Entrada: " Sé la roca de mi refugio, Señor, un baluarte donde me salve, tú, que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame " (Sal 30, 3-4).Colecta (Gelasiano): " Señor, tú que te complaces en habitar en los limpios y sinceros de corazón, concédenos vivir, por tu gracia, de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros ".Ofertorio (del Misal anterior, con retoques tomados del Veronense): " Señor, que esta oración nos purifique y nos renueve, y sea causa de eterna recompensa para los que cumplen tu voluntad ".Comunión: " Comieron y se hartaron; así el Señor satisfizo su avidez " (Sal 77, 29-30). " Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna " (Jn 3, 16).Postcomunión (del Misal anterior, con retoques tomados del Gelasiano): " Alimentados con el manjar del cielo, te pedimos, Señor, que busquemos siempre las fuentes de donde brota la vida verdadera ".
La Encarnación del Verbo, con su palabra y su vida, compromete toda nuestra conducta moral. Tiene fuerza para cambiar radicalmente nuestra vida, renovándola por el Evangelio, por obra del Espíritu Santo.
–Si 15, 16-21: Delante del hombre están la muerte y la vida. Y él, libremente, se orienta hacia lo que elige. La libertad del hombre fundamenta su responsabilidad teológica ante Dios y ante su propia conciencia. Es una libertad que puede y debe ser sanada por la gracia divina, con la que puede y debe colaborar. Solo así podrá ser una libertad perfecta.Esta antigua lectura es uno de los testimonios más claros de la libertad del hombre. Las consideraciones sapienciales que contiene meditan sobre el misterio del bien y del mal. ¿Cuál es la responsabilidad del hombre en el bien y en la culpa? El mal no proviene de Dios, sino del hombre, que, siendo dueño de su destino, usa mal de su libertad. Taciano enseña: " No fuimos creados para la muerte, sino que morimos por nuestra culpa. La libertad [el mal uso de la libertad] nos perdió. Esclavos quedamos los que éramos libres; por el pecado fuimos vencidos. Nada malo fue hecho por Dios; fuimos nosotros los que produjimos la maldad. Pero los mismos que la produjimos somos también capaces de rechazarla " (Discurso contra los griegos 11). - Con el Salmo 118 decimos: " Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor. Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor. Dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón ".
–1Co 2, 6-10: Dios predestinó para nuestra gloria una Sabiduría que no es de este siglo. Cristo es, personalmente, la Luz de la Sabiduría divina, e ilumina amorosamente toda nuestra existencia. Sin Cristo, la vida del hombre permanece en las tinieblas, y corre el riesgo gravísimo de degradarse en el tiempo y para la eternidad.Las discordias en la comunidad de Corinto nacen de una mentalidad y de una sabiduría meramente humana, que está contrapuesta a la Sabiduría de Dios, es decir, que se opone a su misterioso designio de salvación, fundamentado en la Cruz de Cristo. San Agustín comenta:En Cristo " fue crucificada su humanidad. Dios no cambió ni murió y, sin embargo, en cuanto hombre, sufrió la muerte. "Si lo hubieran reconocido, dice el Apóstol, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria" (1Co 2, 8). Afirma que [Cristo] es "el Señor de la gloria", y al mismo tiempo confiesa que fue crucificado... Él es el Señor, es el Hijo único del Padre, es nuestro Salvador, es el Señor de la gloria, y no obstante, fue crucificado, pero en la carne; y fue sepultado, pero en la carne " (Sermón 213, 4).La falsa sabiduría es la que pertenece a este mundo, a " los príncipes de este siglo ", es decir, a los que en él están vigentes y prestigiados, y consecuentemente, a las oscuras fuerzas del mal y de la mentira.
–Mt 5, 17-37: Se dijo a los antiguos..., pero yo os digo. Cristo se nos manifiesta como expresión de la voluntad definitiva del Padre. No ha venido a abrogar esa Voluntad divina, manifestada en la Ley, sino para consumarla en la verdadera santidad y en el pleno amor de Dios. San Juan Crisóstomo dice:" Imposible quede nada sin cumplirse, pues hasta la más leve parte [de la Ley] ha de cumplirse. Esto es exactamente lo que Él hizo, cumpliéndola con toda perfección. Pero aquí nos quiere dar a entender el Señor que el mundo entero ha de transformarse. Aquí pretende levantar a su oyentes, haciéndoles ver que Él viene a introducir en el mundo una nueva manera de vida, que la creación entera va a ser renovada, y que el género humano es llamado a otra patria y a una vida más elevada..." Habiendo, pues, amenazado a los que infringen la ley, y propuesto grandes premios a los que la cumplen; habiendo además demostrado que con razón nos exige más de lo que pedían las antiguas medidas, pasa ya a establecer su propia ley, en parangón con la antigua. Con esto quiere hacernos ver dos cosas: primero, que no establece sus preceptos en pugna con los pasados, sino muy en consecuencia con ellos; y segundo, que muy razonable y oportunamente añade los nuevos " (Homilías sobre San Mateo 16, 3 y 5).
