Magisterio por temas

Eucaristía y liturgiaIndice general

MEDIATOR DEI

Carta encíclica sobre la Sagrada Liturgia, 20.XI.1947
Pío XII

Introducción
Parte primera. Naturaleza, origen y progreso de la Liturgia
I. La Liturgia, culto público
II. La Liturgia, culto interno y externo
      1. Exageraciones unilaterales
      2. Piedad personal, indispensable
      3. Los frutos de la genuina piedad
      4. Armonía entre el elemento externo e interno
III. La Liturgia está regulada por la Jerarquía Eclesiástica
      1. La Jerarquía y el sacerdocio de la Iglesia
      2. La dependencia de la Liturgia de la autoridad
IV. Progreso y desarrollo de la Liturgia
      1. Elementos divinos y elementos humanos en la Liturgia
      2. Las causas del progresivo desarrollo de la Liturgia
      3. La fundación de la Congregación de Ritos
      4. La Suprema Autoridad en asuntos litúrgicos
      5. La lengua litúrgica
      6. Formas antiguas y nuevas
Parte segunda. El culto eucarístico
I. La Naturaleza del sacrificio
II. La participación de los fieles en el sacrificio eucarístico
      1. Delimitación de los poderes
      2. El sacerdocio común de los fieles
      3. El ofrecimiento de sí mismo como participante
      4. El fomento de la participación
III. La Comunión Eucarística
      1. La Comunión forma parte del sacrificio; Comunión sacramental y espiritual
      2. La recepción de la Sagrada Comunión y la acción de gracias
IV. La Adoración de Cristo en la Eucaristía
Parte tercera. El Oficio Divino y el año litúrgico
I. El Oficio Divino
II. El Ciclo de misterios en el año litúrgico
III. Las fiestas de los Santos y de María Santísima
Parte cuarta. Normas pastorales
I. Se recomiendan calurosamente las otras formas de piedad no estrictamente litúrgicas.
      1. La acción de Espíritu Santo no les es ajena
      2. Confesión frecuente, ejercicios espirituales y distribuciones sacramentales.
      3. Prevención contra reformas exageradas.
II. Espíritu Litúrgico y apostolado litúrgico
      1. El conocimiento litúrgico y las Artes Sagradas.
      2. Formación litúrgica del clero y del pueblo.
      3. Prevención contra errores y herejías.
Epílogo
Notas


MEDIATOR DEI

CARTA ENCÍCLICA SOBRE LA SAGRADA LITURGIA

20 noviembre de 1947
Venerables Hermanos: Salud y Bendición Apostólica.

INTRODUCCIÓN

El Sacerdocio y el movimiento Litúrgico actual
1. Jesucristo, Redentor del mundo, Sumo Sacerdote.
"El Mediador entre Dios y los hombres" 1, el gran Pontífice que penetró hasta lo más alto del cielo, Jesús, Hijo de Dios 2, al encargarse de la obra de misericordia con que enriqueció al género humano con beneficios sobrenaturales, quiso, sin duda alguna, restablecer entre los hombres y su Creador aquel orden que el pecado había perturbado y volver a conducir al Padre Celestial, primer principio y último fin, la mísera descendencia de Adán, manchada por el pecado original. Por eso, mientras vivía en la tierra, no sólo anunció el principio de la redención y declaró inaugurado el Reino de Dios, sino que se consagró a procurar la salvación de las almas con el continuo ejercicio de la oración y del sacrificio, hasta que se ofreció en la Cruz, víctima Inmaculada para limpiar nuestra conciencia de las obras muertas y hacer que tributásemos un verdadero culto al Dios vivo 3. Así todos los hombres, felizmente rescatados del camino que desdichadamente los arrastraba a la ruina y a la perdición, fueron ordenados nuevamente a Dios, para que colaborando personalmente en la consecución de la santificación propia, fruto de la sangre inmaculada del Cordero, diesen a Dios la gloria que le es debida.
Quiso, pues, el Divino Redentor que la vida sacerdotal por Él iniciada en su cuerpo mortal con sus oraciones y su sacrificio, en el transcurso de los siglos, no cesase en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia; y por esto instituyó un sacerdocio visible, para ofrecer en todas partes la oblación pura 4, a fin de que todos los hombres, del Oriente al Occidente, liberados del pecado, sirviesen espontáneamente y de buen grado a Dios por deber de conciencia.
2. La Iglesia continúa el oficio sacerdotal de Jesucristo, en la Misa, los Sacramentos y el Oficio.
La Iglesia, pues, fiel al mandato recibido de su fundador, continúa el oficio sacerdotal de Jesucristo, sobre todo mediante la Sagrada Liturgia. Esto lo hace, en primer lugar, en el altar donde se representa perpetuamente el Sacrificio de la Cruz 5 y se renueva con la sola diferencia del modo de ser ofrecido 6; en segundo lugar, mediante los Sacramentos, que son instrumentos peculiares, por medio de los cuales los hombres participan en la vida sobrenatural; y por último, con el cotidiano tributo de alabanzas ofrecido a Dios Óptimo Máximo. "¡Qué espectáculo más hermoso para el cielo y para la tierra que la Iglesia en oración! –decía Nuestro Predecesor Pío XI de feliz memoria–. Siglos hace que, sin interrupción alguna, desde una medianoche o la otra, se repite sobre la tierra la divina salmodia de los cantos inspirados, y no hay hora del día que no sea santificada por su liturgia especial; no hay período alguno en la vida, grande o pequeño, que no tenga lugar en la acción de gracias, en la alabanza, en la oración, en la reparación de las preces comunes del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia" 7.
3. Despertar de los estudios litúrgicos y movimiento litúrgico actual.
Sabéis sin duda alguna, Venerables Hermanos, que a fines del siglo pasado y principios del presente se despertó un fervor singular en los estudios litúrgicos, tanto por la iniciativa laudable de algunos particulares, cuanto sobre todo por la celosa y asidua diligencia de varios monasterios de la ínclita Orden Benedictina; de suerte que, no sólo en muchas regiones de Europa, sino aun en las tierras de ultramar, se desarrolló en esta materia una laudable y provechosa emulación, cuyas benéficas consecuencias se pudieron ver, no sólo en el campo de las disciplinas sagradas, donde los ritos litúrgicos de la Iglesia Oriental y Occidental fueron estudiados y conocidos más amplia y profundamente, sino también en la vida espiritual y privada de muchos cristianos.
4. Sus importantes resultados en la actualidad.
Las augustas ceremonias del Sacrificio del Altar fueron mejor conocidas, comprendidas y estimadas; la participación en los Sacramentos, mayor y más frecuente; las oraciones litúrgicas, más suavemente gustadas; y el culto de la eucarístico, considerado –como verdaderamente lo es– centro y fuente de la verdadera piedad cristiana. Fue, además, puesto más claramente en evidencia el hecho de que todos los fieles constituyen un solo y compactísimo cuerpo, cuya cabeza es Cristo, de donde proviene para el pueblo cristiano la obligación de participar, según su propia condición, en los ritos litúrgicos.
5. Solicitud de la Santa Sede en favor del culto litúrgico.
Vosotros, indudablemente, sabéis muy bien que esta Sede Apostólica ha procurado siempre, con gran diligencia, que el pueblo a ella confiado se educase en un verdadero y efectivo sentido litúrgico y que, con no menor celo, se ha preocupado de que los sagrados ritos resplandeciesen al exterior con la debida dignidad. En el mismo orden de ideas, Nos, hablando, según costumbre, a los predicadores cuaresmales de esta nuestra amada Ciudad en 1943, los exhortábamos calurosamente a amonestar a sus oyentes para que tomasen parte siempre con mayor empeño en el Sacrificio Eucarístico; y recientemente hemos hecho traducir otra vez el libro de los Salmos del texto original al latín, para que las preces litúrgicas, de las que forma ese libro parte tan principal en la Iglesia Católica, fuesen más exactamente entendidas y más fácilmente percibidas su verdad y suavidad 8.
Sin embargo, mientras que, por los saludables frutos que de él se derivan, el apostolado litúrgico es para Nos de no poco consuelo, Nuestro deber Nos impone seguir con atención esta renovación, como algunos la llaman, y procurar diligentemente que estas iniciativas no se conviertan ni en excesivas ni en defectuosas.
6. Deficiencias de algunos. Exageraciones de otros.
Ahora bien, si por una parte vemos con dolor que en algunas regiones el sentido, el conocimiento y el estudio de la Liturgia son a veces escasos o casi nulos, por otra observamos con gran preocupación, que en otras hay algunos demasiado ávidos de novedades, que se alejan del camino de la sana doctrina y de la prudencia; pues con la intención y el deseo de una renovación litúrgica, mezclan frecuentemente principios que en teoría o en la práctica comprometen esta causa santísima, y la contaminan también muchas veces con errores que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética.
La pureza de la fe y de la moral debe ser la norma característica de esta sagrada disciplina, que tiene que conformarse absolutamente con las sapientísimas enseñanzas de la Iglesia. Es por tanto deber Nuestro alabar y aprobar todo lo que está bien hecho, y reprimir o reprobar todo lo que se desvíe del verdadero y justo camino.
No crean, sin embargo, los inertes y los tibios que cuentan con Nuestro asenso, porque reprendemos a los que yerran y ponemos freno a los audaces; ni los imprudentes se tengan por alabados cuando corregimos a los negligentes y a los perezosos.
Aunque en esta Nuestra Carta Encíclica tratamos, sobre todo, de la Liturgia latina, no se debe a que tengamos menor estima de las venerandas Liturgias de la Iglesia Oriental, cuyos ritos, transmitidos por venerables y antiguos documentos, Nos son igualmente queridísimos; sino que más bien depende de las especiales condiciones de la Iglesia Occidental, que demandan la intervención de la autoridad Nuestra.
7. La voz del Padre común.
Oigan, pues, dócilmente todos los cristianos la voz del Padre común, que desea ardientemente verlos unidos íntimamente a Él, acercándose al altar de Dios, profesando la misma fe, obedeciendo a la misma ley, participando en el mismo sacrificio con un solo entendimiento y una sola voluntad. Lo pide el honor debido a Dios; lo exigen las necesidades de los tiempos presentes. Efectivamente, después que una larga y cruel guerra ha dividido a los pueblos con sus rivalidades y estragos, los hombres de buena voluntad se esfuerzan ahora de la mejor manera posible por traerlos de nuevo a todos a la concordia. Creemos, sin embargo, que ningún designio o iniciativa será en este caso más eficaz que un férvido espíritu y religioso celo de los que deben estar animados y guiados los cristianos, de modo que, aceptando sinceramente las mismas verdades y obedeciendo dócilmente a los legítimos Pastores en el ejercicio del culto debido a Dios, formen una Comunidad fraternal; puesto que todos los que participamos del mismo pan, aunque muchos, venimos a ser un solo cuerpo 9.

PARTE PRIMERA
NATURALEZA, ORIGEN Y PROGRESO DE LA LITURGIA

I. La Liturgia, culto público

8. Honrar a Dios: deber de cada uno.
El deber fundamental del hombre es, sin duda, el de orientar hacia Dios su persona y su propia vida. A Él, en efecto, debemos principalmente unirnos como indefectible principio, a quien igualmente ha de dirigirse siempre nuestra deliberación como a último fin, que por nuestra negligencia perdemos al pecar, y que debemos reconquistar por la fe creyendo en Él 10. Ahora bien, el hombre se vuelve ordenadamente a Dios cuando reconoce su majestad suprema y su magisterio sumo; cuando acepta con sumisión las verdades divinamente reveladas; cuando observa religiosamente sus leyes; cuando hace converger hacia Él toda su actividad; cuando –para decirlo en breve–, da mediante la virtud de la religión, el debido culto al único y verdadero Dios.
9. Deber de la colectividad.
Este es un deber que obliga ante todo a cada uno en particular; pero es también un deber colectivo de toda la comunidad humana, ordenada con recíprocos vínculos sociales, ya que también ella depende de la suprema autoridad de Dios.
Nótese que éste es, además, un deber particular de los hombres en cuanto elevados por Dios al orden sobrenatural.
Así, si consideramos a Dios como autor de la antigua Ley, vemos que también proclama preceptos rituales y determina cuidadosamente las normas que el pueblo debe observar al tributarle el legítimo culto. Por eso estableció diversos sacrificios y designó las ceremonias con que se debían ejecutar; determinó claramente lo que se refería al Arca de la Alianza, al Templo y a los días festivos; señaló la tribu sacerdotal y al sumo sacerdote; indicó y describió las vestiduras que habían de usar por los ministros sagrados y todo lo demás relacionado con el culto divino 11.
Este culto, por lo demás, no era otra cosa sino la sombra 12 del que el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento había de tributar al Padre Celestial.
a) Culto divino rendido por Jesucristo
10. Honor tributado al Padre por el Verbo Encarnado: en la tierra.
Efectivamente, apenas el Verbo se hizo carne 13 se manifestó al mundo dotado de la dignidad sacerdotal, haciendo un acto de sumisión al Eterno Padre que había de durar todo el tiempo de su vida: al entrar en el mundo, dice… Heme aquí que vengo… para cumplir, ¡oh Dios!, tu voluntad 14, acto que se llevará a efecto de modo admirable en el sacrificio cruento de la Cruz: Por esta voluntad, pues, somos santificados por la oblación del Cuerpo de Jesucristo hecha una vez sola 15. Toda su actividad entre los hombres no tiene otro fin. Niño, es presentado en el Templo al Señor; adolescente, vuelve otra vez al lugar sagrado; más tarde acude allí frecuentemente para instruir al pueblo y para orar. Antes de iniciar el ministerio público ayuna durante cuarenta días, y con su consejo y su ejemplo exhorta a todos a orar día y noche. Como maestro de verdad alumbra a todo hombre 16 para que los mortales reconozcan convenientemente al Dios inmortal y no deserten para perderse, sino que sean fieles y constantes para poner en salvo el alma 17. En cuanto Pastor gobierna su grey, la conduce a los pastos de la vida y le da una ley que observar, a fin de que ninguno se separe de Él y del camino recto que Él ha trazado, sino que todos vivan santamente bajo su influjo y su acción. En la última Cena, con rito y aparato solemne, celebra la nueva Pascua y provee a su continuación mediante la institución divina de la Eucaristía; al día siguiente, elevado entre el cielo y la tierra, ofrece el salvador Sacrificio de su vida, y de su pecho atravesado hace brotar en cierto modo los Sacramentos que distribuyen a las almas los tesoros de la Redención. Al hacerlo así, tiene como único fin la gloria del Padre y la santificación cada vez mayor del hombre.
11. …y en la gloria.
Luego, al entrar en la sede de la eterna felicidad, quiere que el culto instituido y tributado por Él durante su vida terrena, continúe sin interrupción ninguna. Porque no ha dejado huérfano al género humano, sino que así como lo asiste siempre con su continuo y poderoso patrocinio, haciéndose en el cielo nuestro abogado ante el Padre 18, así también lo ayuda mediante su Iglesia, en la cual está indefectiblemente presente en el transcurso de los siglos, Iglesia que Él ha constituido columna de la verdad 19 y dispensadora de gracia, y que con el sacrificio de la Cruz fundó, consagró y confirmó eternamente 20.
b) Culto divino rendido por la Iglesia
12. La Iglesia sigue honrando a Dios en unión con Cristo.
La Iglesia, por consiguiente, tiene de común con el Verbo Encarnado el fin, la obligación y la función de enseñar a todos la verdad, regir y gobernar a los hombres, ofrecer a Dios el Sacrificio aceptable y grato, y restablecer así entre el Creador y la criatura aquella unión y armonía que el Apóstol de las gentes indica claramente con estas palabras: "Así que ya no sois extraños ni advenedizos: sino conciudadanos de los Santos y domésticos de Dios: pues estáis edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas, y unidos en Jesucristo, el cual es la principal piedra angular de la nueva Jerusalén: sobre quien trabado todo el edificio se alza par ser un templo santo del Señor: por él entráis también vosotros a ser parte de la estructura de este edificio, para llegar a ser morada de Dios, por medio del Espíritu Santo" 21. Por eso la sociedad fundada por el Divino Redentor no tiene otro fin, ni con su doctrina y su gobierno, ni con el Sacrificio y los Sacramentos instituidos por Él, ni finalmente con el ministerio que le ha confiado, con sus oraciones y su sangre, sino crecer y dilatarse cada vez más; y esto sucede cuando Cristo está edificado y dilatado en las almas de los mortales, y cuando, a su vez, las almas de los mortales están edificadas y dilatadas en Cristo; de manera que en este destierro terrenal se amplíe el templo donde la Divina Majestad recibe el culto grato y legítimo. Por tanto, en toda acción litúrgica, juntamente con la Iglesia, está presente su Divino Fundador: Jesucristo está presente en el augusto Sacrificio del altar, ya en la persona de su ministro, ya, principalmente, bajo las especies eucarísticas; está presente en los Sacramentos con la virtud que transfunde en ellos, para que sean instrumentos eficaces de santidad; está presente, finalmente, en las alabanzas y en las súplicas dirigidas a Dios, como está escrito: "Donde están dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí me hallo yo en medio de ellos" 22.
c) Definición de la Liturgia
13. Concepto de Liturgia.
La Sagrada Liturgia es, por consiguiente, el culto público que nuestro Redentor tributa al Padre como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su Fundador y, por medio de Él, al Eterno Padre: es, diciéndolo brevemente, el completo culto público del Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros.
d) La Liturgia en el curso de la historia y en la vida humana
14. Comienzos de la Sagrada Liturgia en la historia.
La acción litúrgica tiene principio con la misma fundación de la Iglesia. En efecto, los primeros cristianos perseveraban todos en oír las instrucciones de los Apóstoles y en la comunicación de la fracción del pan y en la oración 23. Dondequiera que los Pastores pueden reunir un núcleo de fieles, erigen un altar, sobre el que ofrecen el Sacrificio; y en torno a él se disponen otros ritos acomodados a la salvación de los hombres y a la glorificación de Dios. Entre estos ritos están, en primer lugar, los Sacramentos, o sean las siete principales fuentes de salvación; después, la celebración de las alabanzas divinas, con las que los fieles, reunidos también, obedecen a las exhortaciones del Apóstol: "Con toda sabiduría enseñándoos y animándoos unos a otros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando de corazón, con gracia y edificación las alabanzas a Dios" 24; después, la lectura de la Ley, de los Profetas; del Evangelio y de las Cartas Apostólicas, y finalmente la homilía, con la cual el Presidente de la asamblea recuerda y comenta últimamente los preceptos del Divino Maestro, los acontecimientos principales de su vida, y amonesta a todos los presentes con oportunas exhortaciones y ejemplos.
15. Su organización, significado en la vida humana y desarrollo.
El culto se organiza y se desarrolla según las circunstancias y las necesidades de los cristianos, se enriquece con nuevos ritos, ceremonias y fórmulas, siempre con la misma intención: o sea, para que estos signos nos estimulemos… conozcamos el progreso por nosotros realizado y nos sintamos impulsados a aumentarlo con mayor vigor, ya que el efecto es más digno si es más ardiente el afecto que lo precede 25. Así el alma se eleva más y mejor hacia Dios; así el sacerdocio de Jesucristo se mantiene siempre activo en la sucesión de los tiempos, ya que la liturgia no es sino el ejercicio de este sacerdocio. Lo mismo que su Cabeza divina, también la Iglesia asiste continuamente a sus hijos, los ayuda y los exhorta a la santidad, para que, adornados con esta dignidad sobrenatural, puedan un día retornar al Padre que está en los cielos. Ella regenera dando vida celestial a los nacidos a la vida terrenal, los fortifica con el Espíritu Santo para la lucha contra el enemigo implacable; llama a los cristianos en torno a los altares, y con insistentes invitaciones los anima a celebrar y tomar parte en el Sacrificio Eucarístico, y los nutre con el pan de los Ángeles, para que estén cada vez más fuertes; purifica y consuela a los que el pecado hirió y manchó; consagra con rito legítimo a los que por divina vocación son llamados al ministerio sacerdotal; da nuevo vigor al casto connubio de los que están destinados a fundar y constituir la familia cristiana, y después de haberlos confortado y restaurado con el Viático Eucarístico y la Sagrada Unción en sus últimas horas de vida terrena, acompaña al sepulcro con suma piedad los despojos de sus hijos, los compone religiosamente, los protege al amparo de la Cruz, para que puedan un día resurgir triunfantes de la muerte: bendice con particular solemnidad a cuantos dedican su vida al servicio divino para lograr la perfección religiosa; y extiende su mano en socorro de las almas que en las llamas del purgatorio imploran oraciones y sufragios, para conducirlas finalmente a la eterna bienaventuranza.

