Antología de Textos

PECADO

1. Un día en que se acercaban a Jesús publicanos y pecadores, los fariseos murmuraban porque los acogía. El Señor les propuso entonces esta parábola: Un hombre tenía dos hijos, y dijo el más joven al Padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde (Lc 15, 11-12). Todos somos hijos de Dios y, siendo hijos, somos también herederos (cfr. Rm 8, 17). La herencia es una promesa de bienes incalculables y de felicidad sin límites, que solo en el cielo alcanzará su plenitud y la seguridad completa. Hasta entonces tenemos la posibilidad de dilapidar ese don de Dios, como el hijo menor de la parábola: pasados pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una tierra lejana, y allí disipó toda su herencia viviendo disolutamente (Lc 15, 13); podemos marcharnos lejos de la casa paterna y malbaratar los bienes viviendo de modo indigno a nuestra condición de hijos de Dios.
El cristiano, mientras peregrina sobre la tierra, puede disponer de su vida: puede luchar por ser santo, sirviendo en casa de su Padre, o puede convertirse en un pecador, lejos de ella. "Lo que la Revelación nos dice coincide con la experiencia. El hombre, cuando examina su corazón, comprueba su tendencia hacia el mal, se ve anegado por muchos males... Es esto lo que explica la división íntima del hombre" (CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 13).
Cuando el hombre peca gravemente se pierde para sí mismo y para Dios. Anda sin sentido y sin dirección, pues el pecado desorienta esencialmente. Es la mayor tragedia que puede sucederle. Partió a una tierra lejana... Niega a su Padre Dios y se niega también a sí mismo. Su vida honrada, su vocación, las promesas que un día hiciera él mismo o hicieran por él en el Bautismo, las esperanzas de Dios. Su pasado, su futuro, todo se ha venido abajo. El pecador se aparta radicalmente de Dios, por la pérdida de la gracia santificante; se pierden los méritos adquiridos a lo largo de toda su vida y queda incapacitado para adquirir otros nuevos; queda sujeto de algún modo a la esclavitud del demonio; disminuye en él la inclinación natural a la virtud, etc. Tan grave es, que "todos los pecados mortales, aun los de pensamiento, hacen a los hombres hijos de la ira (Ef 2, 3) y enemigos de Dios" (CONC. DE TRENTO, Ses. 14, cap. 5).

2. Aquel que un día, al salir de casa, se las prometía muy felices fuera de los límites de la finca, pronto comenzó a sentir necesidad (Lc 15, 14). Las cosas no se le presentaban como él las había soñado. Fuera de Dios, el hombre es un ser solitario y hambriento. La satisfacción se acaba pronto, y el pecado no produce felicidad, porque el demonio carece de ella. Viene luego la soledad y la pérdida de la dignidad: se tuvo que poner a guardar cerdos, lo más infamante para un judío. Pasmaos, cielos, de esto y horrorizaos sobremanera, dice Yahvé. Un doble crimen ha cometido mi pueblo: dejarme a mí, fuente de agua viva, para ir a excavarse cisternas agrietadas, incapaces de retener el agua (Jr 2, 12-13). Fuera de Dios es imposible la felicidad.

