Éxodo es el título que los traductores griegos dieron al segundo libro del Pentateuco, y que adoptarán más tarde la versión latina y las traducciones a lenguas modernas. Los judíos, que suelen enunciar los libros de la Biblia por las palabras con que comienzan, lo denominan We’elleh shemot («Éstos son los nombres»), o sencillamente Shemot («Los nombres»). Éxodo significa salida y, por tanto, alude sobre todo al contenido de los quince primeros capítulos que narran cómo los israelitas consiguieron abandonar Egipto; sin embargo, esta palabra también refleja perfectamente el contenido de todo el libro, que enseña cómo los hijos de Israel salieron de la esclavitud y alcanzaron la libertad al dejar de estar sometidos a Egipto y al asumir la Alianza establecida en el Sinaí.
El libro del Éxodo está formado por un conjunto de relatos y de normas íntimamente entrelazados que transmiten una parte de la historia religiosa de los hijos de Israel: desde el asentamiento de las tribus que habían bajado a Egipto, empalmando así con el final del Génesis 1, hasta su prolongada estancia al pie del monte Sinaí, enlazando de este modo con la narración que continúa en Números. Los relatos reúnen los acontecimientos más importantes de la vida de Israel: su esclavitud en Egipto, el nacimiento del líder Moisés, los prodigios que Dios obró para sacarlos de la opresión, la institución de la Pascua, el establecimiento de la Alianza, la apostasía primera, y el establecimiento del culto. Las normas recogidas en el Éxodo constituyen el cuerpo legal más importante del Pentateuco, pues por las leyes contenidas en este libro se regulará la vida religiosa, moral y social de Israel.
El libro suele dividirse en dos grandes partes al hilo de los dos acontecimientos fundamentales que narra:
Relata la epopeya del éxodo, desde la estancia de los hijos de Jacob en Egipto hasta su llegada al pie del monte Sinaí 2:
Narra los sucesos vividos en el Sinaí: el establecimiento de la Alianza, la promulgación de las leyes y preceptos, y la construcción del Santuario:
La historia narrada en el Éxodo no debe tomarse como una crónica detallada y exacta. Es más bien una historia de salvación que narra cómo el Señor hizo de los «hijos de Jacob» el pueblo de Dios, es decir, un pueblo que ha entrado a formar parte del misterio salvífico: Él lo ha elegido como primicia de salvación, ha establecido con él una Alianza de amor y lo ha cuidado con especial providencia. Estas realidades sobrenaturales son expuestas por el autor sagrado revistiendo los hechos con un lenguaje épico, cultual y teológico. Por eso no siempre es fácil reconocer cómo se desarrollaron los acontecimientos.
Lo que no admite duda, incluso para el historiador profano, es que en este libro se relatan hitos fundamentales de la historia del pueblo de Israel: 1) que los descendientes de los patriarcas sufrieron durante su permanencia en el Delta del Nilo una opresión humillante; 2) que consiguieron huir de allí en unas condiciones peculiares y prodigiosas; 3) que durante su estancia prolongada en las regiones del desierto tomaron conciencia de pueblo, con la ayuda de Yahwéh («el Señor»), al que reconocieron como su Dios único; y 4) que en todo este devenir maravilloso hubo una figura singular, Moisés, que los aglutinó, los condujo y los adoctrinó.
Lo más probable es que la salida de los israelitas del país de Egipto tuviera lugar en el siglo XIII a.C., cuando en el país del Nilo se estaban llevando a cabo las construcciones más importantes de su historia. Según los conocimientos que han aportado los historiadores y arqueólogos en los últimos años, la historia de Egipto antiguo consta de treinta y una dinastías de faraones, distribuidas en tres imperios: el Imperio Antiguo (2.800-2.300 a.C.), que tiene su mayor esplendor en las dinastías III y IV; el Imperio Medio (2.300-1.500 a.C.), que culmina en las dinastías XI-XVII; y el Imperio Nuevo (1.500-1.000 a.C.). Es en este último cuando Egipto alcanza su mayor poder y prestigio. Los faraones Seti I (1.291-1.279) y Ramsés II (1.279-1.212) llegaron al trono en un momento de paz y de hegemonía en el país, y promovieron notables empresas religiosas y culturales, entre las que destacó el proyecto de obras monumentales, para cuya construcción se sirvieron de los residentes extranjeros, especialmente de los semitas.