II. La Liturgia, culto interno y externo

1. Exageraciones unilaterales

16. El culto externo.
Todo el conjunto del culto que la Iglesia tributa a Dios debe ser interno y externo. Es externo, porque lo pide la naturaleza del hombre compuesto de alma y cuerpo; porque Dios ha dispuesto que conociéndolo por medio de las cosas visibles, seamos llevados al amor de las cosas invisibles 26; porque todo lo que sale del alma es expresado naturalmente con los sentidos; y el culto divino pertenece no solamente al individuo, sino también a la colectividad humana, y por lo tanto, es necesario que sea social, lo que es imposible, incluso en el terreno religioso, sin vínculos y manifestaciones externas. Por último, es un medio que pone de relieve la unidad del Cuerpo místico, acrecienta sus santos entusiasmos, aumenta sus fuerzas e intensifica su acción; aunque en efecto, las ceremonias en sí mismas no contengan ninguna perfección o santidad, no obstante son actos externos de religión que, como signos, estimulan el alma a la veneración de las Cosas sagradas, elevan la mente a la realidad sobrenatural, nutren la piedad, fomentan la caridad, aumentan la fe, robustecen la devoción, instruyen aun a los más sencillos, adornan el culto de Dios, conservan la religión y distinguen a los verdaderos de los falsos cristianos y de los heterodoxos27.
17. Pero es especialmente culto interno.
Pero el elemento esencial del culto debe ser el interno: es necesario, en efecto, vivir siempre en Cristo, dedicarse por entero a El, a fin de que en El y por El se dé gloria al Padre. La Sagrada Liturgia requiere que estos dos elementos estén íntimamente unidos, lo que no se cansa dé repetir cada vez que prescribe un acto externo del culto. Así, por ejemplo, a propósito del ayuno nos exhorta: Para que nuestra abstinencia obre en lo interior lo que exteriormente profesa 28. De otra suerte, la religión se convierte en un formalismo sin fundamento y sin contenido. Vosotros sabéis, Venerables Hermanos, que el divino Maestro considera indignos del templo sagrado y expulsa de él a aquellos que creen honrar a Dios sólo con el sonido de frases bien construidas y con posturas teatrales, y están convencidos de poder proveer a su eterna salvación sin desarraigar de su alma los vicios inveterados 29. La Iglesia, por tanto, quiere que todos los fieles se postren a los pies del Redentor para profesarle su amor y su veneración; quiere que las multitudes, como los niños que salieron con gozosas aclamaciones al encuentro de Cristo cuando entraba en Jerusalén, saluden y acompañen, al Rey de reyes y al Sumo Autor de todas las cosas buenas con el canto de gloria y la acción de gracias; quiere que en sus labios haya plegarias, bien sean de súplica, bien de alegría y gratitud, con las cuales, lo mismo que los Apóstoles junto al lago de Tiberíades, puedan experimentar la ayuda de su misericordia y de su potencia, o como Pedro en el monte Tabor, se abandonen a Dios en los místicos transportes de la contemplación.
18. Exageraciones del elemento externo.
No tienen por esto una exacta noción de la Sagrada Liturgia aquellos que la consideran como una parte exclusivamente externa y sensibles del culto divino ó como un ceremonial decorativo; ni yerran menos aquellos que la consideran como una mera suma de leyes y de preceptos, con los cuales la Jerarquía eclesiástica ordena al cumplimiento de los ritos. Quede, por consiguiente, bien claro para todos que no se puede honrar dignamente a Dios si el alma no se eleva a la consecución de la perfección en la vida, y que el culto con su Cabeza divina tiene la máxima eficacia de santificación.
Esta eficacia, cuando se trata del Sacrificio Eucarístico y de los Sacramentos, proviene ante todo del valor de la acción en sí misma ("ex opere operato"); si, además, se considera también la actividad propia de la Esposa inmaculada de Jesucristo, con la que ésta adorna de plegarias y ceremonias sagradas el sacrificio eucarístico o los sacramentos; o si se :trata de los sacramentales, y otros ritos, instituidos por la jerarquía eclesiástica, entonces la eficacia se deriva, ante todo, de la acción de la Iglesia ("ex opere operantis Ecclesiæ"), en cuanto es santa y obra siempre en íntima unión con su Cabeza.
19. Teorías nuevas sobre la "piedad objetiva".
A este propósito, Venerables Hermanos, deseamos que dediquéis vuestra atención a las nuevas teorías sobre la piedad objetiva, las cuales, al esforzarse en poner de manifiesto el misterio del Cuerpo místico, la realidad efectiva de la gracia santificante y la acción divina de los sacramentos y del sacrificio eucarístico, tratan de posponer o hacer desaparecer la piedad subjetiva o personal.
En celebraciones litúrgicas, y particularmente en el augusto Sacrificio del altar, se continúa sin duda la obra de nuestra redención y se aplican sus frutos. Cristo obra nuestra salvación cada día en los sacramentos y en su sacrificio, y por medio de ellos continuamente purifica y consagra a Dios el género humano. Por tanto, esos sacramentos y ese sacrificio tienen una virtud objetiva, con la cual hacen partícipes a nuestras almas de la vida divina de Jesucristo. Tienen, pues, no por nuestra virtud, sino por virtud divina, la eficacia de unir la piedad de los miembros con la piedad de la Cabeza, y de hacerla en cierto modo acción de toda la comunidad. De estos profundos argumentos concluyen algunos, que toda la piedad cristiana debe consistir en el misterio del Cuerpo Místico de Cristo, sin ninguna consideración personal y subjetiva, y creen, por esto, que se deben abandonar todas las prácticas religiosas que no sean estrictamente litúrgicas y se realicen fuera del culto público.
Todos, sin embargo, podrán darse cuenta de que estas conclusiones acerca de las dos especies de piedad, aunque los principios arriba expuestos sean óptimos, son completamente falsas, insidiosas y dañosísimas.

2. Piedad personal, indispensable

20. Necesidad de la "piedad subjetiva".
Es verdad que los Sacramentos y el Sacrificio del altar tienen una virtud intrínseca en cuanto son acciones del ‘mismo Cristo, que comunica y difunde la gracia de la Cabeza divina en los miembros del Cuerpo místico; pero para tener la debida eficacia exigen una buena disposición de nuestra alma. Por esto advierte San Pablo, a propósito de la Eucaristía: "Por tanto, examínese cada uno a sí mismo y después coma de este pan y beba de este cáliz" 30. Por esto la Iglesia define breve y claramente todos los ejercicios con que nuestra alma se purifica, especialmente durante la Cuaresma: ayudas de la milicia cristiana 31; son, efectivamente, la acción de los miembros que, con el auxilio de la gracia, quieren adherirse a su Cabeza, para que, repitiendo las palabras de San Agustín, "se nos manifieste en nuestra Cabeza la fuente misma de la gracia" 32. Pero hay que advertir que estos miembros están vivos, dotados de razón; y de voluntad propia, y por esto es necesario que acercando los labios a la fuente, tomen y asimilen el alimento vital y eliminen todo lo que pueda impedir su eficacia. Hay pues, que afirmar, que la obra de la Redención, independiente en sí de nuestra voluntad requiere el último esfuerzo de nuestra alma para que podamos conseguir la eterna salvación.
21. Necesidad de la meditación y de las prácticas de piedad.
Si la piedad privada e interna de los individuos descuidase el augusto sacrificio del altar, y se sustrajese al influjo salvador que emana de la Cabeza a los miembros, esto sería, sin duda, reprochable y estéril; pero cuándo todos los consejos y actos de piedad que no son estrictamente litúrgicos fijan la mirada del alma en los actos humanos, únicamente para dirigirlos a nuestro Padre, que está en los cielos; para estimular, saludablemente a los hombres á la penitencia y al temor de Dios y para; una vez arrancados de los atractivos del mundo y, de los vicios, conducirlas felizmente por el arduo camino a la cima de la santidad, entonces son no solamente loables, sino necesarios, porque descubren los peligros de la vida espiritual, nos mueven a la adquisición de la virtud y aumentan el fervor con que todos debemos, dedicarnos al servicio de Jesucristo. La genuina y verdadera piedad, aquella que el Doctor Angélico llama devoción y que es el acto principal de la virtud de la religión, por la que los hombres se orientan debidamente, se dirigen conveniente a Dios y se dedican al culto divino 33, tiene necesidad de la meditación de las verdades sobrenaturales y de las prácticas espirituales, para alimentarse, estimularse y vigorizarse, y para animarnos a la perfección. Porque la religión Cristiana, debidamente practicada, requiere ante todo que la voluntad se consagre a Dios e influya sobre las demás facultades del alma. Pero todo acto de voluntad supone el ejercicio de la inteligencia y antes de que se conciba el deseo y el propósito de darse a Dios por medio del sacrificio, es absolutamente necesario el conocimiento de los argumentos, y de los motivos que imponen la religión, como por ejemplo, el fin último del hombre y la grandeza de la Divina Majestad, el deber de sujeción al Creador, los tesoros inagotables del Amor con que Él nos quiere enriquecer, la necesidad de la gracia para llegar a la meta señalada y el camino particular que la Divina Providencia nos ha preparado, ya que todos, como miembros de un cuerpo, hemos sido unidos con Jesucristo nuestra Cabeza. Y pues que no siempre los motivos del amor hacen mella en el alma agitada por las pasiones, es muy oportuno que nos impresione también la saludable consideración de la divina Justicia, para reducirnos a la humildad cristiana, a la penitencia y a la enmienda de las costumbres.

3. Los frutos de la genuina piedad

22. Frutos concretos que la piedad debe producir.
Todas estas consideraciones no deben ser una vacía y abstracta reminiscencia, sino que deben tender, efectivamente, a someter nuestros sentidos y facultades a la razón iluminada por la fe; a purificar nuestra alma, uniéndola cada día más íntimamente a Cristo, conformándola cada vez más a Él, y sacando de Él la inspiración y la fuerza divina de que tiene necesidad; a convertirse en estímulos cada vez más eficaces, que exciten a los hombres al bien, a la fidelidad al propio deber, a la práctica de la religión y al ferviente ejercicio de la virtud: vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios 34. Sea, pues, todo orgánico y, por decirlo así, teocéntrico, si verdaderamente queremos que todo se encamine a la gloria de Dios por la vida y la virtud que nos viene de nuestra Cabeza divina: Teniendo, pues, hermanos, en virtud de la Sangre de Cristo, firme confianza de entrar en el Santuario, que Él nos abrió, como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de su Sangre; y teniendo un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón, con la fe perfecta, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura. Retengamos firme la confesión de la esperanza… Miremos los unos por los otros para excitarnos a la caridad y a las buenas obras 35.
23. Armonía y equilibrio en los miembros del Cuerpo Místico.
De aquí se deriva el armonioso equilibrio de los miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo. Con la enseñanza de la fe católica, con la exhortación a la observancia de los preceptos cristianos, la Iglesia prepara el camino a su acción propiamente sacerdotal y santificadora; nos dispone a una más íntima contemplación de la vida del Divino Redentor, y nos conduce a un conocimiento más profundo de los misterios de la fe, para que de ellos obtengamos el alimento sobrenatural, con el que, fortalecidos, podamos adelantar seguros hacia la perfección de la vida por Cristo. No sólo por obra de sus ministros, sino también por la de todos los fieles, de tal modo impregnados del espíritu de Jesucristo, la Iglesia se esfuerza en empapar de este mismo espíritu la vida y la actividad privada, conyugal, social y, por último, económica y política de los hombres, para que todos aquellos que se llaman hijos de Dios puedan más fácilmente conseguir su fin.
De esta manera, la acción privada y el esfuerzo ascético dirigido a la purificación del alma estimulan las energías de los fieles y les disponen a participar más aptamente en el augusto Sacrificio del altar, a recibir los Sacramentos con más fruto, y a celebrar los ritos sagrados de modo que salgan de ellos más animados y formados en la oración y la abnegación cristiana; a cooperar activamente a las inspiraciones y a las llamadas de la gracia y a imitar cada día más las virtudes del Redentor, no sólo por su propio beneficio, sino también para el de todo el Cuerpo de la Iglesia, en el cual todo el bien que se realiza proviene de la virtud de la Cabeza y redunda en beneficio de los miembros.

4. Armonía entre el elemento externo e interno

24. Acuerdo entre la acción divina y la cooperación humana.
Por esto en la vida espiritual no puede haber ninguna oposición o repugnancia entre la acción divina, que infunde la gracia en las almas, para continuar nuestra Redención, y la colaboración activa del hombre, que no debe hacer vano el don de Dios 36; entre la eficacia del rito externo de los Sacramentos, que proviene "ex opere operato", y el mérito del que los administra o recibe, acto que suele llamarse "opus operantis"; entre las oraciones privadas y las plegarias públicas; entre la ética y la contemplación de las verdades sobrenaturales; entre la vida ascética y la piedad litúrgica; entre el poder de jurisdicción y de legítimo magisterio y la potestad eminentemente sacerdotal que se ejercita en el mismo sagrado ministerio.
Por graves motivos la Iglesia prescribe a los ministros de los altares y a los religiosos que en los tiempos señalados atiendan a piadosa meditación, al diligente examen y enmienda de la conciencia y a los demás ejercicios espirituales 37, puesto que están destinados de manera particular a cumplir las funciones litúrgicas del sacrificio y de la alabanza divina. Sin duda, la plegaria litúrgica, siendo como es oración pública de la Esposa Santa de Jesucristo, tiene mayor dignidad que las oraciones privadas; pero esta superioridad no quiere decir que entre los dos géneros de oración haya ningún contraste u oposición. Pues estando animadas de un mismo espíritu, las dos se funden y armonizan, según aquello: todo y en todos Cristo 38 y tienden al mismo fin: hasta que se forme en nosotros Cristo 39.

III. La Liturgia está regulada por la Jerarquía Eclesiástica

1. La Jerarquía y el sacerdocio de la Iglesia

25. La naturaleza de la Iglesia exige una Jerarquía.
Para mejor entender, pues, la Sagrada Liturgia, es necesario considerar otro de sus importantes caracteres.
La Iglesia es una sociedad y exige por esto una autoridad y jerarquía propias. Si bien todos los miembros del Cuerpo místico participan de los mismos bienes y tienden a los mismos fines, no todos gozan del mismo poder ni están capacitados para realizar las mismas acciones. De hecho, el Divino Redentor ha establecido su Reino sobre los fundamentos del Orden sagrado, que es un reflejo de la Jerarquía celestial.
Sólo a los Apóstoles y a aquellos que, después de ellos, han recibido de sus sucesores la imposición de las manos, les está conferida la potestad sacerdotal, en virtud de la cual, al mismo tiempo que representan a Cristo ante el pueblo que les ha sido confiado, representan también al pueblo ante Dios. Este sacerdocio no es transmitido ni por herencia ni por descendencia carnal, ni resulta por emanación de la comunidad cristiana o por diputación popular. Antes de representar al pueblo cerca de Dios, el Sacerdote representa al Divino Redentor, y como Jesucristo es la Cabeza de aquel cuerpo del que los cristianos son miembros, representa también a Dios ante su pueblo. Por consiguiente, la potestad que le ha sido conferida no tiene, por tanto, nada de humano en su naturaleza; es sobrenatural y viene de Dios: Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros… 40, el que os escucha a vosotros, me escucha a mí… 41; id por todo el mundo: predicad el Evangelio a todas las criaturas; el que creyere y se bautizare, se salvará 42.
26. a) Y por consiguiente, un Sacerdocio externo, visible.
Por eso el sacerdocio externo y visible de Jesucristo se transmite a la Iglesia no de modo genérico, universal e indeterminado, sino que es conferido a individuos elegidos con la generación espiritual del Orden, uno de los siete Sacramentos, que no sólo confiere una gracia particular, propia de este estado y de este oficio, sino también un carácter indeleble que configura a los sagrados ministros a Jesucristo Sacerdote, demostrando que son aptos para realizar aquellos legítimos actos de religión, con los que los hombres se santifican y Dios es glorificado según las exigencias de la economía sobrenatural.
27. b) Consagrado por el Sacramento del Orden.
En efecto, así como el Bautismo distingue a los cristianos y los separa de aquellos que no han sido lavados en el agua purificadora y no son miembros de Cristo, así el Sacramento del Orden distingue a los Sacerdotes de todos los demás cristianos no consagrados, porque sólo ellos, por vocación sobrenatural, han sido introducidos al augusto ministerio que los destina a los sagrados altares, y los constituye en instrumentos divinos, por medio de los cuales se participa en la vida sobrenatural con el Cuerpo místico de Jesucristo. Además, como ya hemos dicho, sólo ellos están investidos del carácter indeleble que los configura al Sacerdocio de Cristo, y sólo sus manos son consagradas para que sea bendito todo lo que bendigan, y todo lo que consagren sea consagrado y santificado en el nombre de nuestro Señor Jesucristo 43. A los sacerdotes, pues, deben recurrir todos los que quieran vivir en Cristo, para que de ellos reciban el consuelo y el alimento de la vida espiritual, la medicina saludable que los curará y los revigorizará para que puedan felizmente resurgir de la perdición y de la ruina de los vicios; de ellos finalmente recibirán la bendición que consagra a la familia, y por ellos el último suspiro de la vida mortal será dirigido al ingreso en la eterna bienaventuranza.

