Catena Áurea

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Y aconteció que estando Jesús orando en cierto lugar, cuando acabó le dijo uno de sus discípulos: "Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos". Y Jesús le respondió: "Cuando orareis, decid: Padre: santificado sea el tu nombre. Venga el tu reino. Danos hoy el pan nuestro de cada día. Y perdónanos nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a todo el que nos debe. Y no nos dejes caer en la tentación". (vv. 1-4)


Beda
Después de la historia de las hermanas que significaron las dos vidas de la Iglesia, se escribe, no sin misterio, que Jesús oró y enseñó a orar a sus discípulos, pues la oración que enseñó encierra en sí el misterio de ambas vidas y la perfección de estas vidas no puede obtenerse por nuestras propias fuerzas, sino por nuestras oraciones; por esto se dice: "Y un día estando Jesús orando en cierto lugar", etc.

San Cirilo, in Cat. grac. Patr
Siendo así que Jesucristo encierra en sí la plenitud de todo lo bueno ¿por qué ora si es perfecto y de nada necesita? A esto respondemos, que, conforme a su encarnación, puesto que así lo había querido, debía cumplir en su tiempo conveniente las cosas humanas. Si comió y bebió, no era impropia de El tampoco la oración; lo hizo para enseñarnos a que no fuéramos perezosos respecto de ella, sino que la ejercitáramos con toda atención.

Tito Bostrense, in Matth
Cuando los discípulos vieron una doctrina nueva, pidieron un nuevo modo de orar, siendo así que se conocían muchas oraciones en el Antiguo Testamento. De aquí prosigue: "Acabada la oración, le dijo uno de sus discípulos; Señor, enséñanos a orar", no sea que pequemos contra Dios pidiendo unas cosas por otras, u orando de una forma que no sea conveniente.

Orígenes, in Cat. graec. Patr
Y para explicar mejor la doctrina de la oración, porque pedía esto, añade: "Como también Juan enseñó a sus discípulos". Acerca de él nos has enseñado que entre los nacidos de mujer, no se conoce otro mayor. Además y porque nos has mandado pedir cosas grandes y eternas, ¿cómo podremos llegar a conocerlas entonces sino por ti que eres nuestro Dios y Salvador?

San Gregorio Niceno, in Orat. dom. serm. 1
Explica a sus discípulos la doctrina de la oración, puesto que ellos le piden con insistencia que se la enseñe, manifestándoles cómo deben implorar a Dios para ser oídos.

San Basilio, in Constitut. monast., cap. 1
Hay dos modos de orar: uno de alabanza con humildad, y otro de petición, que es menos elevado. Siempre que ores no empieces desde luego pidiendo; porque entonces harás aparecer tu afecto como culpable, acudiendo a Dios como obligado por la necesidad. Así, cuando empieces a orar, prescinde de toda criatura visible e invisible, y empieza por alabar a Aquel que ha creado todas las cosas. Por esto añade: "Y Jesús les respondió: Cuando os pongáis a orar, habéis de decir: Padre", etc.

San Agustín, De verb. Dom. serm. 27
¡Cuánta gracia encierra esta primera palabra! No te atrevías a levantar la vista al cielo y de pronto recibes la gracia de Cristo. De un mal siervo te has convertido en un buen hijo; y esto, no por tu propia virtud, sino por la gracia de Jesucristo. Y aquí no hay arrogancia, sino fe; hacer público lo que has recibido no es soberbia, sino devoción. Por tanto, levanta tus ojos al Padre, que te engendró por el bautismo y te redimió por medio de su Hijo. Llámalo Padre, puesto que eres su hijo, pero no quieras atribuirte nada de esto: solamente Dios es Padre de Jesucristo en particular; respecto de nosotros es Padre en común, porque sólo ha engendrado a Jesucristo y a nosotros nos ha creado. Y por tanto, dice San Mateo (6, 9): "Padre nuestro", y añade: "que estás en los cielos"; esto es, en aquellos cielos de quienes dice el salmista ( Sal 18, 2): "Los cielos publican la gloria de Dios"; el cielo está en donde ya no hay culpa y donde no hay ningún temor de muerte.

Teofilacto
No dice que estás en los cielos, como si estuviera circunscrito a ellos; sino para elevar al que lo oye hasta los cielos y para separarlo de las cosas terrenas.

