Catena Áurea

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Cuando uno de los que comían a la mesa oyó esto, le dijo: "Bienaventurado el que comerá pan en el reino de Dios". Y El le dijo: "Un hombre hizo una grande cena y convidó a muchos. Y cuando fue la hora de la cena, envió uno de los siervos a decir a los convidados que viniesen, porque todo estaba aparejado: Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero le dijo: He comprado una granja y necesito ir a verla; te ruego que me tengas por excusado. Y dijo otro: He comprado cinco yuntas de bueyes, y quiero ir a probarlas; te ruego que me tengas por excusado. Y dijo otro: He tomado mujer, y por eso no puedo ir allá. Y volviendo el siervo, dio cuenta a su señor de todo esto. Entonces airado el padre de familias dijo a su siervo: Sal luego a las plazas, y a las calles de la ciudad y tráeme acá cuantos pobres, y lisiados, y ciegos, y cojos hallares. Y dijo el siervo: Señor, hecho está como lo mandaste y aún hay lugar. Y dijo el señor al siervo: Sal a los caminos, y a los cercados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa. Mas os digo, que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados gustará mi cena". (vv. 15-24)


Eusebio, in Cat. graec. Patr
El Señor había enseñado antes a invitar a un convite a los que no pudieran darle, a fin de recibir la recompensa en la resurrección de los justos; y por tanto, creyendo uno de los convidados que era lo mismo la resurrección de los justos y el reino de Dios, recomienda la antedicha recompensa. Por tanto sigue: "Cuando uno de los que comían en la mesa oyó esto, le dijo: Bienaventurado el que comerá pan en el reino de Dios", etc.

San Cirilo, ubi sup
Este hombre era todo carnal, no comprendiendo lo que Jesús había dicho y creía que los premios de los santos eran materiales.

San Agustín, De verb. Dom. serm. 33
Como éste suspiraba por lo que estaba lejos, no veía el pan que deseaba y tenía delante. ¿Cuál es el pan del reino de Dios, sino el que dice ( Jn 6, 41): "Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo"? No preparéis la boca, sino el corazón.

Beda
Como muchos perciben el olor, digámoslo así, de este pan por la fe y les hastía su dulzura gustándolo verdaderamente, declara el Señor en la parábola siguiente que esta indiferencia no es digna de los banquetes celestiales. Sigue, pues: "Y El le dijo: Un hombre hizo una grande cena y convidó a muchos".

San Cirilo, ubi supr
Este hombre es Dios Padre, conforme a la verdad figurada en estas imágenes.

San Crisóstomo
Siempre que el Señor quiere dar a conocer su poder de castigar, se compara al oso, al leopardo, al león y a otros animales semejantes y cuando quiere expresar su misericordia, se compara al hombre.

San Cirilo
El Creador de todas las cosas, Padre de la gloria (el Señor), preparó una gran cena ordenada en Cristo. Y en los tiempos modernos, casi al final de nuestro siglo, brilló para nosotros el Hijo de Dios. Y sufriendo la muerte por nosotros nos dio a comer su propio cuerpo, por lo que el cordero fue inmolado por la tarde, según la ley de Moisés. Con razón, por tanto, se ha llamado cena al convite preparado en Jesucristo.

San Gregorio, in hom. 36, in Evang
Celebró una gran cena porque nos preparó la saciedad de su eterna dulzura; llamó a muchos pero vienen pocos. Porque sucede con frecuencia que aun los mismos que le están sometidos por la fe contradicen con su vida el convite eterno. Hay una diferencia entre las complacencias del cuerpo y las del corazón y es que cuando no se disfrutan las del cuerpo se tiene un gran deseo de ellas; y cuando se obtienen, hastían por la saciedad al que las alcanza. Lo contrario sucede con las delicias espirituales. Cuando no se tienen parecen desagradables; y cuando se alcanzan, se desean más. La suprema piedad nos recuerda y ofrece a nuestros ojos las delicias desdeñadas y nos excita a que rechacemos el disgusto que nos causan. Por esto sigue: "Y envió a uno de sus siervos".

San Cirilo, ubi sup
Este siervo que envió fue el mismo Jesucristo, el cual, siendo por naturaleza Dios y verdadero Hijo de Dios, se humilló a sí mismo tomando la forma de siervo. Fue enviado a la hora de la cena. El Verbo del Padre no tomó, pues, nuestra naturaleza en el principio, sino en los últimos tiempos. Añade, pues: "Porque todo estaba aparejado". El Padre había preparado en Jesucristo los bienes dados por El al mundo: el perdón de los pecados, la participación del Espíritu Santo y el brillo de la adopción. A esto nos llamó Jesucristo por las enseñanzas de su Evangelio.

