y lo humano con el misterio de Cristo. Desde los primeros siglos de la Iglesia, la fe católica ha buscado modos de pensar la unidad de la divinidad y la humanidad en Cristo, confutando las herejías. La unidad de Cristo no puede consistir en una yuxtaposición o separación (nestorianismo), ni en una confusión, ya sea mediante la reducción de la humanidad de Cristo a su divinidad (docetismo y monofisismo) o, al revés, de su divinidad a su humanidad (adopcionismo y arrianismo). (...) El materialismo cristiano de Mons. Escrivá, que aspira a relacionar positivamente, sin separación y sin confusión, la más alta espiritualidad y el empeño secular ordinario, se apoya sobre bases sólidas, es decir, sobre fundamentos cristológicos que garantizan frutos duraderos».
114c «Por los años treinta». Es decir, en los primeros tiempos del Opus Dei.
«La tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida». Estamos ante uno de los puntos clave del mensaje de san Josemaría: la afirmación de la unidad de vida como ideal. En su enseñanza, el fundador del Opus Dei conecta con la tradición ascética (enraizada en el Evangelio: «nadie puede servir a dos señores», Mt 6, 24), que recalca la necesidad de una orientación decidida del corazón hacia una meta que unifique la existencia. Pero, supuesta esa consideración básica, subraya que esa unidad debe abarcar todos los aspectos o niveles de la existencia, también los propios de la vida ordinaria en medio del mundo. Debe ser, en suma, fruto de una fe y una caridad que informen la totalidad del actuar laical y secular, orientándolo hacia la oración y el apostolado, hacia la unión con Dios y el servicio a los demás, también procurando hacerles partícipes de ese don supremo que es la amistad con Dios. Sobre la unidad de vida según san Josemaría, ver Juan Bautista TORELLÓ, "La espiritualidad de los laicos", en Nuestro Tiempo, 127 (1965), pp. 3-20; Iñaki CELAYA, "Unidad de vida y plenitud cristiana", en Fernando OCÁRIZ e Iñaki CELAYA, Vivir como hijos de Dios. Estudios sobre el Beato Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 1993, pp. 93-128; y Ernst BURKHART y Javier LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, vol. III, epílogo, en prensa.
114d «Como esquizofrénicos». La esquizofrenia o personalidad escindida es una grave enfermedad psíquica con características que hacen muy gráfica la comparación del fundador del Opus Dei. Es evidente, sin embargo, que aquí usa el vocablo en su sentido metafórico, coloquial, sin ninguna referencia a quienes puedan sufrir esa grave enfermedad, por los que, como por todos los enfermos, manifestó siempre respeto, cariño e incluso veneración, porque veía en ellos a Cristo (cfr. Camino, n. 419). Este significado literario o metafórico es de uso frecuente, como pone de manifiesto el hecho de que el Diccionario abreviado del español actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos (Madrid 2000), al referirse a la palabra «esquizofrenia», distinga entre una acepción médica y otra literaria, definiendo esta segunda como «disociación o divergencia entre pensamiento o palabra y conducta o realidad». En algunas traducciones de Conversaciones, en países donde hay una especial sensibilidad hacia esta temática, se ha optado por recurrir a un giro verbal, para evitar la referencia a la esquizofrenia; así por ejemplo, en países de habla inglesa, algunas ediciones dicen literalmente «we cannot be like schizophrenics», pero en otras, en cambio, se lee «we cannot have a split personality».
115a «Desencarnación». «Es otra manera de nombrar a los falsos espiritualismos. Lo que Mons. Escrivá tiene contra estas antropologías no es precisamente su estimación positiva de las realidades espirituales, sino (...) su tendencia monista a la hora de mirar al hombre (...). Desencarnación: ésta es la palabra y éste es el concepto. Perfección humana, unión con Dios, santidad, etc. vendrían entendidas como superación de la carne, del cuerpo, de la materia, y de lo que esa realidad material comporta. Mons. Escrivá va a afirmar todo lo contrario» (Pedro RODRÍGUEZ, "Vivir santamente la vida ordinaria", cit., pp. 244-245).