La realidad salvadora de Cristo se hace luz para nosotros por el don de la fe. Ella es la luz sobrenatural que nos infunde los mismos criterios y sentimientos propios del Corazón de Jesús, en su relación con el Padre y con los hombres. La santidad cristiana no depende, pues, del formalismo puritano de una fidelidad material a unos preceptos, sino de la fe y del amor a Dios que, a través de la fidelidad a esos preceptos, aseguran nuestra conducta de hijos y nos impulsan a buscar en cada momento su Voluntad amorosa, que está empeñada en perfeccionar la vida nuestra de cada día.
–Lv 13, 1-2.44-46: El leproso vivirá solo, y tendrá su morada fuera del campamento. La ley mosaica, además de proclamar la santidad trascendente del Señor, velaba también por el bien común del pueblo a Él consagrado. Ésta es la razón de sus preceptos sobre la pureza cultual y comunitaria. La lepra aquí aparece como símbolo del pecado y de sus consecuencias.En efecto, cuando el hombre peca gravemente, se arruina para sí mismo y para Dios. Anda perdido, sin sentido y sin dirección, pues el pecado desorienta y extravía. El pecado es la mayor tragedia que puede sucederle a un cristiano. En unos pocos momentos de malicia ha negado a Dios y se ha negado también a sí mismo. Su vida honrada, su vocación, las promesas que un día hiciera él mismo o hicieron por él en el bautismo, las esperanzas que Dios había puesto en él, su pasado, su futuro, todo se ha venido abajo... Queda como un leproso, solo, fuera del campamento, sin participación en la vida de la Iglesia, de la que se ha excluído. Por eso dice San Juan Crisóstomo:" El pecado no sólo es nocivo para el alma, sino también para el cuerpo, porque a causa de él el fuerte se hace débil, el sano enfermo, el ligero pesado, el hermoso deforme y viejo " (Homilía sobre 1 Corintios 99).Pero toda esa ruina podrá ser restaurada, por la misericordia del Salvador, con el arrepentimiento y con el sacramento de la penitencia.- Con el Salmo 31 proclamamos: " Tú, Señor, eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación. Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta su delito. Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse: "confesaré al Señor mi culpa", y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado ".El sacramento de la penitencia nos hace pasar de la muerte a la vida, de la enfermedad a la salud espiritual.
–1Co 10, 31-11, 1: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. En la ley nueva no basta la santidad legalista o cultual. La salvación evangélica es obra de la fe, que da siempre la primacía a la caridad interior y exterior (Ga 5, 6). Es la santidad de un corazón nuevo. La ley fundamental de la convivencia entre cristianos es la caridad. En la medida en que nos amamos, encontramos los puntos de acuerdo y de fraternidad, sabiendo todos renunciar a cualquier cosa en favor de los hermanos. El criterio último de nuestra conducta es siempre imitar a Cristo, que en todo ha buscado la gloria del Padre y el bien de los hombres. La vida cristiana ha de ser en todas sus manifestaciones una fiel imitación de Cristo, abriéndose a la acción de su Espíritu. San Gregorio Magno afirma:" Tanto los predicadores del Señor como los fieles deben estar en la Iglesia de tal manera que compadezcan al prójimo con caridad; pero sin separarse de la vía del Señor por una falsa compasión " (Homilía 37 sobre los Evangelios).
–Mc 1, 40-45: Le desapareció la lepra y quedó limpio. Jesús ha venido a perfeccionar la ley. Él no desprecia la fidelidad a los preceptos, pero supera el formalismo puritano con una caridad verdadera ante las necesidades de los hombres, sus hermanos. Cristo tiene compasión del leproso, no sólo por lo horrible de la enfermedad, sino también por el estado de muerte civil y religiosa que, según la ley, implicaba.Nosotros podemos ver en el leproso del Evangelio no solo una imagen del pecador, sino también un símbolo de todos los marginados de la sociedad. A todos hemos de tender nuestra mano en una ayuda fraternal y verdadera. Pero hemos de tener siempre conciencia de que no seremos solidarios con los demás, sino en la medida en que seamos fieles al Padre. Nada frena tanto el buen desarrollo de la ciudad terrena como la pretensión del hombre de bastarse a sí mismo en su búsqueda perso-nal y comunitaria de la felicidad. Siempre lleva a Dios el amor que procede de Él mismo. San Pedro Crisólogo elogia la fuerza transformadora de la verdadera caridad, aquella que participa de la fecundidad del amor divino: " La fuerza del amor no mide las posibilidades, ignora las fronteras, no reflexiona, no conoce razones. El amor no se resigna ante la imposibilidad, no se intimida ante ninguna dificultad " (Sermón 147).
El Corazón de Cristo Redentor proclamó un día las actitudes fundamentales de los corazones elegidos por el Padre para realizar en ellos sus designios de salvación. No se trata de cumplir simplemente los mandamientos del decálogo, como en el Antiguo Testamento. Se requiere en el Nuevo un modo de vivir y de obrar totalmente nuevo. Pero esto sólo es posible con la fuerza del Espíritu Santo, que nos comunica el espíritu evangélico de las bienaventuranzas.