3. Pero aquel hombre, volviendo en sí... Así se inicia toda conversión, todo arrepentimiento: volviendo en sí, haciendo un parón, reflexionando hacia dónde le ha llevado su mala aventura; haciendo, en definitiva, un examen de conciencia, que abarca desde que salió de la casa paterna hasta la lamentable situación en que ahora se encuentra. Para hacer examen de la propia vida es necesario ponerse frente a las propias acciones con valentía y sinceridad, sin intentar falsas justificaciones, llamando a cada cosa por su nombre.
Enseguida viene la esperanza de ser como antes, de salir de aquella situación: Me levantaré e iré a mi padre... Con el deseo de confesarse cuanto antes. Confesión con claridad: y le diré: Padre, he pecado contra el cielo (cada pecado es ante todo un pecado contra Dios) y contra ti. Con humildad, sin exigir nada porque nada se merece: ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.
Ahora ya solo falta emprender el viaje de vuelta. La reflexión se traduce en obras. La conversión reclama frutos de penitencia, ruptura con la vida pasada, retorno a Dios: Y levantándose, se vino a su padre.
El padre sale al encuentro de su hijo. Se siente hondamente conmovido al ver el estado miserable en que vuelve el que salió lleno de hermosura y de riquezas... Corre a su encuentro y le prodiga todas las muestras de amor paterno: Cuando aún estaba lejos, viole el padre y, compadecido, corrió a ély se arrojó a su cuello y le cubrió de besos.
Esta actitud misericordiosa de Dios para el pecador será siempre el más poderoso motivo para el arrepentimiento. Antes que nosotros alcemos la mano pidiendo ayuda, ya ha tendido Él la suya para que nos levantemos y sigamos adelante.
Las palabras del padre, que acaba de recuperar a su hijo perdido y envilecido, desbordan alegría: Pronto, traed la túnica más rica y vestídsela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, y traed un becerro bien cebado y matadle, y comamos y alegrémonos, porque este mi hijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la fiesta.
La túnica más rica le constituye en un huésped de honor, el anillo le devuelve la dignidad perdida, las sandalias le declaran hombre libre.
El Señor nos devuelve en la Confesión todo lo que culpablemente perdimos por el pecado: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. Ha establecido este Sacramento de Su misericordia para que podamos volver siempre a la casa paterna. Y la vuelta acaba siempre en una fiesta llena de alegría. Tal es, os digo, la alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia (Lc 15, 10).
El Sacramento de la Confesión es uno de los mayores bienes que el Señor ha dado a su Iglesia.

Citas de la Sagrada Escritura

Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y con el pecado la muerte [...], y la muerte se fue propagando a todos los hombres porque todos pecaron (en Adán). Rm 5, 12
Sobreabundancia de la Redención: Rm 5, 15-21
Consecuencias del pecado original; vestigios que deja en nosotros aun después del bautismo: Rm 7, 14-25
El Hijo de Dios vino a destruir las obras del diablo. 1Jn 3, 9
Todo el que comete pecado, esclavo es del pecado. Jn 8, 34
¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No queráis engañaros: ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros [...], ni los que viven de robos han de poseer el reino de Dios. 1Co 6, 9-10
Los pecadores son enemigos de su propia dicha. Tb 12, 10
El error y las tinieblas son obras de los pecadores; los que en el mal se complacen, en el mal envejecen. Si 11, 6
Reconoce y advierte qué malo y amargo es para ti haberte apartado de Yahvé, tu Dios, y haber perdido mi temor. Jr 2, 19
La justicia engrandece a las naciones, el pecado es la decadencia de los pueblos. Pr 14, 34
La paga del pecado es la muerte. Rm 6, 23
La ley del Espíritu [...] me liberó de la ley del pecado. Rm 8, 2
Si no me escucháis y no ponéis por obra mis mandamientos, si desdeñáis mis leyes, menospreciáis mis mandatos y no los ponéis por obra, si rompéis mi alianza, ved lo que también yo haré con vosotros: echaré sobre vosotros el espanto, la consunción y la calentura que debilitan vuestros ojos y destrozan el alma; sembraréis en vano vuestra simiente [...] y seréis derrotados por vuestros enemigos, que os dominarán; huiréis sin que os persiga nadie. Lv 26, 14 ss
Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado. Hb 12, 4
El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado. St 4, 17
Como de la serpiente, huye del pecado, porque si te acercas te morderá. Si 21, 2
Si tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti [...], Y si tu mano derecha te escandaliza, córtatela y arrójala de ti [...]. Mt 5, 29-30
Quien convierte a un pecador [...] cubrirá la muchedumbre de sus pecados. St 5, 20

El pecado y sus consecuencias

4051 Nuestros pecados fueron la causa de la Pasión: de aquella tortura que deformaba el semblante amabilísimo de Jesús, perfectus Deus, perfectus homo; Y son también nuestras miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux mundi! (Jn 8, 12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER Vía Crucis, p. 57).

