509 Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino y celebraba cada día espléndidos banquetes. Un pobre, de nombre Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de úlceras, y deseaba hartarse de lo que cala de la mesa del rico (Lc 16, 19 ss). Murieron los dos [...]. ¿Es que el rico fue condenado porque tenía riquezas, porque abundaba en bienes de la tierra, porque vestía de púrpura y lino y celebraba cada día espléndidos banquetes? No [...]. El rico fue condenado porque no ayudó al otro hombre. Porque ni siquiera cayó en la cuenta de Lázaro [...]. En ningún sitio condena Cristo la mera posesión de bienes terrenos en cuanto tal. En cambio, pronuncia palabras muy duras para quienes utilizan los bienes egoístamente, sin fijarse en las necesidades de los demás (JUAN PABLO II, Hom. en el Yankee Stadium de Nueva York, 2-X-1979).
510 ... El Sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose de la frase de los Padres: " Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas " según las propias posibilidades, comuniquen y ofrezcan realmente sus bienes, ayudando en primer lugar a los pobres, tanto individuos como pueblos, a que puedan ayudarse por sí mismos (CONC. VAT. II, Const. Gandium et spes, 69).
511 Sed moderados en el uso de los bienes de esta vida. No os pertenece todo; al menos una parte de estos bienes debe quedar para los pobres, que son amados especialmente por Dios [...]. Usad, pues, de los bienes de la tierra, pero no abuséis de ellos (SAN GREGORIO DE NISA, Sermón 1 sobre el amor a los pobres).
511b "El amor de la Iglesia por los pobres [...] pertenece a su constante tradición" (CA 57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas (cfr. Lc 6, 20-22), en la pobreza de Jesús (cfr. Mt 8, 20), y en su atención a los pobres (cfr. Mc 12, 41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de hacer partícipe al que se halle en necesidad (cfr. Ef 4, 28). No abarca solo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cfr. CA 57) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2444).
512 Gran remedio es para esto traer muy continuo en el pensamiento la vanidad que todo es y cuán presto se acaba, para quitar las aficiones de las cosas que son tan baladíes y ponerlas en las que nunca se han de acabar; que aunque parece flaco medio, viene a fortalecer mucho al alma y en las muy pequeñas cosas traer gran cuidado; en aficionándonos un poco a alguna, procurar apartar el pensamiento de ella y volverle a Dios, y Su Majestad ayuda (SANTA TERESA, C. de perfección, IO, 2).
513 Son engañosas (las riquezas) porque no pueden permanecer siempre con nosotros; son engañosas, porque no pueden satisfacer las necesidades de nuestro corazón. Las riquezas verdaderas son únicamente las que nos hacen ricos en las virtudes (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 15 sobre los Evang.).
514 Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario, la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor (SAN BASILIO MAGNO, Hom. sobre la caridad).
515 La virtud es la única de las riquezas que es inamovible y que persiste en vida y en muerte (SAN BASILIO, Discurso a los jóvenes).
516 El menor bien de gracia es superior a todo el bien del universo (SANTO TOMÁS, S.Th. I-II, q. 113, a. 9).
517 Os diré, y quizá os lo muestre suficientemente, que si uno con su palabra abarca toda la felicidad desde que el mundo es mundo, y llega a juntarla en un solo lugar, encontrará que no iguala ni a la más pequeña parte de aquellos bienes –los celestiales–, sino que se dará cuenta de que todos los bienes de esta vida terrena reunidos distan más en dignidad del más pequeño de la futura que lo que la sombra y el sueño distan de la realidad (SAN BASILIO, Discurso a los jóvenes).
518 Si somos templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros, es mucho más lo que cada fiel lleva en su interior que todas las maravillas que contemplamos en el cielo (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 7 en la Natividad del Señor).
519 [...] las cosas espirituales, precisamente cuando se poseen, es cuando con más fuerza se desean (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c. 152).
520 Entre los bienes corporales y los espirituales hay la diferencia de que los primeros, mientras no se tienen, inspiran al alma un fuerte deseo de poseerlos; mas cuando, alcanzados, se los gusta, producen luego hastío por su saciedad. Los bienes espirituales, por el contrario, cuando no se tienen causan fastidio, pero cuando se tienen producen deseo; y tanto más hambre tiene de ellos el que los gusta, cuanto más los gusta el que los desea (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 36 sobre los Evang.).
521 Mientras que los bienes sensibles nos cansan cuando los poseemos, los bienes espirituales, al contrario, los amamos más cuanto más los poseemos; porque éstos no se gastan ni se agotan, y son capaces de producir en nosotros una alegría siempre nueva [...]. Es como si Dios penetrase cada vez más profundamente en nuestra voluntad (SANTO TOMÁS, S.Th. I-II, q. 2, a. 1 ad 3).