San Agustín, De verb. Dom., serm. 33
Este hombre, mediador entre Dios y el hombre, es Jesucristo. Envió a que viniesen los invitados, esto es, los llamó por los profetas enviados con este fin, los cuales en otro tiempo invitaban a la cena de Jesucristo. Fueron enviados en varias ocasiones al pueblo de Israel. Muchas veces los llamaron para que viniesen a la hora de la cena; aquéllos recibieron a los que los invitaban, pero no aceptaron la cena. Leyeron a los profetas y mataron a Cristo. Y entonces prepararon, sin darse cuenta de ello, esa cena para nosotros. Una vez preparada la cena (esto es, una vez sacrificado Jesucristo), fueron enviados los apóstoles a los mismos a quienes antes habían sido enviados los profetas.

San Gregorio, ut sup
Por este siervo, que fue enviado por el padre de familia para invitar, está representado el orden de predicadores. Muchas veces suele suceder que un poderoso tenga un criado despreciable y cuando el amo manda algo por medio de él, no se menosprecia a la persona del criado que habla, porque se respeta a la del señor que lo envía. Dios nos ofrece, pues, lo que debía ser rogado, en vez de rogar. Quiere dar lo que casi no podía esperarse y, sin embargo, todos se excusan a una. Sigue, pues: "Y empezaron todos a una a excusarse". He aquí que un hombre rico es quien convida y los pobres se apresuran en acudir: somos invitados al convite de Dios y nos excusamos.

San Agustín, ut sup
Tres fueron las excusas que se dieron, de las que se añade: "El primero le dijo: He comprado una granja y necesito ir a verla", etc. En la granja comprada se da a conocer el dominio, luego el vicio de la soberbia es el primer castigado. El primer hombre que no quiso tener señor, quiso serlo él.

San Gregorio, ut sup
También se representan los bienes de la tierra por la granja. Sale, pues, a verla el que sólo fija su atención en la sustancia de los bienes de la tierra.

San Ambrosio
Así, pues, se prescribe al varón de la milicia santa que menosprecie los bienes de la tierra. Porque el que atendiendo a cosas de poco mérito compra posesiones terrenas, no puede alcanzar el reino del cielo. Porque dice el Señor ( Mt 19, 21): "Vende todo lo que tienes y sígueme".

Prosigue: "Y dijo otro: He comprado cinco yuntas de bueyes y quiero ir a probarlas".

San Agustín De verb. Dom. serm. 3
Las cinco yuntas de bueyes son los cinco sentidos corporales. En los ojos está la vista, en las orejas el oído, en las narices el olor, en las fauces el gusto y en todos los miembros el tacto. Pero a los que especialmente se apropian las yuntas es a los tres primeros sentidos: dos son los ojos, dos las orejas, dos las narices. He aquí tres yuntas. Y en las fauces, esto es, en el sentido del gusto, se encuentra cierto doble sentido, porque no percibimos el sabor de una cosa si no juntamos la lengua al paladar. La voluptuosidad de la carne, que pertenece al tacto, oculta una doble sensación, que es interior y exterior. Se llaman yuntas de bueyes porque por medio de estos sentidos carnales se buscan todas las cosas terrenas y los bueyes están inclinados hacia la tierra. Y los hombres que no tienen fe, consagrados a las cosas de la tierra, no quieren creer otra cosa más que aquellas que perciben por cualquiera de estos cinco sentidos corporales. No, dicen, nosotros no creemos más que lo que vemos. Cuando pensamos de tal modo, aquellas cinco yuntas de bueyes nos impiden ir a la cena. Para que conozcáis, sin embargo, que la complacencia de estos cinco sentidos no es la que más arrastra y deleita, sino cierta curiosidad, no dijo: he comprado cinco yuntas de bueyes y voy a darles de comer, sino, voy a probarlas.

San Gregorio, in Evang hom. 36
Y como los sentidos corporales no pueden comprender las cosas interiores y sólo conocen las exteriores, puede muy bien entenderse por ellos la curiosidad, que examinando la vida ajena desconoce la suya íntima y cuida de verlo todo por el exterior. Pero debe advertirse que el que por haber comprado una granja y el que por probar las yuntas de los bueyes se excusan de ir a la cena del que los convida, confunden las palabras de humildad. Porque cuando dicen ruego y menosprecian el ir, en la palabra aparece la humildad, pero en la acción la soberbia.

