CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

INSTRUCCIÓN PASTORAL

"LA EUCARISTÍA,

ALIMENTO DEL PUEBLO PEREGRINO"

Ante el Congreso Eucarístico Nacional

de Santiago de Compostela

Y EL GRAN JUBILEO DEL 2000

Introducción: Motivos de esta Instrucción

El Congreso Eucarístico de Santiago de Compostela

1. "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre" (Sal 116, 1 (Vg 115), 12-13). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias, brotan de lo más hondo de nuestro corazón cuando nos disponemos a celebrar un Congreso Eucarístico de las Iglesias particulares de España en Santiago de Compostela junto al sepulcro del Apóstol, y la peregrinación del Episcopado Español en el Año Jubilar Compostelano. El Congreso Eucarístico (statio Ecclesiarum) es culminación de una serie de acciones promovidas por nuestra Conferencia Episcopal para subrayar el interés por la dimensión evangelizadora, del que son exponentes también el Congreso de Pastoral Evangelizadora "Jesucristo, la Buena Noticia", en 1997 en Madrid, 1 y los Congresos Mariano y Mariológico "María, Evangelio vivido", en 1998 en Zaragoza.2

2. "Reunidos en comunión con toda la Iglesia", 3 con el Papa Juan Pablo II y con el Obispo diocesano de Santiago de Compostela, los obispos de la Conferencia Episcopal Española vamos a alzar el Cáliz eucarístico invocando el Nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la Víctima Santa, para pedir al Padre, por Jesucristo su Hijo Nuestro Señor, una nueva efusión del Espíritu Santo sobre nuestras respectivas comunidades eclesiales a las puertas del tercer milenio.

Peregrinación del Episcopado

3 . Nuestra presencia en Santiago de Compostela, acompañados de una numerosa representación de los presbíteros y de los diáconos, de los religiosos y religiosas y de los fieles laicos de nuestras respectivas Iglesias diocesanas, expresa la comunión existente en cada una de ellas y de todas entre sí en torno a la Eucaristía. Pero al mismo tiempo quiere responder también a nuestro deseo de vivir nosotros mismos, como obispos, la experiencia religiosa de la peregrinación jacobea en el clima del último año de la preparación del Gran Jubileo del Nacimiento del Señor, año dedicado al Padre, "del cual se descubre cada día su amor incondicionado por toda criatura humana, y en particular por el "hijo pródigo" (cf. Lc 15, 11-32) ".4

4. Nuestra peregrinación obedece al deseo personal de una mayor conversión y de un más profundo encuentro con el Padre de las misericordias (cf. 2Co 1, 3). Por eso acudimos a Santiago de Compostela en "el año de la gran perdonanza", uniéndonos a todos los que han hecho y harán la peregrinación con espíritu de purificación interior para participar en la pascua sacramental de la Penitencia y de la Eucaristía.5 En efecto, junto a la Eucaristía como banquete festivo y "alimento del pueblo peregrino", está la Penitencia que significa y otorga el abrazo de perdón y de reconciliación del Padre misericordioso.

Impulso para la Evangelización

5 . Como sucesores de los Apóstoles vamos a la casa del "Amigo del Señor" para reencontrarnos nosotros mismos con los orígenes apostólicos de nuestra tradición cristiana en ese sugestivo lugar, y evocar el carácter itinerante de los mensajeros del Evangelio que recorren el mundo para cumplir el mandato de Jesús de evangelizar a todos los pueblos (cf. Mc 16, 15). Por otra parte los numerosos caminos que desembocan en Santiago de Compostela, jalonados de iglesias, monasterios, hospitales y de otros monumentos, ponen de manifiesto la fe cristiana, la devoción eucarística y la caridad fraterna de las comunidades que los levantaron y que se esfuerzan en mantenerlos abiertos para acoger y servir a los peregrinos.

El sepulcro de Santiago el Mayor, "el primero entre los apóstoles que bebió el cáliz del Señor", 6 constituye también para nosotros, sucesores de aquellos y depositarios de la tradición apostólica en las tierras de España, un poderoso reclamo y un luminoso testimonio. Él es nuestro padre en la fe (cf. 1Co 4, 15), abogado y protector de nuestras gentes, cuyo patrocinio ha contribuido de manera decisiva a edificar nuestras Iglesias y a mantener la unidad de la fe que profesan todas las regiones y pueblos que integran España y que se ha dilatado por otros continentes. 7 Al acudir a Santiago de Compostela somos conscientes de que, con la ayuda del Apóstol "hijo de Zebedeo" y "hermano de Juan" (cf. Mc 1, 19-20; Hch 12, 2), continuamos escribiendo una historia común y al mismo tiempo abierta a todos los países de la tierra.

6. Junto a la memoria del Apóstol Santiago, piadosamente custodiada por la Iglesia Compostelana, hemos de meditar una vez más en lo que constituye el gran reto de nuestras Iglesias en la hora presente y la constante de todos nuestros programas pastorales: "anunciar a Jesucristo con hechos y palabras", intensificando la acción evangelizadora en todos los ámbitos de la vida personal y social y por todos los medios a nuestro alcance.8 Alentados por el ímpetu misionero del "hijo del trueno" (cf. Mc 3, 17) recordaremos también a los misioneros y misioneras oriundos y enviados de nuestras Iglesias que, esparcidos por toda la tierra, dedican sus vidas a sembrar la semilla evangélica y a contribuir al crecimiento del Reino de Dios al servicio de otras comunidades eclesiales.

7. Pero la evangelización, aspecto fundamental de todo programa de acción pastoral, queremos recordarlo una vez más, "consiste en proclamar y vivir el anuncio gozoso del Evangelio de la gracia, por medio de la acción del Espíritu que el Señor Jesús Resucitado envió desde el Padre a su Iglesia en Pentecostés".9 En Santiago nos sentimos de nuevo enviados y fortalecidos para afrontar las nuevas situaciones y ofrecer a nuestra sociedad el mensaje de la salvación, como un servicio evangelizador en el amor y la verdad. A todos nuestros conciudadanos queremos decirles que el mundo ya ha sido salvado por Jesucristo y que está siendo liberado por la acción santificadora del Espíritu que opera permanentemente en la Iglesia y en la sociedad y en el corazón de los que escuchan la invitación a reconocer su pecado y a convertirse.

Propósito y destinatarios de esta Instrucción

8. Los días del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago de Compostela serán días de peregrinación y de conversión, de estudio y de celebración en torno al misterio eucarístico en la perspectiva del Gran Jubileo del 2000. Por eso, teniendo en cuenta que "el dos mil será un año intensamente eucarístico", 10 en el curso del cual se celebrará también un Congreso Eucarístico Internacional en Roma del 18 al 25 de junio, hemos querido dirigir una Instrucción pastoral a todo el pueblo de Dios, centrada en el tema del Congreso que vamos a celebrar en Compostela: "La Eucaristía, alimento del pueblo peregrino", para preparar más intensa y profundamente estos acontecimientos. Pero sin perder de vista que estamos todavía en el tercero y último año de la preparación al Gran Jubileo, en el que somos invitados a emprender un camino de auténtica conversión como liberación del pecado y como elección del bien. En este sentido queremos recordar una vez más la importancia del sacramento de la Reconciliación y de su íntima conexión con el misterio de la Eucaristía.

9. Queremos, pues, compartir con todos los hermanos y hermanas en la fe nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros y, en consecuencia, que la Eucaristía que Él entregó a la Iglesia como memorial permanente de su Sacrificio pascual es "centro, fuente y culmen" de la vida de la comunidad cristiana (I parte) y comunión que sella la conversión y la reconciliación (II parte). Por último deseamos ofrecer algunas sugerencias prácticas para la celebración del Gran Jubileo en su vertiente eucarística (III parte).

I. La Eucaristía en el centro de la comunidad cristiana

En la perspectiva de la celebración jubilar

10. El Congreso Eucarístico que vamos a celebrar, situado en la perspectiva de la celebración del Gran Jubileo del 2000, nos ayudará a prepararnos para vivir la realidad siempre hermosa y estimulante, propuesta por el Papa al anunciar el acontecimiento jubilar: que "en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina".11 La Eucaristía, memorial y presencia sacramental de Cristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8), trasciende los siglos y nos hace tomar conciencia de que Él es verdaderamente el Señor de la historia, el que renueva el orden cósmico de la creación y revela el plan de Dios sobre todo cuanto existe, y en particular sobre el hombre.12

11. El Gran Jubileo, entre los numerosos aspectos que comprende, 13 nos va a permitir contemplar el misterio de la Encarnación, es decir, la presencia del Hijo de Dios entre los hombres, 14 como un hecho que influye en nuestra vida y en la de nuestros pueblos. La dimensión histórica del hecho de la Encarnación y de su manifestación a los hombres en el Nacimiento de Jesucristo sólo puede celebrarse adecuadamente en su dimensión salvífica resaltando su "hoy" eclesial en la historia humana por medio de los tiempos litúrgicos y de los signos sagrados que, por la acción del Espíritu, la hacen actual y en cierto modo contemporánea de todas las generaciones.15 Entre esos signos sobresale justamente la Eucaristía.

