Catena Áurea
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← Jn 1, 11-13 →
A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, les dio poder de ser hechos hijos de Dios, a aquéllos que crean en su nombre. Los cuales son nacidos no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios. (vv. 11-13)
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 8
Dice que el mundo no le conoció, hablando de tiempos anteriores. Pero en cuanto a lo demás, lo refirió al tiempo de su predicación, y por esto dice: "A lo suyo vino".
San Agustín, in Ioannem, tract.1
Esto es porque todas las cosas habían sido hechas por El.
Teofilacto
Se entiende por "lo suyo" al mundo o a Judea, que había elegido por su heredad.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 9
Luego vino a lo suyo, no porque tuviera necesidad de ello, sino por colmar a los suyos de beneficios. ¿Pero de dónde viene el que todo lo llena y en todas partes se encuentra? Todas las cosas las ha hecho por su misericordia. Aún cuando estaba en el mundo, no se creía que estaba porque no se le conocía; por esto se dignó tomar nuestra carne. Llama presencia (o venida) a esta manifestación y condescendencia. Dios, siendo misericordioso, hace todas las cosas para que nosotros brillemos según nuestra virtud. Y por esto en realidad no trae hacia sí a ninguno por violencia ni por necesidad, sino a los que quieren venir por la persuasión y por los beneficios. Y, por tanto, al venir el Señor, unos le aceptaron, pero otros no le recibieron. Pues el Señor no quiere que nadie le sirva obligado o forzado, porque el traer a uno por la fuerza es lo mismo que no servir. Por esto sigue: "Y los suyos no le recibieron".
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 8
El mismo llama ahora suyos a los judíos, como pueblo escogido. Pero llama a todos los hombres, porque todos han sido hechos por El. Como antes decía, avergonzándose por la naturaleza humana, que con el mundo hecho por El no había reconocido a su autor por quien había sido hecho, así ahora se indigna otra vez por la ingratitud de los judíos, y los reprende diciendo: "Y los suyos no le recibieron".
San Agustín, ut sup
Mas si ninguno le recibió, ninguno se ha salvado; porque ninguno puede salvarse sino el que recibe a Jesucristo cuando viene. Y por esto añade: "Mas a cuantos le recibieron".
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 9
Ya sean siervos, ya libres, ya griegos, ya bárbaros, ya necios, ya sabios, ya mujeres, ya hombres, ya niños, ya ancianos, todos son dignos del mismo honor. Por lo que dice: "Les dio potestad de ser hechos hijos de Dios".
San Agustín, ut sup
Gran benevolencia, nació solo y no quiso permanecer solo; no temió tener coherederos, porque su herencia no disminuye aun cuando la posean muchos.
Crisóstomo, ut sup
Y no dijo que los obligó a hacerse hijos de Dios, sino que les dio poder de ser hechos hijos de Dios, manifestando que se necesita de mucho cuidado para que conservemos siempre la imagen de la adopción, que se ha impreso y formado en nosotros por el bautismo. Además nos manifiesta así que a ninguno de nosotros podrá arrebatársele esta gracia, si nosotros no nos privamos de ella. Por tanto, si los que reciben de los hombres el dominio de algunas cosas poseen el dominio de ellas casi tanto como los que se las conceden, mucho más nosotros, que recibimos de Dios esta gracia. También quiere dar a entender que esta gracia se concede a los que la quieren y la buscan. Porque depende del libre albedrío y de la obra de la gracia que los hombres se hagan hijos de Dios.
Teofilacto
Y como en el día de la resurrección conseguiremos ser hijos perfectísimos de Dios, según lo que dice el Apóstol: "Esperando la adopción de los hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo" (Rm 8, 23). Nos concedió, pues, el poder de ser hechos hijos de Dios, esto es, de obtener esta gracia en la vida futura.
Crisóstomo, ut sup
Y como en estos mismos bienes inefables es propio de Dios dar la gracia y del hombre prestar su fe, añade: "A los que creen en su nombre". Y ¿por qué no nos dices a nosotros ¡oh Juan! qué castigo tendrán aquellos que no le recibieron? ¿Acaso será mayor para ellos por haber podido hacerse hijos de Dios y haberse privado voluntariamente a sí mismos de tan grande honor? Un fuego inextinguible se apoderará de ellos, como más adelante dice claramente.
San Agustín, ut sup
Y los que creen, por cuanto que se hacen hijos de Dios desde luego nacen hermanos de Jesucristo. Porque si los hijos no nacen, ¿cómo pueden existir? Pero los hijos de los hombres nacen de la carne y de la sangre y de la voluntad del varón y de la unión con su consorte. Cómo nacen los demás, lo dice a continuación: "Los cuales son nacidos no de sangres", como las del marido y de la mujer. Porque "sangres" no es palabra latina, mas como en griego está puesta en plural, quiso más bien el intérprete ponerla así, aunque faltando al latín según la gramática, y explicar la verdad a los menos inteligentes. Porque los hombres nacen de la sangre del hombre y de la sangre de la mujer.
Beda
Debe tenerse en cuenta también que en las Sagradas Escrituras, cuando se habla de sangre en plural, suele significarse el pecado. Por eso en el Salmo dice: "Líbrame de las sangres" (Sal 50, 16).
San Agustín, in Ioannem, tract.2
Y en lo que sigue: "Ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del varón", puso carne en vez de mujer porque cuando fue hecha de la costilla del hombre, dijo Adán: "Esto ahora es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn 2, 23). Se dice carne en lugar de mujer, como cuando se dice espíritu en vez de marido, porque éste es quien debe mandar y aquélla obedecer. ¿Cuánto peor está aquella casa donde la mujer lleva el dominio sobre el hombre? Los hijos, pues, ni por voluntad de la carne ni de la voluntad del varón han nacido, sino por voluntad de Dios.
Beda
La generación carnal de todos procede de la unión de los consortes, pero la espiritual se concede en virtud de la gracia del Espíritu Santo.
Crisóstomo, ut sup
Todo esto lo refiere el Evangelista, para que, conociendo la utilidad y la humildad del primer parto (que sucede según la sangre y la voluntad de la carne), y la elevación del segundo (que consiste en la gracia y la nobleza), formemos una idea grande y digna de la gracia que nos ha dado el que nos engendró y para que demostremos siempre un gran celo.