Antología de Textos

IGLESIA

1. La tradición y el Magisterio han declarado sin interrupción el origen divino de la Iglesia como objeto fundamental de nuestra fe (cfr. CONC. VAT. I, Const. Pastor aeternum), y la Iglesia ha visto especialmente en la Cruz su propio nacimiento del costado de Jesucristo, quien, después de la resurrección, entregó a los Apóstoles el poder que les había prometido: Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros... (Jn 20, 21 ss). Momentos antes de su Ascensión les encargó: Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a todas las criaturas (Mc 16, 15). Instruid a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he mandado (Mt 28, 19-20).
Después, los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras (Hch 2, 1 ss). Los habitantes de Jerusalén se congregan alrededor de los Apóstoles; Pedro les habla de Cristo y ellos recibieron la gracia y se bautizaron, siendo incorporadas a la Iglesia aquel día unas tres mil almas (Hch 2, 41). Es el nacimiento de la Iglesia ante el mundo: la gracia de Dios comienza a actuar entre los hombres, y a través de los hombres que componen la Iglesia. A esa misión conferida a los Apóstoles corresponde en los fieles una grave obligación: El que creyere y fuere bautizado se salvará, pero el que no creyere se condenará (Mc 16, 16).

2. La Iglesia es una realidad que, encontrándose presente en este mundo, al mismo tiempo lo trasciende. La Sagrada Escritura nos muestra su naturaleza mediante diversas figuras: como redil cuya puerta es Cristo, rebaño que tiene por pastor a Jesucristo, que dio su vida por las ovejas; campo y viña del Señor; edificio cuya piedra angular es Cristo, que tiene a los Apóstoles como fundamento y en el que los fieles realizan la función de piedras vivas. Del mismo modo que el alma es para el cuerpo el principio de la vida, en la Iglesia, el Espíritu Santo es común a la cabeza y a los miembros, comunicando a todos los miembros de ese Cuerpo místico la misma vida de Jesucristo, a través de los sacramentos, especialmente de la Sagrada Eucaristía. Esta doctrina, recordada por el Concilio Vaticano II (cfr. Const. Lumen gentium, n. 7), se expresa en una verdad que repetimos en el Credo y que Pablo VI recoge en su Profesión de fe: "Creemos en la comunión de todos los fieles de Cristo, de los que aún peregrinan en la tierra, de los difuntos que cumplen su purificación, de los bienaventurados del Cielo, formando todos juntos una sola Iglesia, y creemos que en esta comunión el amor misericordioso de Dios y de los Santos escucha siempre nuestras plegarias".
Esta fe nos lleva a la petición y mortificación diarias por el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra, por el resto de la jerarquía y por todos los fieles. De] mismo modo, confiamos en la eficacia de nuestra oración y obras meritorias ofrecidas en sufragio de los fieles que aún se purifican en el Purgatorio.
La Iglesia, en cuanto Pueblo de Dios (cfr. CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 9), se nos aparece como una comunidad de creyentes en Cristo que viven una misma fe, participan de unos mismos sacramentos, tienen un mismo origen y caminan hacia el mismo destino. Es, además, un instrumento de salvación, una institución permanente, mediante la cual los hombres se salvan.

3. Todos los Símbolos de fe confiesan la existencia de unas notas características de la Iglesia por las que puede ser reconocida por todos como la verdadera Iglesia de Jesucristo.
Quiso Jesús que su Iglesia fuera una. Efectivamente, nunca habla de las iglesias o de sus iglesias, sino de la Iglesia y de su Iglesia. Él dio a su Iglesia un vínculo común de fe y de bautismo, la confió a un solo Jefe y rogó en la Última Cena para que los fieles sean una sola cosa, como lo es Él con el Padre. La verdadera Iglesia debe tener entonces la unidad como característica: unidad de doctrina, unidad de Sacramentos y unidad bajo una sola cabeza.
Quiso Jesús que su Iglesia fuese santa, esto es, quiso santificar por medio de la Iglesia a todos los hombres, prometiendo que confirmaría la santidad de sus discípulos con milagros y con dones extraordinarios (Jn 14, 12; Mc 16, 17).
Quiso Jesús que la Iglesia fuese también católica o universal, enviando a los Apóstoles a predicar a todos los pueblos hasta los últimos confines de la tierra (Hch 1, 8).
Quiso Jesús que su Iglesia fuese apostólica. La fundó sobre los Apóstoles y a ellos dio el encargo de predicar (Mt 28, 16) y les prometió su asistencia hasta el fin del mundo. Será, por tanto, verdadera aquella Iglesia que cuente con la apostolicidad del ministerio -o sea, con pastores que provengan de los Apóstoles- y con la apostolicidad de la doctrina.
La indefectibilidad de la Iglesia significa que esta tiene carácter imperecedero, es decir, que durará hasta el fin del mundo, e igualmente que no sufrirá ningún cambio sustancial en su doctrina, en su constitución o en su culto.
La razón de la indestructibilidad de la Iglesia está en su íntima y sustancial unión a Cristo, que es su fundamento primario. Jesús edificó su Iglesia sobre roca viva y le hizo la promesa de que los poderes del infierno jamás podrían contra ella (Mt 16, 18). Antes de subir a los cielos prometió a los suyos que les enviaría el Espíritu Santo para que les enseñase toda la verdad (Jn 14, 16), y cuando les envió a predicar por todo el mundo, les aseguró que Él estaría siempre con ellos todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).
La Iglesia da muestras de su invencibilidad resistiendo, inconmovible, todos los embates de las persecuciones y de las herejías. La fe nos atestigua que esta firmeza en su constitución y en su doctrina durará siempre "hasta que Él venga" (1Co 11, 26).

Citas de la Sagrada Escritura

1.La Iglesia, fundada por Jesucristo
Jesucristo fundó una sociedad con doce Apóstoles escogidos entre sus discípulos: Mt 10, 1-4; Mc 3, 13-19; Lc 6, 13-16
Les dio potestad para predicar con autoridad: Mt 28, 18-19; Mc 16, 15-20
Comunicó la potestad de perdonar los pecados: Jn 20, 21-23
Nombró a San Pedro Pastor supremo de esta sociedad: Jn 21, 15-17
Les prometió que les enviaría al Espíritu Santo: Lc 24, 49; Jn 14, 16-17
Prometió su perpetua asistencia a los Apóstoles y sus sucesores: Mt 28, 20
Jesús pide a su Padre la unidad para su Iglesia: Jn 17, 21-23
Jesucristo fundó una sola Iglesia sobre una sola piedra: Mt 16, 18-19
Quiere un solo rebaño y un solo pastor: Jn 10, 16
San Pablo pide, en nombre de Jesucristo, que no haya divisiones entre los fieles: 1Co 1, 10
Todos hemos sido bautizados en un mismo espíritu para formar un solo cuerpo, ya sean judíos o griegos, esclavos o libres. 1Co 12, 13
San Pablo defiende con energía la unidad de la fe: 2Co 11, 4-6; Ga 1, 6-10
No hay más que un solo cuerpo y un solo espíritu, así como también hemos sido llamados por nuestra vocación a una misma esperanza. No hay más que un Señor, una fe, un bautismo. Ef 3, 3-6
Celo de San Pablo por la unidad de la fe: Col 1, 1-5; 1Tm 1, 3
San Pablo exhorta a Timoteo a que guarde puro e intacto el depósito de la fe: 1Tm 1, 3