El misterio de la Encarnación y el misterio de la Eucaristía

12. La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios de fe separados, sino que se iluminan mutuamente y alcanzan un mayor significado el uno al lado del otro. Existe por tanto una correlación entre el misterio de la Encarnación y el misterio eucarístico. El misterio de la Encarnación se refleja en el de la Eucaristía de manera que la unión del Dios eterno con la humanidad -el admirable "intercambio" que canta la liturgia de Navidad- se proyecta en la participación sacramental eucarística, que "nos hace compartir la vida divina de Aquel que (hoy) se ha dignado compartir con el hombre la condición humana".16 Por eso en la sagrada Comunión "nos transformamos en lo que recibimos", es decir, en el Cuerpo de Cristo.17 Ahora bien, en la participación eucarística no se encarna el Hijo de Dios en los fieles como lo hizo en la Santísima Virgen María, pero nos comunica su misma vida divina como Él mismo prometió en la sinagoga de Cafarnaún (cf. Jn 6, 48-59).

13. La comunicación de la vida divina que procede del amor infinito del Padre llega a las criaturas humanas a través de la humanidad del Hijo Jesucristo, vivificada por el Espíritu Santo en la Pascua. La Eucaristía, en virtud del mismo Espíritu, perfecciona y hace culminar la incorporación de los fieles a Cristo producida por el Bautismo y la Confirmación. De este modo los que formamos un solo cuerpo al comer del mismo Pan (cf. 1Co 10, 16-17) somos término también de la donación eterna de amor del Padre al Hijo revelada en la Encarnación (cf. Hb 1, 5-6) y prolongada misteriosamente en la comunión eucarística.18 La Encarnación y la Eucaristía han abierto a los hombres el acceso al misterio de la Trinidad y al mismo tiempo han hecho posible el acontecimiento de la Iglesia, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu para alabanza de la gloria del Padre, 19 superando las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.20

Bajo la acción del Espíritu Santo

14. Cuando en la última Cena Cristo anunció que daba su "Cuerpo entregado" por nosotros y su "Sangre derramada" por toda la humanidad (cf. Mt 22, 26-28 y par.), estaba comunicando la vida divina como don de toda la Trinidad, pero bajo forma sacramental. A partir de entonces la celebración eucarística, cumplimiento del mandato del Señor para anunciar su muerte y proclamar su resurrección hasta su última venida (cf. 1Co 11, 24-26), hace presente el misterio trinitaria en la asamblea de los fieles constituyéndola como Iglesia. En la celebración eucarística se pone de manifiesto, desde la invocación inicial hasta la bendición final, que la Iglesia es una "muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".21

15. Pero de la misma manera que "lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la Iglesia", 22 así también la comunicación de la vida divina en la vida de la Iglesia a través de la Eucaristía es también una realidad que sólo puede existir en el Espíritu Santo y bajo su acción. La celebración eucarística es un verdadero acontecimiento de gracia y de salvación (kairós).23 Por eso la misión del Espíritu Santo en la celebración eucarística es tan importante: "preparar la asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de los creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia".24

16. El Espíritu Santo no sólo es "la memoria viva de la Iglesia", 25 facilitando la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios a los que la escuchan en el interior de sus corazones, 26 sino que suscita la acción de gracias y la alabanza y actualiza en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son celebrados, especialmente el misterio pascual de Jesucristo, centro de toda acción litúrgica.27 La gran obra del Espíritu en la Eucaristía es la "admirable conversión" de los dones sagrados en el Cuerpo y Sangre de Cristo, para que los que van a recibirlos, "llenos del Espíritu formen en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu".28

La presencia del Señor hasta el fin de los tiempos

17. La correlación entre el misterio de la Encarnación y el misterio eucarístico se produce también en la continuidad temporal de su morada en medio de nosotros. El Hijo de Dios que se hizo hombre para habitar entre nosotros (cf. Jn 1, 14), una vez ofrecido en la cruz y transformada su humanidad por el poder del Espíritu en la resurrección, cumple la promesa de permanecer como "Enmanuel", es decir, "Dios con nosotros" (Mt 1, 23) todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20), haciéndose presente de muchos modos y en distintos grados de presencia, como enseñó el Concilio Vaticano II.29

18. Sin embargo entre todos estos modos y grados sobresale el que se produce bajo los signos sacramentales del pan y del vino consagrados por la acción santificadora del Espíritu. Nos referimos a la presencia llamada "real" por antonomasia, presencia no meramente simbólica sino "verdadera" y "substancial", expresada y realizada eficazmente según la fe de la Iglesia.30 Por eso hacer del Gran Jubileo un "año intensamente eucarístico" será el reconocimiento y la proclamación de que la Eucaristía es el modo más eminente de "hacer memoria" y de "celebrar" el acontecimiento de la entrada de Dios en la historia humana y de la penetración por la eternidad del tiempo de los hombres.31

19. Aquel cuya delicia es "estar con los hijos de los hombres" (cf. Pr 8, 31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto de modo especial en el misterio de la Eucaristía que la "plenitud de los tiempos" (cf. Ga 4, 4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo evocan y perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo en la Eucaristía hacía exclamar a Santa Teresa de Jesús: "Hele aquí compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros".32 Juan Pablo II, cuando propuso la preparación inmediata del Gran Jubileo "desde Cristo y por Cristo, en el Espíritu Santo, al Padre", 33 recordó también que era necesario unir "la estructura de la memoria con la de la celebración, no limitándonos a recordar el acontecimiento sólo conceptualmente, sino haciendo presente el valor salvífico mediante la actualización sacramental".34

La Eucaristía, alimento de los que peregrinan

20. Pero la Eucaristía es también el pan que sostiene a cuantos peregrinamos en este mundo, como lo fue para Elías en el camino hacia el monte Horeb (cf. 1R 19, 4-8): "¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!".35 Los signos elegidos por el Señor, el pan y el vino, denotan el carácter de la Eucaristía estrechamente vinculado a nuestra vida espiritual como lo es la comida y la bebida naturales para nuestro cuerpo. El mismo Cristo lo anunció así: "Si no coméis mi Carne y no bebéis mi Sangre no tenéis vida en vosotros; el que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene la vida eterna" (Jn 6, 54-55).36 La Eucaristía es invitación a todos los que están cansados y agobiados o tienen hambre y sed de salvación (cf. Mt 5, 6; 11, 28), en cualquier necesidad de bienes básicos para vivir, de salud y de consuelo, de justicia y de libertad, de fortaleza y de esperanza, de misericordia y de perdón. Por eso es alimento que nutre y fortalece tanto al niño y al joven que se inician en la vida cristiana como al adulto que experimenta su propia debilidad y, de modo singular es "viático" para quienes están a punto de dejar este mundo.

21. La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). La comunión eucarística se convierte así en germen de resurrección y en soporte de nuestra esperanza en la transformación futura de nuestros cuerpos mortales.37 Pero al mismo tiempo hace de nosotros un solo cuerpo en Cristo (cf. 1Co 10, 16-17) y nos hace vivir en el amor y ser solidarios con todos nuestros hermanos: "Como exhortaba san Pablo a los fieles de Corinto, es una contradicción inaceptable comer indignamente el Cuerpo de Cristo desde la división o la discriminación (cf. 1Co 11, 18-21). El sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. No se puede recibir el cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos".38

La Eucaristía y la Iglesia como comunión

22. En la celebración eucarística todos los fieles que peregrinamos en esta vida somos los convidados del Padre, feliz de acoger a sus hijos en su casa y de ofrecerles la comida festiva de la reconciliación y del perdón que les ha devuelto su dignidad.39 En la Eucaristía "la Sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado" (Pr 9, 2-3.5).40 Nuestra asistencia y participación es indispensable, pero es el Padre el que invita, movido por el mismo amor que le impulsa a salir a nuestro encuentro, el amor que se traduce en misericordia y se manifiesta en la alegría.41No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc 15, 28-30).

23. Pero debemos hacerlo acompañados de todos los que forman parte de la "familia de Dios" y son hermanos nuestros por ser hijos del mismo Padre celestial, aunque hayan dilapidado su dignidad, porque por encima de todo siguen siendo hijos a los que el Padre, con inmensa piedad, mira como tales. El Padre que nos invita a que miremos como Él a nuestros hermanos y a acogerlos a pesar de las diferencias, nos alimenta con el Pan vivo que ha bajado del cielo según el anuncio de Jesús: "Mi Padre es quien os da el verdadero Pan del cielo" (Jn 6, 32). La iniciativa ha partido de Él y forma parte del cumplimiento del plan divino de salvación oculto desde la eternidad, manifestado en Jesucristo y dado a conocer por la predicación apostólica.42

24. La Eucaristía se inscribe por tanto en el acontecimiento de la Alianza y de la experiencia del pueblo de Dios. En el curso de la historia el Padre ha permitido a su pueblo vivir y revivir los hechos de la salvación actualizando en la memoria ritual la bondad de Dios y su amor al hombre (cf. Tt 3, 4). Este amor ha llegado a su cumbre con el envío del Hijo Jesucristo, para ser inmolado por nuestros pecados.43 Ahora el Hijo se nos da como comida y bebida espiritual, esto es, santificada por el Espíritu.44 La Eucaristía es el memorial de la nueva Alianza sellada en la Sangre de Cristo, 45 y su fruto es la misteriosa comunión que une en el misterio de la Iglesia a los bautizados con Cristo y a éstos entre sí como sarmientos de la única vid (cf. Jn 15, 5 ).46