2. La dependencia de la Liturgia de la autoridad

28. La Liturgia depende de la Autoridad Eclesiástica. a) Por su misma naturaleza.
Dado, pues, que la Sagrada Liturgia es ejercida sobre todo por los Sacerdotes en nombre de la Iglesia, su organización, su reglamentación y su forma no pueden depender sino de la Autoridad Eclesiástica. Esto, no sólo es una consecuencia de la naturaleza misma del culto cristiano, sino que está también confirmado por el testimonio de la historia.
29. b) Por su estrecha relación con los dogmas.
Este indiscutible derecho de la Jerarquía Eclesiástica es demostrado también por el hecho de que la Sagrada Liturgia tiene estrechas relaciones con aquellos principios doctrinales que la Iglesia propone como formando parte de verdades certísimas, y por consiguiente debe conformarse a los dictámenes de la Fe católica, proclamados por la autoridad del Supremo Magisterio para tutelar la integridad de la Religión revelada por Dios.
A este propósito, Venerables Hermanos, queremos plantear en sus justos términos algo que creemos no os será desconocido: el error de aquellos que han pretendido que la Sagrada Liturgia era sólo un experimento del Dogma, en cuanto que si una de sus verdades producía los frutos de piedad y de santidad, a través de los ritos de la Sagrada Liturgia, la Iglesia debería aprobarla, y en caso contrario, reprobarla. De donde aquel principio: La ley de la oración es ley de la fe ("Lex orandi, lex credendi").
30. La Liturgia es profesión de fe.
No es, sin embargo, esto lo que enseña y lo que manda la Iglesia. El culto que ésta rinde a Dios es, como breve y claramente dice San Agustín, una continua profesión de Fe católica y un ejercicio de la esperanza y de la caridad: "Dios debe ser honrado con la fe, la esperanza y la caridad" 44. En la Sagrada Liturgia hacemos explícita profesión de fe, no sólo con la celebración de los divinos misterios, con la consumación del Sacrificio y la administración de los Sacramentos, sino también recitando y cantando el Símbolo de la Fe, que es como el distintivo de los cristianos; con la lectura de los otros documentos y de las Sagradas Letras escritas bajo la inspiración del Espíritu Santo. Toda la Liturgia tiene, pues, un contenido de fe católica, en cuanto atestigua públicamente la fe de la Iglesia.
31. La verdad reflejada en la Liturgia.
Por este motivo, siempre que se ha tratado de definir un dogma, los Sumos Pontífices y los Concilios, al documentarse en las llamadas Fuentes Teológicas, no pocas veces han extraído también argumentos de esta Sagrada Disciplina, como hizo, por ejemplo, Nuestro Predecesor, de inmortal memoria, Pío IX, cuando definió la Inmaculada Concepción de la Virgen María. De la misma forma, la Iglesia y los Santos Padres, cuando se discutía de una verdad controvertida o puesta en duda, no han dejado de recurrir también a los ritos venerables transmitidos desde la antigüedad. Así se obtiene también el conocido y venerando adagio: La ley de la oración determine la ley de la fe (Legem credendi lex statuat supplicandi) 45.
32. La Liturgia es argumento y testimonio de fe.
La Liturgia, pues, no determina ni constituye en un sentido absoluto y por virtud propia la fe católica; pero siendo también una profesión de las verdaderas celestiales, profesión sometida al supremo Magisterio de la Iglesia, puede proporcionar argumentos y testimonios de no escaso valor, para aclarar un punto particular de la doctrina cristiana. De aquí que si queremos distinguir y determinar de manera absoluta y general las relaciones que existen entre la fe y la Liturgia, podemos afirmar con razón que la ley de la fe debe establecer la ley de la oración. Lo mismo debe decirse también cuando se trata de las otras virtudes teologales: En la… fe, en la esperanza y en la caridad oramos siempre con deseo continuo 46.

IV. Progreso y desarrollo de la Liturgia

33. La Jerarquía ordenó siempre la Liturgia.
La Jerarquía eclesiástica ha empleado siempre este su derecho en materia litúrgica, instruyendo y ordenando el culto divino y enriqueciéndole con esplendor y decoro siempre renovados para gloria de Dios y bien de los hombres. Tampoco ha dudado, por otra parte, salvo la substancia del Sacrificio Eucarístico y de los Sacramentos, en cambiar lo que no creía apropiado y añadir lo que mejor parecía contribuir al honor de Jesucristo y de la Santísima Trinidad y a la instrucción y saludable estímulo del pueblo cristiano 47.

1. Elementos divinos y elementos humanos en la Liturgia

34. Lo que puede cambiar la Jerarquía.
Efectivamente, la Sagrada Liturgia consta de elementos humanos y de elementos divinos: estos últimos, habiendo sido instituidos por el Divino Redentor, evidentemente no pueden ser alterados por los hombres; pero aquellos, en cambio, pueden sufrir varias modificaciones, aprobadas por la Sagrada Jerarquía, asistida del Espíritu Santo, según las exigencias de los tiempos, de las circunstancias y de las almas. De aquí nace la estupenda variedad de los ritos orientales y occidentales, de aquí el desarrollo progresivo de particulares costumbres religiosas y prácticas de piedad, de las que apenas se tenía un leve conocimiento en tiempos anteriores; a esto se debe que con cierta frecuencia sean nuevamente empleadas y renovadas piadosas instituciones, borradas por el tiempo. Todo esto testimonia la vida de la Inmaculada Esposa de Jesucristo durante tantos siglos; expresa el lenguaje empleado por ella para manifestar a su Divino Esposo su fe y amor inagotables y los de los pueblos a ella encomendados; demuestra su sabia pedagogía para estimular y acrecentar de día en día en los creyentes el sentido de Cristo.

2. Las causas del progresivo desarrollo de la Liturgia

En realidad no son escasas las causas por las que se desarrolla y desenvuelve el progreso de la Sagrada Liturgia durante la larga y gloriosa historia de la Iglesia.
35. Desarrollo de algunos elementos humanos.
a) Debido a una formulación doctrinal más segura. Así, por ejemplo, una más cierta y amplia exposición de la doctrina católica sobre la Encarnación del Verbo Divino, sobre el Sacramento y Sacrificio Eucarístico, sobre la Virgen María Madre de Dios, ha contribuido a la adopción de nuevos ritos, por medio de los cuales la luz más espléndidamente refulgente del magisterio eclesiástico se refleja mejor y con más claridad en las acciones litúrgicas para llegar más fácilmente a la inteligencia y al corazón del pueblo cristiano.
b) Debido a algunas modificaciones disciplinarias. El desarrollo ulterior de la disciplina eclesiástica en la administración de los Sacramentos, por ejemplo, del Sacramento de la Penitencia; la institución y después la desaparición del catecumenado, la comunión eucarística bajo una sola especie en la Iglesia latina, han contribuido no poco a la modificación de los antiguos ritos y a la gradual adopción de otros nuevos y más adecuados a las nuevas disposiciones de la disciplina.
36. c) Debido también a prácticas piadosas extra-litúrgicas.
A esta evolución y a estos cambios contribuyeron notablemente las iniciativas y las prácticas piadosas no estrictamente litúrgicas, que, nacidas en épocas posteriores por admirable providencia de Dios, tanto se difundieron por el pueblo: como por ejemplo, el culto más extenso y fervoroso del Redentor, del Sacratísimo Corazón de Jesús, de la Virgen Madre de Dios y de su castísimo Esposo.
Entre las circunstancias exteriores tuvieron su parte las públicas peregrinaciones a los sepulcros de los Mártires, por devoción; las observancias de ayunos especiales instituidos con el mismo fin; las procesiones estacionales de penitencia que se celebraban en esta Ciudad Madre, y en las que no rara vez intervenía el Sumo Pontífice.
37. d) Debido también al desarrollo de las Bellas Artes.
Se comprende también fácilmente de qué manera el progreso de las bellas artes, en especial la arquitectura, la pintura y la música ha influido sobre la determinación y la varia conformación de los elementos exteriores de la Sagrada Liturgia.

3. La fundación de la Congregación de Ritos

De este mismo derecho se ha servido la Iglesia para defender la santidad del culto divino contra los abusos temerarios e imprudentes de individuos particulares y de iglesias determinadas. Y así, como esos abusos y costumbres crecían más y más en el siglo XVI, y las tentativas de los particulares ponían en situación estrecha la integridad de la fe y de la piedad, saliendo gananciosos los herejes y propagándose sus errores y herejías, Nuestro Predecesor, de inmortal memoria, Sixto V, para defender como legítimos los ritos de la Iglesia y apartar de ellos cuantas impurezas se introdujesen, instituyó en el año 1588 la Congregación de ritos 48; a esta Congregación pertenece ahora también como oficio propio ordenar con sumo cuidado todo lo que pertenece a la Sagrada Liturgia 49.

4. La Suprema Autoridad en asuntos litúrgicos

38. Este progreso no puede dejarse al arbitrio de cada uno.
Por eso el Sumo Pontífice es el único que tiene derecho a reconocer y establecer cualquier costumbre del culto, de introducir y aprobar nuevos ritos y de cambiar aquellos que estime deben ser cambiados 50; los Obispos, después, tienen el derecho y el deber de vigilar diligentemente para que las prescripciones de los Sagrados Cánones relativos al Culto divino sean puntualmente observadas 51. No es posible dejar al arbitrio de los particulares, aun cuando sean miembros del clero, las cosas santas y venerables que se refieren a la vida religiosa de la comunidad cristiana, al ejercicio del Sacerdocio de Jesucristo y al culto divino, al honor que se debe a la Santísima Trinidad, al Verbo Encarnado, a su augusta Madre y a los otros Santos y a la salvación de los hombres; por el mismo motivo a nadie le está permitido regular en este terreno acciones externas que tienen un íntimo nexo con la disciplina eclesiástica, con el orden, con la unidad y la concordia del Cuerpo Místico, y no pocas veces, con la misma integridad de la Fe católica.
39. Algunos abusos temerarios.
Ciertamente, la Iglesia es un organismo vivo, y por esto crece y se desarrolla también en aquellas cosas que atañen a la Sagrada Liturgia, adaptándose y conformándose a las circunstancias y a las exigencias que se presentan en el transcurso del tiempo, dejando a salvo, sin embargo, la integridad de su doctrina. No obstante lo cual hay que reprochar severamente la temeraria osadía de aquellos que de propósito introducen nuevas costumbres litúrgicas o hacen revivir ritos ya caídos en desuso y que no concuerdan con las leyes y rúbricas vigentes. No sin gran dolor sabemos que esto sucede en cosas no sólo de poca, sino también de gravísima importancia; no falta, en efecto, quien usa la lengua vulgar en las celebraciones del Sacrificio Eucarístico, quien transfiere a otras fechas fiestas fijadas ya por estimables razones, quien excluye de los libros legítimos de oraciones públicas las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, reputándolas poco apropiadas y oportunas para nuestros tiempos.

5. La lengua litúrgica

40. Latín
El empleo de la lengua latina, vigente en una gran parte de la Iglesia, es un claro y noble signo de unidad y un eficaz antídoto contra toda corrupción de la pura doctrina. Por otra parte, en muchos ritos el empleo de la lengua vulgar puede ser bastante útil para el pueblo, pero sólo la Sede Apostólica tiene facultades para autorizarlos, y por esto no es lícito hacer nada en este terreno sin su juicio y su aprobación, porque, ya lo hemos dicho, la ordenación de la Sagrada Liturgia es de su exclusiva competencia.

6. Formas antiguas y nuevas

41. Adhesión exagerada a los ritos antiguos.
Del mismo modo se deben juzgar los esfuerzos de algunos para resucitar ciertos antiguos ritos y ceremonias. La Liturgia de la época antigua es, sin duda, digna de veneración; pero una costumbre antigua no es, por el solo motivo de su antigüedad, la mejor, sea en sí misma, sea en su relación con los tiempos posteriores y las nuevas condiciones establecidas. También los ritos litúrgicos más recientes son respetables, porque han nacido bajo el influjo del Espíritu Santo, que está con la Iglesia hasta la consumación del mundo 52, y son medios de los cuales se sirve la Esposa Santa de Jesucristo para estimular y procurar la santidad de los hombres.
42. Prudente vuelta a la tradición.
Es ciertamente cosa santa y digna de toda alabanza recurrir con la mente y con el alma a las fuentes de la Sagrada Liturgia, porque su estudio, remontándose a los orígenes, ayuda no poco a comprender el significado de las fiestas y a indagar con mayor profundidad y exactitud el sentido de las ceremonias; pero, ciertamente, no es tan santo y loable el reducir todas las cosas a las antiguas. Así, para poner un ejemplo, está fuera del recto camino el que quiere devolver al altar su antigua forma de mesa; el que quiere excluir de los ornamentos el color negro; el que quiere eliminar de los templos las imágenes y estatuas sagradas; el que quiere que las imágenes del Redentor crucificado se presenten de manera que su Cuerpo no manifieste los dolores acerbísimos que padeció; finalmente, el que reprueba el canto polifónico, aun cuando esté conforme con las normas emanadas de la Santa Sede.
43. "Arqueologismo" excesivo.
Lo mismo que ningún católico de corazón puede refutar las sentencias de la doctrina cristiana, compuestas y decretadas con gran provecho en épocas recientes por la Iglesia, inspirada y asistida del Espíritu Santo, para volver a las fórmulas de los antiguos Concilios; ni puede rechazar las leyes vigentes para volver a las prescripciones de las antiguas fuentes del Derecho Canónico; así, cuando se trata de la Sagrada Liturgia, no estaría animado de un celo recto e inteligente el que quisiese volver a los antiguos ritos y usos, rechazando las nuevas normas introducidas, por disposición de la Divina Providencia, debido al cambio de las circunstancias. En efecto, este modo de pensar y de obrar, hace revivir el excesivo e insano arqueologismo suscitado por el ilegítimo Concilio de Pistoya, y se esfuerza en resucitar los múltiples errores que fueron las premisas de aquel conciliábulo y le siguieron con gran daño de las almas, y que la Iglesia, vigilante custodio del depósito de la fe, que le ha sido confiado por su Divino Fundador, condenó con justo derecho 53. En efecto, deplorables propósitos e iniciativas vienen a paralizar la acción santificadora, con la cual la Sagrada Liturgia dirige saludablemente al Padre a sus hijos de adopción.
44. Sólo el Papa es el árbitro.
Hágase, por tanto, todo en la necesaria unión con la Jerarquía eclesiástica. Nadie se arrogue el derecho de ser su propia ley y de imponerla a los otros por su voluntad. Sólo el Sumo Pontífice, en su calidad de sucesor de Pedro, a quien el Divino Redentor confió su rebaño universal 54 y los Obispos, que bajo la dependencia de la Sede Apostólica han sido constituidos por el Espíritu Santo… para apacentar la Iglesia de Dios 55, tiene el derecho y el deber de gobernar al pueblo cristiano. Por esto, Venerables Hermanos, todas aquellas veces que defendéis Vuestra autoridad –en ocasiones también con saludable severidad–, no sólo cumplís Vuestro deber, sino que defendéis la voluntad del mismo Fundador de la Iglesia.

PARTE SEGUNDA
EL CULTO EUCARÍSTICO

I. La Naturaleza del sacrificio

45. La esencia de la misa.
El Misterio de la Santísima Eucaristía, instituida por el Sumo Sacerdote, Jesucristo, y renovada constantemente por sus ministros, por obra de su voluntad, es como el compendio y el centro de la religión cristiana. Tratándose de lo más alto de la Sagrada Liturgia, creemos oportuno, Venerables Hermanos, detenernos un poco y atraer Vuestra atención a este gravísimo argumento.
Cristo, Nuestro Señor, sacerdote eterno según el orden de Melchisedec 56, como hubiese amado a los suyos que vivían en el mundo 57, en la última cena, en la noche en que era traicionado, para dejar a la Iglesia, su Esposa amada, un sacrificio visible –como lo exige la naturaleza de los hombres–, que representase el sacrificio cruento que había de llevarse a efecto en la Cruz, y para que su recuerdo permaneciese hasta el fin de los siglos y fuese aplicada su virtud salvadora a la remisión de nuestros pecados cotidianos… ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre, bajo las especies del pan y del vino, y las dio a los Apóstoles, entonces constituidos en Sacerdotes del Nuevo Testamento, a fin de que bajo estas mismas especies lo recibiesen, mientras les mandaba a ellos y a sus sucesores en el Sacerdocio, el ofrecerlo 58.
46. 1) Es una verdadera renovación del Sacrificio de la Cruz.
El augusto Sacrificio del altar no es, pues, una pura y simple conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino que es un Sacrificio propio y verdadero, en el cual, inmolándose incruentamente el Sumo Sacerdote, hace lo que hizo una vez en la Cruz, ofreciéndose todo Él al Padre, Víctima gratísima. Una… y la misma, es la Víctima; lo mismo que ahora se ofrece por ministerio de los Sacerdotes, se ofreció entonces en la Cruz; sólo es distinto el modo de hacer el ofrecimiento 59.
47. a) Idéntico, el Sacerdote.
Idéntico, pues, es el Sacerdote, Jesucristo, cuya Sagrada Persona está representada por su ministro. Este, en virtud de la consagración sacerdotal recibida, se asimila al Sumo Sacerdote y tiene el poder de obrar en virtud y en la persona del mismo Cristo 60; por esto, con su acción sacerdotal, en cierto modo, presta a Cristo su lengua y le alarga su mano 61.
48. b) Idéntica, la víctima.
Igualmente idéntica es la Víctima; esto es, el Divino Redentor; según su humana Naturaleza y en la realidad de su Cuerpo y de su Sangre. Diferente, en cambio, es el modo en que Cristo es ofrecido. En efecto, en la Cruz, Él se ofreció a Dios todo entero, y le ofreció sus sufrimientos y la inmolación de la Víctima fue llevada a cabo por medio de una muerte cruenta voluntariamente sufrida; sobre el altar, en cambio, a causa del estado glorioso de su humana Naturaleza, la muerte no tiene ya dominio sobre Él 62 y, por tanto, no es posible la efusión de la sangre; pero la divina Sabiduría ha encontrado el medio admirable de hacer manifiesto el Sacrificio de Nuestro Redentor con signos exteriores, que son símbolos de muerte. Ya que por medio de la Transubstanciación del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Cristo, como se tiene realmente presente su Cuerpo, así se tiene su Sangre; así, pues, las especies eucarísticas, bajo las cuales está presente, simbolizan la cruenta separación del Cuerpo y de la Sangre. De este modo, la conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya que por medio de señales diversas se significa y se muestra Jesucristo en estado de víctima.
49. c) Idénticos los fines del Sacrificio.
Idénticos, finalmente, son los fines, de los que el primero es la glorificación de Dios. Desde su Nacimiento hasta su Muerte, Jesucristo estuvo encendido por el celo de la Gloria divina y, desde la Cruz, el ofrecimiento de su Sangre, llegó al cielo en olor de suavidad. Y para que el himno no tenga que acabar jamás en el Sacrificio Eucarístico, los miembros se unen a su Cabeza divina, y con Él, con los Ángeles y los Arcángeles, cantan a Dios perennes alabanzas, dando al Padre Omnipotente todo honor y gloria 63.
El segundo fin es la acción de gracias a Dios. Sólo el Divino Redentor, como Hijo predilecto del Padre Eterno, de quien conocía el inmenso amor, pudo alzarle un digno himno de acción de gracias. A esto miró y esto quiso dando gracias 64 en la última Cena, y no cesó de hacerlo en la Cruz ni cesa de hacerlo en el augusto Sacrificio del Altar, cuyo significado es precisamente la acción de gracias o eucarística; y esto, porque es cosa verdaderamente digna, justa, equitativa y saludable 65.
El tercer fin es la expiación y la propiciación. Ciertamente nadie, excepto Cristo, podía dar a Dios Omnipotente satisfacción adecuada por las culpas del género humano. Por esto, Él quiso inmolarse en la Cruz como propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo 66. En los altares se ofrece igualmente todos los días por nuestra Redención, a fin de que, libres de la condenación eterna, seamos acogidos en la grey de los elegidos. Y esto no sólo para nosotros, los que estamos en esta vida mortal, sino también para todos aquellos que descansan en Cristo, los que nos han precedido por el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz 67 porque lo mismo vivos que muertos, no nos separamos del único Cristo 68.
El cuarto fin es la impetración. Hijo pródigo, el hombre ha malgastado y disipado todos los bienes recibidos del Padre celestial, y por esto se ve reducido a la mayor miseria y necesidad; pero desde la Cruz, Cristo habiendo ofrecido oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas, fue escuchado por su reverencial temor 69, y en los altares sagrados ejercita la misma eficaz mediación, a fin de que seamos colmados de toda clase de gracias y bendiciones.
50. 2) Valor infinito del Sacrificio divino.
Por tanto, se comprende fácilmente la razón por qué el Sacrosanto Concilio de Trento afirma que con el Sacrificio Eucarístico nos es aplicada la virtud salvadora de la Cruz, para la remisión de nuestros pecados cotidianos70.
Y el Apóstol de los Gentiles, proclamando la superabundante plenitud y perfección del Sacrificio de la Cruz, ha declarado que Cristo, con una sola oblación, perfeccionó perpetuamente a los santificados 71. En efecto, los méritos de este Sacrificio, infinitos e inmensos, no tienen límites, y se extiendan a la universalidad de los hombres en todo lugar y tiempo porque en Él el Sacerdote y la Víctima es el Dios Hombre; porque su inmolación, lo mismo que su obediencia a la voluntad del Padre eterno, fue perfectísima y porque quiso morir como Cabeza del género humano: Mira cómo ha sido tratado Nuestro Salvador: Cristo pende de la Cruz; mira a qué precio compró…, vertió su Sangre. Compró con su Sangre, con la Sangre del Cordero Inmaculado, con la Sangre del único Hijo de Dios… Quien compra es Cristo; el precio es la Sangre; la posesión todo el mundo 72.
Sin embargo, este rescate no tuvo inmediatamente su pleno efecto; es necesario que Cristo, después de haber rescatado al mundo con el preciosísimo precio de Sí mismo, entre en la posesión real y efectiva de las almas. De aquí que para que con el agrado de Dios se lleve a cabo la redención y salvación de todos los individuos y las generaciones venideras hasta el fin de los siglos, es absolutamente necesario que todos establezcan contacto vital con el Sacrificio de la Cruz, y de esta forma, los méritos que de él se derivan les serán transmitidos y aplicados. Se puede decir que Cristo ha construido en el Calvario un estanque de purificación y salvación que llenó con la Sangre vertida por Él; pero si los hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellas las manchas de su iniquidad, no pueden ciertamente ser purificados y salvados.
51. 3) Pero es necesaria la colaboración personal de los fieles.
Por lo tanto, para que cada uno de los pecadores se lave con la Sangre del Cordero, es necesaria la colaboración de los fieles. Aunque Cristo, hablando en términos generales, haya reconciliado con el Padre, por medio de su muerte cruenta, a todo el género humano, quiso, sin embargo, que todos se acercasen y fuesen conducidos a la Cruz por medio de los Sacramentos y por medio del Sacrificio de la Eucaristía, para poder conseguir los frutos de salvación, ganados por Él en la Cruz. Con esta participación actual y personal, de la misma manera que los miembros se configuran cada día más a la Cabeza divina, así afluye a los miembros, de forma que cada uno de nosotros puede repetir las palabras de San Pablo: Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí 73. Como en otras ocasiones hemos dicho de propósito y concisamente, Jesucristo al morir en la Cruz, dio a su Iglesia, sin ninguna cooperación por parte de Ella, el inmenso tesoro de la Redención; pero, en cambio, cuando se trata de distribuir este tesoro, no sólo participa con su Inmaculada Esposa de esta obra de santificación, sino que quiere que esta actividad proceda también, de cualquier forma, de las acciones de Ella 74.
El augusto Sacramento del altar es un insigne instrumento para la distribución a los creyentes de los méritos derivados de la Cruz del Divino Redentor. Cuantas veces se ofrece este Sacrificio, se renueva la obra de nuestra Redención 75. Y esto, antes que disminuir la dignidad del Sacrificio cruento, hace resaltar, como afirma el Concilio de Trento 76, su grandeza y proclama su necesidad. Renovado cada día, nos advierte que no hay salvación fuera de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo 77, que Dios quiere la continuación de este Sacrificio desde la salida del sol hasta el ocaso 78, para que no cese jamás el himno de glorificación y de acción de gracias que los hombres deben al Creador desde el momento que tienen necesidad de su continua ayuda y de la sangre del Redentor para compensar los pecados que ofenden a su justicia.

