Jr

Jr 1, 1-3

Esta introducción tiene un carácter redaccional y es fruto de adiciones sucesivas. El núcleo primitivo parece ser: palabras de Jeremías, hijo de Helcías (v.12), al estilo de los demás profetas. Las sucesivas adiciones tienen por finalidad introducir la misión de Jeremías tal como aparece en los 25 primeros capítulos de su libro, que constituyen el núcleo primitivo del mismo. El nombre de Jeremías, que se suele interpretar "Yahvé exalta," aparece en otros lugares del Antiguo Testamento. Era de la clase sacerdotal, y su linaje estaba vinculado a la aldea de Anatot, la actual Anata, a cinco kilómetros al nordeste de Jerusalén, hacia el desierto. Era una de las 13 villas asignadas a los sacerdotes, y a ella había sido desterrado el sumo sacerdote Abiatar por Salomón, del que Jeremías podía ser descendiente. La localidad pertenecía a la tribu de Benjamín, en los confines con Judá. La expresión palabra de Yahvé (v.2) es sinónima de comunicación divina en sentido amplio, sin concretar si se trata de comunicación sensible, imaginaria o intelectiva. Tuvo lugar esta su visión inaugural en los días de Josías, rey de Judá (v.2), uno de los grandes reyes piadosos de Judá. Subió al trono en el 639 a.C., a la edad de ocho años. Sus antepasados Amón y Manases habían sido reyes impíos y habían difundido la idolatría. En el 627 (duodécimo de su reinado) hizo la purificación de la idolatría en Jerusalén y Judá. Es precisamente al año siguiente cuando tiene lugar la inauguración del ministerio de Jeremías: en el año decimotercero de su reinado (v.2), es decir, en el 626 a.C.
En este momento, el coloso asirio está a punto de entrar en el colapso definitivo. El gran rey conquistador Asurbanipal muere en el 625, y con él desaparece el poder de su imperio. Sus sucesores no logran sujetar las ansias de independencia de los países sometidos, sobre todo de las tribus de los caldeos (o Kaldim), que merodeaban por las montañas al este del golfo Pérsico e iban a caer en tromba, a las órdenes de Nabopolasar, sobre el agonizante imperio asirio, para crear el nuevo imperio babilónico, en el que destacaría como máximo soberano su hijo, el implacable Nabucodonosor, de triste memoria para el pueblo judío. Precisamente la gran equivocación del rey Josías de Judá será no comprender el cambio político que se estaba realizando en Mesopotamia, oponiéndose ingenuamente al faraón egipcio Necao. La consecuencia de su oposición fue morir trágicamente en Megiddo, en el 609, en lucha desigual con el ejército egipcio. Fue la gran tragedia para el pueblo de Judá, que no acertaba a comprender que Yahvé permitiera la muerte de un rey tan piadoso de modo tan trágico, dejando a la nación en una orfandad total, expuesta a los nuevos golpes que vinieran de los victoriosos egipcios y babilonios. Toda la vida del profeta Jeremías irá marcada con el estigma de la tragedia nacional. Su carácter débil y melancólico tenía que enfrentarse con situaciones políticas críticas que sobrepasaban sus energías humanas. Es preciso tener en cuenta esta situación histórica para comprender su vida y su misión. Su primera etapa profética se desenvolvió en el reinado del piadoso Josías, que veía muy bien la predicación de Jeremías. En el 621 se había encontrado el libro de la Ley, y el piadoso rey emprendió una reforma religiosa a fondo, secundado por el profeta de Anatot. La segunda parte de su vida se desenvolverá bajo Joaquim, hijo de Josías; pero las circunstancias políticas serán peores. Al morir trágicamente Josías en la batalla de Megiddo, subió al trono su hijo Joacaz, el cual, después de tres meses de reinado, fue depuesto por Necao, rey de Egipto, quien a su vez entronizó al otro hijo de Josías, Eliaquim, al que cambió el nombre en Joaquim, que en hebreo tiene un valor equivalente. Este reinó del 609 al 598. Poco antes de la rendición de Jerusalén en el 598 muere y le sucede su hijo Joaquín, o Jeconías, el cual sólo reina tres meses, siendo deportado a Babilonia después de habérsele arrancado los ojos. El invasor babilonio pone sobre el trono a su tío Matanías, al que cambia el nombre en Sedeáas, hermano de Joaquim y de Joacaz, hijos los tres de Josías. Tales son los reyes bajo los cuales se desarrolla la actividad de Jeremías. Sedecías es el último rey de Judá, al que le tocará asistir a la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor en el 586.
Es el fin del reino de Judá y el principio de la deportación definitiva de sus habitantes, después de haber sido destruido el templo de Jerusalén: es el año undécimo de Sedecías (v.5). La frase hasta la deportación de Jerusalén en el mes quinto es probablemente una glosa aclaratoria de la fecha anterior dada para Sedecías. El mes quinto vuelve a aparecer como fecha exacta de la destrucción de Jerusalén en Jr 52, 12, donde se señala el día 10 del mismo mes, en el año decimonono del reinado de Nabucodonosor.

Jr 1, 4-10

El profeta no nos da las circunstancias concretas de esta primera llamada de Dios, como lo hace, por ejemplo, Isaías. Las vocaciones de Isaías y Ezequiel están revestidas de un ambiente solemne y expectante. En todo caso, en este relato de Jeremías queda claro que su vocación profética es impuesta por Dios y que él no la busca, sino que más bien es en contra de su carácter temperamental. No dice cómo recibió esa palabra de Yahvé o comunicación divina, pero él es consciente de que Dios le habla y le ha elegido, antes de que él se diera cuenta, para esa misión profética (v.5). La elección de Jeremías por Dios es anterior a su existencia. Dios ha tenido una presciencia amorosa y selectiva: te conocí; es algo más que un conocimiento especulativo, es un conocimiento selectivo y afectivo en orden a su misión. Y esto antes de que Jeremías hubiera podido hacer mérito alguno para obligar a Dios a esta elección. Aunque no es científico incrustar en la mente del hagiógrafo nociones de teología moderna, no cabe duda que en el contexto se destaca el acto libérrimo y gratuito de Dios, que elige a Jeremías sin depender para nada de los méritos de éste, y que el verbo conocí tiene un sentido complexivo de elección y amor, como en otros lugares bíblicos del A.T.
La palabra te consagré, que la Vg traduce por "te santifiqué," no tiene el sentido de conferir la gracia santificante. Esto está fuera de contexto. En hebreo significa poner aparte, separar para el servicio de Dios. Santificar es elevar una cosa a una atmósfera superior para que pueda entrar en relación con el Dios "santo." Implica la idea de pureza y la de trascendencia. Pero a veces santificar o consagrar significa destinar para una misión santa, como se dice a continuación: te designé para profeta de pueblos (v.5b). En Si 49, 9 se dice expresamente que Jeremías fue "consagrado desde el seno de su madre para arrancar, destruir y arruinar." La misión de Jeremías como "profeta de pueblos" o de naciones gentiles no se ha de entender como si le correspondiera ser misionero al estilo del Siervo de Yahvé del libro de Isaías, o de San Pablo en el ?.?. La labor misionera propiamente tal estaba confinada a sus compatriotas; pero, por concomitancia y en razón de las circunstancias políticas, tenía que anunciar juicios condenatorios sobre las naciones circunvecinas, como dirá en el v.10: te constituyo sobre naciones para arruinar, destruir. De hecho vemos que en su libro hay muchos oráculos sobre las naciones paganas, pero todos en relación con los destinos de Israel.
La misión que le encarga Yahvé es inmensa, y el profeta se siente sobrecogido: ¡Ah Señor, Yahvé! No sé hablar. Soy un niño (v.6). Aquí la palabra niño tiene el sentido de inexperto para hablar. Isaías se ofrece voluntariamente cuando Yahvé insinúa que quiere enviar un profeta. Jeremías es de temperamento tímido, como se ve a través de su libro. Sólo el auxilio sobrenatural de Dios hace que se entregue a la más ingrata misión: la de aparecer ante el pueblo como traidor a su patria por mantener los principios del yahvismo y una política estrictamente religiosa.
La respuesta de Yahvé no se hace esperar: iras a donde te envíe. (v.7). La asistencia de Dios suplirá su debilidad natural de timidez y le convertirá en un muro de bronce, como dirá más tarde (v.18).
Después Yahvé hace un gesto de consagración del profeta: tendió Yahvé su mano, y, tocando mi boca, me dijo (v.8a). Le toca la boca. En Is 6, 7 encontramos un rito análogo: uno de los serafines purifica con un carbón encendido, tomado del altar del templo, los labios impuros del profeta, queriendo indicar que le purificaba de los pecados. Aquí, en Jeremías, el gesto de Yahvé parece más bien tener un carácter positivo: darle una ciencia infusa para predicar sus oráculos, dotándole de especial elocuencia que compensara su inexperiencia y corta edad. Había de ser la "boca de Yahvé" (v.9). En Ezequiel, el profeta tiene que engullir simbólicamente un rollo en el que están escritos los oráculos y endechas. No quiere decir esto que, en esta comunicación inaugural, Dios le haya comunicado por ciencia infusa todas las revelaciones que habría de transmitir durante su vida, ni que Jeremías, durante todos los actos de su vida, obrase como profeta y en nombre de Dios. Jeremías, como aparece en su libro, tiene que recibir nuevas revelaciones sucesivas según las circunstancias. Lo que se quiere indicar en este rito de tocar su boca Yahvé es la aptitud que le da para hablar oficialmente en nombre de Él, dotándole de cierta potestad de magisterio para ejercer su misión. Naturalmente, estas comunicaciones inaugurales transmitidas a los profetas dejaban una profunda impresión en su ser para toda la vida, y en cierto modo los transformaba en otros hombres, pues al sentir el contacto directo con el mundo sobrenatural, se sentían otros hombres, que sólo vivían para los intereses de Dios.
Después del rito por el que es oficialmente constituido Jeremías en profeta, Yahvé le explica sustancialmente el sentido de su misión: te constituyo hoy sobre naciones y reinos para arrancar y destruir, para edificar y plantar (v.10). Por estas palabras, Jeremías es constituido nada menos que en arbitro de las naciones: su palabra, en cuanto tiene el respaldo oficial de Yahvé (v.9), será como una espada con doble función punitiva: arrancar y destruir naciones y reinos, es decir, comunicar los oráculos punitivos que Dios pone en su boca. Como éstos son expresión de la voluntad de Dios, que rige los destinos de los pueblos, de ahí que las palabras del profeta realmente pueden arrancar y destruir las naciones y pueblos. Su predicción equivale a su realización, pues su palabra está cargada de eficacia real efectiva. Y esto también cuando se trate de edificar y plantar, es decir, restaurar y consolidar las naciones y reinos. No obstante, el profeta recalca los sinónimos de castigo, repitiéndolos intencionadamente: arrancar y destruir, arruinar y asolar, lo que parece insinuar que su misión es más bien anunciar castigos divinos que bendiciones: edificar y plantar. Los Santos Padres han visto en esta doble misión del profeta un preanuncio de la misión de Cristo, que vino a traer la guerra con desgarrones de corazón y, al mismo tiempo, a ser bálsamo para restañar las heridas morales de la humanidad.

Jr 1, 11-16

En estas dos visiones se contiene un mensaje punitivo de parte de Yahvé. En una visión imaginaria, el profeta ve una vara de almendro (v.11). Para entender esta visión es necesario comprender el juego de palabras hebreas que emplea el profeta. Al almendro en hebreo se le llama poéticamente vigilante, porque es el primero que florece al despuntar la primavera, adelantándose a los otros árboles. Pues, jugando con su nombre, Yahvé dice a Jeremías: Tú ves un (almendro) "vigilante," pues así velaré yo sobre mis palabras para cumplirlas (v.12). Como el almendro "vela" en medio de la naturaleza dormida, así Yahvé "vela" por el cumplimiento de sus palabras relativas al castigo que va a anunciar en la visión siguiente, y como madruga el almendro ("vigilante") entre los demás árboles, así Yahvé madrugará para manifestar su justicia, cuando todos están tan tranquilos en un sopor moral, como los árboles en el letargo invernal.
La segunda visión explica el sentido inicial de la primera: el profeta ve una olla hirviendo de cara al septentrión (v.13). Parece que el sentido es que ve una olla hacia el norte en estado de ebullición: hirviendo; este detalle nos da la clave de la interpretación de lo que sigue. Esa olla hirviendo es un ejército enemigo formado con los reinos del septentrión, que amenaza (hirviendo) con caer sobre Judá. Ese ejército es como un turbión que viene del norte, el camino tradicional de las invasiones asirías y babilonias, pues éstos subían por la ruta caravanera del Éufrates hasta cerca del actual Alepo, o atravesaban el desierto por Palmira, camino de Damasco, y caían sobre Palestina. Esta invasión, pues, viene del septentrión para el profeta, que está contemplándola en Judá. Otros autores prefieren dar la siguiente interpretación: la olla hirviendo es Judá, y dentro de ella están los habitantes; está orientada hacia el septentrión, como se solía hacer para que recibiera el aire del norte y que se encendiese fácilmente. Del septentrión vendrá el mal, la invasión.
Yahvé mismo va a convocar a todos los reinos del septentrión, incitándoles a que acampen a las puertas de Jerusalén. Es el anuncio del asedio de la Ciudad Santa llevado a cabo por las tropas de Nabucodonosor en diversas ocasiones, pero principalmente en el 598 y el 587. Y todo esto es para castigar a sus habitantes por sus maldades (v.16), sobre todo por el pecado de idolatría: incensar a dioses extraños y adorar la obra de sus manos (v.16b). Es el pecado tradicional. En otros oráculos hará también hincapié en los otros desórdenes morales y sociales.

Jr 1, 17-19

Llegan tiempos difíciles y es preciso que desde el principio se percate de su misión, adoptando una postura decisiva y varonil: ciñe tus lomos, yérguete y diles (v.14). Lejos de intimidarse el profeta, debe, ante su misión, tomar una postura arrogante y decidida, preparándose a todo, como el que se dispone a una gran tarea emendóse sus vestidos para estar más expedito. Si el profeta no corresponde a su vocación, mostrando desconfianza ante Dios, entonces será castigado: no sea que yo te haga temblar, dejándole en mal lugar ante ellos (v.17b). Yahvé se encarga de fortalecerle espiritualmente, dándole una resistencia como un muro de bronce, para que pueda hacer frente a todas las clases sociales: desde los reyes, príncipes y sacerdotes hasta el humilde pueblo del país, los que no tenían ninguna posición social oficial destacada; la expresión, con el tiempo, tomará un carácter despectivo, sobre todo en la época farisaica y rabínica. El profeta, pues, tendrá que enfrentarse con todas las clases sociales. Efectivamente, la misión de Jeremías ha sido siempre ir contra la corriente de la opinión pública, sin ceder ante los halagos y los oportunismos. A pesar de su carácter pusilánime, desarrolló su actividad de un modo admirable, gracias a la ayuda de Yahvé: yo estaré contigo para salvarte (v.19).

Jr 2, 1-3

Encontrarnos aquí por primera vez el símil del matrimonio para reflejar las relaciones amorosas de Yahvé con Israel. Un siglo antes, Oseas había hecho girar todos sus oráculos en torno a este símil, que se convirtió después en un tópico en la literatura profética y sapiencial. Jeremías debe proclamar a los oídos de Jerusalén sus infidelidades, contraponiéndolas a las buenas relaciones que en otro tiempo tuvo su pueblo con Yahvé. La época del desierto había quedado como la era ideal de las relaciones de Israel con su Dios. Aislados en la estepa, sin infiltraciones de los cultos sensuales cananeos, aquella generación del desierto tenía una mentalidad más sencilla, y, formada en un ambiente de milagrosa providencia divina, tenía una psicología ruda e infantil, pero sabía corresponder mejor a las exigencias de la religión. Naturalmente, toda esta concepción era fruto de una idealización del pasado hecha por los representantes del yahvismo, que estaban hastiados del materialismo reinante en su época. Reiteradamente los profetas acuden al pasado como época ideal de las relaciones entre Yahvé y su pueblo. Yahvé mismo tiene nostalgia de aquellos tiempos en que Israel se entregaba virginalmente a su providencia: me acuerdo del afecto de tu adolescencia, del amor de tus desposorios (v.2b). Israel entonces se entregaba ilusionada a la solicitud de su Dios, esperándolo todo en una tierra inhóspita, donde no se siembra (v.2c). Cuando Israel se instaló en Canaán y se dedicó a trabajar una tierra más feraz, se olvidó de Yahvé, atribuyendo la feracidad de la región a la bendición de los dioses cananeos, con lo que desertó de su primera vocación religiosa.
Israel en su primera etapa del desierto era lo santo de Yahvé (v·3); la propiedad sagrada de Yahvé, a quien le pertenecía la primicia de los frutos (v.3). Era la porcisn que se había reservado entre todos los pueblos. Según la ley levítica, las primicias de todos los frutos pertenecían a Yahvé, y el que se atrevía a apropiárselos estaba sujeto al castigo. Es el caso de Israel: quien se atrevía a tocarle como nación, deseando apropiarse de ella, estaba sujeto al castigo divino: quien de ella comía pecaba, o debía recibir el pago (v.3b).

Jr 2, 4-6

Después de consignar la nostalgia de Yahvé por los tiempos del desierto, el profeta se dirige enfáticamente a la casa de Jacob, o Israel, encarándose con su ingratitud. ¿A qué obedece la actual apostasía? ¿Es que creen que el Dios actual de ellos no es el de antes? ¿Es que ven en El algo injusto o desleal? (v.5). El hecho es que le han abandonado para ir en pos de la vanidad de los ídolos, para hacerse vanos ellos mismos (v.5b). La expresión de vanidad (cosa hueca, sin valor) aplicada a los ídolos es muy característica de Jeremías. Los ídolos no tienen vida, en contraposición a Yahvé, el Dios viviente por excelencia. Como no son nada, no pueden ayudar a sus fieles, que terminan haciéndose vanos como ellos, engañándose a sí mismos.
En realidad, este vicio ya es antiguo, pues sus padres abandonaron a Yahvé, sin querer acordarse de sus beneficios en el desierto, cuando Israel estaba naciendo a la vida como pueblo organizado. En el fondo de esa conducta está una inmensa ingratitud, pues se olvidaron de los beneficios que Yahvé había hecho a su pueblo en los momentos más críticos de su existencia (v.6). El profeta se complace en destacar el carácter estepario e inhóspito del desierto, para resaltar más la especialísima providencia que Yahvé ha tenido con ellos. Ezequiel dirá que encontró a Israel como un niño recién nacido abandonado y que tuvo que prestarle los primeros y elementales cuidados.