La Eucaristía y la misión de la Iglesia

25. Y de la Iglesia como comunión a la misión de la Iglesia, gracias a la Santa Misa, porque "la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles ("missio") a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana".47 Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto.48 En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el Evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso la Eucaristía es fuente permanente de la misión de la Iglesia. Todo aquel que participa intensamente en la celebración eucarística y ha reconocido la presencia del Señor, se sentirá llamado a transmitir a los demás la buena nueva: "Id y anunciad a mis hermanos" (Mt 28, 10).49 En la Eucaristía se encuentra la fuente de todo apostolado y de todo compromiso en favor de la paz y de la justicia.50 En efecto, "de la Eucaristía mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin".51

La Eucaristía y el año litúrgico

26. La Eucaristía se sitúa en la historia de la salvación de los hombres y la hace avanzar hacia su consumación. Por eso convierte el tiempo de nuestra vida en un permanente "año de gracia del Señor" (cf. Lc 4, 19). El anuncio de Jesús en la sinagoga de Nazaret fue la constatación de que había llegado ya la salvación y de que comenzaba el "tiempo" tan deseado en el que se producía el anuncio de la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos y la liberación a los oprimidos.52 El "año de gracia del Señor", prefigurado en el año sabático y en el año jubilar bíblico, se actualiza hoy para nosotros en el curso del año litúrgico, que "reproduce todo el misterio de la Encarnación y de la Redención, comenzando por el primer domingo de Adviento y concluyendo en la Solemnidad de Cristo, Rey y Señor del universo y de la historia. Cada domingo recuerda el día de la resurrección del Señor".53

27. En el centro de este renovado "año de gracia del Señor" está la celebración eucarística, eje del año litúrgico y al mismo tiempo corazón que late en cada uno de los domingos, solemnidades, memorias y ferias que lo integran. La Eucaristía es en verdad la piedra preciosa engarzada en el anillo que forma cada ciclo completo de los misterios del Señor que la Madre Iglesia va recordando y reproduciendo en nosotros, desde que nos engendró en el Bautismo hasta que llegue el momento de confiarnos en las manos amorosas del Padre en el tránsito hacia la comunión perfecta. Gracias a la Eucaristía, Sacrificio sacramental de la Iglesia, toda nuestra existencia, transformada y asimilada a Cristo por la acción del Espíritu Santo, se hace "Sacrificio espiritual" y "ofrenda permanente para su alabanza".54

La Eucaristía y el domingo

28. Aunque esta realidad se produce en cada celebración eucarística, independientemente del día y del momento, ciertamente es la Eucaristía dominical la que posee una mayor capacidad significativa cuando la comunidad local se reúne con su propio pastor "para celebrar el misterio pascual: "leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura" (Lc 24, 27), celebrando la Eucaristía en la cual "se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte" y dando gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable (2Co 9, 15) en Cristo Jesús, "para alabar su gloria" (Ef 1, 12), por la fuerza del Espíritu Santo".55

29. En efecto, "la Eucaristía dominical, con la obligación de la presencia comunitaria y la especial solemnidad que la caracterizan... subraya con nuevo énfasis la propia dimensión eclesial, quedando como paradigma para las otras celebraciones eucarísticas. Cada comunidad, al reunir a todos sus miembros para la "fracción del pan", se siente como el lugar en el que se realiza concretamente el misterio de la Iglesia".56 La celebración del domingo se convierte por tanto en un "signo de fidelidad al Señor", de "identidad cristiana" y de "pertenencia a la Iglesia".57

El misterio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana

30. La Eucaristía es con razón la fuente y la cima de toda vida cristiana. En la Eucaristía "se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y las cosas creadas, juntamente con él".58 Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía revivimos la experiencia de los discípulos en la tarde de aquel "día primero de la semana" cuando el Señor se les manifestó para darles su paz y comunicarles el don del Espíritu (cf. Jn 20, 21-22).

31. Entonces se cumplen también aquellas palabras de Jesús: "cuando fuere levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32), que aunque no referidas directamente a la Eucaristía, sin embargo, leídas en el contexto pascual en el que fueron dichas es evidente que ilustran oportunamente esa realidad gozosa, percibido solamente a la luz de la fe, pero atestiguada históricamente por quienes tuvieron el privilegio de comer y beber con Él después de la resurrección (cf. Hch 10, 41). Resulta admirable también en nuestros días el ejemplo de tantos cristianos, especialmente en las Iglesias más jóvenes y en las privadas de libertad, que en medio de dificultades de toda clase se esfuerzan en no faltar a la Eucaristía dominical, en la que encuentran el apoyo de su fe y en muchos casos la razón para perseverar en su dificil testimonio.

32. La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico, que tira de nosotros desde las regiones más apartadas de nuestra lejanía espiritual y nos une a Jesucristo y, por medio de Él y en el Espíritu Santo, nos hace entrar en comunión con el Padre y con todos los hermanos. Para asistir a la celebración eucarística debemos dejar nuestros asuntos, salir de nuestras casas y aun de nosotros mismos acogiendo a los demás como al propio Cristo, si queremos que el Señor, por ministerio del sacerdote, nos explique las Escrituras y parta para nosotros el Pan de la vida eterna (cf. Lc 24, 25-32). La Eucaristía es entonces un encuentro familiar, de la familia de los hijos de Dios, en torno a la mesa de la Palabra divina y del Cuerpo de Cristo, 59 un momento cargado de sentido y de transcendencia para quienes quieren vivir fraternalmente no sólo en el interior de la comunidad eclesial sino también en todos los demás ámbitos de su existencia.

La Eucaristía, centro de la Iglesia local

33. Pero la Eucaristía es también fuente y cima de toda la vida de la Iglesia, dado que "los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan".60 Por la Eucaristía vive, crece y se desarrolla la Iglesia presente en cada una de las comunidades locales de los fieles unidos a sus pastores, 61 misterio de comunión en el que se superan todas las divisiones y se restaura una unidad que trasciende los vínculos familiares, étnicos, socioculturales o de cualquier tipo.62 Es "la comunión del Espíritu Santo" (2Co 16, 13, cf. Hch 2, 42) que une a todos los hijos de Dios dispersos y se hace patente no sólo en la diversidad de carismas, ministerios y funciones que enriquecen a la Iglesia, 63 sino muy especialmente en la misma celebración eucarística que constituye la principal manifestación de la Iglesia.64

34. Por eso la Eucaristía como misterio de unidad y de amor, verdadera comunicación de la vida trinitaria a los hombres por Jesucristo en el Espíritu Santo, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida eclesial en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios. La centralidad del misterio eucarístico requiere también que en todas las comunidades cristianas, especialmente en las parroquias en las que se concreta de manera más plena la Iglesia particular confiada al Obispo, se dé a la Eucaristía como sacramento permanente el culto que le corresponde de acuerdo con la doctrina y las orientaciones actuales de la Iglesia.65 De la misma manera es necesario que todos los fieles valoren el significado de la Eucaristía como misterio que representa y realiza la unidad de todos los fieles en la única Iglesia y oren para que todos los creyentes en Cristo podamos compartir un día el mismo cáliz eucarístico.66

Dimensión escatológica de la Eucaristía

35. Ahora bien, la Iglesia que existe en un determinado lugar y que se manifiesta en cuanto tal cuando se reúne para la Eucaristía, no está formada únicamente por los que integran la comunidad terrena. Existe una Iglesia invisible, la "Jerusalén celeste" que desciende de arriba (cf. Ap 21, 2). Por eso "en la liturgia terrena preguntamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero".67 Pero además están los fieles difuntos que se purifican a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. A ellos estamos unidos también en el Sacrificio eucarístico, que constituye el más excelente sufragio por los difuntos y el signo más expresivo de las exequias.68

36. Es toda la comunidad eclesial la que es asociada como Esposa de Cristo al culto que Éste rinde al Padre para su gloria y santificación de los hombres, de modo que la celebración de la Eucaristía hace visible esta función sacerdotal a través de los siglos.69 Asistida por el Espíritu Santo la Iglesia peregrinante se mantiene fiel al mandato de "comer el pan" y "beber el cáliz", anunciando la muerte y proclamando la resurrección del Señor a fin de que venga de nuevo para consumar su obra (cf. 1Co 11, 26). En la presencia y bajo la acción del Espíritu toda celebración de la Eucaristía es súplica ardiente de la Esposa: "¡Marana tha! ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20; (cf. 1Co 12, 3).

