Padres de la Iglesia

CIRILO DE JERUSALÉN
Procatequesis

Índice de las Catequesis

Catequesis XI. El hijo unigénito de dios

Sobre las palabras (del Símbolo): «Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre, Dios verdadero antes de todos los siglos, por quien todo fue hecho». Se parte de Hb 1, 1 ss: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo...»1

Cristo, superior a todos los demás ungidos como Hijo único y eterno de Dios Padre
1. Con lo que ayer os dijimos se explica suficientemente, por nuestra parte, que esperamos en Jesucristo. Pero no hay que creer en Jesucristo en un modo simple y vulgar, ni hay que aceptarlo como a uno cualquiera de los muchos que, de modo abusivo, han sido llamados «Cristos»2 Ellos eran «cristos» como tipo e imagen, pero es éste el verdadero Cristo, que no fue escogido de entre los hombres y promovido al sacerdocio, sino que recibió del Padre eterno la dignidad sacerdotal. Por eso la fe nos advierte que no pensemos que se trata de uno cualquiera de los «cristos» (ungidos) corrientes: a la confesión de fe se añade que creemos «en un solo Señor Jesucristo, hijo único de Dios».

Hijo de Dios Padre por naturaleza
2. Cuando oyes hablar del Hijo, no pienses en la adopción, sino en un Hijo por naturaleza, Hijo Unigénito que no tiene ningún otro hermano. Por eso se le llama Unigénito, porque no tiene ningún hermano en la dignidad de la deidad y en la generación paterna. Pero no le llamamos Hijo de Dios por nuestro propio impulso, sino porque el Padre mismo le dio el nombre de Hijo, y es verdadero el nombre que los padres ponen a los hijos.
Pedro, en nombre de los apóstoles, reconoce a Jesús como Hijo de Dios
3. Nuestro Señor Jesucristo se revistió en aquel entonces de la naturaleza humana, pero esto era desconocido de muchos. Cuando él, sabiendo que se ignoraba, lo quería enseñar, reuniendo a los discípulos les preguntaba: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (Mt 16, 13). No buscaba una gloria efimera, sino que deseaba decirles la verdad para que no sucediese que, estando ellos conviviendo con el Hijo unigénito de Dios, y Dios mismo, le despreciasen como a un simple hombre. Cuando ellos dicen: «... unos, que Elías; otros, que Jeremías» (16, 14), es como si les respondiera: tienen excusa los que no lo saben pero vosotros, que sois apóstoles y curáis leprosos en mi nombre, expulsáis demonios y devolvéis a muertos a la vida, debéis saber quién es aquel por quien realizáis esas maravillas. Cuando todos se mostraban reticentes (pues esta realidad excedía las fuerzas humanas), Pedro, príncipe de los apóstoles y supremo predicador de la Iglesia, no utilizó palabras propias ni razonamientos humanos, sino que, inundado de luz en su mente iluminada por el Padre, le dice: «Tú eres el Cristo» (Mt 16, 16), añadiendo: «El Hijo de Dios vivo» (ibid.). E inmediatamente se añade una declaración de bienaventuranza (superior a lo que el hombre puede captar), conformada con la afirmación de que era una revelación procedente del Padre. Pues dice el Salvador: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (16, 17). Así pues, quien reconoce a nuestro SeñorJesucristo como Hijo de Dios, es hecho partícipe de la bienaventuranza; pero quien niega al Hijo de Dios se hace infeliz y desgraciado3

Hijo en todo semejante al Padre
4. Cuando se le llama Hijo, no pienses que se trata de una exageración, sino que es hijo verdaderamente, por naturaleza, sin un comienzo. No ha pasado de la servidumbre a la adopción, sino que es Hijo engendrado desde toda la eternidad, mediante un proceso de generación inescrutable e inabarcable. De un modo semejante, cuando oyes hablar de «primogénito» (cfr. Hb 1, 6), no lo entiendas al modo humano, pues los hombres tienen además otros hermanos, y en algún lugar está dicho: «Israel es mi hijo, mi primogénito» (Ex 4, 22). Pero así como Rubén fue despojado de su honor de primogénito de Jacob por haberse introducido en el lecho de su padres, también Israel crucificó al Hijo arrojándolo de la viña de Dios Padre (Mt 21, 39 ss)4. Y a otros la Escritura dice: «Hijos sois de Yahvé vuestro Dios» (Dt 14, 1)5 Y, en otro lugar: «Yo había dicho: "¡Vosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo!"» (Sal 82, 6)6 Pone: «Dije», y no: «He engendrado». Pues ellos recibieron por la voz y la palabra de Dios la adopción que no tenían. Pero él (el Mesías) no pasó de ser una cosa a convertirse en otra, sino que desde un principio nació como Hijo del Padre existiendo antes de cualquier comienzo y antes de los siglos. Es Hijo del Padre en todo semejante a su progenitor; eterno del Padre eterno, engendrado como vida de la vida, luz de luz, verdad de la verdad, sabiduría de la sabiduría, Rey de Rey, Dios de Dios, potestad de potestad.