San Gregorio Niceno, in Orat. dom., serm. 2
Observa cuánta preparación se necesita para poder decir a Dios: Padre. Porque si diriges tu vista a las cosas mundanas, o ambicionas la gloria humana, o sirves el apetito de tus pasiones, pronunciando esta oración, me parece oír decir a Dios: Si llamas Padre al autor de la santidad, cuando tú observas una vida depravada, manchas con tu voz inmunda su nombre incorruptible. Porque el que ha mandado llamarlo Padre no consiente la mentira. El principio de todas las buenas obras está, pues, en glorificar el nombre de Dios en esta vida. Por esto añade: "Santificado sea el tu nombre". Porque ¿quién es tan insensato que, viendo una vida pura en los que creen, no glorifica el nombre invocado en esa vida? Por tanto, el que dice en la oración: Sea santificado en mí tu nombre que invoco, ora de esta manera: Justifíqueme yo con tu auxilio absteniéndome de todo lo malo.

Crisóstomo, hom. 18 in Ep. 1 ad Cor
Así como el que observa la hermosura del cielo, dice: Gloria a ti, Señor; así también cuando se observa la virtud de alguno, glorifica a Dios, porque la virtud del hombre lo glorifica mucho más que el cielo.

San Agustín, De verb. Dom., serm. 27
También se dice: "Santificado sea tu nombre", esto es, en nosotros, para que su santificación pueda venir a nosotros.

Tito Bostrense, in Matth
Santificado sea tu nombre, esto es, sea conocida tu santidad en todo el mundo, y te alaba dignamente, porque alabarte es de justos ( Sal 32, 1). Mandó, pues, orar por la santificación de todo el mundo.

San Cirilo, in Cat. grac. Patr
Porque entre aquellos que todavía no conocen la fe, es menospreciado el nombre de Dios; pero cuando brille sobre ellos la luz de la verdad, confesarán que El es el santo de los santos.

Tito Bostrense, ubi sup
Y como la gloria de Dios Padre está en el nombre de Jesús, entonces, cuando sea conocido Jesucristo, será santificado el nombre del Padre.

Orígenes, in Cat. graec. Patr
O también como los idólatras o los infieles dan el nombre de Dios a las plantas y a las criaturas, todavía no ha sido santificado; para que sea separado de aquellos ídolos con que está confundido. Nos enseña, pues, a orar, para que el nombre de Dios se dé al sólo verdadero Dios, con lo cual concuerda lo que sigue: "Venga a nos el tu reino"; para que el principado y el poder y la seducción y el reino de este mundo sean desterrados, y, sobre todo, el pecado, que reina en nuestros cuerpos mortales.

San Gregorio Niceno, ubi sup
También pedimos a Dios que nos libre de la corrupción y nos preserve de la muerte. También, según otros, "venga a nosotros tu reino", quiere decir venga el Espíritu Santo sobre nosotros para que nos purifique.

San Agustín, De verb. Dom., serm. 28
El Reino de Dios viene cuando alcanzamos gracia; porque El mismo dice ( Lc 17, 21): "El reino de Dios está dentro de vosotros".

San Cirilo, ubi sup
Y los que dicen esto, parece que desean que el Salvador de todos vuelva como Juez a este mundo. Mandó pedir en la oración aquel tiempo verdaderamente terrible, para que sepamos que nos conviene vivir no de una manera tibia e indiferente que entonces nos atraiga el fuego y la venganza, sino más honestamente, según su voluntad, para que aquel tiempo nos depare coronas. Por esto, según San Mateo, prosigue ( Mt 6, 19): "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".

Crisóstomo
Como diciendo: Permítenos que imitemos la vida del cielo, en cuanto a que nosotros queramos también lo que tú deseas.

San Gregorio Niceno, in Orat. dom., serm. 4
Puesto que dice que la vida humana ha de ser semejante después de la resurrección a la de los ángeles, es consiguiente que debe disponerse de tal modo nuestra vida en este mundo, que esté conforme con la que esperamos en el otro, no viviendo carnalmente los que vivimos en la carne. Por esto, el verdadero médico de nuestra alma combate la naturaleza de la enfermedad, para que aquéllos a quienes invadió, porque se habían separado de la voluntad divina, unidos a ésta queden libres de aquélla; pues la salud del alma consiste en el cumplimiento de la voluntad de Dios.

