Catena Áurea
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Y los príncipes de los sacerdotes, tomando las monedas de plata, dijeron: "No es lícito meterlas en el tesoro, porque es precio de sangre". Y habiendo deliberado sobre ello, compraron con ellas el campo de un alfarero para sepultura de los extranjeros. Por lo cual fue llamado aquel campo Haceldama, esto es, campo de sangre, hasta el día de hoy. Entonces se cumplió lo que fue dicho por Jeremías el profeta, que dijo: Y tomaron las treinta monedas de plata, precio del apreciado, al cual apreciaron de los hijos de Israel. Y las dieron por el campo del alfarero, así como me lo ordenó el Señor. (vv. 6-10)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 85, 3
Como los príncipes de los sacerdotes sabían que habían comprado la muerte, se veían condenados por su propia conciencia; y para demostrar esto, añade el Evangelista: "Y los príncipes de los sacerdotes, tomando las monedas de plata, dijeron; no es lícito meterlas en el tesoro, porque es precio de sangre".
San Jerónimo
En verdad que filtraban un mosquito y se tragaban un camello, por lo tanto, si no ponen el dinero en el tesoro (esto es, en el gazofilacio en donde estaban las ofrendas hechas a Dios), porque era precio de sangre; ¿por qué derraman esa misma sangre?
Orígenes, in Matthaeum, 35
Veían que debían emplearse aquellas monedas más bien en los muertos, porque eran precio de sangre. Pero como en el lugar donde habitan los muertos hay también sus diferencias, emplearon aquel precio de la sangre de Jesús en la adquisición del campo de un alfarero, para enterrar allí a los peregrinos, y no entre las tumbas de sus padres. Por esto sigue: "Y habiendo deliberado sobre ello, compraron con estas monedas el campo de un alfarero para enterrar a los extranjeros".
San Agustín, in serm. de Passione
Yo creo que esto sucedió por disposición divina, para que se vea que el precio del Salvador no sirve al abuso de los pecadores, pero ofrece descanso a los peregrinos. A fin de que en lo sucesivo Jesucristo redima a los vivos con el precio de su sangre, y reciba a los muertos por su pasión preciosa. Con el precio de la sangre del Señor se compra, pues, el campo de un alfarero. Leemos en las Sagradas Escrituras que la salvación de todo el género humano ha sido comprada con la sangre del Salvador. Este campo es, pues, todo este mundo. El alfarero, que puede tener el dominio de todo el mundo, es El mismo que hizo de tierra este vaso de nuestro cuerpo. Pues el campo de este alfarero, es el comprado con la sangre de Jesucristo. Para los peregrinos, diremos que andaban desterrados de todo el mundo, sin casa ni patria; pero que en la sangre de Cristo se les provee del descanso necesario. Llamamos peregrinos a aquéllos piadosos cristianos que, renunciando al siglo, y no poseyendo cosa alguna en el mundo, descansan en la sangre de Cristo y el sepulcro de Cristo, no es otra cosa que el descanso del cristiano. Estamos sepultados, pues, con Jesús, como dice el Apóstol, por medio del bautismo en la muerte (Rm 6, 4). Nosotros, por lo tanto, somos peregrinos en este mundo, y nos encontramos como huéspedes mientras dura la luz de la vida.
San Jerónimo
Como también éramos peregrinos respecto de la ley y de los profetas, hemos recibido nuestra salud del perverso proceder de los judíos.
Orígenes, in Matthaeum, 35
También llamamos peregrinos a aquéllos que desconocen a Dios hasta el fin, porque los justos están sepultados con Jesucristo en el sepulcro nuevo que ha sido abierto en la piedra. Y los que son extraños a Dios hasta el fin, quedan sepultados en el campo del alfarero, que trabaja en lodo, que fue comprado con el precio de sangre y se llama campo de sangre. Sigue: "Por lo cual fue llamado aquel campo Haceldama, esto es, campo de sangre, hasta el día de hoy".
Glosa
Esto último debe referirse al tiempo en que escribió esto el Evangelista. Además confirma esto mismo por medio de profecías, diciendo: "Entonces se cumplió lo que fue dicho por Jeremías el profeta, que dijo: y tomaron las treinta monedas de plata, precio del apreciado, a quien apreciaron los hijos de Israel, y las dieron por el campo del alfarero, así como me lo ordenó el Señor".