II. La participación de los fieles en el sacrificio eucarístico

1. Delimitación de los poderes

52. Participación, pero no potestad sacerdotal.
Es necesario, pues, Venerables Hermanos, que todos los fieles consideren como el principal deber y mayor dignidad participar en el Sacrificio Eucarístico, no con una asistencia negligente, pasiva y distraída, sino con tal empeño y fervor que entren en íntimo contacto con el Sumo Sacerdote, como dice el Apóstol: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús 79, ofreciendo con Él y por Él, santificándose con Él.
Es muy cierto que Jesucristo es sacerdote, pero no para Sí mismo, sino para nosotros, presentando al Eterno Padre los votos y los sentimientos religiosos de todo el género humano. Jesús es víctima, pero para nosotros, sustituyendo al hombre pecador. Por esto aquello del Apóstol: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, exige de todos los cristianos que reproduzcan en sí mismos, cuanto lo permite la naturaleza humana, el mismo estado de ánimo que tenía el mismo Redentor cuando hacía el Sacrificio de Sí mismo: la humilde sumisión del espíritu, la adoración, el honor y la alabanza, y la acción de gracias a la divina Majestad de Dios; exige además que reproduzcan en sí mismos las condiciones de víctima: la abnegación de sí mismos, según los preceptos del Evangelio, el voluntario y espontáneo ejercicio de la penitencia, el dolor y la expiación de los propios pecados. Exige, en una palabra, nuestra muerte mística en la Cruz con Cristo, de tal forma que podamos decir con San Pablo: estoy crucificado con Cristo 80.
Es necesario, Venerables Hermanos, explicar claramente a vuestro rebaño cómo el hecho de que los fieles tomen parte en el Sacrificio Eucarístico no significa, sin embargo, que gocen de poderes sacerdotales.
53. Error acerca del sacerdocio común.
Hay en efecto, en nuestros días, algunos que, acercándose a errores ya condenados 81 enseñan que en el Nuevo Testamento, con el nombre de Sacerdocio, se entiende solamente algo común a todos los que han sido purificados en la fuente sagrada del Bautismo; y que el precepto dado por Jesús a los Apóstoles en la última Cena de que hiciesen lo que Él había hecho, se refiere directamente a toda la Iglesia de fieles; y que el Sacerdocio jerárquico no se introdujo hasta más tarde. Sostienen por esto que el pueblo goza de una verdadera potestad sacerdotal, mientras que el Sacerdote actúa únicamente por oficio delegado de la comunidad. Creen, en consecuencia, que el Sacrificio Eucarístico es una verdadera y propia concelebración, y que es mejor que los sacerdotes concelebren juntamente con el pueblo presente, que el que ofrezcan privadamente el Sacrificio en ausencia de éstos.
54. El recto concepto del sacerdocio sacramental.
Inútil es explicar hasta qué punto estos capciosos errores estén en contradicción con las verdades antes demostradas, cuando hemos hablado del puesto que corresponde al Sacerdote en el Cuerpo Místico de Jesús. Recordemos solamente que el Sacerdote hace las veces del pueblo, porque representa a la Persona de Nuestro Señor Jesucristo, en cuanto Él es Cabeza de todos los miembros y se ofreció a Sí mismo por ellos: por esto va al altar, como Ministro de Cristo, siendo inferior a Él, pero superior al pueblo 82. El pueblo, en cambio, no representando por ningún motivo a la Persona del Divino Redentor, y no siendo mediador entre sí mismo y Dios, no puede en ningún modo gozar de poderes sacerdotales.

2. El sacerdocio común de los fieles

55. Participación en cuanto que lo ofrecen juntamente con el Sacerdote.
Todo esto consta de fe cierta, pero hay que afirmar, además, que los fieles ofrecen la hostia divina, aunque bajo otro aspecto.
56. a) Está declarado por la Iglesia.
Lo declararon ya abiertamente algunos de Nuestros Predecesores y Doctores de la Iglesia: No sólo –dice Inocencio III, de inmortal memoria–, ofrecen los Sacerdotes, sino también todos los fieles; porque lo que en particular se cumple por ministerio del Sacerdote, se cumple universalmente por voto de los fieles 83. Y Nos place citar, por lo menos, uno de los muchos textos de San Roberto Belarmino a este propósito: El Sacrificio –dice–, es ofrecido principalmente en la persona de Cristo. Por eso la oblación que sigue a la Consagración atestigua que toda la Iglesia consiente en la oblación hecha de Cristo y ofrece conjuntamente con Él 84.
57. b) Está significado por los mismos ritos.
Con no menor claridad, los ritos y las oraciones del Sacrificio Eucarístico significan y demuestran que la oblación de la Víctima es hecha por los Sacerdotes en unión del pueblo. En efecto, no sólo el sagrado Ministro, después del ofrecimiento del pan y del vino, dice explícitamente vuelto al pueblo: Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Padre Todopoderoso 85, sino que las oraciones con que es ofrecida la hostia divina, son dichas en plural, y en ellas se indica repetidas veces que el pueblo toma también parte como oferente en este augusto Sacrificio. Se dice, por ejemplo: Por los cuales te ofrecemos y ellos mismos te ofrecen… por eso Te rogamos, Señor, que aceptes aplacado esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia… Nosotros, siervos tuyos, y también tu pueblo santo, ofrecemos a tu Divina Majestad estos bienes que nos has dado, esta Hostia pura, Hostia santa, Hostia inmaculada… 86.
Y por el bautismo. No es de maravillarse el que los fieles sean elevados a semejante dignidad. En efecto, con el lavado del Bautismo los fieles se convierten, a título común, en miembros del Cuerpo Místico de Cristo Sacerdote, y por medio del carácter que se imprime en sus almas, son delegados al culto divino, participando así, de acuerdo con su estado, en el Sacerdocio de Cristo.
58. c) Oblación del pan y del vino hecha por los fieles.
En la Iglesia católica, la razón humana, iluminada por la Fe, se ha esforzado siempre por tener el mayor conocimiento posible de las cosas divinas; por eso es natural que también el pueblo cristiano pregunte piadosamente en qué sentido se dice en el Canon del Sacrificio que él mismo lo ofrece también. Para satisfacer este piadoso deseo, Nos place tratar aquí el tema con concisión y claridad.
Hay, ante todo, razones más bien remotas: a veces, por ejemplo, sucede que los fieles que asisten a los ritos sagrados unen alternativamente sus plegarias a las oraciones sacerdotales; otras veces sucede de manera semejante –en la antigüedad esto ocurría con mayor frecuencia–, que ofrecen al ministro del altar pan y vino para que se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y, finalmente, otras veces, con limosnas, hacen que el Sacerdote ofrezca por ellos la divina víctima.
Empero hay también una razón, más profunda, para que se pueda decir que todos los cristianos, y especialmente aquellos que asisten al altar, ofrecen el sacrificio.
59. d) Sacrificio ofrecido por los fieles.
Para no hacer nacer errores peligrosos en este importantísimo argumento, es necesario precisar con exactitud el significado del término ofrecer. Aquella inmolación incruenta, por medio de la cual, una vez pronunciadas las palabras de la Consagración, Cristo está presente en el altar en estado de víctima, es realizada solamente por el Sacerdote, en cuanto representa a la persona de Cristo, y no en cuanto representa a las personas de los fieles. Mas al poner sobre el altar la divina víctima, el sacerdote la presenta al Padre como oblación a gloria de la Santísima Trinidad y para el bien de todas las almas. En esta oblación propiamente dicha, los fieles participan en la forma que les está consentida y por un doble motivo: porque ofrecen el sacrificio, no sólo por las manos del sacerdote, sino también, en cierto modo, conjuntamente con él y porque con esta participación también la ofrenda hecha por el pueblo cae dentro del culto litúrgico.
Que los fieles ofrecen el Sacrificio por medio del sacerdote es claro, por el hecho de que el ministro del altar obra en persona de Cristo en cuanto Cabeza, que ofrece en nombre de todos los miembros; por lo que con justo derecho se dice que toda la Iglesia, por medio de Cristo, realiza la oblación de la víctima. Cuando se dice que el pueblo ofrece conjuntamente con el sacerdote, no se afirma que los miembros de la Iglesia, a semejanza del propio sacerdote, realicen el rito litúrgico, visible –el cual pertenece solamente al ministro de Dios, para ello designado–, sino que unen sus votos de alabanza, de impetración y de expiación, así como su acción de gracias a la intención del sacerdote, ante el mismo Sumo Sacerdote, a fin de que sean presentadas a Dios Padre en la misma oblación de la víctima, y con el rito externo del sacerdote. Es necesario, en efecto, que el rito externo del Sacrificio manifieste por su naturaleza el culto interno; ahora bien, el Sacrificio de la Nueva Ley significa aquel obsequio supremo con el que el principal oferente, que es Cristo, y con Él y por Él todos sus miembros místicos, honran debidamente a Dios.
60. Exageraciones y falsas interpretaciones acerca del sacrificio de los fieles.
Con gran alegría de Nuestro ánimo hemos sido informados de que esta doctrina, principalmente en los últimos tiempos, por el intenso estudio de la disciplina litúrgica por parte de muchos, ha sido puesta en su justo lugar. Pero no podemos por menos de deplorar vivamente las exageraciones y las desviaciones de la verdad, que no concuerdan con los genuinos preceptos de la Iglesia.
Algunos, en efecto, reprueban por completo los Sacrificios que se celebran en privado y sin la asistencia del pueblo, como si se desviasen de la forma primitiva del sacrificio; no falta tampoco quien afirma que los sacerdotes no pueden ofrecer la hostia divina al mismo tiempo en varios altares, porque de esta forma disocian la comunidad y ponen en peligro su unidad; asimismo, tampoco faltan quienes llegan hasta el punto de creer necesaria la confirmación y ratificación del Sacrificio por parte del pueblo, para que pueda tener su fuerza y eficacia.
Erróneamente se apela en este caso a la índole social del Sacrificio Eucarístico. En efecto, cada vez que el sacerdote repite lo que hizo el Divino Redentor en la última cena, el Sacrificio es realmente consumado y tiene siempre y en cualquier lugar, necesariamente y por su intrínseca naturaleza, una función pública y social en cuanto el oferente obra en nombre de Cristo y de los cristianos, de los cuales el Divino Redentor es la Cabeza, y lo ofrece a Dios por la Santa Iglesia Católica, por los vivos y por los difuntos 87. Y esto se verifica ciertamente lo mismo si asisten los fieles –que Nos deseamos y recomendamos que estén presentes, numerosísimos y fervorosísimos– como si no asisten, no siendo en forma alguna necesario que el pueblo ratifique lo que hace el sagrado ministro.
61. Rectificación de ese error.
Si bien de lo que hemos dicho resulta claramente que el Santo Sacrificio de la Misa es ofrecido válidamente en nombre de Cristo y de la Iglesia, no está privado de sus frutos sociales, aun cuando se celebre sin asistencia de ningún acólito, no obstante, y por la dignidad de este Ministerio, queremos e insistimos –como por otra parte siempre lo mandó la Santa Madre Iglesia– en que ningún sacerdote se acerque al altar si no hay quien le asista y le responda, como prescribe el canon 813 (del Código de Derecho Canónico).

3. El ofrecimiento de sí mismo como participante

62. Participación, en cuanto que deben ofrecerse también a sí mismos como víctimas.
Para que la oblación, con la que en este Sacrificio ofrecen la Víctima divina al Padre celestial, tenga su pleno efecto, es necesaria todavía otra cosa, a saber: que se inmolen a sí mismos como hostias.
Y ciertamente esta inmolación no se reduce sólo al Sacrificio litúrgico, pues el Príncipe de los Apóstoles quiere que, puesto que hemos sido edificados en Cristo como piedras vivas, podamos como Sacerdocio santo ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios por Jesucristo 88, y el apóstol San Pablo, sin hacer ninguna distinción de tiempo, exhorta a los cristianos con estas palabras: Os ruego… que le ofrezcáis vuestros cuerpos como una hostia viva, santa y agradable a sus ojos que es el culto racional que debéis ofrecerle 89. Mas sobre todo cuando los fieles participan en la acción litúrgica con tanta piedad y atención, que de ellos se puede decir en verdad: cuya fe y devoción te es conocida 90, entonces no podrá menos de suceder sino que la fe de cada uno actúe más vivamente por medio de la caridad, que la piedad se fortalezca y arda, que todos y cada uno se consagren a procurar la divina gloria, y que, ardientemente deseosos de asemejarse a Jesucristo que sufrió tan acerbos dolores, se ofrezcan como hostia espiritual con su Sumo Sacerdote y por su medio.
63. a) Purificando cada uno su alma.
Esto mismo enseñan aquellas exhortaciones que el obispo, en nombre de la Iglesia, dirige a los ministros del altar el día en que los consagra: Conoced lo que hacéis, imitad lo que tocáis, para que al celebrar el misterio de la muerte del Señor, procuréis mortificar enteramente en vuestros miembros los vicios y concupiscencias 91. Y casi del mismo modo en los libros litúrgicos son exhortados los cristianos que se acercan al Altar para que participen en los Sagrados Misterios: Ofrézcase en este… altar el culto de la inocencia, inmólese la soberbia, sacrifíquese la ira, mortifíquese la lujuria y toda lascivia, ofrézcase en vez de incienso el sacrificio de la castidad, y en vez de pichones el sacrificio de la inocencia 92. Así, pues, mientras estamos junto al altar hemos de transformar nuestra alma de manera que se extinga totalmente en ella todo lo que es pecado, que todo lo que por Cristo da la vida sobrenatural sea restaurado y reforzado con todo diligencia, y así nos convirtamos juntamente con la Hostia inmaculada, en una víctima agradable al Eterno Padre.
La Iglesia se esfuerza con todo empeño, por medio de los preceptos de la Sagrada Liturgia, para que este santo propósito pueda ponerse en práctica del modo más apropiado. A esto convergen, no sólo las lecturas, las homilías y las otras exhortaciones de los ministros sagrados y todo el ciclo de los misterios que nos son recordados durante el año, sino también las vestiduras, los ritos sagrados y su aparato externo, que tienen la misión de hacer pensar en la majestad de tan grande sacrificio, excitar las mentes de los fieles por medio de los signos visibles de piedad y de religión, a la contemplación de las altísimas cosas ocultas en este Sacrificio 93.
64. b) Reproduciendo la imagen del Redentor.
Todos los elementos de la Liturgia conducen, pues, a reproducir en nuestras almas la imagen del Divino Redentor, a través del misterio de la Cruz, según el dicho del Apóstol de las Gentes: Estoy crucificado juntamente con Cristo en la Cruz, yo vivo, o más bien no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí 94. Por cuyo medio nos convertirnos en víctima juntamente con Cristo, para la mayor gloria del Eterno Padre.
A eso, pues, deben dirigir y elevar su alma los fieles que ofrecen la víctima divina en el Sacrificio Eucarístico. Si, en efecto, como escribe San Agustín, en la mesa del Señor está puesto nuestro misterio 95, esto es, el mismo Cristo Nuestro Señor, en cuanto es Cabeza y símbolo de aquella unión, en virtud de la cual nosotros somos el Cuerpo Místico de Cristo 96 y miembros de su Cuerpo 97; si San Roberto Belarmino enseña, según el pensamiento del Doctor de Nipona, que en el Sacrificio del altar está significado el sacrificio general con que todo el Cuerpo Místico de Cristo, esto es, toda la ciudad redimida es ofrecida a Dios por medio de Cristo Sumo Sacerdote 98; nada se puede encontrar más recto y más justo que el inmolarnos todos nosotros con nuestra Cabeza, que por nosotros ha sufrido, al Eterno Padre. En el Sacramento del altar, según el mismo San Agustín, se demuestra a la Iglesia que en el Sacrificio que ofrece, Ella misma es ofrecida 99.
65. Dignidad de la participación y unión con el sacerdote.
Consideren, pues, los fieles a qué dignidad los eleva el Sagrado Bautismo y no se contenten con participar en el Sacrificio Eucarístico con la intención general que conviene a los miembros de Cristo e hijos de la Iglesia, sino que libremente e íntimamente unidos al Sumo Sacerdote y a su ministro en la tierra, según el espíritu de la Sagrada Liturgia, únanse a él de modo particular en el momento de la consagración de la Hostia Divina y ofrézcanla conjuntamente con Él cuando son pronunciadas aquellas solemnes palabras: Por Él, con Él y en Él a Ti, Dios Padre Omnipotente, en unidad del Espíritu Santo, es dada toda honra y gloria por los siglos de los siglos 100; a las que el pueblo responde: Amén. Y no se olviden los fieles cristianos de ofrecer, juntamente con la divina Cabeza clavada en la Cruz, a sí mismo, sus preocupaciones, sus dolores, angustias, miserias y necesidades.