2. Santidad de la Iglesia
Jesucristo pide a su Padre que santifique a los suyos: Jn 17, 17
Dios nos ha colmado en Cristo de toda suerte de bendiciones espirituales [...] para ser santos. Ef 1, 3-4
La Iglesia es santa e inmaculada: Ef 5, 27.,
Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla: Ef 5, 25-26
Se dio a si mismo por nosotros, para redimirnos de todo pecado: Tt 2, 14

3. Catolicidad
Cristo vino a iluminar a todos los pueblos: Lc 2, 3 1-32
Mandó predicar el Evangelio a todas las gentes: Mt 28, 19, Mc 16, 15-20; Lc 24, 47; Hch 1, 8
El Evangelio será predicado a todas las naciones antes del fin del mundo: Mt 24, 14; Mc 13, 10
En toda la tierra resonó la voz de los Apóstoles: Rm 10, 18
El Evangelio se propaga en todo el mundo, donde fructifica y va creciendo: Col 1, 6

4. Apostolicidad
Los Apóstoles, encargados de la predicación del Evangelio: Mt 10, 15-42; Mc 6, 7-12; Mc 16, 15; Lc 9, 1-6
Los Apóstoles deben instruir y bautizar a todas las gentes: Mt 28, 19-20
Predicación de los Apóstoles. Hch 5, 42
Veneración que les muestra el pueblo: Hch 5, 13-16
Dan a conocer su misión de predicar y orar: Hch 6, 4
Los cristianos están edificados sobre el fundamento de los Apóstoles: Ef 2, 20
La Jerusalén celestial, la Iglesia, tiene doce cimientos, y en ellos están los nombres de los doce Apóstoles: Ap 21, 14

5. Rápida propagación
Jesús manda a los Apóstoles enseñar y bautizar a todas las naciones: Mt 28, 19-20; Mc 16, 15-16
Les promete estar siempre con ellos: Mt 28, 20
Primeros discursos de San Pedro. Frutos de la Iglesia en Jerusalén: Hch 2, 41; Hch 4, 4
Crecimiento de la Iglesia y elección de los siete Diáconos: Hch 6, 1-7
Propagación de la Iglesia en Judea: Hch 8, 1-4
Propagación de la Iglesia en Samaría: Hch 8, 12-25
Propagación de la Iglesia en las comarcas limítrofes: Hch 8, 40; Hch 9, 32; Hch 10, 48; Hch 11, 18

El misterio de la Iglesia

2929 Es cosa normal que, en medio de este mundo tan agitado la Iglesia del Señor, edificada sobre la piedra de los Apóstoles, permanezca estable y se mantenga firme sobre está base inquebrantable contra los furiosos asaltos de la mar (cfr. Mt 16, 18). Está rodeada por las olas, pero no se bambolea, y aunque los elementos de este mundo retumban con un inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece a los que se fatigan la gran seguridad de un puerto de salvación (San Ambrosio, Carta 2, 1-2).

2930 Cristo es "la luz del mundo" e ilumina a la Iglesia con su luz. Y como la luna recibe su luz del sol para poder ella a su vez iluminar la noche, así la Iglesia, recibiendo su luz de Cristo, ilumina a todos los que se encuentran en la noche de la ignorancia [...]. Cristo es, pues, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1, 9), y la Iglesia, recibiendo su luz, se convierte ella en luz del mundo, iluminando a "los que están en las tinieblas" (Rm 2, 19) (Origenes, Hom. sobre el Génesis, 1).

2931 Nacida del amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo, sia tiene una finalidad escatológica y de salvación, lo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente (Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 40).

2932 Hace falta que meditemos con frecuencia, para que no se vaya de la cabeza, que la Iglesia es un misterio grande, profundo. No puede ser nunca abarcado en esta tierra. Si la razón intentara explicarlo por si sola, vería únicamente la reunión de gentes que cumplen ciertos preceptos, que piensan de forma parecida. Pero eso no seria la Santa Iglesia (J. Escrívá de Balaguer, Hom. El fin sobrenatural de la Iglesia, 28-V-1972).

2933 Gens sancta, pueblo santo, compuesto por criaturas con miserias: esta aparente contradicción marca un aspecto del misterio de la Iglesia. La Iglesia, que es divina; es también humana, porque está formada por hombres y los hombres tenemos defectos: "omnes homines terra et cinis" (Si 17, 31), todos somos polvo y ceniza.
Nuestro Señor Jesucristo, que funda la Iglesia Santa, espera qué los miembros de este pueblo se empeñen continuamente en adquirir la santidad. No todos responden con lealtad a su llamada. Y en la Esposa de Cristo se perciben, al mismo tiempo, la maravilla del camino de salvación y las miserias de los que lo atraviesan (J. Escrivá de Balaguer, Hom. Lealtad a la Iglesia, 4-Vl-1972).

2934 La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino. Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado, y con todas sus fuerzas espera y ansía unirse con su Rey en la gloria (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 5).

2935 La Iglesia sabe de dos vidas, ambas anunciadas y recomendadas por el Señor; de ellas, una se desenvuelve en la fe, la otra en la visión; una durante el tiempo de nuestra peregrinación, la otra en las moradas eternas: una en medio de la fatiga, la otra en el descanso; una en el camino, la otra en la patria; una en el esfuerzo de la actividad, la otra en el premio de la contemplación (San Agustin, Trat. Evang. S. Juan, 124).

2936 Allí donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia (San Ireneo, Trat. contra las herejías, 3, 24).

Cristo presente en su Iglesia

2937 Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 8).

2938 Pase lo que pase, Cristo no abandonará a su Esposa. La Iglesia triunfante está ya junto a El, a la diestra del padre. Y desde allí nos llaman nuestros hermanos cristianos, que glorifican a Dios por esta realidad que nosotros vemos todavía en la clara penumbra de la fe: la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica (J. Escrivá de Balaguer, Hom. Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972).

2939 Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió él solo, puesto que nosotros subimos también en él por la gracia. Así, pues, Cristo descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos confundir la divinidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza (San Agustin, Sermón sobre la Ascensión, 1-2).

2940 El Espíritu Santo la impulsa a cooperar para que se cumpla el designio de Dios, quien constituyó a Cristo principio de salvación para todo el mundo (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 17).

