Catena Áurea
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← Lc 12, 32-34 →
"No temáis, pequeña grey: porque a vuestro Padre plugo daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna. Haceos bolsas, que no se envejecen, tesoro en los cielos que jamás falta; a donde el ladrón no llega, ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón". (vv. 32-34)
Glosa
Después que el Señor separó el cuidado de las cosas temporales de los corazones de sus discípulos, ahora los libra del temor que procede de los cuidados por las cosas superfluas, diciendo: "No temáis", etc.
Teofilato
El Señor llama pequeña grey a los que quieren hacerse discípulos suyos, ya porque en esta vida los santos aparecen pequeños en virtud de su pobreza voluntaria, ya porque son aventajados por la multitud de ángeles que nos son incomparablemente superiores.
Beda
El Señor también llama pequeña grey a los escogidos, ya comparándolos con el mayor número de réprobos, o más bien por su amor a la humildad.
San Cirilo, in Cat. graec. Patr
Manifiesta por qué no deben temer, añadiendo: "Porque a vuestro Padre plugo", etc, como diciendo: ¿Cómo aquél que concede gracias tan extraordinarias, dejará de tener clemencia con vosotros? Aun cuando aquí esta grey sea pequeña -por su naturaleza, su número y su gloria-, sin embargo la bondad del Padre ha dispensado a este pequeño rebaño la suerte de los espíritus celestiales, es decir el reino de los cielos. Por tanto, para que poseáis el reino de los cielos debéis despreciar las riquezas de la tierra. Así dice: "Vended lo que poseéis", etc.
Beda
Como diciendo: no temáis que falten las cosas necesarias a los que en esta vida trabajan por el reino de Dios. Más aún, vendan también lo que poseen y denlo de limosna. Esto se hace dignamente cuando alguno, una vez que ha dejado todos sus bienes por el Señor, no obstante gana con el trabajo de sus manos por el reino, lo necesario para el alimento y para dar limosna.
Crisóstomo, In Matthaeum hom. 26
No hay pecado que no pueda borrar la limosna que es remedio contra toda llaga. Pero la limosna no se hace sólo con dinero, sino también por las obras, como cuando alguno protege a otro, cuando un médico cura, o cuando un sabio aconseja.
San Gregorio Nacianceno, orat. 16. De pauperum amore, versus finem
Pero temo que penséis que la piedad no es necesaria, sino libre. Yo también lo creía así, pero me espantan los machos cabríos colocados a la izquierda no por haber robado, sino por no haber asistido a Cristo cuando los necesitaba.
Crisóstomo, in Cat. graec. Patr., ex homil. in Matth
Sin la limosna es imposible ver el reino, porque así como se corrompen las aguas detenidas en una fuente, así sucede a los ricos cuando guardan para sí sus riquezas.
San Basilio, in Cat. graec. Patr., ex Asceticis, id est, Regulis brevioribus, ad interrogat. 92
Alguno preguntará: ¿en virtud de qué consideración es conveniente vender lo que se posee? ¿Acaso porque es naturalmente dañoso, o por la tentación que ofrece al hombre? A esto debe contestarse, en primer lugar, que si cada una de las cosas que existen en el mundo fuese mala por sí misma, no habría creatura de Dios, porque toda creatura de Dios es buena ( 2Tim 4). En segundo lugar, que el precepto del Señor no nos ha enseñado a arrojar como malo lo que poseemos sino a distribuirlo, porque dice: "Y dad limosna".
San Cirilo, ubi sup
Este precepto molesta acaso a los ricos pero no es inútil para los que son prudentes, porque atesoran para sí el reino de los cielos. Por esta razón prosigue: "Haceos bolsas, que no se envejecen", etc.
Beda
Esto es, dando limosna, cuya recompensa dura eternamente. Pero este precepto no debe entenderse en el sentido de que los santos no puedan reservarse ningún dinero -ni para su uso ni para el de los pobres-, ya que el mismo Dios, a quien servían los ángeles ( Mt 4), tenía una bolsa en la que conservaba lo que le daban los fieles ( Jn 12). Ha de entenderse más bien en el sentido de que no debe servirse a Dios por estas cosas, ni abandonarse la justicia por temor de la pobreza.
San Gregorio Niceno, in Cat. graec. Patr
Mandó también colocar las riquezas materiales y terrenas en el cielo, a donde no alcanza la fuerza de la corrupción. Así añade: "Tesoro que jamás falta".
Teofilato
Como diciendo: Aquí destruye la polilla, pero no en los cielos. Y como la polilla no puede destruirlo todo, añade lo del ladrón. El oro no es destruido por la polilla, pero el ladrón lo roba.
Beda
Debe entenderse sencillamente en esto que el dinero que se guarda desaparece y que dado al prójimo produce un fruto eterno en los cielos. O bien que el tesoro de las buenas obras, si se coloca en asunto de interés mundano, se corrompe y desaparece fácilmente. Pero si se ahorra, no para merecer exteriormente la aprobación de los hombres -como el ladrón que roba de fuera- ni para buscar interiormente la vanagloria -como la polilla que destruye en lo interior- sino con santa intención, no se corrompe.
Glosa
O bien los ladrones son los herejes y los demonios -que se proponen despojarnos de los bienes espirituales- y la polilla que roe poco a poco los vestidos es la envidia, que destruye el celo o el fruto bueno y rompe el lazo de la unidad.
Teofilato
Pero como no todo se quita por el robo, da una razón más poderosa y que no admite réplica diciendo: "Porque donde está vuestro tesoro está vuestro corazón". Como diciendo: supongamos que la polilla no destruya, ni el ladrón robe, ¿cuán digno de suplicio no será tener el corazón aprisionado en un tesoro oculto y hundir en la tierra una obra divina como el alma?
San Eusebio, in Cat. graec. Patr
Porque todo hombre depende naturalmente de aquello de que está apasionado y fija toda su alma en aquello que cree que puede darle todo lo que le conviene. Por tanto, si alguno fija toda su atención y su afecto -lo que llamó corazón- en las cosas de la vida presente, únicamente se ocupa de las cosas de la tierra. Pero si se fija en las cosas del cielo, allí tendrá también su corazón. De modo que parecerá que trata con los hombres sólo por el cuerpo, pero que su alma ha alcanzado ya las mansiones del cielo.
Beda
Esto debe entenderse no sólo respecto del dinero, sino de todas las pasiones. Los festines son el tesoro para el lujurioso, las fiestas para el lascivo y la liviandad para aquél a quien domina el amor.