Catena Áurea
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← Lc 10, 13-16 →
"¡Ay de ti, Corazin! ¡Ay de ti, Betsaida! porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho entre vosotros, tiempo ha que sentados en cilicio y ceniza hubiesen hecho penitencia. Por eso para Tiro y Sidón habrá en el juicio menos rigor que para vosotros. Y tú, Cafarnaúm, ensalzada hasta el cielo, hasta el infierno serás sumergida. Quien a vosotros oye, a mí me oye, y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia. Y el que a mí me desprecia, desprecia a Aquel que me envió". (vv. 13-16)
San Ambrosio
Enseña el Señor que serán dignos de mayor castigo los que no reciben el Evangelio que aquellos que creyeron que debía quebrantarse la ley. Por eso dijo: "Ay de ti, Corozaim; ay de ti Betsaida!"
Beda
Corozaim, Betsaida y Cafarnaúm, y también Tiberias, a la cual nombra San Juan, son ciudades de Galilea, situadas a las orillas del lago de Genezareth, que los evangelistas llaman mar de Galilea o de Tiberíades. Se lamentaba el Señor de que estas ciudades no hiciesen penitencia después de tantos milagros y predicaciones, y que fuesen peores que los gentiles que sólo violaron la ley natural; porque, después de haber despreciado la ley escrita, no temieron despreciar también al Hijo de Dios y su gloria. Por lo que prosigue: "Porque si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han hecho entre vosotros, tiempo ha que sentados en cilicio y ceniza hubiesen hecho penitencia", etc. En cilicio, que tejido de pelo de cabra, significa la áspera memoria del pecado que punza; en ceniza, representando la consideración de la muerte (por la que nos reducimos a polvo); además "sentados" significa la humildad de la conciencia. Hoy vemos realizada la profecía del Señor, porque Corozaim y Betsaida no creyeron en El, aun cuando estuvo presente; mientras que Tiro y Sidón, aliadas de David y de Salomón en otro tiempo ( 1Re 5), creyeron después a los discípulos de Cristo, que las evangelizaron.
Crisóstomo in Mat. hom. 38
Deplora el Señor estas ciudades para nuestro ejemplo, porque la efusión de lágrimas y los gemidos tristes sobre los que padecen insensibilidad de dolor, no es pequeño antídoto para la corrección de los pacientes y para el consuelo de los que lloran sobre ellos. No sólo los invita a obrar bien por medio del llanto, sino también por el terror. Por lo que sigue: "Por eso para Tiro y Sidón habrá menos rigor", etc. También nosotros debemos oír esto, porque el juicio más riguroso no será sólo para aquellas ciudades, sino también para nosotros, si no recibimos a los huéspedes que vienen a nosotros, a quienes manda también que sacudan el polvo en este caso. Además, como el Señor había hecho muchos milagros en Cafarnaúm y lo habían tenido como habitante, parecía elevada sobre las demás ciudades; pero por su incredulidad cayó en las ruinas. Por esto sigue: "Y tú, Cafarnaúm, ensalzada hasta el cielo, hasta el infierno serás sumergida". Esto es, para que tu castigo sea proporcionado a tu elevación.
Beda
Esta sentencia tiene dos sentidos. O bien serás sumergida hasta el infierno porque resististe soberbiamente a mi predilección, elevándote así por el orgullo hasta el cielo; o porque exaltada hasta el cielo por mi residencia y mis milagros, serás castigada con mayores suplicios, porque tampoco quisiste creer a esos signos. Y para que no se creyese que esta repulsa sólo se dirigía a las ciudades o personas que habiendo visto al Señor en su carne le despreciaron, y no a todos los que hoy desprecian también la doctrina del Evangelio, añade diciendo: "El que a vosotros oye, a mí me oye".
San Cirilo
Por medio de esto nos enseña que todo lo que nos dicen los apóstoles debe aceptarse, porque quien los oye, a Cristo oye. Inevitable castigo amenaza, pues, a los herejes, que menosprecian las predicaciones de los apóstoles; y por ello sigue: "Y el que os desprecia, a mí me desprecia".
Beda
A saber, que para que se comprenda que, oyendo o despreciando la predicación del Evangelio, no se oye o desprecia a unas personas cualesquiera, sino al Señor Salvador, y aún al mismo Padre. Prosigue: "Y el que a mí me desprecia, desprecia a Aquél que me envió", etc. Porque en el discípulo se oye al Maestro y en el Hijo se honra al Padre.
San Agustín, De verb. Dom., serm. 24
Si, pues, la palabra de Dios llegó hasta vosotros y os constituyó en ese lugar, cuidad de no despreciarnos, para que no llegue a El lo que con nosotros hagáis.
Beda
Puede también entenderse así: "El que a vosotros desprecia, a mí me desprecia" ( Mt 25). Esto es, el que no hace misericordia a uno de mis hermanos más pequeños, no me la hace a mí; y el que me desprecia (no queriendo creer en el Hijo de Dios), desprecia a Aquel que me envió; porque el Padre y Yo somos uno ( Jn 10, 30).
Tito Bostrense
También consuela en esto a sus discípulos, como diciéndoles: No digáis: ¿Por qué vamos a sufrir afrentas? Moderad la lengua; Yo doy la gracia, en mí recae vuestra afrenta.