Jr 2, 7-9

La providencia especial de Yahvé sobre Israel continuó después de la peregrinación en el desierto, pues fue Él quien los introdujo en la tierra fértil (v.7) de Canaán, la cual, en comparación con las estepas del Sinaí, era un verdadero edén. Pero, lejos de agradecer tal beneficio, la contaminaron con sus idolatrías, haciendo abominable la heredad de Yahvé, su verdadero propietario. Los israelitas eran sólo usufructuarios, pero se entregaron a otros dioses, como si fueran los propietarios del país.
Y en esta apostasía general intervienen en primer término los sacerdotes, que no se preguntaron: ¿Dónde está Yahvé? (v.8). Abdicaron de su condición privilegiada de depositarios de la Ley. Con ellos, los dirigentes o pastores del pueblo se alejaron de Yahvé, sin que faltaran entre esos desertores los profetas, que tenían por misión despertar las inquietudes espirituales del pueblo; se pasaron al culto de Baal, considerando más lucrativo ejercer su profetismo en dichos cultos licenciosos. Baal es un nombre genérico que se aplica a cualquier ídolo. Significa "dueño," y existían dueños o "baales" en cada localidad. El profeta les arguye desde el punto de vista utilitario, ya que esos que se entregan a los ídolos sólo buscan prosperar en sus negocios materiales; pero aun en esto se equivocan, pues nada valen.
Pero esta situación no puede seguir así. Yahvé va a iniciar un proceso judicial: he de entrar en juicio con vosotros, y con vuestros hijos contenderé (v.9). El pecado es demasiado grave, y por ello el castigo afectará aun a las generaciones venideras. Es una frase para encarecer la magnitud del pecado de idolatría. Por otra parte, en la teología del A.T. se destaca mucho el principio de la solidaridad en el mal y en el bien. Este principio parecerá modificado después del destierro, como lo expresará el mismo Jeremías.

Jr 2, 10-13

El estilo es ahora más solemne. Se invita a hacer una visita a los pueblos paganos desde el oriente al occidente, para ver si algún pueblo ha cambiado de divinidad. Kittim es la Kittion de los documentos antiguos, la actual Larnaca, en Chipre. Cedar es la conocida tribu en la Biblia que tenía su asiento en el desierto siro-arábigo, al este de Palestina, confinando con la actual Jordania, vecina de los antiguos nabateos. Muchas veces en la Biblia suele ser sinónima de árabe o de hombre de la estepa. El profeta invita a sus oyentes a que visiten países paganos para ver si son tan ingratos como los israelitas, que abandonaron a su Dios nacional: ¿Hubo jamás pueblo que cambiase de dios? (v.11a). Todo pueblo es reacio a abandonar sus tradiciones religiosas, que considera como el mejor patrimonio del pasado, su gloria. Israel, en cambio, ha cambiado su gloria (v.11b). Yahvé, que le había sacado milagrosamente de Egipto, había mostrado su omnipotencia, y debía constituir un timbre de gloria estar vinculado a tan excepcional protector. Ningún pueblo podía presentar una historia semejante ni una divinidad tan excelsa. Yahvé era realmente la gloria de su pueblo con su majestad y esplendor. El profeta recalca que los dioses de otros pueblos no son dioses (v.11a), para evitar el equívoco a que pudiera dar lugar la frase anterior. La conducta de Israel ha sido un mal negocio: ha cambiado su gloria (Yahvé) por lo que nada vale, es decir, los impotentes ídolos.
Enfáticamente, el profeta toma a los cielos como testigos de esta enorme maldad y equivocación desde el punto de vista del cálculo lucrativo (v.12). Al abandonar su gloria, se han labrado la ruina: han dejado a Yahvé, fuente de aguas vivas, para excavarse cisternas agrietadas, incapaces de retener el agua (v.13). El pecado ha sido doble: abandonar a Yahvé, omnipotente, y buscar otros dioses que no puedan ayudarlos. Yahvé era como una fuente de agua viva, es decir, un pozo manantial, que siempre se renueva cristalino, dando por eso la impresión que el agua está viva. En cambio, los ídolos a quienes acuden son míseras cisternas agrietadas para recoger al agua de lluvia, siempre inferior a la de manantial.

Jr 2, 14-19

Como en los v.2-3, contrasta el profeta la situación del Israel actual, entregado a los ídolos como siervo (v.14a), y el estado de plena libertad de hijo en que se hallaba al ser elegido por Yahvé en el desierto. Era lo santo de Yahvé, las primicias entre todos los pueblos, objeto de las complacencias de Dios, en tal forma que nadie podía tocarle sin incurrir en castigo. Ahora, por su idolatría, ha sido castigado y convertido en esclavo de todas las naciones paganas. Israel por vocación no es un siervo, ni siervo nacido en casa, sino un ser libre. La Ley distinguía dos clases de esclavos: a) los que habían sido privados de su libertad después de haber sido libres, por una acción de guerra o por una deuda que no pudieron saldar; b) los nacidos en casa (el verna de los romanos), los hijos nacidos como tales, hijos de un esclavo. La condición de estos últimos era más degradante, pues no tenía esperanza de emancipación, mientras que el simple siervo, si era israelita, debía ser dejado en libertad a los seis años de esclavitud, o antes si era rescatado o dejado en libertad por su dueño. En la interrogación, pues, del profeta hay un clímax o avance de pensamiento: Israel ni era siervo simplemente ni siervo nacido en casa, sino que en los planes de Dios era su primogénito.
Pero ahora ha perdido su libertad: ¿Cómo ha venido a ser presa? (v.14b); alusión a su sometimiento político a Asiría y a la política de otras naciones más fuertes. Sus enemigos han caído sobre Israel como cachorros de león (v.14b). Quizá en la imagen hay una alusión al emblema de león que empleaban los asirios como señal de su imperialismo. El paso del invasor ha dejado la devastación y la ruina: han quemado y despoblado las ciudades (v.15). ¿A qué hecho concreto alude el profeta? En el 701, Senaquerib había invadido Judá, pero éste quedaba muy lejano en la mente de los contemporáneos de Jeremías. Quizá aluda a la derrota de Josías en Megido, a manos de Necao II, en el 609. Puede el profeta aludir a incursiones de otros pueblos invasores, como moabitas y edomitas, que constantemente amenazaban sus fronteras. En todo caso, el pensamiento del profeta es claro: en otro tiempo, Israel era algo "santo" y las "primicias" ante Dios, que no permitía que le tocaran; en cambio, ahora todas las naciones abusan de él como si fuera un siervo, y Yahvé se desentiende de su suerte.
En esa humillación ha tenido parte principal Egipto: Los habitantes de Menfis y Tafnis te quebrantaron la coronilla (v.16), probable alusión a la derrota de Megido antes mencionada. Necao II humilló a Judá después de haber muerto Josías, deponiendo a su hijo Joacaz, elegido por los judíos, y nombrando en lugar de él a su hermano Eliaquim, al que cambió el nombre en Joaquim, para mostrar insolentemente su poder. Egipto es aquí mencionado con el nombre de sus dos capitales: Menfis, capital del bajo Egipto, junto a El Cairo actual, y Tafnis, la "Dafne" de los griegos, actualmente llamada Tell-Defenne, al sudeste de Pelu-sium, fortaleza en el delta oriental, en la ruta caravanera de Egipto a Asiría. La expresión quebrantaron la coronilla (v.16), que indica humillación y subyugación, es traducida por algunos: rasuraron la coronilla, signo de humillación y oprobio, ya que la rasuración era signo de duelo para los judíos y otros pueblos orientales.
El profeta da la razón teológica de esta humillación y esclavitud de Israel: ¿Todo esto no lo ha traído sobre ti el haberte apartado de Yahvé, tu Dios? (v.17). Los dirigentes de Judá habían hecho cálculos políticos humanos, y desoyeron los consejos de los profetas, que predicaban volver a Yahvé como mejor medio de conciliar su protección contra los peligros de invasión. Por eso se opone Jeremías a toda política humana de acercamiento a Egipto y a Asiria. Fustiga la posición de los dos partidos: el egiptófilo y el asirófilo, que se dividían la opinión desde hacía un siglo. Nada tienen que esperar de Egipto ni de Asiría. Lo mejor es neutralidad y confiar en Yahvé, Señor de todo: ¿Qué es lo que buscas de Egipto? ¿Beber las aguas del Sijor? (v.15a). Sijor era uno de los canales del Nilo en el extremo norte oriental, y aquí es sinónimo de Egipto. El profeta no quiere tampoco que se acerquen a Asiria: ¿Qué es lo que buscas camino de Asiria? ¿Beber las aguas del río? El río sin artículo en hebreo designa al Eufrates, el río por excelencia. Aquí es sinónimo de Asiria.

Jr 2, 20-25

Sigue la diatriba con la enumeración de las infidelidades de Israel. En el fondo, toda su historia ha sido una constante rebelión contra Dios (v.20). La Ley de Yahvé era un yugo para Israel, pero que había de reportarle muchos beneficios. El culto a los ídolos era de momento más atrayente, pero iba a traerle la catástrofe. La imagen de Israel como novilla indómita era la más propia para expresar su permanente espíritu de rebelión contra su Dios: no serviré (v.20b). Israel se prostituyó, entregándose a los ídolos. Israel estaba desposada con Yahvé con una alianza; al abandonarle, yéndose tras de otros dioses, se entregó a una prostitución espiritual: te acostaste. (v.20c). Y los lugares de esa prostitución son sobre todo collado alto y bajo todo árbol frondoso, lugares tradicionales de culto a los ídolos: los lugares altos y los jardines llenos de árboles frondosos, lugares de culto cananeo, símbolo de la fecundidad otorgada por divinidades licenciosas, como Astarté (la Isthar mesopotámica) y Adonis (el Tammuz asiro-babilónico).
De nuevo el recuerdo del elevado origen de Israel como pueblo: Yo te planté de vid generosa, de legítimos plantones (v.21a). Esta comparación es muy similar a la famosa alegoría de la viña de Isaías. Israel es como una viña plantada con los mejores plantones. Dada su calidad selecta, era de esperar que diera buenos frutos, pero se ha degenerado, convirtiéndose en sarmientos de vid ajena (v.21b). Supuesta su buena naturaleza, hubiera debido dar frutos de santidad y de justicia; pero ha dado frutos de apostasía, de injusticia y de infidelidad. Esta es la terrible realidad. Como en la alegoría de Isaías, dio agrazones, indignos de las cepas de calidad de origen.
Ese proceso de degeneración ha hecho que Israel aparezca manchada ante los ojos de su Esposo, Yahvé: Aunque te laves con nitro, con lejía, permanecerá marcada tu iniquidad ante mí (v.22a). También esta imagen parece estar tomada de Is 1, 18-25. Con estas palabras el profeta quiere destacar la enormidad de los pecados de Israel, acumulados durante su historia. Ha sido una rebeldía constante, y por eso a los ojos de Dios aparece como un vestido tan manchado, que es muy difícil dejarlo en su limpieza primitiva. No quiere esto decir que sus pecados sean imperdonables, sino que quiere destacar el grado de degeneración a que ha llegado Israel, acumulando infidelidades que le fueron alejando de su Dios.
La obcecación de Israel es tal, que no reconoce su conducta alejada de Yahvé. El pueblo creía lícito un culto sincretista, es decir, reconocer oficialmente a Yahvé, asistiendo al culto en el templo; pero, al mismo tiempo, participar en cultos licenciosos de los baales. Por eso dice: No estoy manchada, no me he ido en pos de los baales (v.23a). El profeta concreta al punto sus acusaciones: Repara en tu conducta en el valle (v.23b), probable alusión al culto de Moloc en el valle que resulta de la confluencia del Cedrón y el Ge-Hinnom o Gehenna, famoso por sus cultos idolátricos. Israel se parece en sus galanteos con los ídolos a la camella joven, ligera, titubeante en sus caminos (v.23b) cuando está en época de celos y anda inquieta buscando satisfacer su instinto erótico con el macho. Es el asna salvaje, habituada al desierto; en el ardor de su pasión olfatea el viento (v.24a). El asno salvaje es considerado en la Biblia como símbolo del que quiere vivir libre. Israel se parece en este aspecto a una asna salvaje, que no quiere "coyundas" y que al mismo tiempo desea entregarse a los cultos de los ídolos, satisfaciendo sus instintos sensuales. La comparación está jugando con la idea de "prostitución" religiosa, expresada con crudo realismo, y al mismo tiempo parece aludir a la causa de frecuentar estos cultos, participar de ritos orgiásticos licenciosos. En esa época de su celo, ¿quién la reducirá? es decir, ¿quién será capaz de sujetarla y hacerla volver a su dueño? El profeta insiste más en la locura de Israel siguiendo el símil de la camella o asna salvaje: el que la busque no tendrá que fatigarse, la hallará en su mes (de celos); es decir, sus amantes no tendrán que fatigarse en hacerle la corte, pues ella misma se ofrecerá en la época del celo para satisfacer su sensualidad con el primero que encuentra. La inclinación de Israel por la idolatría, por sus amantes los ídolos, es tal, que, en vez de buscarla éstos a ella, ésta los buscará ansiosamente.
El profeta irónicamente dice a Israel que ande menos aprisa, no sea que pierda el calzado y se haga daño en los pies: Evita que tus pies estén descalzos (v.25a). Anda tan loca tras de sus amantes, que corre peligro de hacerse daño en los pies. Por otra parte, tanto andar le va a resecar la garganta: evita que tus fauces estén sedientas. Es demasiado caminar tras de los ídolos. Pero la respuesta de Israel no se hace esperar: Es en vano, no, pues amo los extranjeros. (v.25b). Confiesa que es tal la pasión que tiene por los ídolos extranjeros, que no puede contenerse.

Jr 2, 26-30

La apostasía de Israel es un mal negocio, pues le va a acarrear la confusión y el deshonor como ladrón sorprendido "in fraganti" (v.26). La infidelidad ha comenzado por las altas clases, que tenían especial obligación de velar por los intereses religiosos de su pueblo. Los reyes, príncipes, sacerdotes y profetas son los principales culpables de la idolatría; Tú eres mi padre (v.27), dicen a un simple leño. Alusión a los cultos de árboles sagrados. Aún hoy día entre las gentes incultas beduinas se cree que los árboles tienen especiales geniecillos y poderes. Son restos de la religión animista. En el culto cananeo se daba mucho realce al árbol como símbolo de la fecundidad; y aun se daba culto a leños secos llamados asera, relacionándolos con Astarté, la diosa de la fecundidad. Además, estaba el culto a la piedra o estela llamada massebah. Los templos cananeos eran al aire libre: bosques naturales o artificiales (troncos dispuestos verticalmente) o piedras en forma de menhires; por eso aquí se dice que el devoto dice a una piedra: Tú me engendraste (v.27a). Quizá en estas expresiones del profeta sólo haya una simple alusión al material de que estaban hechos los ídolos en general. La ironía es sangrante: los hombres reconociendo como progenitores suyos a los seres inanimados, la vida proporcionada por objetos que no la tienen. Isaías desarrolla esta idea del modo más sarcástico. Los israelitas abandonan al Dios-Yahvé, trascendente, santísimo, que los ha elegido como pueblo, para entregarse a la más crasa idolatría. No cabe mayor degradación religiosa.
Esta conducta, no obstante, es sólo en épocas de bonanza, pues cuando llega la desgracia y la adversidad, vuelven a Yahvé, diciendo: Álzate y sálvanos (v.27c). La expresión hebrea usada para sálvanos es el hoshianna (hosanna), que después quedará estereotipado en el uso litúrgico como exclamación de júbilo y esperanza. Yahvé responde con ironía a este grito de socorro in extremis, diciendo que, puesto que tienen tantos ídolos cuantas ciudades (v.28b), que acudan a ellos para que les ayuden.
Pero, además, la hipocresía de estos israelitas idólatras llega a tal término, que se atreven a pedir cuentas al mismo Yahvé. Se creen inocentes, y se atreven a acusar a Yahvé de demasiado susceptible y severo. ¿Por qué pretendéis litigar conmigo? (v.29). La historia de Israel ha sido una constante rebelión contra su Dios. Yahvé les recuerda los castigos que ha enviado a sus hijos. Los israelitas han tenido que sufrir los rigores de la ira divina con el fin de hacerles entrar en buen camino, pero ha sido todo en vano: no aceptaron la corrección. Parece que Jeremías alude a alguna matanza general debida a un levantamiento popular en el que hubieran caído los falsos profetas del pueblo: La espada ha devorado a nuestros profetas (v.30b). No obstante, no sabemos que en estos tiempos hubiera habido una matanza de profetas como la había habido en tiempos de Elias y de Jehú, rey de Israel, en el reino del Norte. Por eso, algunos autores prefieren ver aquí una alusión a los verdaderos profetas de Yahvé muertos en alguna rebelión popular. Sabemos que Manases años antes había llenado Jerusalén de sangre inocente, especialmente de profetas. Pero el contexto parece insinuar la primera interpretación.