«Un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu». Frase clave, central en la homilía, que ya hemos comentado, pero a la que no podemos por menos de volver para completarla con algún dato histórico. La idea según la cual el cristianismo implica una afirmación positiva de la materia como creada por Dios es tan antigua como el cristianismo, y fue fuertemente reafirmada en la polémica de los Padres de la Iglesia frente al gnosticismo y al maniqueísmo. La expresión «materialismo cristiano» es, en cambio, moderna; de hecho sólo se encuentra en san Josemaría y en algún otro autor contemporáneo o un poco anterior, como Jean Daniélou, aunque con un sentido algo distinto (cfr. Ernst BURKHART y Javier LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, vol. III, en prensa, cap. 7°, y Guillaume DERVILLE, Histoire «mystique». Les sacrements de l'initiation chrétienne chez Daniélou, tesis doctoral en la Pontificia Universitá della Santa Croce, Roma, 2000, pp. 432-435).
115b «Huellas de la Encarnación del Verbo, como afirmaron los antiguos». Las palabras «como afirmaron los antiguos» son muy amplias y no permiten determinar la fuente a la que remite san Josemaría. La consideración de los sacramentos como prolongación de la Encarnación, y la afirmación según la cual las realidades materiales dan a conocer las espirituales, es muy antigua, pero la expresión «los sacramentos huellas de la Encarnación» no es usual. Santo Tomás de Aquino la emplea en una ocasión, concretamente comentando el Salmo 16 (17), versículo 5, «Perfice gressus meus in semitis tuis, ut non moveantur vestigia mea», del que ofrece dos interpretaciones, de las cuales la segunda va en la dirección indicada por san Josemaría: la petición a Dios para que conserve la rectitud del corazón, o para que conserve en la Iglesia esos vestigios o huellas de Cristo que son los sacramentos: «petit Christus pro Ecclesia ut gressus ejus perficiantur, et vestigia, idest sacramenta, non moveantur» (Super salmum 16, n. 1, en el tomo 14 de la edición de Parma de las obras completas de santo Tomás de Aquino; el comentario sobre los salmos pertenece al grupo de los reportata).
«No veis que cada sacramento». Se pasa en todo este párrafo de la fundamentación cristológica a la eclesiológico-sacramental. Así como el cuerpo físico, concreto, de Jesús manifestaba la divinidad («el que me ve a mí, ve al que me ha enviado»: Jn 12, 45), su cuerpo místico, la Iglesia, y especialmente los sacramentos, hacen presente a Cristo a lo largo del mundo y de la historia. Las realidades materiales dan a conocer las espirituales. Y a la inversa –a esto apunta san Josemaría–, desde lo material le es dado al hombre elevarse a lo espiritual. Se trata, dirá el párrafo siguiente, de «un movimiento ascendente que el Espíritu Santo, difundido en nuestros corazones, quiere provocar en el mundo: desde la tierra, hasta la gloria del Señor» (n. 115c).
116a «Ese algo divino que en los detalles se encierra». La expresión «algo divino», ya comentada (cfr. nota a 114b), aparece aquí, y en otros pasajes de la homilía (cfr. nn. 119a y 121b), siempre en castellano. Puede, no obstante, tener su origen, a nuestro parecer, en la formula latina quid divinum, de raíz precristiana, que se usaba en la antigüedad para hablar de la perfección o el genio en el arte, de las propiedades curativas de ciertas aguas, etc., y también, más filosóficamente, del intelecto en el hombre y de las leyes que gobiernan el mundo (cfr. CICERÓN, De Legibus, I, 61). El fundador del Opus Dei conocía probablemente esa procedencia, pero en esta homilía prefiere utilizarla en castellano, tal vez para no tener que proceder a traducirla. Quienes han rememorado la homilía no han vacilado en latinizarla: «nos animó (...) a que, como consecuencia de una profunda vida eucarística (...), sepamos descubrir el quid divinum que se encierra en todas las circunstancias y ocupaciones, hasta las que parecen más materiales» (Javier ECHEVARRÍA, Homilía en el 50° aniversario de la erección del Estudio General de Navarra en universidad y de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra, Pamplona, 23-X-2010, en Romana, 51, 2010, p. 347; cfr. también Julián HERRANZ, En las afueras de Jericó, Rialp, Madrid 2007, p. 415).