Generación eterna del Hijo
5. Cuando oigas el Evangelio que dice: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1, 1), entiende esto en lo referente a la carne. Pues es realmente hijo de David para siempre, pero es Hijo de Dios antes de todos los siglos y sin un principio7 Y asumió realmente lo que no tenía8, pero lo que tiene lo tiene desde la eternidad como engendrado del Padre. Tiene dos padres: uno, David, según la carne; el otro, según la divinidad, Dios Padre. Aquello que tiene de David está sometido al tiempo, puede constatarse y es un linaje que se puede detallar, pero lo que procede de la divinidad no está sometido al tiempo ni al espacio, ni tiene una ascendencia de la que se pueda dar cuenta: «De su ascendencia, ¿quién se preocupa?»9 Dios es espíritu, y lo que es espíritu se engendra espiritualmente, de modo incorpóreo sin que pueda rastrearse linaje alguno. El mismo Hijo dice del Padre: «El me ha dicho: "Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy..."» (Sal 2, 7). Ese «hoy» no expresa algo reciente, sino eterno. Es un «hoy» sin tiempo, antes de todos los siglos: «... Desde el seno antes de la aurora te he engendrado» (Sal 110, 3, versión clásica griega).

Creer en el Hijo de Dios
6. Cree, por tanto, en Jesucristo Hijo de Dios vivo, Hijo unigénito, según el Evangelio, que dice: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). Y, a su vez: «El que cree en él (el Hijo) no es juzgado» (3, 18), sino que ha «pasado de la muerte a la vida» (1Jn 3, 14). Pero «el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él» (Jn 3, 36), «porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios» (Jn 3, 18). De él daba testimonio Juan diciendo: «Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Con temor ante él decían los demonios: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo» (Mc 5, 7; cf. Lc 4, 34).

El Padre engendra al Hijo en la suma perfección 10
7. Por consiguiente, el Hijo de Dios lo es por naturaleza y no por adopción, engendrado por el Padre. Pero el que ama al que le engendró ama también a quien él ha engendrado. Pero quien desprecia al engendrado por él transmite su afrenta a su progenitor. Y cuando oigas hablar de que Dios engendra, no andes pensando en la generación corporal, ni pienses en una reproducción que entraña corrupción, no sea que vayas a caer en la impiedad. «Dios es espíritu» (Jn 4, 24) y su generación es espiritual; pues los cuerpos, por su parte, engendran cuerpos y en la generación corporal debe haber un transcurso de tiempo.
Sin embargo, en la generación del Hijo desde el Padre no hay ningún intervalo temporal. Además, cuando se engendra algo, es engendrado como realidad imperfecta; sin embargo, el Hijo de Dios ha sido engendrado como perfecto: existiendo en la actualidad, existe desde el principio, nació sin un comienzo. De ese modo nacemos nosotros, pasando después de la ignorancia infantil al uso de razón: imperfecto es, oh hombre, tu nacimiento, aunque se produce un crecimiento mediante sucesivos añadidos. Pero en el caso que nos ocupa no pienses nada semejante ni te venga a la mente debilidad alguna del progenitor, (como si dijeses): engendró a alguien imperfecto que, pasando el tiempo, logró la perfección. Al progenitor lo acusas de debilidad al decir que lo que después fue concedido por el transcurso del tiempo no se había dado, según tu parecer, desde el principio.
8. No creas, por tanto, que se trata de una generación humana ni semejante a como Abraham engendró a Isaac. Pues Abraham no engendró a Isaac porque quisiese, sino porque alguien distinto a él se lo concedió. Cuando es Dios y Padre el que engendra, no hay en ello ignorancia ni tampoco deliberación. Y decir que no sabía lo que engendraba es una impiedad grandísima. Decir también que estaba sopesando las circunstancias y que luego comenzó a ser padre es también impiedad de la misma categoría: pues no es que Dios existiese primeramente sin hijos y que después, en un momento determinado, llegase a ser padre, sino que siempre ha tenido al Hijo. Lo engendró, no al modo como los hombres generan a los hombres, sino como lo conoció únicamente él, el que lo engendró antes de todos los siglos como Dios verdadero.
9. Al ser, pues, el verdadero Dios Padre, engendró un Hijo, Dios verdadero, semejante a él. Y no como los maestros tienen discípulos, es decir, tampoco al modo como Pablo dice a algunos: «He sido yo quien, por el Evangelio, os engendró en Cristo Jesús» (1Co 4, 15). Pues quien no era hijo por naturaleza ha llegado a serlo como discípulo. Pero en el caso que nos ocupa se trata de un hijo por naturaleza, de un verdadero hijo. Tampoco como vosotros, los que vais a ser iluminados, sois hechos ahora hijos de Dios; pues también vosotros sois hechos hijos, pero en adopción por gracia, según lo que está escrito: «A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Ellos no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios» (Jn 1, 12-13)11 Y nosotros nacemos ciertamente del agua y del Espíritu (cf. Jn 3, 5), pero no es así como Cristo ha nacido del Padre. Recuérdese que en el momento del bautismo la voz dijo: «Este es mi hijo» (Mt 3, 17; cf. 17, 5), y no: «Este ha sido hecho ahora Hijo mío». Al decir «Este es mi Hijo», declaraba que ya era Hijo antes de realizarse el bautismo.