San Agustín, In Enchirid., cap. 25 et 116
La oración dominical contiene siete peticiones, según el evangelista San Mateo; pero el evangelista San Lucas no pone siete peticiones, sino cinco; y no difiere del primero, sin embargo, sino en que aquellas siete peticiones las comprende en estas cinco, en obsequio a la brevedad. En efecto, el nombre de Dios es santificado por medio del Espíritu Santo y el Reino de Dios vendrá en la resurrección. Manifestando, pues, San Lucas, que la tercera petición es como una repetición de las dos primeras, quiso hacernos comprender mejor omitiéndola; y en seguida añadió las otras tres, hablando primero del pan cotidiano, y diciendo: "El pan nuestro de cada día dánosle hoy".

San Agustín, De verb. Dom., serm. 28
En el texto griego se dice epioúsion, esto es, sobre toda sustancia. No es éste el pan que alimenta el cuerpo, sino aquel pan de vida eterna que fortalece la sustancia de nuestra alma. El latino llama, pues, cotidiano al que el griego llama pan que ha de venir 1. Si este pan es cotidiano ¿por qué se le toma al cabo del año como acostumbraban a hacerlo los griegos de oriente? Toma todos los días lo que todos los días aprovecha, y vive de tal modo, que todos los días merezcas recibirlo. La muerte del Señor significa la remisión de los pecados. El que tiene una herida busca el remedio de ella; estamos heridos los que vivimos en el pecado; y la medicina es el Sacramento celestial y venerable. Si todos los días lo recibes, todos los días son hoy para ti. Jesucristo resucita para ti todos los días; luego hoy es cuando Jesucristo resucita.

Tito Bostrense, in Matth
O el pan de las almas es la virtud divina, que trae sobre ellas la vida eterna del mismo modo que el pan que nace de la tierra conserva la vida temporal. Llamándolo, pues, cotidiano, significó el pan divino que ha venido y el que ha de venir; significó el pan que rogamos nos conceda hoy, pidiendo, digámoslo así, su principio y su sabor. Este se nos concede cuando el Espíritu, habitando en nosotros, produce una virtud que aventaja a toda virtud humana, como la castidad, la humildad, etc.

San Cirilo
Creen algunos que los justos no deben pedir a Dios gracias materiales, por cuya razón explican estas palabras en sentido espiritual. Yo concedo que los justos se esfuercen especialmente en obtener los dones espirituales; sin embargo, también es conveniente no olvidar el pan ordinario, que podemos pedir sin faltar en nada, conforme a la enseñanza de Dios. Por la misma razón de que mandó pedir el pan (esto es, el alimento cotidiano), parece querer que no tengamos nada, sino que practiquemos más bien una pobreza humilde; porque no son los ricos los que piden el pan, sino los oprimidos por la indigencia.

San Basilio, in Regulis brevioribus, ad interrogat. 252
Como diciendo: El pan cotidiano (es decir, el que corresponde a la vida diaria de nuestra substancia), no es en el que debes confiar, sino en Dios, que lo produce, haciéndolo presente a la necesidad de tu naturaleza.

Crisóstomo, in Matthaem hom 24
Deben pedirse a Dios las cosas necesarias para la vida, no las variedades de alimentos, ni los vinos aromáticos, ni las demás cosas que agradan al paladar, cargan el estómago y perturban la inteligencia; sino el pan que puede alimentar nuestro cuerpo, es decir, el que nos basta sólo para hoy, con el fin de que no pensemos en el de mañana. Sólo debemos, pues, fijarnos en una sola petición sensible, la de que no seamos afligidos en el presente.

San Gregorio Niceno, in Orat. dom., serm 5
Después que nos ha enseñado a tener confianza por nuestras buenas obras, nos enseña a implorar el perdón de nuestros pecados; por ello sigue: "Y perdónanos nuestros pecados".

