Antología de Textos

CIELO

1. Entonces dirá el rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre: tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo (Mt 25, 34).
Las almas que no tienen nada que expiar, después de la muerte, pasarán a gozar de la bienaventuranza eterna en el Cielo. También las almas del Purgatorio, ya purificadas. Es una verdad de fe definida (BENEDICTO XII).
El fin último del hombre es contemplar cara a cara a Dios en toda su gloria, y estar unidos a Él en un amor eterno. Esta es la mayor felicidad en el Cielo. El Señor nos dice (cfr. Mt 22, 30 s) cómo la vida de los bienaventurados está alejada de toda posible inquietud: no sufren el temor de perder a Dios, ni desean algo distinto. No es un sucederse de cosas iguales, sino que "este Bien, que satisface siempre, producirá en nosotros un gozo siempre nuevo" (SAN AGUSTÍN, Sermón 362). Esta bienaventuranza es el sumo bien que aquieta y satisface plenamente todos los deseos y aspiraciones del hombre.
Los bienaventurados contemplan a Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en compañía de la Virgen, de los ángeles y de los santos. Están libres de todo mal y son completamente felices. En el Cielo encuentran de nuevo a sus parientes y amigos que se durmieron en el Señor.
El amor y la felicidad en el Cielo superan por completo nuestra imaginación, y exceden totalmente las ansias de felicidad del hombre: ni ojo vio, ni oído oyó ni vino al corazón del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman (1Co 2, 9). "Mientras que los bienes sensibles nos cansan cuando los poseemos, los bienes espirituales, al contrario, los amamos más cuanto más los poseemos; porque estos no se gastan ni se agotan, y son capaces de producir en nosotros una alegría siempre nueva... Es como si Dios penetrase cada vez más profundamente en nuestra voluntad" (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, l-2, q. 2, a. 1 ad 3). Será una juventud siempre joven, una lozanía siempre nueva. No habrá incompatibilidades ni contradicciones.
2. Nuestra personalidad seguirá siendo la misma; y nuestro cuerpo seguirá siendo el mismo que el de ahora, pero revestido de gloria y esplendor. Porque, al morir, el cuerpo, a manera de una semilla, es puesto en la tierra en estado de corrupción y resucitará incorruptible; es puesto en la tierra todo disforme y resucitará glorioso; es puesto en la tierra privado de todo movimiento y resucitará lleno de vigor; es puesto en la tierra un cuerpo animal y resucitará un cuerpo espiritual... (1Co 15, 35-44).
Nuestros cuerpos en el Cielo tendrán, por tanto, características diferentes, pero seguirán siendo cuerpos y ocuparán un lugar, como ahora el Cuerpo glorioso de Cristo y el de la Virgen. No sabemos cómo ni dónde está ese lugar. La tierra de ahora se habrá transfigurado; habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar no existía ya. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén descender del cielo por la mano de Dios, compuesta, como una novia engalanada para su esposo. Y oí una voz grande que venía del trono y decía: ved aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y el Señor morará con ellos; y ellos serán su pueblo y el mismo Dios habitando en medio de ellos será su Dios. Y Dios enjugará de sus ojos todas las lágrimas, y no habrá ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni habrá más dolor, porque las cosas de antes son pasadas. Y dijo el que estaba sentado en el solio: he aquí que renuevo todas las cosas (Ap 21, 1-7).
Todas estas revelaciones son como llamadas del amor de Dios a los hombres para que luchemos por corresponder a las gracias que Él nos va dando.
3. Además de la felicidad esencial de la visión beatífica, los justos gozarán de una bienaventuranza accidental, procedente del natural conocimiento y amor de los bienes creados:
-por la compañía de Jesucristo, de la Virgen Santísima, de los Ángeles y de los Santos;
-por el bien realizado en este mundo;
-por la belleza y esplendor con que son vestidos en la gloria;
-después del Juicio Universal, por la posesión del propio cuerpo resucitado y glorioso. Es doctrina católica que la gloria esencial es inmutable. En cambio, la felicidad o gloria accidental aumenta hasta el día del Juicio Universal: por la resurrección del cuerpo, y por el conocimiento de nuevos hechos gozosos, por ejemplo, por el incremento y santificación de la Iglesia militante, e incremento de la Iglesia triunfante, por el bien que siguen realizando las obras buenas que hicimos aquí en la tierra (cfr. Catecismo Romano, I, 13, 8).
Los gozos del Cielo no son iguales para todos los bienaventurados, sino que corresponden al diverso grado de mérito alcanzado aquí en la tierra (Conc. Florentino y Conc. de Trento): Cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo (1Co 3, 8). Quien en la tierra haya amado más a Dios y le haya servido con más fidelidad, se verá correspondido en el cielo por el amor de Dios en mayor abundancia: El que escaso siembra, escaso cosecha; el que siembra con largueza, con largueza cosechará (2Co 9, 6).
La esperanza de alcanzar el Cielo es buena y necesaria; anima en los momentos más duros a mantenerse firme en la virtud de la fidelidad, porque es muy grande la recompensa que nos aguarda en el Cielo (Mt 5, 12).