10. El Padre no engendró al Hijo como la mente genera en los hombres la palabra. Pues en nosotros la mente es algo subsistente, pero la palabra que se pronuncia se pierde en el aire. Nosotros hemos sabido, sin embargo, que Cristo nació no simplemente como una palabra que se pronuncia, sino como Palabra subsistente y viva, no proferida y difundida con los labios, sino engendrada desde el Padre eterno de modo inefable y con una sólida subsistencia12 «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios» (Jn 1, 1), sentado a la derecha (cf. Sal 110, 1). Palabra que entiende la voluntad del Padre, Palabra que todo lo construye según su beneplácito, Palabra que baja y asciende (cf. Ef 4, 10)13 Pero una palabra, cuando se profiere, no baja y sube al pronunciarla, sino que se expresa diciendo: «Yo hablo lo que he visto donde mi Padre» (Jn 8, 38). Es una Palabra llena de autoridad y que ejerce su dominio sobre todas las cosas, pues el Padre ha entregado todo al Hijo (cf. Jn 13, 3 y Mt 11, 27)14
11. Lo engendró el Padre, pero no como alguno lo entendió, sino como él solo sabe15 Pues no nos abrevemos a explicar cómo lo ha engendrado. Sólo podemos hablar de cómo no ha sido dicha generación. Es cierto que el Hijo procede del Padre, aunque también toda la naturaleza engendrada o creada. «Pregunta a la tierra y te lo dirá» (Jb 12, 8 hebr.). Aunque interrogues a todas la cosas que hay sobre la tierra, no te lo podrán decir. Y es que el globo terráqueo no puede explicar quién es su modelador ni su artífice. Y no sólo la tierra lo ignora, sino que también el sol lo desconoce. Pues el sol fue creado el cuarto día sin saber qué había sido creado en los tres días anteriores. Pero quien desconoció lo que se hizo en los tres días anteriores a él, no puede evidentemente decir quien fue el autor. Tampoco lo dirá el cielo, pues éste fue puesto por Cristo, por voluntad del Padre, como si fuese una humareda. Tampoco los cielos de los cielos ni las aguas que están sobre los cielos serán quienes lo cuenten. ¿Por qué, pues, te lamentas, oh hombre, de no saber lo que los mismos cielos ignoran? Y no son sólo los cielos los que ignoran esta generación, sino que incluso no lo saben las criaturas angélicas. Si alguien -suponiendo que fuese posible- subiese al primer cielo y, al observar el lugar de los ángeles que allí habitan16, acercándose, preguntase cómo Dios ha engendrado a su Hijo, tal vez le respondería: Más arriba los hay mayores y más altos que nosotros. Pregúntales a ellos. Sube hasta el segundo y tercer cielo: alcanza, si es que puedes, hasta los tronos y dominaciones, y también los principados y las potestades. Si alguien llegara hasta allí —es imposible—, renunciarían a describirlos, puesto que ni siquiera los habrían explorado.
12. Siempre me he asombrado de la curiosidad de algunos que, opinando temerariamente de cuestiones religiosas, caen en la impiedad. Piensan que los tronos y las dominaciones, creados por Cristo, y además los principados y las potestades17 están sin descubrir, y así intentan averiguar al Creador con mayor curiosidade18 Dime en primer lugar, tú que eres muy atrevido, qué diferencia hay entre trono y dominación. Busca entonces las cosas que atañen a Cristo. Dime qué es un «principado» y una «potestad» o qué es un «poder» y un ángel. Indaga entonces con curiosidad al Creador, pues «todo se hizo por él» (cf. Jn 1, 3). Pero no quieres interrogar a los tronos y dominaciones o quizá más bien es que no puedes. Y, ¿quién hay que conozca hasta la profundidades de Dios sino el Espíritu Santo (cf. 1Co 2, 10-11), que es el que habló en las Escrituras? Pero ni siquiera el mismo Espíritu Santo habló en las Escrituras de (I modo de) la generación del Hijo por el Padre. ¿Por qué indagas afanosamente lo que ni el mismo Espíritu Santo describió en las Escrituras? Y si ignoras lo que ha quedado escrito, ¿podrás indagar las cosas que no se han escrito? Muchas son las cuestiones de que trata la Escritura: si lo escrito no podemos abarcarlo, ¿por qué fatigarnos nuestro ánimo con lo que no está escrito? Nos es suficiente con saber que Dios engendró a un único Hijo.
