Catena Áurea

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"¡Mas hay de vosotros los ricos, porque tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que estáis hartos, porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis! ¡Ay de vosotros cuando os bendijeren los hombres, porque así hacían a los falsos profetas los padres de ellos!" (vv. 24-26)


San Cirilo
Una vez explicado que la pobreza, sufrida por Dios, es el origen de todo bien, y que el tener hambre y llorar no carece de premio, pasa ahora a hablar de lo contrario, diciendo cuál es la causa de la perdición y del tormento eterno; por lo que sigue: "¡Mas ay de vosotros los ricos, porque tenéis vuestro consuelo".

San Cirilo
Esta expresión: "ay de vosotros", se pone siempre en las Sagradas Escrituras, cuando se trata de aquellos que no pueden escapar de la eterna perdición.

San Ambrosio
Aun cuando en la abundancia de las riquezas hay muchos alicientes para pecar, también hay muchos medios para practicar la virtud. Aunque la virtud no necesita opulencia, y la largueza del pobre es más laudable que la liberalidad del rico, sin embargo la autoridad de la sentencia celeste no condena a los que tienen riquezas, sino a los que no saben usar de ellas. Porque así como el pobre es tanto más laudable cuanto más pronto es el afecto con que da, así es tanto más culpable el rico que tarda en dar gracias a Dios por lo que ha recibido, y se reserva sin utilidad la fortuna que le ha sido dada para el uso de todos. Luego no es la fortuna, sino el afecto a la fortuna, el que es criminal; y aunque no hay mayor tormento que amontonar con inquietud lo que ha de aprovechar a los herederos, sin embargo, como los deseos de amontonar de la avaricia se alimentan de cierta complacencia, los que tienen el consuelo de la vida presente pierden el premio eterno. Podemos entender aquí por rico al pueblo judío y a los herejes, y especialmente a los fariseos, que, complaciéndose en la fecundidad de su elocuencia y en la ambición de poseerla como por patrimonio, desconocieron la simplicidad de la verdadera fe, y amontonaron riquezas inútiles.

Y sigue: "¡Ay de vosotros, los que estáis hartos, porque tendréis hambre!"

Bed
Aquel rico purpurado se saciaba comiendo con esplendidez todos los días; pero sufría aquel cruel "¡ay!" de la sed, cuando suplicaba que un dedo de Lázaro -a quien él había despreciado- le diese una gota de agua.

San Basilio
Que la abstinencia es necesaria, nos lo demuestra claramente San Pablo, contándola entre los frutos espirituales ( Gál 5); pues la sujeción del cuerpo no se obtiene por otro medio que por la abstinencia, con la cual -como con cierto freno- debemos moderar los ardores de la juventud. Es, pues, la abstinencia la muerte del crimen, la sujeción de las pasiones y el fundamento de la vida espiritual, embotando en sí el aguijón de los placeres. Sin embargo, para no confundirnos con los enemigos del Señor, debemos aceptar todas las cosas, cuando las circunstancias así lo exijan, para dar a entender que todo es puro para los que tienen su corazón limpio; usando así de las cosas que son necesarias para la vida, y absteniéndonos en absoluto de todo aquello que incita a la complacencia. Además, no todos pueden prescribirse la misma hora, ni el mismo modo, ni la misma cantidad; pero todos deben tener la misma intención de no llegar a la saciedad; porque llenar el vientre inutiliza el cuerpo para sus propias funciones, le hace perezoso y dispuesto al mal.

Bed
De otro modo: Si son bienaventurados aquellos que tienen hambre de obras justas, deben por el contrario considerarse como desgraciados aquellos que, satisfaciendo todos sus deseos, no padecen hambre del verdadero bien.

Prosigue: "¡Ay de vosotros los que reís!" etc.

San Basilio
Cuando el Señor reprende a los que se ríen, da a entender claramente que el verdadero fiel no debe reir en ningún tiempo, y especialmente mientras vive entre aquella multitud de los que mueren en pecado, por quienes conviene llorar. La risa superflua es signo de desorden y un movimiento desenfrenado del alma; pero es conveniente expresar la alegría de las emociones del alma por el rostro.

Crisóstomo, hom. 6, in Math
Dime, pues, ¿por qué te disipas -o disuelves- y te derramas, tú que debes asistir a un juicio terrible y dar cuenta de todas las cosas que aquí haces?

Beda
Como la adulación es la que alimenta el pecado, del mismo modo que el aceite alimenta a la llama, y administra fomento a los que arden en la culpa, añade: "¡Ay de vosotros cuando os bendijeren los hombres", etc.

Crisóstomo
No es contrario lo que aquí se dice a lo que en otra parte dice el Señor: "Que brille vuestra luz delante de los hombres" ( Mt 5, 16), esto es, que nos apresuremos a obrar bien, buscando la gloria de Dios y no la propia. La vanagloria siempre es mala; de ella nace la iniquidad, la desesperación y la avaricia, que es la madre de todos los males. Si deseas preservarte de todo esto, dirige tu mirada al Señor, y conténtate con la gloria que está junto a El; pues si en cualquier facultad conviene elegir árbitros a los más doctos, ¿cómo confías la prueba de la virtud a cualquiera, y no a aquel que la conoce más que todos, y que puede darla y coronarla? Si buscas en El tu gloria, evita la alabanza humana. No acostumbramos a admirarnos de ninguna cosa más que de aquel que menosprecia su propia gloria; y si esto nos sucede a nosotros, mucho más debe suceder al Señor de todas las cosas. Además debes considerar que la gloria de los hombres desaparece muy pronto, y que cae en el olvido en cuanto pasa un poco de tiempo.

Prosigue: "Porque así hacían a los falsos profetas los padres de ellos".

Beda
Se entiende por falsos profetas los que vaticinaban lo futuro, para conseguir la admiración del vulgo. Y por esto el Señor solamente habló en el monte de la bienaventuranza de los buenos, y en el campo explica la desgracia de los malos, en atención a que los que le oían todavía eran ignorantes y se necesitaba inclinarlos a obrar el bien por medio del terror, a la vez que a los perfectos debía invitarse por medio de los premios.

San Ambrosio
Y observa que San Mateo excita a los pueblos a la virtud y a la fe por medio de premios, mientras que éste los aparta también de los crímenes y de los pecados con la amenaza de los futuros suplicios.


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