522 La filosofía rica se ha formado muchos dioses; la Iglesia pobre sólo conoce a un Dios: ¿no es cierto que aquellas riquezas son indigencia y que esta pobreza es abundancia? (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol VI, p. 263).
523 Con los bienes de la tierra suele ocurrir que no se enriquece uno si no se empobrece otro; pero de las cosas espirituales no puede enriquecerse uno sin enriquecer a los demás. En las cosas materiales, pues, disminuye esta participación; en las espirituales, aumenta (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. Vl, p. 342).
524 Se ven gentes que arrojan su fortuna a los luchadores, a los comediantes, a repugnantes gladiadores en los teatros, por la gloria de un momento y por el ruidoso aplauso del pueblo. Y a ti, ¿te preocuparán unos gastos con los que te puedes elevar a una gloria tan grande? Será Dios el que te aplaudirá, serán los ángeles los que te aclamarán, serán todos los hombres que han existido desde la creación los que celebrarán tu dicha: una gloria imperecedera, una corona de justicia, el Reino de los cielos, tal será el premio que tú recibirás por haber administrado bien tus bienes perecederos (SAN BASILIO, Hom. sobre la caridad).
525 Cuando dejamos a un lado las riquezas materiales, no son bienes nuestros los que abandonamos, sino bienes ajenos. Y eso, aun cuando podamos gloriarnos de haberlos adquirido por nuestro trabajo o de haberlos recibido en herencia de nuestros padres. Porque, como ya dije, nada nos pertenece, salvo lo que tiene su raigambre en el corazón y forma como un nexo indisoluble con nuestra alma, hasta el punto de que nadie nos lo puede arrebatar (CASIANO, Colaciones, 3, 10).
526 El que es esclavo de las riquezas, las guarda como esclavo; pero el que sacude el yugo de su esclavitud, las distribuye como señor (SAN JERÓNIMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 392).
527 Hemos sido colocados en la vida como huéspedes y forasteros, llevados a donde no queremos ir y cuando no pensamos: el que ahora es rico, en breve será pobre. Así, seas quien fueres, has de saber que eres sólo administrador de bienes ajenos, y que se te ha dado de ellos uso transitorio y derecho muy breve. Lejos, pues, de nosotros el orgullo de la dominación, y abracemos la humildad y la modestia del arrendatario o casero (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. Vl, p. 225).
528 El artista más perfecto ha dotado a nuestra naturaleza de todo lo que necesita para cumplir su misión de dominio y señorío (SAN GREGORIO DE NISA, PL 67, 347 ss.).
529 De la misma manera que el oro se malea cuando se mezcla aunque sea con plata pura, así también nuestra alma se mancha cuando se mezcla con tierra, aunque ésta sea de muy buena calidad (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. 1, p. 383).
530 " Divitiae, si affluant, nolite cor apponere ".-Si vienen a tus manos las riquezas, no pongas en ellas tu corazón.-Anímate a emplearlas generosamente. Y, si fuera preciso, heroicamente.-Sé pobre de espíritu (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 636).
531 Con la templanza de quien las usa, no con el afán de quien pone en ellas el corazón (SAN AGUSTÍN, Sobre las costumbres de la Iglesia, 1, 21).
532 El amor del hombre es como la mano del alma: si coge una cosa no puede asirse a otra. Quien ama al siglo, no puede amar a Dios; tiene la mano ocupada. Le dice Dios: " Ten lo que te doy ", pero como no quiere soltar lo que tenia, no puede recibir lo que se le ofrece (SAN AGUSTÍN, Sermón 12S).
533 Que los falsos placeres de la vida presente no impidan el empuje de aquellos que vienen por el camino de la verdad, y que los fieles se consideren como viajeros en el itinerario que siguen hacia su patria; que comprendan que en el uso de los bienes temporales, si a veces hay algunos que agradan, no deben apegarse bajamente, sino continuar valientemente la marcha (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 72, sobre la Ascensión del Señor).
534 La verdadera, la única paz de las almas en este mundo consiste en estar llenos de amor de Dios y en estar animados por la esperanza del cielo hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses de este mundo 1...] Se equivoca quien se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas. Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo deberían convencer a ese hombre que ha afirmado sobre arena los fundamentos de su paz (SAN BEDA, Hom. 12 sobre la Vigilia de Pentecostés).
535 No vayamos a creer, sin embargo, que aquellos que han sido elevados en este mundo a la cumbre de las riquezas, del poderío y los honores hayan alcanzado con ello el bien por excelencia, pues éste consiste únicamente en la virtud. Esas cosas son indiferentes. Son útiles y provechosas para los justos que usan de ella con recta intención y para cumplir sus menesteres ineludibles –pues les brindan la ocasión de hacer una obra buena y producir frutos para la vida eterna–. Son lesivas y dañosas para aquellos que abusan de ellas, proporcionándoles ocasión de pecado y de muerte (CASIANO, Colaciones, 66, 3).
