Catena Áurea

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Y Jesús cuando entendió que habían de venir para arrebatarle, y hacerle rey, huyó otra vez al monte El sólo. Y como se hiciese tarde, descendieron sus discípulos al mar. Y habiendo entrado en un barco, pasaron de la otra parte del mar, hacia Cafarnaúm: y era ya oscuro, y no había venido Jesús a ellos. Y se levantaba el mar con el viento recio que soplaba. Y cuando hubieron remado como unos veinte y cinco o treinta estadios, vieron a Jesús andando sobre el mar, y que se acercaba al barco, y tuvieron miedo. Mas El les dice: "Yo soy, no temáis". Y ellos quisieron recibirle en el barco. Y el barco llegó luego a tierra a donde iban. (vv. 15-21)


Beda
Las multitudes, cuando vieron aquel milagro tan grande, supieron que era bueno y poderoso el que lo había hecho y por tanto lo quisieron hacer rey. Porque los hombres quieren tener un rey que sea bueno para mandar y poderoso para defender. Mas el Señor, conociendo esto mismo, huyó a un monte, esto es, subió con precipitación. Por esto dice: "Y Jesús, cuando entendió que habían de venir para arrebatarle y hacerle rey, huyó otra vez al monte El solo". En esto se da a conocer que cuando el Señor estaba sentado en el monte con los discípulos y vio que las multitudes venían hacia El, había bajado y les había dado de comer en las partes inferiores: ¿Porque cómo podía suceder que otra vez huyese al monte, si antes no hubiese bajado de él?

San Agustín De cons. evang. 2, 47
Y no se opone a esto lo que dice San Mateo "que subió solo a orar al monte" ( Mt 14, 23), porque la causa de orar no es contraria a la causa por la cual huía. En algunas ocasiones, y aquí especialmente, el Señor nos da a conocer, que hay gran motivo para orar cuando nos vemos obligados a huir.

San Agustín, In Ioannem tract., 25
Y sin embargo, era Rey el que temía que lo hicieran rey. Y no era un rey de tal condición que podía ser elegido por los hombres, sino quien daba a los hombres un reino. Porque El siempre reina con el Padre, en cuanto que es Hijo de Dios. Los profetas habían anunciado su reino, en cuanto que Jesucristo se hizo hombre. E hizo que sus fieles fueran cristianos, porque son su reino, el cual, o bien se forma, o bien se compra con la sangre de Jesucristo. Sucederá alguna vez que su reino sea bien conocido, cuando la santidad de sus escogidos sea bien conocida, después del juicio que El habrá de celebrar. Mas los discípulos y las multitudes que creían en El, entendían que había venido ya, pero para reinar. Y por esto querían arrebatarlo y hacerlo rey, previniendo de este modo el tiempo en que el Señor se ocultaba.

Crisóstomo in Ioannem hom. 41
Véase cuánto es el poder de la ambición. No se fijan ya en si quebranta el sábado ni tienen celo por la gloria de Dios, sino que todo esto lo miran como accidental cuando tienen el vientre lleno. Y cuando ya tenían al profeta entre ellos, quieren entronizarlo como rey. Mas Jesucristo huyó, enseñándonos de este modo a despreciar los honores humanos. Y así Jesucristo dejó a sus discípulos y se subió al monte. Mas ellos, abandonados por su Maestro, y como ya era tarde, se bajaron al mar. Y esto es lo que añade: "Y como se hiciese tarde", etc. Y en realidad esperaron hasta la caída de la tarde, creyendo que el Señor volvería. Mas cuando ya concluyó la tarde, no se cansaron ya en buscarlo (¡tanto los detenía su amor!) y por eso, abrasados por aquel amor, subieron a la nave. Por esto sigue: "Y habiendo entrado en un barco, pasaron a la otra parte del mar, a Cafarnaúm". Y vinieron a aquella ciudad, creyendo que allí lo encontrarían.

San Agustín, ut supra
Así explicó primero el final de aquel acontecimiento, y volvió para exponer de qué manera habían llegado: que habían pasado de una orilla a otra navegando a través del lago. Y recuerda lo que sucedió mientras navegaban, diciendo: "Y era ya oscuro", etc.

Crisóstomo, ut supra
No deja de tener un motivo el evangelista al citar el tiempo en que esto sucedió, porque así dio a conocer el amor ferviente de los discípulos hacia el Salvador. Por esto no dijeron: ya es tarde y la noche se acerca, sino que, encendidos por su amor, entraron en el barco. Eran muchas las razones que los detenían con cierta necesidad, especialmente la del tiempo. Por esto dice: "Y ya era oscuro". Y también por la tempestad, por lo que continúa: "Y se levantaba el mar con el viento fresco que soplaba". Y también por el lugar, porque no estaban cerca de la tierra, por esto dice: "Y cuando hubieron remado como unos veinte y cinco a treinta estadios".

Beda in Ioannem in c. 5
Con este modo de hablar con que nos expresamos cuando tenemos dudas; solemos decir, casi veinticinco, o cerca de treinta.

Crisóstomo, ut supra
Y al final sucedió lo que menos se esperaba. "Vieron a Jesús andando sobre el mar, y que se acercaba al barco". Reaparece después que les había dejado, dándoles a conocer con esto lo que representa su abandono y exhortándolos a que lo amen más. Y aquí manifiesta también su gran poder. Por ello es que se asustaban. Por esto sigue: "Y tuvieron miedo". Mas el Señor se dio a conocer a los que estaban asustados para animarles. Por esto sigue: "Mas El les dice: yo soy, no temáis".