Hay que tener en cuenta que durante los siglos XVIII-XVI a.C. los hiksos, que eran probablemente cananeos y amorreos de la región de Siria y Palestina, invadieron Egipto dominándolo durante más de cien años. Los egipcios mantuvieron con ellos una contienda permanente hasta que hacia el 1.550 a.C. consiguieron expulsarlos o someterlos. Quizá durante estos siglos también las tribus descendientes de los patriarcas bajaron a Egipto y se establecieron allí en condiciones muy favorables.
A partir de esta fecha (1.550 a.C.) comenzó probablemente la esclavitud de los israelitas. La frase de Ex 1, 8 «surgió en Egipto un rey que no conocía a José» puede ser una alusión a los comienzos del Imperio Nuevo.
El libro del Éxodo, que pasa por alto detalles cronológicos, tampoco menciona los nombres de los faraones. La única referencia orientadora aparece en 1R 6, 1 que habla de cuatrocientos ochenta años transcurridos desde el éxodo hasta la inauguración del Templo salomónico. Como Salomón comenzó a reinar en el año 960 a.C., el éxodo habría tenido lugar hacia el 1.440 a.C. Sin embargo, estos datos parecen acomodados para reflejar que desde el éxodo hasta Salomón transcurrieron doce generaciones, considerando que cada generación duraba cuarenta años.
En cambio, la mención en Ex 1, 11 de las ciudades de almacenamiento, en cuya construcción participaron los israelitas, resulta más fiable y hace suponer que fue en el siglo XIII cuando tuvo lugar la salida de Egipto. Las grandes edificaciones que impulsaron Seti I y Ramsés II, eran desconocidas en los siglos anteriores.
Por otra parte, admitiendo que el éxodo se iniciaría a principios del siglo XIII, la conquista de Palestina se situaría unos cuarenta años más tarde, es decir, en la segunda mitad del mismo siglo XIII, fecha en la que los arqueólogos datan la destrucción de numerosas ciudades de Canaán, tales como Laquís, Jasor y otras.
La configuración de la religiosidad israelita y la organización sociopolítica del pueblo nace y gira en torno a Moisés. Han pasado los años en que llegó a ponerse en duda que existiera basándose en un racionalismo y positivismo radical. Bastan los datos arqueológicos e históricos que tenemos para confirmar su existencia y su actividad. Ahora bien, el conocimiento de este insigne personaje ha de partir de los datos del libro del Éxodo que, desde una visión de fe, lo presenta, a la vez, como caudillo y guía, como profeta y maestro, y como prototipo de Israel, pues protagoniza en su vida las mismas vicisitudes que el pueblo ha de atravesar.
Como caudillo y guía, Moisés, siempre a instancias del Señor y bajo su protección, consigue vencer, en primer lugar, la oposición de los propios israelitas, más tarde, la tozudez del faraón, y, finalmente, los elementos de la naturaleza. En su condición de caudillo destaca la lucha que tuvo que mantener en contra de la desconfianza del pueblo. Ésta comienza cuando todavía vive en la corte del faraón59, rebrota cuando se presenta ante ellos para sacarlos de la esclavitud60, y se prolonga con las primeras murmuraciones en el desierto61. Paulatinamente Moisés logra que le sigan y que los israelitas acepten de buen grado la Alianza del Señor con las exigencias que comporta62.
Moisés será considerado profeta y maestro por las generaciones futuras63 porque por medio de él recibieron la doctrina y la moral, es decir, la Ley. Los autores sagrados ponen en boca de Moisés todas las prescripciones y normas que regulaban la vida moral, religiosa y social del pueblo. En el libro del Éxodo están recogidos tres códigos o grupos de leyes importantes que posiblemente ya estaban redactadas antes de la composición del libro, y que, desde muy antiguo, las diversas tradiciones refirieron a Moisés. Estos códigos son el Decálogo moral64, el Código de la Alianza65 y el Código Ritual66. También los libros de Números y Levítico atribuyen a Moisés las leyes en ellos contenidos; por otra parte, el Deuteronomio tiene la forma de un amplio discurso en boca de Moisés.