13. No te dé vergüenza confesar tu ignorancia cuando en ella tienes algo de común con los ángeles19 Sólo quien engendró conoce a quien engendró, y el que por él ha sido engendrado conoce a su progenitor. Y el que ha engendrado sabe lo que ha engendrado. Y el Santo Espíritu de Dios da testimonio en la Escritura de que el engendrado es Dios sin que haya habido un comienzo. «En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1Co 2, 11). «Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo» (Jn 5, 26). Y, además, «para que todos honren al Hijo como honran al Padre» (5, 23). Y: «Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere» (5, 21). Y ni el que engendra queda disminuido en nada ni el engendrado carece de cosa alguna (sé que ya he hablado de estas cosas)20 Pero es por seguridad nuestra por lo que estas cosas se han repetido con frecuencia. Ni quien engendró tiene padre ni el engendrado tiene hermano. Ni el engendrador se convirtió de este modo en hijo ni el engendrado llegó a ser padre. De un solo Padre ha sido engendrado un Hijo único. No se trata de dos ingénitos ni de dos unigénitos. Sino que sólo hay un Padre ingénito (ingénito es el que no tiene Padre) y hay sólo un Hijo, engendrado eternamente por el Padre: no nacido en el tiempo, sino engendrado antes de los siglos: y que tampoco ha experimentado un crecimiento, sino que ha sido engendrado como actualmente es.
14. Creemos, por consiguiente, en el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre como Dios verdadero21 Pues un Dios verdadero no engendra un dios falso, como ya se ha dicho. Ni engendró tras haber deliberado consigo mismo, sino que lo hizo desde la eternidad de un modo mucho más rápido, como es lógico, que nuestras palabras y nuestro pensamiento. Pues nosotros, cuando hablamos en el tiempo, empleamos tiempo, pero, cuando se habla del poder divino, el acto de engendrar está fuera del tiempo. Y, como se ha dicho muy a menudo, no es que llevara al Hijo de la no existencia al ser, ni al que no era lo recibió en adopción; sino que el Padre, que existía desde la eternidad, engendró eterna e inenarrablemente a su Hijo único, que no tenía ningún otro hermano. Tampoco se trata de dos principios, sino que cabeza del Hijo es el Padre22, que es el principio único. Así pues, el Padre engendró al Hijo como Dios verdadero, llamado «Emmanuel», que, entendiéndolo bien, se traduce como «Dios con nosotros» (cf. Mt 1, 23)23
15. ¿Quieres darte cuenta de que es Dios el que ha nacido del Padre y que después se ha hecho hombre? Escucha al profeta: «Este es nuestro Dios, ningún otro es comparable a él. El descubrió el camino entero de la ciencia, y se lo enseñó a su siervo Jacob, y a Israel su amado. Después apareció ella en la tierra, y entre los hombres convivió» (Ba 3, 36-38). ¿Crees que Dios, después de la Ley de Moisés no se ha hecho hombre? Acoge también otro testimonio de la divinidad de Cristo acabado de leer: «Tu trono, oh Dios, para siempre jamás» (Sal 45, 7). Y para que a propósito de estos pasajes no se pensase que con su venida en carne llegó después, como desarrollándose, a la cima de la divinidad, dice abiertamente: «Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros». ¿No ves acaso que el Mesías Dios ha sido ungido por Dios Padre?
16. ¿Quieres que se te ofrezca también un tercer testimonio de la divinidad de Cristo? Oye a Isaías que dice: «Los productos de Egipto, el comercio de Kush... vendrán a ti y tuyos serán»; y poco después: «Ante ti se postrarán y te suplicarán: "Sólo en ti hay Dios, no hay ningún otro, no hay más dioses". De cierto que tú eres un Dios oculto, el Dios de Israel, salvador» (Is 45, 14-15)24 Ves a Dios Hijo que tiene en sí mismo a Dios Padre. Sólo le falta decir lo que dijo en los Evangelios: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14, 11). No dice «yo soy el Padre», sino «yo estoy en el Padre y el Padre está en mí». Y, a su vez, no dijo: «Yo y el Padre soy uno», sino «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30), para que ni los separemos a uno del otro, ni hagamos mezcla de Padre e Hijo. «Uno», porque es una la dignidad de la divinidad, puesto que es Dios quien engendró a Dios. «Uno» por la prerrogativa del Reino, pues no es que sobre unas cosas reine el Padre y sobre otras el Hijo, como si éste, a semejanza de Absalón25, se alzase contra el Padre. En realidad, el Hijo reina sobre las mismas cosas sobre las que reina el Padre. Son «uno» también porque no hay disonancia alguna o separación, pues no son unos los deseos del Padre y otros los del Hijo. «Uno» porque no son unas las obras de Cristo y otras las del Padre. El ordenamiento de todas las cosas es unitario, ya que el Padre ha actuado a través del Hijo: «Pues él habló y así fue; él ordenó y fueron creados» (Sal 148, 5 LXX), dice el salmista. Pero el que dice, dice a quien oye; y quien manda, manda a quien está presente.
