183 ¡Qué dulces y llenas de amor son las obras de Dios en nosotros! Si alguno pudiera conocerlas, se encendería tal fuego de amor en su corazón que, si pudiese extenderse y realizar su obra como lo hace el fuego material, en un instante consumiría todo lo que puede arder. Hablo así viendo la vehemencia inexplicable del divino amor (SANTA CATALINA DE GÉNOVA, Le libre arbitre, en "Études Carmelitaines" 1959).
184 En resumen: amar significa viajar, correr hacia el objeto amado. Dice la Imitación de Cristo: el que ama "currit, volat, laetatur", corre, vuela, goza (3, 5, 4). Así pues, amar a Dios es un viajar con el corazón hacia Dios. Viaje bellísimo. Cuando era muchacho me entusiasmaban los viajes descritos por Julio Verne [...]. Pero los viajes del amor de Dios son mucho más interesantes (JUAN PABLO 1, Aud. gen. 27-9-1978).
185 El viaje comporta a veces sacrificios. Pero éstos no nos deben detener. Jesús está en la cruz, ¿lo quieres besar? No puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te puncen algunas espinas de la corona que tiene la cabeza del Señor. No puedes hacer lo que el bueno de San Pedro, que supo muy bien gritar Viva Jesús en el monte Tabor, donde había gozo, pero ni siquiera se dejó ver junto a Jesús en el monte Calvario, donde había peligro y dolor (JUAN PABLO II, Aud. gen. 27-9-1978).
186 Has querido que nosotros te amáramos, porque en rigor no podíamos conseguir la salvación más que amándote. Y nosotros ni podíamos amarte, a menos que este amor viniera de ti. Como lo afirma tu apóstol predilecto, tú nos amaste primero y tú amas primero a los que te aman (cfr. 1Jn 4, 10). Pero nosotros te amamos por la caridad y el amor que tú mismo has puesto en nosotros (GUILLERMO DE SAN-THIERRY, La contemplación de Dios, 14).
187 Está escrito: Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas [...] (cfr. Dt 6, 5-9). Aquel " todo ", repetido y llevado a la práctica con tanta insistencia, es en verdad la bandera del maximalismo cristiano. Y es justo: Dios es demasiado grande, merece demasiado El de nosotros, para que podamos echarle, como a un pobre Lázaro, apenas unas pocas migajas de nuestro tiempo y de nuestro corazón El es un bien infinito y será nuestra felicidad eterna; el dinero, los placeres, las fortunas de este mundo, en comparación, son apenas fragmentos de bien y momentos fugaces de felicidad. No seria sabio dar tanto de nosotros a estas cosas y poco de nosotros a Jesús (JUAN PABLO II, Aud. gen. 27-91978).
188 Se te manda que ames a Dios de todo corazón, para que le consagres todos tus pensamientos; con toda tu alma, para que le consagres tu vida; con toda tu inteligencia, para que consagres todo tu entendimiento a Aquel de quien has recibido todas estas cosas. No deja parte alguna de nuestra existencia que deba estar ociosa y que dé lugar a que quiera gozar de otra cosa. Por tanto, cualquier cosa que queramos amar, diríjase también hacia el punto donde debe fijarse toda la fuerza de nuestro amor. Un hombre es muy bueno cuando toda su vida se dirige hacia el Bien inmutable (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. III, p. 89).
189 Considera lo más hermoso y grande de la tierra..., lo que place al entendimiento y a las otras potencias..., y lo que es recreo de la carne y de los sentidos... Y el mundo, y los otros mundos, que brillan en la noche: el Universo entero. Y eso, junto con todas las locuras del corazón satisfechas..., nada vale, es nada y menos que nada, al lado de ¡este Dios mío!-¡tuyo!-, tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado, hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa... y en la locura de Amor de la Sagrada Eucaristía (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 432).
190 Diliges Dominum Deum ex toto corde tuo, et in tota anima tua, et in tota mente tua. ¿Qué queda de tu corazón para amarte a ti mismo? ¿Qué, de tu alma? ¿Qué, de tu mente? Ex toto, con todo, dice. Todo te exige el que todo te ha dado (SAN AGUSTÍN, Sermón 34).
190c Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La indiferencia descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es una vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad. La acedia o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2094).
191 Y si lo que ama no lo posee totalmente, tanto sufre cuanto le falta por poseer [...]. Mientras esto no llega, está el alma como en un vaso vacío que espera estar lleno; como el que tiene hambre y desea la comida; como el enfermo que llora por su salud; y como el que está colgado en el aire y no tiene dónde apoyarse (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 6).