Pero Moisés, ante todo, es considerado y encumbrado como paradigma para su pueblo. En efecto, su vida es imagen de la vida de Israel: su nacimiento prodigioso, «sacado de las aguas»67, prefigura el nacimiento del pueblo a través de las aguas del mar Rojo; su infancia fácil en la corte del faraón68 recuerda los años que los hijos de Israel vivieron tranquilos en Egipto69; su huida, que le llevó a vivir como extranjero en Madián70, es también imagen de la persecución del pueblo. En consecuencia, la fe de Moisés en el proyecto divino71 será el fundamento de la fe de todo el pueblo.
Con estos y otros detalles, el autor sagrado va poniendo de relieve la estrecha relación de Moisés con su pueblo. Él no es un mero intermediario, sino el representante del pueblo ante Dios. También en este aspecto, Moisés es figura de Jesucristo que, asumiendo la naturaleza humana, abrió para todos los hombres el camino de salvación a través de las aguas del Bautismo.
Los hechos básicos narrados en el libro del Éxodo se han conservado en la memoria del pueblo que los ha celebrado en las grandes festividades, los ha cantado con himnos72 y los ha transmitido como elemento esencial de su fe. Rememorando así la historia de sus orígenes, los que se habían ya asentado en Israel (hacia el siglo XIII a.C.) fueron dando sentido religioso a las instituciones, a las normas y a las costumbres que vivían, ligándolas paulatinamente a los acontecimientos originales del éxodo y del desierto. Este proceso, que se llevó a cabo con una especial providencia divina, queda recogido en el Éxodo. Para explicar su composición, como para la del resto del Pentateuco, los exegetas de este siglo hablan de las fuentes o tradiciones conocidas73. En este libro, parece que tuvieron más incidencia la tradición «yahvista» y la «sacerdotal». Pero además, hay que tener en cuenta que las codificaciones normativas probablemente existían desde mucho antes y que se transmitieron independientemente de las tradiciones mencionadas.
A pesar de la diversidad de fuentes, la unidad del libro es notable: ciertamente hay repeticiones, que señalaremos en las notas, pero el hilo narrativo y temático sigue sin fisuras. Es innegable que el último redactor tuvo la habilidad de recoger las tradiciones antiguas y engarzarlas con maestría hasta lograr un conjunto armonioso que, sin traicionar los hechos, pusiera de relieve las verdades teológicas más importantes: la intervención salvadora de Dios, la elección del pueblo de Israel, el alcance dogmático y moral de la Alianza, y el sentido del culto.
Todo el libro va encaminado a exaltar la grandeza del Señor que ha realizado tantos portentos, y a poner de relieve la peculiaridad del pueblo de Israel, depositario de tantos beneficios. La elección, la Alianza, y el culto son los elementos que vertebran la fe y la vida religiosa del pueblo.
La acción salvífica más trascendental en la historia de Israel, y que será punto obligado de referencia para explicar las demás intervenciones salvadoras de Dios, es la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. A través de ésta, Dios, por pura iniciativa suya, hizo de los descendientes de Jacob un pueblo libre. A la luz de este magnífico acontecimiento, las generaciones sucesivas tomarán conciencia de que su existencia como pueblo se debió a una intervención divina muy particular, comparable a la acción creadora. De ahí que en el Antiguo Testamento la creación sea presentada como un acto de elección–salvación74 y que, a su vez, todo acto salvador pueda ser descrito como acto creacional: Dios ha elegido del caos las cosas creadas; de entre éstas, al hombre; de entre los hombres, al pueblo de Israel.
Con la narración de las acciones salvíficas que el Señor realizó en el éxodo, se entremezcla la enumeración de las infidelidades del pueblo: primero, es la falta de fe en las palabras de Moisés; luego, son las murmuraciones contra Moisés y Aarón en el desierto; más tarde, la adoración del becerro de oro, etc. Estos pecados provocan la ira del Señor que está a punto de aniquilar a los israelitas. Sin embargo, una y otra vez, los perdona y se limita a castigarlos. Los castigos que Dios aplica son también acciones salvíficas porque enseñan que los pecados conducen de nuevo al pueblo a una situación de esclavitud y sometimiento. La elección–salvación explica cómo se comporta el Dios vivo y verdadero con su pueblo, y prepara la revelación plena cuando en Cristo todos los hombres sean llamados a formar parte del Nuevo Pueblo de Dios.