17. El Hijo es, por tanto, verdadero Dios, teniendo en sí mismo al Padre, pero no transformado en el Padre: pues tampoco se hizo hombre el Padre, sino el Hijo—digámoslo en verdad y libremente. No padeció por nosotros el Padre, sino que el Padre envió al que padeció por nosotros. Ni tampoco digamos nunca: «Había un tiempo en el cual no existía el Hijo»26 Tampoco admitamos una filio-paternidad, sino que avancemos por el camino regio sin desviarnos a la izquierda o a la derecha. Ni, creyendo honrar al Hijo, le llamemos a éste Padre ni, pensando en tributar honor al Padre, creamos que el Hijo es una de las cosas creadas. Más bien el Padre único sea adorado a través del Hijo único, sin que se «distribuya» la adoración. Predíquese un Hijo único, sentado a la derecha del Padre antes de los siglos, que no ha recibido en el tiempo esto de sentarse con el Padre tras el sufrimiento y como resultado de una evolución, sino que lo posee desde la eternidad.
18. «El que ve al Hijo, ve al Padre»27 Pues en todo es semejante el Hijo a quien lo engendró: vida que procede de vida, luz de luz, poder de poder, Dios de Dios. En nada son diferentes las características de la divinidad en el Hijo, y quien ha sido considerado digno de ver la divinidad del Hijo ha sido llevado con ello a gozar del Padre28 Este modo de hablar no es mío, sino del Hijo unigénito: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9)29 Y, para decirlo más compendiosamente, debemos evitar tanto separar como confundir: no digas nunca que el Hijo es ajeno al Padre ni aceptes a quienes dicen que el Padre es a veces Padre y a veces Hijo: son afirmaciones extrañas e impías, no testimonios de la Iglesia, pues el Padre permaneció tal aunque hubiese engendrado al Hijo sin sufrir él mismo transformación. Engendró a la Sabiduría (cf. 1Co 1, 24), pero él no fue despojado de ella; engendró la fuerzan sin perder con ello su energía. Engendrando a Dios, no fue despojado de su divinidad ni nada perdió quedando disminuido o transformado, ni a su vez el engendrado carece de algo: perfecto es el que engendró y perfecto es el engendrado. Dios es quien engendró y Dios es el que ha sido engendrado, el cual es Dios de todas las cosas y llama Padre a su Dios, sin miedo de decir: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (Jn 20, 17).
19. Pero para que no creas que se trata de una paternidad igual tanto para el Hijo como para las demás criaturas, en las frases que siguen hizo una distinción. Pues no dijo: «Subo a nuestro Padre», de modo que se dedujese una comunidad de las creaturas con el Unigénito; sino que dice: «mi Padre y vuestro Padre». De un modo, mío, por naturaleza; y de otro modo, vuestro, por adopción. Y, a su vez: «A mi Dios y a vuestro Dios». De una forma, Padre mío por vínculo natural y como Hijo unigénito; de otra forma, vuestro como criaturas. Por consiguiente, el Hijo de Dios es verdadero Dios, engendrado de modo inefable antes de todos los siglos. Os repito a menudo todo esto para que se os grabe bien en vuestra mente. Cree ciertamente que Dios tiene un Hijo, pero no tengas mayor curiosidad en el cómo, pues si lo indagas no encontrarás respuesta. No te ensalces a ti mismo, no sea que caigas.
Entrégate simplemente a la meditación de lo que se te confía. Dime quién es en realidad el que engendró y te darás cuenta entonces de qué engendró. Si con el pensamiento no puedes abarcar la naturaleza del que engendra, no escrutes con impaciencia quién es el engendrado.
20. Para la piedad te basta saber que dijimos que Dios tiene un Hijo único: un Hijo engendrado por naturaleza, que no comenzó a existir cuando nació en Belén, sino antes de todos los siglos. Escucha, en efecto, al profeta Miqueas, que dice: «Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquél que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño» (Mi 5, 1). No pongas tu atención, por tanto, en aquél que entonces nació en Belén, sino adora al que desde la eternidad ha sido engendrado por el Padre. No toleres a quien diga que el Hijo comenzó a existir en algún momento del tiempo, sino que debes reconocer que el Padre es principio sin tiempo, un principio que nada tiene que ver con un Hijo temporal, inabarcable, él por su parte sin principio: en suma el Padre30, fuente del río de la justicia, del Unigénito, a quien engendró como el sólo sabe. ¿Quieres saber que nuestro Señor Jesucristo es también rey eterno? Escúchalo otra vez cuando dice: «Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró» (Jn 8, 56). Pero al endurecerse los judíos ante esto, les dijo algo todavía más duro: «Antes de que Abraham existiera, Yo Soy» (8, 58). Y, a su vez, dice al Padre: «Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese» (Jn 17, 5). Claramente lo dijo: Antes que el mundo fuese, yo tenía gloria junto a ti. Y dice a su vez: «... me has amado antes de la creación del mundo» (17, 24).
