Catena Áurea
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← Lc 19, 41-44 →
Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: "¡Ah si tú reconocieses siquiera en este tu día lo que puede traerte la paz! Mas ahora está encubierto a tus ojos. Porque vendrán días contra ti, en que tus enemigos te cercarán de trincheras, y te pondrán cerco, y te estrecharán por todas partes. Y te derribarán en tierra, y a tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra; por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación". (vv. 41-44)
Orígenes, in Lucam hom. 38
Jesucristo confirma con su ejemplo todas las bienaventuranzas de que ha hablado en el Evangelio, así, como había dicho: "Bienaventurados los mansos" ( Mt 5, 4), lo prueba diciendo: "Aprended de mí que soy manso" ( Mt 11, 29); y como había dicho: "Bienaventurados los que lloran" ( Mt 5, 5), El también lloró sobre la ciudad. Por esto dice: "Y cuando llegó cerca", etc.
San Cirilo
Se compadecía de éstos el Señor, que quiere que todos los hombres se salven, lo cual no nos sería manifiesto, si no lo hubiera evidenciado por medio de algo humano; pues las lágrimas vertidas son señal de tristeza.
San Gregorio, in evang. hom. 39
Lloró, pues, el piadoso Redentor la destrucción de aquella pérfida ciudad, las desgracias que ella misma ignoraba habrían de venirle. Por esto añade: "¡Ah si tú conocieses siquiera!" llorarías con amargura, la que ahora tanto te alegras, porque desconoces lo que te amenaza. Por esto añade: "Siquiera en éste tu día", etc. Como en aquel día se había consagrado a todos los goces materiales, tenía todo lo que podía procurarle la paz. Manifiesta después cómo los bienes presentes hacen su paz, cuando añade: "Mas ahora está encubierto a tus ojos"; porque si los males que la amenazan no estuviesen ocultos a los ojos de su corazón, no se alegraría tanto por las prosperidades presentes; por esto añade la pena que lo amenaza, cuando dice: "Porque vendrán días contra ti".
San Cirilo
"¡Ah si tú conocieses!" No eran dignos de comprender las Sagradas Escrituras divinamente inspiradas, que refieren el misterio de Cristo. En efecto, cuantas veces se lee a Moisés, un velo cubre su corazón para que no vean que todo se ha cumplido en Jesucristo, que como verdad hace huir las sombras; y como no conocían la verdad, se hicieron indignos de obtener la salud que mana de Jesucristo. Por esto sigue: "Siquiera en éste tu día", etc.
San Eusebio
En lo que da a conocer que su venida tenía por objeto la pacificación de todo el mundo; había venido, pues, a predicar la paz a los que estaban cerca y a los que estaban lejos; pero como no quisieron recibir la paz anunciada, quedaron ocultas para ellos estas cosas. Por esto añade: "Mas ahora está encubierto a tus ojos". Así, pues, predice con toda claridad el sitio que dentro de poco habría de sufrir, diciendo: "Porque vendrán días contra ti", etc.
San Gregorio, ut sup
Esto señala a los príncipes romanos; porque habla de la destrucción de Jerusalén, que sucedió bajo Vespasiano y Tito, príncipes romanos. Por esto continúa: "Y te pondrán cerco", etc.
San Eusebio
Cómo se cumplió todo esto, podemos conocerlo por lo que refiere Josefo, quien a pesar de ser judío refiere estas cosas tal y como Jesucristo las había predicho.
San Gregorio, ut sup
También en esto que añade: "Y no dejarán en ti piedra sobre piedra", está atestiguada la reubicación de esta misma ciudad; porque ahora está construida en aquel sitio donde el Salvador fue crucificado, fuera de la puerta: la primera fue destruida en absoluto. Dice luego la culpa por la que fue condenada a la destrucción, añadiendo: "Por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación".
Teofiactus
Esto es, de mi venida; porque he venido a visitarte y a salvarte, y si lo hubieras comprendido así, y creyeras en mí, estarías en paz con los romanos y libre de todos los peligros, así como todos aquellos que creyeron en Jesucristo pudieron evadirse.
Orígenes, ut sup
Yo no niego que aquella Jerusalén fuese destruida por los pecados de sus habitantes; pero pregunto si estas lágrimas han sido vertidas también sobre vuestra Jerusalén. Cuando alguno peca después de participar de los misterios de la verdad, se llorará por él; pero no por ningún gentil, sino sólo por aquel que perteneció a Jerusalén y después la abandonó.
San Gregorio, in evang. hom. 39
Nuestro Redentor no cesa de llorar por sus escogidos cuando ve caer en el mal a los que poseían la virtud; porque si éstos conociesen la condenación que les espera, se llorarían a sí mismos con las lágrimas de los escogidos. El hombre de inclinaciones malas tiene aquí su día, que goza por breve tiempo, y se complace en las cosas temporales disfrutando de cierta paz; por esto huye de prever el porvenir, para que no se turbe su alegría presente. Por esto sigue: "Mas ahora está encubierto a tus ojos", etc.
Orígenes, ut sup
Llora además por nuestra Jerusalén, a la que, después que ha pecado, sitian sus enemigos, esto es, el espíritu maligno, y la rodean de trincheras para cercarla y no dejar piedra sobre piedra; especialmente cuando alguno es vencido después de mucha continencia y de algunos años de castidad, y atraído por los halagos de la carne, pierde la paciencia y la castidad. Y si fuese fornicador no dejarán en él piedra sobre piedra, según las palabras de Ezequiel: "No me acordaré de sus primitivas virtudes" ( Ez 18, 24).
San Gregorio, ut sup
Los espíritus malignos asedian el alma en cuanto sale del cuerpo, y como ama la carne en los placeres carnales, la inquietan con el engaño del deleite; la rodean de trincheras, presentando a su vista las iniquidades que cometió, y la estrechan con los que son compañeros de su condenación, con el fin de que ella vea, una vez en el último instante de su vida, la clase de enemigos que la asedian y no pueda encontrar medio de evadirse, porque ya no puede hacer el bien que despreció cuando pudo hacerlo; estrechan al alma por todas partes poniéndole a la vista la iniquidad, no sólo de sus obras, sino también de sus palabras y de sus pensamientos; para que así como antes se había solazado tanto en la maldad, sienta en su última hora la angustia que merece en pago. Entonces el alma, por la condición de su culpa, se aterra cuando ve que su carne, que creyó que era su vida, va a convertirse en polvo; entonces mueren sus hijos cuando los pensamientos ilícitos, que ahora nacen de ella, se disipan en el último momento de la venganza; estos pensamientos pueden representarse por las piedras. La mente perversa, cuando añade a un pensamiento malo otro peor, pone, por decirlo así, una piedra sobre otra; pero cuando es llevada a su castigo, se destruye todo el edificio de sus pensamientos. Sin embargo, el Señor visita al alma culpable para su enseñanza alguna vez mediante la desgracia, otras con los milagros, con el fin de que conozca las verdades que ignoraba, y menospreciando el mal vuelva por la compunción del dolor u obligada por los beneficios, y se avergüence de lo mal que obró. Pero porque no conoció el tiempo en que fue visitada, al final de su vida será entregada a sus enemigos, con quienes se verá unida en el juicio eterno de su perpetua condenación.