II. La Eucaristía y el sacramento del perdón divino

En el año dedicado al Padre de las misericordias

37. La Eucaristía en su dimensión escatológico no mira solamente a los últimos tiempos. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia prepara también para el encuentro actual de comunión con el Padre y con los hermanos en el cuerpo de Cristo. Nos encontramos en el año dedicado al Padre Dios. Hace unos meses, al término de la LXX Asamblea Plenaria de noviembre de 1998, dábamos a conocer una Instrucción pastoral titulada "Dios es amor" para hablaros de una manera sencilla y directa de Dios. Del Padre os decíamos "que se alegra del amor de los suyos y sale cada día al camino para ver si vuelve el hijo que se ha ido de casa; el que acoge sin resentimiento alguno a quien regresa a Él, pues aborrece el pecado, pero ama a los pecadores >(Lc 15)".70

38. No olvidamos, por tanto, que este año nos exige a todos emprender un camino de auténtica conversión y de redescubrimiento del valor y de la necesidad del sacramento de la Penitencia en su significado más profundo.71Por eso, como ocurre en tantos aspectos de la misión de la Iglesia, todo ha de comenzar por la conversión. El hijo pródigo, cuando cayó en la cuenta de su situación y pensó en lo que había perdido, se dijo: "Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo"" (Lc 15, 18-19). La peregrinación que en este Año Jubilar Compostelano emprenden numerosas personas de toda edad y condición social, desearíamos que fuese antes que otra experiencia, "un camino de conversión sostenida por la firme esperanza en la infinita profundidad y fuerza del perdón de Dios".72

La puerta santa que da acceso a la comunión con Dios

39. "La Iglesia del nuevo Adviento, la Iglesia que se prepara continuamente a la nueva venida del Señor, debe ser la Iglesia de la Eucaristía y de la Penitencia".73 Está bien recordarlo cuando nos disponemos a entrar en un nuevo siglo y en un nuevo milenio, cuyos signos son la puerta santa de la Catedral de Santiago en este Año Jubilar Compostelano y las puertas de las basílicas romanas que se abrirán en la próxima Navidad. También en muchas de nuestras catedrales existen "puertas" y "pórticos" del perdón, por los que entraremos procesionalmente con el pueblo de Dios para inaugurar en nuestras Iglesias particulares el Gran Jubileo de acuerdo con la Bula de convocatoria "Incarnationis Mysterium".74

40. Atravesar esos umbrales no es un gesto mágico pero tampoco banal o carente de significado: la puerta santa "evoca el paso que cada cristiano está llamado a dar del pecado a la gracia. Jesús dijo: "Yo soy la puerta" (Jn 10, 7), para indicar que nadie puede tener acceso al Padre si no a través de Él. Esta afirmación que Jesús hizo de sí mismo significa que sólo Él es el Salvador enviado por el Padre. Hay un solo acceso que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios... A través de la puerta santa, simbólicamente más grande por ser final de un milenio, Cristo nos introducirá más profundamente en la Iglesia, su Cuerpo y Esposa".75 La puerta santa representa por tanto a Jesucristo en el que tenemos acceso al Padre (cf. Jn 14, 6).

De la Penitencia a la Eucaristía

41. El gesto de entrar en la iglesia a través de la puerta santa en "el año de gracia del Señor" debe ir unido a la celebración de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía si de verdad queremos tener acceso al amor misericordioso del Padre. En ambos sacramentos actúa la fuerza redentora y sanante del misterio pascual de Jesucristo por la virtud del Espíritu Santo, y la Iglesia es consciente de que la Eucaristía es "sacrificio de reconciliación y alabanza".76 Sin embargo un sacramento no puede sustituir al otro, de manera que ambos son necesarios. La desafección que se advierte desde hace años hacia el sacramento de la Penitencia tiene como origen, entre otras causas, el olvido de la íntima conexión que existe entre uno y otro sacramento.

42. La Eucaristía es ciertamente comunicación de la vida divina que ha entrado en el mundo con la Encarnación del Hijo de Dios y llega a nosotros de la manera más plena en la comunión sacramental eucarística, como se ha dicho más arriba (cf. n. 12-13). Pero sólo se puede acceder a la Eucaristía con las debidas disposiciones, es decir, después de remover todo obstáculo que se anteponga a esa comunión en el amor del Padre. El mismo Señor que ha dicho: "Tomad y comed" (cf. Mt 22, 26, par.) es el que dice también: "Convertíos" (cf. Mc 1, 15). Y el apóstol San Pablo extrae esta importante consecuencia de la advertencia hecha a la comunidad de Corinto ante el abuso que suponía hacer de menos a los pobres en las reuniones fraternas: "Examínese cada uno a sí mismo y entonces coma del pan y beba del cáliz" (1Co 11, 28).

43. Para que la Eucaristía sea verdaderamente el centro de nuestra vida cristiana, es necesario acoger también la llamada del Señor a la conversión y reconocer el propio pecado (cf. 1Jn 1, 8-10) en el sacramento instituido precisamente como medio eficaz del perdón de Dios.77 Esta necesidad es aún mayor cuando se tiene conciencia de pecado grave, que separa al creyente de la vida divina y lo excluye de la santidad a la que está llamado. Acercarse al ministerio de la Iglesia para convertirse más eficazmente y especialmente para recuperar la gracia de la justificación, significa ser reintegrados en la plena comunión eclesial, es decir, en la vida de la unión con toda la Trinidad, que tiene su realización más cumplida en el misterio eucarístico.78

44. Al recordar esta doctrina queremos llamar la atención de aquellos fieles cristianos que no tienen inconveniente en comulgar con relativa frecuencia y, sin embargo, no suelen acercarse al sacramento de la Penitencia. Hubo un tiempo en que muchas personas creían necesario confesarse cada vez que iban a comulgar. Hoy resulta especialmente llamativo el fenómeno contrario, que no podemos menos de advertir con preocupación todos los pastores. La Eucaristía es ciertamente la cima de la reconciliación con Dios y con la Iglesia que se efectúa en el sacramento de la Penitencia. Por eso no basta de suyo la participación eucarística para recibir el perdón de los pecados, salvo cuando éstos son veniales.79

45. No obstante, como decíamos en la Instrucción pastoral sobre el sacramento de la Penitencia: "Dejaos reconciliar con Dios": "La Iglesia enseña que la perfecta contrición justifica plenamente antes de recibir la absolución sacramental, aunque no sin relación a ella. Por esto, cuando los cristianos en pecado grave tienen urgencia de comulgar y no tienen oportunidad de confesarse previamente, pueden acercarse a la comunión previo el acto de contrición perfecta y con la obligación de confesar los pecados graves en la próxima confesión... El pecado es perdonado por la perfecta contrición que incluye el propósito de la Penitencia sacramental y, por ello, la mediación de la Iglesia, necesaria, por voluntad de Cristo, para conseguir cualquier gracia. De ahí la obligación de confesar después los pecados mortales".80 No es por tanto suficiente el arrepentimiento de los pecados si se excluye o falta culpablemente el propósito de acudir a la Penitencia. Por eso la ausencia de este propósito invalida la absolución impartida de modo general incluso en los casos en los que esté permitida.81

De la Eucaristía a la Penitencia

46. Pero la misma participación en la Eucaristía contiene también una invitación a volver a la Penitencia. "En efecto, cuando nos damos cuenta de quién es el que recibimos en la comunión eucarística, nace en nosotros casi espontáneamente un sentido de indignidad, junto con el dolor de nuestros pecados y con la necesidad interior de purificación".82 El sacramento de la Penitencia en todo caso está situado en el marco de la orientación a Dios de toda nuestra vida, ya que la conversión es una actitud permanente hacia Él. En este sentido "sin ese constante y siempre renovado esfuerzo por la conversión, la participación en la Eucaristía estaría privada de su plena eficacia redentora, disminuiría o, de todos modos, estaría debilitada en ella la disponibilidad especial para ofrecer a Dios el sacrificio espiritual, en el que se expresa de manera esencial y universal nuestra participación en el sacerdocio de Cristo".83

La indulgencia jubilar

47. En este contexto de la reconciliación con Dios y con la Iglesia que se produce en el sacramento de la Penitencia y que culmina en la Eucaristía en la que está presente Cristo Salvador, nuestra paz y nuestra reconciliación, se enmarca también el don de la Indulgencia jubilar. Las características y condiciones de esta indulgencia son explicadas en la Bula "Incarnationis Mysterium" del Papa Juan Pablo II y en el Documento anexo de la Penitenciaría Apostólica: "En la indulgencia se manifiesta la plenitud de la misericordia del Padre, que sale al encuentro de todos con su amor manifestado en primer lugar con el perdón de las culpas".84;Por eso todo el camino jubilar, preparado por la peregrinación, tiene como momentos culminantes la celebración de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, encuentro transformador que abre al don de la indulgencia para uno mismo y para los demás.

48. La indulgencia jubilar reviste en esta ocasión algunas novedades en cuanto a la amplitud de modos como los fieles pueden beneficiarse de ella en Roma y en las Iglesias particulares, supuestas las condiciones generales establecidas por la Iglesia.85 Pero queremos recordaros también que la peregrinación al sepulcro del Apóstol Santiago, en el Año Jubilar Compostelano, goza de este singular don con el que la Iglesia quiere acudir en ayuda de cada cristiano en la satisfacción de la pena debida por los pecados e impulsarlo a hacer obras de justicia y caridad, entre las que se encuentra la aplicación de esta misma gracia a los difuntos.86 El don de la indulgencia jubilar es un gesto amoroso de la Iglesia en favor de sus hijos, al disponer de los méritos de Jesucristo y de los santos, interpretando así el misterio del amor inmenso del Padre, "que se inclina sobre toda debilidad humana para acogerla en el abrazo de su misericordia".87

Obras de misericordia y de caridad

49. No queremos dejar de aludir también a lo que constituye una consecuencia espontánea de haber encontrado el abrazo misericordioso del Padre en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Nos referimos a la práctica de la justicia y de la caridad como fruto y compromiso al mismo tiempo de cuanto hemos vivido y realizado. En la Penitencia tenemos acceso, mediante la humilde confesión de nuestro pecado (cf. Lc 15, 21), a la misericordia del Padre en la que se pone de manifiesto un amor que rebasa las exigencias de la justicia.88 En la Eucaristía ocurre algo semejante, ya que en el Sacrificio eucarístico Cristo actualiza la oblación de su vida movido por su amor "hasta el extremo" (Jn 13, 1 GA 2, 20). Y si Él, por voluntad del Padre, "dio la vida por nosotros, nosotros debemos darla por nuestros hermanos" (1Jn 3, 16).