21. Creamos, por consiguiente, «en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, que nació del Padre como Dios verdadero antes de todos los siglos, y por el cual "todo se hizo" (Jn 1, 3)»: «los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades, todo fue creado por él» (Col 1, 16), y ninguna de las cosas creadas está sustraída a su poder. Enmudezca toda herejía que hable de diversos agentes y autores del mundo; conténgase la lengua que azota con blasfemias a Cristo Hijo de Dios; callen quienes dicen que el sol es el Cristo, pues él no es este sol brillante, sino el artífice del sol; enmudezcan quienes dicen que el mundo es obra de los ángeles, pues pretenden invadir lo que es prerrogativa del Hijo único. Tanto las cosas visibles como invisibles, los tronos y dominaciones (cf. Col 1, 16), y «todo cuanto tiene nombre», todo ha sido hecho por Cristo. El Hijo reina sobre las cosas que han sido hechas por él, y no cogiendo los despojos de otros sino ejerciendo su señorío sobre sus propias obras, como dijo el evangelista Juan: «Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe» (Jn 1, 3). Todo ha sido hecho por él, actuando el Padre a través del Hijo.
22. Querría aducir un ejemplo de lo que se dice, aunque sé que es un ejemplo débil. Pues, ¿cuál de las cosas visibles puede ser un ejemplo idóneo de la invisible potestad divina? Adúzcase, sin embargo, como un ejemplo débil, puesto por un débil a los débiles. Es, pongamos por caso, como si un rey que tiene un hijo que también es rey juntamente con él, y deseando fundar una ciudad, pone ante él una maqueta de la ciudad que ha de construir. El hijo, con la maqueta, llevará a su término el proyecto. Del mismo modo, cuando el Padre quiso hacer todas las cosas, el Hijo fue quien lo realizó todo en obediencia al Padre, de modo que esa obediencia preserva incólume para el Padre la libertad de su poder supremo, pero el Hijo tiene el dominio sobre las cosas que ha hecho: de ese modo ni queda rebajado el dominio del Padre sobre las cosas que ha hecho ni el Hijo obtiene poder sobre cosas hechas por otro, sino sobre las que él mismo ha fundado. Pues no fueron los ángeles quienes fundaron el mundo -de ello ya se ha hablado31-, sino el Hijo unigénito engendrado, como dijimos, antes de todos los siglos. Por él todo fue hecho, sin excluir nada de su actividad creadora. Y todo sea dicho hasta aquí por nosotros por la gracia de Cristo.
23. Volviendo ahora a la confesión de fe, concluyamos ya estas palabras. Todo lo hizo Cristo, los ángeles, los arcángeles, las dominaciones y los tronos. No es que el Padre careciese del poder suficiente para crear por sí mismo, sino que quiso que el Hijo reinase sobre las cosas que había hecho, mostrándole el ordenamiento de las cosas que habían de ser creadas. Pues dice el Unigénito tributando honor a su Padre: «El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo» (Jn 5, 19). Y a su vez: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo» (Jn 5, 17). No existe contradicción entre las actuaciones de ambos. «Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío» (Jn 17, 10), dice el Señor en el Evangelio. Esto puede conocerse con claridad, tanto desde el Antiguo como desde el Nuevo Testamento. Pues el que dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1, 26), es que se estaba dirigiendo a alguien que estaba a todas luces presente. Pero quien más claramente habla (en este sentido) es el salmista, que dice: «El lo dijo, y existió; él lo mandó, y fueron creados»32, como si el Padre mandase y dijese, y el Hijo todo lo ejecutase según sus deseos. Esto lo dijo, en sentido místico, también Job: «El sólo desplegó los Cielos y holló la espalda de la Mar (Jb 9, 8), queriendo decir con ello a los inteligentes que quien, estando aquí, caminaba sobre el mar era el que anteriormente había hecho los cielos33 Y, por su parte, el Señor dice: «¿Fuiste tú34 quien tomó la tierra como barro e hiciste un ser viviente a quien, dotado de la facultad de hablar, lo pusiste sobre la tierra?» (Jb 38, 14 LXX). Y, un poco más abajo: «¿Se te han mostrado las puertas de la Muerte? ¿Has visto las puertas del país de la Sombra? (38, 17). Con ello declara que el que, por su bondad, descendió a los infiernos es quien desde el principio hizo al hombre del barro.