2941 Nada hizo El ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo (San León Magno, Sermón 15, sobre la Pasión).

2942 También directamente y por sí mismo nuestro divino Salvador gobierna y rige la sociedad por él fundada [...]. Con este gobierno interior no sólo tiene cuidado de cada uno en particular como "Pastor y guardián de nuestras almas" (1P 2, 25), sino que, además, mira por toda la Iglesia, ya sea iluminando y fortificando a sus jerarcas para que cumplan fiel y fructuosamente sus respectivos cargos, ya sea –en circunstancias muy graves sobre todo– suscitando en el seno de la madre Iglesia, hombres y mujeres insignes por su santidad, a fin de que sirvan de ejemplo a los demás cristianos para acrecentamiento de su Cuerpo místico. Añádese a esto que Cristo desde el cielo mira siempre con particular afecto a su Esposa inmaculada, que sufre en el destierro de este mundo, y, cuando la ve en peligro, por sí mismo o por sus ángeles o por Aquella que invocamos como auxilio de los cristianos y por otros abogados celestiales, la libra de las, oleadas de la tempestad y, una vez calmado y apaciguado el mar, la consuela con aquella paz que sobrepuja todo entendimiento (Flp 4, 7) (Pio XII, Enc. Mystici Corporis Christi).

2943 La Iglesia, pues, nada puede perdonar sin Cristo, y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. La Iglesia solamente puede perdonar al que se arrepiente, es decir, a aquel a quien Cristo ha tocado ya con su gracia. Y Cristo no quiere perdonar ninguna clase de pecados a quien desprecia a la Iglesia (Beato Isaac, Sermón 11).

2944 "Y sobrevino un gran alboroto en el mar, de modo que las olas cubrían la barca". La nave es la Iglesia, en la que Jesucristo atraviesa con los suyos el mar de esta vida, calmando las aguas de las persecuciones (Santo Tomás, en Catena Aurea, vol. 1, p. 502).

Cuerpo Místico de Cristo

2945 En ese cuerpo, la vida de Cristo se comunica a los creyentes, quienes están unidos a Cristo paciente y glorioso por los sacramentos, de un modo arcano, pero real (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 7).

2946 Y del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo (cfr. 1Co 12, 12). También en la constitución del cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios. Uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios (1Co 12, 1-2) (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 7).

2947 La Cabeza de este cuerpo es Cristo. El es la imagen de Dios invisible, y en El fueron creadas todas las cosas. El es antes que todos, y todo subsiste en El. El es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 7).

2948 Para definir y describir esta verdadera Iglesia de Cristo –que es la Iglesia santa, católica, apostólica, romana– nada hay más noble, nada más excelente, nada, en fin, más divino qué aquella expresión que la designa como " el Cuerpo místico de Jesucristo " [...].
Que la Iglesia es un cuerpo, lo dice muchas veces la Sagrada Escritura. Cristo –dice el Apóstol– "es la cabeza del cuerpo de la Iglesia" (Col 1, 18). Y si la iglesia es un cuerpo de San Pablo: "Aunque muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo" (Rm 12, 5). Y no solamente ha de ser uno e indiviso, sino también algo concreto y perceptible (Pio XII, Enc. Mystici Corporis Christi).

Los poderes del infierno no prevalecerán contra ella. Confianza y seguridad

2949 "Tú eres Pedro", esto es: "Yo soy la piedra inquebrantable, yo soy la piedra angular que hago de los dos pueblos una sola cosa, yo soy el fundamento fuera del cual nadie puede edificar; pero también tú eres piedra, porque por mi virtud has adquirido tal firmeza, que tendrás juntamente conmigo, por participación, los poderes que yo tengo en propiedad".
"Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y los poderes del Infierno no la derrotarán". "Sobre esta piedra firme –quiere decir– edificaré un templo eterno, y la alta mole de mi Iglesia, llamada a penetrar en el cielo, se apoyará en la firmeza de esta fe".
Los poderes del infierno no podrán impedir esta profesión de fe, los vínculos de la muerte no la sujetarán, porque estas palabras son palabras de vida. Ellas introducen en el cielo a los que las aceptan, hunden en el infierno a los que las niegan (San León Magno, Sermón 4, 2-3).

2950 La Iglesia vacilará si su fundamento vacila, pero ¿podrá vacilar Cristo? Mientras Cristo no vacile, la Iglesia no flaqueará jamás hasta el fin de los tiempos (San Agustín, Coment. sobre el Salmo 103).

2951 No es de extrañar que, en medio de un mundo tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la roca apostólica, permanezca estable y, a pesar de los furiosos embates del mar, resista inconmovible en sus cimientos. Las olas baten contra ella, pero se mantiene firme y, aunque con frecuencia los elementos de este mundo choquen con gran fragor, ella ofrece ajos agobiados el seguro puerto de salvación (San Ambrosio, Carta. 2, 1-2).

2952 Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús (San Juan Crisóstomo, Hom. antes del exilio).

2953 "Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares, sobre la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo". Representaba a la Iglesia universal, que en este mundo es azotada por las lluvias, por las riadas y por las tormentas de sus diversas pruebas; pero, a pesar de todo, no cae, porque está fundada sobre piedra, de donde viene el nombre de Pedro (San Agustín, Trat. Evang. S. Juan, 5).

2954 La nave de Jesús no puede hundirse [...]. Las olas no quebrantan la roca, sino que se tornan ellas mismas espuma. Nada hay más fuerte que la Iglesia. deja, pues, de combatirla, para no destrozar tu fuerza en vano. Es inútil pelear contra el cielo. Cuando combates contra un hombre, o vences o eres vencido; pero si peleas contra la Iglesia, el dilema no existe. Dios es siempre más fuerte (San Juan Crísóstomo, Hom. antes del exilio).

2955 El vendaval que sopla es el demonio, quien se opone con todos sus recursos a que nos refugiemos en el puerto. Pero es más poderoso el que intercede por nosotros, el que nos conforta para que no temamos y nos arrojemos fuera del navío. Por muy sacudido que parezca, sin embargo, en él navegan no sólo los discípulos, sino el mismo Cristo. Por eso no te apartes de la nave y ruega a Dios. Cuando fallen todos los medios, cuando el timón no funcione y las velas rotas se conviertan en mayor peligro, cuando se haya perdido la esperanza en la ayuda humana, piensa que sólo te resta rezar a Dios. Quien de ordinario impulsa felizmente a puerto a los navegantes, no ha de abandonar la barquilla de su Iglesia (San Agustín, Sermón 63, 4).

2956 Aunque la nave padezca turbación; sin embargo; es la nave. Ella sola lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Peligra, ciertamente, en el mar, pero sin ella de inmediato estamos perdidos (San Agustín, Sermón 75, 3).