La elección de Israel de entre las naciones equivalía a constituirlo en pueblo de Dios mediante la Alianza. Ya en el cap. 6 se indica que la liberación de la servidumbre y de la opresión de los egipcios tiene esa finalidad: «Os constituiré en pueblo mío y seré vuestro Dios»75. El rito de la Alianza está descrito en los caps. 19-24, y la renovación en el cap. 34, en el cual aparecen expresiones como «guardar la alianza»76, «el libro de la alianza»77, «sangre de la alianza»78, «palabras de la alianza»79, etc. El sentido de la Alianza no es únicamente la imposición de unas normas por parte de Dios, que equivaldría a la exigencia unilateral de cumplir unas leyes venidas de fuera para regular la vida religiosa y moral del pueblo. Tampoco es sólo el compromiso que los israelitas tomaron delante de Dios de poner en práctica unas leyes constituyentes. Es fundamentalmente un pacto bilateral según el cual Dios, que toma la iniciativa, propone al pueblo un compromiso que conlleva unas obligaciones por ambas partes: por una parte, Dios protegerá con predilección a Israel; por otra, éste tomará como único Dios al Señor y acogerá todos sus mandatos. La Alianza, por tanto, es un acontecimiento que regula la vida religiosa, moral y social de los miembros del pueblo, pero que afecta sobre todo a lo más íntimo de la persona y a la constitución misma del pueblo de Dios, pues refleja la relación peculiar que el Señor mantiene con su pueblo.
El término Alianza, en hebreo berit, parece que significa «entre–dos», es decir, compromiso mutuo entre dos personas. Es probable que el modo de describir el establecimiento de la Alianza sinaítica esté inspirado no tanto en los pactos entre particulares, como, por ejemplo, los descritos en el libro del Génesis entre Jacob y Labán80 o entre Abrahán y sus vecinos81, sino en los pactos de vasallaje que sellaban la paz entre pueblos. Se han conservado algunas fórmulas de estos pactos pertenecientes al segundo milenio antes de Cristo, que tienen muchas semejanzas con el formulario que se recoge en el Éxodo y en otros libros de la Biblia. Sin embargo, la Alianza sinaítica, en relación a esos otros pactos, presenta una diferencia digna de señalar: la Alianza del Sinaí abarca el Decálogo moral82, el Código de la Alianza83 y el Código Ritual84, es decir, regula la vida entera del pueblo, y su esencia es que, con tal Alianza, Dios hace de Israel «un reino de sacerdotes y una nación consagrada»85. No sólo se sella una paz o un vasallaje, sino que se eleva al pueblo a la más alta dignidad.
La Alianza será permanentemente renovada en la liturgia de Israel y recordada en la enseñanza profética; cuando el pueblo la quebrante con sus delitos Dios mismo volverá a establecerla86. Finalmente, en la plenitud de los tiempos, Jesucristo sellará definitivamente con su sangre la Alianza nueva y eterna87.
La organización religiosa y el culto tuvieron enorme importancia en el pueblo de Dios. En el libro del Éxodo está recogido el cuerpo más importante de prescripciones rituales. Como el resto de las leyes, también éstas remiten a Moisés, aunque muchas reflejan más bien el esplendor del culto en el templo de Jerusalén durante la época monárquica. Se pueden tener en cuenta tres grandes bloques: la Pascua, las Fiestas, y el Santuario y sus instituciones:
La Pascua, mencionada en el Código Ritual88 y en el Código de la Alianza89, es ampliamente descrita en el cap. 12 donde se atribuye a Moisés la institución, el ritual y el significado de este sacrificio. La inmolación del cordero y la participación familiar reflejan la simplicidad típica del sacrificio de los pueblos nómadas; pero, por especial providencia divina, ese sacrificio vendrá a ser memorial vivo de la salida y liberacion de Egipto. Las ceremonias que con el paso del tiempo irán acrecentando el sentido profundo de la Pascua han quedado recogidas también en este relato, haciendo de la Pascua el sacrificio más específico de Israel.
Las Fiestas y las demás prescripciones cultuales90 tienen también una formulación sencilla que revela su antigüedad. Aunque algunos ritos y hasta algunas fiestas ya existieran en Canaán antes de la llegada de los que salieron de Egipto, sólo en Israel adquieren el carácter religioso específico. En ellas se reconoce la soberanía exclusiva del Señor y, además, se recuerdan y actualizan los prodigios del éxodo.