50. El Padre, en efecto, "no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas" (Sal 103, 10). Tales serían las exigencias de la justicia, puesto que todo pecado aun contra el hombre contiene siempre una ofensa a Dios. Sin embargo el Padre no puede dejar de serlo y de manifestar su amor devolviendo al hijo arrepentido la dignidad perdida. El amor del Padre Dios "no lleva cuentas del mal..., disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites" (1Co 13, 5.7). De la misma manera debemos nosotros comportarnos con nuestros semejantes ofreciendo la paz y el perdón.89 Con la mirada puesta en el futuro y confiando en la fuerza infinita del amor del Padre "derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5, 5), deseamos que todos crean en la fuerza transformadora del amor cristiano y se dispongan a hacerlo efectivo en todas las relaciones humanas.

III. Para celebrar el Gran Jubileo en clave eucarística

"Un año intensamente eucarístico"

51. Al proponer la celebración del Gran Jubileo como "un año intensamente eucarístico", el Papa Juan Pablo II ha querido no solamente resaltar la continuidad histórica del acontecimiento de la encarnación en el misterio eucarístico, 90 sino también mostrar la íntima conexión entre el "año jubilar" y el "año litúrgico".91 Esto significa que toda programación jubilar ha de contar necesariamente con el despliegue del misterio de Jesucristo en el curso del año, tal como este misterio es evocado y celebrado por la Iglesia en los diferentes tiempos, solemnidades, fiestas y memorias. Junto a este sagrado recuerdo de la obra de salvación realizada por el Hijo de Dios hecho hombre, la Iglesia venera también la memoria de la Santísima Virgen María y de los Santos -en especial de los mártires- y otros acontecimientos de la vida de las Iglesias locales.92

52. Guía de todo este desarrollo es el propio calendario universal de la Iglesia con el que será necesario contar para toda programación pastoral orientada a la celebración del Gran Jubileo. Con este fin el "Calendario del Año Santo 2000" se ofrece como un instrumento modélico y pedagógico.93 Ahora bien, el conjunto de celebraciones litúrgicas, jubilares y eclesiales, tanto de ámbito universal como de ámbito local, ha de tener como referencia básica, reclamada por la fidelidad a los fines queridos por el Papa, el Leccionario de la Palabra de Dios de la Misa, especialmente de los domingos y solemnidades. El Leccionario es expresión auténtica de los contenidos de salvación que la Iglesia quiere recordar y actualizar en cada momento, dada la íntima conexión y "la articulación de la fe cristiana en palabra y sacramento".94

53. En esta "línea central" del itinerario cristológico-trinitario de la celebración jubilar destaca obviamente el Evangelio de cada día, en el que se proclaman "las palabras y las obras" de la actividad de Jesús que hacen del tiempo litúrgico, y por tanto jubilar, verdadero "año de gracia del Señor".95 Las celebraciones de los sacramentos y de los sacramentales y cualquier otra celebración, deberán estar impregnadas del sentido que les confieren los diferentes tiempos litúrgicos y tener su centro y cima en el misterio eucarístico.

Insistencia en la revalorización del domingo

54. La todavía reciente Carta Apostólica Dies Domini del Papa Juan Pablo II nos exhorta a los obispos a que nos preocupemos "de que el domingo sea reconocido por todos los fieles, santificado y celebrado como verdadero "día del Señor", en el que la Iglesia se reúne para renovar el recuerdo de su misterio pascual con la escucha de la Palabra de Dios, la ofrenda del sacrificio del Señor, la santificación del día mediante la oración, las obras de caridad y la abstención del trabajo".96 Cuanto insistamos en estos aspectos será poco en comparación de los grandes bienes que se derivan del domingo para "el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos", objetivo esencial de la celebración del Gran Jubileo.97 El domingo es un itinerario de formación cristiana permanente, insustituible en las condiciones de la sociedad actual. Por esto, al tiempo que os recomendamos la lectura de la Carta Apostólica del Papa, os invitamos a tomar de nuevo en las manos nuestra Instrucción pastoral "Sentido evangelizador del domingo y de las fiestas" y a poner en práctica las sugerencias que allí se hacen, especialmente de cara a la asamblea eucarística dominical.98

Catequesis sobre la Eucaristía

55. Es imprescindible también ayudar a los fieles a vivir el misterio eucarístico mediante una oportuna catequesis "la cual debe iniciarse por los misterios del año litúrgico y por los ritos y oraciones de la celebración, para esclarecer el significado de los mismos, sobre todo el de la gran oración eucarística, y conducir (a los fieles) a la percepción íntima del misterio que tales ritos significan y realizan".99 Obviamente esta catequesis debe ser acomodada a la cultura y a la índole de los destinatarios, y ha de comprender los principales contenidos de la doctrina de la fe en torno a tan gran Sacramento, 100 e inducir no sólo a celebrar la Eucaristía sino también a extender a otros momentos del día, mediante la adoración eucarística, las actitudes que se han vivido en la Santa Misa. La celebración de congresos eucarísticos a nivel diocesano o de una vicaría o zona pastoral con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional de Roma en el 2000, puede ser también un momento especialmente apto para realizar esta catequesis de manera más profunda y completa.

Iniciación de los niños y de los jóvenes

56. Mención particular merece la preparación de los niños a la primera participación eucarística. Esta preparación, que ha de ir precedida de la necesaria catequesis de la Iniciación cristiana, consiste en una verdadera introducción y en un cierto hábito de asistencia a la celebración eucarística sobre todo del domingo, como hemos recordado en nuestras "Reflexiones y Orientaciones" sobre la "Iniciación cristiana" aprobadas en nuestra Asamblea Plenaria de noviembre de 1998.101 En efecto, "la catequesis sobre la Eucaristía, bien adaptada a la edad y a la capacidad de los niños, debe tender a que conozcan la significación de la Misa por medio de los ritos principales y por las oraciones, incluso en lo que atañe a la participación en la vida de la Iglesia".102

57. Unida a la catequesis sobre la Eucaristía ha de estar presente también la explicación y la conveniente iniciación en el sacramento de la Penitencia, "ya que la experiencia espiritual de la misericordia del Padre forma parte de los elementos gozosos de la preparación de los niños a la primera comunión".103 Cuando se trata de adolescentes que van a recibir el sacramento de la Confirmación, "junto al interés por la adecuada formación catequética, es preciso cuidar también que estén incorporados a la vida de la comunidad cristiana, en primer lugar por la participación en la asamblea eucarística dominical de manera habitual".104 A todos los fieles en general se les debe recordar la íntima relación entre la Eucaristía y la Penitencia, que se ha expuesto más arriba, especialmente en lo referente a las disposiciones para acceder a la mesa eucarística.105

Condiciones para una buena celebración de la Eucaristía

58. Sin duda, la mejor "catequesis mistagógica" de la Eucaristía es siempre una buena celebración, en la que las palabras, los gestos y los signos lleven "de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los "sacramentos" a los "misterios"".106 Se trata, por tanto, de entrar en el misterio a través del rito eucarístico realizado de acuerdo con las condiciones que aseguran no sólo la celebración válida y lícita sino también la participación plena y fructuosa de todos los que asisten a ella. La celebración no es sólo acción, sino acción de vida, comunicación y expresión humana en la que se encarna el hacer de Dios por la virtud del Espíritu Santo, esto es, el acontecimiento de la Pascua redentora de Cristo.

59. Ningún elemento carece de significado, ni está meramente yuxtapuesto. Todo tiene una admirable unidad y deja entrever la "mistagogia" de la Madre Iglesia, aludida antes, en la que encuentran adecuado equilibrio la actuación de los ministros y las intervenciones del pueblo, las lecturas y el canto, la oración común y el silencio.107 La celebración, especialmente el domingo, ha de ser gozosa y atrayente. Por ello se debe favorecer, entre otros elementos, la calidad de los cantos, "tanto por lo que se refiere a los textos como a la melodía, para que lo que se propone hoy como nuevo y creativo sea conforme con las disposiciones litúrgicas y digno de la tradición eclesial que tiene, en materia de música sacra, un patrimonio de valor inestimable".108

El culto de la Eucaristía fuera de la Misa

60. La Eucaristía no se agota en la celebración de la Misa. Es sacramento permanente siempre dispuesto para los enfermos y sobre todo para los moribundos. A partir de la práctica antiquísima de conservar la Eucaristía, la fe de la Iglesia y la devoción de los fieles y de los pastores han desarrollado diversas formas de culto eucarístico fuera de la Misa que todos están llamados a cultivar y a vivir: la adoración pública y la oración personal silenciosa, la exposición prolongada o breve, las procesiones eucarísticas especialmente la que está ligada a la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo y los congresos eucarísticos.109

61. "La piedad que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual.. Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad".110 Es preciso fomentar este culto en todas las comunidades observando cuidadosamente tanto las orientaciones para la participación de los fieles, como lecturas, cantos y silencio, como los signos de adoración y respeto al Sacramento: los gestos corporales, entre los que sobresalen la genuflexión y el permanecer de rodillas cuando así lo establece la liturgia, el incienso, el velo humeral, etc.111 En la adoración eucarística coinciden por completo realidad interna y forma externa, de manera que la actitud de reconocimiento de la presencia del Señor, verdadera alma de todo acto de culto, debe proyectarse también sobre cualquier celebración litúrgica.