4. El fomento de la participación

66. Medios para promover esta participación.
Son, pues, dignos de alabanza aquellos que, a fin de hacer más factible y fructuosa para el pueblo cristiano la participación en el Sacrificio Eucarístico, se esfuerzan en poner oportunamente entre las manos del pueblo el Misal Romano, de forma que los fieles, unidos con el Sacerdote, rueguen con él, con sus mismas palabras y con los mismos sentimientos de la Iglesia, y aquellos que tienden a hacer de la Liturgia, aun externamente, una acción sagrada en la que comuniquen de hecho todos los asistentes. Esto puede realizarse de varias formas, a saber: cuando todo el pueblo, según las normas rituales, o bien responde disciplinadamente a las palabras del Sacerdote, o sigue los cantos correspondientes a las distintas partes del Sacrificio, o hace las dos cosas, o, finalmente, cuando en las Misas solemnes responde alternativamente a las oraciones del Ministro de Jesucristo y se asocia al canto litúrgico.
67. a) Pero subordinados a los preceptos de la Iglesia.
Estas maneras de participar en el Sacrificio son dignas de alabanza y aconsejables cuando obedecen escrupulosamente a los preceptos de la Iglesia. Están ordenadas sobre todo a alimentar y fomentar la piedad de los cristianos y a su íntima unión con Cristo y con su ministro visible, y a estimular aquellos sentimientos y aquellas disposiciones de ánimo con las que es preciso que nuestra alma se configure al Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento. Pero si bien demuestran de modo exterior que el Sacrificio, por su naturaleza, en cuanto es realizado por el Mediador entre Dios y los hombres 101, ha de considerarse obra de todo el Cuerpo Místico de Cristo, no son necesarias para constituir su carácter público y común. Además, la Misa así dialogada no puede sustituir a la Misa solemne, la cual, aun cuando sea celebrada con la sola presencia de los ministros, goza de una particular dignidad por la majestad de los ritos y el aparato de las ceremonias, aunque su esplendor y su solemnidad aumenten en grado máximo, si, como la Iglesia desea, asiste un pueblo numeroso y devoto.
68. b) No hay que exagerar el valor de estos medios.
Hay que advertir también. que están fuera de la verdad y del camino de la recta razón aquellos que, arrastrados por falsas opiniones, atribuyen a todas estas circunstancias tanto valor que no dudan en afirmar que, al omitirlas, la acción sagrada no puede alcanzar el fin prefijado.
En efecto, no pocos fieles cristianos son incapaces de usar el Misal Romano, aun cuando esté escrito en lengua vulgar, y no todos están en condiciones de comprender rectamente, como conviene, los ritos y las ceremonias litúrgicas. El ingenio, el carácter y la índole de los hombres son tan variados y diferentes, que no todos pueden ser igualmente impresionados y guiados por las oraciones, los cantos o las acciones sagradas realizadas en común. Además, las necesidades y las disposiciones de las almas no son iguales en todos ni son siempre las mismas en cada, persona. ¿Quién, pues, podrá decir, movido de tal prejuicio, que todos estos cristianos no pueden participar en el Sacrificio Eucarístico y gozar sus beneficios? Pueden ciertamente hacerlo de otras maneras, que a algunos les resultan fáciles, como por ejemplo, meditando piadosamente los misterios de Jesucristo o realizando ejercicios de piedad y rezando otras oraciones, que, aunque diferentes en la forma de los sagrados ritos, corresponden a ellos por su misma naturaleza.
69. c) Institúyanse Comisiones Diocesanas para promover la Liturgia.
Por cuya razón, os exhortamos, Venerables Hermanos, a que en Vuestra Diócesis o jurisdicción eclesiástica reguléis y ordenéis la manera más apropiada en que el pueblo pueda participar en la acción litúrgica, según las normas establecidas por el «Misal Romano» y según los preceptos de la Sagrada Congregación de Ritos y del Código de Derecho Canónico; de forma que todo se lleve a cabo con el necesario decoro y no se consienta a nadie, aun cuando sea sacerdote, que emplee los Sagrados Sacrificios para arbitrarios experimentos. A tal propósito, deseamos también que en las distintas diócesis, lo mismo que ya existe una Comisión para el Arte y la música sagrada, se constituya también una Comisión para promover el apostolado litúrgico, a fin de que bajo vuestro vigilante cuidado todo se realice diligentemente, según las prescripciones de la Sede Apostólica.
En las Comunidades religiosas también debe observarse exactamente todo lo que sus propias Constituciones han establecido en esta materia, y no deben introducirse novedades que no hayan sido previamente aprobadas por los Superiores.
En realidad, por varias que puedan ser las formas y las circunstancias externas de la participación del pueblo en el Sacrificio Eucarístico y en las otras acciones litúrgicas, se debe siempre procurar con todo cuidado que las almas de los asistentes se unan al Divino Redentor con los más estrechos vínculos posibles y que su vida se enriquezca con una santidad cada vez mayor y crezca cada día más la gloria del Padre celestial.

III. La Comunión Eucarística

1. La Comunión forma parte del sacrificio; Comunión sacramental y espiritual

70. Es parte esencial de la misa.
El Augusto Sacrificio del Altar se completa con la Comunión del divino banquete. Pero, como todos saben, para obtener la integridad del mismo Sacrificio, sólo es necesario que el Sacerdote se nutra del alimento celestial, pero no que el pueblo (aunque esto sea por demás sumamente deseable) se acerque a la Santa Comunión.
71. a) Para la integridad del Sacrificio basta la del sacerdote.
Nos place, a este propósito, recordar las consideraciones de Nuestro Predecesor Benedicto XIV sobre las definiciones del Concilio de Trento: En primer lugar, debemos decir que a ningún fiel se le puede ocurrir que las Misas privadas, en las que sólo el Sacerdote toma la Eucaristía, pierdan por esto su valor de verdadero, perfecto e íntegro Sacrificio, instituido por Cristo Señor Nuestro, y hayan por ello de considerarse ilícitas. Tampoco ignoran los fieles (o al menos pueden ser fácilmente instruidos de ello) que el Sacrosanto Concilio de Trento, fundándose en la doctrina custodiada en la ininterrumpida tradición de la Iglesia, condenó la nueva y falsa doctrina de Lutero, contraria a ella 102. Quien dijere que las Misas en las que sólo el sacerdote comulga sacramentalmente son ilícitas, y deben por lo mismo hay que suprimirlas, sean anatema 103.
Se alejan, pues, del camino de la verdad aquellos que se niegan a celebrar si el pueblo cristiano no se acerca a la sagrada mesa; y todavía más se alejan aquellos que, por sotener la absoluta necesidad de que los fieles se nutran del alimento eucarístico juntamente con el Sacerdote, afirman capciosamente que no se trata tan sólo de un Sacrificio, sino de un Sacrificio y de un convite de fraterna comunión y hacen de la santa Comunión, realizada en común casi el punto supremo de toda la celebración.
Hay que afirmar una vez más que el Sacrificio Eucarístico consiste esencialmente en la inmolación cruenta de la Víctima divina, inmolación que es místicamente manifestada por la separación de las sagradas Especies y por la oblación de las mismas hecha al Eterno Padre. La santa Comunión pertenece a la integridad del Sacrificio y a la participación en él por medio de la Comunión del augusto Sacramento, y aunque es absolutamente necesaria al Ministro sacrificante, en lo que toca a los fieles sólo es evidentemente recomendable.
72. b) Diferencia y exhortación a la Comunión espiritual y sacramental.
Y así como la Iglesia, en cuanto Maestra de verdad, se esfuerza con todo cuidado en tutelar la integridad de la Fe católica, así, en cuanto Madre solicita de sus hijos, les exhorta a participar con frecuencia e interés en este máximo beneficio de nuestra Religión.
Desea ante todo que los cristianos (especialmente cuando no pueden con facilidad recibir de hecho el alimento eucarístico) lo reciban al menos con el deseo, de forma que, con viva fe, con ánimo reverentemente humilde y confiado en la voluntad del Redentor divino, con el amor más ardiente se unan a Él.
Pero no basta. Puesto que, como hemos dicha más arriba, podemos participar en el Sacrificio también con la Comunión sacramental, por medio del banquete del pan de los Ángeles, la Madre Iglesia, para que más eficazmente experimentemos continuamente en nosotros el fruto de la Redención 104, repite a todos sus hijos la invitación de Nuestro Señor Jesucristo: «Tomad y comed… Haced esto en memoria mía» 105. A cuyo propósito, el Concilio de Trento, haciéndose eco del deseo de Jesucristo y de su Esposa inmaculada, nos exhorta ardientemente para que en todas las misas los fieles presentes participen no sólo espiritualmente, sino también recibiendo sacramentalmente la Eucaristía, para alcanzar mayores frutos de este santísimo Sacramento 106. También Nuestro inmortal predecesor Benedicto XIV, para que quedase mejor y más claramente manifiesta la participación de los fieles en el mismo Sacrificio divino por medio de la Comunión Eucarística, alaba la devoción de aquellos que no sólo desean nutrirse del alimento celestial, durante la asistencia al Sacrificio, sino que prefieren alimentarse de las hostias consagradas en el mismo Sacrificio, si bien, como él declara, se participa real y verdaderamente en el Sacrificio, aun cuando se trate de Pan eucarístico debidamente consagrado con anterioridad. Así escribe, en efecto: Y, aunque participen en el mismo Sacrificio además de aquellos a quienes el sacerdote celebrante da parte de la Víctima por él ofrecida en la Santa Misa, otras personas a las que el sacerdote da la Eucaristía que se suele conservar, no por esto la Iglesia ha prohibido en el pasado ni prohíbe ahora que el sacerdote satisfaga la devoción y la justa petición de aquellos que asisten a la Misa y solicitan participar en el mismo Sacrificio que ellos también ofrecen a la manera que les está asignada; antes bien, aprueba y desea que esto se haga y reprobaría a aquellos sacerdotes por cuya culpa o negligencia se negase a los fieles esta participación 107.
73. c) Para toda clase de personas.
Quiera, pues, Dios que todos, espontánea y libremente, correspondan a esta solícita invitación de la Iglesia; quiera Dios que los fieles, incluso todos los días, participen no sólo espiritualmente en el Sacrificio divino, sino también con la comunión del Augusto Sacramento, recibiendo el Cuerpo de Jesucristo, ofrecido por todos al Eterno Padre. Estimulad, Venerables Hermanos, en las almas confiadas a Vuestro cuidado el hambre apasionada e insaciable de Jesucristo; que Vuestra enseñanza llene los altares de niños y de jóvenes que ofrezcan al Divino Redentor su inocencia y su entusiasmo; que los cónyuges se acerquen al altar a menudo, para que puedan educar la prole que les ha sido confiada en el sentido y en la caridad de Jesucristo; sean invitados los obreros para que puedan tomar el alimento eficaz e indefectible que restaura sus fuerzas y les prepara para sus fatigas la eterna misericordia en el cielo; reuníos, en fin, los hombres de todas las clases y obligadlos a entrar 108, porque éste es el pan de vida que todos necesitan. La Iglesia de Jesucristo sólo tiene este Pan para saciar las aspiraciones y los deseos de nuestras almas, para unirlas íntimamente a Jesucristo y, en fin, para que por su virtud sean un solo cuerpo 109 y se hagan hermanos los que se sientan a una misma mesa celestial para, con la fracción de un mismo pan, recibir el don de la inmortalidad 110.

2. La recepción de la Sagrada Comunión y la acción de gracias

74. a) Comunión recibida, en lo posible durante la misa.
Es bastante oportuno también (lo que, por otra parte, está establecido por la Liturgia) que el pueblo acuda a la Santa Comunión después que el sacerdote haya tomado del altar el alimento divino; y, como más arriba hemos dicho, son de alabar aquellos que, asistiendo a la Misa, reciben las hostias consagradas en el mismo Sacrificio, de forma que se cumpla en verdad que todos los que participando de este altar hayamos recibido el sacrosanto Cuerpo y Sangre de tu Hijo, seamos colmados de toda bendición y gracia celestial 111.
Sin embargo, no faltan a veces las causas, ni son raras las ocasiones en que el Pan Eucarístico es distribuido antes o después del mismo Sacrificio y también que se comulgue, aunque la Comunión se distribuya inmediatamente después de la del sacerdote, con hostias consagradas anteriormente. También en esos casos, como por otra parte ya hemos advertido, el pueblo participa en verdad en el Sacrificio Eucarístico y puede, a veces con mayor facilidad, acercarse a la Mesa de vida eterna. Sin embargo, si la Iglesia, con maternal condescendencia, se esfuerza en salir al encuentro de las necesidades espirituales de sus hijos, éstos, por su parte, no deben desdeñar aquello que aconseja la Sagrada Liturgia, y siempre que no haya un motivo plausible para lo contrario, deben hacer todo aquello que más claramente manifiesta en el Altar la unidad viva del Cuerpo Místico.
75. b) Seguida por la conveniente acción de gracias.
La acción sagrada, que está regulada por particulares normas litúrgicas, no dispensa, después de haber sido realizada, de la acción de gracias, a aquel que ha gustado del alimento celestial; antes bien, es muy conveniente que, después de haber recibido el alimento eucarístico, y terminados los ritos públicos, se recoja íntimamente unido al divino Maestro, se entretenga con Él en dulcísimo y saludable coloquio durante el tiempo que las circunstancias le permitan. Se alejan, por tanto, del recto camino de la verdad, aquellos que, aferrándose a las palabras más que al espíritu, afirman y enseñan que acabada la Misa no se debe prolongar la acción de gracias, no sólo porque el Sacrificio del altar es ya por su naturaleza una acción de gracias, sino también porque esto es gestión de la piedad privada y personal y no del bien de la comunidad.
Antes al contrario, la misma naturaleza del Sacramento exige que el cristiano que lo reciba obtenga de él abundantes frutos de santidad. Ciertamente, ya se ha disuelto la pública congregación de la comunidad, pero es necesario que cada uno, unido con Cristo, no interrumpa en su alma el cántico de alabanzas, dando siempre gracias por todo a Dios Padre, en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo 112. A lo que también nos exhorta la Sagrada Liturgia del Sacrificio Eucarístico cuando nos manda rezar con estas palabras: Señor… Te rogamos que siempre perseveremos en acción de gracias… 113 y que jamás cesemos de alabarte 114. Por tanto, si siempre se debe dar gracias a Dios y jamás se debe dejar de alabarlo, ¿quién se atrevería a reprender y desaprobar a la Iglesia, que aconseja a sus sacerdotes 115 y a los fieles que se mantengan, al menos por un poco de tiempo, después de la Comunión, en coloquio con el Divino Redentor, y que han insertado en los libros litúrgicos las oportunas plegarias, enriquecidas con indulgencias, con las cuáles los sagrados ministros se pueden preparar convenientemente antes de celebrar y de comulgar y, acabada la Santa Misa, manifestar a Dios su agradecimiento? La Sagrada Liturgia, lejos de sofocar los sentimientos íntimos de cada cristiano, los capacita y los estimula para que se asimilen a Jesucristo y, por medio de Él, sean dirigidos al Padre; de aquí que exija que quien se haya acercado a la mesa eucarística, dé gracias a Dios como es debido. Al Divino Redentor le agrada escuchar nuestras plegarias, hablar con nosotros con el Corazón abierto y ofrecernos refugio en su Corazón inflamado de amor.
76. c) Necesaria para sacar un fruto mayor.
Además, estos actos, propios de cada individuo, son absolutamente necesarios para gozar más abundantemente de todos los tesoros sobrenaturales de que tan rica es la Eucaristía y para transmitirlos a los otros, según nuestras posibilidades, a fin de que Cristo Nuestro Señor consiga en todas las almas la plenitud de su virtud.
¿Por qué, pues, Venerables Hermanos, no hemos de alabar a aquellos que, aun después de haberse disuelto oficialmente la asamblea cristiana, se mantienen en íntima familiaridad con el Divino Redentor, no sólo para entretenerse en dulce coloquio con Él, sino también para darle gracias y alabarle y especialmente para pedirle ayuda, a fin de quitar de su alma todo lo que pueda disminuir la eficacia del Sacramento y hacer de su parte todo lo que pueda favorecer la acción presente de Jesús? Los exhortamos también a hacerlo de forma particular, bien llevando a la práctica los propósitos concebidos y ejercitando las virtudes cristianas, bien adaptando a sus propias necesidades cuanto han recibido con munificencia. Verdaderamente hablaba según los preceptos y el espíritu de la Liturgia, el autor del áureo librito De la Imitación de Cristo, cuando aconsejaba a los que habían comulgado: Recógete en secreto y goza a tu Dios, para poseer aquello que el mundo entero no podrá quitarte 116.
Todos nosotros, pues, íntimamente unidos a Cristo, debemos tratar de sumergirnos en su alma santísima y de unirnos con Él para participar así en los actos de adoración con los que Él ofrece a la Trinidad Augusta el homenaje más grato y aceptable; en los actos de alabanza y de acción de gracias que Él ofrece al Eterno Padre y de que se hace unánime eco el cántico del cielo y la tierra, como está dicho: Bendecid al Señor en todas sus criaturas 117, en los actos, finalmente, con los que, unidos, imploramos la ayuda celestial en el momento más oportuno para pedir y obtener socorro en nombre de Cristo 118, y sobre todo en aquellos con los que nos ofrecemos e inmolamos como víctimas, diciendo: Haz de nosotros mismos para ti una ofrenda eterna 119.
El Divino Redentor repite incesantemente su apremiante invitación: Permaneced en Mí 120. Por medio del Sacramento de la Eucaristía, Cristo habita en nosotros y nosotros habitamos en Cristo; y de la misma manera que Cristo, permaneciendo en nosotros, vive y obra, así es necesario que nosotros, permaneciendo en Cristo, por Él vivamos y obremos.