192 No seria justo decir: "o Dios o el hombre". Deben amarse "Dios y el hombre"; a este ultimo, nunca más que a Dios o contra Dios o igual que a Dios. En otras palabras: el amor a Dios es ciertamente prevalente, pero no exclusivo. La Biblia declara a Jacob santo (Dn 3, 35) y amado por Dios (Mt 8, 11 : Rm 9, 13); lo muestra empleando siete años en conquistar a Raquel como mujer, y le parecen pocos años, aquellos años –tanto era su amor por ella– (Gn 29, 20). Francisco de Sales comenta estas palabras: "Jacob –escribe– ama a Raquel con todas sus fuerzas y con todas sus fuerzas ama a Dios; pero no por ello ama a Raquel como a Dios, ni a Dios como a Raquel. Ama a Dios como su Dios sobre todas las cosas y más que a si mismo; ama a Raquel como a su mujer sobre todas las otras mujeres y como a si mismo. Ama a Dios con amor absoluto y soberanamente sumo, y a Raquel con sumo amor marital; un amor no es contrario al otro, porque el de Raquel no viola las supremas ventajas del amor de Dios" (JUAN PABLO 1, Aud. gen. 27-9-1978).
193 Señor, que yo te ame siempre más. También aquí está la obediencia a un mandamiento de Dios, que ha puesto en nuestro corazón la sed del progreso. Desde los palacios, desde las cavernas, desde las cabañas, hemos pasado a las casas, a los palacios, a los rascacielos; desde el viajar a pie, a lomo de mulo o de camello, a las carrozas, a los trenes, a los aviones. Y se desea progresar todavía con medios más rápidos, alcanzando siempre metas más lejanas. Pues amar a Dios [...] es también un viaje: Dios lo quiere siempre más intenso y perfecto. Ha dicho a todos los suyos: Vosotros sois la luz del mundo, la sal de la tierra (Mt 5, 48), sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Esto significa: amar a Dios no poco, sino mucho; no detenerse en el punto al cual se ha llegado, sino con su ayuda progresar en el amor (JUAN PABLO 1, Aud. gen. 27-9-1978).
194 La medida del amor a Dios es amarlo sin medida (SAN BERNARDO, Sermón 6, sobre el amor a Dios).
195 La medida y regla de la virtud teologal es el mismo Dios; nuestra fe se regula según la verdad divina; nuestra caridad según la bondad de Dios; y nuestra esperanza, según la intensidad de su omnipotencia y misericordia. Y ésta es una medida que excede de tal manera a toda capacidad humana que el hombre nunca puede amar a Dios tanto como debe ser amado, ni creer o esperar en El tanto como se debe; luego mucho menos llegará al exceso en tales acciones (SANTO TOMÁS, S.Th. I-II, q. 54, a. 4, c).
196 [...] quien no quisiera amar a Dios más de lo que le ama, de ninguna manera cumplirá el precepto del amor (SANTO TOMÁS, Coment. a la Epístola a los Hebreos, 6, 1).
197 No está permitido querer con amor menguado [...], pues debéis llevar grabado en vuestro corazón al que por vosotros murió clavado en la Cruz (SAN AGUSTÍN, Sobre la Santa virginidad, 55).
198 Señor: que tenga peso y medida en todo... menos en el Amor (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 427).
199 El hombre nunca puede amar a Dios tanto como El debe ser amado (SANTO TOMÁS, S.Th. I-II, q. 6, a. 4 e).
200 Cuanto más amo, más deudor me siento cada día (SAN AGUSTÍN, Epístola 192).
201 A algunas personas es fácil amarlas; a otras, es difícil: no son simpáticas, nos han ofendido o hecho mal; sólo si amo a Dios en serio, llego a amarlas en cuanto hijas de Dios y porque El me lo manda. Jesús ha fijado también cómo amar al prójimo, esto es, no sólo con el sentimiento, sino con los hechos: [...] tenia hambre en la persona de mis hermanos más pequeños, ¿me habéis dado de comer? ¿Me habéis visitado cuando estaba enfermo? (cfr. Mt 5, 34 ss) (JUAN PABLO 1, Aud. gen. 27-9-78).
202 Amarás a tu prójimo como a ti mismo; pero tratándose del amor que se debe profesar a Dios, no se señala limite alguno (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).
