2188 La familia es insustituible y, como tal, ha de ser defendida con todo vigor. Es necesario hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada. Lo requiere, no sólo el bien "privado" de cada persona, sino también el bien común de toda sociedad, nación y estado. La familia ocupa el centro mismo del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre. Es necesario hacer todo lo posible para que, desde su momento inicial, desde su concepción, este ser humano sea querido, esperado, vivido como valor particular único e irrepetible (JUAN PABLO II, Aloc. 3-1-1979).
2188b Me he referido a dos conceptos afines entre sí, pero no idénticos: "comunión" y "comunidad". La "comunión" se refiere a la relación personal entre el "yo" y el "tú". La "comunidad", en cambio, supera este esquema apuntando hacia una "sociedad", un "nosotros". La familia, comunidad de personas, es, por consiguiente, la primera "sociedad" humana. Surge cuando se realiza la alianza del matrimonio, que abre a los esposos a una perenne comunión de amor y de vida, y se completa plenamente y de manera específica al engendrar los hijos: la "comunión" de los cónyuges da origen a la "comunidad" familiar. Dicha comunidad está conformada profundamente por lo que constituye la esencia propia de la "comunión" (...).
Los hijos engendrados por ellos deberían consolidar -este es el reto- esta alianza, enriqueciendo y profundizando la comunión conyugal del padre y de la madre. Cuando esto no se da, hay que preguntarse si el egoísmo, que debido a la inclinación humana hacia el mal se esconde también en el amor del hombre y de la mujer, no es más fuerte que este amor (JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2-111994, n. 7).
2189 La familia, fundada sobre el matrimonio contraído libremente, uno e indisoluble, es y ha de ser considerada como el núcleo primario y natural de la sociedad (JUAN XXIII, Enc. Pacem in terris, 11-IV-1963).
2189b Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2202).
2189c La familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2207).
2189d La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Cuando las familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución familiar. En conformidad con el principio de subsidiariedad, las comunidades más numerosas deben abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2209).
2189e El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Es un compromiso que solo puede llevarse a cabo adecuadamente teniendo la convicción del valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia.
La familia es la célula fundamental de la sociedad, cuna de la vida y del amor en la que el hombre "nace" y "crece" [...].
2190 El matrimonio debe incluir una apertura hacia el don de los hijos. La señal característica de la pareja cristiana es su generosa apertura a aceptar de Dios los hijos como regalo de su amor. Respetad el ciclo de la vida establecido por Dios, porque este respeto forma parte de nuestro respeto a Dios mismo (JUAN PABLO II, Hom. Limerick, 1-X-1979).
2191 Los esposos deben edificar su convivencia sobre un cariño sincero y limpio, y sobre la alegría de haber traído al mundo los hijos que Dios les haya dado la posibilidad de tener, sabiendo, si hace falta, renunciar a comodidades personales y poniendo fe en la providencia divina: formar una familia numerosa, si tal fuera la voluntad de Dios, es una garantía de felicidad y de eficacia, aunque afirmen otra cosa los fautores equivocados de un triste hedonismo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 25).
2192 Sólo la luz divina y eterna del cristianismo ilumina y vivifica la familia, de tal modo que, ya en el origen, ya en el desarrollo, la familia numerosa es a menudo tomada como sinónimo de familia cristiana (Pío XII, Aloc. 20-1-1958).
2193 EI valor del testimonio de los padres de familias numerosas no sólo consiste en rechazar sin ambages y con la fuerza de los hechos todo compromiso intencional entre la ley de Dios y el egoísmo humano, sino en la prontitud para aceptar con alegría y reconocimiento los inestimables dones de Dios que son los hijos, y en el número que Le agrade (Pío XII, Aloc. 20-1-1958).
2193b Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, "en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras" (LG 10). El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y "escuela del más rico humanismo" (GS 52). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1657).
2194 El primer ambiente natural y necesario de la educación es la familia, destinada precisamente para esto por el Creador. De modo que, regularmente, la educación más eficaz y duradera es la que se recibe en la familia cristiana bien ordenada y disciplinada, tanto más eficaz cuanto resplandezca en ella más claro y constante el buen ejemplo de los padres, sobre todo, y de los demás miembros de la familia (Pío XI, Divini illius Magistri, 31-X11-1929).
2195 Tratándose de un deber fundado sobre la vocación primordial de los cónyuges a cooperar con la obra creadora de Dios, le compete el correspondiente derecho de educar a los propios hijos. Dado su origen, es un deber-derecho primario en comparación con la incumbencia educativa de otros; insustituible e inalienable, esto es, que no puede delegarse totalmente en otros ni otros pueden usurparlo. (JUAN PABLO II, Hom. a las familias cristianas. Madrid 2-XI-1982).