Jr 2, 31-37

La conducta de Israel ha sido inexplicable, pues Yahvé no ha sido para ellos precisamente un desierto o una tierra tenebrosa (v.14). Yahvé no ha sido en la historia tan hosco como para huir de Él como si fuera un lugar inhóspito, lleno de tinieblas. El desierto era símbolo de terror, que había de evitar el viajero, ya que, aparte de su carácter estepario y sin vida, era lugar de salteadores y guarida de fieras, amparadas en la oscuridad. En realidad, Yahvé ha sido en la historia como un lugar atractivo, lleno de vida y vegetación, pues le ha protegido y ayudado siempre. Y, sobre todo, la religión yahvista era mucho más luminosa y elevada que las idolátricas. Sin embargo, Israel dice despectivamente: somos libres, no queremos ir en pos de ti (v.31c). Esta conducta es inexplicable, como lo sería la de una doncella que olvidara sus galas (v.32a), que son su adorno y le dan prestancia ante los hombres. Yahvé es, en realidad, el mejor adorno que puede tener Israel. En Oriente aún hoy día mujeres pobrísimas lucen joyas de mucho valor, que han recibido por tradición en herencia y de las que no se desprenden aun en la mayor necesidad. Saben que ello forma parte de su personalidad. Israel, en cambio, se ha olvidado de su adorno y ceñidor, que es Yahvé. En Isaías encontramos un símil semejante: el buey y el asno saben ir a su pesebre, mientras que Israel no sabe volver a su Dios, del que todo lo recibe. Y este proceso de apostasía es antiguo, de días sin cuento (v.32b).
De nuevo el tono irónico recriminatorio: ¡Qué bien amañas tus caminos para buscar el amor (v.33a) de los dioses extranjeros! Israel tiene una predisposición especial para apartarse de su Dios y entregarse a su amor, su obsesión de los cultos idolátricos. Es como una mujer que está experta en probar amores bastardos. Pero su proclividad es a algo más que a los cultos idolátricos, pues se ha familiarizado con los mayores crímenes (v.33b). Y especifica estas maldades: Hasta en tus palmas de la mano se descubre sangre de vidas de pobres inocentes (v.34a). El profeta parece aludir a los sacrificios cruentos de niños a Moloc. Es una explicación de lo dicho en v.22-23. Esa sangre está presente a los ojos de Yahvé, que sabe ver en las mismas palmas de la mano que levantan hipócritamente para orar en las épocas de angustia. Y esta sangre que ve en las manos de los israelitas no es precisamente de ladrones que han sido cogidos atacando el muro de una casa: No de sorprendidos en conatos de robo (v.34b). Según esta versión, se aludiría aquí a la ley mosaica, según la cual, cuando se mataba a un ladrón en el acto de atacar, no había culpa alguna. Esta idea de que los israelitas tienen las manos manchadas en sangre se encuentra a menudo en Jeremías.
A pesar de estos horrendos crímenes, Israel no admite su culpabilidad (v.35a). Israel parece aquí presumir de inocencia, precisamente porque se siente próspera. Según la mentalidad de la época, el mal provenía de algún pecado, como castigo de Dios. De ahí la ecuación de justicia y prosperidad, desgracia y pecado. Yahvé ahora quiere castigar a Israel por esta presunción hipócrita, pues no quiere reconocer sus pecados: Heme aquí para juzgarte por decir: "No he pecado" (v.35b). El castigo le hará recapacitar reconociendo su culpabilidad.
Y de nada le han de valer las alianzas políticas para evitar la manifestación justiciera de Yahvé: ¿Cómo te apresuras sobremanera a cambiar tus caminos? (v.36a); alusión a su nerviosismo buscando aliados en Egipto y en Asiría. Parece que había una facción fuerte egiptófila, que buscaba en Egipto protección contra el peligro babilonio, encarnado en Nabucodonosor. Pero de nada le servirá esta alianza, pues los egipcios serán derrotados por Nabucodonosor en 604, siendo definitivamente arrojados de Palestina. Y entonces se volverá a repetir la historia de la alianza anterior con Asiría, cuando Josías salió a defender a ésta contra Necao II en Megiddo, y la suerte fue la muerte trágica del piadoso rey Josías: También de Egipto serás avergonzada, como lo fuiste de Asiría. No hay más que una política realista según el profeta: reconocer los pecados y volver a Dios, el único salvador de Israel.
Todo lo que sea meterse en alianzas con potencias extranjeras será ir al fracaso, teniendo que volver con las manos sobre la cabeza (v.37a), gesto de confusión y desesperación. La suerte ya está echada, y el profeta lo anuncia en nombre del que dirige los hilos misteriosos de la historia (v.37b).

Jr 3, 1-5

De nuevo vuelve el tema de la esposa. Antes ha sido presentado Israel como una esposa que al principio fue feliz en sus amores con Yahvé, pero ha sido deshonrada por sus muchos amantes. Pero Yahvé quiere hacer un último llamamiento para hacerla venir al buen camino, y lo hace presentándole en crudo sus crímenes e infidelidades. El caso de Israel es como el de la mujer despedida con justicia por alguna infidelidad y que se va con otro hombre. Según Dt 24, 1-4, no podía volver a su primer marido. El marido, en ese caso, no podrá volver a tomarla: ¿volverá aquél a ella de nuevo? (v.1). No obstante, en la historia de Israel hay algunos casos en los que una mujer dada en matrimonio a otro ha sido tomada de nuevo. Pero aquí la conducta de la mujer repudiada es muy desarreglada moralmente, siendo profanada; lo que parece indicar que ella andaba en uniones ilegítimas después de haber abandonado al primer marido. Es el caso de Israel, que se ha prostituido con tantos amantes, lo que hace muy difícil que pueda retornar a su primer marido: ¿podrás volver a mí? (Yahvé).
Y ahora Yahvé enumera detalladamente sus prostituciones con sus muchos amantes: Alza tus ojos hacia los collados y mira donde no has sido profanada (v.2). Esos collados son los famosos "lugares altos," donde había santuarios locales a los que iban los israelitas. La descripción que sigue es muy realista y cruda: Israel se ha sentado al acecho de amantes (ídolos) como lo hacían las meretrices: junto a los caminos te asentabas, como el árabe en el desierto (v.2b). El árabe o beduino de la estepa, que vive de la espada, como Esaú, está al acecho por si da con algún desprevenido caminante para robarle. Es el caso de Israel, que no sólo está dispuesta a entregarse a la prostitución espiritual con los ídolos sus amantes, sino que va en busca de ellos. Las fornicaciones son los actos de idolatría, y las perversidades, la sangre inocente que ha derramado como consecuencia de estos cultos idolátricos.
La primera frase del v.3 parece interrumpir el sentido del contexto. Y quizá sea mejor adoptar la lección de los LXX que hemos indicado: "tú has tenido numerosos pastores (amantes), que han sido para ti piedra de escándalo"; lo que sería una repetición del v.1. No obstante, la lectura masorética puede mantenerse: Fueron retenidos los aguaceros y no hubo lluvia de primavera (v.3a), en el sentido de que Yahvé, para hacer volver a Israel a sí, no dudó en enviarle castigos, privándole de los aguaceros o lluvias primeras del otoño para la sementera, y de los de la primavera, necesarios antes de la maduración de los cereales. Pero todo ha sido en vano, porque Israel seguía obstinada en sus vicios con frente de prostituta, sin querer avergonzarse. Israel ha llegado a la degradación de la meretriz, que ha perdido todo pudor, y por eso no sale a sus mejillas el sonrojo por un acto inmoral por ella cometido.
Esa insolencia llega al colmo al querer Israel conciliar el favor de su Dios sin abandonar sus caminos perversos de idolatría: ¿no me invocas desde ahora: "Padre mío, tú eres el esposo de mi juventud?" (v.4). Esas invocaciones afectuosas están en contradicción con su conducta práctica. Es un reproche del sincretismo religioso. Los israelitas creían conciliar el culto a Yahvé y el de los ídolos. En la hora de la desgracia volvían hacia su Dios tradicional. Pero no son compatibles ambos cultos. Pretende Israel conservar a Yahvé, su Esposo, como en los días de su juventud en el desierto, cuando disfrutaba de sus primeros amores. Israel quiere jugar con la justicia divina, creyendo que Yahvé está dispuesto a reconciliarse con ella según sus conveniencias: ¿Va a durar por siempre su cólera, la mantendrá hasta el fin? (v.6). Está acostumbrada a recibir muchas muestras de perdón y de misericordia, y por eso cree que ahora Yahvé se excede en los castigos.

Jr 3, 6-11

En este fragmento encontramos una lección de justicia comparativa a los ojos de Dios. Israel, con ser tan culpable por sus idolatrías (se fue por todo monte alto, y bajo todo árbol frondoso para fornicar, v.6), lo es menos en comparación de Judá, ya que ésta no aprovechó la lección que dio Yahvé a aquélla castigándola severamente. Cuando escribe Jeremías este oráculo habían pasado ya más de cien años después de la conquista de Samaría por los asirios (en el 721 a.C.) y había desaparecido totalmente el reino del Norte, Israel. Todo ello fue como consecuencia de haberla abandonado Yahvé, dándole el libelo de repudio (v.8). La imagen está tomada de Dt 24, 1; un marido podía abandonar a su esposa por encontrar algún defecto grave en ella, entregándole el "libelo de repudio." Es lo que ha hecho Yahvé con Israel. La ha entregado a sus enemigos, los asirios, que la llevaron en cautividad.
Judá no aprendió la lección de esto, y también se dio a la idolatría: adulteró con la piedra y el leño (v.8), es decir, con ídolos de piedra y de madera. Multiplicó sus prostituciones idolátricas (por la ligereza de su fornicación, v.9). Judá era propensa y tenía especial facilidad para la idolatría. Consecuencia de ello fue que contaminó la tierra, es decir, Palestina, que era la heredad de Yahvé, la cual era profanada al admitir cultos idolátricos en ella. Además, hipócritamente se considera aún vinculada a Yahvé, pero es mentidamente (v.10). De ahí que Israel jurídicamente sea menos culpable ante Dios que Judá, que sigue prevaricando, sin escarmentar por lo sucedido a su hermana.

Jr 3, 12-13

El retorno a Yahvé, aunque es difícil (v.1-5), es posible (v.5). Israel debe emprender otro camino y dejar de llevar una conducta ambigua, acudiendo a Yahvé y a los ídolos: dispersando tus caminos hacia los extraños (v.15), es decir, sus mandos postizos, a los que hace la corte bajo todo árbol frondoso.

Jr 3, 14-18

Parece que el profeta se dirige a los expatriados del reino del Norte, llevados en cautividad por Teglatfalasar III, Salmanasar V y Sargón II. Para ellos hay todavía esperanza de repatriación. Los invita a volver, ya que Yahvé es su dueño (v.14) verdadero. Y Él se encargará de que algunos de entre ellos retornen a la nueva patria de Sión (v.14b). Es la doctrina del resto rescatado por Yahvé de la catástrofe. Isaías decía que "un resto volverá". Entre los deportados (quizá hable en futuro el profeta de los deportados también de Judá) habrá un selecto número que tendrán la suerte de poder volver a Sión a constituir la nueva teocracia. El número será reducido: uno de una ciudad, dos de una familia; pero es una puerta a la esperanza. El nuevo orden de cosas será presidido por el sentido de justicia, pues Yahvé dará pastores según su corazón, que los apacentaran sabiamente (v.15). Son los nuevos gobernantes de la era mesiánica. En Is 40, 11 se presenta a Yahvé como el futuro pastor de Israel, que enviará al pastor fiel, Mesías. Gobernarán los nuevos pastores sabiamente (lit. "con inteligencia y prudencia"). Después del retorno de la cautividad, los judíos tuvieron como excelentes pastores a Zorobabel, a Esdras y a Nehemías. Pero todos éstos serán una preparación del Buen Pastor ideal, el Mesías. Indudablemente que la mente del profeta se proyecta hacia la era mesiánica, por lo que dice a continuación: Aquel pequeño grupo salvado se multiplicará hasta constituir una comunidad pujante (v.16a).
En la nueva era mesiánica (la frase en aquellos días suele tener un carácter marcadamente mesiánico) no será necesaria la presencia del arca como símbolo de la presencia de Yahvé. El pueblo se hallará bajo una protección especialísima de su Dios, en tal forma que sentirá nostalgia de los tiempos pasados (v.16b). El arca de la alianza de Yahvé había sido el centro del culto en la época anterior al destierro. Era símbolo de la presencia de Dios en su pueblo y estaba guardada en el santo de los santos, primero en el tabernáculo y después en el templo de Jerusalén. Contenía las tablas de la Ley, estaba cubierta con el propiciatorio, o lámina de oro sobre la que se asentaba Yahvé como en un trono para comunicarse con Israel, y flanqueada por dos querubines con sus alas extendidas uno frente al otro. En la época de lucha con los filisteos se llevaba al campo de batalla para obtener la victoria. Sólo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año al santo de los santos, en el día de la expiación, para aspersionar el propiciatorio con la sangre de la víctima para aplacar la justicia divina. Después de la caída de Jerusalén, el arca no aparece más en la historia de Israel, y así, en el nuevo templo reconstruido después del exilio bajo los persas (520-18) faltaba el arca. En lugar de ella había una piedra saliente, sobre la que el sumo sacerdote cumplía el rito de la expiación. Según un documento apócrifo del que se hace mención en 2M 4, 1-50, Jeremías escondió el arca en una caverna del monte Nebo. Es una leyenda que refieren los hebreos de Palestina a los de Egipto. Jeremías anuncia que en la nueva era mesiánica no hará falta el arca como signo externo de la presencia de Yahvé, pues éste se hará de tal modo sensible a los corazones de los nuevos ciudadanos, que aventajará con mucho a la realidad de aquélla. Ni siquiera serán colocadas entonces las tablas de la Ley en ella, pues la Ley de Yahvé será escrita sobre los corazones de los nuevos israelitas. Es un anuncio de que el culto mosaico desaparecerá y será sustituido por otro de concepciones más amplias. Malaquías dirá que cesarán los sacrificios de Jerusalén para ser sustituidos por otro que se ofrecerá de "oriente hasta occidente".
Jerusalén, al entrar en una nueva fase, la definitiva de su historia, cambiará hasta de nombre para expresar mejor su realidad. En el antiguo templo, Yahvé estaba simbólicamente sentado sobre el arca; ahora toda la ciudad podrá ser llamada trono de Yahvé, porque Dios realmente se hará sentir sensiblemente sobre ella. Es más, esta nueva Jerusalén será el punto de convergencia de todos los pueblos (v.17a). Es lo mismo que Isaías y Miqueas habían anunciado al presentar a todos los pueblos dirigiéndose al monte del Señor, a Sión, para adoctrinarse en su Ley. Tenemos, pues, aquí enseñado claramente el universalismo mesiánico, que va apareciendo periódicamente en los profetas. El profeta presiente una nueva religión no basada en lo exterior, sino vinculada al corazón. San Juan, en el Apocalipsis (Ap 21, 23), dice que la nueva Jerusalén no tendrá templo, ni habrá sol ni luna, porque el Señor y el Cordero harán sus veces para los bienaventurados.
En la época mesiánica se realizará de nuevo el gran sueño de los israelitas: la unión de las doce tribus: la casa de Judá y la casa de Israel (v.18). Vendrán de la tierra del septentrión, es decir, de la región mesopotámica adonde habían sido dispersos en la cautividad. Para el profeta, que habla en Jerusalén, el camino del cautiverio (vía Damasco-Eufrates por Palmira) estaba hacia el norte. En el c. 1 había dicho que la invasión de Judá vendría del norte en el mismo sentido. El punto de convergencia de los repatriados es Palestina, la tierra que di en heredad a vuestros padres (v.18). Ezequiel también anunciará la fusión de los dos reinos hermanos antagónicos.

Jr 3, 19-25

El pensamiento del profeta vuelve a la idea de arrepentimiento como condición necesaria para la rehabilitación de Israel en su amistad con Yahvé. Se presenta a Israel como una mujer a la que se quiere dar herencia entre sus hijos (v.19a), haciendo una excepción, ya que, según la Ley, las mujeres no podían heredar. Esos hijos pueden ser las naciones paganas, sometidas también a Yahvé; entonces Israel sería como el primogénito que heredaría lo principal. Como Israel es presentada como una mujer para que pueda servir de símil para el matrimonio con Yahvé, de ahí la frase de Jeremías. Quiere dar a Israel Palestina, la tierra deliciosa entre las naciones. Pero ello exige una condición: el reconocimiento de la paternidad de Yahvé por parte de Israel: me llamaras "mi padre" y no te separaras de mí (v.19c). Quiere que vuelva a los buenos tiempos del desierto, en que se entregaba totalmente a Yahvé (v.2-3). Pero la conducta de Israel ha sido la de una esposa infiel (v.20).
Como contestación a la invitación amorosa de Yahvé, el pueblo siente un movimiento profundo de compunción, y en medio del jolgorio de los cultos idolátricos en las alturas se oyen ahora llantos y gemidos de los hijos de Israel (v.21a), que reconocen su mala conducta. Yahvé, conmovido, los invita a la penitencia: convertíos (v.22), pues por su parte está dispuesto a reintegrarlos a su favor: sanaré vuestras rebeldías (v.22a), es decir, vuestra tendencia a la idolatría, con todas sus consecuencias morales.
Por primera vez el pueblo reconoce la vaciedad de los cultos idolátricos (v.23a). Han confiado en ídolos que no les podían ayudar, y todo su culto era una mentira, una farsa. Aquellas fiestas eran un puro ruido de los montes (v.23), alusión a las orgías ruidosas que se desarrollaban en esos lugares de culto: procesiones, danzas licenciosas, prostitución sagrada. Quizá los reveses políticos y militares de la época sirvieron para abrir momentáneamente los ojos de los israelitas. El culto de los baales no ha servido sino para empobrecer al pueblo, perdiendo las riquezas acumuladas por los antepasados: la vergüenza (es decir, los ídolos) ha devorado el trabajo de nuestros padres.
Como consecuencia, el pueblo reconoce sus descarriados caminos y está como en luto: yacemos en nuestro oprobio y nos cubre nuestra vergüenza (v.26). La expresión está calcada sobre los ritos habituales de duelo: se recogían en casa, echándose sobre ceniza, y se cubrían de saco. Aquí el oprobio hace las veces de ceniza, y la vergüenza de saco.

Jr 4, 1-4

Se insiste en la necesidad de que el arrepentimiento sea sincero. Si la conversión del pueblo es sincera, debe dirigirse a Yahvé: volverás a mí (v.1). Pero tienen que renunciar a sus abominaciones, es decir, los ídolos, con todas las consecuencias inherentes a los cultos cananeos. El premio de su retorno al buen camino será que no andará vacilante: no andarás errante (v.1b), fuera de la órbita de la protección divina, errante como otro Caín, sin poder participar en los cultos verdaderos de Yahvé.
La expresión de jurar por la vida de Yahvé equivale a jurar por el Dios viviente, en contraposición a los ídolos, que son vanos, muertos, y, por tanto, no pueden prestar auxilio a sus devotos. En Jr 5, 2, el profeta dice que sus contemporáneos, aunque juran por el nombre de Yahvé, lo hacen falsamente, precisamente porque contemporizan con los cultos paganos.
La frase siguiente: serán en ti bendecidos los pueblos, está tomada directamente de Gn 22, 18 ó de Gn 26, 4. La idea es que Israel será motivo de bendición para todas las gentes; es decir, los pueblos se saludarán deseándose los bienes que Yahvé ha otorgado a Israel.
Pero para que estas bendiciones se cumplan sobre Israel y den buenos frutos es preciso una reforma a fondo: roturaos un erial y no sembréis en cardizales. Antes de sembrar un campo es preciso roturarlo bien cuando es erial y prepararlo para la siembra. No se debe sembrar en cardizales, porque se ahogaría la buena semilla. Ya el profeta Oseas, un siglo antes, había escrito la misma imagen con sentido análogo: "Sembrad en justicia, cosechad en misericordia, roturad el barbecho del conocimiento para buscar a Yahvé mientras viene él a enseñaros la justicia".
El profeta especifica lo que quiere decir con el símil anterior, tomado de la agricultura: circuncidaos para Yahvé y quitad los prepucios de vuestros corazones. Para tener derecho a formar parte jurídicamente de la comunidad israelita era preciso y bastaba haber cumplido el rito de la circuncisión en los varones. Aquí el profeta exige algo más para entrar en relaciones normales con Yahvé. Habla a los varones de Judá (v.4), y les dice que lo que importa ante todo es la circuncisión interior: circuncidaos para Yahvé (v.4a). El rito externo debía ser símbolo de una entrega interna total a Yahvé. Para ello era preciso deshacerse de los prepucios o apegos inmorales de sus corazones. El corazón de los israelitas se hallaba como materializado y recubierto de una espesa capa de materialismo. Era preciso deshacerse de esto para entrar en relaciones puras, libres de intereses bastardos, con Yahvé. Se trata de formar parte de una sociedad nueva vinculada espiritualmente a Yahvé, y para ello era preciso practicar esa circuncisión espiritual, que supone la renuncia a participar en los cultos idolátricos y a todas las apetencias torpes y sensuales inherentes a ellos. Esta llamada a la religión interior es característica de los profetas y culminará en la predicación evangélica.
Después de esta exhortación paternal, Dios refuerza su invitación, anunciando el castigo caso de que no cambien de conducta: no sea que salga como fuego mi ira (v.4b).