4052 Yo sé de una persona a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible a ninguno pecar, aunque se pusiera a mayores trabajos que se pueden pasar por huir de las ocasiones (SANTA TERESA, Las Moradas, 1, 2, 2).

4053 Cuando la realidad social se ve viciada por las consecuencias del pecado, el hombre, inclinado ya al mal desde su nacimiento, encuentra nuevos estímulos para el pecado, los cuales sólo pueden vencerse con denodado esfuerzo ayudado por la gracia (CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 25).

4054 Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación (CONC. VAT. II, Const. Caudium et spes, 13).

4055 No sólo para el alma son nocivos los malos placeres, sino también para el cuerpo, porque el fuerte se hace débil, el sano enfermo, el ligero pesado, el hermoso deforme y viejo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la 1 Epístola a los Corintios, 99).

4056 Así como la nave (una vez roto el timón) es llevada a donde quiere la tempestad, así también el hombre, cuando pierde el auxilio de la gracia divina por su pecado, ya no hace lo que quiere, sino lo que quiere el demonio (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 10).

4057 Si alguien tiene sano el olfato del alma, sentirá cómo hieden los pecados (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 37).

4057b La pérdida del sentido del pecado es [...] una forma o un fruto de la negación de Dios: no solo de la atea, sino además de la secularista. Si el pecado es la interrupción de la relación filial con Dios para vivir la propia existencia fuera de la obediencia a Él, entonces pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si Él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Reconciliatio et poenitentia, 2-XII-1984, n. 18).

4058 En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien (SAN BASILIO MAGNO, Regla monástica, respuesta 2, 1).

4059 Quien soporta la tiranía del príncipe de este siglo por la libre aceptación del pecado, está bajo el reino del pecado (ORIGENES, Trat. sobre la oración, 25).

4059b En virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás. Es esta la otra cara de aquella solidaridad que, a nivel religioso, se desarrolla en el misterio profundo v magnífico de la comunión de los santos, merced a la cual se ha podido decir que "toda alma que se eleva, eleva al mundo". A esta ley de la elevación corresponde, por desgracia, la ley del descenso, de suerte que se puede hablar de una comunión del pecado, por el que un alma que se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero. En otras palabras, no existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Reconciliatio et poenitentia, n. 16).

El único mal verdadero

4060 Podemos afirmar muy bien, que la Pasión que los judíos hicieron sufrir a Cristo era casi nada, comparada con la que le hacen soportar los cristianos con los ultrajes del pecado mortal [...]. ¡Cuál va a ser nuestro horror cuando Jesucristo nos muestre las cosas por las cuales le hemos abandonado! (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el pecado).

4061 No olvides, hijo, que para ti en la tierra sólo hay un mal. que habrás de temer, y evitar con la gracia divina: el pecado (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 386).

4062 Los judíos vieron maravillas; también tú las verás, y más grandes y sorprendentes que cuando los judíos salieron de Egipto. Los judíos atravesaron el mar Rojo; tú has atravesado el dominio de la muerte. Ellos fueron liberados de Egipto; tú has sido liberado de los demonios. Los judíos escaparon de la esclavitud en país extranjero; tú has escapado de la esclavitud, mucho más triste, del pecado (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catequesis 3, 24).

4063 Puede decirse que, en lo espiritual, hay tanta distancia entre justos y pecadores, como en lo material entre el cielo y la tierra (SAN AGUSTÍN, Sobre el sermón de la Montaña, 2).

4064 En las cosas humanas lo único que merece ser tenido por bueno, en el pleno sentido de la palabra, es la virtud [...]. Y a la inversa, nada hay que reputar por malo como tal, es decir intrínsecamente, más que el pecado. Es lo único que nos separa de Dios, que es el bien supremo, y nos une al demonio, que es el mal por antonomasia (CASIANO, Colaciones, 6).

4065 El Deuteronomio, hablando de los condenados que no tienen a Dios, dice: Su vino es ponzoña de monstruo y veneno mortal de víboras (Dt 32, 35). Muerte del alma es no tener a Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 2, 7).