Predicación y catequesis sobre la Penitencia

62. Si queremos que este año dedicado al Padre de las misericordias sea verdaderamente un año de conversión y de retorno a la casa paterna, es absolutamente necesario hacer en todas las comunidades eclesiales un amplio y generoso esfuerzo de predicación y de catequesis sobre el misterio de la reconciliación y el sacramento de la Penitencia. Es cierto que el problema de la desafección actual hacia este sacramento tiene raíces más profundas, ya que tiene mucho que ver con la pérdida del sentido del pecado en su dimensión religiosa, y con las dificultades que entraña hoy la formación de la conciencia en una sociedad secularizada y dominada por el relativismo y el subjetivismo moral y que parece haber abandonado la idea de una verdad fundamental sobre el bien accesible a la razón humana.112

63. Sin embargo esta predicación y catequesis, reclamadas una y otra vez después del Sínodo de los Obispos de 1983 como condición indispensable para una renovación pastoral de la práctica penitencial en la Iglesia, siguen siendo necesarias y han de destacar, entre otros aspectos, "la iniciativa y el don de Dios, su juicio y su misericordia" y que "la reconciliación entre Dios y los hombres es una acción realizada en el marco de la historia de la Salvación del amor de Dios, irrevocablemente dado en su Hijo por su Espíritu; que Cristo, en su misterio pascual, es ese centro y lugar irrevocable de la reconciliación; que ésta se actualiza en y por la Iglesia en cada celebración y mediante una acción institucional, que se concreta en el ministerio del sacramento".113

Condiciones para celebrar bien la reconciliación

64. Junto a esta predicación y catequesis, insistente y gradual, orientada a niños, a jóvenes y a adultos, es preciso fomentar las condiciones que permitan ante todo la recuperación práctica de la importancia y del valor del sacramento de la Penitencia en la conciencia de todos los fieles. La celebración mejorará con la utilización inteligente del Ritual de la Penitencia y con ayuda de subsidios que faciliten especialmente el desarrollo del Rito de la reconciliación de un solo penitente. Esta forma ordinaria, en la que ha de consistir la oferta permanente de la reconciliación en todas las comunidades, debe articularse convenientemente con la Reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual con ocasión de los tiempos litúrgicos y en la preparación de acontecimientos especiales de la vida de una comunidad como, por ejemplo, la celebración de la Confirmación, la Visita pastoral, etc. Una vez más recordamos que "en el conjunto del territorio de la Conferencia Episcopal Española, no existen casos generales y previsibles en los que se den los elementos que constituyen la situación de necesidad grave en la que se puede recurrir a la absolución general (c. 961, § 12.º)".114

65. La celebración sacramental de la Penitencia no debe ser un hecho aislado u ocasional en la vida de los cristianos, sino que ha de constituir el momento más significativo de una actitud permanente de conversión y de búsqueda de una conducta moral cada día más coherente con las exigencias del Bautismo, fundamento de toda la existencia cristiana. Con este espíritu se deben vivir los tiempos penitenciales, es decir los viernes de cada semana y especialmente la Cuaresma y se debe realizar el acto penitencial del comienzo de la Misa. "La penitencia cristiana ha de presentarse en su dimensión de "sacrificio espiritual" esto es, en su dimensión de adoración a Dios y de "confesión de fe" en su misericordia. En este sentido, el mismo sacramento de la reconciliación habrá de aparecer... como un acto de culto... La confesión ("exomologesis") significa tanto reconocer la fragilidad y miseria propias como proclamar doxológicamente la santidad y la misericordia de Dios".115

Disponibilidad para el ejercicio del ministerio de la reconciliación

66. Pero todas estas indicaciones servirán de muy poco si nosotros, los ministros del sacramento de la Penitencia, no asumimos cordial y generosamente las actitudes de Cristo ante los pecadores y le imitamos en la búsqueda y en la acogida que debemos dispensarles. Si queremos que el sacramento de la Penitencia sea vivido por los fieles como un encuentro de reconciliación y de gracia con el Padre de las misericordias que sale a su encuentro, es preciso que nosotros mismos tratemos de encarnar a través de nuestras cualidades humanas y sobre todo en la caridad pastoral el abrazo paterno del perdón y de incorporación a la comunión de la Iglesia o a una más profunda y rica renovación de dicha comunión. Por ello invitamos a nuestros hermanos presbíteros a leer y a meditar cualquiera de las numerosas exhortaciones del Papa Juan Pablo II a ejercer este ministerio como signos vivos de la presencia del Señor y a dedicarle el tiempo y las energías necesarias.116 Con el mismo interés por el ministerio y las personas de nuestros presbíteros les exhortamos a tener una experiencia viva, ejemplar y frecuente del sacramento de la Penitencia.117

Gestos de reconciliación

67. Con actitudes y sentimientos de conversión al Padre y de reconciliación fraterna queremos que nuestras Iglesias se preparen a vivir el Gran Jubileo del Nacimiento del Señor asumiendo también "con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio".118 En el "Plan de acción pastoral de la Conferencia Episcopal Española para el cuatrienio 1997-2000" hemos realizado una "mirada agradecida y crítica a nuestro tiempo" en el ámbito de la Iglesia en España".119 Sería conveniente que en las comunidades locales, con ocasión de algunos tiempos litúrgicos o en la preparación de una peregrinación, se organizasen celebraciones penitenciales no sacramentales para escuchar la Palabra de Dios y purificar bajo su luz la memoria de los aspectos más oscuros de la vida y del testimonio de las Iglesias y de los pecados de los cristianos.

68. La plegaria común podría ir acompañada de algún gesto de los que la Iglesia propone para expresar las actitudes de conversión y de reconciliación.120 En esta misma perspectiva se pueden llevar a cabo algunos gestos de carácter social que expresen la caridad que brota del misterio eucarístico. También se podrían organizar encuentros de oración ecuménica con las Iglesias y comunidades eclesiales no católicas, siguiendo la indicación del Papa: "Hay que proseguir en el diálogo doctrinal, pero sobre todo esforzarse más en la "oración ecuménica"".121

Caridad y testimonio de vida

69. Celebrar la Penitencia y partir el Pan de la vida conduce a hacer realidad una serie de compromisos prácticos de conducta, personales y comunitarios, comenzando por el servicio a los pobres y el testimonio de la caridad fraterna, la promoción y la defensa de la vida humana, el cuidado de los enfermos y de los ancianos, la acogida de los marginados y de los inmigrantes; la cercanía hacia las víctimas de la violencia, el rechazo de toda forma de malos tratos contra las personas y de atentados contra los bienes de uso social; el respeto de los derechos humanos, 122 la creación de empleo, la promoción de una vivienda digna, el trabajo por la justicia y la búsqueda de la paz. Estos compromisos son inseparables de la exigencia misionera y apostólica que surge también de la comunión eucarística: ayudar a quien no conoce a Jesucristo a encontrarse con Él y a abrirse al don de la fe, e invitar a quien se ha alejado de la comunidad cristiana a redescubrir de nuevo la alegría de compartir los bienes de la fe y del amor fraterno.

Compromiso en favor de la justicia social

70. El Gran Jubileo tiene como una de sus dimensiones más importantes la de ser un tiempo de "restablecimiento de la justicia social. Así pues, en la tradición del año jubilar encuentra una de sus raíces la doctrina social de la Iglesia, que ha tenido siempre un lugar en la enseñanza eclesial y se ha desarrollado particularmente en el último siglo, sobre todo a partir de la encíclica "Rerum novarum"", 123 En este sentido es necesario también que en nuestras Iglesias se realicen gestos concretos y palpables de compromiso por la justicia social y por la paz, de acuerdo con las circunstancias de cada comunidad, ya en este año dedicado al Padre y a la virtud de la caridad.124

71. En efecto, recordando que Jesús vino a "evangelizar a los pobres" (Mt 11, 5; Lc 7, 22), invitamos a nuestras comunidades a prestar una atención mayor a los más necesitados espiritual y materialmente y a trabajar en favor de los pobres para que esta línea de acción pastoral signifique cada vez más un encuentro con Cristo presente en ellos (cf. Mt 25, 35-45). Por este motivo nos unimos a la petición del Papa y últimamente del Sínodo de América en favor de una notable reducción o, si fuera posible, de la condonación total de la deuda internacional que grava sobre el destino de muchas naciones.125

Conclusión: "Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre"

Hacia el Gran Jubileo del 2000

72. La celebración del Congreso Eucarístico en el marco del Año Jubilar Compostelano, ha de ser un acontecimiento de gracia que nos disponga para hacer del Gran Jubileo "una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias sobre todo por el don de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención realizada por Él".126 "Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1, 3). Al enviar esta Instrucción pastoral a todo el pueblo de Dios, centrada en la Eucaristía "alimento del pueblo peregrino", los obispos de la Conferencia Episcopal Española queremos estrechar los vínculos de la comunión de todas nuestras Iglesias entre sí y con la Iglesia Santa y Católica presidida en la fe y en la caridad por el Papa Juan Pablo II, "para que el mundo crea" (Jn 17, 21) y para que Jesucristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8), sea reconocido y aclamado por todos los pueblos como el Hijo de Dios, el Salvador y el Señor de la historia.127

El testimonio del Apóstol Santiago

73. Deseamos así mismo que este Año Jubilar Compostelano sea ocasión no sólo de celebrar la gloriosa memoria del Apóstol Santiago, sino sobre todo de imitar su testimonio de fe y de obediencia a Dios antes que a los hombres (cf. Hch 5, 29-32). Él supo cumplir valientemente la palabra dada al Señor junto con su hermano Juan, el Evangelista, en aquel diálogo sobre los primeros puestos en el Reino, siguiendo a Cristo en la vocación de servicio y de entrega de la propia vida (cf. Mt 20, 20-28). Este testimonio de fe y de obediencia a Dios es lo que han buscado y siguen buscando con su actitud humilde y penitente los millares de peregrinos que llegan a Santiago de Compostela.