536 Por muy brillantes que sean el sol, el cielo y las nubes; por muy verdes que estén las hojas y los campos; por muy dulce que sea el canto de los pájaros, sabemos que no todo está ahí y que no tomaremos la parte por el todo. Estas cosas proceden de un centro de amor y de bondad que es el mismo Dios; pero estas cosas no son su plenitud hablan del cielo, pero no son el cielo; en cierto modo son solamente rayos extraviados, un débil reflejo de su imagen; son migajas de la mesa (CARD J. H. NEWMAN, Sermones parroquiales, Sermón 13).
537 Todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios (SANTA TERESA, Vida, 20, 26).
538 Observad cómo Cristo ensalza los elementos de este mundo, no por su propia naturaleza, sino por la relación que tienen con Dios, para quitar toda ocasión de idolatría (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 312).
539 Si queréis, aun reteniéndolo, dejáis lo que tenéis, siempre que administréis lo temporal de modo que aspiréis con toda vuestra alma hacia lo eterno (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 36 sobre los Evang.).
540 (La concupiscencia es) el apetito del alma por el que preferimos bienes temporales a los bienes eternos (SAN AGUSTÍN, Sobre la mentira, 71).
541 Con frecuencia llena Dios de beneficios espirituales a las almas cuando causa o permite algún daño en los bienes temporales (TITO BOSTRENSE, en Catena Aurea, vol. IV, p. 121).
542 Llora, pero es como si no llorase, quien se aflige por los daños temporales de tal suerte que se consuela siempre su alma con los bienes eternos (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 36 sobre los Evang.).
543 Todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos (CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 12).
544 También los justos pueden tener bienes en esta vida, pero no los consideran como recompensa, porque, como apetecen bienes mejores –es decir, los eternos–, a juicio de ellos, aunque abunden en bienes, con sus santos deseos los agostan y no los tienen por bienes. De ahí que el profeta David, que abundaba en riquezas de su reino y muchos dones, por más que comprendiese que estos bienes le eran necesarios, sin embargo, un solo bien era el que anhelaba con todo el ardor, diciendo: Todo mi bien es estar unido con Dios (Sal 73, 26) (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 40 sobre los Evang.).
545 No juzgamos grande ni digno de nuestros votos y deseos ni el esplendor de los antepasados, ni la salud del cuerpo, ni la belleza, ni la grandeza, ni los honores que tributan los hombres, ni el reinado mismo ni lo que pueda decirse entre lo humano, ni nos fijamos en los que lo tengan; damos un paso más con nuestra esperanza cristiana y hacemos todo lo que haya que hacer para preparar la otra vida. Por eso decimos que conviene desear lo que nos pueda ser útil en ese sentido y es necesario quererlo con todas nuestras fuerzas, y lo que no sea útil para la otra vida despreciarlo como no digno de estima (SAN BASILIO, Discurso a los jóvenes).
546 En sólo Dios hallará el hombre todas las cosas de un modo más sublime y perfecto que como se encuentran en el mundo. Si buscas deleites, sumo lo tendrás en Dios; si riquezas, en El hallarás la absoluta opulencia de donde manan las riquezas, y así lo demás. Agustín, en las Confesiones:" Cuando el alma se prostituye lejos de ti, busca fuera de ti; nada encuentra puro y limpio hasta que torna a ti " (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., 140).
547 Está bien aquí aquello de Sócrates, que decía que no admiraría al que estuviera orgulloso de sus muchas riquezas antes de comprobar si sabía usar de ellas (SAN BASILIO, Discurso a los jóvenes).
548 Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).
549 En todos los bienes temporales, el fin que el hombre busca es poseer cierta perfección o gloria. Por esta vía descubrimos que la soberbia, apetito de la propia excelencia, se pone como principio de todo pecado (SANTO TOMÁS, S.Th. I-II, q. 48, a. 2).
550 Al que es rico, y por su poder y excelente disposición corporal tiene cierta grandeza, y hace buen uso de aquellos bienes que posee, justo es amarle y respetarle como quien está dotado de bienes comunes, siempre que los emplee conforme a lo que dicta la recta razón: de tal modo que sea caritativo con los pobres, auxilie a los enfermos y considere todos los bienes que posee no más suyos que de los indigentes. Por el contrario, al hombre que no procede así debemos tenerle como más digno de lástima que de envidia, en cuanto que tiene más medios y más ocasiones para pecar (SAN BASILIO, Hom. sobre la envidia).
551 Para el goloso, su dios es el vientre; para el lascivo, su tesoro es la impureza [...]: cada uno es esclavo del que le ha vencido. Tiene su corazón donde tiene su tesoro (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 386).