2196 A vuestros pequeños no los dejéis de la mano; contribuid a la salvación de vuestro hogar con todo esmero. Si esto hacéis dais a crédito; no seréis siervos perezosos ni tendréis por qué temer la horrible sanción que a él se le impuso (SAN AGUSTÍN, Sermón 94).
2197 ¿Podremos hallar un ejemplo mejor para dar a entender a los cabezas de familia que no pueden trabajar eficazmente en la salvación propia sin trabajar también en la de sus hijos? En vano los padres y madres emplearán sus días en la penitencia, en llorar sus pecados, en repartir sus bienes a los pobres; si tienen la desgracia de descuidar la salvación de sus hijos, todo está perdido (SANTO CURA DE ARS, Deberes de los padres hacia sus hijos).
2198 Es necesario que los padres encuentren tiempo para estar con sus hijos y hablar con ellos. Los hijos son lo más importante: más importante que los negocios, que el trabajo, que el descanso. En esas conversaciones conviene escucharles con atención, esforzarse por comprenderlos, saber reconocer la parte de verdad –o la verdad entera– que pueda haber en algunas de sus rebeldías (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 27).
2199 Los padres, por haber dado la vida a sus hijos, tienen la muy grave obligación de educarlos; y, por tanto, ellos han de ser reconocidos como sus primeros y principales educadores (CONC. VAT. II, Decl. Gravissimum educationis, 3).
2200 No dice el gorrión: " Daré de comer a mis hijos para que ellos me alimenten cuando me haga viejo ". Nada de esto; ama gratuitamente, alimenta sin pedir paga (SAN AGUSTÍN, Sermón 90).
2201 (El ejercicio de la autoridad no es más que) un oficio de amor (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 123, 5).
2202 Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación integra personal y social de sus hijos (CONC. VAT. II, Decl. Gravissimum educationis, 3).
2203 Muéstrale a tu mujer que aprecias mucho vivir con ella y que por ella prefieres quedarte en casa que andar por la calle. Prefiérela a todos los amigos e incluso a los hijos que te ha dado; ama a éstos por razón de ella [...]
Haced en común vuestras oraciones. Que cada uno de vosotros vaya a la iglesia y que en casa el marido pida cuenta a su mujer, y la mujer a su marido, de lo que allí se ha dicho o leído [...]. Aprended el temor de Dios; todo lo de más fluirá como de una fuente y vuestra casa se llenará de innumerables bienes (SAN JUAN CRISÓSTOMO Hom. 20, sobre la Carta a los Efesios).
2204 La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber. La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria (J. ESC RIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 23).
2205 El hogar cristiano debe ser la primera escuela de la fe, donde la gracia bautismal se abre al conocimiento y amor de Dios, de Jesucristo, de la Virgen, y donde progresivamente se va ahondando en la vivencia de las verdades cristianas, hechas norma de conducta para padres e hijos. La catequesis familiar, en todas las edades y con diversas pedagogías, es importantísima. Ha de hacerse operante con la iniciación cristiana desde antes de la primera comunión y deberá tener un especial desarrollo mediante una recepción consciente y responsable de los otros sacramentos. Así la familia será de veras una iglesia doméstica (JUAN PABLO II, Aloc. a los obispos de Argentina, 28-X-1979).
2206 La santidad de la familia cristiana es un medio muy apto para producir aquella renovación constante de la Iglesia tan ardientemente deseada por el Concilio. Por la oración familiar, la "ecclesia domestica" se convierte en una realidad dinámica que lleva a la transformación del mundo. Todos los esfuerzos de los padres para inculcar a sus hijos el amor de Dios y alentarlos con su ejemplo de fe constituyen un apostolado muy propio de nuestro siglo XX (JUAN PABLO I, Aloc. 21-lX-1978).
2207 En esta especie de Iglesia doméstica los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de cada uno, pero con un cuidado especial la vocación sagrada (CONC. VAT II, Const. Lumen gentium, II).
2207b En esta especie de Iglesia doméstica, los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de cada uno, pero con un cuidado especial la vocación sagrada (CONO. VAT. II, Const. Lumen gentium, n. 11).
2208 Los casados están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión; cometerían por eso un grave error, si edificaran su conducta espiritual a espaldas y al margen de su hogar. La vida familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurarla y mejorarla, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad social, todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos cristianos deben sobrenaturalizar (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 23).
2209 Navidad es la gran fiesta de las familias. Jesús, al venir a la tierra para salvar a la sociedad humana y para de nuevo conducirla a sus altos destinos, se hizo presente con María su Madre, con José, su padre putativo, que está allí como la sombra del Padre eterno. La gran restauración del mundo entero comenzó allí, en Belén; la familia no podrá lograr más influencia que volviendo a los nuevos tiempos de Belén (JUAN XXIII, Aloc. 25-XII-1959).