San Jerónimo
Esto no se encuentra escrito en Jeremías, pero en Zacarías ( Za 11, 12) (que es el penúltimo de los doce profetas), se lee esto mismo aunque escrito de diferente modo. Y aun cuando en el sentido se diferencian poco, en el orden y en las palabras hay diferencia.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 3, 7
Y si alguno juzga que por ello no se debe creer al Evangelista, sepa primeramente que no todos los códices del Evangelio expresan que fue dicho por Jeremías, sino que simplemente dicen que lo dijo un profeta. Pero a mí me parece que esto no es defensa, puesto que muchos códices, especialmente los más antiguos, citan el nombre de Jeremías, y nadie puede conocer la causa porque se añadiese este nombre, introduciendo así una equivocación. Y por qué se ha quitado, no es por otra razón mas que por efecto de la ignorancia atrevida que confundía la cuestión anterior. Pudo también suceder que la intención de San Mateo cuando escribió su Evangelio fuese citar a Jeremías en lugar de Zacarías (como suele suceder), lo que, sin embargo corregiría, tal vez avisado por aquéllos que leyeron su Evangelio cuando aun vivía. O tal vez que haciendo memoria, regida por el Espíritu Santo, se le ocurrió citar el nombre de un profeta por otro, porque el Señor así lo determinó cuando escribía. Y la primera causa de que así lo haya determinado es, que de esta manera da a conocer que todos los profetas -como han hablado animados por un mismo Espíritu- convienen entre sí de un modo admirable, como si pudiese decirse que todo lo escrito por los profetas parece que procede de un sólo hombre. Por lo tanto debe admitirse sin duda alguna todo lo que el Espíritu Santo ha dicho por su boca, y que lo de cada uno, es de todos; y lo de todos, de cada uno. Y así, si alguno en nuestros días, al querer citar las palabras de una persona dijera que las ha dicho otro que es muy amigo de aquel cuyas palabras quiere citar, y se da cuenta que se ha confundido, enmiéndelo, pero diga: he dicho bien, no fijándose en otra cosa que en la conformidad que hay entre ellos. ¿Con cuánta mayor razón debe decirse esto respecto de los santos profetas? Hay también otra razón por la que podemos decir que se permite seguir citando a Jeremías en vez de Zacarías y que más bien esto fue ordenado por autoridad del Espíritu Santo. Se dice en Jeremías (Jr 32, 7-9) que compró un campo al hijo de su hermano, y que le dio treinta monedas de plata, pero no como precio, según se dice en la profecía de Zacarías. El Evangelista interpretó esto refiriéndose a la profecía que hablaba de las treinta monedas de plata, lo cual se cumplió ahora en el Señor como no cabe duda. Pero también se refiere a esto aquello del campo comprado de que habla Jeremías, y que puede significar místicamente que no se citaba aquí el nombre de Zacarías, que dijo en treinta monedas de plata, sino el de Jeremías, que habló del campo comprado. De esta manera, quien lee el Evangelio y ve el nombre de Jeremías, y al buscar en el libro de Jeremías no encuentra el testimonio respecto de las treinta monedas de plata, sin embargo sí encuentra el de la compra del campo, con lo cual se da cuenta de que debe comparar los textos y así descubrir el sentido de la profecía y su relación con lo que se cumplió en el Señor. Y aquello que añadió a este testimonio San Mateo, cuando dice: "A quien apreciaron de los hijos de Israel y las dieron por el campo del alfarero, así como me lo ordenó el Señor"; esto no se encuentra ni en Zacarías ni en Jeremías; por cuya razón debe creerse que más bien lo añadiría el Evangelista por elegancia, y en sentido espiritual o que lo intercalaría, en atención a que había sabido esto por inspiración divina, creyendo que esto lo decía refiriéndose al precio en que fue apreciado Jesucristo según la profecía.
San Jerónimo
Lejos, pues, del que sigue a Cristo que pueda ser argüido de falso, quien tuvo el cuidado no de citar las palabras y las sílabas, sino únicamente las sentencias de las doctrinas.
San Jerónimo
He leído hace poco tiempo, en un códice hebreo que me proporcionó uno de la secta de los nazarenos, un pasaje apócrifo de Jeremías, en el que hallé esto literalmente escrito. Y me parece que más bien este testimonio está tomado de Zacarías a quien citaban con frecuencia los evangelistas y los apóstoles, como tenían costumbre de citar el Antiguo Testamento, dando el sentido y prescindiendo del orden de las palabras.