Prosigue: "Y otro dijo: He tomado mujer y por eso no puedo ir allá".

San Agustín., De verb. Dom. serm. 33.
Esta es la pasión carnal que estorba a muchos. ¡Ojalá que sólo fuese exterior y no interior! El que dice: "He tomado mujer", se goza en la voluptuosidad de la carne y se excusa de ir a la cena. Mire no sea que muera de hambre interior.

San Basilio, in Cat. graec. Patr
Dice también: "No puedo venir", porque cuando el entendimiento humano se fija en las complacencias del mundo, se incapacita para las obras divinas.

Greg., ut sup.
Aunque el matrimonio es bueno y ha sido establecido por la Divina Providencia para propagar la especie, muchos no buscan esta propagación, sino la satisfacción de sus voluptuosos deseos; y por tanto, convierten una cosa justa en injusta.

San Ambrosio.
No es que se vitupere el matrimonio, pero la virginidad es mucho más honrosa. Porque la mujer virgen piensa en lo que es del Señor, para santificar su cuerpo y su alma, mientras que la casada piensa en las cosas del mundo ( 1Cor 7, 34) 1.

San Agustín, ut sup
Cuando dijo San Juan ( 1Jn 2, 16): todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición del siglo, empezó por donde el Evangelio acaba. Concupiscencia de la carne, he tomado mujer. Concupiscencia de los ojos, he comprado cinco yuntas de bueyes. Ambición del siglo, he comprado una granja. Tomando la parte por el todo, los cinco sentidos se expresan en sólo los ojos, que son el principal entre ellos. Por tanto, aunque la vista pertenezca propiamente a los ojos, solemos decir que el hombre ve por todos los cinco sentidos.

San Cirilo
¿Quiénes diremos que fueron los que no quisieron venir por las causas predichas, sino los príncipes de los judíos, a quienes vemos reprendidos en todo este pasaje de la Sagrada Escritura?

Orígenes, in Cat. graec. Patr
Estos que compraron la granja y rehúsan o se excusan de ir a la cena, son aquellos que habiendo recibido otras enseñanzas de la Divinidad, no las practicaron y despreciaron el Verbo que poseían. Este que compró cinco yuntas de bueyes, es todo aquel que menosprecia su naturaleza espiritual y se fija en lo sensible, por lo que no puede conocer la naturaleza incorpórea. El que tomó mujer es el que está unido a la carne y prefiere sus pasiones al amor de Dios ( 1Tim 3, 4).

San Ambrosio
O bien consideremos que tres clases de personas son excluidas de esta cena: los gentiles, los judíos y los herejes. Los judíos se imponen el yugo de la ley en sentido material. Las cinco yuntas representan los diez mandamientos, acerca de los que se dice en el Deuteronomio ( Dt 4, 13): "El os reveló su alianza, que os mandó poner en práctica, las diez Palabras que escribió en tablas de piedra", esto es, los mandamientos del decálogo. O de otro modo: las cinco yuntas son los cinco libros de la antigua ley y la herejía que, a imitación de Eva, tienta el afecto de la fe con femenil seducción. Y el Apóstol ( Ef 5; Col 3; Heb 13; 2Tim 2) dice que debemos huir de la avaricia, no sea que, como sucede a los gentiles, nos incapacitemos de poder llegar al reino de Jesucristo. Por tanto, aquél que compró la granja no es apto para el reino de los cielos, ni el que prefirió el yugo de la ley al don de la gracia, ni el que se excusa por haber tomado mujer. Prosigue: "Y volviendo el siervo dio cuenta a su señor de todo esto".

San Agustín Super Gen. 5, 19
El Señor no necesita de sus enviados para conocer a las criaturas inferiores, como si hubiera de saber más por ellos, sino que conoce todas las cosas permanente e inimitablemente y tiene mensajeros por nosotros y por ellos mismos, porque de este modo, en el orden de su propia naturaleza, está bien que se presenten a Dios para consultarle sobre las criaturas inferiores y para ejecutar sus mandatos.

