Entrada: " Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan " (Sal 85, 3.5).
Colecta: " Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves " (del Misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano).
Ofertorio: " Esta ofrenda, Señor, nos atraiga siempre tu bendición salvadora, para que se cumpla por tu poder lo que celebramos en estos misterios " (del Misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano).
Comunión: " ¡Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles " (Sal 30, 20); o bien: " Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán "los hijos de Dios" " (Mt 5, 9-10).
Postcomunión: " Saciados con el pan del cielo, te pedimos, Señor, que el amor con que nos alimentas fortalezca nuestros corazones y nos mueva a servirte en nuestros hermanos ".
Cristo anuncia su Pasión. Figura de ella fue el profeta Jeremías, con las contradicciones que tuvo que pasar. También nosotros tenemos que sufrir y ese sacrificio hemos de ofrecerlo juntamente con el de Cristo, reactualizado sacramentalmente en la Misa, como una " hostia viva, santa y agradable a Dios ".
En la cruz debe morir permanentemente nuestro hombre viejo y renovarse constantemente en Cristo. La urgencia y la teología vivenciada de la cruz de Cristo es siempre un imperativo insoslayable de nuestra vocación de cristianos. Es la garantía evangélica de nuestra incorporación a Cristo.
– Jr 20, 7-9: La palabra del Señor se volvió oprobio para mí. Entre los profetas mesiánicos, Jeremías fue un símbolo viviente de la contradicción entre los designios de Dios y las posturas pseudo-religiosas e irresponsables de los hombres. Como una figura del misterio de Cristo, signo de contradicción (Lc 2, 34).
San Jerónimo expone el sentido espiritual de los serafines que rodeaban el trono alto y sublime y del que con un carbón ardiente toca la boca del profeta Isaías. Y comenta, sobre otro pasaje de Jeremías:
" Parecido a esto es aquello de Jeremías: "Toma de mi mano esta copa de vino espumoso y hazla beber a todas las naciones a las que yo te envíe; beberán hasta vomitar, enloquecerán y caerán ante la espada que voy a soltar entre ellas" (Jr 25, 15-16). Al oír esto el profeta, no se negó ni dijo a ejemplo de Moisés: "¡Por favor, Señor! No soy digno. Busca a otro a quien enviar" (Gn 2, 24), sino que como amaba a su pueblo, y creía que, si bebían la copa, serían exterminadas y caerían las naciones enemigas, tomó de buena gana la copa de vino espumoso, sin saber que entre todas las naciones también iba incluida Jerusalén.
" ...Respecto a esta profecía, y aunque el orden está alterado en la mayoría de los códices, escucha lo que dice en otro pasaje: "Me has seducido, Señor, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido; me he convertido en irrisión y en objeto de burla todo el día" (Jr 20, 7). El profeta tiene conciencia de la presencia divina en su vida. Esta presencia lo envuelve completamente. El fuego es una imagen muy apta para indicar la acción: quema, purifica, ilumina y calienta. La palabra de Dios es un impulso irresistible. Quien tiene la experiencia de Dios y de su Palabra no puede guardarla para sí. Tiene que transmitirla, hacerla fructificar y salvar a los hombres por ella, aunque los hombres, como sucedió con Jeremías, no quieran atender y se vuelvan contra el que la anuncia " (Carta 18,A,15, a Dámaso).
– Con el Salmo 62 proclamamos: " Mi alma está sedienta de Ti..., mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin vida... Tu gracia vale más que la vida... Mi alma está unida a Ti y tu diestra me sostiene. Por eso canto con júbilo... Te alabarán mis labios ".
– Rm 12, 1-2: Ofreceos vosotros mismos como sacrificio vivo. Un culto de propiciación es bueno, pero puede tener el peligro de ser utilitarístico. El culto cristiano es ante todo acción de gracias a Dios por todo cuanto hemos recibido de Él. Ha de ser también una respuesta de fe a través del empeño de una vida correspondiente. Ofrenda de cuanto tenemos y somos. Es también una súplica, pues nosotros y todos los hombres tenemos muchas necesidades temporales y eternas. San Juan Crisóstomo comenta:
" ¿Cómo, dices, puede ser el cuerpo sacrificio? Que tu ojo no mira nada malo, y se hace sacrificio; no hable tu lengua nada torpe y se hace oblación; que tu mano no haga nada inicuo y se convierte en holocausto. Mas no bastan estas cosas; también es necesario que hagamos buenas obras, que tu mano dé limosnas, que tu boca bendiga a los que te injurian, que tus oídos escuchen asiduamente la predicación. La hostia no tiene mancha, la hostia es primicia. Que nosotros ofrezcamos así a Dios las manos, los pies, la boca y todos los otros miembros como primicias. Esa hostia agrada a Dios, no la de los judíos que era inmunda... Aquellos ofrecían muerto lo que era sacrificado; en nuestro caso, lo que se sacrifica se hace viviente. Cuando mortificamos nuestros miembros, entonces podemos vivir. Esta ley del sacrificio es ciertamente nueva " (Comentario a la Carta a los Romanos 20, 1).