Jr 4, 5-8

Con estas palabras del v.5 se inicia un nuevo ciclo de profecías, que prosigue hasta el c.6 inclusive. No se especifica el enemigo invasor. El profeta, en este primer fragmento (v.5-8), refleja la alarma de los habitantes de Jerusalén y de sus alrededores ante la proximidad del enemigo, los cuales se congregan como único recurso en las ciudades fortificadas (v.5). El profeta se presenta como centinela que da la voz de alarma al estilo militar: clamad y tocad las trompetas por la tierra (v.5a). Esta tierra es la campiña de Judá. Ante la invasión es inútil quedarse a campo raso, y sólo resta refugiarse en los recintos amurallados. Además, el profeta invita a los habitantes de Sión a que enarbolen una bandera para indicar la dirección hacia la que deben converger los fugitivos (levantad bandera hacia Sión, v.6a), ya que la invasión viene del septentrión, de la ruta caravanera de Damasco, itinerario tradicional de las invasiones asirías, que será seguida también por los babilonios. El invasor es presentado como el león que ha subido de la espesura (v.7). En la región frondosa de las márgenes del Jordán abundaban los leones y fieras salvajes. Su espesura era famosa por los sobresaltos a que tenía que someterse el viajero incauto, siempre expuesto al ataque de dichas fieras. De allí subían hacia las montañas colindantes. El profeta recoge este símil tradicional para presentar el peligro del invasor. Ese león es el devastador de pueblos (v.7), sin duda Nabucodonosor, implacable invasor de Palestina, primero como lugarteniente y generalísimo y después como rey de Babilonia. El profeta anuncia su efecto devastador sobre Judá (tu tierra, v.7b). Consecuencia de su implacable incursisn militar será un duelo general entre los habitantes de Jerusalén: vestios de saco, llorad. (v.8a). Pero en realidad deben considerar la razón verdadera de la desgracia. Nabucodonosor no es sino un instrumento de la justicia divina, que se muestra airada contra su pueblo (v.8b).

Jr 4, 9-10

En el momento de la invasión serán las clases más responsables las que perderán el ánimo. En la corte no se ha querido seguir las instrucciones de Jeremías, y, en cambio, se han buscado fórmulas diplomáticas y alianzas militares con Egipto al margen de los intereses de Dios. La consternación será general en la corte: desfallecerá el corazón del rey y el de los magnates (v.8). Estos han sido los responsables de la catástrofe al no seguir la política yahvista aconsejada por Jeremías, siguiendo, en cambio, los supuestos oráculos que halagaban sus puntos de vista proferidos por los falsos profetas y sacerdotes. Su insolencia llegará hasta el extremo de atribuir sus errores al mismo Yahvé: ¡Ah Señor, Yahvé! Has engañado a este pueblo y a Jerusalén, diciendo: "Tendréis paz" (v.10a). La corte tomaba como verídicas las predicciones de paz de los falsos profetas, y ahora creen que Yahvé los ha engañado.

Jr 4, 11-21

La descripción de la invasión es dramática y nerviosa para reflejar la ansiedad del momento. El profeta presiente inminente la invasión que avanza del norte. Es el ejército implacable de Nabucodonosor, que cae como un enjambre sobre la tierra de Judá. Antes se le presentó como un león que sale de la espesura; ahora se le describe como un viento cálido, el simún o jamsim, que sopla abrasador desde las dunas del desierto (v.11), que no trae sino abrasamiento y esterilidad. Es un viento devastador tan fuerte, que no sirve para las faenas de trilla y de selección del trigo (no de limpia ni de abaleo, v. 1, 1b), pues es demasiado violento y se lleva también el grano con la paja. Es un huracán surgido repentinamente en el desierto, que siembra por doquier la devastación y la ruina. Ahora sopla sobre los caminos de la hija de mi pueblo, Jerusalén. Por su aspecto tétrico, el invasor se parece a un denso nublado (v.15), o turbión, que avanza amenazador. No hay salvación posible: ¡Estamos perdidos! es la exclamación unánime del pueblo, sobrecogido de terror.
Ante este ambiente de consternación general, el profeta, en su oficio de centinela de su pueblo, le dice que no está todo perdido y que aún hay lugar a la esperanza si el pueblo de Judá se arrepiente de sus pecados (v.14). Cuando todo es depresión moral y desesperación, los profetas presentan al pueblo un horizonte de esperanza, y cuando todo es jolgorio y optimismo inconsciente, anuncian castigos. Es el eterno balanceo ideológico de la teología profética. Tras esta interrupción alentadora en forma de consejo a su pueblo, prosigue el profeta la descripción de la invasión. Llegan las primeras noticias de la parte septentrional del país de que el ejército invasor ha entrado en Palestina: Se anuncia una voz desde Dan y se hace oír la desventura desde el monte de Efraim (v.15). Dan constituía la ciudad más septentrional de Israel, ya en los confines de Siria y Líbano, a cinco kilómetros de Banyas, la actual tell-el-Qadi. Era tradicional la frase "desde Dan hasta Bersabé" para designar la totalidad de Palestina, desde la frontera siró-fenicia hasta el Negueb, en el sur, con Bersabé (la actual Bersheba) como capital. El monte de Efraim (v.15) estaba al norte de Jerusalén, en la ruta que había de seguir el invasor en su marcha hacia la capital. Al citarle el profeta juntamente con Dan, es para destacar la celeridad del avance arrollador; apenas llegan las noticias desde la frontera norte en Dan, cuando otro mensajero trae la noticia de que las tropas invasoras han acampado en el monte de Efraim, a unos kilómetros al norte de Jerusalén. La descripción es entrecortada y llena de dramatismo. Las naciones o pueblos paganos deben ser testigos de este castigo que se cierne sobre el pueblo elegido (v.16) para mayor baldón de éste. La avidez de los asaltantes es comparada a la de los guardias rurales (v.17), que velan sobre la mies y los frutos para que no sean robados. Según algunos intérpretes, la expresión guardias rurales se referiría a los ineptos defensores de la Jerusalén ante los bien armados asaltantes. En realidad, la conducta y las malas acciones de Judá han sido la causa del estrago, ya que los invasores no son sino instrumentos de la justicia divina (v.15a).
El profeta asiste en espíritu a la batalla y se conmueve en sus entrañas (v.19). El temperamento de Jeremías era esencialmente afectivo, y sentía más que nadie la tragedia de su pueblo. La expresión paredes de mi corazón (v.19) es paralela a entrañas y significa la sede de sus afectos más íntimos. El profeta asiste espiritualmente a las escenas terribles del combate: oigo el sonido de la trompeta, el estrépito de la batalla, y con ello presiente el desastre que se cierne sobre toda la tierra devastada (v.20). Piensa en su pueblo y se identifica con él: invadieron mis tiendas. Con la imaginación se traslada a la época primitiva en que vivía Israel en tiendas en el desierto. Sus campamentos o tentorios han caído en poder del enemigo. Las murallas de Jerusalén, lejos de ofrecer defensa alguna, se pliegan fácilmente, como las tiendas, ante el empuje arrollador de los asediantes. Ante tanta desolación, el profeta pregunta cuánto durará esta invasión militar: ¿Hasta cuando he de ver banderas y oír los clarines? (v.21). La paz ha desaparecido de su pueblo, y el estruendo bélico de los guerreros que despliegan las banderas conmueve las entrañas de Jeremías, que asiste en espíritu al triste espectáculo.

Jr 4, 22-31

Después de dar la razón de la catástrofe, el profeta describe con caracteres escatológicos el ambiente de desolación y de terror que domina la tierra de Judá. Parece un fragmento apocalíptico similar a la descripción que del día de Yahvé hace el autor de Is 24, 1-Is 27, 13. Quizá sea un fragmento apocalíptico errático del mismo Jeremías, insertado por un redactor posterior para completar el cuadro de desolación anunciado por Jeremías en los versículos anteriores.
El profeta constata, en nombre de Yahvé, el estado de estolidez de Israel, que no sabe reconocer la mano de Dios, que les castiga por sus pecados: mi pueblo está loco (v.22). Los israelitas son sólo sabios para el mal, agudos para escoger caminos que los llevan a la perdición; y al contrario, ignorantes para el bien. Es la gran tragedia de Israel en la historia, ya que, lejos de reconocerse como pueblo elegido bajo la protección de Yahvé, le ha desconocido (v.22a), yendo tras dioses extraños.
Después pasa a describir la desolación general con caracteres cósmicos. En la tradición literaria profética, el "día de Yahvé" era descrito como manifestación de la ira divina. Ahora, después de haberse manifestado la justicia vengadora de Yahvé, todo es desolación y ruinas: la tierra era vacío y confusión (v.23). Las palabras empleadas por Jeremías son las mismas que leemos en Gn 1, 2 para describir el caos primitivo de la creación. Para colmo de desolación, no había luz, que en el relato genesíaco aparece como primer signo distintivo. En Gn 1, 2 se dice que las "tinieblas cubrían la faz del abismo." Sin duda que Jeremías depende de la descripción del Génesis. En este ambiente de confusión caótica, las mismas montañas parecen estar fuera de sí. Los montes, símbolo de estabilidad e inmovilidad en la Biblia por sus supuestos fundamentos, que llegan hasta lo más profundo de la tierra, temblaban (v.24). Todo aparece trastornado en este día de la manifestación de la ira de Yahvé. Y en esa naturaleza revuelta falta todo signo de vida: no veía un hombre, y las aves del cielo habían huido (v.25). Todo es vacío caótico y ruinas. Los hombres han perecido en la mortandad o han sido llevados en cautividad, y las aves, al no encontrar nada con que alimentarse en aquella tierra, convertida en yermo, se han ausentado a otras regiones. En efecto, Palestina, que era un vergel, se ha convertido en un desierto (v.26). La expresión es hiperbólica. Palestina, en comparación con el estado de abandono en que había de quedar, era un campo feraz. La nueva situación desoladora es efecto del furor de Yahvé, que quema como fuego.
Pero de nuevo hay una esperanza salvadora para un "resto" rescatado: pero no consumaré la destrucción (v.27). Israel, por ser el pueblo elegido, se salvará en un pequeño núcleo de bendición, para que sigan en pie las promesas mesiánicas anunciadas a los patriarcas. La justicia divina respecto del pueblo elegido no es totalmente exterminadora. El juicio divino es una preparación para la manifestación del reino mesiánico, del que ese "resto" salvado constituirá el primer núcleo de ciudadanos. Pero el castigo será tal, que los cielos y la tierra mismos participarán del duelo general (v.28). Y para insistir en la seguridad del castigo, pone el profeta en boca de Yahvé la decisión reiterada de enviarlo (v.28b). Las expresiones paralelas se repiten con énfasis para indicar la certeza del castigo, pero hay que tener en cuenta que estas profecías conminatorias son siempre condicionadas, están subordinadas en los planes de Dios al endurecimiento o arrepentimiento del pueblo israelita.
A continuación se describe con detalles la invasión: la caballería, los saeteros o arqueros avanzan despiadados (v.29). En los bajorrelieves asirios aparecen los jinetes guerreros armados con el carcajo lleno de flechas a la espalda, atacando al enemigo. Más tarde la caballería montada se generalizó como instrumento de guerra. En la época de Jeremías, el uso de ella era muy común entre los babilonios y escitas. Las poblaciones de los pequeños estados invadidos, como Palestina, quedaban atemorizadas ante la ligereza y elasticidad que proporcionaba tal arma de combate. Por eso, el profeta ve a los habitantes de todas las ciudades emprender la huida hacia las selvas, dirigiéndose a los lugares inaccesibles rocosos (v.29). Con ello las ciudades quedaban abandonadas a merced del vencedor.
Ante este espectáculo de invasión previsto por el profeta, Jerusalén sigue inconsciente como una prostituta, ofreciendo sus encantos al mejor postor. Está, en realidad, desolada, abandonada de Dios y de sus amantes; por eso es inútil que quiera atraerlos con seducciones artificiales (v.30). Aquí los amantes son las naciones extranjeras, cuyo favor buscaba ingenuamente Judá, ofreciendo sus dones y mejores servicios, como una cortesana que quiere atraer con sus vestidos de púrpura, sus joyas de oro y sus afeites de antimonio, con lo que hacía destacar más los párpados, dando impresión de tener los ojos rasgados (te rasgas los ojos , v.30b). Esta descripción parece estar calcada en el relato de Jezabel, la esposa de Acab, que quiso conquistar con sus artimañas de cortesana el corazón de Jehú, el cual brutalmente, lejos de dejarse ganar, la asesinó, arrojándola a los perros de la calle. Es lo que harán los amantes de Jerusalén: tus amantes te desprecian, buscan tu vida (v.50c). Es inútil que quiera atraerlos, pues en la primera ocasión le darán de muerte.
La tragedia se aproxima, y Jerusalén debe prepararse para lo peor. Lejos de alejar el peligro que sobre ella viene con sus vanos requiebros a las naciones, en plan de meretriz despreciada de todos, lo que hace es adelantar la hora de la angustia. El profeta la ve ya en situación casi desesperada de dolor, como la mujer en parto, con angustias de primeriza, invocando auxilio, extendiendo las manos (v.31). El grito de la hija de Sión (Jerusalén) es desesperado bajo los golpes del enemigo: desfallece mi alma ante los asesinos (v.31c). Se ha consumado la tragedia, y Jerusalén ha sucumbido. El profeta anuncia con estas palabras trágicas la situación de la Ciudad Santa cuando, asediada por los soldados de Nabucodonosor, caiga definitivamente en el 586 a. C., desapareciendo como capital de la nación elegida.

Jr 5, 1-6

La corrupción reinante es tan general, que Yahvé se contentaría con encontrar un solo justo (v.1). Es una frase hiperbólica para destacar el estado desolador, desde el punto de vista moral y religioso, en que se encuentra la Ciudad Santa. En el relato de Gn 18, 32, Dios exige a Abraham diez justos para perdonar a Sodoma; aquí su generosidad es aún mayor: tal es el amor que profesa hacia el pueblo elegido. Pero la religión de sus habitantes es puramente formalista: juran por Yahvé, diciendo: ¡Viva Yahvé! (v.2), pero no son fieles a sus palabras. Esto es en realidad un insulto a los ojos del mismo Dios (v.3), ya que El, ante todo, busca la fidelidad, porque no puede avalar falsos juramentos, por ser la misma Verdad. Quizá el profeta aluda con estas palabras, sobre todo, a los engaños contractuales de la vida comercial. En todo caso, esa falsedad de sus corazones es síntoma de una falta de sentido ético-religioso.
Ante esta triste perspectiva, el profeta quiso consolarse, pensando que esta situación de inmoralidad afectaría sólo a la gente baja del pueblo, que pecaba por ignorancia y desconocía los caminos de Yahvé (v.4), sus preceptos y su derecho, o conjunto de exigencias de la alianza sellada en el Sinaí. Pero la decepción no es menor al dirigirse a los grandes (v.6). Como clase superior ilustrada, era de esperar conocieran los caminos de Yahvé (v.5b); pero también éstos se han rebelado contra la Ley del Señor (v.5b). Puesto que han roto el yugo de su amor, Yahvé, para verse libres en el campo, quedarán expuestos a las incursiones de los animales feroces, que aquí son los soldados babilonios, que caerán salvajemente sobre los judíos: cuantos salgan de ellas (las ciudades) serán despedazados (v.6b), y todo ello por la abundancia de sus crímenes y apostasías (v.6c).

Jr 5, 7-9

El estilo ahora es directo, pues habla personalmente Yahvé. Se echa en cara la apostasía general y la idolatría al invocar en sus juramentos a aquello que no es dios (v.7). A pesar de que Yahvé les colmó de bienes materiales hasta la saciedad (v.8), se entregaron a las prácticas idolátricas (v.8). Y como consecuencia de esta desquiciada conducta religiosa vino la bancarrota moral, manifestada principalmente en la lascivia desenfrenada (v.8b). Las expresiones son fuertes, con realismo oriental, pero reflejan bien la situación de la sociedad corrompida. El v.9 es como un ritornello amargo que aflora varias veces a los labios del profeta. La locución un pueblo como éste (v.9b) tiene en el fondo un dejo despectivo, en contraposición a la frase cariñosa habitual en los labios divinos: "mi pueblo". La justicia divina exige reparación, que aquí aparece en forma de venganza contra su pueblo, pero con intención de escarmiento, no como manifestación pasional desordenada.