Las notas de la Iglesia

2957 La Iglesia ha de ser reconocida por aquellas cuatro notas, ( que se expresan en la confesión de fe de uno de los primeros Concilios, como las rezamos en el Credo de la Misa: "Una sola Iglesia, Santa, Católica y Apostólica" (Símbolo Constantinopolitano, Dz Sch 150). Esas son las propiedades esenciales de la Iglesia, que derivan de su naturaleza, tal como la quiso Cristo. Y, al ser esenciales, son también notas, signos que la distinguen de cualquier otro tipo de reunión humana, aunque en estas otras se oiga pronunciar también el nombre de Cristo (J. Escrivá de Balaguer, Hom. Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972).

Una única Iglesia de Cristo

2958 Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cfr. Jn 21, 17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cfr. Mt 28, 18 ss), y la erigió perpetuamente como "columna y fundamento de la verdad" cfr. 1Tm 3, 15) (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 8).

2959 Es norma general que toda cosa debe ser referida a su origen. Y, por esto, toda la multitud de comunidades son una con aquella primera Iglesia fundada sobre los Apóstoles, de la que proceden todas las otras. En este sentido son das primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola. de esta unidad son prueba la comunión y la paz que reinen entre ellas, así como su mutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica (Tertuliano, Sobre la prescripción de los herejes, 20).

2960 Una y única es la Iglesia fundada por Cristo Señor; sin embargo, son muchas las Comuniones cristianas que se proponen a los hombres como herencia verdadera de Jesucristo. Todos profesan; es cierto, que son discípulos del Señor, pero siente de modo diverso y caminan por vías distintas; como si Cristo mismo estuviese dividido. Tal división no sólo contradice abiertamente la voluntad de Cristo, sino que es también un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santisíma de la predicación del Evangelio a toda criatura. (Conc. Vat. II, decret. Unitatis redintegratio, 1).

2961 Esta unidad de la Iglesia está prefigurada en la persona de Cristo por el Espíritu Santo en el Cantar de los Cantares, cuando dice: "Una sola es mi paloma, mi hermosa es única de su madre, la elegida de ella" (Ct 6, 8). Quien no guarda esta unidad de la Iglesia, ¿va a creer que guarda la unidad de la fe? Quien resiste obstinadamente a la Iglesia, quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está cimentada la Iglesia, ¿puede confiar que está en la Iglesia? (San Cipriano, Sobre la unidad de la Iglesia, 5).

2962 Las iglesias de las ciudades y de los pueblos, aun siendo muchas, son una única Iglesia. Porque Cristo, perfecto e indivisible, es único en todas ellas (Origenes, Hom. para el tiempo pascual).

2963 Se equivocarían gravemente los que intentaran separar una Iglesia carismática –que sería la verdaderamente fundada por Cristo–, de otra jurídica o institucional, que sería obra de los hombres y simple efecto de contingencias históricas. Sólo hay una Iglesia. Cristo fundó una sola Iglesia: visible e invisible, con un cuerpo jerárquico y organizado, con una estructura fundamental de derecho divino, y una íntima vida sobrenatural que la anima, sostiene y vivifica (J. Escrivá de Balaguer, Hom. El fin sobrenatural de la Iglesia, 28-V-l972).

2964 La Iglesia crece como una vid y se extiende por toda la tierra; los malos pastores, en cambio, son como sarmientos inútiles que, a causa de su esterilidad, han sido cortados por la podadera del agricultor, no para destruir la vid, sino para que ésta continúe existiendo. Aquellos sarmientos, pues, han quedado en el mismo lugar donde cayeron al ser cortados; la vid, en cambio, extendiéndose entre todos los pueblos, reconoce como propios los sarmientos que en ella permanecieron, y considera como cercanos a sí aquellos otros que le fueron cortados (San Agustín, Sermón 46, sobre los pastores).

2965 Por diversos que sean los lugares, los miembros de Iglesia profesan una misma y única fe, la que fue transmitida por los Apóstoles a sus discípulos (San Ireneo, Trat. contra las herejías, 1, 10).

2966 Pero no ignoramos, por otra parte, que esta salvación pertenece a la Iglesia única y que nadie puede participar en Cristo, ni ser salvo, fuera de la Iglesia católica y de su fe (Orígenes, Hom. para el tiempo pascual).

2967 Tenemos que mantener y defender esta unidad, sobre todo los obispos, que tenemos la presidencia en la Iglesia [...]. Nadie engañe a la comunidad de hermanos con una mentira, nadie deforme la verdad de la fe con una deformación infiel [...]. La santa Iglesia es una sola [...]. Lo mismo que el sol tiene muchos rayos pero una sola luz, y el árbol tiene muchas ramas, pero un tronco único al que profundas raíces dan posición fija, y lo mismo que de una fuente saltan muchos arroyos, así la unidad es conservada en el origen, aunque parezca que de ella brota una pluralidad en rica abundancia. Si un rayo se aparta del cuerpo del sol, la unidad de la luz no sufre partición. Pero se arranca del árbol una rama, y la arrancada no volverá a poder nacer. Divide el arroyo de la fuente y, separado, pronto se secará. Y así también la Iglesia del Señor, inundada de luz, envía sus rayos a todo el mundo. A pesar de ello, es sólo una luz que se extiende hacia todas partes. Pero la unidad de su Cuerpo no se divide [...]. Y alguno cree todavía que esta unidad, proveniente de la fuerza y virtud divina, referida a los misterios celestiales, pueden ser destruída y dividida por escisión de opiniones opuestas (San Cipriano, Sobre la unidad de la Iglesia, 6).

2968 "Se dispersaron por toda la tierra", a causa del amor de los bienes del mundo, y son, en verdad, ovejas desperdigadas y sin rumbo por toda la tierra. Viven en diversos lugares; una única madre, la soberbia, las engendró a todas, al igual que, una sola madre, nuestra Iglesia católica, ha dado también a luz a todos los fieles cristianos esparcidos por todo el orbe (San Agustín, Sermón 46, sobre los pastores).

La caridad, vinculo de unidad en la Iglesia

2969 Sabes cuál es la dulzura de la caridad y el deleite de la unidad. No predicas sino la unión de las naciones. No aspiras más que a la unidad de los pueblos. No siembras más que semillas de paz y caridad. Alégrate en el Señor, porque no ha sido defraudado en tus sentimientos (San Leandro, Hom. en el final del Conc. 3º. de Toledo).

2970 Dios, al conservar en la Iglesia la caridad que ha sido derramada en ella por el Espíritu. Santo, convierte a esta misma Iglesia en un sacrificio agradable a sus ojos y la hace capaz de recibir siempre la gracia de esa caridad, espiritual, para que pueda ofrecerse continuamente a él como una ofrenda viva, santa y agradable (San Fulgencio, Libro 2, 11-12).