– Mt 16, 21-27: El que quiere venirse conmigo que se niegue a sí mismo. La vida y la enseñanza de Cristo nos induce al " radicalismo ". No podemos contemporizar con los bienes y criterios de este mundo. Hay que sentirse solidarios con las exigencias de un cristianismo total. El genuino cristiano es siempre un hombre conscientemente crucificado con Cristo en medio de los hombres. En esto consiste su sacerdocio y su sacrificio cristiforme. San Juan Crisóstomo dice:
" "Tome su cruz". Lo uno se sigue de lo otro. No pensemos que la negación de nosotros mismos ha de llegar solo a las palabras, injurias y agravios. No. El Señor nos señala hasta dónde hemos de negarnos a nosotros mismos: hasta la muerte y la muerte más ignominiosa... "Y sígame". Cabe padecer y, sin embargo, no seguir al Señor, cuando no se padece por causa suya... Que todo se haga y se sufra por seguirle; que todo se soporte por amor suyo; que juntamente con el sufrimiento se practiquen las otras virtudes " (Homilía 55, 2 sobre San Mateo).
Observar la ley sin glosas. Esto es lo que nos enseñan las lecturas primera y tercera y la segunda explica que el verdadero culto se ha de manifestar en las obras de caridad y en no contaminarse con el mundo.
El ser humano, propenso siempre a la supervaloración de lo externo y socialmente cotizable en su vida y en su conducta, fácilmente se inclina el formalismo religioso. Se ha de insistir en la interiorización de los cultos religiosos, pues la trascendencia de la fe cristiana y del Evangelio radica, fundamentalmente, en la transformación interior del hombre según el diseño y la gracia santificadora del Corazón de Jesucristo.
– Dt 4, 1-2.6-8: No añadáis nada a lo que os mando y así cumpliréis los preceptos del Señor. Ya la Antigua Alianza, fruto de la iniciativa salvífica de Dios, supuso y exigía un compromiso de fidelidad personal y colectivo, suficiente para condicionar la vida del pueblo de Dios. Revelación del amor de Dios, la ley es también revelación y don de sabiduría. La posterior tradición bíblica sapiencial mantuvo este concepto: la sabiduría divina se manifestará a Israel en el don divino de la ley (Pr 1, 7; Pr 9, 10). Sabiduría práctica y vivida que difunde existencialmente en la vida del fiel la visión que Dios mismo tiene de la historia y del destino del hombre. La Sabiduría de Dios se proyecta sobre los otros pueblos, con unión universalística de la salvación.
– El Salmo 14 nos ayuda a meditar la lectura anterior: " Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia, el que no hace mal a su prójimo... Este es el que cumple con la ley del Señor ".
– St 1, 17-18.21.23-27: Llevad la palabra a la práctica. La fe cristiana es un don de Dios; sus exigencias son siempre de iniciativa divina. La única postura coherente por parte del hombre elegido e iluminado es la de convertirse, de hecho y por sus obras, en una nueva criatura. Comenta San Agustín:
" El bienaventurado Apóstol Santiago amonesta a los oyentes asiduos de la Palabra de Dios, diciéndole: "Sed cumplidores de la palabra y no solo oyentes, engañándoos contra vosotros mismos" (St 1, 22). A vosotros mismos os engañáis, no al autor de la palabra ni al ministro de la misma. Partiendo de una frase que da la fuente misma de la Verdad a través de la veracísima boca del Apóstol; también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto a vosotros, pongo la mirada en mi mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios, quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros.
" Pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones... Debéis orar y levantar a quienes obligáis a ponerse en peligro... Yo que tan frecuentemente os hablo por mandato de mi señor y hermano, vuestro obispo, y porque vosotros me lo pedís, solo disfruto verdaderamente cuando escucho, no cuando predico. Entonces mi gozo carece de temor, pues tal placer no lleva consigo la hinchazón. No hay lugar para temer el precipicio de la soberbia, allí donde está la piedra sólida de la verdad " (Sermón 179, 1-2).
– Mc 7, 1-8.14-15.21-23: Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. Sustituir la fe por ritos convencionales, aun legítimos, la moral por una ética convencional humana, la santidad por una mera educación sociopolítica... es tan antievangélico como lo fuera en tiempo de Cristo el farisaísmo judáico. ¡Una suplantación real de la Voluntad divina en nuestra vida!
La observancia de la pureza legal se sobreponía con rigorismo a la más general y benigna ley mosaica. Los signos externos religiosos son buenos si manifiestan la religiosidad interior del corazón. Cristo no cree en un moralismo que mira superficialmente a algunos resultados sin pasar a través del corazón del hombre para transformarlo radicalmente. A esto tiende todo el mensaje evangélico.
En el cristianismo, toda religiosidad no avalada por una auténtica formación de la conciencia personal degenera normalmente en farisaísmo, en pietismo subjetivo irresponsable. Esto es lo que condenó el Señor en su tiempo y se hace en nuestros días por el magisterio constante de la Iglesia. Seamos consecuentes con nuestra participación en las acciones litúrgicas, que exigen una voluntad decidida de fe vivida, de caridad afectiva y efectiva, de verdadera santidad en toda nuestra vida.