203 Amamos a Dios y al prójimo con la misma caridad. Pero debemos amar a Dios por si mismo, y al prójimo por Dios (SAN AGUSTÍN, Trat. sobre la Santísima Trinidad, 7).
204 El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, 1).
205 No quieras que te llene nada que no sea Dios. No desees gustos de Dios. No desees tampoco entender de Dios más de lo que debes entender. La fe y el amor serán los lazarillos que te llevarán a Dios por donde tú no sabes ir. La fe son los pies que llevan a Dios al alma. El amor es el orientador que la encamina (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 11).
206 Dios sólo basta para colmar nuestros deseos: Más grande es Dios que nuestro corazón (1Jn 3, 20). Por eso dice Agustín en el libro primero de las Confesiones: "Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está intranquilo hasta que descanse en ti" (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 206).
207 Aunque no se dijera absolutamente nada más en las páginas de las Sagradas Escrituras y solamente oyéramos de boca del Espíritu Santo que Dios es amor, nos bastaría (SAN ACUSTIN, Coment. a la 1ª Epístola de S. Juan, 7).
208 Nada te turbe,
nada te espante,
209 Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia, y que si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en si todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra que el amor es eterno. Entonces, llena de alegría desbordante, exclamé: "Oh, Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor: de este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado" (SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscritos autobiográficos).
210 El amor a Dios es la razón suprema de todas las cosas (SANTO TOMÁS, S.Th. I, q. 19, a. 4).
211 Mientras realizamos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de nuestro oficio, el alma ansía escaparse. Se va hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán. Se comienza a amar a Jesús, de forma más eficaz, con un dulce sobresalto (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 296).
212 ¿Qué soy yo para ti, que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte? (SAN AGUSTÍN, Confesiones, 2, 5, 5).
213 Fuego que abrasa, luz ardiente, fuente que apaga la sed, tesoro que contiene en si todos los bienes. Dios es tan bueno y nos ama tan ardientemente que no quiere de nosotros otra cosa, sino ser amado (SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento).
214 Hacedlo todo por Amor.-Así no hay cosas pequeñas: todo es grande.-La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 813).
215 Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas. Y esto por tres veces consecutivas. Se le preguntaba sobre el amor, y se le imponía una labor; porque, cuanto mayor es el amor, tanto menor es el trabajo (SAN AGUSTÍN, Sermón 340).
216 Quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por El; el que amare poco, poco. Tengo yo para mi que la medida del poder llevar gran cruz o pequeña es la del amor (SANTA TERESA, C. de perfección, 32, 7).
217 El amor defiende de las adversidades. A quien lo tiene, nada adverso le puede resultar perjudicial, antes al contrario se le convierte en útil: Todo contribuye al bien de los que aman a Dios (Rm 8, 28). Hasta los reveses y dificultades son llevaderos para el que ama, como observamos a diario en el terreno meramente humano (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 204).
218 Todo lo duro que puede haber en los mandamientos lo hace llevadero el amor... ¿Qué no hace el amor [...]? Ved cómo trabajan los que aman; no sienten lo que padecen, redoblando sus esfuerzos a tenor de las dificultades (SAN AGUSTÍN, Sermón 96).
219 Todas estas cosas, sin embargo, hállenlas difíciles los que no aman; los que aman, al revés, eso mismo les parece liviano. No hay padecimiento, por cruel y desaforado que sea, que no lo haga llevadero y casi nulo el amor (SAN AGUSTÍN, Sermón 70).
220 "Timor Domini sanctus". Santo es el temor de Dios. Temor que es veneración del hijo para su Padre, nunca temor servil, porque tu Padre-Dios no es un tirano (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 435).
221 ¡Como quien no dice nada: amor y temor de Dios! Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios (SANTA TERESA, C. de perfección, 40, 2).
222 Fundada en la caridad, se eleva el alma a un grado más excelente y sublime: el temor de amor. Esto no deriva del pavor que causa el castigo ni del deseo de la recompensa. Nace de la grandeza misma del amor. En esa amalgama de respeto y afecto filial en que se barajan la reverencia y la benevolencia que un hijo tiene para con un padre, el hermano para con su hermano, el amigo para con su amigo, la esposa para con su esposo. No recela los golpes ni reproches. Lo único que teme es herir el amor con el más leve roce o herida. En toda acción, en toda palabra, se echa de ver la piedad y solicitud con que procede. Teme que el fervor de la dilección se enfríe en lo más mínimo (CASIANO, Colaciones, 11).