Citas de la Sagrada Escritura

Dios ha de pagar a cada uno según sus obras, dando la vida eterna a los que, por medio de la perseverancia en las buenas obras, aspiran a la gloria. Rm 2, 7
Justificados por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, vendremos a ser herederos de la vida eterna, conforme a la esperanza. Doctrina es esta certísima; y deseo que arraigues bien en ella a los que creen en Dios a fin de que procuren aventajarse en practicar buenas obras. Tt 3, 7-8
Ni ojo vio, ni oreja oyó, ni pasó a hombre por pensamiento las cosas que Dios tiene preparadas para aquellos que le aman. 1Co 2, 9
La vida eterna consiste en conocerte a Ti, solo Dios verdadero. Jn 17, 3
Ya no podrán (los justos) morir otra vez, siendo iguales a los ángeles e hijos de Dios. Lc 20, 36
Os hago saber que sus ángeles en los cielos están siempre viendo la cara de mi Padre celestial. Mt 18, 10
Al presente no vemos (a Dios) sino como en un espejo, y bajo imágenes oscuras: pero entonces le veremos cara a cara. 1Co 13, 12
En la casa de mi Padre hay muchas mansiones. Jn 14, 2
Cada uno recibirá su propio salario a medida de su trabajo. 1Co 3, 8
Una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna y otra la claridad de las estrellas, y aun hay diferencia en la claridad entre estrella y estrella: así sucederá también en la resurrección de los muertos. 1Co 15, 41-42
Quien escasamente siembre, cogerá escasamente; y quien siembre a manos llenas, a manos llenas cogerá. 2Co 9, 6
Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros. Rm 8, 18
Yo en justicia contemplare tu faz, y me saciare, al despertar, con tu imagen. Sal 17, 15
No padecerán hambre ni sed, ni les afligirá el viento solano ni el sol, porque los guiara el que de ellos se ha compadecido, y los llevara a manantiales de agua. Is 49, 10
Entonces los justos brillaran como el sol en el reino de su Padre. Mt 13, 43
Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aun no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es. 1Jn 3, 2
Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros. Mt 5, 12

Con Cristo en el Cielo

893 Puede decirse que nadie sube al cielo sino Cristo solo, porque los santos no suben mas que en cuanto miembros de El, que es la cabeza de la Iglesia (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 6, 1. c., p. 80).

894 Cuando conozcas a Dios tal cual es, tendrás un cuerpo inmortal e incorruptible como el alma, y poseerás el Reino de los cielos. Puesto que, durante la vida terrestre, has reconocido al Rey celestial, serás el familiar de Dios y el coheredero de Cristo, y no mas esclavo de las pasiones, de las codicias y de las enfermedades (SAN HIPOLITO, Refutación de todas las herejías, libro 10, 33-34: PG 163, 3452-3453).