2210 La verdadera devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de la familia, que el amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero, que la sumisión debida a los gobernantes sea más leal, y que todas las ocupaciones, de cualquier clase que sean, resulten más llevaderas y hechas con más perfección (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 1, 3).
2211 No olvidéis que entre los esposos, en ocasiones, no es posible evitar las peleas. No riñáis delante de los hijos jamás: los haréis sufrir y se pondrán de una parte, contribuyendo quizá a aumentar inconscientemente vuestra desunión. Pero reñir, siempre que no sea muy frecuente, es también una manifestación de amor, casi una necesidad. La ocasión, no el motivo, suele ser el cansancio del marido, agotado por el trabajo de su profesión; la fatiga –ojalá no sea el aburrimiento– de la esposa, que ha debido luchar con los niños, con el servicio o con su mismo carácter, a veces poco recio; aunque sois las mujeres más recias que los hombres, si os lo proponéis (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 26).
2211b En la oración todos deben estar presentes: los que viven y quienes ya han muerto, como también los que aún tienen que venir al mundo. Es preciso que en la familia se ore por cada uno, según la medida del bien que para él constituye la familia y del bien que él constituye para la familia. La oración confirma más sólidamente ese bien, precisamente como bien común familiar. Más aún, la oración es el inicio también de este bien, de modo siempre renovado. En la oración, la familia se encuentra como el primer "nosotros" en el que cada uno es "yo" y "tú"; cada uno es para el otro marido o mujer, padre o madre, hijo o hija, hermano o hermana, abuelo o nieto (JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2-II-1994, n. 10).
2212 Y habiendo vuelto a casa (la mujer cananea), halló a la niña descansando en la cama y libre ya del demonio. Por las palabras de la madre, llenas de humildad y de fe, dejó el demonio a la hija; donde se nos muestra, a modo de ejemplo, la necesidad de catequizar y bautizar a los niños, porque por la confesión de la fe de los padres se libran sin duda del diablo en el bautismo de los párvulos, los cuales no pueden saber ni hacer por si nada de bueno ni nada de malo (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. IV, p. 180).
2213 La familia es el lugar privilegiado y el santuario donde se desarrolla toda la aventura grande e intima de cada persona humana irrepetible. Incumben a la familia, por tanto, deberes fundamentales, cuyo cumplimiento no puede dejar de enriquecer abundantemente a los responsables principales de la misma familia, haciendo de ellos los cooperadores más directos de Dios en la formación de nuevos hombres (JUAN PABLO II, Aloc. 3-1-1979).
2214 Cosa es de gran lástima, que está el mundo ya con tanta desventura y ceguedad, que les parece a los padres que está su honra en que no se acaba la memoria de este estiércol de los bienes de este mundo, y no la de que tarde o temprano se ha de acabar; y todo lo que tiene fin, aunque dure, se acaba, y hay que hacer poco caso de ello, y que a costa de los pobres hijos quieran sustentar sus vanidades, y quitar a Dios con mucho atrevimiento las almas que quiere para si, y a ellas un tan gran bien [...]. Abridles, Dios mío, los ojos; dadles a entender qué es el amor que están obligados a tener a sus hijos, para que no les hagan tanto mal, y no se quejen delante de Dios en aquel juicio final de ellos, adonde, aunque no quieran, entenderán el valor de cada cosa (SANTA TERESA, Fundaciones, 10, 9).
2215 Abrid la Escritura, y allí veréis que, cuando los padres fueron santos, también lo fueron los hijos. Cuando el Señor alaba a los padres o madres que se distinguieron por su fe y piedad, jamás se olvida de hacernos saber que los hijos y los servidores siguieron también sus huellas (SANTO CURA DE ARS, Deberes de los padres hacia sus hijos).
2216 Los que prefieren las riquezas a la virtud, la hermosura material a la fe, y desean en la mujer propia lo que suelen buscar en la pública, no engendran hijos obedientes a ellos ni a Dios, sino rebeldes contra Dios y contra sus padres, de tal suerte que los hijos de éstos se hacen merecedores de la pena de irreligiosidad de los padres (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo).
2217 Creed en vuestra vocación, en esa hermosa vocación al matrimonio y a la paternidad que Dios os ha dado.-Creed que Dios está con vosotros, porque toda paternidad en los cielos y en la tierra recibe su nombre de El. No penséis que hay algo que podáis hacer en vuestra vida que sea más importante que ser un padre y una madre verdaderamente cristianos. El futuro de la Iglesia, el futuro de la humanidad depende en gran parte de los padres y de la vida familiar que construyen en sus hogares. La familia es la verdadera medida de la grandeza de una nación, del mismo modo que la dignidad del hombre es la auténtica medida de la civilización (JUAN PABLO II, Hom. Limerick, l –X– 1979).