IV. La Adoración de Cristo en la Eucaristía

77. a) La presencia de Cristo según la fe y la tradición.
El alimento eucarístico contiene, como todos saben, verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo 121; no es, por tanto, extraño que la Iglesia, desde sus orígenes, haya adorado el Cuerpo de Cristo bajo las especies eucarísticas, como se ve en los mismos ritos del augusto Sacrificio, en los que se prescribe a los Sagrados Ministros que adoren al Santísimo Sacramento con genuflexiones o con inclinaciones profundas.
Los Sagrados Concilios enseñan que desde el comienzo de su vida ha sido transmitido a la Iglesia, que se debe honrar con una única adoración al Verbo Dios Encarnado y a su propia carne 122, y San Agustín afirma: Ninguno coma de esta Carne sin haberla antes adorado, añadiendo que no sólo no pecamos adorando, sino que pecamos no adorándola 123.
De estos principios doctrinales ha nacido y se ha venido poco a poco desarrollando el culto eucarístico de adoración, distinto del Santo Sacrificio. La conservación de las sagradas especies para los enfermos y para todos aquellos que pudieran encontrarse en peligro de muerte, introdujo el loable uso de adorar este pan celestial conservado en las Iglesias. Este culto de adoración tiene un válido y sólido motivo. La Eucaristía, en efecto, es un Sacrificio y es también un Sacramento, y se distingue de los demás Sacramentos en que no sólo produce la gracia, sino que contiene de forma permanente al autor mismo de la gracia. Cuando por esto la Iglesia nos ordena adorar a Cristo escondido bajo los velos eucarísticos y pedirle a Él los bienes sobrenaturales y terrenos de que siempre tenemos necesidad, manifiesta la fe viva con la cual se cree presente bajo aquellos velos a su divino Esposo, le manifiesta su reconocimiento y goza de su íntima familiaridad.
78. b) Desarrollo del culto eucarístico.
En el decurso de los tiempos, la Iglesia ha introducido en este culto varias formas, cada día ciertamente más bellas y saludables. Como, por ejemplo, las devotas visitas diarias a los Sagrarios del Señor; las bendiciones con el Santísimo Sacramento; las solemnes procesiones por campos y ciudades, especialmente con ocasión de los Congresos Eucarísticos, y adoración del Augusto Sacramento, públicamente expuesto. Adoraciones públicas que a veces duran un tiempo limitado y a veces, en cambio, son prolongadas durante horas enteras e incluso durante cuarenta horas; en algunos lugares son continuadas durante todo el año por turno en las distintas Iglesias; en otros se continúan tanto de día como de noche, por la vela de las Comunidades Religiosas, y a veces también los fieles toman parte en ellas.
Estos ejercicios de devoción contribuyeron de forma admirable a la fe y a la vida sobrenatural de la Iglesia militante en la tierra, la cual, al obrar así, se hace eco, en cierto modo, de la Iglesia triunfante, que eleva eternamente el himno de alabanza a Dios y al Cordero que ha sido sacrificado 124. Por esto la Iglesia no sólo ha aprobado, sino que ha hecho suyo y ha confirmado con su autoridad estos devotos ejercicios, propagados por doquier en el transcurso de los siglos 125. Surgen del espíritu de la Sagrada Liturgia, y por esto, siempre que sean realizadas con el decoro, la fe y la devoción exigidos por los Sagrados Ritos y por las prescripciones de la Iglesia, ciertamente contribuyen en gran modo a vivir la vida litúrgica.
79. c) No hay confusión entre el Cristo histórico y el Cristo Eucarístico.
Tampoco se puede decir que este culto eucarístico provoca una errónea confusión entre el Cristo histórico, como algunos dicen, el que ha vivido en la tierra, y el Cristo presente en el augusto Sacramento del altar, y el Cristo triunfante en el cielo y dispensador de gracias antes bien, se debe afirmar que con este culto los fieles testimonian solemnemente la fe de la Iglesia, con la cual se cree que uno e idéntico es el Verbo de Dios y el Hijo de María Virgen, que sufrió en la Cruz, que está presente oculto en la Eucaristía y que reina en el cielo. Así dice San Juan Crisóstomo: Cuando lo veas ante ti (el Cuerpo de Cristo), di para ti mismo: Por este Cuerpo no soy ya tierra y cenizas, no soy ya esclavo, sino libre; por esto espero lograr el cielo y los bienes que en él se encuentran, la vida inmortal, la herencia de los Ángeles, la compañía de Cristo; este Cuerpo traspasado por los clavos, azotado por los látigos, no fue presa de la muerte… Este es aquel Cuerpo que fue ensangrentado, traspasado por la lanza, y del cual brotaron dos fuentes salvadoras: la una de Sangre, y la otra de agua… Este Cuerpo nos dio qué tener y qué comer, lo cual es consecuencia del intenso amor 126.
80. d) La Bendición Eucarística.
De modo particular, pues, es muy de alabar la costumbre según la cual muchos ejercicios de piedad, incorporados a las costumbres del pueblo cristiano, concluyen con el rito de la Bendición Eucarística. Nada mejor ni más beneficioso que el gesto con que el sacerdote, elevando al cielo el Pan de los Ángeles, ante la multitud cristiana arrodillada, y moviéndolo en forma de Cruz invoca al Padre Celestial para que se digne volver benignamente los ojos a su Hijo, crucificado por nuestro amor, y que a causa de Él quiso ser nuestro Redentor y hermano, y para que por su medio difunda sus dones celestiales sobre los redimidos por la sangre inmaculada del Cordero 127.
Procurad, pues, Venerables Hermanos, con vuestra suma diligencia habitual, que los templos edificados por la fe y por la piedad de las generaciones cristianas en el transcurso de los siglos, como un perenne himno de gloria a Dios y, como digna morada de Nuestro Redentor oculto bajo las especies eucarísticas, estén abiertos lo más posible a los fieles, cada vez más numerosos, a fin de que, reunidos a los pies de su Salvador, escuchen su dulcísima invitación: Venid a Mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que Yo os aliviaré 128. Que los templos sean verdaderamente la Casa de Dios, en donde quien entra a implorar favores, se goce, alcanzando cuanto pidiere 129, y obtenga el consuelo celestial.
Sólo así se obtendrá que toda la familia humana, arregladas finalmente sus querellas, pueda pacificarse, y cantar con mente y alma concorde aquel cántico de fe y de amor: ¡Buen Pastor, Jesús clemente / tu manjar, de gracia fuente / nos proteja y apaciente / y en la alta región luciente / haznos ver tu gloria, ¡oh Dios! 130.

PARTE TERCERA
EL OFICIO DIVINO Y EL AÑO LITÚRGICO

I. El Oficio Divino

81. Significado y origen del Oficio.
El ideal de la vida cristiana consiste en que cada uno se una con Dios íntima y constantemente. Por lo cual, el culto que la Iglesia tributa al Eterno y que descansa principalmente en el Sacrificio Eucarístico y en el uso de los Sacramentos, se ordena y distribuye de manera que, por medio del Oficio Divino, abraza las horas del día, las semanas y todo el curso del año, y abarca todos los tiempos y las diversas condiciones de la vida humana.
Habiendo mandado el Divino Maestro: Conviene orar perseverantemente y no desfallecer 131, la Iglesia, obedeciendo fielmente esta advertencia, no cesa nunca de orar y nos exhorta con el Apóstol de las Gentes: Ofrezcamos, pues, a Dios, por medio de Él (Jesús), sin cesar, un sacrificio de alabanza 132.
La oración pública y común, elevada a Dios conjuntamente por todos los fieles, en la más remota antigüedad sólo tenía lugar en determinados días y a horas establecidas. Sin embargo, no sólo se oraba en las reuniones públicas, sino también en las casas privadas y a veces con los vecinos y amigos. No obstante, pronto comenzó a tomar auge en las distintas partes de la cristiandad la costumbre de destinar a la Oración determinados momentos: por ejemplo, la última hora del día, cuando el sol se oculta y se encienden las luces; o la primera, cuando termina la noche, después del canto del gallo y al salir el sol. Otros momentos del día son indicados como más propios para la oración por las Sagradas Escrituras, siguiendo las costumbres tradicionales hebreas y los usos cotidianos. Según los Hechos de los Apóstoles, los discípulos de Jesucristo se reunían para orar en la hora de tercia, cuando fueron llenados todos del Espíritu Santo 133; y el Príncipe de los Apóstoles, antes de tomar alimento, subió a lo alto de la casa, cerca de la hora sexta, a hacer oración 134; Pedro y Juan subían al templo, a la oración de la hora nona 135, y a eso de media noche, puestos Pablo y Silas en oración, cantaban alabanzas a Dios 136.
Estas distintas oraciones, especialmente por iniciativa y obra de los monjes y de los ascetas, se perfeccionan cada día más y poco a poco son introducidas en el uso de la Sagrada Liturgia por la autoridad de la Iglesia.
82. a) Es la oración perenne de la Iglesia.
Lo que llamamos Oficio Divino es, pues, la oración del Cuerpo Místico de Jesucristo que en nombre y provecho de todos los cristianos, es ofrecida a Dios por los sacerdotes y demás ministros de la Iglesia, y por las religiosos, dedicados a este fin por institución de la Iglesia misma.
Cuáles deban ser el carácter y valor de esta alabanza divina se deduce de las palabras que la Iglesia aconseja decir antes de comenzar las oraciones del Oficio, prescribiendo que sean recitadas digna, atenta y devotamente.
El Verbo de Dios, al tomar la naturaleza humana, introdujo en el destierro terreno el himno que se canta en el cielo por toda la eternidad. Él une a sí mismo toda la comunidad de los hombres y la asocia consigo en el canto de este himno de alabanza. Debemos reconocer con humildad que no sabiendo siquiera qué hemos de pedir en nuestras oraciones ni cómo conviene hacerlo, el mismo espíritu (divino) hace o produce en nuestro interior nuestras peticiones a Dios con gemidos que son inexplicables 137. Y también Jesucristo, por medio de su Espíritu, ruega en nosotros al Padre. Dios no podría hacer a los hombres un don más grande. Ruega (Jesús) por nosotros como nuestro sacerdote; ruega en nosotros como nuestra cabeza; nosotros le rogamos a Él como a nuestro Dios. Reconozcamos, pues, tanto nuestras voces en Él como su voz en nosotros. Se le ruega a Él como Dios; ruega Él como siervo; allí es el Creador, aquí un Ser creado en cuanto asume la naturaleza de cambiar sin cambiarse, haciendo de nosotros un solo hombre con Él: cabeza y cuerpo 138.
83. b) Se pide en ella recogimiento y devoción interior.
A la excelsa dignidad de esta oración de la Iglesia debe corresponder la intensa devoción de nuestra alma. Y pues la voz del que así ruega repite aquellos cantos que fueron escritos por inspiración del Espíritu Santo, que declaran y ensalzan la perfectísima grandeza de Dios, es también necesario que a esta voz acompañe el movimiento interior de nuestro espíritu para hacer nuestros aquellos sentimientos con que nos elevamos al cielo, adoramos a la Santísima Trinidad y le rendimos las alabanzas y acciones de gracias debidas. Salmodiemos de forma que nuestra mente concuerde con nuestra voz 139. No se trata, pues, de una simple rezo, ni de un canto, que, aunque sea perfectísimo según las normas de la música y de los sagrados ritos, pueda sólo llegar a los oídos, sino sobre todo de la elevación de nuestra mente y de nuestro espíritu a Dios, para consagrarle absolutamente nuestras personas y todas nuestras acciones.
De esto depende, y ciertamente no en pequeña parte, la eficacia de las oraciones. Las cuales, si no son dirigidas al mismo Verbo hecho hombre, acaban con estas palabras: por Nuestro Señor Jesucristo; quien, como conciliador entre Dios y nosotros, muestra a su Padre celestial sus gloriosas llagas y así está siempre vivo para interceder por nosotros 140.
84. c) Admirable contenido de los Salmos.
Los Salmos, como todos saben, constituyen la parte principal del Oficio Divino. Abrazan toda la extensión del día y le dan un carácter de santidad. Casiodoro dice bellamente a propósito de los Salmos distribuidos en el oficio divino de su tiempo: Ellos concilian el nuevo día con matinal exultación, nos dedican la primera hora de la jornada, nos consagran la tercera, nos alegran la sexta con la fracción del pan, en la nona nos hacen terminar los ayunos, concluyen el fin del día, y, al acercarse la noche, impiden que se entenebrezca nuestra mente 141.
Ellos nos recuerdan las verdades manifestadas por Dios al pueblo escogido, a veces terribles, a veces penetradas de suavísima dulzura; repiten y encienden la esperanza en el libertador prometido que en un tiempo era animada con cánticos en torno al hogar doméstico y en la misma majestad del templo; ponen bajo una luz maravillosa la profetizada gloria de Jesucristo y su supremo y eterno poder, su venida y su muerte en este destierro terrenal, su regia dignidad y su potestad sacerdotal, sus benéficas fatigas y su sangre derramada por nuestra Redención. Expresan igualmente la alegría de nuestras almas, la tristeza, la esperanza, el temor, el intercambio de amor y el abandono en Dios, como la mística ascensión hacia los divinos tabernáculos.
El Salmo es la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de las gentes, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la armoniosa confesión de la fe, la plena sumisión a la autoridad, el regocijo de la libertad, el clamor del alborozo y el eco de la alegría 142.
85. d) La participación de los laicos y las Vísperas del Domingo.
En la edad primitiva la asistencia de los fieles a estas oraciones del oficio era mayor, pero fue disminuyendo gradualmente, y como hemos dicho, su recitación está en la actualidad reservada al clero y a los religiosos. En rigor de derecho, pues, nada está prescrito a los seglares en esta materia; pero es sumamente de desear que también ellos tomen parte activa en el canto o en la recitación del oficio de Vísperas en los días festivos, en sus respectivas parroquias. Os recomendamos vivamente, Venerables Hermanos, a vosotros y a vuestros fieles, que no cese esta piadosa costumbre y que se le restituya en lo posible donde haya desaparecido. Esto traerá ciertamente frutos saludables si las Vísperas son cantadas, no sólo digna y decorosamente, sino también de forma que regocijen suavemente en varias formas la piedad de los fieles. Permanezca en su debido cumplimiento la observancia de los días festivos, que deben ser dedicados y consagrados a Dios de modo particular y, sobre todo, del domingo, que los Apóstoles, instruidos por el Espíritu Santo, instituyeron en lugar del sábado. Si se mandó a los judíos: trabajaréis durante seis días; el séptimo es el sábado, de santo descanso para el Señor; cualquiera que trabaje en este día, será condenado a muerte 143; ¿cómo no temerán la muerte espiritual aquellos cristianos que hacen trabajos serviles y que, en la duración del descanso festivo, no se dedican a la piedad y a la religión, sino que se abandonan desorbitadamente a los atractivos del siglo? El domingo y los días festivos deben, por tanto, estar consagrados al culto divino, con el cual se adora a Dios y el alma se nutre del alimento celestial, y si bien la Iglesia prescribe solamente que los fieles deben abstenerse del trabajo servil y deben asistir al Sacrificio Eucarístico y no da ningún precepto para el culto vespertino, también es cierto que existen además de los preceptos sus insistentes recomendaciones y deseos, además de que esto es todavía más imperiosamente exigido por la necesidad que todos tienen de que el Señor se les muestre propicio para impetrarle sus beneficios. Nuestro ánimo se entristece profundamente al ver cómo pasa en nuestros tiempos el pueblo cristiano las tardes de los días festivos. Los locales de espectáculos públicos y de juegos están llenos, mientras que las Iglesias se ven menos frecuentadas de lo que convendría. Sin embargo, es indudablemente necesario que todos se acerquen a nuestro templo para ser instruidos en la verdad de la fe católica, para cantar las alabanzas de Dios y para ser enriquecidos por el sacerdote con la bendición eucarística y proveerse de la ayuda celestial contra las adversidades de la vida presente. Procuren todos aprender las fórmulas que se cantan en las Vísperas e intenten penetrar su íntimo significado, y bajo el influjo de estas oraciones experimentarán aquello que San Agustín afirmaba de él: ¡Cuánto lloré entre los himnos y los cánticos, vivamente conmovido por la suave voz de tu Iglesia! Aquellas palabras sonaban en mis oídos, y la verdad penetraba en mi corazón, y con ello se enardecía el piadoso afecto, y corrían las lágrimas, y me hacían bien 144.

II. El Ciclo de misterios en el año litúrgico

86. Significado y contenido del año litúrgico.
Durante todo el curso del año, la celebración del sacrificio eucarístico y el oficio divino se desenvuelve, sobre todo, en torno a la persona de Jesucristo, y se organiza de forma tan concorde y congruente que nos hace conocer a la perfección a nuestro Salvador en sus misterios de humillación, de redención y de triunfo.
Revocando estos misterios de Jesucristo, la Sagrada Liturgia trata de hacer participar en ellos a todos los creyentes, de forma que la divina Cabeza del Cuerpo Místico viva en la plenitud de su santidad en cada uno de los miembros. Sean las almas de los cristianos como altares en los que se repitan y se revivan las varias fases del sacrificio que inmola el Sumo Sacerdote; los dolores y las lágrimas que lavan y expían los pecados; la oración dirigida a Dios, que se eleva hasta el cielo; la propia inmolación hecha con ánimo pronto, generoso y solícito y, por fin; la íntima unión con la cual nos abandonamos a Dios nosotros y nuestras cosas, y descansamos en Él, pues la esencia de la religión es imitar a Aquel a quien adoras 145.
87. a) Significado de los tiempos litúrgicos y fiestas.
Con estos modos y formas con que la Liturgia, en los diversos tiempos, nos hace meditar la vida de Jesucristo, la Iglesia nos propone ejemplos que imitar, y nos muestra tesoros de santidad, para que los hagamos nuestros; pues lo que se canta con la boca hay que creerlo con el corazón y llevarlo a las costumbres privadas y públicas.
88. Adviento.
Así, en la época de Adviento, excita en nosotros la conciencia de los pecados miserablemente cometidos, y nos exhorta para que, frenando los deseos con la mortificación voluntaria del cuerpo, nos recojamos en piadosa meditación y nos sintamos impulsados por el deseo de volver a Dios, que es el único que puede liberarnos con su gracia de la mancha de los pecados y de los males que son su consecuencia.
89. Navidad.
Con la conmemoración del Nacimiento del Redentor, parece casi reconducirnos a la gruta de Belén, para que allí aprendamos que es absolutamente necesario nacer de nuevo y reformarnos radicalmente, lo que sólo será posible cuando nos unamos íntima y vitalmente al Verbo de Dios, hecho hombre, y seamos partícipes de su divina naturaleza, a la que seamos elevados.
90. Epifanía.
Con la solemnidad de la Epifanía, recordando la vocación de los gentiles a la fe cristiana, quiere que demos gracias todos los días al Señor por tan gran beneficio, que deseemos con gran fe al Dios vivo, que comprendamos con gran devoción y profundidad las cosas sobrenaturales y que practiquemos el silencio y la meditación para poder fácilmente entender y conseguir los dones celestiales.
91. Cuaresma.
En los días de la Septuagésima y de la Cuaresma, la Iglesia, nuestra Madre, multiplica sus cuidados para que cada uno de nosotros se percate diligentemente de sus miserias, sea activamente incitado a la enmienda de las costumbres y deteste de forma particular los pecados, lavándolos con la oración y la penitencia, ya que la asidua oración y la penitencia de los pecados cometidos nos obtienen la ayuda divina, sin la cual son inútiles y estériles todas nuestras obras.
92. Pasión.
En el tiempo sagrado en que la Liturgia nos propone los atroces dolores de Jesucristo, la Iglesia nos invita al Calvario, para seguir las huellas sangrientas del Divino Redentor, a fin de que con gusto llevemos la cruz con Él, para que tengamos en nosotros los mismos sentimientos de expiación y de propiciación y para que juntos muramos todos con Él.
93. Pascua.
Con la solemnidad pascual, que conmemora el triunfo de Cristo, nuestra alma es invadida por una íntima alegría, y debemos oportunamente pensar que también nosotros debemos resucitar juntamente con el Redentor de una vida fría e inerte a una vida más santa y fervorosa, ofreciéndonos todos con generosidad a Dios y olvidándonos de esta miserable tierra para aspirar solamente al cielo: si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, saboread las cosas del cielo 146.
94. Pentecostés.
En el tiempo de Pentecostés, finalmente, la Iglesia nos exhorta con sus preceptos y sus obras, a ofrecernos dócilmente a la acción del Espíritu Santo, el cual quiere inflamar nuestros corazones de caridad divina para que progrese cada día en la virtud con mayor empeño y así nos santifiquemos, de la misma forma que Jesucristo Nuestro Señor y su Padre que está en los cielos son santos.
95. b) Errores de algunos autores modernos.
De cuanto ha sido expuesto, aparece claramente, Venerables Hermanos, lo alejados que están del verdadero y genuino concepto de la liturgia aquellos escritores modernos que, engañados por una pretendida disciplina mística superior, se atreven a afirmar que no debemos concentrarnos sobre el Cristo histórico, sino sobre el Cristo pneumático y glorificado; y no vacilan en afirmar que en la piedad de los fieles se ha verificado un cambio, por el cual Cristo ha sido casi destronado con la ocultación del Cristo glorificado que vive y reina por los siglos de los siglos y está sentado a la diestra del Padre, mientras que en su lugar se ha introducido al Cristo de la vida terrenal. Por esto algunos llegan hasta el punto de querer retirar de las iglesias las imágenes del Divino Redentor que sufre en la Cruz.
Pero estas falsas opiniones son del todo contrarias a la sagrada doctrina tradicional. Crees en el Cristo nacido en la carne –así dice San Agustín– y llegarás al Cristo nacido de Dios. Dios junto a Dios 147. La Sagrada Liturgia nos propone también a todo Cristo, en los varios aspectos de su vida; el Cristo que es Verbo del Eterno Padre, que nace de la Virgen Madre de Dios, que nos enseña la verdad, que sana a los enfermos, que consuela a los afligidos, que sufre, que muere y que, en fin, resucita triunfando sobre la muerte; que reinando en la gloria del cielo, nos envía al Espíritu Paráclito, y que vive siempre en su Iglesia: Jesucristo, el mismo que era ayer, es hoy, y lo será por los siglos de los siglos 148. Y además, no nos lo presenta sólo como un ejemplo que imitar, sino también como un maestro a quien escuchar y un pastor a quien seguir; como mediador de nuestra salvación, principio de nuestra santidad y Cabeza mística de la que somos miembros, vivos con su misma vida.
Y así como sus acerbos dolores constituyen el misterio principal de que proviene nuestra salvación, está conforme con las exigencias de la fe católica el destacar esto todo lo posible, porque esto es como el centro del culto divino, siendo el sacrificio eucarístico su cotidiana representación y renovación, y estando todos los sacramentos unidos con estrechísimos vínculos a la Cruz 149.
96. c) Cristo revive en la Iglesia durante el año litúrgico.
Por esto el año litúrgico, al que la piedad de la Iglesia alimenta y acompaña, no es una fría e inerte representación de hechos que pertenecen al pasado, o una simple y desnuda revocación de realidades de otros tiempos. Es más bien Cristo mismo, que vive en su Iglesia siempre y que prosigue el camino de inmensa misericordia por Él iniciado con piadoso consejo en esta vida mortal, cuando pasó derramando bienes 150, a fin de poner a las almas humanas en contacto con sus misterios y hacerlas vivir por ellos, misterios que están perennemente presentes y operantes, no en la forma incierta y nebulosa de que hablan algunos escritores recientes, sino porque, como enseña la doctrina católica y según la sentencia de los doctores de la Iglesia, son ejemplos ilustres de perfección cristiana y fuentes de gracia divina por los méritos y la intercesión del Redentor y porque perduran en nosotros con su efecto, siendo cada uno de ellos, en la manera adecuada a su índole particular, la causa de nuestra salvación. A esto se añade el que la piadosa Madre Iglesia, mientras propone a nuestra contemplación los misterios de Cristo, invoca con sus oraciones aquellos dones sobrenaturales, por medio de los cuales sus hijos se compenetran del espíritu de estos misterios por virtud de Cristo. Por influencia y virtud de Él, nosotros podemos, con la colaboración de nuestra voluntad, asimilar la fuerza vital como ramas del árbol, como miembros de la cabeza, y nos podemos, progresiva y laboriosamente, transformar a la medida de la edad perfecta de Cristo 151.