24. Cristo es, por consiguiente, Hijo unigénito de Dios y autor del mundo. Pues «en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él» (Jn 1, 10). Y «vino a su casa» (1, 11), como nos enseña el Evangelio. Cristo no es autor, en unión con el Padre, sólo de las cosas que se ven, sino también de las que no se ven. Pues «en él, según el Apóstol, fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia» (Col 1, 16-17). Incluso si te refieres a los siglos35, el autor de éstos, en obediencia al Padre, es también Jesucristo, pues «en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos» (Hb 1, 2). Al cual sea la gloria, el honor y el poder, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Notas

1 Hasta Hb 1, 4 el texto reza: «... a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado». De todo esto. que forma como el prólogo de la carta a los Hebreos, parece tomar pie la presente catequesis para hacer una exposición sobre la generación eterna, desde el Padre, del Logos, Palabra de Dios que se nos ha dirigido de un modo más definitivo que los Profetas. La identidad de naturaleza entre el Hijo y el Padre confiere también a esta catequesis una clarísima impronta antiarriana a base de una gran fidelidad al sentido del Símbolo de la fe.
2 Cf. cat. 16, núm. 13.
3 El evangelio de Mateo, que distribuye de un modo casi didáctico sus diversas secciones, coincide con Mc y Lc en que este episodio de la «profesión de fe» es como una piedra miliar en medio de la narración evangélica. Han disminuido los contactos de Jesús con las masas que le han estado siguiendo en el primer periodo de su actividad pública, pero Mt 16, 13-17 (dejando aparte la cuestión del primado en 18-20) es la primera expresión inequívoca, de parte de los apóstoles, de la realidad de Jesús como Hijo. Quizá es interesante señalar que Jesús se dedicará a partir de ahora más intensamente a la formación del grupo de los apóstoles. Ello se echa de ver con bastante claridad en numerosos pasajes de los cáps. 18-20 de Mateo. Por otra parte, el reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios va unido al «primer anuncio» de la Pasión (Mt 16, 21: «Desde entonces...») y a la explicación de que quien es discípulo de Jesús sigue un camino semejante al suyo (16, 24-26), aunque en la transfiguración (17, 1-8) se ofrece una prefiguración de la resurrección.
4 Cf. Gn 49, 4, que hace alusión al incesto mencionado en 35, 22.
5 El paralelismo parece literariamente algo forzado. La comparación, sin embargo, parece establecerse entre Rubén, que ha actuado mal con su padre, e Israel, que según la parábola de los viñadores homicidas, ha rechazado al Hijo enviado por el Padre (cf Mt 21, 33-46). Con raspecto al texto original de la catequesis debe decirse, sin embargo, que los códices son aquí algo confusos (cf. PG 33, 695, nota 2).
6 Según la aplicación que de este texto hace Jn 10, 34-35 («Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura—, a aquél a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: "Yo soy Hijo de Dios"?»), se utiliza más bien una parte de Sal 82, 6 para resaltar el rechazo que los judíos hacen de Cristo. Gran parte de este párrafo y de la presente catequesis se mueven en el contexto del siempre posible rechazo de Jesús Mesías Hijo de Dios.
7 No es que comenzara a ser Hijo de Dios en un momento determinado, sino que lo es desde siempre.
8 La naturaleza humana y la debilidad humana de la carne en la «encarnación» (cf Jn 1, 14, completándolo, por ejemplo, con 2Co 8, 9b y Hb 2, 14-15).
9 La frase, adaptada de Is 53, 8, responde bien al curso de las ideas de Cirilo, pero se adapta mal al texto hebreo profético, que más bien expresando el rechazo del Siervo, debe traducirse: «de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?». Cf. la nota correspondiente de la Biblia de Jerusalén.
10 La catequesis desarrolla de aquí al final, con una extraordinaria prolijidad, todo lo que puede decirse sobre la generación eterna del Hijo por el Padre. También se menciona, por ejemplo, la intervención del Hijo en la creación de los ángeles, los Tronos, Dominaciones, etc., y, en general de acuerdo con Col 1, 15-20, su acción en la creación del universo, (cf. especialmente el núm. 12 y la nota 17). Estas ideas, ampliamente expuestas, abarcan hasta el final de la catequesis, razón por la que se suprimen los epígrafes. El hecho de que la exposición sea repetitiva es probablemente la razón por la que en la edición de Fr. Albino Ortega sólo se recogen los cinco primeros párrafos. No obstante, tiene interés la reproducción completa, pues se trata de un excelente testimonio de la ortodoxia eclesiástica siguiendo las huellas del Concilio de Nicea. Permite así ver la identidad de naturaleza entre el Hijo y el Padre.
11 De Jn 1, 13 se prefiere la posible lectura en plural del texto original («Ellos... nacieron... nacieron...»), simplemente porque está más en consonancia con el decurso de las ideas.
12 Se traduce como subsistencia el griego «hypóstasis» (que equivaldría al término latino filosófico «suppositum»). Es algo así como «lo que sub-yace en el fondo» e indica una idea de consistencia propia, que es lo que ha permitido la distinción de tres hipóstasis o sub-sistencias en Dios y que en la tradición latina occidental han sido denominadas personas. Así se habla de tres personas distintas en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
13 Ef 4, 10 debe verse en el contexto de al menos 4, 7-10 (o 7-13), como la acción de Cristo repartiendo sus dones al descender a la miseria humana y retornar a la gloria del Padre. Un examen atento de todo el texto permite relacionar la encarnación y la redención de los hombres con el enriquecimiento gratuito de éstos a través de los dones y carismas.