2218 En el tiempo de Navidad, la Iglesia pone ante los ojos de nuestra alma la maternidad de María, y lo hace el primer día del año nuevo. Lo hace para poner también de relieve la dignidad de toda madre, para definir y recordar el significado de la maternidad, no sólo en la vida de cada hombre, sino también en toda la cultura humana. La maternidad es la vocación de la mujer (JUAN PABLO II, Aloc. 10-1-1979).
2219 El Matrimonio es un sacramento que hace de dos cuerpos una sola carne; como dice con expresión fuerte la teología, son los cuerpos mismos de los contrayentes su materia. El Señor santifica y bendice el amor del marido hacia la mujer y el de la mujer hacia el marido: ha dispuesto no sólo la fusión de sus almas, sino la de sus cuerpos. Ningún cristiano, esté o no llamado a la vida matrimonial, puede desestimarla (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 24).
2220 El siglo pasado vivía en Francia Federico Ozanam, gran profesor; enseñaba en la Sorbona, elocuente, insigne. Era su amigo Lacordaire, sacerdote, quien decía: "¡Este es tan capaz y tan bueno! ¡Se hará cura, llegará a ser un gran obispo!". ¡No! Encontró a una excelente señorita, se casaron. Lacordaire quedó mal y dijo: "¡Pobre Ozanam! Ha caído también él en la trampa". Sin embargo, dos años más tarde, Lacordaire vino a Roma y fue recibido por Pío IX. "Venga, Padre –dice–, venga. Yo siempre he oído decir que Jesús instituyó siete sacramentos. Ahora viene usted y me cambia las cartas sobre la mesa: me dice que ha instituido seis sacramentos ¡y una trampa! No, Padre, el matrimonio no es una trampa; ¡es un gran sacramento!" (JUAN PABLO I, Aloc. 13-lX-1978).
2220b En el momento del acto conyugal, el hombre y la mujer están llamados a ratificar de manera responsable la recíproca entrega que han hecho de sí mismos con la alianza matrimonial. Ahora bien, la lógica de la entrega total del uno al otro implica la potencial apertura a la procreación: el matrimonio está llamado así a realizarse todavía más plenamente como familia. Ciertamente, la entrega recíproca del hombre y de la mujer no tiene como fin solamente el nacimiento de los hijos, sino que es, en sí misma, mutua comunión de amor y de vida. Pero siempre debe garantizarse la íntima verdad de tal entrega. "Íntima" no es sinónimo de "subjetiva". Significa más bien que es esencialmente coherente con la verdad objetiva de aquellos que se entregan. La persona jamás ha de ser considerada un medio para alcanzar un fin; jamás, sobre todo, un medio de "placer". La persona es y debe ser solo el fin de todo acto. Solamente entonces la acción corresponde a la verdadera dignidad de la persona (JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2-II-1994, n. 12).
2221 En los hogares donde hay siempre una cuna que llora, florecen espontáneamente las virtudes, a la par que se destierra el vicio, casi barrido por la niñez que allí se renueva como aura nueva y salutífera de primavera (Pío XII, Aloc. 20-1-1958).
2222 El matrimonio está instituido por Dios para el bien de la prole, no sólo para engendrarla –esto es posible hacerlo fuera del matrimonio–, sino también para conducirla al estado perfecto; y esto porque cualquier cosa trata natura/mente de llevar su efecto a la perfección (SANTO TOMÁS, Coment. al libro IV de las Sentencias, d. 39, q. l, ad 2).
2223 Cegar las fuentes de la vida es un crimen contra los dones que Dios ha concedido a la humanidad, y una manifestación de que es el egoísmo y no el amor lo que inspira la conducta. Entonces todo se enturbia, porque los cónyuges llegan a contemplarse como cómplices, y se producen disensiones que, continuando en esa línea, son casi siempre insanables (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 25).
2224 (Está) el matrimonio ordenado en el plan de la Providencia a la procreación de los hijos (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1, 34).
2225 No hay amor humano neto, franco y alegre en el matrimonio si no se vive esa virtud de la castidad, que respeta el misterio de la sexualidad y lo ordena a la fecundidad y a la entrega (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 25).