4066 Todo lo que quieres y deseas es bueno. No quieres tener una bestia mala, un siervo malo, un vestido malo, una quinta mala, una casa mala, una mujer mala, unos hijos malos. Todo lo quieres bueno: pues sé también bueno tú, que todo lo quieres bueno. ¿Dónde has tropezado para que, entre todas las cosas buenas que quieres, tú sólo quieras ser malo? (SAN AGUSTÍN, Sermón 297).

El pecado y la contrición

4067 No te entristezcas, apóstol, responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces hablas ligado. Desata por el amor lo que hablas ligado por el temor (SAN AGUSTÍN, Sermón 295).

4068 Dos pasos da el diablo: primero engaña, y después de engañar intenta retener en el pecado cometido (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., p. 163).

4069 ¡Cuán ciego es el hombre al dejar perder tantos bienes y atraer sobre sí tantos males, permaneciendo en pecado! (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la conversión).

4070 Lo grave no es que quien lucha caiga, sino que permanezca en la caída; lo grave no es que uno sea herido en la guerra, sino desesperarse después de recibido el golpe y no cure la herida (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Exhortación a Teodoro, 1).

4071 Más que el pecado mismo, irrita y ofende a Dios que los pecadores no sientan dolor alguno de sus pecados (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 14).

4072 Así como entre las enfermedades corporales hay algunas que no las sienten quienes están enfermos de ellas, sino que más bien dan crédito a lo que dicen los médicos, sin tener en cuenta su propia insensibilidad, ese alma que no percibe sus pasiones ni conoce sus pecados debe dar crédito a quienes pueden dárselo a conocer (SAN BASILIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 442).

4073 Padece el género humano de enfermedad; no de cuerpo, sino de pecados. Yace en toda la redondez de la tierra, de oriente a occidente, el gran enfermo. Y para curar al gran enfermo descendió el Médico omnipotente. Se humilló hasta su carne mortal, o digamos, hasta el lecho del enfermo (SAN AGUSTÍN, Sermón 87).

4074 Si un alma está contenta ahora siendo esclava del demonio, si le deja alojarse en su pecho, ¿cómo podrá desalojarlo jamás? ¿No arrastrará el mal espíritu a aquella alma al infierno, necesaria e inevitablemente, cuando llegue la muerte? (CARD. J.H. NEWMAN, Sermón en el Dom. II de Cuaresma: mundo y pecado).

El pecado y la confesión

4075 Os pregunto a vosotros: ¿De quién está distante el que está en todas partes? ¿De quiénes, pensáis, sino de los que yacen en su desemejanza, destruyendo en sí mismos la imagen de Dios? Gentes que se alejaron de El, vuelvan reformados.-¿Y cómo dice, nos reformaremos? ¿Cuándo volveremos al molde?-Comenzad por la confesión; sigan las buenas obras (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 146).

4075b El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre misericordioso" (cfr. Lc 15, 11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Solo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1439).

4076 El alma que ha consentido la culpa se ha de horrorizar de si misma y limpiarse lo más pronto que pueda, por el respeto que debe tener a los ojos de Dios, que la está mirando; a más de que es gran necedad estar muertos en el espíritu teniendo tan formidable remedio (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 2, 19).

4077 El Señor permitió un día a un profeta ver un alma en estado de pecado, y nos dice que parecía el cadáver corrompido de una bestia, después de haber sido arrastrado ocho días por las calles y expuesto a los rigores del sol. ¡Cuán bella es un alma cuando tiene la dicha de estar en gracia de Dios! Si, ¡solamente Dios puede conocer todo su precio y todo su valor! Ved también cómo Dios ha instituido unos medios para hacerla feliz en este mundo, mientras llega la hora de darle mayor felicidad en la otra vida. ¿Por qué ha instituido los sacramentos? ¿No es, por ventura, para curarla cuando tiene la desgracia de caer en pecado? (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre Jesucristo).

4078 La profundidad del pozo de la miseria humana es grande; y si alguno cayera allí, cae en un abismo. Sin embargo, si desde ese estado confiesa a Dios sus pecados, el pozo no cerrará la boca sobre él [...]. Hermanos, hemos de temer esto grandemente. Desdeñada la confesión, no habrá lugar para la misericordia (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 68).