Invitación a construir una nueva sociedad europea

74. A todos los que peregrinen a Santiago de Compostela les invitamos con el Papa Juan Pablo II a construir una nueva sociedad europea fundamentada en la verdad, sobre la base de las raíces cristianas y de los valores espirituales y morales "que hicieron gloriosa la historia de Europa y benéfica su presencia en los demás continentes".128 Confiamos este mensaje especialmente a los jóvenes que vendrán en los próximos meses y con ocasión de la Peregrinación y Encuentro Europeo que culminarán en Compostela del 4 al 8 de agosto de 1999, les decimos que confiamos en ellos y en su generosidad y capacidad para construir la nueva civilización del amor. El lema "En tu palabra... podemos" (Mt 20, 22), será el exponente de esa actitud.

A la escucha del Espíritu

75. Así pues, con ánimo de conversión sincera y con la esperanza puesta en la bondad y en la misericordia del Padre, continuamente ofrecida por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo, exhortamos a nuestros hermanos presbíteros y diáconos, a los demás ministros, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos, hombres y mujeres, a ponerse con nosotros a la escucha atenta y humilde de lo que el Espíritu Santo quiera decir a las Iglesias (cf. Ap 1, 7) en la hora actual, a pocos meses ya de la apertura de la puerta santa que dará paso a un nuevo milenio de la misión de la Iglesia. Animados por el ejemplo de los "hombres y mujeres de tantas lenguas y razas que han seguido a Cristo en las distintas formas de la vocación cristiana", llegando incluso al martirio para dar testimonio de la verdad del Evangelio, 129 invocamos sobre todo el pueblo de Dios que nos ha sido confiado la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, encomendándolo a la intercesión de la Santísima Virgen María y a la del Apóstol Santiago, Patrono de España y "Amigo del Señor".

Madrid, 4 de marzo de 1999

1. Comité para el Jubileo del año 2000 (ed.), Jesucristo, la Buena Noticia. Congreso de Pastoral evangelizadora, Madrid 1997.

2. Comité para el Jubileo del año 2000 (ed.), María, Evangelio vivido. Congresos Mariano y Mariológico, Madrid 1999.

3. Misal Romano: Plegaria eucarística I o Canon Romano.

4. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Tertio Millennio Adveniente" (= TMA), 49.

5. Cf. Mons. Julián Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela, "Peregrinar en Espíritu y en verdad". Carta pastoral en el Año Jubilar Compostelano 1999, cap. III.

6. Misal Romano: Prefacio de la solemnidad de Santiago Apóstol, Patrono de España (Propio de España; cf. Mt 20, 22; Hch 12, 2).

7. Cf. Misal Romano: Prefacio de la solemnidad del Apóstol Santiago: cit.

8. Cf. "La visita del Papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo", Madrid 1983; "Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras" (1987-1990), Madrid 1987; "Impulsar una nueva evangelización" (1990-1993), Madrid 1990; "Para que el mundo crea" (1994-1997), Madrid 1994; "Proclamar el año de gracia del Señor" (1997-2000), Madrid 1997.

9. Conferencia Episcopal Española, "Proclamar el año de gracia del Señor", cit., 27.

10. TMA 55.

11. Ib. 55.

12. Cf. ib. 3-4.

13. Cristológico-trinitario (cf. TMA 40), pneumatológico (cf. 44), de alabanza al Padre (cf. 49), antropológico (cf. 4 y 59), social (cf. 22); mariano (cf. 43), eucarístico (cf. 55), ecuménico (cf. 41; etc. ), escatológico (cf. 46); etc. El Jubileo tiene además una dimensión liberadora integral del hombre, tanto en el plano humano social (cf. TMA 13) como en el plano espiritual, o sea, como remisión de los pecados y de las penas debidas por ellos (cf. TMA 14). En este sentido el Jubileo es tiempo de conversión y de alegría y júbilo (cf. TMA 14; 16; 32).

14. En esto consiste precisamente la "plenitud de los tiempos" (cf. TMA 11).

15. En efecto, la Iglesia, respetando las medidas del tiempo de los hombres (horas, días, meses, años, etc.), "camina al paso de cada hombre, haciendo que todos comprendan cómo cada una de esas medidas está impregnada de la presencia de Dios y de su acción salvífica": TMA 16.

16. Misal Romano: colecta de la tercera misa de Navidad: cf. San León Magno, Hom. de Navidad 4, 1-3: M. Garrido (ed.), San León Magno, Homilías sobre el año litúrgico, BAC 291, Madrid 1969, 84-87. Véase también el prefacio III de Navidad.

17. Misal Romano: Poscomunión del domingo 27 del T. durante el año; cf. San León Magno, Hom. de la Pasión 12, 7: M. Garrido (ed.), San León Magno, Homilías sobre el año litúrgico, cit, 262.

18. "Convenía que la carne mortal se hiciera partícipe de la virtud vivificadora de Dios. Pero la virtud vivificadora del Dios y Padre es el Verbo Unigénito. A éste nos envió como salvador y redentor, y se hizo carne, sin sufrir mudanza o cambio hacia lo que no era y sin dejar de ser el Verbo... Por lo tanto, uniéndose a sí la carne sujeta a la muerte, el Verbo, que es Dios y vida, rechazó vivamente su corrupción y, además, la hizo vivificadora": S. Cirilo de Alejandría, Comm. in Lc 22, 19: J. Solano, Textos eucarísticos primitivos 2, BAC 118, Madrid 1954, 611.

19. Cf. 1Co 12, 12-13; 2Co 6, 16; Ef 1, 10.14; 2, 21-22; etc.

20. Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, Libreria Editrice Vaticana 1997; edición española, Asociación de Editores del Catecismo 1992 (= CCE), 1097.

21. LG 4; cf. Misal Romano: Prefacio dominical del T. durante el año.

22. TMA 44; cf. Juan Pablo II, Carta encíclica "Dominum et Vivificantem", de 18-V-1986, 50-51.

23. (Cf. 2Co 6, 2; Lc 4, 21.

24. CCE 1112; cf. CCE 1091-1109; 1375.

25. CCE 1099; cf. Jn 14, 25-26; 16, 12-15.

26. Cf. CCE 1101; Lc 24, 45.

27. Cf. CCE 1085; 1104; 1340.

28. Misal Romano: Plegaria eucarística III: epíclesis segunda; cf. DS 1642; CCE 1105-1109; 1375-1376.

29. Cf. SC 7; Pablo VI, Carta encíclica "Mysterium fidei", de 3-IX-1965, en AAS 57 (1965), 762-764; Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum Mysterium", de 25-V-1967, 9.

30. Cf. DS 1541; 1651; CCE 1374-1381; Pablo VI, Carta encíclica "Mysterium fidei", cit., 764.

31. Cf. TMA 9-10.

32. Santa Teresa de Jesús, Vida, 22, 6.

33. TMA 55; cf. TMA 39-55.

34. TMA 31.

35. Liturgia de las Horas: Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ant. del Magnificat de las II Vísperas.

36. Cf. Jn 6, 27.35.57-59.

37. Cf. Jn 6, 40.44.55; (1Co 15, 42-44).

38. Juan Pablo II, Homilía en la Misa de clausura del XLV Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla: "Ecclesia" 2637/2638 (1993), 934; cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dominicae Coenae", de 24-II-1980, 5-6.

39. Cf. Lc 15, 7.10.23-24.32.

40. Cf. Si 24, 19-21; Is 55, 1-3; Mt 22, 2-10.

41. Cf. Juan Pablo II, Encíclica "Dives in misericordia", de 30-XI-1980, 6 (40).

42. Cf. Rm 16, 25-26; Ef 3, 5-9.

43. Cf. Jn 3, 16-17; Rm 5, 8-11.

44. (Cf. 1Co 10, 3-4; Jn 6, 48-59.63.