2226 No puede haber auténtica libertad si no se respeta la verdad referente a la naturaleza de la sexualidad humana y del matrimonio. En la sociedad actual, observamos cantidad de tendencias perturbadoras y un gran laxismo por lo que respecta a la visión cristiana de la sexualidad; y todo ello con algo en común: recurrir al concepto de libertad para justificar todo tipo de conducta que ya no está en consonancia con el verdadero orden moral y con la enseñanza de la Iglesia. Las normas morales no luchan contra la libertad de la persona o de la pareja; por el contrario, existen precisamente de cara a esa libertad, toda vez que se dan para asegurar el recto uso de la libertad. Quienquiera que rehúse aceptar estas normas y actuar en consonancia con ellas, quienquiera (hombre o mujer) que trate de liberarse de estas normas, no es verdaderamente libre. Libre, en realidad, es la persona que modela su conducta responsablemente conforme a las exigencias del bien objetivo (JUAN PABLO II, Hom. Filadelfia, 8-X-1979).
2227 Hago ahora mías las palabras del Apóstol: " No hagáis nada por espíritu de rivalidad o por vanagloria, sino que cada uno de vosotros, con toda humildad, considere a los demás superiores a si mismo. Que no busque cada uno solamente su interés, sino también el de los demás " (Flp 2, 3-4).
Si, el marido no busque únicamente sus intereses, sino también los de su mujer, y ésta los de su marido; los padres busquen los intereses de sus hijos y éstos a su vez busquen los intereses de sus padres. La familia es la única comunidad en la que todo hombre "es amado por si mismo", por lo que es y no por lo que tiene. La norma fundamental de la comunidad conyugal no es la de la propia utilidad y del propio placer. El otro no es querido por la utilidad o placer que puede procurar: es querido en si mismo y par sí mismo. La norma fundamental es, pues, la norma personalistica; toda persona (la persona del marido, de la mujer, de los hijos, de los padres) es afirmada en su dignidad en cuanto tal, es querida por si misma (JUAN PABLO II, Hom. a las familias cristianas. Madrid, 2-XI-1982).
2228 Tendría un pobre concepto del matrimonio y del cariño humano quien pensara que, al tropezar con esas dificultades, el amor y el contento se acaban. Precisamente entonces, cuando los sentimientos que animaban a aquellas criaturas revelan su verdadera naturaleza, la donación y la ternura se arraigan y se manifiestan como un afecto auténtico y hondo, más poderoso que la muerte (Ct 8, 6) (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 24).
2229 Por eso el Apóstol los anuncia (a los hijos, fruto del matrimonio) de antemano a los que tratan de casarse, para que no les coja desprevenidos cuando se les vengan encima, ni hagan como las mujeres débiles, que en sintiendo la pesadumbre de ellos, reniegan del matrimonio doliéndose de haberlo contraído y de no poder romperlo; o como no pocos hombres, que pareciéndose a ellas, sacuden las cargas conyugales, negando el amor a sus esposas que se las trajeron. Oigan, pues, al Apóstol, que se les adelanta con estas palabras: "Pues te casaste vinculando tu vida a la de tu esposa, no pretendas desligarte de ella".
Y con mucha razón dice vinculando, porque los esposos quedan unidos con el vinculo estrecho del amor, que es como enlazarse recíprocamente con cuerdas anudadas, que ninguno de los dos puede romper (SAN AMBROSIO, Trat. sobre la virginidad, 37).
2229b La entrega de la persona exige, por su naturaleza, que sea duradera e irrevocable. La indisolubilidad del matrimonio deriva primariamente de la esencia de esa entrega: entrega de la persona a la persona. En este entregarse recíproco se manifiesta el carácter esponsal del amor. En el consentimiento matrimonial, los novios se llaman con el propio nombre: "Yo ... te quiero a ti, ... como esposa (como esposo) y me entrego a ti, y prometo serte fiel... todos los días de mi vida". Semejante entrega obliga mucho más intensa y profundamente que todo lo que puede ser "comprado" a cualquier precio (JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2-1I-1994, n. 11).
2230 Recomienda a mis hermanas que amen al Señor y que contenten a sus maridos en la carne y en el espíritu. Igualmente, manda a mis hermanos en nombre de Jesucristo que amen a sus esposas como Cristo a la Iglesia (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epístola a S. Policarpo).
2231 Los bienes del matrimonio son tres: el primero lo constituyen los hijos, que han de ser aceptados y educados para el servicio de Dios; el segundo es la fe o lealtad que cada uno de los cónyuges debe guardar al otro; el tercer bien es el sacramento, esto es, la indisolubilidad del matrimonio, por ser signo de la unión indisoluble de Cristo con la Iglesia (SANTO TOMÁS, Sobre los Sacramentos, 1. c., p. 339).