2971 Hemos de ser comprensivos, cubrir todo con el manto entrañable de la caridad. Una caridad que nos afiance en la fe, aumente nuestra esperanza y nos haga fuertes, para decir bien alto que la Iglesia no es esa imagen que algunos proponen. La Iglesia es de Dios, y pretende un solo fin: la salvación de las almas (J. Escrivá de Balaguer, Hom. El fin sobrenatural de la Iglesia, 28-V-1972).

2972 "Entrando el rey [...], vio allí a un hombre que no llevaba el traje de boda" (cfr. Mt 22, 11). ¿Qué debemos entender por vestido de bodas sino la caridad?, porque el Señor lo puso de manifiesto cuando vino a celebrar sus bodas con la Iglesia. Entra, pues, a las bodas sin el vestido nupcial quien cree en la Iglesia, pero no tiene caridad (San Gregorio Magno, en Catena Aurea, vol. III, p. 66).

2973 Todo el que quiere vivir tiene de dónde vivir y de qué vivir. Que venga y crea. Que se incorpore para ser vivificado, que no le atemorice la unión con los demás miembros. Que no sea un miembro gangrenado que haya que amputar, ni torcido, del que haya que avergonzarse. Que sea un miembro robusto, adaptado, sano. Que se abrace firmemente al cuerpo (San Agustín, Trat. Evang. S. Juan, 26, 13).

2974 Si quieres amar a Cristo extiende tu caridad a toda la tierra, porque los miembros de Cristo están por todo el mundo (San Agustín, Coment. 1 Epist. S. Juan, 10, 5).

2975 Entendí qué sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio; ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en si todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno
Entonces, llena de alegría desbordante, exclamé: " Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Si, he hallado mí propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor: de este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado " (Santa Teresita, Manuscrito autobiográfico, 1. c., pp. 227-229).

Santidad de la Iglesia y miembros pecadores

2976 Dichosa Iglesia nuestra, a la que Dios se digna honrar con semejante esplendor, ilustre en nuestro tiempo por la sangre gloriosa de los mártires. Antes era blanca por las obras de los hermanos; ahora se ha vuelto roja por la sangre de los mártires. Entre sus flores no faltan ni los lirios ni las rosas (San Cipriano, Carta 10, 2-3).

2977 "Y habiendo salido sus siervos a los caminos, reunieron a cuantos encontraron, buenos y malos, y la sala de bodas quedó llena de convidados" (Mt 24, 10). Y dice esto, porque en la Iglesia no puede haber buenos sin malos, ni malos sin buenos, y no fue bueno aquel que no quiso sufrir a los malos (San Gregorio Magno, en Catena Aurea, vol. III, p.65).

2978 La Santa Iglesia es comparada a una red de pescar, porque también está encomendada a pescadores, y por medio de ella, somos sacados de las olas del presente siglo y llevados al reino celestial, para no ser sumergidos en el abismo de la muere eterna. Congrega toda clase de peces, porque brinda con el perdón de los pecados a los sabios e ignorantes, a los libres y a los esclavos, a los ricos y a los pobres, a los robustos y a los débiles (San Gregorio Magno, Hom. 1 sobre los Evang.).

2978b Puede suceder que haya, entre los católicos, algunos de poco espíritu cristiano; o que den esa impresión a quienes les tratan en un determinado momento.
Pero, si te escandalizaras de esta realidad, darías muestra de conocer poco la miseria humana y... tu propia miseria. Además, no es justo ni leal tomar ocasión de las debilidades de esos pocos, para difamar a Cristo y a su Iglesia (SAN JOSEMARÍA ESCRIVA, Surco, n. 367).
Desde hace siglos, la Iglesia está extendida por todo el mundo; cuenta con personas de todas las razas y condiciones sociales. Pero la catolicidad de la Iglesia no depende de la extensión geográfica, aunque esto sea un signo visible y un motivo de credibilidad. La Iglesia era Católica ya en Pentecostés; nace Católica del Corazón llagado de Jesús, como un fuego que el Espíritu Santo inflama (SAN JOSEMARÍA ESCRIVA, Hom. Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972).

2979 No en si misma, sino en nosotros, sus miembros vivos, recibe la Iglesia las heridas, y por eso hemos de procurar no afligirla con nuestras caídas. (San Ambrosio, Trat. sobre la virginidad, 48).

2980 ¡Santa, Santa, Santa!, nos atrevemos a cantar a la Iglesia, evocando el himno en honor de la Trinidad Beatísima. Tú eres Santa, Iglesia, Madre mía, porque te fundó el Hijo de Dios, Santo; eres Santa, porque así lo dispuso el Padre, fuente de toda santidad; eres Santa, porque te asiste el Espíritu Santo, que mora en el alma de los fieles, para ir reuniendo a los hijos del Padre, que habitarán en la Iglesia del Cielo, la Jerusalén eterna (J. Escrivá de Balaguer, Hom. Lealtad a la Iglesia, 4-VI-l972).

2981 No busquemos en la Iglesia los lados vulnerables para la crítica, como algunos que no demuestran su fe ni su amor [...]
Nuestra Madre es Santa, porque ha nacido pura y continuará sin mácula por la eternidad. Si en ocasiones no sabemos descubrir su rostro hermoso, limpiémonos nosotros los ojos; si notamos que su voz no nos agrada, quitemos de nuestros oídos la dureza que nos impide oír, en su tono, los silbidos del Pastor amoroso. Nuestra Madre es Santa, con la santidad de Cristo, a la que está unida en el cuerpo –que somos todos nosotros– y en el espíritu, que es el Espíritu Santo, asentado también en el corazón de cada uno de nosotros, si nos conservamos en gracia de Dios (J.Escrivá de Balaguer, Hom. Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972).

2982 Yo abrazo a una Iglesia llena de trigo y de paja; con la palabra y la disciplina del Señor enmiendo a los que puedo, y tolero a los que no puedo enmendar (San Agustín, Contra el donatista Cresconio, 3, 25).

2983 Y tal es la Iglesia virgen, unida a un solo esposo, Cristo, que no admite ningún error; de modo que en todo el mundo gozamos, de una sola casta e íntegra unión (San León Magno, Epist. 80, a Anatolio, ).

2984 En el cuerpo visible de la Iglesia –en el comportamiento de los hombres que la componemos aquí en la tierra– aparecen miserias, vacilaciones, traiciones. Pero no se agota ahí la Iglesia, ni se confunde con esas conductas equivocadas: en cambio, no faltan, aquí y ahora, generosidades; afirmaciones heroicas, vidas de santidad que no producen ruido, que se consumen con alegría en el servicio de los hermanos en la fe y de todas las almas.
Considerad además que, si las claudicaciones superasen numéricamente las valentías, quedaría aún esa realidad mística –clara, innegable, aunque no la percibamos con los sentidos– que es el Cuerpo de Cristo, el mismo Señor Nuestro, la acción del Espíritu Santo, la presencia amorosa del Padre (J. Escrivá de Balaguer, Hom. El fin sobrenatural de la iglesia, 28-V-1972).