223 Cuando el amor llega a eliminar del todo el temor, el mismo temor se convierte en amor (SAN GREGORIO DE NISA, Homilía 15).
224 El remedio que podemos tener, hijas, y nos dio Su Majestad es amor y temor; que el amor nos hará apresurar los pasos y el temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer por camino adonde hay tanto que tropezar, como caminamos todos los que vivimos, y con esto a buen seguro que no seamos engañadas (SANTA TERESA, C. de perfección, 40, 1).
225 Y el alma sale para ir detrás de Dios; sale de todo pisoteando y despreciando todo lo que no es Dios. Y sale de sí misma olvidándose de sí por amor de Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 20).
226 Tú, al que llenas de ti, lo elevas; mas, como yo ano no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga (SAN AGUSTÍN, Confesiones, 10, 26).
227 Y éste es el índice para que el alma pueda conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le ama, su corazón no se centrará en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus gustos y conveniencias. Se dedicará por completo a buscar la honra y gloria de Dios y a darle gusto a El. Cuanto más tiene corazón para sí misma menos lo tiene para Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 5).
228 Sólo ama de verdad a Dios quien no se acuerda de sí mismo (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).
229 Querría dar a entender que el alma no es el pensamiento, ni la voluntad es mandada (por él) que tendría harta mala ventura; por donde el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho (SANTA TERESA, Fundaciones, 5, 2).
230 ¿No has visto en qué "pequeñeces" está el amor humano? Pues también en "pequeñeces" está el Amor divino (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 824).
231 Cuanto más ames más subirás (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 83).
232 Porque alguno he topado que les parece está todo el negocio en el pensamiento, y si éste pueden tener mucho en Dios, aunque sea haciéndose gran fuerza, luego les parece que son espirituales; y si se distraen, no pudiendo más, aunque sea para cosas buenas, luego les viene gran desconsuelo y les parece que están perdidos [...]. No digo que no es merced del Señor quien siempre puede estar meditando en sus obras, y es bien que se procure. Mas hase de entender que no todas las imaginaciones son hábiles de su natural para esto, mas todas las almas lo son para amar (SANTA TERESA, Fundaciones, 5, 2).
233 El que ama a Dios se contenta con agradarle, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor [...]. El alma piadosa e integra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite (SAN GREGORIO MAGNO, Sermón 92).
234 Alma que ama a Dios no ha de pretender ni esperar otra recompensa por sus servicios prestados que la perfección de amar a Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 7).
235 El amor no descansa mientras no ve lo que ama; por eso los santos estimaban en poco cualquier recompensa, mientras no viesen a Dios. Por eso el amor que ansia ver a Dios se ve impulsado, por encima de todo discernimiento, por el deseo ardiente de encontrarse con él. Por eso Moisés se abrevió a decir: Si he obtenido tu favor, muéstrame tu rostro (Ex 33, 13) [...]. Por eso también se dice en otro lugar: Déjame ver tu rostro (Sal 80, 4). Y hasta los mismos paganos en medio de sus errores se fabricaron ídolos para poder ver con sus propios ojos el objeto de su culto (SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 147).
236 Para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: "Pedro, ¿me amas?" El respondió: " Te amo ". Y le dice por segunda vez: "¿Me amas?", y respondió: "Te amo". Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo el que es Unico apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando parte del que es único (SAN AGUSTÍN, Sermón 46, sobre los pastores).
237 El amor que unirá a Dios con los que habitan allí, y a éstos entre sí, será tan grande que todos se amarán como a sí mismos y amarán a Dios más que a sí mismos. Por eso nadie querrá más que lo que Dios quiere; lo que quiera uno lo querrán todos, y la voluntad de todos será la voluntad de Dios... Todos juntos como un solo hombre serán reyes con Dios, porque todos querrán la misma cosa y se cumplirá su voluntad (SAN ANSELMO, Carta 112, a Hugo el recluso, pp. 245-246).
238 Todo lo que se hace por Amor adquiere hermosura y se engrandece (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 429).
239 Una producción artística se considera buena y acertada cuando se ajusta a sus reglas peculiares. Del mismo modo, cualquier obra humana es recta y virtuosa cuando concuerda con la regla del amor divino, y no es buena ni recta o perfecta si se aparta de ella. Todos los actos humanos, para resultar buenos, deben atenerse a la regla del amor divino (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 201).