III. Las fiestas de los Santos y de María Santísima

97. Significado de las fiestas de los Santos.
En el curso del año litúrgico se celebran no sólo los misterios de Jesucristo, sino también las fiestas de los santos, en los cuales, aunque se trata de un orden inferior y subordinado, la Iglesia tiene siempre la preocupación de proponer a los fieles ejemplos de santidad que los estimulen a adornarse de las mismas virtudes del Divino Redentor.
98. a) Que se nos proponen como ejemplo.
Es necesario, en efecto, que imitemos las virtudes de los Santos, en las cuales brilla, de modo vario, la virtud misma de Cristo, como que de Él fueron aquellos imitadores. Así, en algunos, refulgió el celo del apostolado; en otros, se demostró la fortaleza de nuestros héroes hasta la efusión de la sangre; en otros, brilló la constante vigilancia en la adoración del Redentor; en otros, refulgió el candor virginal del alma y la modesta dulzura de la humildad cristiana; en todos ardió una fervorosísima caridad hacia Dios y hacia el prójimo. La Sagrada Liturgia pone ante nuestros ojos todos estos adornos de santidad, a fin de que los contemplemos saludablemente y para que a nosotros, a quienes alegran sus méritos, enfervoricen sus ejemplos 152. Es necesario, pues, conservar la inocencia en la sencillez, la concordia en la caridad, la modestia en la humildad, la diligencia en el gobierno, la vigilancia en el auxiliar al que sufre, la misericordia en el cuidar a los pobres, la constancia en defender la verdad, la justicia en la severidad de la disciplina, para que no falte en nosotros ninguna de las virtudes que nos han sido propuestas como ejemplo. Estas son las huellas de los santos, que nos dejaron en su retorno a la patria, para que, siguiendo su camino, podamos también seguirlos en la santidad 153. Y para que también nuestros sentidos sean saludablemente impresionados, la Iglesia quiere que en nuestros templos sean expuestas las imágenes de los santos, pero siempre con el mismo fin, a saber: Que imitemos las virtudes de aquellos cuyas imágenes veneramos 154.
99. b) Y como intercesores nuestros.
Pero hay todavía otra razón para el culto de los Santos por el pueblo cristiano: la de implorar su ayuda y ser sostenidos por el patrocinio de aquellos con cuyas alabanzas nos regocijamos 155. De esto se deduce fácilmente el por qué de las numerosas fórmulas de oraciones que la Iglesia nos propone para invocar el patrocinio de los santos.
100. c) Culto preeminente a la Virgen Santísima.
Entre los santos tiene un culto preeminente la Virgen María, Madre de Dios. Su vida, por la misión que le fue confiada por Dios, está estrechamente unida a los misterios de Jesucristo y seguramente nadie ha seguido más de cerca y con mayor eficacia que ella el camino trazado por el Verbo Encarnado, ni nadie goza de mayor gracia y poder cerca del Corazón Sacratísimo del Hijo de Dios y a través del Hijo cerca del Padre Celestial. Ella es más santa que los querubines y los serafines, y sin ningún parangón, más gloriosa que todos los demás santos, siendo la llena de gracia 156 y Madre de Dios, y habiéndonos dado con su feliz parto al Redentor. A Ella, que es Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, recurrimos todos nosotros, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas 157 y encomendamos con confianza a nosotros mismos y todas nuestras cosas a su protección. Ella se convirtió en nuestra Madre al hacer el Divino Redentor el sacrificio de Sí mismo y, por esto, con este mismo título, nosotros somos hijos suyos. Ella nos enseña todas las virtudes, nos da a su Hijo y, con Él, todos los auxilios que nos son necesarios, porque Dios ha querido que todo lo tuviéramos por medio de María 158.
101. Resumen de esta parte.
Por este camino litúrgico que todos los años se nos abre de nuevo bajo la acción santificadora de la Iglesia, confortados por la ayuda y los ejemplos de los santos y, sobre todo, de la Inmaculada Virgen María, acerquémonos, con sincero corazón, con plena fe, purificados los corazones de las inmundicias de la mala conciencia, lavados en el cuerpo con el agua limpia del bautismo 159, al Gran Sacerdote 160 para vivir y sentir con Él y penetrar por medio de Él por el velo 161 y allí honrar al Padre celestial por toda la eternidad.
102. Resumen general.
Tal es la esencia y la razón de ser de la Sagrada Liturgia; ella se refiere al Sacrificio, a los Sacramentos y a las alabanzas de Dios, e igualmente a la unión de nuestras almas con Cristo y a su santificación por medio del Divino Redentor, para que sea honrado Cristo, y, en Él y por Él toda la Santísima Trinidad: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

PARTE CUARTA
NORMAS PASTORALES

I. Se recomiendan calurosamente las otras formas de piedad no estrictamente litúrgicas.

1. La acción de Espíritu Santo no les es ajena

103. Aclaración sobre funciones litúrgicas y extralitúrgicas.
Para alejar de la Iglesia los errores y las exageraciones de la verdad, de que hemos hablado más arriba, y para que los fieles puedan, guiados por las normas más seguras, practicar el apostolado litúrgico, con frutos abundantes, creemos oportuno, Venerables Hermanos, añadir algo para deducir consecuencias prácticas de la doctrina expuesta.
Cuando hablábamos de genuina y sincera piedad, hemos afirmado que no podía haber verdadera oposición entre la Sagrada Liturgia y los demás actos religiosos, si éstos se mantienen dentro del recto orden y tienden al justo fin: más aún, hay algunos ejercicios de piedad que la Iglesia mucho recomienda al Clero y a los Religiosos.
Pues bien, queremos que el pueblo cristiano no se mantenga ajeno a esos ejercicios. Estos son, por citar sólo los principales, las meditaciones espirituales, el diligente examen de conciencia, los santos retiros instituidos para meditar las verdades eternas, las piadosas visitas a los sagrarios eucarísticos, y aquellas particulares preces en honor de la Bienaventurada Virgen María, entre las cuales, como todos saben, sobresale el santo Rosario.
104. La acción del Espíritu Santo no les es ajena.
Es imposible que la inspiración y la acción del Espíritu Santo permanezcan ajenas a estas variadas formas de piedad, pues se encaminan a que nuestras almas se conviertan y dirijan a Dios y expíen sus pecados, se exciten a alcanzar las virtudes, y se estimulen saludablemente a la sincera piedad, acostumbrándose a meditar las verdades eternas y haciéndose cada vez más aptas para contemplar los misterios de la naturaleza divina y humana de Jesucristo. Además, cuanto más intensamente alimentan en los fieles su vida espiritual, mejor los disponen a participar con mayor fruto en las funciones públicas evitando el peligro de que las preces litúrgicas se reduzcan a un rito vacío.
105. Errores de los que hay que prevenir a los fieles.
Como corresponde, pues, a vuestra pastoral diligencia, no dejéis, Venerables Hermanos, de recomendar y fomentar tales ejercicios de piedad, de los cuales, sin duda ninguna, el pueblo que os está encomendado obtendrá óptimos frutos de santidad. Y sobre todo no permitáis –como que algunos defienden, engañados sin duda por cierto deseo de renovar la Liturgia o creyendo falsamente que sólo los ritos litúrgicos tienen dignidad y eficacia– que los templos estén cerrados en las horas no destinadas a los actos públicos, como ya ha sucedido en algunas regiones; no permitáis que se descuide la adoración del Augustísimo Sacramento y las piadosas visitas a los tabernáculos eucarísticos; que se disuada la confesión de los pecados cuando se hace sólo por devoción; y que de tal manera se relegue, sobre todo durante la juventud, el culto a la Virgen Madre de Dios –el cual, según el parecer de varones santos, es señal de predestinación– que poco a poco se entibie y languidezca. Tales modos de obrar como frutos venenosos, sumamente nocivos a la piedad cristiana, que brotan de ramas enfermas de un árbol sano; hay que cortarles, pues, para que la savia vital nutra sólo frutos suaves y óptimos.

2. Confesión frecuente, ejercicios espirituales y distribuciones sacramentales.

106. La Confesión Sacramental.
Y ya que ciertas opiniones que algunos propalan sobre la frecuente confesión de los pecados son enteramente ajenas al Espíritu de Jesucristo y de su inmaculada Esposa, y realmente funestas para la vida espiritual, recordamos aquí lo que sobre ello escribimos con gran dolor en Nuestra Encíclica "Mystici Corporis", y una vez más insistimos en que, lo que allí expusimos con palabras gravísimas, lo hagáis meditar seriamente a vuestra grey y sobre todo a los aspirantes al sacerdocio y al clero joven, y lo hagáis dócilmente practicar.
107. Los Ejercicios y Retiros Espirituales.
Mas procurad de modo especial que, no sólo el clero, sino el mayor número posible de seglares, sobre todo de los miembros de sociedades religiosas y de la Acción Católica, practique el retiro mensual y los ejercicios espirituales en determinados días para fomentar la piedad. Como dijimos arriba, tales ejercicios espirituales son muy útiles y aun necesarios para infundir en las almas una piedad sincera, y para formarlas en tal sentido de costumbres que puedan sacar de la Sagrada Liturgia más eficaces y abundantes frutos.
En cuanto a las diversas formas con que tales ejercicios piadosos suelen practicarse, tengan todos presente que en la Iglesia terrena no de otra suerte que en la celestial, hay muchas moradas 162, y que la ascética no puede ser monopolio de nadie. Uno sólo es el Espíritu, el cual, sin embargo, sopla donde quiere 163, y por varios dones y varios caminos dirige a la santidad las almas por él iluminadas. Téngase por algo sagrado su libertad y la acción sobrenatural del Espíritu Santo, que a nadie es lícito, por ningún título, perturbar o conculcar.
Sin embargo, es cosa probada que los Ejercicios Espirituales, que se practican según el método y la norma de San Ignacio, fueron por su admirable eficacia plenamente aprobados y vivamente recomendados por Nuestros Predecesores. Y también Nos, por la misma razón, los hemos aprobado y recomendado, y lo repetimos aquí de buen grado.
Es, con todo, enteramente necesario que aquella inspiración por la cual se sienten algunos movidos a peculiares ejercicios de devoción proceda del Padre de las luces, de quien desciende toda dádiva y todo don precioso 164, de lo cual ciertamente será señal la eficacia con que tales ejercicios alcancen el que el culto divino sea cada día más amado y más fomentado, y el que los cristianos se sientan movidos de un intenso deseo de recibir dignamente los Sacramentos y de practicar todos los actos sagrados con el debido respeto y el debido honor. Porque si, por el contrario, pusieren obstáculo a los principios y normas del culto divino, o los impidieren y estorbaren, entonces hay que creer sin duda que no están ordenados y dirigidos por un recto criterio ni por un celo prudente.
108. Otras prácticas no estrictamente litúrgicas.
Hay, además, otras prácticas de piedad que, aunque en rigor de derecho no pertenecen a la Sagrada Liturgia, tienen, sin embargo, una especial importancia y dignidad, de modo que en cierto sentido se tienen por insertas en el ordenamiento litúrgico, y han sido aprobadas y alabadas una y otra vez por esta Sede Apostólica y por los Obispos. Entre ellas hay que contar las preces que durante el mes de mayo se dedican a la Virgen Santísima, o en el mes de junio al Sagrado Corazón; las novenas y triduos, el ejercicio del Via Crucis y otros semejantes.
Estas prácticas de piedad, incitando al pueblo ya a frecuentar asiduamente el Sacramento de la penitencia y a participar digna y piadosamente en el Sacrificio Eucarístico y en la Sagrada Mesa, ya también a meditar los misterios de nuestra Redención y a imitar los insignes ejemplos de los Santos, nos hacen así intervenir en el culto litúrgico, no sin gran provecho espiritual.

3. Prevención contra reformas exageradas.

109. Evitar los excesos litúrgicos y fomentar la Liturgia.
Por eso haría algo pernicioso y totalmente erróneo quien con temeraria presunción se atreviera a reformar todos estos ejercicios de piedad, reduciéndolos a los solos esquemas y formas litúrgicas. Con todo, es necesario que el espíritu de la Sagrada Liturgia, de tal manera influya benéficamente sobre ellos, que no se introduzca nada inútil o indigno del decoro que se debe a la casa de Dios, o contrario a las sagradas funciones u opuestas a la sana piedad.
Procurad, pues, Venerables Hermanos, que esa genuina y sincera piedad visiblemente crezca más cada día, y que por todas partes florezca con mayor abundancia. Y, sobre todo, no os canséis de inculcar a todos que la vida cristiana no consiste en muchas y variadas preces y ejercicios de devoción, sino en que éstas contribuyan realmente al progreso espiritual de los fieles, y por lo mismo al incremento real de toda la Iglesia. Pues el Eterno Padre por Él mismo (Cristo) nos escogió antes de la creación del mundo, para ser santos y sin mancha en su presencia 165. Por consiguiente, nuestras oraciones y nuestros ejercicios de piedad han de encaminarse sobre todo a que dirijan todas nuestras energías espirituales a la consecución de este supremo y nobilísimo fin.

II. Espíritu Litúrgico y apostolado litúrgico

1. El conocimiento litúrgico y las Artes Sagradas.

110. Los estudios litúrgicos.
Os exhortamos, pues, encarecidamente, Venerables Hermano, a que, alejando cuanto sepa a error y falacia y reprobando cuanto se opone a la verdad y al orden, promováis las iniciativas que ponen al alcance del pueblo un conocimiento más profundo de la Sagrada Liturgia, de suerte que pueda más adecuada y fácilmente participar en los ritos divinos con la disposición propia de todo cristiano.
111. Obediencia a las disposiciones de la Iglesia.
Sea vuestro primer esfuerzo que todos, con la debida reverencia y no menos debida fe, se atengan a cuantos decretos han publicado o el Concilio Tridentino, o los Romanos Pontífices, o la Sagrada Congregación de Ritos, y cumplan las normas que los libros litúrgicos han determinado en cuanto a la práctica externa del culto público.
En todo lo que atañe a la Liturgia, deben ante todo brillar estas tres virtudes, de las que habla Nuestro Predecesor Pío X, a saber: la santidad, del todo opuesta a novedades de sabor mundano; la dignidad en las imágenes y formas a cuya disposición y servicio deben estar las genuinas y elevadas artes; y el espíritu universalista que, sin contravenir en nada las legítimas modalidades y usos regionales, patentice la unidad de la Iglesia 166.