Lección de humildad dada por Jesús en el Evangelio. A ella corresponde también la lectura primera, tomada del libro del Eclesiástico. En la segunda lectura se nos enseña que la vida cristiana supera la del Antiguo Testamento.
La humildad en espíritu y en verdad, para el cristiano, no es solo una instancia moral o ética, sino el fundamento teológico, que hace posible en nuestras vidas la alianza salvadora, nos abre plenamente al misterio de Cristo y nos torna receptivos de las iniciativas y de las gracias divinas. Ante Dios no tenemos otro derecho que el de nuestra propia indigencia y nuestra humilde disponibilidad para recibir el perdón, el amor y la gracia que gratuitamente Dios nos ofrece.
– Si 3, 19-21.30-31: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios. Frente a toda presunción humana, la modestia de vida y de pensamiento, la " pobreza de espíritu " (Mt 5, 3), o la negación de uno mismo (Mt 16, 14), son siempre caminos que conducen a la salvación y evidencian el poder amoroso del Señor sobre sus elegidos.
La humildad consiste en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y frente a los hombres, y en la sabia moderación de nuestros deseos de gloria. Nada tiene que ver la humildad con la timidez, la pusilanimidad o la mediocridad. La humildad está en ver y manifestar todo lo bueno que hay en nosotros, en lo natural y en lo sobrenatural, como perteneciente a Dios, como don de Dios y, por lo mismo, a Él debemos agradecerlo. San Gregorio Magno escribe:
" Dígase, pues, a los humildes, que al par que ellos se abajan, aumentan su semejanza con Dios; y dígase a los soberbios que, al par que ellos se engríen, descienden, en imitación del ángel apóstata " (Regla Pastoral 3, 18).
Y San Juan Crisóstomo:
" La humildad no debe estar tanto en las palabras cuanto en la mente; debemos estar convencidos en nuestro interior de que somos nada y que nada valemos " (Comentario a Ef 4).
– El Salmo 67 nos ofrece material para meditar según la lectura anterior: " Has preparado, Señor, tu casa a los desvalidos... Padre de huérfanos, protector de viudas... Libera a los cautivos y los enriquece... Su rebaño habitó en la tierra que la bondad de Dios preparó a los pobres ".
– Hb 12, 18-19.22-24: Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo. La salvación temporal en la Antigua Alianza se realizó bajo el signo de una impresionante teofanía. En cambio, la salvación definitiva nos ha llegado por el camino de la humildad, la sencillez y la amorosa mansedumbre del Verbo encarnado, para redimirnos de nuestros engreimientos y soberbias. San León Magno expone:
" Lo mismo que no se puede negar que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14), así tampoco puede negarse que "Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo" (2Co 5, 19). Sin embargo, ¿qué reconciliación podrá darse, por la que Dios intercediera por el género humano, si el Mediador entre Dios y los hombres no asumiera sobre Sí la culpa de todos. Pero, ¿cómo cumpliría Cristo su realidad de Mediador si Él, que es igual al Padre en su condición divina, no participa, en su condición de siervo, de nuestra naturaleza?
" Así, mediante un solo hombre nuevo se lograría la renovación del hombre viejo y el vínculo de la muerte, contraído por la prevaricación de uno solo, se saldaría con la muerte del único que nada debió a la muerte (cf. Rm 5, 15). Pues la efusión de la sangre del justo por los pecadores fue tan poderosa en orden a la exculpación del hombre y tan alto su valor, que si la universalidad de los cautivos creyera en su Redentor, no mantendrían ninguna atadura que les esclavizase, porque, como dice el Apóstol, "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20); y dado que, habiendo nacido bajo el dominio del pecado, han recibido la fuerza para renacer a la justicia, el don de la libertad se ha hecho más fuerte que la deuda de la esclavitud " (Carta 124, 3).
– Lc 14, 1.7-14: Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Todo el Evangelio es permanente teología de la humildad, como lección primordial del Corazón de Jesucristo y como actitud exigida a las almas que realmente quieren seguirle. San Gregorio Magno comenta:
" Así como por el temor subimos a la piedad, por la piedad somos llevados a la ciencia, por la ciencia subimos a robustecernos con la fortaleza, por la fortaleza ascendemos al consejo, por el consejo nos adelantamos al entendimiento y por el entendimiento llegamos hasta la madurez de la sabiduría, por siete gradas llegamos a la puerta por la que se nos abre la entrada a la vida espiritual. Y se dice bien que había un zaguán delante de ella, porque quien primeramente no tuviera humildad no sube las gradas de estos dones espirituales... En este valle de lágrimas ha dispuesto en su corazón las gradas para subir al lugar santo (Sal 83, 6-7). El valle es, en efecto, un lugar humilde y todo pecador que de corazón se aflige y llora humildemente, progresa subiendo de virtud en virtud " (Homilía 7 sobre Ezequiel 7-8).