45. Cf. Mt 26, 28 y par.; Hb 8, 6 ss.

46. Cf. Juan Pablo II, Exhortación postsinodal Christifideles laici, de 30-XII-1988, 18-20.

47. CCE 1332.

48. Cf. ib, 32.

49. Cf. Jn 20, 17-18; Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", de 31-V-1998, 45.

50. Cf. LG 33; PO 5; AA 3; CCE 1397.

51. SC 10; cf. 61.

52. Cf. Lc 4, 18; Is 61, 1-2.

53. TMA 10; cf. SC 102; CCE 1168-1171.

54. Cf. Rm 12, 1; 1Pe 2, 5; Misal Romano: Plegaria Eucarística III: Intercesiones.

55. SC 6; cf. SC 102; 106; CCE 1167.

56. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", cit., 34; cf. 32-36.

57. Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal Española, Sentido evangelizador del domingo y de las fiestas, de 22-V-1992, 7; 10; 14 y 28.

58. PO 5; cf. LG 11; SC 48; CCE 1368; 2031; etc..

59. Cf. DV 21; SC 48; PO 4; CCE 1346; Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", cit., 39-44.

60. PO 5; cf. LG SC 10; 41; etc.

61. Cf. LG 26; SC 41-42; Juan Pablo II, Encíclica "Redemptor Hominis", de 4-III-1979, 20 (84-85); CCE 832 ss.; 1324-1327.

62. (Cf. 1Co 12, 12-13; GA 3, 28.

63. Cf. 1Co 12, 4-11.28-30; Ef 4, 11-12.

64. Cf. SC 41; LG 26; PO 6; CCE 1140-1141; 1348.

65. Cf. Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum Mysterium", cit., III parte (n. 49-67); Ritual de la sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, Coeditores litúrgicos 1974.

66. Cf. LG 3; 11; UR 2; 4; 8; CCE 1325; 1396; 1398-1401.

67. SC 8; cf. LG 50; CCE 1090; 1137-1139.

68. Cf. LG 49-50; CCE 1030; 2032; Ritual de Exequias, Coeditores litúrgicos 1989, Praenotanda, 1; Orientaciones del Episcopado Español, 40.

69. Cf. SC 7; 83; CCE 1088-1089.

70. Conferencia Episcopal Española, "Dios es amor". Instrucción pastoral en los umbrales del Tercer Milenio, EDICE, Madrid 1998, 31.

71. Cf. TMA 50.

72. Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, La peregrinación en el Gran Jubileo del año 2000, de 25-IV-1998, 36.

73. Juan Pablo II, Encíclica "Redemptor Hominis", cit., 20 (88).

74. Juan Pablo II, Bula "Incarnationis Mysterium" de convocación del Gran Jubileo del año 2000, de 29-I-1998, 6.

75. Ib., n. 8; cf. TMA 33.

76. Misal Romano: oración sobre las ofrendas del domingo XII del T. durante el año; cf. Rm 5, 10; 2Co 5, 18-19; DS 1740.

77. Cf. Jn 20, 22; Mt 18, 18; CCE 1441; 1444-1446.

78. Cf. LG 3; 26; SC 47; PO 5; CCE 1391; 1396.

79. Cf. DS 1638; CCE 1394. No obstante, "para progresar cada día con mayor fervor en el camino de la virtud, queremos recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiración del Espíritu Santo": Pío XII, Encíclica "Mystici Corporis", de 29-VI-1943, 39; cf. CCE 1458.

80. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral sobre el sacramento de la Penitencia: "Dejaos reconciliar con Dios", de abril de 1989, 61; cf. DS 1647; 1661; Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum Mysterium", cit., 35; CCE 1385; 1457; Código de Derecho Canónico, c. 916.

81. Cf. ib, n. 63; Código de Derecho Canónico, c. 963.

82. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dominicae Coenae", cit., 7.

83. Juan Pablo II, Encíclica "Redemptor Hominis", cit., 20 (86).

84. Juan Pablo II, Bula "Incarnationis Mysterium", cit., 9; cf. 9-11.

85. Cf. Decreto de la Penitenciaría Apostólica, de 29-XI-1998. Las condiciones mínimas son la confesión sacramental individual e íntegra y la participación en la Eucaristía, así como el testimonio de comunión con la Iglesia manifestado en la oración por las intenciones del Papa y en obras de caridad y de penitencia. Estas obras se sitúan en el camino que parte de los sacramentos como expresión de la conversión y del cambio de vida, y que tiene en ellos su "fuente y su culmen".

86. Cf. CCE 1478-1479.

87. Cf. Juan Pablo II, Bula "Incarnationis Mysterium", cit., 10.

88. En efecto, "la relación de la justicia con el amor, que se manifiesta como misericordia, está inscrita con gran precisión en el contenido de la parábola evangélica": Juan Pablo II, Encíclica "Dives in misericordia", cit., 5 (37.

89. Cf. Ef 4, 32; Hb 12, 14.

90. Cf. TMA 55.

91. Cf. TMA 10; 14; 15; 16.

92. Cf. SC 102-105 y 107-110; Pablo VI, Motu proprio "Mysterii Paschalis", de 14-II-1969, en el Misal Romano; CCE 1168-1173.

93 Comité Central para elGran Jubileo, Calendario del Año Santo 2000, de 21-V-1998: "Ecclesia" 2898 (1988), 941-946.

94. TMA 31.

95. Cf. TMA 11-12; 14; 32; etc.

96. Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", cit., 48.

97. Cf. TMA 42.

98 Cf. Conferencia EpiscopalEspañola, "Sentido evangelizador del domingo y de lasfiestas", cit., 32-38. Véase también nuestra Nota: "Domingoy Sociedad", de 28-IV-1995: "Ecclesia" 2735(1995), 650-653.

99. Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharistium Mysterium", cit., 15.

100. Cf. ib., 5-15; Juan Pablo II, Carta Apostolica "Dominicae Coenae", cit., 8-12.

101. Cf. Conferencia Episcopal Española, La Iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Madrid 1999, 58; cf. 101-105.

102. Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum Mysterium", cit., 14.

103. Conferencia Episcopal Española, La Iniciación cristiana, cit., 60; cf. 107-110.

104. Ib., 93.

105. Cf. supra, n. 41-46.

106. CCE 1075; cf. Conferencia Episcopal Española, La Iniciación cristiana, cit., 29-30; 49.

107. La mistagogia es ante todo el modo permanente y progresivo que tiene la Iglesia de alimentar la fe y la vida divina por medio de la liturgia en los bautizados. De ella hemos hablado en el documento sobre La Iniciación cristiana, cit., 29-30; 123; 132.

108. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", cit., 50.

109. Cf. Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum Mysterium", cit., 49-67; Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, cit.: Orientaciones generales y de cada capítulo; Código de Derecho Canónico, c. 944, &1.

110. Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum Mysterium", cit., 50.

111. Cf. CCE 1378; 2628.

112. Véase Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral "La verdad os hará libres", de 20-XI-1990, 21-33; Juan Pablo II, Encíclica "Veritatis Splendor", de 6-VIII-1993, 84 ss.; Encíclica "Fides et Ratio", de 14-IX-1998, 98.

113. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral "Dejaos reconciliar con Dios", cit., 68; cf. Juan Pablo II, Exhortación postsinodal "Reconciliatio et Paenitentia", cit., 26.

114. Conferencia Episcopal Española, Criterios acordados para la absolución sacramental colectiva a tenor del canon 961, 2, de 18-XI-1988; en Instrucción pastoral "Dejaos reconciliar con Dios", cit., pág. 111.

115. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral "Dejaos reconciliar con Dios", cit., 70. "Proclamar doxológicamente la santidad y la misericordia de Dios" quiere decir alabarle y ensalzarle por estas perfecciones.

116. Cf. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de 1983, de 27-III-1983, 3; Exhortación Apostólica "Reconciliatio et Paenitentia", cit., 31 (VI); Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de 1986, de 16-III-1986, 7; Exhortación Apostólica "Pastores Dabo Vobis", de 25-III-1992, 26; etc.

117. Cf. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral "Dejaos reconciliar con Dios", cit., 82; véase también Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31-I-1994, 51-54.

118. TMA 33; cf. 34-36.

119. Cf. Conferencia Episcopal Española, "Proclamar el año de gracia del Señor", cit., 32-104.

120. Por ejemplo, la aspersión con el agua recordando el Bautismo, la recitación de la confesión general profundamente inclinados, el intercambio de gesto de la paz, etc.

121. TMA 34; cf. el "Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el Ecumenismo" del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, de 25-III-1993, 108-115.

122. Cf. Comisión Episcopal de Pastoral Social, La Declaración universal de los Derechos Humanos, un signo del Espíritu en nuestro tiempo, de 26-XI-1998.

123. TMA 13.

124. Cf. ib. 51.

125. Cf. TMA 51; Juan Pablo II, Exhortación postsinodal "Ecclesia in America", de 22-I-1999, n. 22 y 59.

126. TMA 32.

127. Cf. TMA, 4 ss.; 36; 56; Juan Pablo II, Bula "Incarnationis Mysterium", cit., 1; 3.

128. Cf. Juan Pablo II, La renovación espiritual y humana de Europa. Discurso en el acto europeísta en la catedral de Santiago el 9-XI-1982, n. 4. Véase también La construcción de Europa, un quehacer de todos. Declaración de la LVII Asamblea Plenaria de la CEE, de 15/20-II-1993, Madrid 1993.

129. Cf. TMA 37.