4079 No se conforma el demonio con un pecado, sino que se afianza más en él para empujar a otro: El que comete pecado, esclavo es del pecado (Jn 8, 34). Por eso no es tan fácil librarse de tal situación: dice Gregorio: "Pecado que no se lava por la penitencia, arrastra sin tardar a otro con su peso" (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 231).

La tristeza peculiar y la amargura del pecado

4080 Pecó para obtener cierto placer corporal; pasó el placer, quedó el pecado. Pasó el deleite, quedó la cadena. ¡Dura esclavitud! (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 41).

4081 Nuestra vida está rodeada de espinas, cuando encontramos las punzadas del dolor en aquello mismo que malamente deseamos (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 36 sobre los Evang.).

4082 Yo sé de una persona a quien quiso nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece si lo entendiesen no seria posible ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las ocasiones; y así le dio mucha gana que todos lo entendieran. Y así os la de a vosotros hijas, de rogar mucho a Dios por los que están en este estado, todos hechos una oscuridad, y así son sus obras. Porque así como de una fuente muy clara lo son los arroyicos que salen de ella, como es un alma que está en gracia, que de aquí le viene ser sus obras tan agradables a los ojos de Dios y de los hombres, porque proceden de esta fuente de vida a donde el alma está como un árbol plantado en ella, que la frescura y fruto no tuviera si no le procediera de allí, que esto le sustenta y hace no secarse y que de buen fruto; así el alma que por su culpa se aparta de esta fuente y se planta en otra de muy negrísima agua y de muy mal olor, todo lo que corre de ella es la misma desventura y suciedad. (SANTA TERESA, Las Moradas, 1, 2, 2).

4083 Es, por tanto, mal pájaro aquel que hubiere perdido la facultad de volar por el vicio de la miseria del mundo, como los pájaros que se venden por un dipondio (2 ases), esto es, por el precio de los placeres temporales; porque el enemigo nos vende a bajo precio, como esclavos cautivos en guerra; mas el Señor, que nos hizo buenos servidores suyos a su imagen, estimó su obra en lo que valía y nos redimió a un precio muy elevado (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 66).

4084 Nada hay más infeliz que la felicidad de los que pecan (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. 1, p. 325).

4085 Igual que hay diferentes formas de esta demencia, que es desorden de la razón, hay también diferentes formas de esta locura peor que es el pecado. En un manicomio hay diferentes formas de enajenación, y así, el mundo entero es un vasto manicomio, en el que sus habitantes, aunque bastante sagaces en asuntos de este mundo, están en materia espiritual locos de un modo o de otro (CARD. J.H. NEWMAN. Sermón en el Dom. II de Cuaresma: mundo y pecado).

4086 ¿Qué otra cosa son los cuerpos de los malos sino sepulcros de difuntos, en donde se guarda, no la palabra de Dios, sino el alma muerta por el pecado? (RABANO MAURO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 509).

4087 Hay también muchos que viven, y que, sin embargo, están muertos. Estos tales yacen en el infierno, puesto que lo merecen, no pudiendo alabar a Dios (CASIANO. Colaciones, 1).

4088 Cuando tenla sano el corazón de la conciencia pura, gozábase con la presencia de Dios; mas desde que quedó herido su ojo por el pecado, comenzó a esquivar la luz de Dios, se refugió en las sombras y en el ramaje denso de los árboles, fugitivo de la verdad, sumido en tiniebla (SAN AGUSTÍN, Sermón 88).

Pecado mortal y pecados veniales

4089 Igual que en el cuerpo de los justos habita Dios mismo, los cuerpos de los pecadores se llaman sepulcros de muertos; pues el alma está en el cuerpo del pecador y no puede creerse que viva, porque nada hace sobre el cuerpo que pueda llamarse vivo y espiritual (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 126).

4090 Tres son los elementos que completan un pecado: la sugestión, la delectación y el consentimiento. La sugestión nos viene de la memoria, o de los sentidos corporales cuando vemos, olmos, olemos, gustamos o tocamos algo. Si el gozar de ello nos deleita, debemos refrenar la delectación ilícita [...]. Mas, si hubiese consentimiento, habrá pecado pleno, conocido por Dios en nuestro corazón, aunque de hecho no se manifieste a los demás (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 1).