Católica, universal

2985 Nosotros somos la Santa Iglesia. Pero no he dicho "Nosotros" como si me refiriera a los que estamos aquí, a los que ahora me habéis oído. Lo somos cuantos, por gracia de Dios, somos fieles cristianos en esta Iglesia, esto es, en esta ciudad; cuantos son tales en esta región, en esta provincia, y aun más allá del mar, y hasta en todo el orbe de la tierra... Tal es la Iglesia Católica, nuestra verdadera Madre (San Agustín, Sermón 213).

2986 "Católica": este es el nombre propio de esta Iglesia santa y madre de todos nosotros [...] y es figura y anticipo de la "Jerusalén de arriba, que es libre, y es nuestra madre", la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole numerosa (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 18, 26).

2987 Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad de su Espíritu (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 13).

2988 Jesucristo instituye una sola Iglesia, su Iglesia; por eso la Esposa de Cristo es Una y Católica: universal, para todos los hombres
desde hace siglos la Iglesia está extendida por todo el mundo; cuenta con personas de todas las razas y condiciones sociales. Pero la catolicidad de la Iglesia no depende de la extensión geográfica, aunque esto sea un signo visible y un motivo de credibilidad. La Iglesia era Católica ya en Pentecostés; nace Católica del Corazón llagado de Jesús, como un fuego que el Espíritu Santo inflama (J. Escrivá de Balaguer, Hom. Lealtad a la iglesia, 4-VI-1972).

2989 La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y porque: de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, de las celestiales o las terrenas; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 18, 23-25).

2990 Además de esta sabiduría, otras muchas cosas hay que me retienen muy justamente en el seno de la Iglesia. Es el consentimiento de los pueblos y naciones; es la autoridad, comenzada con milagros, sostenida por la esperanza, aumentada por la caridad, robustecida por la antigüedad. Me retiene la sucesión de los sacerdotes, que trae su origen de la misma sede de Pedro Apóstol, a quien el Señor, después de la resurrección, encomendó las ovejas para guardarlas y llega hasta el presente episcopado; me retiene, finalmente, el mismo nombre de Católica, porque no sin razón, entre tan numerosas herejías, de tal modo sólo la Iglesia se ha apropiado este nombre, que, aun queriendo llamarse católicos todos los herejes, si un forastero pregunta dónde se reúne la Católica, ningún hereje tendrá la osadía de señalar su basílica o su casa. (S. Agustín, Contra la epístola de los Maniqueos, 4, 5).

2991 Admirable es el testimonio de San Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de él y rogara por él, el santo respondió: "Yo debo orar por la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente". ¿Qué quiso decir el santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda; recordadlo ahora conmigo: "Yo debo orar por la Iglesia católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquella por quien pido en mi oración" (San Agustín, Sermón 273).

2992 La Iglesia católica: este es el nombre propio de quien es Madre Santa de todos nosotros; ella es también Esposa de N. S. Jesucristo (San Cirilo de Jerusalen, Catequesis 18, 26).

Apostólica. Actitud misionera de la Iglesia

2993 Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con orden de realizarlo hasta los confines de la tierra (cfr. Hch 1, 8). Por eso hace suyas las palabras del Apóstol: ¡Ay de mí si no evangelizare! (1Co 9, 16) (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 17).

2993b La revelación de Dios se hace definitiva y completa por medio de su Hijo unigénito: Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos (Hb 1, 1-2; cfr. Jn 14, 6). En esta Palabra definitiva de su revelación, Dios se ha dado a conocer del modo más completo; ha dicho a la humanidad quién es. Esta autorrevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo (JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris missio, 7-XII-1990, n. 5).

2994 La Iglesia lleva a Cristo a los hombres: quiere comunicarles la vida que apareció la noche de Navidad con el Verbo hecho carne; quiere proclamarles la esperanza del eón futuro, que ya alborea en el siglo presente; quiere dilatar, aun entre los sufrimientos del mundo, esa paz que anunciaron los ángeles en Belén, y ese amor de beneplácito con el que Dios nos ha abrazado, dándonos al Hijo: "Gloria in excelsis deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis" (Lc 2, 14) (Juan Pablo Ii, Al Sacro Colegio Cardenalicio 22-XI-1980).

2995 [...] Iglesia, la cual con su predicación hace que la palabra luminosa de Dios brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa, y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con el resplandor de la verdad (San Máximo, Cuestiones a Talasio, 63).

2996 Esta misión de la Iglesia no se delimita al cuidado pastoral de sus fieles: se extiende a todos los hombres y a todos los tiempos (A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, p. 40).

2997 La actitud misionera comienza siempre con un sentimiento de profunda estima frente a lo que "en el hombre había" (Jn 2, 25), por lo que él mismo, en lo intimo de su espíritu, ha elaborado respecto a los problemas más profundos e importantes; se trata de respeto por todo lo que en él ha obrado el Espíritu, que "sopla donde quiere" (Jn 3, 8). La misión no es nunca una destrucción, sino una purificación y una nueva construcción por más que en la práctica no siempre haya habido una plena correspondencia con un ideal tan elevado. La conversión que de ella ha de tomar comienzo, sabemos bien que es obra de la gracia, en la que el hombre debe hallarse plenamente a sí mismo (Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, 12).

2997b Es necesario mantener unidas estas dos verdades: la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación. Ambas favorecen la comprensión del único misterio salvífico, de manera que se pueda experimentar la misericordia de Dios y nuestra responsabilidad. La salvación, que siempre es don del Espíritu, exige la colaboración del hombre para salvarse tanto a sí mismo como a los demás. Así lo ha querido Dios, y para esto ha establecido y asociado a la Iglesia a su plan de salvación (JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris missio, n. 9).

2998 La Santa Iglesia se compara a una red barredera, porque está encomendada a pescadores y por ella todos son traídos desde las ondas del presente siglo al reino eterno [...]. Esta red recoge toda clase de peces, porque llama al perdón de los pecados a los sabios y a los ignorantes, a los libres y a los esclavos, a los ricos y a los pobres, a los poderosos y a los débiles. Por eso dice a Dios al Salmista (Sal 65, 3): "A ti vendrán todos los mortales", Red, esto es, Iglesia, que se llenará del todo cuando dentro de ella se acoja lo último del género humano; sacan la red y se sientan a la orilla, porque, como él mar es figura del siglo, así la orilla del mar figura el fin del siglo, y allí los peces buenos son colocados en los cestos y los malos son arrojados fuera [...] (San Gregorio Magno, Hom. 11 sobre los Evang.).

2999 El término democracia carece de sentido en la Iglesia, que [...] es jerárquica por voluntad divina. Pero jerarquía significa gobierno santo y orden sagrado, y de ningún modo arbitrariedad humana o despotismo infrahumano. En la Iglesia el Señor dispuso un orden jerárquico, que no ha de transformarse en tiranía: porque la autoridad misma es un servicio, como es la obediencia (J. Escrivá de Balaguer, Hom. El fin sobrenatural de la Iglesia, 28-5-1972).