San Cirilo, ubi sup
Habiendo renunciado a su vocación los príncipes de los judíos, según ellos decían ( Jn 7, 48): "¿acaso ha creído en El alguno de nuestros príncipes?", se indignó el padre de familia contra ellos, como acreedores a su indignación y a su ira. Por esto sigue: "Entonces airado el padre de familia", etc.

San Basilio in Sal. 37
No porque la Divinidad pueda tener la pasión de la ira, sino que lo que en nosotros se hace por la ira se llama ira o indignación de Dios.

San Cirilo, ubi sup
Así, pues, se dice que se indignó el padre de familia contra los príncipes de los judíos y fueron llamados en lugar de ellos los que eran de entre los judíos más sencillos y de inteligencia más limitada. Habiendo hablado Pedro, primero creyeron tres mil ( Hch 2, 41), después cinco mil ( Hch 4, 4) y después gran parte del pueblo. Por esto añade: "Dijo a su siervo: Sal luego a las plazas y a las calles de la ciudad y tráeme acá cuantos pobres y lisiados y ciegos y cojos hallares".

San Ambrosio
Invita a los pobres, a los débiles y a los ciegos, para dar a conocer que la enfermedad del cuerpo no impide la entrada en el reino de los cielos, que rara vez falta aquel que no halla incentivo en el pecado, o que la enfermedad de los pecadores se perdona por la misericordia del Señor. Por esto envía a las plazas para que vengan al camino estrecho, abandonando los caminos anchos.

San Gregorio, in Evang hom. 36
Y como los soberbios no quieren venir, elige a los pobres. Se llaman débiles y pobres los que según su propio juicio están enfermos, porque son como fuertes los pobres a quienes ensoberbece la pobreza. Son ciegos los que no tienen ninguna luz o talento; cojos los que no andan derechos en sus obras. Pero mientras los vicios de éstos se dan a conocer en la enfermedad de los miembros, como fueron pecadores los que no quisieron venir una vez llamados, así lo son los que son instados y vienen. Pero los pecadores soberbios son rechazados y los humildes son elegidos. El Señor elige a los que el mundo desprecia, porque muchas veces sucede que el desprecio hace al hombre fijarse en sí mismo y algunos oyen la voz del Señor tanto más pronto cuanto menos complacencias les ofrece el mundo. Por tanto, cuando el Señor llama a algunos de las calles y de las plazas para que vengan a su cena, se refiere a aquel pueblo que había conocido muy temprano la gran importancia de la ley, pero la multitud del pueblo de Israel que creyó, no llenó todo el espacio preparado del celestial convite. Por esto prosigue: "Y dijo el siervo: Señor, hecho está como lo mandaste y aun hay lugar", etc. Había entrado ya gran número de judíos, pero aún queda mucho lugar en el reino donde debe recibirse multitud de gentiles. Por esto sigue: "Y dijo el señor al siervo: Sal a los caminos y a los cercados y fuérzalos a entrar". Cuando mandó recoger a sus convidados de los cercados y de los caminos buscó al pueblo bárbaro, esto es, al pueblo gentil.

San Ambrosio
Mandó a los caminos y a los cercados, porque son aptos para el reino de los cielos aquellos que no ocupándose de las delicias de esta vida, se apresuran a buscar las del cielo. Puestos en el camino de la buena voluntad -y así como el cercado separa lo que está cultivado de lo que no lo está, e impide la entrada de las bestias-, saben distinguir las cosas buenas de las malas y oponer la muralla de la fe contra las tentaciones de la disipación espiritual.

San Agustín, , De verb. Dom. serm. 33
Vinieron los gentiles de las plazas y de las calles y los herejes de los cercados. Porque los que hacen cercados, establecen divisiones, se separan de los cercados, se apartan de las espinas, pero no quieren ser obligados y dicen: entremos por nuestra propia voluntad. Y no es lo que mandó el Señor que dijo: obliga a entrar. La necesidad se encuentra afuera, de donde nace la voluntad.

San Gregorio, ut sup
Todos los que son obligados por las adversidades del mundo a volver al amor de Dios, son obligados a entrar. Pero es muy terrible la sentencia que sigue: "Mas os digo, que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena". Por tanto, que ninguno lo desprecie, no sea que si se excusa cuando se lo llame, no pueda entrar cuando él quiera.

Notas

1. San Ambrosio sigue aquí la enseñanza que ya encontramos en San Pablo, p.e.j: "La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido" ( 1Cor 7, 34). Al tema de la virginidad dedica San Ambrosio varias obras: De virginibus; De virginitate; De institutione virginis.

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