2232 Ante todo, tened en alta estima la maravillosa dignidad y gracia del sacramento del matrimonio. Preparaos encarecidamente a él. Creed en el poder espiritual que aporta este sacramento de Jesucristo en orden a fortalecer la unión matrimonial y a vencer todas las crisis y problemas de la vida en común. Las personas casadas deben creer en el poder de este sacramento para santificarlas; deben creer en su vocación de testigos, mediante su matrimonio, del poder del amor de Cristo. El verdadero amor y la gracia de Dios nunca pueden permitir que el matrimonio se convierta en una relación centrada en sí misma de dos individuos que viven el uno junto al otro buscando su propio interés (JUAN PABLO II, Hom. Limerick, l –X– 1979).
2232b Las palabras del consentimiento matrimonial definen lo que constituye el bien común de la pareja y de la familia. Ante todo, el bien común de los esposos, que es el amor, la fidelidad, la honra, la duración de su unión hasta la muerte: "todos los días de mi vida". El bien de ambos, que lo es de cada uno, deberá ser también el bien de los hijos. El bien común, por su naturaleza, a la vez que une a las personas, asegura el verdadero bien de cada una. Si la Iglesia, como por otra parte el Estado, recibe el consentimiento de los esposos, expresado con las palabras anteriormente citadas, lo hace porque está "escrito en sus corazones" (cfr. Rm 2, 15). Los esposos se dan mutuamente el consentimiento matrimonial, prometiendo, es decir, confirmando ante Dios, la verdad de su consentimiento (JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2-II1994, n. 10).
2233 La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de Dios (JUAN PABLO II, Exhort. apost. Familiaris Consortio, 16).
2234 Su condenación (del matrimonio) llevaría aparejada la de nuestro nacimiento, que no podría ser cosa buena, siendo malo el origen. Por eso no van contra él mis alabanzas a la santa virginidad, ni pretendo con ellas alejar del Matrimonio a los hombres, sino mostrarles un don precioso, que por ser desconocido de muchas almas tiene pocos devotos en el mundo, al revés del matrimonio, que nadie ignora, buscan muchos y a todos es licito (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1, 6).
2235 Los esposos cristianos tienen, pues, el derecho de esperar de las personas vírgenes el buen ejemplo y el testimonio de la fidelidad a su vocación hasta la muerte. Así como para los esposos la fidelidad se hace a veces difícil y exige sacrificio, mortificación y renuncia de si, así también puede ocurrir a las personas vírgenes. La fidelidad de éstas, incluso ante eventuales pruebas, debe edificar la fidelidad de aquellos (JUAN PABLO II, Exhort. apost. Familiaris Consortio, 16).
2235b Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cfr. Mt 16, 25): "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10, 37) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2232).
2235c Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: "El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, este es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12, 50).
Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2233).
2236 Debemos también animar a los padres en su papel de educadores de sus hijos. Son ellos sus primeros y sus mejores catequistas. Qué tarea tan grande y qué responsabilidad la de los padres: enseñar a sus hijos el amor de Dios como algo que es verdaderamente real para ellos. Y, por la gracia de Dios, qué fácilmente pueden algunas familias desempeñar el papel de ser un "primum seminarium" (CONC. VAT. II, Decr. Optatam totius, 2): el germen de la vocación al sacerdocio se nutre con la oración familiar, el ejemplo de fe y el sostenimiento de amor (JUAN PABLO I, Aloc. 21-lX1978).
2237 Cuando en el seno del hogar te presente el demonio la batalla mostrándote a los padres suplicantes, con lágrimas en los ojos anunciadoras del dolor que tu partida deja en sus corazones, no te rindas, sino, puesta la mirada en Dios, resiste valerosamente, porque si alcanzas victoria en el ataque del amor paterno no habrá ya amor del mundo capaz de volverte atrás (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1, 63).
2238 Dijo esto (deja a los muertos que entierren a sus muertos), no mandando despreciar el honor que se debe a los padres, sino mostrando que ninguna cosa es tan necesaria para nosotros como ocuparnos de los negocios del cielo. Con este fin nos debemos entregar con todo nuestro ardor, y no tardar ni un momento por inevitables e importantes que sean las cosas que quieren detenernos (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 7).
2238b La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cfr. Ef 3, 14); es el fundamento del honor debido a los padres.
El respeto de los hijos, menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cfr. Pr 1, 8; Tb 4, 3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino (cfr. Ex 20, 12) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2214).
2238c El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas. "Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre [...] en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar" (Pr 6, 20-22). "El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión" (Pr 13, 1) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2216).
2238d Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que estos dispongan para su bien o el de la familia. "Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor" (Col 3, 20) (cfr. Ef 6, 1). Los niños deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el niño está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla.
Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2217).
2238e El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y mora] en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cfr. Mc 7, 10-12).
"El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre" (Si 3, 2-6).
"Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor [...]. Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre" (Si 3, 12-13. 16) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2218).
2239 En el rostro de toda madre se puede captar un reflejo de la dulzura, de la intuición, de la generosidad de María. Honrando a vuestra madre, honraréis también a la que, siendo Madre de Cristo, es igualmente Madre de cada uno de nosotros (JUAN PABLO II, Aloc. 10-1-1979).