Fin sobrenatural de la Iglesia

3000 La Iglesia desea servir a este único fin: que todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad acerca del hombre y del mundo, contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que irradia de ella (Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, 13).

3001 Cristo dijo a Pedro: "En adelante vas a ser pescador de hombres" (Lc 5, 10); esta pesca misteriosa corresponde a la misión incesante de la Iglesia, de cada una de las comunidades en la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Lleva a los hombres vivos, a las almas humanas, a la luz de la fe y a la fuente del amor; mostrarles el Reino de Dios presente en los corazones y en el designio de la historia de la humanidad; reunir a todos en esa unidad, cuyo centro es Cristo: he aquí la misión continua de la Iglesia (Juan Pablo II, Hom. 10-II-1980).

3002 (El fin de la Iglesia es) revelar a Cristo al mundo, ayudar a todo hombre para que se encuentre a si mismo en él, ayudar a las generaciones contemporáneas de nuestros hermanos y hermanas, pueblos, naciones, estados, humanidad, países en vías de desarrollo y países de la opulencia, a todos en definitiva, a conocer las "insondables riquezas de Cristo" (Ef 3, 8), porque éstas son para todo hombre y constituyen el bien de cada uno (Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, 11).

3003 La Iglesia no es un partido político, ni una ideología social, ni una organización mundial de concordia o de progreso material, aun reconociendo la nobleza de esas y de otras actividades. La Iglesia ha desarrollado siempre y desarrolla una inmensa labor en beneficio de los necesitados; de los que sufren, de todos cuantos padecen de alguna manera las consecuencias del único verdadero mal, que es el pecado. Y a todos –a aquellos de cualquier forma menesterosos, y a los que piensan gozar de la plenitud de los bienes de la tierra– la Iglesia viene a confirmar una sola cosa esencial, definitiva: que nuestro destino es eterno y sobrenatural, que sólo en Jesucristo nos salvamos para siempre, y que sólo en El alcanzaremos ya de algún modo en esta vida la paz y la felicidad verdaderas (J. Escrivá de Balaguer, Hom. Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972).

3004 La Iglesia, en consideración de Cristo y en razón del misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza (Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, 13).

3005 La Iglesia que, por razón de su ministerio y de su competencia, de ninguna manera se confunde con la comunidad política y no está vinculada a ningún sistema político, es al mismo tiempo el signo y la salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana (Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 76).

3006 debiéndose extender a toda la tierra, la Iglesia entra en la historia de los hombres, pero, al mismo tiempo, trasciende los tiempos y los confines de todos los pueblos. En las tentaciones de su camino, la Iglesia se ve sostenida por la fuerza de la gracia de Dios, que le ha sido prometida por el Señor, para que por la debilidad humana no se debilite la fidelidad perfecta, sino que permanezca digna esposa de su Señor y no cese de renovarse bajo la acción del Espíritu Santo, a fin de que, a través de la cruz, llegue a la luz que no conoce ocaso (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 9).

Nuestra Madre la Iglesia

3007 No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por madre (San Cipriano, Sobre la unidad de la Iglesia, 6).

3008 No es coherente con la fe cristiana, no cree verdaderamente en el Espíritu Santo quien no ama a la Iglesia, quien no tiene confianza en ella, quien se complace sólo en señalar las deficiencias y las limitaciones de los que la representan, quien la juzga desde, fuera y es incapaz de sentirse hijo suyo (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 130).

3008b María está presente en el misterio de la Iglesia como modelo. Pero el misterio de la Iglesia consiste también en el hecho de engendrar a los hombres a una vida nueva e inmortal: es su maternidad en el Espíritu Santo. Y aquí María no solo es modelo y figura de la Iglesia, sino mucho más. Pues, "con materno amor, coopera a la generación y educación" de los hijos e hijas de la madre Iglesia. La maternidad de la Iglesia se lleva a cabo no solo según el modelo y la figura de la Madre de Dios, sino también con su "cooperación" (JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris mater, n. 44).

Amor a la Iglesia

3009 Siendo nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar todavía de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los apóstoles depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo de que pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la bebida de la vida. Y ésta es la puerta de la vida: todos los demás son salteadores y ladrones. Por esto hay que evitarlos, y en cambio hay que poner suma diligencia en amar las cosas de la Iglesia y en captar la tradición de la verdad (San Ireneo, Trat. contra las herejías, 3, 4).

3010 El verdadero y auténtico católico es el que ama la verdad de Dios y a la Iglesia, cuerpo de Cristo; aquel que no antepone nada a la religión divina y a la fe católica: ni la autoridad de un hombre, ni el amor, ni el genio, ni la elocuencia, ni la filosofía; sino que, despreciando todas estas cosas y permaneciendo sólidamente firme en la fe, está dispuesto a admitir y a creer solamente lo que la Iglesia siempre y universalmente ha creído (San Vicente de Lerins, Conmonitorio, 20).

3011 Cristo no excluyó a los pecadores de la sociedad por El fundada. Si, por tanto, algunos miembros están aquejados de enfermedades espirituales, no por eso debe disminuir nuestro amor a la Iglesia; al contrario, ha de aumentar nuestra compasión hacia sus miembros (Pío XII, Enc. Mystici Corporis Christi).

3012 Si amas la Cabeza, amas también a los miembros (San Agustín, Trat. Epist. S. Juan, 10, 3).

3013 ¡Qué alegría, poder decir con todas las veras de mi alma: amo a mi Madre la Iglesia santa! (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 518).

3013b Tener espíritu católico implica que ha de pesar sobre nuestros hombros la preocupación por toda la Iglesia, no solo de esta parcela concreta o de aquella otra; y exige que nuestra oración se extienda de norte a sur, de este a oeste, con generosa petición.
Entenderás así la exclamación -la jaculatoria- de aquel amigo, ante el desamor de tantos hacia nuestra Santa Madre: ¡me duele la Iglesia! (SAN JOSEMARÍA ESCRIVA, Forja, n. 583).

Responsabilidad de todos los fieles y de la jerarquía

3014 Procurarán con diligencia, a la manera de un médico precavido, conocer todas las enfermedades que afligen a la Iglesia y que piden remedio, para poder aplicar a cada una de ellas el remedio adecuado
Por lo que mira a estos remedios, ya que han de ser comunes a toda la Iglesia [...] habría que fijar la atención primeramente en todos aquellos que están puestos al frente de los demás, para que así la reforma comenzara por, el punto desde donde debe extenderse a las otras partes del cuerpo. Habría que poner un gran empeño en que los cardenales, los patriarcas, los arzobispos, los obispos y los párrocos, a quienes se ha encomendado directamente la cura de almas, fuesen tales que se les pudiera confiar con toda seguridad el gobierno de la grey del Señor (San Juan Leonardi, Cartas a Pablo V para reforma de la Iglesia).