894b Vivir en el cielo es "estar con Cristo". Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cfr. Ap 2, 17): Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (SAN AMBROSIO, Luc. 10, 121) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1025).

Aquí en la tierra, la caridad es ya un comienzo de cielo

895 Es de notar que la bienaventuranza se otorga en proporción a la caridad y no en proporción a cualquier otra virtud (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 204).

896 El amor humano, el amor de aquí abajo en la tierra cuando es verdadero, nos ayuda a saborear el amor divino. Así entrevemos el amor con que gozaremos de Dios y el que mediara entre nosotros, allá en el cielo, cuando el Señor sea todo en todas las cosas (1Co 15, 28). Ese comenzar a entender lo que es el amor divino nos empujara a manifestarnos habitualmente mas compasivos, mas generosos, mas entregados (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 166).

897 Aqui la caridad es ya un comienzo de la vida eterna, y la vida eterna consistirá en un acto ininterrumpido de caridad (SANTO TOMÁS, S.Th. I-II, q. 114, a. 4).

898 Reinar en el cielo es estar íntimamente unido a Dios y a todos los santos con una sola voluntad, y ejercer todos juntos un solo y único poder. Ama a Dios mas que a ti mismo y ya empiezas a poseer lo que tendrás perfectamente en el cielo. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres –con tal de que estos no te aparten de Dios– y empiezas ya a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, Dios y todos los Santos se conformaran con la tuya. Por tanto, si quieres ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas (SAN ANSELMO, Carta 112 a Hugo el recluso, texto latino en Opera omnia, vol. 3, Nelson, Edimburgo 1946, pp. 245).

Solo Dios saciara el corazón humano para siempre y sin termino

899 Aquellos tesoros de sabiduría y ciencia, aquellas riquezas divinas, son llamados así porque ellos nos bastaran. Y aquella gran bondad es llamada así porque nos saciara. Muéstranos, pues, al Padre, y eso nos bastara. Ya en uno de los salmos, uno de nosotros, en nosotros y por nosotros, le dice al Señor: Me saciare cuando aparezca tu gloria [...]. Cuando se vuelva a nosotros, nos mostrara su rostro; y seremos salvados y quedaremos saciados, y eso nos bastara (SAN AGUSTÍN, Sermón 194).

900 La vida perdurable consiste primariamente en nuestra unión con Dios, ya que el mismo Dios en persona es el premio y el termino de todas nuestras fatigas (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1. c., 1 10).

901 La pena del infierno es insufrible, es verdad; pero si alguno fuera capaz de imaginar diez mil infiernos, nada seria el sufrimiento en comparación de la pena que produce el haber perdido el cielo y ser rechazado por Cristo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catena Aurea, volt 1, p. 447).

902 Vamos a pensar lo que será el Cielo. Ni ojo vio, ni oído oyó, ni paso a hombre por pensamiento cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman. ¿Os imagináis que será llegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella hermosura, aquel amor que se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar? Yo me pregunto muchas veces al ida: , , que será cuando toda la belleza, toda la bondad, toda la maravilla infinita de Dios se vuelque en este pobre vaso de barro que soy yo, que somos todos nosotros? Y entonces me explico bien aquello del Apóstol: ni ojo vio, ni oído oyó... Vale la pena, hijos míos, vale la pena (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, en Hoja informativa n. 1, de su proceso de beatificación, p. 5).

903 Consiste asimismo en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán mas de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello es porque en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito (SANTO TOMÁS Sobre el Credo, 1. c., III).