Jr 5, 10-17

Yahvé va a someter a su heredad a una poda sistemática. Jerusalén es comparada a una viña con sus bancales (v.10), que van a ser arrasados por Yahvé, quien invita enfáticamente a los invasores a cumplir su fallo: arrancad sus sarmientos; sin embargo, estas expresiones absolutas dejan una puerta abierta a la esperanza: sin destruirlos totalmente (v.10a). Es la idea del "resto" de Israel, que se salva a través de todas las vicisitudes históricas. La razón de esta decisión purificadora de Yahvé es la rebelión de la casa de Israel, ya que su apostasía general es una constante provocación a la ira vengadora de su Dios ultrajado. Además, al pecado de apostasía han añadido el de presunción, pues se creen seguros porque Yahvé no se preocupa de ellos: No es El (v.12), no se interesa por ellos ni interviene en sus asuntos; es la actitud de un ateísmo práctico: no vendrá sobre nosotros ningún mal, no veremos ni guerra ni hambre (v.12b). Se creen seguros, pues todos los anuncios de castigo no son sino fruto del pesimismo del profeta. Sus palabras son un puro flato (v.15); sus vaticinios son lucubraciones aéreas, sin fundamento alguno; pero de ningún modo son expresión de la voluntad divina, que dirige el curso de la historia (v.13). Parece que Jeremías refleja en estas palabras las impresiones de la calle, que llegaban reiteradamente a sus oídos. Pero el decreto divino está dado, y el castigo sobrevendrá necesariamente (v.13c). Porque hay un Dios de los ejércitos (v.14.) -omnipotente-, la expresión aquí sin duda es buscada intencionadamente para hacer resaltar el poder devastador y justiciero de Yahvé, que va a castigar tantas insolencias y altanerías. Ha llegado la hora de la manifestación justiciera de Yahvé, el cual va a probar que los profetas son algo más que puro flato, ya que son intérpretes verídicos de los oráculos de Yahvé: mis palabras serán en tu boca fuego, que devorará implacablemente a aquella generación despectiva y despreocupada: este pueblo (será) cual montón de leña abrasado por el fuego (v.14), pues los pecados de estas gentes son el mejor combustible para que arda la ira divina, manifestada por la boca del profeta.
Y el instrumento devastador de la justicia divina es un pueblo fuerte (v.15a), descrito como nación antigua y de lengua extraña; son los babilonios, creadores de un imperio antiguo, anterior a los mismos asirios. El profeta insiste en la eficacia bélica de los invasores: su aljaba es como sepulcro abierto (v.16), porque sus flechas son certeras y sembradoras de muerte.

Jr 5, 18-19

De nuevo se declara aquí que la destrucción no será total (v.18), porque Yahvé siempre se reserva un "resto" en su pueblo para que sea en el futuro el núcleo de restauración nacional. Una de las cosas que más se aprecian en la Sagrada Escritura es que la justicia en Dios va combinada con su misericordia. En el caso concreto de Israel, las promesas mesiánicas eran una garantía de que el pueblo elegido no habría de desaparecer, ya que su historia debía culminar en una etapa definitiva en la que se daría el pleno reinado de Yahvé. Esa es la razón de que en las circunstancias críticas para la nación se salve siempre un grupo de fieles yahvistas, que habrían de ser los verdaderos herederos de las promesas con vistas a la plena manifestación mesiánica.
Después de hacer esta salvedad esperanzadora, el profeta insiste de nuevo sobre la causa del castigo ineludible, la idolatría y la apostasía general. La argumentación es irónica: han servido a dioses extraños en la propia tierra de Palestina -heredad de Yahvé-, y por eso Yahvé los castiga a que estén sometidos a extranjeros en tierra extraña (v.19). Es el anuncio explícito del exilio babilónico. Puesto que los israelitas son tan complacientes en introducir dioses extraños, Yahvé les dará por el gusto en buscar lo extranjero, llevándolos cautivos a tierra extraña.

Jr 5, 20-25

Yahvé es el Omnipotente, que domina las fuerzas cósmicas como las olas del mar (v.22). El profeta se dirige a la casa de Jacob, que aquí es Israel como colectividad, abarcando los reinos del norte y del sur. El pueblo israelita es llamado insensato porque está ciego para no ver la mano justiciera y vengadora de Yahvé, que envía calamidades y privaciones por sus muchos pecados. La omnipotencia de Yahvé se muestra precisamente en el hecho de sujetar el mar embravecido con una cosa tan liviana y despreciable como las arenas, que constituyen una barrera tan sólida, que el mar nunca podra traspasar. Por eso resulta ridícula la postura rebelde de este pueblo, que se atreve a desafiar la ira divina; y, por otra parte, es insensato cerrar la puerta de los beneficios que su protección otorga, pues Yahvé es el que da las lluvias tempranas y las tardías a su tiempo (v.24a). La cosecha de Palestina depende de ese doble ciclo de lluvias, las tempranas en el otoño, necesarias para la sementera, y las tardías primaverales, necesarias para favorecer el crecimiento de las espigas antes de la cosecha del estío. Esta, pues, depende de que ambas lluvias lleguen a su tiempo. Y todo ello obedece a un ciclo impuesto por Dios con vistas a la recolección: semanas fijas para la siega guarda para nosotros (v.24c). Según la Ley, la siega de las cebadas comenzaba al día siguiente de la Pascua, y después la del trigo, que terminaba para Pentecostés; eran siete semanas, que constituían el tiempo de la siega, llamado por ello de las semanas; Pentecostés era llamada "fiesta de las semanas". A esta terminología parece aludir la frase de Jeremías: semanas fijas para la siega (v.24c). Pero, a pesar de que Dios ha establecido perfectamente los ciclos de lluvias y los tiempos de la siega, las cosas ahora no vienen así, porque sus maldades han trastornado todo esto (v.25); Dios, por sus maldades, los ha castigado, negándoles las lluvias, privándoles del bienestar que los frutos de las cosechas les debían proporcionar.

Jr 5, 26-29

Una de las causas de que Yahvé no les envíe las lluvias necesarias es la injusticia social reinante. La clase alta atropella a los de la clase humilde; sobre todo en los tribunales, todo son artilugios para apoderarse de los bienes de los pobres: acechan como cazadores (v.26). Sus casas abundan en rapiñas como de pájaros la jaula (v.27), y toda su riqueza es fruto de atropellos y exacciones, ya que traspasan las palabras o mandatos de Yahvé (v.28).

Jr 5, 30-31

El capítulo se cierra con una denuncia alarmante: las clases dirigentes son las primeras en señalar malos caminos al pueblo sencillo. La vida de Jeremías ha sido una constante lucha contra los falsos profetas y sacerdotes, que no tenían sino miras humanas interesadas. Halagando las apetencias populares, hacían crear un falso clima de seguridad; por otro lado, los sacerdotes fomentaban los cultos sincretistas, hablando a la vez en nombre de Yahvé y de los baales. Todo esto se oponía a la obra de restauración religiosa a la que se dedicaba Jeremías. Los falsos profetas, que por vocación debían dirigir al pueblo, despertando los verdaderos sentimientos religiosos, profetizaban mentira (v.31); los sacerdotes, encargados de enseñar la Ley al pueblo, se asocian a los falsos profetas, y el pueblo los sigue ciegamente, porque les halagaban en su predicación. Ante este inaudito estado de cosas, el profeta se pregunta perplejo: ¿Qué cosas habrán de acontecer al fin? La ira divina tendrá la palabra para poner fin a tal estado de cosas.

Jr 6, 1-5

El fragmento es bellísimo y patético. El profeta, en espíritu, ve llegar a los invasores, que caen, ávidos de botín, sobre Jerusalén, y describe sus mutuos coloquios. Ante la perspectiva de la invasión inminente, el profeta invita nervioso a sus compatriotas, habitantes de Jerusalén, a abandonar la ciudad. Y en esos momentos de angustia piensa sobre todo en los pertenecientes a su tribu: los hijos de Benjamín (v.1), aunque aquí la expresión pudiera entenderse como sinónima de habitantes de Jerusalén, ya que la capital de Judá estaba enclavada en territorio de Benjamín. No obstante, la mayor parte de sus habitantes -como capital de la nación- eran de la tribu de Judá, cuyos lindes llegaban hasta las mismas murallas de Jerusalén. Por eso es más probable que la invitación del profeta se dirija a sus compañeros de tribu que habitaban en Jerusalén, y quizá, por su carácter provinciano, eran menos corrompidos moralmente y, por tanto, menos responsables de la situación depravada moral y religiosa de la Ciudad Santa. Después de sembrar la alarma entre sus compatriotas de tribu, el profeta pone en guardia a los pueblos que se hallaban fuera de Jerusalén: Tocad la trompeta en Tecua, localidad a unos 18 kilómetros al sur de Jerusalén (la actual Kh. Tequ), patria del profeta Amos. Bet-Akerem es identificada por algunos autores con Ain Karim, a siete kilómetros al oeste de la Ciudad Santa. Parece que el profeta, al citar estas dos localidades, distantes entre sí, invita a los benjaminitas a huir hacia el sur y oeste, pues la invasión viene del septentrión (v.1c), por la ruta tradicional de las invasiones ya desde la época asiría, pues los invasores mesopotámicos descendían por Damasco y, bordeando el mar por Fenicia, caían sobre Palestina. Así habían llegado a este país Teglatfalasar III, Senaquerib y después las tropas de Nabucodonosor. La expresión alzad bandera significa lugar de cita o de concentración para los huidos.
Después sigue la descripción de la invasión: Sión es como un prado delicioso (v.3), que excita la avidez de los pastores, y por esto van a concentrar en él sus rebaños. La expresión hija de Sión es sinónima de "ciudad de Sión" o Jerusalén, comparada reiteradamente en los escritos proféticos a una graciosa doncella atrayente y delicada. Los pastores con sus rebaños (v.3), que buscan ansiosamente participar de los pastos deleitosos de Jerusalén, son los jefes y soldados del ejército babilonio invasor, que clavan en derredor suyo las tiendas, acampando en torno a la ciudad. Y, en el consejo de guerra tenido antes del ataque, a cada jefe militar se le asigna una parte de la ciudad para ser atacada: cada uno apacienta su porción. El símil está calcado en la costumbre de distribuirse los pastos por zonas los rabadanes que tienen sus rebaños juntos.
El profeta deja la metáfora de los pastores para hablar claramente de la preparación bélica: moved guerra contra ella (v.4). La expresión exacta hebrea es "santificad la guerra sobre (o contra) ella," aludiendo a los ritos religiosos que acompañaban a la iniciación de los combates. Con ellos la guerra tenía un carácter sagrado, ya que era la voluntad de Dios que se emprendiera para manifestar su justicia punitiva sobre los pecadores. En este sentido, los guerreros son como los "santificados" o "cruzados" de Dios. El profeta, después de proclamar la guerra "santa", finge un vívido coloquio entre los mismos asaltantes de Jerusalén: ¡Arriba! ¡La asaltaremos al mediodía! (v.4). La hora del mediodía es escogida por inesperada para los defensores, pues los ataques se solían hacer entre dos luces. El profeta, con esta exclamación, quiere resaltar el ardor combativo de los atacantes, que no tienen paciencia para esperar a que se echen las sombras del atardecer. Pero la hora del mediodía ha pasado, y los invasores ven con pena que se acerca la puesta del sol, lo que supone perder un día de ataque: ¡Ay de nosotros, que ya cae el día! (v.4b). Es como una expresión de rabia por no haber sido tomada todavía la ciudad. Por ello surge un sentimiento unánime de ataque: ¡Arriba, vamos a asaltarla por la noche! (v.5). No quieren esperar otra jornada y deciden arriesgarse a un ataque nocturno; consideran la presa al alcance de la mano, y no es cosa de paralizar la maniobra para comenzar de nuevo al día siguiente. Con este coloquio entre los asaltantes, fingido por el profeta, se quiere destacar que los invasores son guerreros avezados al combate, y, por tanto, temibles como mílites profesionales.

Jr 6, 6-8

Sigue la descripción detallada del ataque a la ciudad asediada. Los asirios talaban sistemáticamente los países invadidos para utilizar los árboles para el asedio y para sembrar la ruina total en el país vencido. Es lo que aquí sugiere el texto: cortad los arboles (v.6). Jerusalén es la ciudad castigada, o "visitada" por la ira de Yahvé, por razón de su injusticia. Su iniquidad es tan inagotable y, por otra parte, tan connatural como el agua que mana de los pozos (v.7). Consecuencia de su injusticia y violencia son las dolencias y heridas de los oprimidos, que están clamando ante la vista de Yahvé por el castigo. A pesar de su malicia, Dios les invita de nuevo a entrar por las vías de la conversión: déjate amonestar, Jerusalén (v.8). Yahvé no quiere abandonar a su pueblo, por las consecuencias devastadoras que esto implica: no sea que te convierta en desierto (v.8). Es la amenaza de la invasión de los caldeos.

Jr 6, 9-15

Yahvé invita al profeta a inquirir cuidadosamente en la sociedad corrompida israelita para ver si queda aún algo bueno, en gracia de lo cual pueda otorgarle el perdón. El símil es el del vendimiador que hace un cuidadoso rebusco entre los sarmientos (v.9a) para ver de encontrar algún racimo aprovechable. Israel es la viña de Yahvé. El profeta debe buscar un "resto" de fieles yahvistas que justifique la paralización de la cólera divina, pues Dios quiere perdonar a su pueblo en el supuesto de que haya algo aprovechable en él. Pero el profeta se siente descorazonado ante esta invitación de su Dios: ¿A quién hablaré? (v.10). Conoce la realidad de la sociedad, y por eso duda que pueda encontrar alguno que le oiga. Siente la indiferencia y escepticismo general. No hacen caso a sus amenazas de castigo de parte de Yahvé, porque tienen oídos incircuncisos (v.10b), son insensibles a la palabra de Dios. En efecto, los contemporáneos de Jeremías se burlaban de la palabra de Yahvé (v.10c) al no creer en sus amenazas y promesas. Esta actitud de resistencia crea un drama en el alma del profeta, pues no quiere anunciar cosas desagradables a sus compatriotas, porque ama profundamente a su pueblo y no desea aparecer como traidor a sus intereses; no obstante, la cólera de Yahvé (v.11a) está a punto de estallar y devorará a todos. Con sus súplicas procura contenerla, pero ya está cansado de esa actitud ingrata, y por eso, en un momento de íntimo despecho, pide a Dios que la derrame como fuego devorador sobre aquella sociedad incrédula, aunque tengan que caer inocentes: Derrámala sobre los niños de la calle (v.11b). Es un desahogo oratorio que no ha de tomarse al pie de la letra. El profeta contempla el espectáculo de una juventud que alegremente se entrega a los juegos en la calle, inconsciente de la gravedad de la hora de su pueblo, y, poseído de la inminencia del castigo que él con sus súplicas está deteniendo, desahoga su ánimo, dando paso a sus sentimientos íntimos.
La matanza va a ser general, pues afectará no sólo a la juventud, sino a todos: marido y mujer, viejos y adultos (v.11d). Y los extraños o enemigos invasores se apoderarán de todos sus bienes, quedando todo el país devastado. Y todo ello es efecto de la intervención de Yahvé, que extendió su mano punitiva sobre los moradores de la tierra (v.12b). Entre las causas de la catástrofe está la excesiva avaricia (v.13a), pues en todos los estratos sociales prevalecía el ansia de lucro desmedido. Sobre todo, los más responsables: el profeta y el sacerdote (v.13b), que estaban obligados a dar ejemplo y abrir los ojos al pueblo sobre los peligros que se cernían, los hipnotizaban -por afán de lucro- diciendo que habría paz (v.14) y prosperidad, halagándoles así en sus intereses materiales. No creen en la desgracia o desventura que se avecina sobre el pueblo, y así crean un falso clima de confianza, prometiendo la paz, cuando en realidad no hay paz (v.44), sino un estado realmente prebélico. Pero la hora de la verdad llegará inexorablemente, y entonces serán confundidos (v.15a), y caerán entre los que caigan víctimas del juicio purificador que Yahvé va a ejercer. Todos los principales responsables de la catástrofe no formarán parte del "resto" de restauración, sino que resbalarán al tiempo de la cuenta (v.15b), no podrán permanecer firmes ante la manifestación judiciaria de Dios.

Jr 6, 16-21

Dios hace una invitación final a los israelitas para rectificar su conducta descarriada. Son como viajeros que van fuera de camino y están buscando vacilantes nuevas sendas. En ese caso, lo primero que deben hacer es detenerse antes de proseguir: Haced alto en los caminos y ved (v.16a). La frase tiene un sentido moral; si quieren caminar seguros, deben preguntar por las sendas antiguas, los preceptos de la ley de Dios, por los que caminaron los antepasados de Israel. Sobre todo deben pensar en los tiempos dichosos de la alianza en el Sinaí bajo Moisés, cuando Israel era como la esposa enamorada de Yahvé. Los israelitas deben ante todo buscar la senda buena (v.16), la de la fidelidad a la Ley del Señor. Seguirla supone encontrar reposo para sus almas, porque es volver a vivir bajo la protección segura de Yahvé, participando de sus bendiciones.
Pero la respuesta a la invitación paternal es categórica: ¡No la seguiremos! (v.16c). Para dirigirlos por la senda buena, Yahvé había puesto atalayadores (v.17) que dieran el toque de alerta con la voz de la trompeta. Son los profetas llamados frecuentemente centinelas en la literatura profética. Su oficio era advertir al pueblo los peligros que se cernían sobre sus intereses espirituales. Pero la respuesta del pueblo israelita fue negativa: No queremos oírla (v.17b). Ante esta obstinada y reiterada negativa, Dios anuncia solemnemente ante los pueblos y la tierra el castigo que va a enviar. La palabra congregación parece referirse a la reunión de esos pueblos paganos a los que idealmente se dirige Yahvé. Dios quiere que quede claro que esa desventura que va a enviar es fruto de sus malos designios (v.16b). La conducta de Israel ha sido contraria a la Ley de Yahvé, pues no ha tenido otros designios que apartarse de su Dios. Ante esta actitud espiritual de rebeldía, de nada sirven los ritos externos en el templo: el incienso de Sabá. (v.20). La región de Sabá, al sudoeste de la península arábiga, era famosa por el incienso y demás especias aromáticas que se utilizaban en el culto. El profeta no condena aquí las manifestaciones de culto externo como tales, sino en la medida en que no van acompañadas de la entrega del corazón. Esta conducta hipócrita de los judíos no hará sino acelerar la venida del castigo de Yahvé (v.21). La apostasía ha sido general, y por ello la desventura alcanzará a todos.

Jr 6, 22-26

Con lirismo dramático describe el profeta la llegada del invasor, que viene del septentrión (v.22). El profeta alude a la llegada del ejército de Nabucodonosor, que cae sobre Palestina después de haber ocupado Siria y Fenicia. Avanza armado de arcos y es cruel y despiadado. En efecto, la crueldad es la característica de los ejércitos de Asiría y de Babilonia. En los textos cuneiformes vemos que los conquistadores se complacen en detallar cómo empalaban a los vencidos a las puertas de las ciudades. Los caballos montados por guerreros eran el terror y la admiración de los pueblos pequeños. El profeta nombra aquí la caballería del ejército invasor para aterrar más a sus oyentes. Los invasores caerán con el aparato de guerra más moderno sobre la desfallecida hija de Sión (v.23), expresión de ternura y compasión para indicar la capital de Judá, Jerusalén.
A continuación, el profeta, con nerviosismo, anuncia las primeras noticias de la invasión, que sobrecogen a los habitantes de la Ciudad Santa: Ya oímos su noticia (v.24); a la vista de aquel ejército, cuyo estrépito es como el mar enfurecido, a los judíos les faltan las fuerzas (v.24a). El profeta les invita, pues, a mantenerse encerrados en la ciudad: no salgáis al campo (v.25) para no caer bajo la espada del enemigo, que siembra el terror por doquier.
Ante esta perspectiva de angustia y de tragedia general surge de nuevo la voz misericordiosa de Yahvé llamando al arrepentimiento: Vístete de saco, hija de mi pueblo (v.26a). Es preciso que Sión, la hija del pueblo de Yahvé, reconozca sus pecados y dé muestras de penitencia. La descripción es conforme a las costumbres de la época; el vestirse de saco y echar ceniza sobre la cabeza eran ritos de penitencia y de duelo corrientes en la antigüedad. El símil del llanto por el primogénito, como máxima expresión de duelo, es corriente en la literatura profética.