«Aquellos versos del poeta de Castilla». Se trata de Antonio Machado (1875-1939), andaluz de nacimiento, pero castellano por adopción (vivió en Castilla y cantó a los Campos de Castilla). Machado tiene dos series de "Proverbios y cantares": la incluida en Campos de Castilla (la ed., 1912), y la de Nuevas canciones (1ª ed., 1924). El «proverbio» que aquí cita san Josemaría es de este último libro.
116b «En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria». He aquí otro de los puntos culminantes de la homilía, en frase sintética, que resume cuanto se venía diciendo: con la fe y la caridad, con la gracia y la acción del Espíritu, el cielo se hace presente en los corazones de quienes, viviendo en la tierra, están llamados a dirigirse hacia Dios, no ya apartándose de la tierra, sino cultivándola, llevando adelante la historia con conciencia del horizonte teologal de la existencia humana. El perfecto engarce de la frase con los pasajes que anteceden y que siguen, podría llevar a pensar que fue acuñada en el momento de redactar la homilía. No es así, sin embargo, pues se trata de un pensamiento que ya aparecía casi con las mismas palabras en la Hoja informativa n. 5, de mayo de 1949 (cfr. AGP, Serie A-2, 20-1-l); hecho que pone de relieve las hondas raíces que los textos más modernos de san Josemaría tienen en su predicación desde muchos años atrás. Las Hojas informativas eran publicaciones mensuales a multicopista que, desde 1949 a 1953, se enviaban desde la sede del Consejo General a todos los centros de la Obra, con noticias y comentarios sobre la labor apostólica. Al principio incluían una frase breve del fundador, que se ofrecía a la consideración de todos.
116c «Vivir santamente la vida ordinaria». Pedro Rodríguez ha escogido esta frase como título para su comentario sobre la homilía. Como se ha señalado en la nota al n. 113b y en la introducción, es en este punto donde la homilía concluye su línea ascendente, de exposición de doctrina, y acomete la descendente, de aplicación práctica de esa doctrina. «Es ése el momento –la cumbre del ascenso– en que dice: En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria... El texto impreso señala aquí unos puntos suspensivos. Reflejan con toda exactitud la pausa que hizo Mons. Escrivá en la lectura. El párrafo inmediato se inicia con una pausada repetición: Vivir santamente la vida ordinaria, acabo de deciros. Y con esas palabras me refiero a todo el programa de vuestro quehacer cristiano. Ahí comienza, en efecto, el descenso: desde ahí nuestro Gran Canciller irá desgranando las consecuencias prácticas de la doctrina espiritual hasta entonces elaborada» (Pedro RODRÍGUEZ, "Vivir santamente la vida ordinaria", cit., pp. 233-234).
116d «Pensad, por ejemplo, en vuestra actuación como ciudadanos en la vida civil». Es el primero de los campos del quehacer cristiano en que va a fijarse. Ante todo, subraya la necesidad de una adecuada formación profesional y, enseguida, pasa a hablar de la libertad de la que el cristiano goza en las cuestiones temporales, y en consecuencia la personal responsabilidad con que debe asumir las decisiones y actuaciones a las que llegue. El tema se prolonga en los párrafos siguientes con una crítica al «clericalismo», en el que pueden incidir tanto clérigos como laicos, y con la promoción de una «mentalidad laical», expresión con la que designa una actitud o modo de pensar consciente a la vez de la libertad del cristiano, de la autonomía de las realidades terrenas y de la trascendencia de la Iglesia (n. 117a-d). El profesor Arturo Cattaneo, en un estudio sobre la espiritualidad laical basado en esta homilía, comenta que el fundador de la Obra pone de manifiesto tres peligros que amenazan la existencia del cristiano, llamado a vivir en el mundo: el espiritualismo desencarnado, el materialismo cerrado al espíritu y el clericalismo. Los dos primeros suponen una separación entre los ámbitos terreno y sobrenatural; el tercero, en cambio, una confusión entre esos dos órdenes, que a fin de cuentas conduce a servirse de la Iglesia para fines temporales, sin respetar la legítima autonomía del ámbito civil. De ahí que la solución sea «difundir (...) una verdadera mentalidad laical» (n. 117a), con los tres rasgos o consecuencias que san Josemaría le atribuye, y que Cattaneo interpreta como tres diferentes dimensiones de la libertad, que es el punto fuerte de esa mentalidad laical: la libertad individual, la libertad intersubjetiva y la libertad de la Iglesia (cfr. Arturo CATTANEO, "Tracce per una spiritualità laicale offerte dall'omelia Amare il mondo appassionatamente", en Paul O'CALLAGHAN, ed., Congresso Internazionale `La grandezza della vita quotidiana", vol. V-1, Figli di Dio nella Chiesa, Roma 2004, pp. 157-176).