La contemplación de Dios

904 Los hombres, pues, verán a Dios y vivirán, ya que esta visión los hará inmortales, al hacer que lleguen hasta la posesión de Dios. Esto, como dije antes, lo anunciaban ya los profetas de un modo velado, a saber, que verán a Dios los que son portadores de su Espíritu y esperan continuamente su venida. Como dice Moisés en el Deuteronomio, aquel ida veremos que puede Dios hablar a un hombre y seguir este con vida (SAN IRENEO, Trat. sobre las herejías, 4, 20).

905 Cuando ya contemples a Dios tal cual es, tendrás un cuerpo inmortal e incorruptible, como el alma, y poseerás el reino de los cielos, tu que, viviendo en la tierra, conociste al Rey celestial; participaras de la felicidad de Dios, serás coheredero de Cristo y ya no esteras sujeto a las pasiones ni a las enfermedades, porque habrás sido hecho semejante a Dios (SAN HIPOLITO, Trat. refut. de las herejías, 10).

906 Sus ovejas encontraran pastos, porque todo aquel que le sigue con un corazón sencillo es alimentado con un pasto siempre verde. ¿Y cual es el pasto de estas ovejas, sino el gozo intimo de un paraíso siempre lozano? El pasto de los elegidos es la presencia del rostro de Dios, que, al ser contemplado ya sin obstáculo alguno, sacia para siempre el espíritu con el alimento de vida (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 14 sobre los Evang.).

906b Tengo sed de ver el rosto de Dios; tengo sed de la peregrinación, siento sed en el camino. Me saciaré a la llegada (SAN AGUSTIN, Comentario a los Salmos, 41, 5).

907 Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados solo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo. Vultum taum, Domine, requiram, buscare, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegara el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara. Si, hijos, mi corazón esta sediento de Dios, del Dios vivo. ¿ Cuando vendré y veré la faz de Dios? (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Hoja informativa n. 1 de su proceso de beatificación, p. 1).

La esperanza del cielo

908 Para nosotros el Alleluia es el cántico del viandante; nos dirigimos por un camino penoso hacia el descanso de la patria, donde no tendremos otra ocupación que repetir incesantemente el Alleluia (SAN AGUSTÍN, Sermón 255, sobre el "alleluia").

909 Nosotros, que conocemos los gozos eternos de la patria celestial, debemos darnos prisa para acercarnos a ella por el camino mas corto (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 1 sobre los Evang.).

910 Ya no habrá enemigo y no perecerá ningún amigo. Allí Dios será alabado. Aquí también Dios es alabado. Pero aquí lo es por hombres sumergidos en preocupaciones, allí por hombres que viven en paz; aquí por mortales, allí por seres definitivamente vivos; aquí en esperanza, allí en realidad; aquí de camino, allí en la patria (SAN AGUSTÍN, Sermón 256).

911 Quien tiene su ojo malo [...], tiene su cuerpo en tinieblas. No resiste a la carne cuando desea las cosas malas, porque no tiene esperanza en el cielo, que es la que nos concede el valor para resistir a las malas pasiones (SAN JUAN CRISÓSTOMO en Catena Aurea, volt 1, p. 388).

912 Prometio la salvación eterna, la vida bienaventurada y sin fin en compañía de los ángeles, la herencia imperecedera, la gloria eterna, la dulzura de la contemplación de su rostro, su templo santo en los cielos y, como consecuencia de la resurrección, la ausencia total del miedo a la muerte (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 109).

913 Debemos pensar y meditar, que hemos renunciado al mundo y que mientras vivimos en el somos como extranjeros y peregrinos. Deseamos con ardor aquel ida en que se nos asignara nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino [...]. El que esta lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran numero de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aun de la nuestra (SAN CIPRIANO, Trat. sobre la muerte, 18).

914 Y con ir siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino, si os llevare el Señor con alguna sed en este camino en esta vida, daros ha de beber con toda abundancia en la otra y sin temor que os ha de faltar (SANTA TERESA, C. de perfección, 20, 2).