552 Ninguna otra cosa hace desear tanto las riquezas como el deseo de gloria. Los hombres presentan gran número de criados, de caballos, cubiertos de oro y mesas adornadas con plata, no porque ello reporte alguna utilidad, sino por ostentación delante de los demás. Y dice el Señor: No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, Vol. 1, p. 383).
553 Las riquezas más conservadas pueden perderse fácilmente, si no de una manera material, sí en un sentido espiritual, porque no aprovechan a su dueño a conseguir su salvación (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol 1, p. 385).
554 Piensas tan poco en los bienes de tu alma, que ofreces a ésta los alimentos del cuerpo (SAN BASILIO, en Catena Aurea, vol. Vl, p. 83).
555 Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás (CONC. VAT II, Const. Gaudium et spes, 69).
556 Los bienes han de ser empleados, según las necesidades y deberes de cada uno, con la moderación de quien los usa y no como quien los valora demasiado y se ve arrastrado por ellos. (SAN AGUSTÍN, Sobre las costumbres de la Iglesia, 1, 21).
557 Los laicos, con su competencia en los asuntos profanos y con su actividad elevada desde dentro por la gracia de Cristo, contribuyan eficazmente a que los bienes creados, de acuerdo con el designio del Creador y la iluminación de su Verbo, sean promovidos, mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil, para utilidad de todos los hombres sin excepción; sean más convenientemente distribuidos entre ellos y, a su manera, conduzcan al progreso universal en la libertad humana y cristiana Así Cristo, a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más y más con su luz salvadora a toda la sociedad humana (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium 36).
557b Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el orden social.
Un sistema que "sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción" es contrario a la dignidad del hombre (cfr. GS 65). Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. "No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6, 24; Lc 16, 13) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2424).
558 Cuando afirmo que Dios no inclina sus oídos al rico, no vayáis a deducir, hermanos, que Dios no escucha a los que poseen oro o plata, domésticos y posesiones. Si han nacido en ese estado y ocupan ese rango en la sociedad, que recuerden la palabra del Apóstol: Recomienda a los ricos de este mundo que no se dejen arrastrar del orgullo (1Tm 6, 17). Los que no se dejan arrastrar del orgullo son pobres delante de Dios, que inclina sus oídos hacia los pobres y necesitados. Saben, en efecto, que su esperanza no está en el oro ni en la plata ni en esas cosas en que ellos nadan en la abundancia ahora (SAN AGUSTÍN, Coment. al Salmo 85).
559 No toda pobreza es santa, ni todas las riquezas son pecaminosas (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. Vl, p. 341).
560 La pobreza no condujo a Lázaro al cielo, sino la humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el gran descanso, sino su egoísmo e infidelidad (SAN AGUSTÍN, Sermón 24).
561 El rico del Evangelio en manera alguna fue condenado porque quitase los bienes ajenos, sino porque malamente se reservó para si solo los bienes que recibiera Este mal uso es el que le llevó al infierno, porque para todo aquello que concernía a su comodidad y felicidad no fue parco; porque empleó todos los dones recibidos como medio de satisfacer su orgullo y arrogancia; porque no tuvo caridad; porque no quiso redimir sus pecados con sus bienes aunque los tenia de sobra (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 40 sobre los Evang.).
562 Los bienes de la tierra no son malos; se pervierten cuando el hombre los erige en ídolos y, ante esos ídolos, se postra; se ennoblecen cuando los convertimos en instrumentos para el bien, en una tarea cristiana de justicia y de caridad (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 35).
563 Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficiente para si mismos y para sus familias es un derecho que a todos corresponde (CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 69).
564 De Dios sólo recibimos bienes, aunque muchas veces no los consideramos como tales: todo concurre al bien de sus amados (SANTO TOMÁS, en Catena Aurea, vol. 1, p. 432).
565 Si cada una de las cosas que existen en el mundo fuese mala por si misma, no habría criatura de Dios, porque toda criatura de Dios es buena (SAN BASILIO, en Catena Aurea, vol. Vl, p. 97).
566 Cuando el alma contempla vivamente las criaturas y las conoce a fondo, ve que Dios las ha dotado de tanta abundancia de gracias, virtudes y hermosura, que le parece que todas están vestidas de admirable hermosura y fuerza. Hermosura y fuerza derivada de la infinita hermosura de Dios, cuyo mirar viste de hermosura y alegría el mundo y los cielos, y abre la mano y sacia de favores a todo viviente (Sal 145, 16) (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 6, 1).
567 El bien que os hace buenos es Dios; el oro y la plata son un bien, no porque te hagan bueno, sino porque con ellos puedes obrar el bien (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. 1, p. 432).