118a «Parte muy principal del mensaje que el Opus Dei difunde». Después de hablar de la mentalidad laical en el n. 117, en los tres siguientes (118-120) expone algunos rasgos del Opus Dei, muy relacionados con el marco doctrinal que acaba de trazar (de ahí que mencione, en primer lugar, su condición de «ciudadanos iguales a los demás» y su neta distinción de los religiosos). Varias de las frases incluidas en estos párrafos, fuertes en la expresión, presuponen algunos de los sucesos de la segunda mitad de los años sesenta, relacionados con la crisis eclesial del momento, las incidencias en el itinerario jurídico del Opus Dei y las tensiones existentes en diversos ambientes eclesiásticos, temas sobre los que pueden encontrarse datos abundantes en Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, III, cap. XXIII.
118b «Contemptus mundi». Ver nota a n. 66d.
«Sacerdote de Jesucristo, que ama apasionadamente el mundo». De esta expresión ha sido tomado el título de la homilía. Se trata de una declaración que aparece ya casi al final del texto, pero la decisión de asumirla para fijar el título no es arbitraria: lo que el fundador del Opus Dei dice de sí mismo, en este pasaje, es representativo del núcleo de cuanto afirma en la homilía, en referencia al cristiano que vive en el mundo.
119a «Quienes han seguido a Jesucristo». La descripción que hace de los miembros del Opus Dei es sintética y clara. Comienza por los sacerdotes que provienen de los laicos ya pertenecientes a la Obra (hoy diríamos los que forman el presbiterio de la prelatura), para pasar luego a referirse a los sacerdotes incardinados en diversas diócesis, que se incorporan a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, y finalmente a los laicos, modo de proceder que le permite –entre otras cosas– concluir subrayando la gran diversidad de personas (solteros y casados, de países y culturas muy distintas) que integran el Opus Dei. En los párrafos sucesivos, la descripción de la actividad del Opus Dei se prolonga con la referencia a las labores apostólicas que sus fieles pueden promover, siempre con un tono secular y una plena inserción en el entorno civil y laboral. En el número 119, comienzan los números que el fundador del Opus Dei, al revisar la homilía en Elorrio, indicó que se añadieran, para hacer referencia a esas labores apostólicas y a la Asociación de Amigos de la Universidad (ver Introducción, primera parte, apartado VI, 2).
119b «No tiene ni tendrá jamás como misión regir Seminarios diocesanos». El fundador de la Obra sienta aquí un criterio que está íntimamente relacionado, no sólo con la condición laical de la gran mayoría de los fieles del Opus Dei –contexto en el que se sitúa el pasaje de la homilía que comentamos–, sino también con el cariño –eco de su experiencia personal– que siempre tuvo a los sacerdotes diocesanos, y con el profundo respeto a las instituciones de todas y cada una de las diócesis con las que él personalmente o el Opus Dei hubieran estado o pudieran estar en relación. Distintos de los seminarios diocesanos son los colegios o seminarios nacionales o internacionales, que pueden surgir en ciudades en las que tienen su sede facultades de teología a las que acuden seminaristas de diversas diócesis, que son acogidos en esos colegios. Ya desde antiguo existían seminarios de este tipo en Roma y en otros países. Al desarrollarse facultades de teología llevadas por el Opus Dei, primero en Pamplona, en el seno de la Universidad de Navarra, luego en Roma, en el seno de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, la Santa Sede procedió a erigir, en cada una de esas ciudades, un nuevo colegio internacional, confiándolo al Opus Dei: en 1988, el Colegio Internacional Bidasoa, en Pamplona; en 1991, el Collegio Internazionale Sedes Sapientiae, en Roma. En ambos casos se mantiene una frecuente relación con los obispos que han enviado allí seminaristas, en los que se fomenta el deseo de servir a la diócesis de que provienen y a la que regresarán al término de sus estudios.
