Dios ha llamado al hombre a participar de la vida de la Santísima Trinidad. «Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural» (Catecismo, 1998) 1. Para conducirnos a este fin último sobrenatural, nos concede ya en esta tierra un inicio de esa participación que será plena en el cielo. Este don es la gracia santificante, que consiste en una «incoación de la gloria» 2. Por tanto, la gracia santificante:
– «es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma, para sanarla del pecado y santificarla» (Catecismo, 1999);
– «es una participación en la vida de Dios» (Catecismo, 1997; cfr. 2P 1, 4), que nos diviniza (cfr. Catecismo, 1999);
– es, por tanto, una nueva vida, sobrenatural; como un nuevo nacimiento por el que somos constituidos en hijos de Dios por adopción, partícipes de la filiación natural del Hijo: «hijos en el Hijo» 3;
– nos introduce así en la intimidad de la vida trinitaria. Como hijos adoptivos, podemos llamar «Padre» a Dios, en unión con el Hijo único (cfr. Catecismo, 1997);
– es «gracia de Cristo», porque en la situación presente –es decir, después del pecado y de la Redención obrada por Jesucristo– la gracia nos llega como participación de la gracia de Cristo (Catecismo, 1997): «De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia» (Jn 1, 16). La gracia nos configura con Cristo (cfr. Rm 8, 29);
– es «gracia del Espíritu Santo», porque es infundida en el alma por el Espíritu Santo 4.
La gracia santificante se llama también gracia habitual porque es una disposición estable que perfecciona al alma por la infusión de virtudes, para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor (cfr. Catecismo, 2000) 5.
La primera obra de la gracia en nosotros es la justificación (cfr. Catecismo, 1989). Se llama justificación al paso del estado de pecado al estado gracia (o "de justicia", porque la gracia nos hace "justos") 6. Ésta tiene lugar en el Bautismo, y cada vez que Dios perdona los pecados mortales e infunde la gracia santificante (ordinariamente en el sacramento de la penitencia) 7. La justificación «es la obra más excelente del amor de Dios» (Catecismo, 1994; cfr. Ef 2, 4-5).
Dios no niega a nadie su gracia, porque quiere que todos los hombres se salven (1Tm 2, 4): todos están llamados a la santidad (cfr. Mt 5, 48) 8. La gracia «es en nosotros la fuente de la obra de santificación» (Catecismo, 1999); sana y eleva nuestra naturaleza haciéndonos capaces de obrar como hijos de Dios 9, y de reproducir la imagen de Cristo (cfr. Rm 8, 29): es decir, de ser, cada uno, alter Christus, otro Cristo. Esta semejanza con Cristo se manifiesta en las virtudes.
La santificación es el progreso en santidad; consiste en la unión cada vez más íntima con Dios (cfr. Catecismo, 2014), hasta llegar a ser no sólo otro Cristo sino ipse Christus, el mismo Cristo 10: es decir, una sola cosa con Cristo, como miembro suyo (cfr. 1Co 12, 27). Para crecer en santidad es necesario cooperar libremente con la gracia, y esto requiere esfuerzo, lucha, a causa del desorden introducido por el pecado (el fomes peccati). «No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual» (Catecismo, 2015) 11.
En consecuencia, para vencer en la lucha ascética, ante todo hay que pedir a Dios la gracia mediante la oración y la mortificación –«la oración de los sentidos» 12?– y recibirla en los sacramentos 13.
La unión con Cristo sólo será definitiva en el Cielo. Hay que pedir a Dios la gracia de la perseverancia final: es decir, el don de morir en gracia de Dios (cfr. Catecismo, 2016 y 2849).
La virtud, en general, «es una disposición habitual y firme a hacer el bien» (Catecismo, 1803) 14. «Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad» (Catecismo, 1812). «Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos de Dios» (Catecismo, 1813) 15. Las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad (cfr. 1Co 13, 13).
La fe «es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone» (Catecismo, 1814). Por la fe «el hombre se entrega entera y libremente a Dios» 16, y se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios: «El justo vive de la fe» (Rm 1, 17) 17.
– «El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla» (Catecismo, 1816; cfr. Mt 10, 32-33).
La esperanza «es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (Catecismo, 1817) 18.
La caridad «es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios» (Catecismo, 1822). Este es el mandamiento nuevo de Jesucristo: «que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 12) 19.
«Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena» (Catecismo, 1804). Éstas «se adquieren mediante las fuerzas humanas; son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos» (Catecismo, 1804) 20.