Jr 6, 27-30

La misión de Jeremías en los planes de Dios es precisamente la de examinar la conducta de Judá (v.27), aquilatar su sinceridad. El resultado de su labor ha sido negativo, pues todos son rebeldes (v.28). El profeta ha hecho las veces del orífice (v.29), el cual por el fuego contrasta y aquilata el valor de los metales. En efecto, los habitantes de Judá han resultado ser viles metales: bronce y hierro (v.28), por estar corrompidos. Por eso, a pesar de que el fuelle ha encendido el fuego para consumir el plomo (v.29), las escorias no se desprendieron (v.26b). El profeta no ha logrado separar la plata de los metales inferiores. En consecuencia, serán rechazados como plata de desecho (v.30) ? inservible.

Jr 7, 1-7

Yahvé ordena a Jeremías ponerse a la puerta del templo (v.1), seguramente la del atrio exterior, que daba acceso al atrio interior, probablemente la "oriental," en la que se congregaba más gente para asistir a los sacrificios. Esta puerta se hallaba sobre las gradas que daban acceso al atrio interior; así se concibe que Jeremías, en lo alto junto a la puerta, dominara a las gentes que se aproximaban por la explanada circunstante: Oíd la palabra de Yahvé todos los de Judá que entráis por estas puertas para adorar a Yahvé (v.2). El profeta exige atención en nombre del mismo Dios al que van a adorar. Yahvé consiente morar con su pueblo en el supuesto de que se cumplan sus preceptos. Los contemporáneos de Jeremías se creían al abrigo de todo peligro por el hecho de la presencia sensible del templo en Jerusalén, morada de Yahvé. En consecuencia, su Dios no podía permitir que la Ciudad Santa cayese en manos de sus enemigos, porque guardaba el santuario de Yahvé. De ahí la jactanciosa exclamación: ¡Oh templo de Yahvé! (v.4), que parecía resumir la confianza fetichista en el santuario material. Pero éstas eran palabras engañosas, que daban pie para una falsa seguridad. En realidad, para que Dios more con ellos en Jerusalén deben practicar las exigencias de la justicia social (v.6). Dios vela por los derechos de los débiles y desheredados. Entre éstos estaba el peregrino o forastero, el huérfano y la viuda. Sobre todo debían abstenerse de violencias sangrientas: si no vertéis sangre inocente. Posible alusión a los sacrificios cruentos de niños a Moloc o simplemente a los atropellos violentos que se cometían contra los que predicaban el cumplimiento de los deberes. El profeta, pues, exige un mínimum de un código moral para que Yahvé permanezca en la tierra que había dado a sus padres.

Jr 7, 8-11

De nuevo el profeta insiste en que es muy peligroso confiar en palabras engañosas (v.8). En realidad no puede compaginarse ese culto meramente externo en la casa de Yahvé y entregarse a todas las abominaciones (v.11), como son robar, matar. (v.8). Por tanto, es presuntuosa esa supuesta seguridad, ya estamos salvos, (v.10), basada en un mero ritualismo externo. Esta actitud es semejante a la de los salteadores, que se esconden en una gruta para ocultar el fruto de su rapiña: ¿Es acaso a vuestros ojos esta casa, donde se invoca mi nombre, una cueva de bandidos? (v.11). Del mismo modo, los israelitas contemporáneos del profeta creían encubrir sus atropellos refugiándose en el templo, dando de lado a sus deberes ético-religiosos y cubriéndose externamente con prácticas de mero ritualismo cultualista. Esto es un insulto a la justicia divina, ya que se busca la inmunidad de sus crímenes con pretextos religiosos. Por eso Yahvé, en ese caso, considera a su templo como profanado y, en consecuencia, desvinculado de El, de forma que ya no se ve obligado a protegerlo. Se han empeñado en convertirlo en cueva de bandidos, y así aparece a los ojos divinos: También yo lo veo; y obrará en consecuencia.

Jr 7, 12-15

Dios quiere probarles por la historia que la confianza ciega en la presencia material del templo es vana como defensa contra la invasión extranjera. El recuerdo de la liberación milagrosa de Jerusalén de las tropas de Senaquerib un siglo antes (701) había creado una falsa confianza, como si Yahvé, el Dios nacional, se viera obligado a salvar la ciudad por estar necesitado de los sacrificios y actos de culto del templo de Jerusalén. Esta concepción es totalmente gratuita y no está en consonancia con los hechos de la historia. Por eso Yahvé, para traerlos a razón, les invita en este oráculo a visitar las ruinas de Silo (v.12), centro en otro tiempo del culto a Yahvé, en la época de los jueces y de Samuel. Silo es una localidad que está a unos 30 kilómetros al norte de Jerusalén, la actual Seilun, y fue la capital religiosa de Israel, en sentido amplio -en tiempo del régimen federal de las tribus-, después de la conquista de Canaán por Josué; allí se instaló durante mucho tiempo el tabernáculo con el arca de la alianza, símbolo de la presencia de Yahvé en su pueblo. Con la victoria de los filisteos, el arca fue capturada, y la ciudad de Silo destruida, siendo llevado el tabernáculo a Nobe, junto a Jerusalén.
La historia, pues, demostraba que la simple presencia del tabernáculo -símbolo de la presencia de Yahvé en su pueblo- no bastaba para garantizar la permanencia de la localidad en que estaba establecido. Dios amenaza ahora hacer otro tanto con Jerusalén, y todo ello por las transgresiones de sus habitantes a pesar de las amonestaciones divinas transmitidas por los profetas (v.13-14). Judá, pues, sufrirá la suerte de la progenie de Éfraím (v.16), ya que han incurrido en los mismos pecados que las tribus del Norte, entre las que destacaba Éfraím, el símbolo del reino de Israel. En efecto, Samaría, capital del reino del Norte, fue tomada en 721, y sus habitantes fueron llevados en cautividad; ésta será también la suerte de los habitantes de Jerusalén: os arrojaré de mi presencia, como arrojé a vuestros hermanos (v.15).

Jr 7, 16-20

Una de las misiones principales de los profetas era interceder por su pueblo. Pero ahora Yahvé quiere que Jeremías cese en sus súplicas: no niegues, (v.16), porque la obstinación de Judá ha llegado a su colmo, y la justicia divina no puede tolerar más lo que hacen en las ciudades y plazas (v.17). En Ex 32, 10 se dice a Moisés: "Deja que castigue a este pueblo." El espectáculo de la idolatría reinante es un desafío a la majestad divina, y, por tanto, merece su castigo. Ahora en todas las plazas y ciudades se alzan altares a dioses extraños. Todos son cómplices en esta apostasía general: los hijos recogen la leña y las mujeres amasan la harina para hacer tortas a la reina del cielo (v.18). Parece que el profeta alude aquí a cultos astrales, sobre todo al culto de Astarté, la diosa de la fecundidad y reina del cielo, título que en efecto se aplica en la literatura cuneiforme a Istar, identificada con el planeta Venus. Ya en tiempos de Manases este culto de tipo asirio había entrado en Jerusalén. Con estas aberraciones ofenden a Yahvé, pero sobre todo se llenan ellos mismos de vergüenza y confusión (v.19), pues la ira de Dios se derramará sobre hombres y animales (v.20). Como toda la naturaleza fue asociada al culto idolátrico, será también castigada en su totalidad.

Jr 7, 21-28

El profeta vuelve de nuevo a condenar el culto puramente formulista. Yahvé habla irónicamente: Añadid vuestros holocaustos a los sacrificios y comed la carne (v.21), podéis comer todo lo que sacrificáis, pues a mí no me interesa; esas ofrendas no son consideradas como sagradas por Dios, si por ello le son indiferentes. En los holocaustos, la víctima se quemaba totalmente a Yahvé, mientras que en los sacrificios pacíficos sólo se quemaban las partes grasas y entrañas de la víctima a Yahvé. Yahvé aquí renuncia a todo lo que le pueda pertenecer de ellas, porque esos sacrificios no van acompañados de las debidas disposiciones de entrega del corazón, que es lo que le interesa en los miembros del pueblo elegido. Porque, en realidad, la legislación relativa a los holocaustos y sacrificios era muy secundaria en comparación con la obediencia a los mandatos de Yahvé: Seguid los caminos que yo os mando (v.23). Esa doctrina está expresada de modo antitético absoluto, en expresiones radicales que no han de tomarse al pie de la letra. Ya Oseas, un siglo antes, había dicho: "piedad y no sacrificios, conocimiento de Yahvé más que holocaustos". En este segundo hemistiquio se concreta y puntualiza el sentido radical contrapuesto del primero: "piedad quiero y no sacrificios." Así, la primera negación tiene un valor relativo, en cuanto que lo que se quiere urgir es el "conocimiento de Yahvé" frente a lo más secundario, que son los sacrificios. Del texto, pues, de Jeremías no puede deducirse que la legislación del Levítico fuera posterior a Moisés y aun al profeta. Sabemos que en la predicación de Amos, Oseas e Isaías -profetas anteriores en un siglo a Jeremías- aparecen mencionados estos sacrificios del Levítico. Jeremías, pues, habla en sentido enfático e hiperbólico para hacer resaltar más su idea sobre la inutilidad de los sacrificios como tales, si se prescinde de las disposiciones internas del corazón a Yahvé. San Pablo emplea el mismo radicalismo de expresión en una cuestión paralela: "Cristo no me mandó a bautizar, sino a predicar"; sin embargo, sabemos que bautizó a varios. Lo que quiere destacar es que su misión de apóstol es ante todo la predicación. Del mismo modo podemos decir respecto de la frase de Jeremías ("no fue de holocaustos y de sacrificios de lo que os hablé."), que lo que quiere afirmar es que Yahvé, al hacer la alianza del Sinaí, no insistió tanto en los ritos de sacrificios cuanto en la necesidad de que cumplieran los israelitas su voluntad.

Jr 7, 29-34

El profeta invita a Jerusalén -personificada en una doncella (la hija de mi pueblo)- a hacer señales de luto, a cortarse la cabellera. Sión debe andar en duelo como una virgen, con los cabellos rasurados, por las desnudas alturas (v.29) sobre las que se ha dado culto a los ídolos. Quizá haya una alusión al rito de duelo que practicó la hija de Jefté antes de ser inmolada por su padre. La razón del duelo o lamentación es porque Yahvé ha repudiado (v.29) a la generación que provocó su ira, a los contemporáneos del profeta, cuyas transgresiones de la Ley llegaron a su colmo; y el pecado máximo es la idolatría, pues por doquier se han instalado las abominaciones (v.30), o ídolos astrales, desde los tiempos del rey Manases, que había seguido el ejemplo de su abuelo Acaz, importador de cultos asirios. Su hijo Ezequías había purificado el templo de estas abominaciones idolátricas, pero su hijo Manases volvió a introducirlas. En tiempo de Jeremías, el rey Josías había purificado de nuevo el templo; pero bajo su hijo Joaquim se reanudaron las infiltraciones idolátricas mesopotámicas. Estos ritos astrales iban acompañados de ritos infamantes, lo que constituía realmente una profanación de la majestad de Yahvé (v.30). El profeta menciona especialmente los cultos idolátricos en los altos de Tofet (v.31), en la confluencia del Cedrón y el valle de Ben-Hinom, más tarde llamado Gehenna, al sur de Jerusalén. Era el lugar donde se habían ofrecido sacrificios humanos a Moloc; por ello era objeto de aversión para los judíos. Moloc parece ser una divinidad infernal, causante de las pestes y flagelos, a la que se procuraba aplacar con víctimas inocentes. Es un dios de origen canaeo.
En la Biblia se cuenta con aversión cómo el rey Acaz quemó a su propio hijo, y después Manases hizo lo mismo. Por eso las palabras de Jeremías aquí son muy realistas: para quemar allí a sus hijos (v.31), abominación que jamás Yahvé había prescrito. Y, en consecuencia, Dios va a enviar un castigo terrible, de forma que aquel lugar será llamado valle de la mortandad (v.32) o de la matanza que va a realizar. Ese lugar se convertirá en sitio de enterramiento general, porque no habrá suficiente espacio para los cadáveres en los lugares habituales de enterramiento: y se enterrará en Tofet por falta de lugar (v.33). Sabemos que el rey Sedecías huyó en 586 a.C. por la puerta meridional de la ciudad -que da a Tofet- al entrar las tropas de Nabucodonosor, y sin duda que en aquella zona debió de haber gran carnicería entre el pueblo que se agolpaba allí al escaparse de los babilonios, que atacaban por el norte de la ciudad. La carnicería será tal que los cadáveres serán pasto de las aves del cielo (v.33). Quedar sin sepultura era el mayor baldón y castigo, pues se creía que, mientras el cuerpo no fuera entregado a la tierra, el espíritu del difunto debía andar vagando como fantasma por el mundo, sin hallar reposo. El profeta anuncia ese terrorífico castigo, que traerá como consecuencia el duelo general, pues no se oirán cantos de alegría (v.34) en Judá ni en Jerusalén, ni siquiera los tradicionales de las nupcias del esposo; y de la esposa, porque todo será desolación en la tierra.

Jr 8, 1-3

La mortandad de que se habla en el capítulo anterior adquiere mayores caracteres de catástrofe ahora, pues ni siquiera se pretende dejar tranquilos a los muertos, y por eso se les priva de sepultura, de forma que no puedan llevar una vida tranquila en la región de los muertos o seol. Además, en este pasaje concreto de Jeremías, el exponer los restos mortales de los reyes de Judá y sus príncipes, (v.1) tiene un carácter irónico, ya que los huesos de éstos se exhibirán como ofrendas al aire libre al sol, a la luna y a toda la milicia celeste (v.2), a los que en otro tiempo dieron culto. De nada les servirán sus dioses astrales para librarlos de esta situación afrentosa de estar fuera de sus sepulcros.
Pero los malvados que sobrevivan a la catástrofe no estarán en mejor condición que los caídos, pues se verán condenados a una existencia miserable y desearán la muerte (v.5), porque serán arrojados por Yahvé fuera de su patria, en situación de esclavos de los invasores.

Jr 8, 4-7

La conducta de Israel es necia y sin sentido, más irracional que la de los mismos animales, pues se obstina, contra todo buen sentido de conservación, en seguir los caminos que le conducen a la perdición. Todo el que cae procura levantarse, y el que se desvía intenta rectificar su camino volviendo sobre sus pasos (v.4). Pero Jerusalén, en su estulticia, no reconoce que está descarriada, y está aferrada a sus desvaríos, a la rebeldía (v.5) y a la mentira. Por eso su situación es desesperada, ya que no reconoce su situación: rehúsa convertirse (v.5b). La situación de la sociedad israelita es deprimente desde el punto de vista moral. El profeta, como centinela de su pueblo, está atento a su conducta: yo estoy atento y escucho, (v.6), y ha llegado a una triste consecuencia: el mal está tan generalizado que no hay quien hable rectamente ni reconozca su mala conducta con un sincero arrepentimiento de su maldad. Nadie hace un acto de examen de conciencia, diciendo: ¿Qué he hecho? (v.6b). La falta de escrúpulos en materia de moral social hace que todos corran sin miramientos apresuradamente, como caballo lanzado a la batalla (v.6c), tras su carrera, negocios y placeres.
Esta conducta inconsciente y ciega de Israel, que no quiere reconocer lo que le conviene, contrasta con los instintos de las aves, como la cigüeña, la golondrina, que se atienen a lo que les conviene y guardan los tiempos de sus migraciones (v.7). Israel debía tener un instinto religioso, formado por la experiencia de su historia, para saber dónde está lo que le conviene, que no es otra cosa que vivir en torno a Yahvé, que le protege y le ayuda cuando le es fiel. El símil es paralelo al de Is 1, 3: "conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no tiene conocimiento." En realidad, la obcecación del pueblo elegido no le permite conocer el derecho de Yahvé, es decir, sus preceptos y exigencias, que deben regular la vida de Israel para que éste sea feliz y prospere en todos sus caminos.