120a «Mar sin orillas.» Sobre los posibles orígenes de esta expresión, ver las hipótesis planteadas en la nota a n. 57a.
120c «Una vez más». En todas sus visitas a Pamplona, el fundador del Opus Dei dejó constancia de su aprecio por Navarra y su capital, agradeciendo la acogida que habían dispensado a la Universidad, así como por los Amigos de la Universidad (sobre la Asociación de Amigos se ha hablado ya en varias de las entrevistas: ver nn. 51c y 82c, con sus notas).
120e «Un acceso a las profesiones intelectuales, que -de otro modo- sería arduo». La universidad estatal más próxima a Pamplona era entonces la de Zaragoza. Entre ambas ciudades, la distancia no es pequeña: 180 kilómetros, que en aquel momento (las comunicaciones no tenían el nivel de las actuales) se tardaba casi tres horas en recorrer. Sólo en 1987, o sea treinta y cinco años después de creada la Universidad de Navarra, se abriría en la capital navarra, por iniciativa de las autoridades regionales, una universidad financiada con fondos públicos.
120f «Sigo manteniendo la esperanza» (...) «de que llegará el momento en el que el Estado español contribuirá, por su parte, a aliviar las cargas». La cuestión estaba viva, como se desprende de la lectura de la entrevista a Gaceta Universitaria (cfr. n. 83d). San Josemaría volvería a ocuparse del tema unos meses más tarde, en la entrevista de L'Osservatore della Domenica (cfr. n. 71g). No se puede decir que ese auspicio se haya visto realizado. De otra parte, es preciso tener en cuenta que, desde entonces, la organización del Estado español se ha descentralizado y hoy en día son sobre todo las comunidades autónomas las que, en su caso, aportan financiación pública a las iniciativas educativas privadas. La Universidad de Navarra publica todos los años, también en su página web, su memoria económica. Ahí se puede comprobar que el Estado español contribuye exclusivamente a algunos gastos de investigación y becas de postgrado. Es más cuantioso lo que aporta el Gobierno de Navarra. Aun así, en el balance de la Universidad, incluyendo todas sus actividades, también las de la Clínica, la financiación privada (15% en el curso 2008-2009) supera a la pública (8%). Ambas son ampliamente superadas por los ingresos propios de la Universidad (77%).
121a Hasta la 9ª edición de Conversaciones, el n. 121 comenzaba en el párrafo anterior («Sigo manteniendo...»). Se trataba de un error. En la l0ª quedó fijado en su lugar actual.
«Me refiero al amor humano». En la línea «descendente» de la homilía, es decir, en la línea dirigida a mostrar algunas de las implicaciones de la doctrina de fondo, expuesta en los párrafos anteriores (cfr. notas a nn. 113b y 116c), este es el segundo gran tema que san Josemaría afronta. El primero es la actuación del cristiano en la vida civil (nn. 116-117), prolongado con el excurso sobre el Opus Dei y la Universidad de Navarra (nn. 118-120). Del amor humano (es decir, del amor entre el hombre y la mujer) va a hablar, brevemente pero con profundidad, en el n. 121. A estas palabras pronunciadas en Pamplona se remitió luego, para iniciar sus preguntas sobre el matrimonio, el cuestionario de la entrevista en Telva; en sus respuestas san Josemaría se extendió largamente sobre la cuestión: ver n. 91, con sus notas.
«He de decir una vez más que ese santo amor humano no es algo permitido, tolerado, junto a las verdaderas actividades del espíritu». Una parte importante de la teología moral clásica, remitiendo al texto de 1Co 7, 9, colocaba entre los fines del matrimonio el «remedio de la concupiscencia». Una interpretación incompleta del texto paulino conducía así a presentar el matrimonio como algo meramente tolerado, obscureciendo su condición de vocación al amor y a la entrega. Ese modo de hablar ha sido abandonado, como lo manifiestan, entre otros muchos textos, los nn. 48 y 49 de la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, en los que al hablar de los bienes del matrimonio se prescinde de toda referencia al «remedio de la concupiscencia», y se coloca en cambio el acento en la unión entre los esposos y en la procreación y educación de los hijos. «La alianza matrimonial –resume el Catecismo de la Iglesia Católica, retomando unas palabras del Código de Derecho Canónico–, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados» (n. 1601, que reproduce CIC 1055, §1).