240 El secreto para dar relieve a lo más humilde, aún a lo más humillante, es amar (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 418).
241 Es el amor el que "pone nombre a la obra", el que le da su verdadero sentido y cualidad (SAN BUENAVENTURA, Coment. a las Sentencias, 11, 40, 1).
242 No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino a El. No sé por qué motivo inexplicable, quien se ama a sí mismo y no ama a Dios no se ama a sí mismo; y en cambio, quien ama a Dios y no se ama a sí mismo, se ama a sí mismo (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 123).
243 Los que de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosas que sean dignas de amar (SANTA TERESA, C. de perfección, 40, 3).
244 También en lo pequeño se muestra la grandeza del alma [...]. Por eso el alma que se entrega a Dios pone en las cosas pequeñas el mismo fervor que en las cosas grandes (SAN JERÓNIMO, Epístola 60).
245 Quien no se arrepiente de verdad, no ama de veras; es evidente que cuanto más queremos a una persona, tanto más nos duele haberla ofendido. Es, pues, éste uno más de los efectos del amor (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 205).
246 Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella en donde el Amado nos ha limpiado de nuestras culpas, y en la cual da de balde el agua viva, de la cual, quien bebe, logra vida eterna en amor sin fin (R. LLULL, Libro del Amigo y del Amado, 115).
247 Acaba siempre tu examen con un acto de Amor –dolor de Amor– : por ti, por todos los pecados de los hombres...-Y considera el cuidado paternal de Dios, que te quitó los obstáculos para que no tropezases (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 246).
248 El amor de contentar a Dios y la fe hacen posible lo que por razón natural no lo es (SANTA TERESA, Fundaciones, 2, 4).
249 Un poquito de este puro amor..., más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico 2, anotación a canción 29).
250 Cualquier otra carga te oprime y abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de sus alas y verás cómo vuela (SAN AGUSTÍN, Sermón 126).
251 Esteban tenía por armas la caridad y con ella vencía en todas partes. Por amor a Dios no se cruzó de brazos ante los enfurecidos judíos; por amor al prójimo intercedía por quienes lo lapidaban; por amor argüía a los que estaban en el error, para que se corrigiesen... Apoyado en la fuerza de la caridad, venció la violenta crueldad de Saulo, y mereció tener por compañero en el cielo al que en la tierra tuvo como perseguidor (SAN FULGENCIO, Sermón 3).
252 También se dice que es semejante el reino de los cielos a un comerciante que anda en busca de buenas perlas, y hallando una muy preciosa, vende cuanto tiene y la compra [...]. En comparación de aquélla nada tiene valor, y el alma abandona todo cuanto había adquirido, derrama todo cuanto había congregado, se enardece con el amor de las cosas celestiales, no tiene placer en las cosas terrenas y considera como deforme todo lo que le parecía bello en la tierra, porque sólo brilla en el alma el resplandor de aquella perla preciosa. Acerca de este amor dice Salomón: El amor es fuerte como la muerte (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 11 sobre los Evang.).
253 Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor de Cristo da muerte a la misma muerte [...]. También el amor con que nosotros amamos a Cristo es fuerte como la muerte, ya que viene a ser él mismo como una muerte, en cuanto que es el aniquilamiento de la vida anterior, la abolición de las malas costumbres y el sepelio de las obras muertas (SAN BALDUINO DE CANTORBERY, Tratado 10).
254 Si el Amor, aun el amor humano, da tantos consuelos aquí, ¿qué será el Amor en el cielo? (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 428).
254b Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura: mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 11).
255 Este amor será la medida de la gloria de que disfrutaremos en el paraíso, ya que ella será proporcionada al amor que habremos tenido a Dios durante nuestra vida; cuanto más hayamos amado a Dios en este mundo, mayor será la gloria de que gozaremos en el cielo, y más le amaremos también, puesto que la virtud de la caridad nos acompañará durante toda la eternidad, y recibirá mayor incremento en el cielo. ¡Qué dicha la de haber amado mucho a Dios en esta vida!, pues así lo amaremos también mucho en el paraíso (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el precepto 1 º del decálogo).
255b ¡El hombre es amado por Dios! Este es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia es deudora respecto del hombre. La palabra y la vida de cada cristiano pueden y deben hacer resonar este anuncio: ¡Dios te ama, Cristo ha venido por ti; para ti Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida! (Jn 14, 6) (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30-XII-1998, n. 34).