2. Formación litúrgica del clero y del pueblo.

112. Decoro en los sagrados edificios y sagrados altares.
También es nuestro deseo recomendar el decoro que debe reinar en los sagrados templos y altares. Que cada uno se sienta animado por aquello: el celo de tu casa me consume 167; y por eso esfuércese para que, aunque no llame la atención ni por la riqueza ni por su esplendor, sin embargo todo cuanto pertenezca a los edificios sagrados, a los ornamentos y a las cosas del servicio de la Liturgia, aparezca limpio y en consonancia con su fin, que es el culto a la Divina Majestad. Y si ya antes hemos reprobado el criterio erróneo de quienes, bajo la apariencia de volver a la antigüedad se oponen al uso de las imágenes sagradas en los templos, creemos que es Nuestro deber reprobar también aquí aquella piedad mal formada de los que sin razón suficiente llenan templos y altares con multitud de imágenes y efigies expuestas a la veneración de los fieles; de los que presentan reliquias desprovistas de las debidas auténticas 168 que las autoricen para el culto y de los que, preocupados en exigir minucias y particularidades, descuidan lo sustancial y necesario, exponiendo así a mofa la religión, y desprestigiando la gravedad del culto.
Con esta ocasión os recordamos el decreto sobre el no introducir nuevas formas de culto y devoción 169, cuyo fiel cumplimiento confiamos a vuestra vigilancia.
113. La música sagrada.
En cuanto a la música, obsérvense escrupulosamente las fijas y claras normas promulgadas ya por esta Sede Apostólica. El canto gregoriano, que, siendo herencia recibida de antigua tradición, tan cuidadosamente tutelada durante siglos, la Iglesia romana considera como cosa suya y cuyo uso está recomendado al pueblo e incluso terminantemente prescripto en algunas partes de la Liturgia 170, no sólo proporciona decoro y solemnidad a la celebración de los sagrados Misterios, sino que contribuye a aumentar la fe y la piedad de los asistentes. A este efecto, Nuestro Predecesores de inmortal memoria Pío X y Pío XI decretaron –y también Nos ratificamos gustosos sus disposiciones con Nuestra autoridad– que en los Seminarios e Institutos Religiosos se cultive el canto gregoriano con esmerado estudio, y que, al menos en las iglesias más importantes, se restauren las antiguas "Scholæ Cantorum", cosa ya en varios sitios realizada con éxito feliz 171.
114. El canto gregoriano.
Además, para que el pueblo tome parte más activa en el culto divino, se debe restablecer entre los fieles el uso del canto gregoriano, en la parte que corresponde. Evidentemente, apremia el que los fieles asistan a las sagradas ceremonias, no como meros espectadores mudos y extraños, sino profundamente penetrados por la belleza de la Liturgia: que alternen sus voces con la del sacerdote y coro. Si esto, por la bondad de Dios, se verificare, no ocurrirá que el pueblo responda a lo más con un ligero y tenue murmullo a las preces comunes rezadas en latín o en lengua vulgar 172. La multitud que asiste atentamente al Sacrificio del altar, en el que Nuestro Salvador, juntamente con sus hijos redimidos con su sangre, canta el Epitalamio de su inmensa caridad, no podrá callar, ya que el cantar es propio de quien ama 173, o, como dice el viejo refrán: cantar bien es orar dos veces. Así resulta que la Iglesia militante, clero y pueblos juntos, une sus voces a los cantos de la Triunfante y de los coros Angélicos, y todos a una cantan un sublime y eterno himno de alabanza a la Santísima Trinidad, según aquello: y nosotros te rogamos que admitas nuestras voces mezcladas con las suyas 174.
115. El canto moderno.
Esto no quiere decir que la música y el canto modernos hayan de ser excluidos en absoluto del culto católico. Más aún, si no tienen ningún sabor profano, ni desdicen de la santidad del sitio o de la acción sagrada, ni nacen de un prurito vacío de buscar algo raro y maravilloso, débenseles incluso abrir las puertas de nuestros templos, ya que pueden contribuir no poco a la esplendidez de los actos litúrgicos, a elevar más alto los corazones y a nutrir una sincera devoción.
116. El canto popular.
Os exhortamos también, Venerables Hermanos, a que os esmeréis en promover el canto popular religioso y su cumplida ejecución llevada a cabo con la debida dignidad, cosa que puede servir para estimular y encender la fe y la piedad del pueblo cristiano. Suba al cielo el canto unísono y majestuoso de nuestra multitud como el fragor del resonante mar 175, expresión armoniosa y vibrante de un mismo corazón y una misma alma 176, como corresponde a hermanos e hijos del mismo padre.
117. Las otras artes en el culto litúrgico: la arquitectura, escultura y pintura.
Y lo dicho de la música téngase poco más o menos como dicho de las demás artes nobles, en especial de la arquitectura, escultura y pintura. Las imágenes y formas modernas, efecto de la adaptación a los materiales de su confección, no deben despreciarse ni prohibirse en general por meros prejuicios, sino que es del todo necesario que, adoptando un equilibrado término medio entre un servil realismo y un exagerado simbolismo, con la mira puesta más en el provecho de la comunidad cristiana que en el gusto y criterio personales de los artistas, tenga libre campo el arte moderno para que también él sirva dentro de la reverencia y decoro debidos a los sitios y actos litúrgicos, y así pueda unir su voz a aquel maravilloso cántico de gloria que los genios de la humanidad han entonado a la fe católica en el rodar de los siglos.
118. Rechazo de exageraciones.
Por otra parte, obligados por Nuestra conciencia y oficio, Nos sentimos precisados a tener que reprobar y condenar ciertas imágenes y formas últimamente introducidas por algunos, que, a su extravagancia y degeneración estética, unen el oponerse claramente más de una vez al decoro, a la piedad y a la modestia cristiana, y ofenden el mismo sentimiento religioso; todo eso debe alejarse y desterrarse en absoluto de nuestras iglesias, y en general de todo lo que desdice de la santidad del lugar 177.
119. Estímulo a los artistas y artes.
Ateniéndoos, pues, Venerables Hermanos, a las normas y decretos de los Pontífices, iluminad y dirigid la mente y el espíritu de los artistas a los que se confíe el encargo de restaurar o reconstruir tantos templos o deshechos o devastados por el furor de la guerra; ojalá que puedan y quieran, bajo la inspiración de la Religión, encontrar modos y motivos artísticos que respondan más digna y convenientemente a las exigencias del culto, así se obtendrá que las artes, como si viniesen del cielo, felizmente resplandezcan con serena luz, sean una valiosísima aportación a la cultura humana, y contribuyan a la gloria de Dios y santificación de las almas. Porque las artes están realmente conformes con la religión, cuando sirven como nobles doncellas al culto divino 178.
120. Es importante que el clero y el pueblo vivan la vida litúrgica.
Pero todavía hay algo de mucha mayor importancia, Venerables Hermanos, que queremos recomendar con especial interés a vuestra diligencia y celo apostólico. Todo lo que se refiere al culto religioso externo tiene realmente su importancia; pero el alma de todo ello ha de ser que los cristianos vivan la vida de la Liturgia, nutriendo y fomantando su inspiración sobrenatural.
Poned, pues, todo empeño en que el joven clero, al dedicarse a los estudios ascéticos, teológicos, jurídicos y pastorales, se forme también armónicamente de tal manera que entienda las ceremonias religiosas, perciba su majestad y belleza, y aprenda con esmero las normas llamadas; y ello, no tan sólo por motivos culturales, ni únicamente para que el seminarista a su tiempo puda realizar los actos litúrgicos con el orden, el decoro y la dignidad debida, sino principalísimamente para que plasme a su espíritu en la unión y contacto con Cristo Sacerdote y resulte así un santo ministro de santidad.
Ni debéis omitir el que con toda diligencia y con cuantos medios y maneras vuestra prudencia juzgare más aptos para el caso, se unan a este efecto las mentes y los corazones de vuestro clero y pueblo; y así el pueblo fiel participe tan activamente en la Liturgia, que realmente sea una acción sagrada en la que el sacerdote que atiende a la cura de almas en la parroquia a él confiada, unido a la comunidad de sus feligreses, rinda al Señor el debido culto.
121. Los "Monaguillos" al servicio del altar.
Para este fin será utilísimo escoger algunos niños piadosos, de todas las clases de la sociedad y bien instruidos, que con desinterés y buena voluntad sirvan devota y asiduamente al altar; misión que los padres, aunque sean de la más alta y más culta sociedad, deben tener a gran honra.
Si algún sacerdote tomase a su cuidado y vigilancia el que estos jovencitos bien instruidos cumpliesen tal oficio con reverencia y constancia a las horas establecidas, no sería difícil que de este núcleo surgiesen nuevas vocaciones para el sacerdocio, ni se daría ocasión para que el Clero –como ocurre demasiado aun en países muy católicos– se lamente de no hallar quienes respondan o ayuden en la celebración del Augusto Sacrificio.
122. Celo de los Pastores.
Trabajad sobre todo por obtener con vuestro diligentísimo celo que ninguno de vuestros fieles deje de asistir al Sacrificio Eucarístico; y para que saquen todos de él frutos más copiosos de salvación, no les dejéis de exhortar encarecidamente a que participen en él con devoción de todas aquellas legítimas maneras arriba expuestas. Siendo el Augusto Sacrificio del altar el acto fundamental del culto divino, claro es que en él se ha de hallar necesariamente la fuente y el centro de la piedad cristiana. No creáis haber satisfecho completamente a vuestro celo apostólico en este punto, mientras no acudan a vuestros feligreses en gran número al celestial Banquete, que es Sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad 179.
Y para que el pueblo cristiano logre conseguir estos bienes sobrenaturales cada vez más copiosamente, esmeraos en instruirlo sobre los tesoros de piedad que se hallan encerrados en la Sagrada Liturgia, por medio de oportunas predicaciones; pero, sobre todo, con discursos y conferencias periódicas, con semanas de estudio y con otras semejantes industrias. Para el logro de este fin podéis tener ciertamente a vuestra disposición los miembros de la Acción Católica, dispuestos siempre a colaborar con la Jerarquía para promover el Reino de Jesucristo.

3. Prevención contra errores y herejías.

123. Vigilancia contra los errores.
Pero es absolutamente necesario que en todo esto estéis al mismo tiempo muy alerta, a fin de que no se introduzca el enemigo en el campo del Señor, para sembrar la cizaña en medio del trigo 180; esto es, que no se infiltren en vuestra grey aquellos sutiles y perniciosos errores de un falso misticismo y de un quietismo perjudicial, errores, como sabéis, ya antes por Nos condenados 181; asimismo que no seduzca a las almas un cierto peligroso humanismo, ni se introduzca aquella falaz doctrina que bastardea la noción misma de la fe católica; ni, finalmente, un excesivo arqueologismo en materia litúrgica. Con la misma diligencia débese evitar que no se difundan las aberraciones de los que creen y enseñan falsamente que la naturaleza humana de Cristo glorificada habita realmente y con su continua presencia en los justificados, o también que una única e idéntica gracia une a Cristo con los miembros de su Cuerpo.
No os arredren las dificultades que sobrevengan; ni decaiga un punto vuestra solicitud pastoral: Sonad la trompeta en Sión…, convocad a junta, congregad al pueblo, purificad toda la gente, reunid los ancianos, haced venir los párvulos y los niños de pecho 182, y procurad, con cuantos medios podáis, que en todas partes se multipliquen templos y altares para los cristianos, quienes, estando como miembros vivos, unidos a su Cabeza divina, sean restaurados con la gracia de los Sacramentos y, celebrando a una con Él y por Él el Augusto Sacrificio, ofrenden al Eterno Padre las debidas alabanzas.

Epílogo

124. Aprovechamiento de la Liturgia.
Esto es, Venerables Hermanos, lo que os teníamos que participar; Nos ha movido a hacerlo el deseo de que los hijos Nuestros y vuestros comprendan mejor y estimen en más el tesoro preciosísimo que se encierra en la Sagrada Liturgia, a saber: el Sacrificio Eucarístico, que representa y renueva el Sacrificio de la Cruz; los Sacramentos, manantiales de la gracia y vida divinas, y el himno de alabanza que tierra y cielo la elevan diariamente al Señor.
De esperar es que estas Nuestras exhortaciones estimularán a los tibios y recalcitrantes, no sólo a un estudio más intenso y exacto de la Liturgia, sino también a traducir en la práctica de la vida su contenido sobrenatural, según aquello de San Pablo: No apaguéis el espíritu 183.
125. Elegir lo mejor y más apropiado.
Y a aquellos, a quienes cierto afán desmedido arrastra a veces a hacer decir cosas que, bien a pesar Nuestro, Nos no podemos aprobar, les reiteramos el consejo de San Pablo: Examinad, sí, todas las cosas y ateneos a lo bueno 184; y los amonestamos con ánimo paternal a que los principios con que deben regularse en su pensar y obrar no sean otros que los que se siguen de lo dispuesto por la inmaculada Esposa de Jesucristo y Madre de los Santos.
Traemos también a la memoria de todos que es menester en absoluto someterse con ánimo generoso y fiel a las prescripciones de los Sagrados Pastores, a quienes por derecho compete el oficio de regular toda la vida, en especial, la espiritual de la Iglesia: obedeced a vuestros prelados y estadles sumisos, ya que ellos velan, como que han de dar cuenta de vuestras almas, para que lo hagan con alegría y no penando 185.
Dios, a quien adoramos y que no… es autor de desorden sino de paz 186, nos otorgue benigno a todos el que participemos de la Sagrada Liturgia con una sola mente y un solo corazón en el destierro de aquí abajo, que no debe ser sino como una preparación y preludio de aquella otra Liturgia del cielo en la cual, como es de esperar, a una con la excelsa Madre de Dios y dulcísima Madre nuestra, cantemos por fin: Al que está sentado en el Trono y al Cordero, bendición y honra y gloria y potestad por los siglos de los siglos 187.
126. Bendición Apostólica.
Con esta felicísima esperanza, a todos y a cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, y a la grey cuya vigilancia os ha sido confiada, como auspicio de los dones divinos y como prenda de Nuestra especial benevolencia, os damos con todo afecto Nuestra Apostólica bendición.
Dado en Castelgandolfo, junto a Roma, el 20 de noviembre del año 1947, noveno de Nuestro Pontificado.

Notas

1 1Tm 2, 5
2 Hb 4, 14
3 Hb 9, 14
4 Ml 1, 11
5 Conc. Trid. Ses. XXII, cap. 1.
6 Ibid., cap. 2.
7 Encíclica "Caritate Christi", 3 mayo 1932.
8 Motu Proprio "In cotidianis precibus", 24 de marzo de 1945.
9 1Co 10, 17
10 S.Th. II-II, q. 81, a. 1.
11 Cfr. Lib. Levítico.
12 Hb 10, 1
13 Jn 1, 14
14 Hb 10, 5-7
15 Hb 10, 10
16 Jn 1, 9
17 Hb 10, 39
18 1Jn 2, 1
19 1Tm 3, 15
20 Cfr. Bonif. IX, "Ab origine mundi", julio de 1391. Calixto III, "Summus Pontifex", 1 I-1456. Pío II, "Triumphans Pastor", 12 de abril de 1459. Inocencio XI, "Triumphans Pastor", 3 de octubre de 1678.
21 Ef 2, 19-22.
22 Mt 18, 20
23 Hch 2, 42
24 Col 3, 16
25 S. August. Ep. 130, Ad Probam. 18.
26 Misal Romano. Prefacio de Navidad.
27 I Card. Bona, De divina Psalmodia, cap. 19, 111, 1.
28 Misal Romano, Secr. Fer. V post. Dom. II Quadrag.
29 Mc 7, 6; Is 29, 13
30 1Co 11, 28
31 Misal Romano, Fer. IV Cin. Or. post imposit. cin.
32 De prædest. Sanct. 31.
33 Sal 82, 1
34 1Co 3, 23
35 Hb 10, 19-24
36 2Co 6, 1
37 CIC: can., 123, 125, 565, 571, 595, 1357.
38 Col 3, 11
39 Ga 4, 19
40 Jn 20, 21
41 Lc 10, 16
42 Mc 16, 15-16
43 Pontif. Rom. De ordinatione Presb. in manuum unctione.
44 "Enchiridion", cap. III.
45 De gratia Dei "Indiculus".
46 S. August. Ep. 130, ad Probam. 18.
47 Const. "Divini Cultus", 20 diciembre, 1928.
48 Const. "Inmensa", enero, 1588.
49 CIC, can., 253.
50 CIC, can., 1257.
51 CIC, can., 1261.
52 Mt 28, 20
53 Pío VI, Const. "Auctorem fidei", 28 de agosto de 1794, nº 31-34, 39, 62, 66, 69-74.
54 Jn 21, 15-17.
55 Hch 20, 28
56 Sal 109, 4
57 Jn 13, 1
58 Conc. Trid. Ses. XXII, cap. I.
59 Ibid., cap. II.
60 S.Th. III, q. 22, a. 4.
61 S. J. Crisost. In Joann. Hom. 86, 4.
62 Rm 6, 9
63 Misal Rom. Præfatio. Ib. Canon.
64 Mc 14, 23
65 Miss. Rom., Præfatio.
66 1Jn 2, 2
67 Miss. Rom. Canon.
68 S. Aug. "De Trinitate", lib. XIII, cap. 19.
69 Hb 5, 7
70 Ses. XXI, cap. I.
71 Hb 10, 14
72 S. Aug. Enarr. in Sal., 148, 16
73 Ga 2, 19-20
74 Enc. "Mystici Corporis", 29 junio 1943.
75 Miss. Rom. Secreta Dom. IX post Pent.
76 Ses. XXII, cap. II y can., 4.
77 Ga 6, 14
78 Ml 1, 11
79 Flp 2, 5.81
80 Ga 2, 19
81 Conc. Trid. Ses. XXIII, cap. IV.
82 S. Rob. Belarm. «De Missa», II, cap. 4.
83 "De sacro Altaris Myst.", II, 6.
84 "De Missa", I, cap. 27.
85 Miss. Rom. Ordo Missæ.
86 Ibid. Canon Missæ.
87 Ibid. Canon Missæ.
88 1P 2, 5
89 Rm 12, 1
90 Miss. Rom. Canon Missæ.
91 Pont. Rom. De Ordinatione Presbyt.
92 Ib. De Altaris consecr. Præfatio.
93 Conc. Trid. Ses. XXII, cap. V.
94 Ga 2, 19-20
95 Serm. 272.
96 1Co 12, 27.
97 Ef 5, 30
98 S. Rob. Belarm. "De Missa", II, cap. 8.
99 Ciudad de Dios, lib. X, cap. 6.
100 Miss. Rom. Can. Missæ.
101 1Tm 2, 5
102 Enc. "Certiores effecti", 13 de noviembre de 1742, pár. 1.
103 Conc. Trid. Ses. XXII, cap. 8.
104 Miss. Rom. Colecta del Corpus.
105 1Co 11, 24
106 Ses. XXII, cap. 6.
107 Carta Enc. "Certiores effecti", pár. 3.
108 Lc 14 23
109 1Co 10, 17
110 S. Ign. Mart., Ad Ephesios, XX.
111 Mis. Rom. Canon Missæ.
112 Ef 5, 20
113 Miss. Rom. Postcom. Dom. infra Octav. Ascens.
114 Ibid. Postcom. Dom. I post Pent.
115 CIC, can., 810.
116 Lib. IV, cap. 12.
117 Dn 3, 57
118 Jn 16, 23
119 Miss. Rom. Secreta Missæ SSmæ. Trin.
120 Jn 15, 4
121 Conc. Trid. Ses. XIII, can., 1.
122 Conc. Const. Anath. de trib. cap., can., 9. Collat. Conc. Ephes. Anath., Cyrill. can., 8. Cfr. Conc. Trid. Ss. XIII, can., 6. Pío VI, Const. "Auctorem fidei", n. 61.
123 Enarrat. In Ps. 98, 9.
124 Ap 5, 12 Cfr. Ap 7, 10
125 Conc. Trid. Ses. XIII, cap. V y can., 6.
126 In Ad Col 24, 4
127 1P 1, 19
128 Mt 11, 28
129 Miss. Rom. Collecta Missae Dedicationis.
130 Miss. Rom. Seq. "Lauda Sion". Día del Corpus.
131 Lc 18, 1
132 Hb 13, 15
133 Hch 2, 1-15.
134 Hch 10, 9
135 Hch 3, 1
136 Hch 16, 25
137 Rm 8, 26
138 S. August. Enarr. in Ps. 85, n. 1.
139 S. Benito, Regla de los Monjes, cap. 19.
140 Hb 7, 25
141 Explicación del Salterio. Prefacio.
142 S. Ambros. Enarr. In Ps. I, n. 9.
143 Ex 31, 15
144 Confes. Lib. IX. cap. 6.
145 S. Aug. "De Civ. Dei", lib. VIII, cap. 17.
146 Col 3, 1-2
147 S. Aug. Enarr. in Ps. 123, n. 2
148 Hb 13, 8
149 S.Th. III, q. 49 y S.Th. III, q. 62, a. 5.
150 Hch 10, 38
151 Ef 4, 13
152 Miss. Rom., collecta III Missae pro plur. martyr. extra T. P.
153 S. Beda Venerabilis, Hom. LXX in Solem. Omnium Sanct.
154 Miss. Rom. Collecta Missæ S. Joan. Damasceni.
155 S. Bernardo, serm. II in festo Omnium Sanct.
156 Lc 1, 28
157 "Salve Regina".
158 S. Bern. in Nativ. B. M. V.
159 Hb 10, 22
160 Hb 10, 21
161 Hb 6, 19
162 Compárese con Jn 14, 2
163 Jn 3, 8
164 Compárese con St 1, 17
165 Ef 1, 4
166 Cfr. Pío X, Carta Apostólica Motu Proprio, "Tra le sollecitudini", del 22 noviembre de 1903.
167 Sal 68, 10; Jn 2, 17
168 "Auténtica" significa aquí "la certificación de la identidad o legitimidad de una reliquia".
169 Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio: Decreto del 26 de mayo de 1937.
170 Cfr. Pío X, Carta Apostólica Motu Proprio, "Tra le sollecitudini", del 22 noviembre de 1903.
171 Cfr. Pío X, Carta Apostólica Motu Proprio, "Tra le sollecitudini", del 22 noviembre de 1903; Pío XI, Const. "Divini Cultus", del 20 de diciembre de 1928, II y IV.
172 Pío XI, Const. "Divini Cultus", IX.
173 San Agustín, Sermón 336, nº 1.
174 Misal Romano: Prefacio.
175 San Ambrosio, Hexámeron, 3, 5, 23.
176 Hch 4, 32
177 CIC, can. 1178.
178 Pío XI, Const. "Divini Cultus".
179 San Agustín, Tract. 26 in Jn. 13.
180 Mt 13, 24-25
181 Carta Encíclica "Mystici Corporis", del 29 de junio de 1943.
182 Jl 2, 15-16
183 1Ts 5, 19
184 1Ts 5, 21.
185 Hb 13, 17
186 1Co 14, 33
187 Ap 5, 13