14 Jn 13, 3: «... sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía». Se remachan con este texto las ideas de procedencia del Padre así como «salir» «volver» (o el «bajar» «subir» anteriores), todo ello como expresión muy intensa de la unión del Hijo con el Padre, Mt 11, 27, formando parte de lo que los exegetas han calificado a veces de lógion joánico'" insiste en una idea semejante: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
15 Vid. la nota anterior.
16 Además de dar por válida la imagen del universo que considera real una pluralidad de cielos, se entiende aquí como un supuesto que los ángeles habitarían los distintos niveles de ese firmamento. Son formas de hablar en las que la afirmación válida es que no se conoce ni nadie sabe cómo se da exactamente la generación del Hijo por el Padre.
17 Cf. para esto (también en el anterior núm. 11) Col 1, 16, en el contexto de lo que es la composición de 1, 15-20. Los vv. 15-17 son especialmente importantes para señalar a Cristo en el acto de la creación:
«El es Imagen de Dios invisible,
Primogénito de toda la creación,
porque en él fueron creadas todas las cosas,
en los cielos y en la tierra,
las visibles y las invisibles,
los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades:
todo fue creado por él y para él,
él existe con anterioridad a todo
y todo tiene en él su consistencia».
Vid. Ef 1, 10: «volver a hacer que todo tenga a Cristo por cabeza» (anakefalaiósasthai, re-capitulari); 1Co 8, 6b. Cf. la interesante nota de la Biblia de Jerusalén (ed. revisada de 1988) a Col 1, 15 ss. sobre la primacia de Cristo y su acción causativa en el orden de la creación y de la redención del universo.
18 Cirilo parece acusarles de oscuras especulaciones que no aclaran la sencillez del acto creador de Dios en Cristo.
19 Cf cat. 6, núm. 6.
20 Vid. más arriba el párr. 7, cat. 10, núm. 9.
21 Como Dios verdadero es una expresión claramente antiarriana para subrayar la identidad de naturaleza entre el Hijo y el Padre. Más detalles en PG, 33, 708, nota 3.
22 Cf. 1Co 11, 3: «... y la cabeza de Cristo es Dios».
23 Cf. Is 7, 14.
24 De estos versículos se ha preferido una vez más la versión de la Biblia de Jerusalén.
25 Para la historia de Absalón, cf. 2Sam 15-19.
26 Esta expresión es típicamente arriana. Se encuentra transmitida por Atanasio y expresaría el comienzo de la existencia del Hijo en el tiempo. Con ello se defendería una inferioridad del Hijo al Padre y, en último término, una subordinación a él. Una exposición de la complicada historia de la cristología, en P. SMULDERS, Desarrollo de la cristología en la historia de los dogmas y en el Magisterio eclesiástico, en Mysterium Salutis, t. III, Madrid 1980, esp. 344 ss.
27 Es tal vez una adaptación de Jn 14, 9: «El que me ha visto a mi ha visto al Padre». Jn 14, 9c-11, sobre todo, en todo su amplio contexto, es muy ilustrativo de la realidad y las relaciones Padre-Hijo.
28 Cf. la nota anterior. Vale la pena de nuevo tener en cuenta el contexto fuertemente cristocéntrico representado por Jn 14, 6-12 dentro del «testamento» de Jesús.
29 Cf. ibid.: «... para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios». En 1Co 1, 30, esbozando tal vez Pablo lo que será el programa de su posterior Carta a los Romanos, dirá: «De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención».
30 En la tradición teológica y en el Magisterio eclesiástico, el Padre ha sido llamado «principio sin principio», mientras que el Hijo ha sido calificado como «principio de principio». Ver, por ejemplo, la Bula Cantate Domino, del concilio de Florencia, año 1442, párr. 2 (Denzinger-Schönmetzer, núm. 1.331).
31 Se ha hecho alusión a ello en el núm. 21.
32 El «hagamos» de Gn 1, 26 se interpreta como del agente plural Padre e Hijo, y en la cita que aquí se hace se entiende «éI lo mandó» como que el Padre «mandó» al Hijo que crease. En cualquier caso se entienden ambos textos como una intervención directa del Hijo en la creación, que es lo que aquí interesa a Cirilo subrayar.
33 Posiblemente quiere decir Cirilo: el mismo Jesús que, en los evangelios, camina sobre el agua del mar (Mt 14, 25 par) es el que había intervenido también en la creación de los cielos.
34 Dirigiéndose irónicamente al hombre.
35 La expresión puede traducirse por «los siglos», literalmente «eones», de acuerdo con el griego. Puede, por tanto, designar también las «edades» del mundo, las eras y las épocas.