El Santuario, sus instituciones y sus ministros están regulados con prescripciones recogidas en los cap. 25-31. También aquí se mezclan elementos del tiempo del desierto con otros mucho más recientes, incluso posteriores al destierro de Babilonia (siglo VI a.C.). Pero al presentarlos todos como ordenamiento del Señor o de Moisés se está enseñando el origen divino del culto, y por tanto su carácter vinculante y sagrado.
Estas breves observaciones, que se completarán en las notas, dan una idea de la riqueza que encierra la vida religiosa de Israel y que el libro del Éxodo pone de relieve por encima de la exactitud cronológica o topográfica de lo acaecido.
Los acontecimientos salvíficos narrados en el libro del Éxodo fundamentan la historia y la religiosidad israelita, y permanecerán vivos en la memoria del pueblo. La fórmula «Dios sacó a Israel de Egipto», y la más amplia «Dios sacó a Israel de Egipto con mano poderosa y brazo extendido», aparecen en el Antiguo Testamento más de setenta y cinco veces.
Cuando en la Biblia se contrastan los beneficios de Dios con los pecados del pueblo, el éxodo y el desierto resumen la predilección de Dios: «Yo os subí del país de Egipto y os conduje por el desierto. (…) Pero vosotros habéis conminado a los profetas, diciendo ¡No profeticéis!»91. Los textos bíblicos reflejan al mismo tiempo la elección permanente: «Cuando Israel era niño, lo amé. Y de Egipto llamé a mi hijo»92. Su recuerdo también mueve a penitencia: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho o en qué te he molestado? Respóndeme. Verdad es que te hice subir del país de Egipto, y de la casa de esclavitud te redimí»93. El Éxodo es, por esto, punto de partida para alabar la grandeza y el amor misericordioso del Señor: «Hirió a los primogénitos de Egipto… y sacó a Israel de entre ellos, porque es eterna su misericordia»94.
También al describir las penalidades que la invasión asiria (721 a.C.) y la deportación babilónica (587 a.C.) trajeron consigo, se recuerda la esclavitud de Egipto: «Se volverán al país de Egipto, Asur será su rey, porque se han negado a convertirse»95. Pero el éxodo es, sobre todo, fundamento de esperanza, porque Dios, que realizó tantos prodigios al sacarlos de Egipto, está dispuesto a repetirlos para conseguir una liberación nueva y más duradera. Por eso, la vuelta del destierro de Babilonia estará descrita como un nuevo y glorioso éxodo: «Así dice el Señor que trazó un camino en el mar. (…) ¡No recordéis lo antiguo! (…) He aquí que voy a realizar algo nuevo. En el desierto trazaré un camino y ríos en el páramo. (…) Y el pueblo que yo he formado cantará mis alabanzas»96. Puesto que el éxodo se equipara con la creación, el retorno de la deportación, descrita como un nuevo Éxodo, equivale asimismo a una nueva creación97.
También en el Nuevo Testamento son frecuentes y significativas las alusiones al Éxodo. En el Evangelio de San Mateo Jesús aparece como el nuevo Moisés: a Él se le aplican las palabras de Oseas: «De Egipto llamé a mi Hijo»98. Cristo pasó cuarenta días en el desierto99 en recuerdo de los cuarenta años del pueblo en el desierto y los cuarenta días de Moisés en el Sinaí100. Las bienaventuranzas son formuladas en el monte101 del mismo modo que la Ley de Moisés fue promulgada en el Sinaí; también en un monte tendrá lugar la transfiguración102.
San Pablo, por su parte, recordará muchos prodigios del Éxodo, considerándolos como figura de las realidades de la nueva economía: el maná es figura de la Eucaristía, y la roca de la que Moisés hizo brotar agua, lo es de Cristo103. La Alianza del Sinaí prefiguró la establecida por Cristo con su sangre104; el santuario y el culto del desierto anunciaban, sólo como en penumbra, las realidades celestiales105. Otros muchos acontecimientos serán evocados, como figuras de la nueva economía, a tenor de las palabras del Apóstol que a propósito de algunos recuerdos del éxodo enseña: «Todas estas cosas les sucedían como en figura; y fueron escritas para escarmiento nuestro, para quienes ha llegado la plenitud de los tiempos»106.
1 cfr Ex 1, 1-22.