121b «Un camino divino, vocacional». Un buen análisis teológico de este pasaje de la homilía en Augusto SARMIENTO, "El matrimonio, vocación cristiana. A propósito de la homilía sobre el mismo título del Beato Josemaría Escrivá", en José Luis ILLANES (ed.), El cristiano en el mundo: En el Centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá (1902-2002): XXIII Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, Pamplona 2003, pp. 347-365. La consideración del matrimonio como vocación divina es un punto de singular importancia en el mensaje del fundador del Opus Dei, sobre el que se extiende en la entrevista de Telva (cfr. n. 91a, con el comentario que la acompaña). Ver también la bibliografía citada en la nota 28 de la segunda parte de la Introducción general.
121c «La ermita que hemos construido con devoción, en el campus universitario». Sobre esta ermita y su imagen de la Virgen, se ha hablado ya en la entrevista a Gaceta Universitaria: cfr. n. 85b y nota correspondiente.
121e «La oración contemplativa». Destaquemos que san Josemaría no sólo subraya que la imagen de la ermita invita a rezar, también a quienes experimentan el amor humano ordenado al matrimonio, sino que impulsa a la oración contemplativa, reconociendo que «algo tan material como el cuerpo» ha sido escogido como morada de Dios, captando toda la maravilla y toda la exigencia que implica la exhortación paulina: «glorificad a Dios en vuestro cuerpo». Sobre este punto pueden encontrarse algunas consideraciones en José ASENJO, "Contemplativos en medio del mundo", en Alfonso MÉNDIZ y Juan Angel BRAGE (eds.), Un amor siempre joven: enseñanzas de San Josemaría sobre la familia, Madrid 2003, pp. 351-357.
122a «Por otra parte». El fundador del Opus Dei no quiere concluir su alabanza del amor humano sin una referencia, aunque sea breve, a la vocación al celibato, de la que se ocupa también en la entrevista de Telva, n. 92, poniéndola en ambos casos en estrecha relación con el amor a Dios.
123a «Debo terminar ya, hijos míos». En este n. 123, el último de la homilía, san Josemaría concluye sus palabras con una recopilación de lo que ha querido transmitir: la llamada a santificar la vida ordinaria (n. 123a), para, a continuación (nn. 123b-g), incluir una exhortación a la fe.
«Os dije al comienzo que mi palabra querría anunciaros algo de la grandeza y de la misericordia de Dios». Así lo dijo en el primer párrafo de la homilía (n. 113a), y así lo ha ido reiterando, con unas u otras palabras, a lo largo de todo el texto.
123d «Este año de la fe que ha promulgado nuestro amadísimo Santo Padre el Papa Paulo VI». En los párrafos anteriores, al hablar de la fe, la ha presentado como luz y fuerza que lleva a la vida, y lo mismo va a hacer en los posteriores (n. 123f y 123g). En medio de la exposición, uniéndose al «año de la fe» promulgado por Pablo VI, pone de relieve lo que la fe significa como conocimiento de la realidad de Dios y de su amor, fuente de la que brotan la luz y la fuerza que el creer implica. Con motivo de los mil novecientos años del martirio de san Pedro y san Pablo, el 22 de febrero de 1967 el Papa había convocado un «año de la fe» destinado a extenderse desde el 29 de junio de 1967 al 22 de junio de 1968. Al inaugurarlo pronunció una alocución en la que dijo: «Celebramos este nacimiento de la Iglesia en la palabra y la sangre de los apóstoles mediante un explícito, convencido y cordial acto de fe. Todo un año llenará nuestra alma este pensamiento y este propósito. Será el "año de la fe"». Al clausurar el año, el 30 de junio de 1968, proclamó lo que fue designado como Credo del Pueblo de Dios, una profesión de fe en la que glosa el Credo niceno-constatinopolitano y lo completa, haciendo referencia a las cuestiones doctrinales más necesitadas de reafirmación o de clarificación en ese momento.
123f esta ara (H) ] este ara (1 ª-ss.)