Catena Áurea
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← Lc 12, 22-23 →
Y dijo a sus discípulos: "Por tanto os digo: no andéis solícitos para vuestra alma, qué comeréis, ni para vuestro cuerpo, qué vestiréis. Más es el alma que la comida, y el cuerpo más que el vestido". (vv. 22-23)
Teofilato
El Señor se eleva poco a poco a una doctrina más perfecta. Enseñó antes que debe evitarse la avaricia y añadió la parábola del rico, demostrando por ella que es un necio quien apetece las cosas superfluas. Después, continuando su discurso, no permite que nos ocupemos con afán ni de las cosas que nos son necesarias, arrancando la raíz de la avaricia. Por lo cual añade: "Por tanto os digo: no andéis solícitos", como diciendo, puesto que es un necio el que se promete una vida larga, y por esto se vuelve más ambicioso. "No andéis solícitos por vuestra alma, de lo que comeréis". No porque coma el alma espiritual, sino porque parece que el alma no puede estar unida con el cuerpo si no nos alimentamos. O porque es natural que un cuerpo animado reciba alimento, dice, con razón, que el alma se alimenta, puesto que también la fuerza nutritiva se llama alma. Y así debe entenderse: "No andéis solícitos por la parte nutritiva del alma de lo que comeréis". Puede, pues, el cuerpo, después de muerto ser vestido; y por esto, añade: "Ni de cómo vestiréis vuestro cuerpo".
Crisóstomo in Matthaeum hom. 22
Cuando dice: no andéis solícitos, no quiere decir no trabajéis, sino que no absorban nuestra alma las cosas del mundo, pues podemos trabajar sin que nos turbe la inquietud.
San Cirilo, in Cat. graec. Patr
El alma vale más que la comida, y el cuerpo más que el vestido. Por esto añade: "Más es el alma que la comida", etc. Como diciendo: Dios, que ha dado lo que es más, ¿no dará lo que es menos? Por tanto, no nos ocupemos demasiado de las cosas menores, ni sujetemos nuestro entendimiento a buscar el vestido y la comida. Pensemos más bien en lo que salva al alma y eleva al Reino de los Cielos.
San Ambrosio
Ninguna cosa hay mejor para que fomenten su fe aquellos que creen que Dios puede concederlo todo, que aquel aliento vital que perpetúa la unión del alma y del cuerpo, en vida común, sin necesidad de nuestros esfuerzos, y cuyo saludable alimento no nos falta sino cuando llega el día supremo de la muerte. Como el alma se viste, pues, con el vestido del cuerpo, y éste se anima con el vigor de aquélla, es un absurdo creer que nos faltará el alimento necesario en tanto que dura la unión del alma con el cuerpo.