Jr 8, 8-13

La presunción hipócrita de los israelitas, que blasonan de la Ley de Yahvé, es un título más que los hace dignos del castigo. Se creían que, cumpliendo la materialidad de la Ley en lo referente al culto, se hallaban a salvo del castigo divino. La reforma de Josías había contribuido a que el culto volviera a ser esplendoroso, y esto había creado un clima de falsa confianza. Los escribas, o peritos de la Ley, habían contribuido a ello, dando sólo importancia a lo puramente externo y cultual de la Ley: la convirtieron en mentira las plumas de los escribas (v.8b). Los escribas, en la época anterior al exilio, eran los funcionarios de la corte y secretarios de los tribunales. Aquí en Jeremías es sinónimo de dirigente del pueblo, responsable de la desorientación general, y, sobre todo, de esa falsa confianza en el cumplimiento superficial de la Ley de Yahvé. La enseñanza de la Ley pertenecía sobre todo a los sacerdotes y levitas; pero también los copistas de la Ley fueron tomando parte en el adoctrinamiento del pueblo, terminando por ser los especialistas de la Ley en la época rabínica inmediatamente anterior a Cristo. Algunos comentaristas quieren ver en la frase la convirtieron (la Ley) en mentira las plumas de los escribas (v.8b) una alusión a su posición frente a la reforma de Josías, basada en el "libro de la Ley" hallado por los sacerdotes en el templo. Aquí, según éstos, les echaría en cara a los escribas que ellos habían falseado la Ley verdadera de Dios, presentando una nueva como si fuera mosaica. Pero no hay ninguna insinuación de que Jeremías se opusiera a dicha reforma de Josías. Lo que aquí dice es que falsean el contenido de la Ley divina al exigir sólo lo accidental, haciendo creer al pueblo que con ello podía estar tranquilo. La Ley no podía ser como un talismán mágico para evitar la ira divina, sin obrar conforme a su espíritu, como tampoco la presencia del templo en la Ciudad Santa era una garantía absoluta contra la destrucción de la misma.
Los hechos mostrarán que estas enseñanzas de los sabios o escribas no son verdaderas y quedarán confundidos, avergonzados y tomados (v.8a). La palabra sabios aquí es irónica. Los escribas, que se creían sabios, se convencerán que son ignorantes al desechar la palabra de Yahvé, es decir, los oráculos de Jeremías, denunciando la falsa situación de confianza predicada por ellos, y la verdadera Ley de Dios que es la sabiduría verdadera de Israel. Al falsear la Ley han perdido dicha sabiduría (v.8). Han preferido sus puntos de vista humanos a las exigencias estrictas y claras de la Ley, que eran la guía de su pueblo, y por eso han sido confundidos, al ver que a la hora de la prueba nada ha resultado conforme a sus enseñanzas presuntuosas de sabios.
Esto está clamando por la intervención de la justicia divina, que no puede tolerar más una situación tan falsa: por eso daré sus mujeres a extraños. (v.10). Es la predicción de la invasión enemiga y la derrota de los confiados israelitas. Y todo como consecuencia de la inmoralidad general reinante: desde el pequeño al grande, etc. (v.10b). La frase es casi idéntica a Jr 6, 13-15, donde parece tener su lugar propio. La clase dirigente (profetas falsos y sacerdotes) son los responsables de este falso clima de seguridad: curaban las llagas de mi pueblo diciendo: "Paz, paz" (v.11). En sus conveniencias de halagar al pueblo en sus caminos fáciles, les decían que no había peligro de guerra, confiando en sus alianzas diplomáticas; pero la realidad es muy otra, y el castigo llegará. Cuando llegue la hora del castigo divino, caerán con los caídos en la mortandad general del valle de Ben-Hinnom, de que se hablaba en el capítulo anterior.
La ira divina desatada amenaza aniquilar al pueblo israelita, porque no encuentra nada de bueno en él. Israel es presentado en la literatura profética como una viña que no da fruto, en contra de las esperanzas de Yahvé. Es el caso de ahora: no queda racimo en la viña ni higo en la higuera, y se marchitan las hojas (v.13a); por eso Yahvé los entregará a los enemigos: y los daré a (gentes) que los trasladen en cautividad. Otros interpretan el versículo en el sentido de que Yahvé anuncia una destrucción completa de Israel: no quedará racimo en la viña. Pero esto parece en contradicción con la doctrina del "resto" salvado, que es común a Jeremías y a otros profetas. Por otra parte, la alusión en la última frase a la deportación indica que no todos perecerán.

Jr 8, 14-17

Ahora el pueblo se percata de la inminencia de la invasión devastadora y, por instinto de conservación, quiere huir a las ciudades amuralladas. Cree que estar en la campiña resulta suicida: ¿por qué nos estamos sentados? (v.14). Esa actitud pasiva de expectación, sin decidirse a la huida, es comprometedora; por eso se animan mutuamente: reuníos, vayamos a las ciudades amuralladas; aunque tienen la convicción de que no hacen sino retardar la hora de la muerte: perezcamos allí. Están convencidos de que aun las ciudades amuralladas nada pueden hacer contra los invasores, pues éstos son instrumentos de la justicia divina: pues Yahvé nos va a aniquilar (v.14b). El ejército invasor es tan mortal como el agua de adormilares que ahora, por decisión divina, se ven obligados a beber. Todas las falsas esperanzas anunciadas por los falsos profetas relativas a la "paz" han resultado fallidas: ¡Esperábamos la paz, y no ha habido bien alguno! (v.16). Creían que todo se iba a arreglar bien (el tiempo de la curación, v.15), conforme a los arreglos políticos que predicaban, y el resultado ha sido la catástrofe y el pavor, como consecuencia de la invasión. Llegan los ecos de la incursión del ejército enemigo por el norte: ya se oye desde Dan el relinchar de los caballos (v.16a). Como consecuencia, tiembla la tierra toda, es decir, la Palestina invadida.
Los invasores son tan perniciosos como serpientes venenosas (v.17a), contra las que no hay remedio. A las serpientes se las puede hacer frente con conjuros mágicos (probable alusión a Nm 2, 6), pero al ejército babilonio no hay medio de salirle al paso en su avance arrollador: contra los que no hay conjuro posible (v.17b); por eso irremisiblemente sufrirán sus exacciones: os morderán.

Jr 8, 18-23

En este fragmento se cambian constantemente los interlocutores. No está claro si las frases han de atribuirse directamente a Dios, al profeta y aun al pueblo. La frase del v.18 puede muy bien ser una continuación de la confesión hecha por el pueblo anteriormente y continuada aquí. La situación es desesperada: Mi mal es sin remedio (v.18). Pero puede también entenderse como introducción a la frase siguiente, proferida por Jeremías en nombre de Yahvé: mi corazón desfallece, el grito de la hija de mi pueblo (v. 19). El profeta asiste en espíritu a la tragedia de su pueblo, errabundo en el exilio después de la caída de Jerusalén, dando gritos de angustia desde lejana tierra (v.19a). La expresión hija de mi pueblo, aplicada a Jerusalén y Judá, tiene un tono afectivo de ternura. El profeta o el pueblo no pueden hacerse a la idea de esta tragedia, pues todavía está en Jerusalén su rey Yahvé: ¿No estaba por ventura en Sión Yahvé, su rey? (v.16b). La presencia de Yahvé en su templo de Sión era como una garantía de la permanencia de su pueblo. Los deportados parecen estupefactos por lo que les ha pasado: ¿No estaba por ventura en Sión Yahvé? La respuesta de Yahvé da la explicación de lo sucedido: ¿Por qué provocaron mi ira con sus ídolos? (v.19c).
Sigue hablando el pueblo o el profeta en su nombre. El tiempo va pasando, sin que llegue la hora de la salvación: pasó la siega, se concluyó el otoño, y no hemos sido salvados (v.20). La frase parece tener un aire de proverbio, para indicar las distintas fases de una esperanza fallida. Los agricultores, cuando la siega de los cereales ha sido deficiente, esperan compensar el contratiempo con una buena cosecha de frutos en otoño, y viven con esta esperanza. Así, los israelitas exilados han esperado en varias ocasiones la intervención salvadora de Dios, pero no ha llegado: no hemos sido salvados. Por ello, la decepción ha sido total.
El profeta siente más que nadie esta situación de angustia de su pueblo, y sabe el futuro que les espera en el destierro babilónico: estoy quebrantado por el quebranto de la hija de mi pueblo (v.21).
La herida que sufre Judá (la hija de mi pueblo) es tan profunda, que no bastan los remedios ordinarios para curarla: ¿No había bálsamo en Galaad ni médicos? (v.22). Galaad era famosa por sus bálsamos, que se empleaban para todas las epidemias. La frase bálsamos de Galaad tiene, pues, aire de proverbio: las mejores medicinas, como las hechas con bálsamos de Galaad, eran insuficientes para curar a Sión, porque el castigo viene de Yahvé directamente. Por tanto, no era posible la curación de la hija de mi pueblo. La frase del profeta tiene un sentido irónico: los remedios que han querido poner a las desgracias de Jerusalén han sido inútiles. Todas las alianzas políticas con otras naciones no han servido para salvarla de la catástrofe.
Después de poner el dedo en la llaga fustigando la conducta de Israel, el profeta abre su corazón herido y muestra el profundo pesar que le causa la tragedia que viene sobre su pueblo. ¡Quién me diera que mi cabeza se hiciera agua, y mis ojos fuentes de lagrimas! (v.23). La vida de Jeremías ha sido un continuo duelo por la suerte de su pueblo. Por eso, muchos Padres han considerado al profeta de Anatot como el tipo de Jesús llorando por la Ciudad Santa.

Jr 9, 1/2-8/9

A Jeremías la vida se le hace insoportable en medio de un pueblo desleal y falaz. Todos son engaños y fraudes en sus relaciones sociales. Quisiera poder aislarse de esta sociedad corrompida y retirarse a la soledad del desierto: ¡ojalá tuviera en el desierto un albergue de caminantes! (v.1/2). Aunque los albergues de caminantes en las rutas caravaneras del desierto (los khans o caravanserrallos) no eran apetecibles por su falta de comodidad, y por el barullo y confusión que en ellos reinaba, sin embargo, Jeremías los considera preferibles a vivir en un ambiente de deslealtad y mentira: todos son adúlteros, gavilla de ladrones (v.1/2c). Son engañosos y fraudulentos, que tensan su lengua como un arco (v.2/3), lanzando calumnias como saetas envenenadas. No hay confianza mutua, predominando la mentira. Todo este estado de iniquidad es consecuencia de la falta de conocimiento de Yahvé y de sus preceptos. No le reconocen como Señor, y por eso cruje la sociedad en sus bases morales: no me conocen (v.2/3). Es tal el estado de desconfianza social, que el profeta invita a sus compatriotas a no entregarse ingenuamente a los más allegados: guárdese cada uno de su prójimo, y nadie confíe en su hermano (v.3/4).
Yahvé no puede soportar esta situación y quiere hacer intervenir su justicia, enviándoles la tribulación y la angustia para probarlos: los fundiré en el crisol y los probaré (v.7/8). No cabe otra solución, en bien de Jerusalén, que castigarla (v.7/8). De nuevo recalca el carácter doloso de sus compatriotas: sus lenguas son saetas mortíferas. "Paz," dicen a su prójimo, y tienden la insidia en su corazón (v.8/9). La palabra de saludo paz, que decían al encontrarse (salom, en hebreo, que se repite aún hoy día en la conversación), es un engaño, ya que los corazones están distanciados y tramando interiormente insidias para aprovecharse de su prójimo.

Jr 9, 8/9-10/11

La justicia divina tiene sus exigencias y no puede tolerar más este estado de cosas: ¿no habré de pediros cuenta de esto? (v.8-9). El callar equivale a consentir, y es necesaria la venganza de Dios para escarmiento general, y Dios mismo invita a un duelo general por la desolación del país como consecuencia de su intervención justiciera: llorad sobre los montes (v.9-10). Los montes, que antes estaban cubiertos de arboleda, van a ser desolados. Probablemente se alude aquí también a los montes como lugar de jolgorio con ocasión de los ritos idolátricos allí practicados. La alegría se va a convertir en luto. También los pastizales del desierto, altamente estimados como oasis raros, desaparecerán, y se invita a hacer duelo por ellos, pues no se va a oír más el alegre balar de los rebaños (v.9-10b). La desolación es completa, y todo signo de vida desaparecerá: desde las aves del cielo hasta las bestias huyeron (v.9-10c).
Esta suerte de la campiña estará reservada también a la capital, Jerusalén. En ella, los chacales harán su morada. Este símil es corriente en la literatura profética. Nada más triste, pues, que una ciudad arruinada, en la que sólo se oyen los aullidos de los chacales, únicos moradores entre los escondrijos formados por las ruinas. Así quedará Jerusalén después de su destrucción por los soldados de Nabucodonosor.

Jr 9, 11/12-15/16

El profeta quiere explicar a su pueblo la razón profunda de la ruina, y busca personas inteligentes que comprendan la lección teológica del castigo para que la transmitan al pueblo: ¿Quién será el sabio que entienda esto y haga saber la causa por que pereció la tierra? (v.10-11). En Dt 11, 26-28; Dt 28, 1, se dice que, si el pueblo no era fiel a la promesa cumpliendo su Ley, sufriría los castigos de Dios. Es justamente lo que ha ocurrido, pues se fueron tras los baales (v.12-13) en una apostasía insultante. Consecuencia inexorable será el castigo y la amargura: Daré de comer ajenjo. El ajenjo, por su sabor amargo, es símbolo de la amargura y la tribulación. El agua de adormilares era considerada como fuertemente venenosa. Aquí ambos símiles se refieren a la tribulación que espera a los habitantes de Judá por su idolatría. La suerte de ellos será la dispersión y la muerte por la espada. Los que no caigan muertos a manos de los soldados babilónicos serán llevados en cautividad entre gente que no conocieron ni sus padres (v. 15-16).

Jr 9, 16/17-21/22

La catástrofe es tan inminente, que Yahvé invita a que vengan las plañideras de oficio a solemnizar el duelo (v. 16-17). El profeta une su suerte a la del pueblo: que eleven sobre nosotros lamentaciones (v.17-18). Sión ha sido destruida, y sus habitantes tienen que abandonar su tierra y sus moradas (v. 18-19) hacia regiones extrañas. La catástrofe debe quedar como proverbial, y su luto debe repetirse de generación en generación: Oíd, mujeres, para que enseñéis a vuestras hijas a lamentarse (v. 19-20). La mortandad es general, y es inútil querer recogerse en casa para evitarla, porque la muerte ha subido por nuestras ventanas (v.20-21). Ni los de corta edad están libres de la fatal suerte: acabó con los niños en las calles (v.20-21b). El espectáculo es desolador, pues por doquier hay cadáveres, que yacen como estiércol sobre el campo (v.21-22). No hay quien se preocupe de darles sepultura piadosa; son como el manojo que queda tras el segador, sin haber quien lo recoja. Ha pasado el ejército invasor, y no quedan sino ruinas humeantes y vidas tronchadas en flor.

Jr 9, 22/23-23/24

Este fragmento es de estilo sapiencial, y puede ser un bloque errático incorporado aquí por el mismo profeta o el redactor posterior. Las ideas expresadas en él pueden acomodarse a todas las situaciones. La catástrofe de Judá ha ocurrido por haber abandonado a Yahvé y sus preceptos y por creer las clases dirigentes que podían por sí mismos encaminar a su pueblo por nuevos derroteros políticos. Dios sólo quiere que confíen en El como condición para ofrecerles su protección. Se han empeñado en querer gobernarse sin El, confiando en sí mismos y sus supuestos aliados, y ahora deben reconocer que les han fallado los cálculos: que no se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el fuerte, ni el rico (v.22-23). Dios puede desbaratar los planes de éstos en un momento. Si el hombre ha de gloriarse en algo, es en ser inteligente y conocer a Yahvé (v.23-24), pues la verdadera sabiduría está en conocer a Dios en el sentido práctico, conformando la vida a los preceptos de su Ley. Sólo Dios puede hacer misericordia y reconciliar a los descarriados, y sólo El puede establecer un ambiente de derecho y justicia sobre la tierra (v.23-24b).

Jr 9, 24/25-25/26

Este fragmento aislado parece incluido aquí por un redactor posterior, sin que esto quiera decir que no sea de Jeremías. Los discursos del profeta tuvieron lugar en múltiples ocasiones. Pero su ilación lógica en el libro a él atribuido depende muchas veces de la mayor o menor pericia del copiador posterior. En estos versículos se anuncia el castigo general tanto sobre el pueblo elegido como sobre las naciones circunvecinas, que han contribuido a que Israel y Judá se separaran del buen camino con sus infiltraciones idolátricas y políticas. La diplomacia humana jugó gran papel en el desastre definitivo del pueblo de Dios. Los profetas siempre se opusieron a las alianzas políticas de Israel y Judá con otros pueblos, enfocando los problemas desde un punto de vista puramente religioso. Israel era una teocracia bajo la inmediata protección de Yahvé, que lo creó como colectividad nacional, y por tanto no necesitaba de medios humanos extraños para subsistir. La Providencia divina era la encargada de velar directamente por los intereses del pueblo elegido.
El castigo alcanzará a todos. La expresión vienen días suele tener un alcance mesiánico en la literatura profética. Aquí parece se alude al juicio purificador de Yahvé sobre su pueblo y las demás naciones circunvecinas. Yahvé pedirá cuenta a los circuncisos e incircuncisos. La frase se aplica a Israel y a las otras naciones fuera de la alianza, cuyo signo externo era la circuncisión. No obstante, la mayor parte, si no todas las naciones aquí mencionadas, practicaban dicho rito. Los profetas, al hablar de "circuncisos" o "prepucio," lo entienden en sentido moral de incircuncisión del corazón.
Bajo el reino de Joaquim (609-598), la corte de Jerusalén buscaba la alianza de las naciones vecinas, como Egipto, Moab, Ammón, etc., para hacer frente a la prevista invasión de Nabucodonosor. Por eso quizá este fragmento sea de esta época, y entonces formaría parte de las profecías contra las naciones, que estudiaremos más tarde. Los que se rapan las sienes son los árabes. Esta práctica de rasurarse la cabeza por delante en forma de círculo aparece atestiguada en Herodoto y Flavio Josefo. Esto estaba prohibido a los israelitas, pues parece tenía un carácter idolátrico de adoración al sol. Todos estos pueblos son despreciados como incircuncisos (v.25-26), es decir, ajenos a las promesas de Israel; pero los israelitas, a pesar de ser el pueblo elegido con el signo de la circuncisión, instituido por el mismo Dios, son en realidad ajenos a las promesas divinas por ser incircuncisos de corazón, es decir, rebeldes y materializados en sus costumbres, insensibilizados para lo religioso.

Jr 10, 1-5

El fragmento tiene un carácter apologético y parece dirigido a los israelitas, que vivían entre gentiles con peligro de imitar sus cultos idolátricos. En concreto, en Babilonia, las grandes procesiones y ostentosos ritos externos eran ocasión de admiración y atracción para gentes de una mentalidad sencilla que se dejaban fascinar por las apariencias. Sobre todo les previene contra los cultos astrales y supersticiones astrológicas, que estaban muy de moda en Mesopotamia.
El profeta se dirige enfáticamente a la casa de Israel. Su preocupación se extiende a todos los israelitas, que están en peligro de ser fascinados por los pomposos cultos idolátricos. Les previene contra los caminos de las gentes, es decir, sus creencias y conducta, totalmente ajena a la tradición de Israel. Los signos celestes (v.2) eran los meteoros, eclipses y demás fenómenos extraordinarios siderales, cuya aparición daba ocasión a cábalas sobre el futuro de los pueblos. En Babilonia la astrología estaba en todo su apogeo, y sus cultivadores eran los árbitros de la sociedad, pues desde los cortesanos hasta las gentes sencillas acudían a ellos para resolver sus problemas particulares. Además, la vida política y militar de la misma nación dependía de ese lenguaje misterioso del mundo astral, cuyo sentido sólo captaban los magos y astrólogos. Los fenómenos siderales eran expresión de la voluntad de las divinidades, y por eso era muy importante conocer esta "escritura del cielo." Los presagios buenos o malos dependían de determinadas apariciones o conjunciones de los astros. Si el presagio que daba el astrólogo era malo, entonces el interesado procuraba aplacar a los dioses con encantos mágicos. De este modo, el pueblo vivía siempre en tensión, auscultando los signos celestes. En la política, la marcha de la nación dependía de ellos también, pues si se daban ciertos signos, se podía o no declarar la guerra, iniciar determinadas obras, etc. El profeta declara a sus compatriotas que nada deben temer de esto, pues Yahvé está por encima de todo el curso de los astros. Los astros, pues, no tienen ninguna virtud especial benéfica o maléfica en sí mismos, sino que sólo Yahvé es al que hay que temer y suplicar.
Todas esas creencias de los paganos no tienen consistencia: los estatutos de los pueblos son vanidad (v.3). Aquí estatutos es sinónimo de doctrina (v.8) y caminos (v.2). Por tanto, no deben preocupar a los israelitas, que tienen otros estatutos o creencias más sólidos, pues saben que Yahvé es omnipotente. Y para probar esto les recuerda que las imágenes de los ídolos son leños cortados del bosque.
En Is 44, 12 encontramos una apreciación irónica semejante. Y en Ba 6, 7, la "carta de Jeremías" se expresa en el mismo sentido. Es un género literario apologético que se había generalizado. El desprecio culmina en la frase son como espantajos de melonar, que no tienen otro fin que ahuyentar los pájaros. También con fuerte ironía alude a las procesiones solemnes, en que los ídolos eran transportados a hombros: hay que llevarlos, no andan (v.5). En la legislación mosaica se prohibía toda representación sensible de Yahvé para evitar que el pueblo se formara un concepto material y grosero de El.