La felicidad de los bienaventurados

915 El mana era saboreado por todos los que lo comían, pero con diferente sabor según los diversos deseos de los que lo tomaban, y jamas fue saboreado por completo, pues tenía mas sabores que gustos había en Israel. Nosotros veremos y saborearemos en el cielo a toda la Divinidad, pero ninguno de los bienaventurados, ni todos juntos, la verán y saborearan por completo. La esencia divina cuenta con tal excelencia que sobrepasa nuestra capacidad de gozo. Pero nosotros sentiremos gran placer al saber que, después de haber saciado todos los deseos de nuestro corazón y después de haber satisfecho toda nuestra capacidad con el goce del bien infinito, quedaran aun en la infinita esencia perfecciones infinitas para ver, gozar y poseer, perfecciones que solo la divina Majestad entiende y ve perfectamente, pues solo ella se comprende a si misma (SAN FRANCISCO DE SALES, Trat. del amor de Dios, 3, 15).

916 En cuanto estemos íntimamente unidos a esta pura y perfectísima Bondad, ya no tendremos necesidad de atender a estas necesidades del cuerpo, seremos felices y no estaremos faltos de nada, poseyendo mucho y no teniendo que buscar nada (SAN AGUSTÍN, Sermón 255, sobre el "alleluia").

917 La vida eterna consiste:
En primer lugar en la unión con Dios. Dios mismo es el premio y fin de todos nuestros trabajos: Yo soy tu protector, y tu galardón grande sobremanera (Gn 15, 1). A la vez, esta unión consiste en visión perfecta: Ahora vemos en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara (1Co 13, 12). Y también en una excelsa alabanza

En segundo lugar, la vida eterna consiste en una perfecta sociedad de los deseos, porque en ella todos los bienaventurados tendrán mas de lo que anhelan y esperan [...]
En tercer lugar, la vida eterna consiste en una seguridad total [...]
En cuarto lugar en la feliz compañía de todos los bienaventurados, compañía que será la mas agradable, porque serán de cada uno los bienes de todos (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1.c., p. 110).

918 ¡Ah!, si amáis tanto una gota de agua, ¿que será de la misma fuente? (SAN AGUSTÍN, Sermón 255, sobre el "alleluia").

919 Allí esta la sociedad de los ciudadanos de la patria celestial; allí es donde todo es fiesta; allí esta el descanso verdadero y seguro; allí es donde reinan la paz y tranquilidad perpetuas (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 30 sobre los Evang.).

919b Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1Co 2, 9) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1027).

920 No creamos que quienes desprecian al mundo hacen gran sacrificio, porque toda la tierra vale muy poco en comparación del cielo; por lo tanto, aun cuando fuésemos dueños de todo el mundo y renunciaremos a el, nada haríamos que fuese digno en comparación del reino de los cielos (SAN ATANASIO, en Catena Aurea, volt VI, p. 311).

921 La alabanza desborda de un corazón demasiado lleno. Y si alabamos lo que creemos, ¿como alabaremos cuando veamos? (SAN AGUSTÍN, Sermón 255, sobre el "alleluia").

922 ¿Que discurso podré representar lo que luego ha de seguirse: el placer, la dicha, el jubilo de la presencia y el trato con Cristo? No hay lengua que pueda explicar la bienaventuranza que goza ni la ganancia de que es dueña el alma que ha tornado a su propia nobleza y que puede en adelante contemplar a su Señor. Y no solo se goza de los bienes que tiene en sus manos, sino de saber con certidumbre que esos bienes no han de tener fin jamas (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Exhortac. a Teodoro, 1).

923 No padecerás allí limites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano también tendrá todo; porque vosotros dos, tu y el, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que os posea a ambos (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 36).

924 De tres cosas descansaremos entonces: de los trabajos de la vida presente, del agobio de las tentaciones y de la esclavitud del diablo (SANTO TOMÁS, Sobre los mandamientos, 1. c., p. 240).

925 El gran bien que me parece a mi hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en si mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una santificación grande en si mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor, y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección, ni en un ser; mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociésemos (SANTA TERESA, C. de perfección, 30, 1-5).