–Jr 17, 5-8: Maldito quien confía en el hombre, y bendito aquel que confía en el Señor. Dos senderos se abren ante nuestra libertad: un camino de salvación divina, para cuantos confían en la Palabra y en el amor de Dios; y un camino de maldición, para cuantos ponen su confianza idolátrica en los bienes de la tierra. Comenta San Agustín:" ¿Qué es "negarse a sí mismo"? No presuma el hombre de sí mismo; advierta que es hombre y escuche el dicho profético: "¡maldito todo el que pone su esperanza en el hombre!". Así pues, sea el hombre guía de sí mismo, pero no hacia abajo; sea guía de sí mismo, pero para adherirse a Dios. Cuanto tiene de bueno atribúyalo a Aquél por quien ha sido hecho; y entienda que cuanto tiene de malo es de cosecha propia. No hizo Dios lo que de malo existe en él." Por tanto, pierda el hombre lo que hizo, si fue algo que le llevó a la ruina. "Niéguese a sí mismo, dice el Señor, tome su cruz y sígame" (Mt 16, 24). ¿A dónde hay que seguir al Señor? Sabemos adónde fue... Resucitó y subió al cielo; allí hay que seguirle. No hay motivo alguno para perder la esperanza; no porque el hombre pueda algo, sino por la promesa de Dios. El cielo estaba lejos de nosotros, antes de que nuestra Cabeza subiese a él. ¿Por qué perder ahora la esperanza, si somos miembros de la Cabeza? Allí hemos de seguirle " (Sermón 96, 2-3).-Con el Salmo 1 proclamamos: " Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia. Da fruto en su sazón, y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal ".
–1Co 15, 12.16-20: Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Las bienaventuranzas de Cristo tienen su garantía plena en su Resurrección redentora. Por el contrario, las bienaventuranzas humanas quedan todas ahogadas en el sepulcro. La resurrección de Cristo es el tema fundamental de la predicación de San Pablo y de toda la Iglesia. En nuestro tiempo, en que todo se centra sobre el progreso técnico y el bienestar material del hombre, es preciso acentuar lo que está en el origen de nuestra fe: la Resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección futura.La revelación nos pone en guardia para que no centremos nuestra atención en el mundo presente, porque esto podría perdernos, al hacernos olvidar la meta a la que nos dirigimos, y al sofocar en nosotros la esperanza de la patria celestial, la Jerusalén celeste. Hagamos nuestra la actitud de los santos, como San Ignacio de Antioquía, que escribe camino de su martirio:" Mi amor está crucificado, y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos. Únicamente oigo en mí interior la voz de un agua viva, que me habla y me dice: "ven al Padre" " (Rm 4, 1-2).Y San Cipriano:" ¡Qué gran dignidad, salir glorioso en medio de la aflicción y de la angustia, cerrar los ojos, con los que vemos a los hombres y el mundo, para volverlos a abrir en seguida y contemplar a Dios! " (Tratado a Fortunato 13).
–Lc 6, 17.20-26: Dichosos los pobres; y ay de vosotros, los ricos. Cristo es personalmente la clave necesaria para interpretar sus bienaventuranzas. Son ellas un autorretrato fidelísimo de su Corazón ante el Padre y ante los hombres. Las comenta San Ambrosio:" San Lucas no ha consignado más que cuatro bienaventuranzas del Señor; San Mateo, ocho; pero en las ocho se encuentran las cuatro, y en las cuatro las ocho... Ven, Señor Jesús, enséñanos el orden de tus bienaventuranzas. Pues, no sin un orden, has dicho Tú primero: bienaventurados los pobres de espíritu; en segundo lugar, bienaventurados los mansos y en tercer lugar, bienaventurados los que lloran." Aunque conozco algo, no lo conozco más que en parte; pues, si San Pablo conoció en parte (1Co 13, 9), ¿qué puedo yo conocer, que soy inferior a él, tanto en la vida cuanto en las palabras?... ¡Cuánto es más sabio San Pablo que yo! Él se gloría en los peligros, yo en los buenos acontecimientos; él se gloría, porque no se exalta en las revelaciones; yo, si tuviese revelaciones, me gloriaría en ellas. Mas, Dios, sin embargo, puede "suscitar hombres de la piedras" (Mt 3, 9), sacar palabras de las bocas cerradas, hacer hablar a los mudos; y si abrió los ojos de la borriquilla para que viese al ángel (Nm 22, 27), Él tiene poder también para abrir nuestros ojos, a fin de que podamos ver el misterio de Dios..." Aunque la abundancia de riquezas implica no pocas solicitaciones al mal, también en ellas hay más de una invitación a la virtud. Sin duda alguna, la virtud no tiene necesidad de ayudas, y la contribución de los pobres es más digna de elogios que la liberalidad de los ricos; sin embargo, a los que Él condena por la autoridad de la sentencia celestial, no son aquéllos que tienen riquezas, sino aquéllos que no saben usarlas " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, lib. V,49, 52 y 69).