Tito Bostrense, in Matth
Es necesario esto que se añade, porque, no existiendo nadie sin pecados, no nos privemos de la participación de los beneficios divinos por los pecados humanos. Así pues, al ofrecer, como debemos, a Cristo, quien hace que el Espíritu Santo habite en nosotros, la santidad perfecta, habremos de reprendernos si no hemos conservado la pureza de su templo. Este defecto se enmienda por la bondad de Dios, perdonando a la humana debilidad el castigo de sus pecados. Esto se hace con toda justicia por el Dios justo, cuando nosotros perdonamos a nuestros deudores; esto es, a los que nos han ofendido y confiesan su deuda. Por esto se añade: "Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

San Cirilo
Quiere, pues, (si así puede decirse) que Dios imite a los hombres en la paciencia, para que del mismo modo que ellos se porten con sus semejantes, pidan ser tratados en igual balanza por Dios, que recompensa con justicia y es misericordioso con todos.

Crisóstomo, ut sup., in Cat. graec. Patr
Conociendo nosotros esto, debemos dar gracias a nuestros deudores; porque son para nosotros (si sabemos conocerlo así) la causa de nuestro mayor perdón. Además dando poco alcanzamos mucho; porque nosotros debemos muchas y grandes deudas a Dios y seríamos perdidos si nos pidiese una pequeña parte de ellas.

San Agustín, De verb. Dom., serm. 28
¿Cuál es nuestra deuda sino el pecado? Luego, si no hubieras recibido nada, no deberías al que te prestó; por tanto, eres pecador, porque tuviste dinero, con el que has nacido rico, hecho a imagen y semejanza de Dios, pero perdiste lo que tenías. Así, mientras deseas conservar tu orgullo, pierdes el tesoro de la humildad y recibiste del demonio la deuda que no era necesaria; el enemigo tenía tu resguardo, pero el Señor lo crucificó, y lo borró con su sangre. Puede el Señor defendernos contra las asechanzas del enemigo, que engendra la culpa, puesto que perdonó el pecado y pagó nuestras deudas. Por esto sigue: "Y no nos dejes caer en la tentación"; esta es, la tentación que no podemos vencer; pero quiere que, como atletas, suframos la tentación que la condición humana pueda resistir.

Tito Bostrense, in Matth
Es imposible que dejemos de ser tentados por el demonio y por esto pedimos a Dios que no nos deje caer en la tentación. En la Escritura se dice que Dios hace lo que en realidad El sólo permite. Y según esto, si no prohibe el ímpetu de la tentación que viene sobre nosotros, entonces nos deja caer en ella 2.

San Máximo, in Cat. graec. Patr
O bien manda Dios que pidamos: "Que no nos dejes caer en la tentación", esto es, que no permita que suframos la prueba de las tentaciones voluptuosas y espontáneas. Santiago nos enseña que los que pelean en defensa de la verdad no son culpables en las tentaciones involuntarias y que son causa de nuestros trabajos. Dice lo siguiente ( Stgo 1, 2): "Hermanos míos, juzgad como un gran bien el sufrir varias tentaciones".

San Basilio, in Regul. brevior., ad interrogat. 224
No conviene, sin embargo, que nosotros pidamos en la oración penas corporales. En general, Jesucristo mandó que orásemos para que no cayésemos en la tentación; pero cuando alguno se ve en ella, conviene que pida a Dios la virtud de resistirla, para que se cumpla en nosotros lo que dice San Mateo (10, 22): "El que persevera hasta el fin, se salvará".

San Agustín, in Enchirid., cap. 116
Pero este evangelista no ha puesto lo que al final dice San Mateo; a saber (6, 13): "Mas líbranos de mal". Esto para que comprendamos que se refiere a lo que antes se ha dicho respecto de la tentación. Por esto dice: "Mas líbranos", y no dice: "Y líbranos" demostrando que es una petición; no quieras esto, sino esto; en lo cual debe entenderse que en las palabras quedar libre de todo mal, se incluye el quedar libre de la tentación.

San Agustín De verb. Dom. serm. 28
Cada uno pide ser librado del mal (esto es, del demonio y del pecado); pero el que confía en Dios, no teme al pecado. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rm 8, 31).

Notas

1. Ver diferencia entre latín y griego.
2. Es decir, Dios permite la tentación y nuestra caída pues respeta nuestra libertad. Sin embargo, por otro lado, queda claro lo que dice el Señor a través de San Pablo: "No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará el modo de poderla resistir con éxito" 1Cor 10, 13.

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