4091 Así como son tres los grados por los que se llega al pecado: la sugestión, el deleite y el consentimiento, así hay también tres maneras diferentes de pecado: de corazón, de obra y de hábito, que son como tres muertes: la una como si tuviese lugar en casa, o sea, cuando en el corazón consiente; otra como llevada ya fuera de la puerta, cuando el consentimiento se traduce en acción; la tercera cuando, en fuerza de la mala costumbre, el alma es oprimida como por una mole, como si ya estuviese podrida en el sepulcro. Cualquiera que haya leído el Evangelio habrá podido comprobar que Jesucristo resucitó a estas tres clases de muertes (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la montaña, 1).

4092 Reciamente, con sinceridad, hemos de sentir –en el corazón y en la cabeza– horror al pecado grave. Y también ha de ser nuestra la actitud, hondamente arraigada, de abominar del pecado venial deliberado, de esas claudicaciones que no nos privan de la gracia divina, pero debilitan los cauces por los que nos llega (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 243).

4093 Por lo tanto, hermanos, no tengáis en poco esas faltas, a las que tal vez os habéis habituado ya. La costumbre llega a conseguir que no se aprecie la gravedad del pecado. Lo que se endurece pierde la sensibilidad. Lo que se halla en estado de putrefacción no duele, no porque esté sano, sino por muerto. Si al pincharnos en algún sitio nos duele, es que esa parte está sana u ofrece posibilidad de curación. Si no nos duele está ya muerta; hay que cortarla (SAN AGUSTÍN, Sermón 17).

4094 Que os veáis con tan gran determinación de no ofender al Señor y que perderíades mil vidas antes que hacer un pecado mortal, y de los veniales estéis con mucho cuidado de no hacerlos de advertencia, que de otra suerte, ¿quién estará sin hacer muchos? Mas hay una advertencia muy pensada, y otra tan de presto, que casi haciendo el pecado venial y adviniendo en todo uno, que no nos pudimos entender (SANTA TERESA, C. de perfección, 41, 3).

4095 Si tuviésemos fe y si viésemos un alma en estado de pecado mortal, nos moriríamos de terror (SANTO CURA DE ARS, citado por Juan XXIII, en Carta Sacerdotii nostri primordia).

4096 Si estamos atentos, comprenderemos que hay muertes más temibles que la de Lázaro: todo hombre que peca, muere. Todo hombre teme la muerte corporal; pero hay pocos que teman la muerte del alma. Para evitar la inevitable muerte física, todos hacen grandes esfuerzos: es el verdadero sentido de sus empresas El hombre mortal se esfuerza por no morir, y el hombre destinado a vivir eternamente, ¿no se ha de esforzar en no pecar? (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 49).

Huir de las ocasiones

4097 Hemos de huir siempre del pecado, pero la tentación del pecado hay que vencerla unas veces huyendo y otras ofreciendo resistencia. Huyendo cuando el continuo pensamiento aumenta el incentivo del pecado, como sucede en la lujuria [...]. Resistiendo, empero, cuando el pensar detenidamente en el objeto que la provoca ayuda a alejar el peligro que precisamente nace de no considerarlo bien. Tal es el caso de la pereza espiritual o acidia, porque cuanto más pensamos en los bienes espirituales, más nos agradan y más desaparece el tedio que provocaba el conocerlos superficialmente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 1).

4098 Hay tres cosas que apartan al hombre del pecado: el temor del infierno o la sanción de las leyes eternas, la esperanza y deseo del reino de los cielos y el afecto al bien por si mismo y el amor de las virtudes (CASIANO, Colaciones, 11).

4099 Un buen médico no se conforma con curar las manifestaciones externas de la enfermedad, sino que ataca las causas, para evitar recaídas. Cristo, de manera semejante, quiere que arranquemos las raíces de los pecados (SANTO TOMÁS, Sobre los mandamientos, 1. c., p. 266).