Entre las virtudes humanas hay cuatro llamadas cardinales porque todas las demás se agrupan en torno a ellas. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza (cfr. Catecismo, 1805).
– La prudencia «es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo» (Catecismo, 1806). Es la «regla recta de la acción» 21.
– La justicia «es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido» (Catecismo 1807) 22.
– La fortaleza «es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa» (Catecismo, 1808) 23.
– La templanza «es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos» (Catecismo, 1809). La persona templada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, y no se deja arrastrar por las pasiones (cfr. Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada "moderación " o "sobriedad" (cfr. Catecismo, 1809).
Con respecto a las virtudes morales, se afirma que in medio virtus. Esto significa que la virtud moral consiste en un medio entre un defecto y un exceso 24. In medio virtus no es una llamada a la mediocridad. La virtud no es el término medio entre dos o más vicios, sino la rectitud de la voluntad que –como una cumbre– se opone a todos los abismos que son los vicios 25.
Las heridas dejadas por el pecado original en la naturaleza humana dificultan la adquisición y el ejercicio de las virtudes humanas (cfr. Catecismo, 1811) 26. Para adquirirlas y practicarlas, el cristiano cuenta con la gracia de Dios que sana la naturaleza humana.
La gracia, además, al elevar la naturaleza humana a participar de la naturaleza divina, eleva esas virtudes al plano sobrenatural (cfr. Catecismo, 1810), llevando a la persona humana a actuar según la recta razón iluminada por la fe: en una palabra, a imitar a Cristo. De este modo, las virtudes humanas llegan a ser virtudes cristianas 27.
«La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo» (Catecismo, 1830) 28. Los dones del Espíritu Santo son (cfr. Catecismo, 1831):
1º don de sabiduría: para comprender y juzgar con acierto acerca de los designios divinos;
2º don de entendimiento: para la penetración en la verdad sobre Dios;
3º don de consejo: para juzgar y secundar en las acciones singulares los designios divinos;
4º don de fortaleza: para acometer las dificultades en la vida cristiana;
5º don de ciencia: para conocer la ordenación de las cosas creadas a Dios;
6º don de piedad: para comportarnos como hijos de Dios y como hermanos de nuestros hermanos los hombres, siendo otros Cristos;
7º don de temor de Dios: para rechazar todo lo que pueda ofender a Dios, como un hijo rechaza, por amor, lo que puede ofender a su padre.
Los frutos del Espíritu Santo «son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna» (Catecismo, 1832). Son actos que la acción del Espíritu Santo produce habitualmente en el alma. La tradición de la Iglesia enumera doce: «caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad» (Ga 5, 22-23).
Por la unión sustancial del alma y del cuerpo, nuestra vida espiritual –el conocimiento intelectual y el libre querer de la voluntad– se encuentra bajo el influjo (para bien o para mal) de la sensibilidad. Este influjo se manifiesta en las pasiones que son «impulsos de la sensibilidad que inclinan a obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo» (Catecismo, 1763). Las pasiones son movimientos del apetito sensible (irascible y concupiscible). Se pueden llamar también, en sentido amplio, "sentimientos" o "emociones" 29.
Son pasiones, por ejemplo, el amor, la ira, el temor, etc. «La más fundamental es el amor despertado por la atracción del bien. El amor causa el deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina en el placer y el gozo del bien poseído. La aprehensión del mal causa el odio, la aversión y el temor ante el mal que puede sobrevenir. Este movimiento culmina en la tristeza a causa del mal presente o en la ira que se opone a él» (Catecismo, 1765).
Las pasiones influyen mucho en la vida moral. «En sí mismas, no son buenas ni malas» (Catecismo, 1767). «Son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción buena, y malas en el caso contrario» (Catecismo, 1768) 30. Pertenece a la perfección humana el que las pasiones estén reguladas por la razón y dominadas por la voluntad 31. Después del pecado original, las pasiones no se encuentran sometidas al imperio de la razón, y con frecuencia inclinan a realizar lo que no es bueno 32. Para encauzarlas habitualmente al bien se necesita la ayuda de la gracia, que sana las heridas del pecado, y la lucha ascética.
La voluntad, si es buena, utiliza las pasiones ordenándolas al bien 33. En cambio, la mala voluntad, que sigue al egoísmo, sucumbe a las pasiones desordenadas o las usa para el mal (cfr. Catecismo, 1768).
Paul O’Callaghan
– Catecismo, 1762-1770, 1803-1832 y 1987-2005.
– San Josemaría, Homilía Virtudes humanas, en Amigos de Dios, 73-92.