926 Pues toda la riqueza de esta vida, comparada con la felicidad eterna, no es ni un auxilio, es una carga. La vida temporal, comparada con la eterna, debe llamarse muerte y no vida (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 37 sobre los Evang.).

927 Y por encima de todo ello, el trato y goce sempiterno de Cristo, de los ángeles..., todos perpetuamente en un sentir común, sin temor a Satanás ni a las asechanzas del demonio ni a las amenazas del infierno o de la muerte (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Epístola 1 a Teodoro, 11).

928 Eso haremos en el cielo: gozarnos con la grandeza de Dios. Nuestra felicidad radicara en un pasmo dichoso, en el que no se distinguen el amor, la acción de gracias, la glorificación: ¡Gracias, Señor, porque eres grande –agimus tibi gratias propter magnam gloriam tuam– : Santo, Santo, Santo!
El bienaventurado agradece: ama, glorifica, se goza en la bondad y belleza divinas. Por eso el agradecimiento, la alegría de quien se sabe beneficiado, deudor, es prenda de salvación. (J.M. PEROSANZ ELORZ, La hora sexta, pp. 269-270).

929 Este Bien, que satisface siempre, producirá en nosotros un gozo siempre nuevo. Cuanto mas insaciablemente seáis saciados de la Verdad, tanto mas diréis a esta insaciable Verdad: amen; ;es verdad! Tranquilizaos y mirad; será una continua fiesta (SAN AGUSTÍN, Sermón 362).

La felicidad en esta vida no puede ser plena

930 El gozo en esta vida no puede ser pleno. Lo será cuando –en la patria– poseamos de modo acabado el bien perfecto: entra en el gozo de tu Señor (Mt 25, 21) (SANTO TOMÁS, Trat. Evang. S. Juan, 15).

Cumplir la voluntad de Dios, condición para entrar en el cielo

931 Esta es la llave para abrir la puerta y entrar en el Reino de los Cielos: " qui facit voluntatem Patris mei qui in coelis est, ipse intrabit in regnum coelorum "-el que hace la voluntad de mi Padre... ese entrara! (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 754).

La compañía de los santos en el cielo

932 Tanto para ellos como para nosotros significa una gran alegría poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin termino la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin. Allí esta el coro celestial de los apóstoles, la multitud de los profetas, la innumerable muchedumbre de los mártires, coronados por el glorioso certamen de su pasión; allí las vírgenes triunfantes, que con el vigor de su continencia dominaron la concupiscencia de su carne y de su cuerpo; allí los que han obtenido el premio de su misericordia, los que practicaron el bien, socorriendo a los necesitados con sus bienes, los que, obedeciendo el consejo del Señor, trasladaron su patrimonio terreno a los tesoros celestiales. Deseemos ávidamente, hermanos muy amados, la compañía de todos ellos (SAN CIPRIANO, Trat. sobre la muerte, 18, 24).

933 [...]ciertamente, los bienaventurados gozaran de la gloria, no solo de aquella que últimamente hemos mostrado ser la felicidad esencial, o la mas unida a su naturaleza, sino también de aquella que consiste en el conocimiento claro y evidente que cada uno ha de tener de la grande y excelente dignidad de los demás. Pues, a la verdad, ¿cuan grande no se ha de estimar la honra que les dará el Señor al llamarlos, ya no mas siervos, sino amigos, hermanos o hijos de Dios?[...]
Por otra parte, si en todos los hombres ha impuesto la naturaleza el deseo común del honor, que dan los varones insignes en sabiduría, por creer que estos serán los testigos mas valiosos de su virtud, cuanto creemos que se acrecentara la gloria de los bienaventurados al honrarse con muy grandes alabanzas unos a otros? (Catecismo Romano, 1, cap. 13, 11).