2 Ex 1-18.
3 Ex 1, 1-7.
4 Ex 1, 8-22.
5 Ex 2, 1-10.
6 Ex 2, 11-25.
7 Ex 3, 1-22.
8 Ex 4, 1-9.
9 Ex 4, 10-17.
10 Ex 4, 18-31.
11 Ex 5, 1-18.
12 Ex 5, 19-Ex 6, 1.
13 Ex 6, 2-13.
14 Ex 6, 14-Ex 7, 7.
15 Ex 7, 14-Ex 8, 15.
16 Ex 8, 16-Ex 9, 12.
17 Ex 9, 13-35.
18 Ex 10, 1-Ex 11, 10.
19 Ex 12, 1-14.
20 Ex 12, 15-20.
21 Ex 12, 21-28.
22 Ex 12, 29-32.
23 Ex 12, 33-42.
24 Ex 12, 43-13, 16.
25 Ex 13, 17-Ex 14, 4.
26 Ex 14, 5-31.
27 Ex 15, 1-21.
28 Ex 15, 22-27.
29 Ex 16, 1-36.
30 Ex 17, 1-7.
31 Ex 17, 8-15.
32 Ex 18, 1-27.
33 Ex 19, 1-Ex 20, 21.
34 Ex 20, 22-26.
35 Ex 21, 1-Ex 22, 16.
36 Ex 22, 17-Ex 23, 9.
37 Ex 23, 10-19.
38 Ex 23, 20-33.
39 Ex 24, 1-11.
40 Ex 24, 12-18.
41 Ex 25, 1-Ex 27, 21.
42 Ex 28, 1-Ex 31, 18.
43 Ex 32, 1-10.
44 Ex 32, 11-24.
45 Ex 32, 25-29.
46 Ex 32, 30-35.
47 Ex 33, 1-11.
48 Ex 33, 12-17.
49 Ex 33, 18-23.
50 Ex 34, 1-9.
51 Ex 34, 10-28.
52 Ex 34, 29-35.
53 Ex 35, 1-Ex 36, 38.
54 Ex 37, 1-Ex 38, 31.
55 Ex 39, 1-43.
56 Ex 40, 1-15.
57 Ex 40, 16-33.
58 Ex 40, 34-38.
59 cfr Ex 2, 14.
60 Ex 5, 21.
61 cfr Ex 15, 22-24; Ex 17, 1-7.
62 Varias veces se repite: «Haremos todo cuando ha dicho el Señor» (Ex 24, 3.7; Ex 19, 8; Ex 25, 9).
63 cfr Dt 18, 18; Os 12, 14.
64 Ex 20, 1-17.
65 Ex 20, 22-23, 33.
66 Ex 34, 14-26.
67 Ex 2, 10.
68 Ex 2, 10.
69 Ex 1, 6.
70 Ex 2, 11-22.
71 Ex 4, 1-17.
72 cfr Ex 15, 21; Sal 78; Sal 105; Sal 114.
73 cfr El Antiguo Testamento dentro de la Biblia, § II.
74 cfr Is 45, 12-13.
75 Ex 6, 7.
76 Ex 19, 5.
77 Ex 24, 7.
78 Ex 24, 8.
79 Ex 34, 28.
80 Gn 31, 44.
81 Gn 14, 13.
82 Ex 20, 1-17.
83 Ex 20, 22-Ex 23, 19.
84 Ex 34, 17-26.
85 Ex 19, 6.
86 cfr Jr 31, 31-35.
87 cfr Hb 8, 6-13.
88 cfr Ex 34, 25.
89 cfr Ex 23, 8.
90 cfr Ex 23, 13-19 y Ex 34, 17-26.
91 Am 2, 10-12; cfr Am 3, 1-2.
92 Os 11, 1.
93 Mi 6, 3-4; cfr Jr 2, 5-6.
94 Sal 136, 10-11; cfr Sal 78, 0; Sal 105 ; Sal 106, 0; Sal 114, 0; Sb 16, 0-19, etc.
95 Os 11, 5.
96 Is 43, 16-21; cfr Is 48, 21; Is 52, 10-12 etc.
97 cfr Is 44, 24-28; Is 45, 12-13; Is 51, 9-11.
98 Mt 2, 15.
99 cfr Mt 4, 2.
100 cfr Ex 24, 18.
101 cfr Mt 5, 1.
102 cfr Mt 17, 1-8.
103 cfr 1Co 11, 1-5.
104 cfr 1Co 11, 24-25.
105 cfr Hb 8, 5.
106 1Co 10, 11.