3015 de la Iglesia recibimos la predicación de la fe, y bajo la acción del Espíritu de Dios la conservamos como un licor precioso guardado en un frasco de buena calidad (San Ireneo, Trat. contra las herejías, 3, 3).

3016 La misión de la Iglesia, recibida de Jesucristo, es única, y su cumplimiento se encomienda a todos los miembros del Pueblo de Dios que, por los Sacramentos de iniciación, se hacen participes del sacerdocio de Cristo para ofrecer a Dios un sacrificio espiritual y dar testimonio de Jesucristo ante los hombres. Cada uno ha de realizar la parte que le compete dentro de esa misión total, en servicio y edificación de la comunidad (A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, p. 39).

Santa María, Madre de la Iglesia

3017 Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, así de todos los fieles como de los Pastores que la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo titulo (Pablo VI, Discurso final III Ses. Concilio Vaticano 2, 21-11-1964).

3018 Se trata de un título (Madre de la Iglesia) [...] que no es nuevo para la piedad de los cristianos; antes bien, con este nombre de Madre, y con preferencia a cualquier otro, los fieles y la Iglesia entera acostumbran a dirigirse a María. Ciertamente que este título pertenece a la esencia de la devoción a María, encontrando su justificación en la dignidad misma de la Madre del Verbo Encarnado (Pablo VI, Discurso final III Ses. Concilio Vaticano 2, 2 1-11-1964).

3019 [...] la Iglesia, siempre y en especial en nuestros tiempos, tiene necesidad de una Madre [...]
María es Madre de la Iglesia, porque en virtud de la inefable elección del mismo Padre Eterno y bajo la acción particular del Espíritu de Amor ella ha dado la vida humana al Hijo de Dios, "por el cual y en el cual son todas las cosas" y del cual todo el Pueblo de Dios recibe la gracia y la dignidad de la elección. Su propio Hijo quiso explícitamente extender la maternidad de su Madre –y extenderla de manera fácilmente accesible a todas las almas y corazones– confiando a ella desde lo alto de la Cruz a su discípulo predilecto como hijo. El Espíritu Santo le sugirió que se quedase también ella, después de la Ascensión de Nuestro Señor, en el Cenáculo, recogida en oración y en espera junto con los Apóstoles hasta el día de Pentecostés, en que debía casi visiblemente nacer la Iglesia, saliendo de la oscuridad. Posteriormente todas las generaciones de discípulos y de cuantos confiesan y aman a Cristo –al igual que el apóstol Juan– acogieron espiritualmente en su casa a esta Madre, que así desde los mismos comienzos, es decir, desde el momento de la Anunciación, quedó inserida en la historia de la salvación y en la misión de la Iglesia. Así, pues, todos nosotros, que formamos la generación contemporánea de los discípulos de Cristo, deseamos unirnos a ella de manera particular (Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, 22).

3020 María debe encontrarse en todas las vías de la vida cotidiana de la Iglesia. Mediante su presencia materna, la Iglesia se cerciora de que vive verdaderamente la vida de su Maestro y Señor, que vive el misterio de la Redención en toda su profundidad y plenitud vivificante (Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, 22).

3021 En las Escrituras divinamente inspiradas, lo que se entiende en general de la Iglesia, virgen y madre, se entiende en particular de la Virgen María; y lo que se entiende de moto especial de María, virgen y madre, se entiende de modo general de la Iglesia, virgen y madre. Y cuando los textos hablan de una u otra, dichos textos pueden aplicarse indiferentemente a las dos (Beato Isaac, Sermón 51).

3022 "Habitaré en la heredad del Señor". La heredad del Señor en su significado universal es la Iglesia, en su significado especial es la Virgen María y en su significado individual es también cada alma fiel. Cristo permaneció nueve meses en el seno de María; permanecerá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia hasta la consumación de los siglos; y en el conocimiento y en el amor del alma fiel, por los siglos de los siglos (Beato Isaac, Sermón 51).

3023 Si toda la Iglesia está en deuda con la Virgen María, ya que por medio de ella recibió a Cristo, de modo semejante le debe a San José, después de ella, una especial gratitud y reverencia (San Bernardino de Siena, Sermón 2, 7).

3024 Con su caridad cooperó para que nacieran en la Iglesia los fieles, miembros de aquella Cabeza, de la que Ella es efectivamente Madre según el cuerpo (San Agustin, Trat. sobre la virginidad, 6).

El Espíritu Santo y la Iglesia

3025 El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cfr. 1Co 3, 16; 1Co 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cfr. Ga 4, 6; Rm 8, 15-16 y 26). Guía a la Iglesia a toda la verdad (cfr. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cfr. Ef 4, 11-12; 1Co 12, 4; Ga 5, 22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (cfr. Ap 22, 17) (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 4).

3026 Una vez cumplida la obra que el Padre había confiado al Hijo en la tierra; el día de Pentecostés fue enviado el Espíritu Santo para santificar incesantemente a la Iglesia, y para que los creyentes tuvieran así acceso al Padre por medio de Cristo en un solo Espíritu (cfr. Ef 2, 18) [...]. Toda la renovación de la Iglesia [...] no puede realizarse a no Ser en el Espíritu Santo, es decir, con la ayuda de su luz y de su virtud (Juan Pablo II, Carta en el aniversario de los Conc. de Constantinopla y Efeso, 25-III-1981, nº 7).

3027 Al Espíritu de Cristo, como a principio invisible, cabe atribuir que todos los miembros del Cuerpo estén unidos tanto entre sí como con su excelsa Cabeza, puesto que reside todo entero en la cabeza, todo entero en el cuerpo y todo entero en cada miembro, en los cuales varia la manera de estar presente y de conceder su asistencia, según sus diversos cargos y funciones, según el grado más o menos elevado de santidad de que gozan. El es quien, con su soplo de vida celestial, debe considerarse como el principio de toda actividad vital y verdaderamente saludable en todas las partes del Cuerpo. El es quien, aunque por si mismo se halle presente en todos los miembros y ejerza en ellos su divino influjo, actúa en los inferiores por ministerio de los superiores. Finalmente, es él quien, dando cada día nuevos incrementos a la Iglesia bajo el influjo de la gracia, rehúsa habitar con la gracia santificante en los miembros totalmente separados del Cuerpo (Pío XII, Enc. Mystici Corpons Christi).

3027b Si la revelación suprema y más completa de Dios a la humanidad es Jesucristo mismo, el testimonio del Espíritu de la verdad inspira, garantiza y corrobora su fiel transmisión en la predicación y en los escritos apostólicos, mientras que el testimonio de los apóstoles asegura su expresión humana en la Iglesia y en la historia de la humanidad (JUAN PABLO II, Enc. Dominum et vivificantem. n. 5).