Beda
Y no dijo: Yo soy Jesús, sino únicamente: "Yo soy", porque eran sus amigos muy cercanos y con sólo oír su voz ya podían conocer a su maestro, o (lo que es más), para dar a conocer que El era aquel mismo que dijo a Moisés ( Ex 3, 14): "Yo soy el que soy".

Crisóstomo in Ioannem hom. 42
Y se apareció así a éstos, para manifestar que El es quien calma la tempestad, y esto lo demuestra el evangelista cuando añade: "Y ellos quisieron recibirle en el barco; y el barco llegó en seguida a la tierra a donde iban". Luego les concedió una navegación tranquila. Y no subió al barco, queriendo hacer que el milagro fuese mayor y demostrar con más evidencia su divinidad.

Teofilacto
Véase, pues, cómo hizo tres milagros: el primero era que andaba sobre las aguas; el segundo, que calmó las olas y el tercero, porque encaminó al punto el barco a la tierra a donde iban, de la que todavía estaban muy distantes cuando el Señor se les apareció.

Crisóstomo, ut supra
No se dio a conocer a la multitud cuando andaba por el mar, porque esto excedía a lo que podían comprender, de modo que ni aun por sus discípulos fue visto en muchos días, porque en cuanto hizo esto desapareció de entre ellos.

San Agustín De cons. evang. 2, 47
No se opone esto a lo que antes dijo San Mateo, que mandó a sus discípulos que entrasen en el barco y que fuesen delante de él atravesando el lago mientras despedía las multitudes; y que después, cuando hubo despedido a las multitudes, se subió solo a orar a un monte. Pero San Juan dice en primer lugar que huyó solo al monte, y después dice: "Y como se hiciese tarde, descendieron sus discípulos al mar, y habiendo entrado en un barco, etc.". ¿Y quién no comprende esto mismo, recopilando lo que San Juan dice que habían hecho los discípulos según las instrucciones que Jesús había dado antes de huir al monte?

Crisóstomo, ut supra
O de otro modo: me parece que este milagro es diferente del que refiere San Mateo, porque entonces no lo recibieron inmediatamente y ahora sí. Y entonces la tempestad continuó sin embargo combatiendo la nave y ahora se calmó en cuanto oyó su voz. Porque muchas veces repetía los mismos milagros, haciéndolos así más comprensibles.

San Agustín In Ioannem tract., 25 et seq.
En sentido espiritual, el Señor temió a las multitudes y huyó al monte, y así se había anunciado respecto de El, pues dice el salmo ( Sal 7, 8): "La reunión de los pueblos te rodeará, y por esta causa te volverás a lo alto", esto es, cuando te rodee la multitud de pueblos, vuelve a lo alto. ¿Y por qué se ha dicho: "huyó", supuesto que no queriendo El no podría ser detenido? Tenemos otro significado para huyendo, porque en verdad no pudo ser comprendido por su elevación: cuando no comprendes alguna cosa dices: "Esto escapa a mi razón". Por esto huyó solo al monte, porque subió más arriba de todos los cielos. Pero en cuanto El se posó en lo alto, sus discípulos sufrieron la tormenta en el barco. Aquella nave representaba la Iglesia. Ya habían aparecido las tinieblas y con razón, porque no existía la luz y no había venido Jesús a ellos. En tanto que se acerca el fin del mundo, crece la maldad y aumentan los errores. Mas la luz es la caridad, según aquellas palabras de San Juan ( 1Jn 2, 9): "el que aborrece a su hermano vive en tinieblas". Las mismas olas que turban la nave, las tempestades y los vientos, representan los clamores de los réprobos. Por esto la caridad se enfría y se aumentan las agitaciones y la nave peligra. Y sin embargo ellos, a pesar del viento, de la tempestad y de las olas, procuraban que la nave no zozobrase ni se sumergiese, porque el que perseverare hasta el fin se salvará ( Mt 10, 22). El número cinco se refiere a la Ley y los libros de Moisés son cinco. Luego el número veinticinco también representa la Ley, puesto que cinco veces cinco hacen veinticinco. Pero a esta Ley, antes que apareciese el Evangelio, le faltaba la perfección, que se comprende en el número seis. Multiplíquese el mismo número cinco por seis, para que la Ley se cumpla por medio del Evangelio, y se completa el número treinta multiplicando seis por cinco. Y para aquéllos que cumplen la Ley, vino Jesucristo pisando las olas, esto es, poniendo bajo sus pies a todas las vanidades del mundo, rebajando todas las elevaciones del siglo. Y sin embargo quedan tantas tribulaciones, que aun los mismos que creen en Jesucristo temen perecer.

Teofilacto.
Cuando los hombres o los demonios se esfuerzan en abatirnos por temor, oigamos lo que dice Jesucristo: "Yo soy, no temáis". Esto es: yo sin cesar os defiendo, y como Dios, subsisto siempre y nunca falto; no perdáis la fe en mí, asustados por falsos temores. Véase también cómo el Señor no acudió en los primeros momentos del peligro, sino en los últimos. Porque permite que nos encontremos en medio de los peligros, para que así, peleando en las tribulaciones, nos volvamos mejores y recurramos únicamente a El solo, que es quien puede librarnos cuando menos se espera. No pudiendo la inteligencia humana acudir con el oportuno remedio en las grandes tribulaciones, viene entonces a auxiliarnos la gracia divina. Y si queremos también que Jesucristo pase a nuestra nave (esto es, habite en nuestros corazones) inmediatamente nos encontraremos en la tierra a donde queremos ir (esto es, en el cielo).

Beda.
Y como esta navecilla no conduce a los perezosos, sino a los que reman con firmeza, se da a entender que en la Iglesia, no los desidiosos ni los comodones, sino los fuertes y perseverantes en las buenas obras, son los que llegan al puerto de la salvación eterna.


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