2240 Honra a tu padre y a tu madre. Este honor se les hace no sólo por el respeto, sino también por la asistencia. Porque es un honor reconocer sus beneficios. Alimenta a tu padre, alimenta a tu madre; que aunque así lo hagas ano no habrás pagado los trabajos y los dolores que tu madre ha padecido por ti. Le debes lo que tienes a tu padre, y a tu madre lo que eres (SAN AMBROSIO en Catena Aurea, vol. VI, p. 310).
2241 Para que tengas larga vida en la tierra. Quien honra a su padre vivirá largos días (Si 3, 7). Conviene advertir que una vida larga es la que se ha llenado; no se mide por su duración sino por sus realizaciones, según el Filósofo. Y se la llena viviendo virtuosamente. Por ello el virtuoso y el santo es mucho lo que viven, aunque muera joven su cuerpo (SANTO TOMÁS, Sobre los mandamientos, 1. c., 252).
2241b Si el cuarto mandamiento exige honrar al padre y a la madre, lo hace por el bien de la familia; pero, precisamente por esto, presenta unas exigencias a los mismos padres. ¡Padres -parece recordarles el precepto divino-, actuad de modo que vuestro comportamiento merezca la honra (y el amor) por parte de vuestros hijos! ¡No dejéis caer en un "vacío moral" la exigencia divina de honra para vosotros! En definitiva, se trata, pues, de una honra recíproca. El mandamiento "honra a tu padre y a tu madre" dice indirectamente a los padres: Honrad a vuestros hijos e hijas. Lo merecen porque existen, porque son lo que son: esto es válido desde el primer momento de su concepción. Así, este mandamiento, expresando el vínculo íntimo de la familia, manifiesta el fundamento de su cohesión interior (JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2-11-1994, n. 15).
2242 El hombre se hace deudor de los demás según la excelencia y según los beneficios que de ellos ha recibido. Por ambos títulos, Dios ocupa el primer lugar, por ser sumamente excelente y ser principio primero de nuestro existir y de nuestro gobierno. Pero después de Dios, los padres [...], pues de ellos hemos nacido y nos hemos criado. Por lo tanto, después de Dios, a los padres [...] es a quienes más debemos (SANTO TOMÁS, S.Th. II-II, q. 101, a. 1).
2243 Honra a tu padre, pero si no te separa del verdadero Padre (SAN JERÓNIMO, Epístola 54, 3).
2244 Amad a los padres, mas poned a Dios por delante de los padres (SAN AGUSTÍN, Sermón 100).
2245 Honra a tu padre y a tu madre. No es la generación natural el único motivo por el que se puede llamar padre a una persona; existen otras razones diversas según las cuales algunos son llamados así, y a cada una de estas especies de paternidad se debe su correspondiente respeto (SANTO TOMÁS, Sobre los mandamientos, 1. c., p. 254).
2246 De ahí se sigue que las escuelas que llaman neutras o laicas socavan y trastornan todo fundamento de educación cristiana, como quiera que en ellas se excluye de todo punto la religión; escuelas, por lo demás, que sólo en apariencia son neutras, pues de hecho o son o se convierten en enemigas declaradas de la religión (Pío XI, Enc. Divini illias Magistri, 31-X11-1929).
2246b Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores cristianos (cfr. GE 6). Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2229).
2247 No hay lugar a dudas de que, en el ámbito de la educación, a la autoridad pública le competen derechos y deberes, en cuanto debe servir al bien común. Ella, sin embargo, no puede sustituirse a los padres, ya que su cometido es el de ayudarles, para que puedan cumplir su deber-derecho de educar a los propios hijos de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas. (JUAN PABLO II, Hom. en la Misa para las familias cristianas, Madrid 2-XI-1982).
2247b Los padres son los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental son educadores por ser padres. Comparten su misión educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el Estado. Sin embargo, esto debe hacerse siempre aplicando correctamente el principio de subsidiariedad. Esto implica la legitimidad e incluso el deber de una ayuda a los padres, pero encuentra su límite intrínseco e insuperable en su derecho prevalente y en sus posibilidades efectivas. El principio de subsidiariedad, por tanto, se pone al servicio del amor de los padres, favoreciendo el bien del núcleo familiar. En efecto, los padres no son capaces de satisfacer por sí solos las exigencias de todo el proceso educativo, especialmente lo que atañe a la instrucción y al amplio sector de la socialización. La subsidiariedad completa así el amor paterno y materno, ratificando su carácter fundamental, porque cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consentimiento y, en cierto modo, incluso por encargo suyo (JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2-II-1994, n. 16).