934 Lo mismo que la salud destierra muchos deseos que atormentan a los enfermos, así la inmortalidad los desecha todos porque ella misma es allí nuestra salud. Recordad al Apóstol y ved que hace falta, dice el, que lo corruptible –este cuerpo– se revista de incorruptibilidad y que lo mortal se revista de inmortalidad. Entonces seremos iguales a los ángeles. Pero los ángeles, `, son infelices por no comer? (SAN AGUSTÍN, Sermón 255, sobre el "alleluia").

935 Para los buenos será motivo especial de gloria el hecho de tener sus cuerpos gloriosos, adornados de cuatro dotes. La primera es la claridad: Brillaran los justos como el sol en el reino de su Padre (Mt 13, 43). La segunda es la impasibilidad: [...] Secara Dios toda lagrima de sus ojos y no habrá mas muerte, ni habrá mas llanto ni lamentos ni dolores, porque lo de antes paso (Ap 21, 4). La tercera es la agilidad: Brillaran los justos, y avanzaran como chispa en cañaveral (Sb 3, 7). La cuarta es la sutileza: Es sembrado un cuerpo animal, resucitara un cuerpo espiritual (1Co 15, 44); no quiere decir que sea por completo espíritu, sino que estera totalmente sometido a este (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1. c., p. 108).

La gracia de la Confirmación y el aumento del estado de gloria

936 Quienes tienen niños a su cargo, han de ocuparse diligentemente de que sean confirmados, porque es grande la gracia que proporciona este sacramento. Si mueren, tendrá mayor gloria el confirmado que el que no lo ha sido, porque aquel recibió mas gracia (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1. c., p. 101).

Hemos nacido para el cielo

937 La meta que se nos ha señalado no consiste en algo de poca monta, sino que nos esforzamos por la posesión de la vida eterna. Por esto, en la profesión de fe, se nos enseña que, después de aquel articulo: La resurrección de los muertos, de la que ya hemos disertado, creamos en la vida del mundo futuro, por la cual luchamos los cristianos (SAN CIRILO DE JERUSALEN, Catequesis, 18).

938 Hemos nacido para las cosas presentes y renacido para las futuras (SAN LEON MAGNO, Sermón 7 en /a Natividad del Señor).

939 No son pequeños los objetivos que nos hemos propuesto, nuestra pretensión consiste nada menos que en la consecución de la vida eterna (SAN CIRILO DE JERUSALEN, Catequesis, 18).

940 ¡Que necedad tan grande es amontonar donde se ha de dejar, y no enviar allí donde se ha de ir! Coloca tus riquezas donde tienes tu patria (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, volt 1, p. 386).

941 Endeble criatura, ¿por que te extravías buscando los bienes de tu alma y de tu cuerpo? Ama el único bien en el que están contenidos todos los bienes: eso te bastara... Cuerpo mío, ¿, que es lo que tu amas? Alma mía, ¿que es lo que tu deseas? únicamente allá, en lo alto, se encuentra todo cuanto podéis amar y desear (SAN ANSELMO, Proslogion, 25-26).

La intercesión de los bienaventurados remedia nuestra debilidad

942 La unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales. Por lo mismo que los bienaventurados están mas íntimamente unidos a Cristo, consolidan mas eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella ofrece a Dios aquí en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su mas dilatada edificación (cfr. 1Co 12, 12-27). Porque ellos habiendo llegado a la patria y estando en presencia del Señor (cfr. 2Co 5, 8), no cesan de interceder por El, con El y en El a favor nuestro ante el Padre, ofreciéndole los méritos que en la tierra consiguieron por el Mediador único entre Dios y los hombres, Cristo Jesús (cfr. 1Tm 2, 5), como fruto de haber servido al Señor en todas las cosas y de haber completado en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cfr. Col 1, 24). Su fraterna solicitud contribuye, pues, mucho a remediar nuestra debilidad (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 49).

942b En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él "ellos reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22, 5) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1029).