El pecado y su castigo

4100 Cae en las tinieblas exteriores el que voluntariamente y por culpa suya cayó en las interiores; y contra su voluntad sufre allí las tinieblas del castigo, el que mantuvo aquí con gusto las tinieblas del placer (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).

4101 Donde hay pecado allí hay pena; y porque pecó mucho con la lengua, fue más atormentado en ella (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 250).

4102 Se nos dice que en aquel lugar habrá llanto y crujir de dientes; de suerte que allí rechinarán los dientes de los que, mientras estuvieron en este mundo, se gozaban en su voracidad; llorarán allí los ojos de aquellos que en este mundo se recrearon con la vista de cosas ilícitas; de modo que cada uno de los miembros que en este mundo sirvió para la satisfacción de algún vicio, sufrirá en la otra vida un suplicio especial (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).

4103 Aquel que en su propia eternidad peca contra Dios, será castigado en la eternidad de Dios; y se dice que alguien peca en su eternidad, no sólo por la continuación del acto pecaminoso durante toda la vida del hombre, sino también porque, al proponerse el pecado como su propio bien, tiene la intención de pecar eternamente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 87, a. 2 ad l).

4104 Siendo infinita la culpa del pecado mortal, puesto que va contra el bien infinito, es decir, contra Dios, cuyos mandamientos desprecia el pecador, el castigo merecido por el pecado mortal es infinito (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 6, 1. c., p. 64).

La continua vigilancia

4105 El diablo no permite a aquellos que no velan, que vean el mal hasta que lo han consumado (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 345).

4106 Por no pensar con frecuencia en nuestra última hora, cometemos muchos pecados; porque si pensáramos que el Señor ha de venir y que nuestra vida ha de concluir pronto, pecaríamos menos (TEOFILO, en Catena Aurea, vol. VI, p. III).

4107 No tiene gran importancia escapar a la muerte si es por poco tiempo y hay que morir después; pero gran cosa es escapar a la muerte de manera definitiva, como ocurre con nosotros, por quienes Cristo nuestra Pascua se ha inmolado (ORIGENES, Hom. para el tiempo Pascual).

4108 No sabemos cuán grande es un pecado. No sabemos cuán sutil y penetrante es su mal. Da vueltas a nuestro alrededor y entra por cada rendija, o mejor, por cada poro. Es como el polvo, que todo lo cubre, contaminándonos por todos los lados, y hace necesaria una atención y limpieza constantes (CARD. J.H. NEWMAN, Dom. de Septuagésima, Sermón del juicio).

4109 El que no es mortificado en si, presto es tentado y vencido de cosas bajas y viles (Imitación de Cristo, 1, 6, 1).

Todos somos pecadores

4110 (Y perdónanos nuestras deudas...). Por lo que se nos advierte necesaria y saludablemente que somos pecadores, puesto que se nos invita a que roguemos por nuestros pecados. Y para que no haya nadie que se tenga por inocente [...], se le advierte que peca todos los días, porque se manda orar por los pecados cotidianamente (SAN CIPRIANO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 367).

4111 Es propio de los justos, a causa de su humildad, desmentir diligentemente, y de una en una, sus buenas obras narradas en presencia de los mismos; y es propio de los poco rectos dar a entender –excusándose– que no tienen culpas, o que son leves y pocas (ORIGENES, en Catena Aurea, vol. III, p. 247).

4112 No hay pecado ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea capaz de cometer por razón de mi fragilidad, y si aún no lo he cometido es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado en el bien (SAN AGUSTÍN, Confesiones, 2, 7).

4113 Al mandarnos que pidamos cada día el perdón de nuestros pecados, nos enseña que cada día pecamos, y así nadie puede vanaglorirarse de su inocencia ni sucumbir al orgullo (SAN CIPRIANO, Trat. sobre la oración, 18).

4113b Solo Dios perdona los pecados (cfr. Mc 2, 7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2, 10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc 2, 5) (cfr. Lc7, 48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cfr. Jn 20, 21-23) para que lo ejerzan en su nombre (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1441).

4113c Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la reconciliación" (2Co 5, 18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2Co 5, 20) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1442).