2248 Tratarán con todas sus fuerzas de rechazar todo atentado en este particular, y de conseguir a toda costa que en su mano quede educar cristianamente, como conviene, a sus hijos, y apartarlos cuanto más lejos puedan de las escuelas donde corren peligro de que se les inculque el veneno de la impiedad (LEÓN XIII, Enc. Sapientiae christianae).
2249 La autoridad pública tiene en este campo un papel subsidiario y no abdica sus derechos cuando se considera al servicio de los padres; al contrario, ésta es precisamente su grandeza: defender y promover el libre ejercicio de los derechos educativos. Por esto vuestra Constitución establece que " los poderes públicos garantizan el derecho de los padres a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que está en conformidad con sus propias convicciones " (cfr. Art. 27, 3).
Concretamente, el derecho de los padres a la educación religiosa de sus hijos debe ser particularmente garantizado. En efecto, por una parte la educación religiosa es el cumplimiento y el fundamento de toda educación que tiene por objeto –como dice también vuestra Constitución– " el pleno desarrollo de la personalidad humana " (Ibid. 2). Por otra parte, el derecho a la libertad religiosa quedaría desvirtuado en gran medida, si los padres no tuviesen la garantía de que sus hijos, sea cual fuere la escuela que frecuentan, incluso la escuela publica, reciben la enseñanza y la educación religiosa (JUAN PABLO II, Hom. en la Misa para las familias cristianas, Madrid 2-XI-1982).
2250 Hasta las bestias están más apreciadas que los hijos, y más nos cuidamos de nuestros asnos y caballos que de nuestros hijos. El que tiene una mula se preocupa de buscar un buen arriero que no sea un tonto, ni ladrón, ni borracho, sino que conozca bien su oficio. En cambio, cuando se trata de poner un maestro para el alma del niño, echamos mano del primero que se nos presenta. Y sin embargo, no hay arte superior a éste. Porque, ¿qué hay comparable a formar un alma y a plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven? (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 7).
2251 El trabajo doméstico [...], es una parte esencial en el buen ordenamiento de la sociedad y tiene una enorme influencia sobre la colectividad; exige una dedicación continua y total y, por consiguiente, constituye una ascética cotidiana que requiere paciencia, dominio de si mismo, longanimidad, creatividad, espíritu de adaptación, valentía ante los imprevistos. Y colabora también en la producción de rentas y riquezas, bienestar y valor económico (JUAN PABLO II, Aloc. 29-IV-1979).
2252 [...] dignificar el oficio de las empleadas del hogar, de modo que puedan realizar su trabajo con sentido científico. Digo con sentido científico, porque es preciso que el trabajo en el hogar se desarrolle como una verdadera profesión [...].ES necesario –además de esas garantías jurídicas– que la persona que preste ese servicio esté capacitada, profesionalmente preparada. He dicho servicio –aunque la palabra hoy no gusta– porque toda tarea social bien hecha es eso, un estupendo servicio: tanto la tarea de la empleada del hogar como la del profesor o la del juez. Sólo no es servicio el trabajo de quien lo condiciona todo a su propio bienestar. ¡Es una cosa de primera importancia el trabajo en el hogar! Por lo demás, todos los trabajos pueden tener la misma calidad sobrenatural: no hay tareas grandes o pequeñas; todas son grandes, si se hacen por amor. Las que se tienen como tareas grandes se empequeñecen, cuando se pierde el sentido cristiano de la vida (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 109).
2253 Vosotras [...] colaboráis directamente en la buena marcha de la familia. Y esto es un gran cometido; cabria decir que es como una "misión", para la cual se necesitan una preparación y una madurez adecuadas, a fin de ser competentes en las diversas actividades caseras; para racionalizar el trabajo y conocer la psicología familiar; para adquirir la así llamada "pedagogía del esfuerzo", que ayuda a organizar mejor las propias prestaciones; y también para ejercitar la necesaria función educadora. Todo esto es un mundo importantísimo y precioso, que cada día se abre ante vuestros ojos y ante vuestra responsabilidad (JUAN PABLO II, Aloc. 29-lV-1979).
2254 ¡No hay código alguno que prescriba la sonrisa! Pero vosotras podéis proporcionarla. Podéis ser el alivio de la bondad dentro de la familia. Recordad lo que ya escribía San Pablo a los primeros cristianos: Que todo lo que hacéis, de palabra y de obra, todo se realice en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de El (Col 3, 17). Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que recibiréis del Señor la herencia como recompensa (Col 3, 23-24). ¡Amad vuestro trabajo! ¡Amad a las personas con quienes colaboráis! ¡Del amor y de la bondad nacen también vuestra alegría y vuestra satisfacción! (JUAN PABLO II, Aloc. 29-lV-1979).