Jr 10, 6-16

Los v.6-7 faltan en el texto griego, y parecen ser una glosa. Son un canto a la grandeza de Yahvé de estilo salmódico. Se le llama Rey de las naciones (v.7) en cuanto que domina también sobre los otros pueblos. El monoteísmo estricto sobresale en las enseñanzas proféticas. Los sabios de las naciones idolátricas, que enseñan el culto a ídolos sin consistencia, no son nada en comparación con Yahvé y sus leyes. Enseñan doctrina de vanidades, es decir, predican la adoración de ídolos vanos, que no son más que un leño. Plata de Tarsis: generalmente se identifica con la Tartessos de los romanos, en España, en la desembocadura del Guadalquivir, cercana a Huelva. Oro de Ofir: localidad en la Arabia meridional o en Etiopía (Punt). Sabemos que los egipcios explotaban minas de oro en esta zona. Salomón traía oro de estas partes orientales del mar Rojo. El v.10 parece ser una respuesta a los que creían en las señales celestes (v.2). No se ha de temer a supuestas fuerzas misteriosas de los astros, pues sólo Yahvé es el verdadero Dios, el Dios vivo (v.10), que rige todo el universo, ante quien tiembla la tierra. El v. 11 en prosa tiene todos los visos de glosa aramea aclaratoria, pues interrumpe el ritmo. Es considerada como una fórmula imprecatoria, que sería usada por los exilados para expresar el deseo de que desaparecieran los ídolos: dioses que no han hecho ni los cielos..., desaparecerán (v. 11). En realidad es Yahvé el que permanecerá, porque El cimentó el orbe (v.12). En la mentalidad hebraica, el mundo estaba asentado sobre unas columnas que se hundían en el gran abismo. También los cielos eran concebidos como una masa sólida o bóveda que separaba la parte superior, en la que estaba el trono de Dios y los ángeles, y la parte inferior, donde revoloteaban los pájaros: tendió los cielos (v.12). Las aguas en el cielo (?.13) son las que están sobre el firmamento, que Dios deja caer cuando abre las cataratas del cielo. Las nubes, en cambio, están cargadas de aguas inferiores, que caen en forma de lluvia no torrencial. Yahvé hace subir las nubes desde los confines de la tierra (v.13) en cuanto que aparecen a lo lejos en el horizonte, formándose y condensándose cerca de la tierra. La frase convierte los rayos en lluvia debe entenderse de los rayos, que en la tormenta acompañan a la lluvia, o, sencillamente, que hace que los rayos o relámpagos, que dominan al principio una tempestad, desaparezcan, resolviéndose ésta en lluvia. A una voz suya, la tempestad queda reducida a una "lluvia" bienhechora. El dominio de Yahvé se extiende también a las fuerzas misteriosas de los vientos: saca los vientos de sus escondrijos (v.15b). Según la mentalidad popular de la época, en el cielo había depósitos de granizo, de "vientos," que Yahvé soltaba a voluntad.
Esta omnipotencia y majestad de Yahvé no es reconocida por el hombre, que es sin conocimiento (v.14), y en su lugar da culto a cosas que son obra de sus manos. El orífice que ha hecho la estatua se avergüenza de su ídolo (v.14) al ver que esa obra exclusivamente suya es el ídolo objeto de veneración, y sabe que es mentira su estatua fundida, pues bien sabe que no es una divinidad, ni siquiera tiene vida: no hay aliento en ellos (v.14b). En contraposición a la inanidad de los ídolos está Yahvé, la herencia de Jacob, pues por una alianza especial se ha ligado a Israel para ser suyo como herencia. Yahvé es la "herencia de Jacob", e Israel o Jacob es la "herencia de Yahvé". Por la alianza han quedado obligados mutuamente y se deben entre sí: Israel es su tribu hereditaria (v.16b). Pues este Yahvé, herencia de Israel, es el Hacedor de todo, y, como tal, dueño de los mundos y de los destinos de la humanidad, en contraposición a la impotencia e inanidad de las estatuas idolátricas adoradas por los gentiles. Y para más resaltar el poder de Yahvé, el profeta le da su nombre temeroso: su nombre es Yahvé de los ejércitos. Es el señor de los ejércitos estelares de los cielos, del "ejército" de los seres, y también Señor de las batallas en pro de Israel. Por ello es la mejor garantía para los exilados, acobardados por los cultos pomposos de los gentiles.

Jr 10, 17-22

El profeta invita a los habitantes de Jerusalén a prepararse para ir al destierro babilónico: recoge tu hato, moradora de la ciudad asediada (?.17). Jerusalén es personificada en una pobre prisionera, que debe llevar consigo el ajuar más elemental para sus necesidades primarias. En los bajorrelieves aparecen las mujeres llevadas en cautividad cargadas con sus enseres domésticos y ánforas sobre su espalda. Yahvé ha decidido enviar al cautiverio a su pueblo: voy a lanzar a los habitantes del país (v.18). Pero en sus designios punitivos y justicieros hay intenciones de misericordia. El castigo de Judá será el único medio de que recapacite en sus torcidos caminos y vuelva a su Dios: para ponerlos en angustia y que me encuentren (v.15b).
El profeta siente al vivo la tragedia de su pueblo: ¡Ay de mí por mi quebranto! Algunos autores creen que aquí el que habla es el pueblo mismo que experimenta el castigo. En este caso, sus deseos de expiación son el mejor medio de conciliar la amistad divina: Es mi dolencia, debo soportarlo (v.16b). En el caso de que sea Jeremías el que habla, la frase tendría un sentido de plena aceptación por la parte de su misión de anunciar estragos y castigos a su pueblo, que es su dolencia, a la que no puede renunciar, porque está impuesta por Yahvé: debo soportarlo. El profeta se lamenta porque su pueblo ha sido arruinado: mi tienda esta devastada, y todas mis cuerdas, rotas (v.20); y contempla con tristeza a Jerusalén arrasada, como el beduino que ve que su tienda ha sido llevada por el viento con las cuerdas rotas. Es el caso de la nación judía, arrancada en sus fundamentos por el turbión de la guerra. Sus habitantes han desaparecido por la espada o en el cautiverio: no existen ya (v.20b). El exterminio ha sido total, y no hay quien pueda empezar la restauración de la nación: No hay quien despliegue mi tienda y levante mis lonas (v.20c). El símil de la tienda resulta muy exacto para reflejar la tragedia de la situación. Para el beduino, la tienda, sus cuerdas y lonas es todo su tesoro. Pero ahora todo se ha ido abajo y no hay esperanza de poder volverla a levantar: le faltan sus hijos y parientes de clan.
Después el profeta da la razón de la catástrofe: los dirigentes no han sabido gobernar a la nación, a la que han llevado a la ruina total (v.21). En lugar de confiar en Yahvé y seguir sus preceptos, base de una sana vida social, han buscado alianzas extrañas y se alejaron de la Ley de su Dios: no buscaron a Yahvé. Han obrado sólo según sus puntos de vista meramente humanos, halagando las pasiones de la masa. Al no darse cuenta del estado privilegiado de la nación israelita entre todos los pueblos, por ser objeto de la elección del mismo Yahvé, han sido unos insensatos. La consecuencia ha sido trágica: todos sus rebaños han sido dispersados (v.21c). La cautividad de Judá ha sido la culminación de su proceder egoísta y materializado. De nuevo el profeta asiste en espíritu a la invasión que viene del norte: llega el rumor, gran alboroto del septentrión. Los soldados de Nabucodonosor avanzan implacables a través de Siria y Fenicia, para caer como una inundación sobre la tierra de Judá, convirtiéndola en desolación, en guarida de chacales (v.22).

Jr 10, 23-25

Este fragmento es de tipo sapiencia, según el módulo de ciertos salmos. Por eso es considerado como adición posterior. Expresaría el estado de ánimo de la comunidad judía después de la catástrofe, cuando ya se hallaba en medio de los gentiles. Con todo, puede entenderse en labios de Jeremías, que ante la catástrofe hace una confesión humilde de la impotencia humana, y pide que el furor de Yahvé, en vez de cargar sobre su pueblo, se derrame sobre las gentes que no le conocen y ofenden. Confiesa primero que el curso de la vida del hombre está en manos de Dios y es inútil que el hombre quiera trazarse un camino fuera de su Dios: no es dueño el hombre de caminar (v.23). Los profetas, profundamente religiosos, destacan siempre la intervención de Dios en la vida, y prescinden muchas veces de las causas segundas. Naturalmente, estas frases del profeta no se han de entender literalmente, como si el hombre careciera de libertad. Son expresiones radicales para destacar más la omnipotencia divina. El pueblo reconoce su mal proceder e implora la misericordia divina: corrígeme, Yahvé, pero conforme a juicio (v.24), no mirando a los pecados, por los que era el pueblo merecedor de la ira divina, sino fijándose en su actitud actual de arrepentimiento y en las promesas que ha hecho a sus antepasados. Por otra parte, el pueblo (o el profeta) pide que Yahvé considere también la conducta de las gentes que no le invocan (?.26), y que, además, han devorado a Jacob (Israel), sembrando la devastación y la ruina en su morada. La catástrofe de Israel no ha servido sino para hacer más audaces y despectivos a los paganos frente al pueblo elegido. Aquí el autor clama por los derechos de la soberanía divina, que no es reconocida por los pueblos gentiles, y, además, recuerda a Yahvé que Israel es un pueblo bajo su protección especial y que ha sido pisoteado por la insolencia de las naciones paganas.

Jr 11, 1-8

El profeta tiene que proclamar en todo el territorio de Judá la necesidad de atenerse a las exigencias de la alianza. Las palabras de la alianza (v.2) comunicadas por Dios a Jeremías son dirigidas en general a todo el pueblo, incluido el mismo profeta. Las palabras aquí son los términos concretos de la alianza, que ha sido oficialmente renovada por el pueblo bajo Josías después del hallazgo de la Ley. Las expresiones son casi idénticas a las del Deuteronomio: maldito el varón que desoiga las palabras de esta alianza (v.3). Todo el Deuteronomio está redactado a base de promesas y amenazas; desoír las prescripciones en él expuestas era abandonar a Yahvé. Yahvé hace resaltar el momento histórico en que les puso las prescripciones de la alianza: al tiempo de sacarlos de la tierra de Egipto (v.4). Israel debe su existencia como nación a la especialísima providencia de Yahvé, que los ha liberado de la opresión de Egipto, que era un horno de hierro, un lugar de gran aflicción, al ser tratados y exprimidos como el hierro en el horno. La metáfora está tomada del Deuteronomio.
Las ordenaciones de Yahvé a su pueblo tienen por fin hacer una alianza entre El e Israel: oíd mi voz y seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios (v.4). En la época patriarcal, Dios personalmente había hecho una alianza con el gran antecesor, padre del pueblo, Abraham; en el desierto se renueva la alianza y se concretan más las cláusulas por las que Israel se constituye en teocracia bajo la inmediata dirección de Yahvé. Israel, por la alianza, se convertía en un pueblo aparte de todos los otros, con derecho a las bendiciones prometidas por su Dios nacional, Yahvé. Había sido escogido como "pueblo sacerdotal y nación santa". Y todo esto fue un acto gratuito por parte de Yahvé. Además, la finalidad de esa vinculación de Israel a Él tenía por objetivo inmediato instalar a Israel en una nueva tierra: para que yo mantenga el juramento que hice a vuestros padres de darles una tierra que mana leche y miel (v.5). La promesa de Yahvé estaba condicionada a la fidelidad que los israelitas guardaran a las prescripciones de Él. Yahvé ha mantenido el juramento a pesar de las muchas infidelidades y transgresiones del pueblo. Y ahora se complace en constatar el hecho de que ha cumplido su palabra de darles la tierra de Canaán: como es el día de hoy. Los oyentes de Jeremías eran testigos del cumplimiento de la palabra de Yahvé. La expresión que mana leche y miel es hiperbólica y tiene un valor -relativo, pues en comparación de la estepa del desierto sinaítico, la tierra de Palestina es un vergel.
Jeremías acepta al punto la orden de Yahvé de predicar sus palabras: Así sea, ¡oh Yahvé! También en esta frase hay un eco del Deuteronomio, ya que, según Dt 27, 15-26, a cada maldición el pueblo debía responder: "Amén". La frase en labios de Jeremías puede referirse a la aceptación del encargo que le hace Yahvé de predicar sus palabras o simplemente de asentir a la frase de Yahvé: maldito el varón que desoiga (v.3-4). La misión de Jeremías debe extenderse a todas las ciudades de Judá y plazas de Jerusalén (v.6), a todo el reino de Judá en general. Algunos han querido suponer que Jeremías formaba parte de las misiones volantes organizadas en tiempos de Josías para extender la reforma conforme al libro de la Ley hallado en el templo; pero no sabemos que la actividad de Jeremías se haya extendido más allá de Jerusalén y Anatot antes de la caída de Jerusalén. La orden de Yahvé tiene, pues, un alcance genérico. Los v.7-8 faltan en los LXX y son considerados por algunos críticos como glosa posterior. El contenido es similar a Jr 7, 24-26. Pero no tiene nada de particular que aparezcan repetidas fórmulas afines para expresar ideas fácilmente adaptables a parecidas situaciones del contexto. La desobediencia de Israel hizo que Yahvé les enviara todas las palabras de esta alianza (v.8), las amenazas anunciadas en el Deuteronomio contra los incumplidores de las cláusulas de la alianza. Las calamidades que históricamente sufrieron los israelitas eran en realidad castigos enviados por Dios por haber incumplido sus promesas de fidelidad para con lo prescrito en la alianza del Sinaí. En el 701, Jerusalén sufrió un cruel asedio de parte de los asirios, y en el 721, Samaría fue tomada por éstos, y su población, deportada. Son dos hechos culminantes en la historía de los israelitas, que hablaban bien claro del rigor de la justicia divina. Pero todo fue en vano: no cumplieron (v.8). Por eso Jeremías anuncia como próximos nuevos castigos. La impenitencia del pueblo elegido obligaba a la justicia divina a intervenir periódicamente para hacerle volver al buen camino.

Jr 11, 9-14

La reforma de Josías no parece que haya tenido mucho éxito, pues a la primera ocasión el pueblo se volvió a la idolatría, como sabemos ocurrió bajo sus hijos Joacaz y Joaquim. Quizá bajo este rey (609-598) se profirieron estos oráculos. La apostasía es masiva. En la época del impío rey Manases, las infiltraciones idolátricas llegaron a su colmo, deshaciendo éste toda la obra de reforma religiosa que antes había propugnado su padre Ezequías. Quizá a ese estado de idolatría aluda aquí Jeremías. Es el mayor pecado contra Yahvé, ya que supone un abierto desprecio y una ingratitud suma al no reconocer sus beneficios. La casa de Israel es el reino del Norte, con Samaría como capital, conquistada por Sargón en el 721. La casa de Judá es el reino del Sur, con Jerusalén por capital. Josías había tratado de extender la influencia de la reforma religiosa en ciudades que habían antes pertenecido al reino del Norte. Aquí la expresión indica el pueblo elegido en general, que ha prevaricado en masa tanto en el norte como en el sur: han roto el pacto, la alianza del Sinaí, base de la vida religiosa y social de Israel, con Yahvé por Dios. Pero la magnanimidad de Yahvé tiene un límite, y va a llegar la hora de la justicia (v.1.11). Entonces acudirán a los ídolos, y de nada les servirán (v.12). La frase tiene un carácter irónico. El tiempo de la tribulación es la hora de probar la eficacia de los ídolos. Judá sentirá la amarga experiencia de verse sin ayuda alguna.
La proliferación de altares idolátricos en Jerusalén era exorbitante: cuantas ciudades, tantos los ídolos (v.15). La ignominia es un nombre despectivo para significar los ídolos, sinónimo de Baal, dios cananeo, que variaba según las localidades, llegando a significar el nombre común de ídolo en la Biblia. La deserción es tan general e insensata, que Yahvé manda a Jeremías que no ore por el pueblo, que está colmando la copa de la ira divina (v.14).

Jr 11, 15-17

Esta sección parece un cántico breve que versa sobre la inutilidad de los sacrificios como medio de evitar la catástrofe nacional. El texto es difícil y oscuro en algunas frases. El pueblo de Judá es el amado de Yahvé (v.15). Aquí la denominación afectuosa tiene un aire irónico. Judá ha sido objeto de las predilecciones de Yahvé, y ahora se conduce de un modo impropio de su condición, pues mientras asiste a la casa o templo de Yahvé, comete iniquidades (v.15). Es una contradicción viviente, pues cree que cumple sus obligaciones para con su Dios con los ritos externos sacrificiales. Lo que ante todo quiere Yahvé es la entrega de su corazón. Un culto puramente formalístico y externo no puede aplacar a Yahvé (v.15b). Los pecados del pueblo de Judá no pueden ser borrados con sacrificios, sino con arrepentimiento y cambio de vida.
En su optimismo, los habitantes de Judá consideraban a su nación como un olivo verde y hermoso, siempre rejuvenecido. El olivo es de hoja perenne; por eso simboliza bien a Israel en las esperanzas populares. Quizá aquí la frase aluda a un cántico popular patriótico jubiloso que repetían en los momentos de exaltación nacional. Pero estas esperanzas son inconsistentes, y Yahvé va a destruir sus ilusiones, precisamente porque los frutos de ese olivo verde no responden a las esperanzas puestas en él. Por eso Yahvé va a hacerlo desaparecer prendiendo fuego con gran estrépito (v.16b), probable alusión al estruendo del ejército invasor, que se extiende como un incendio por Judá, quemando sus ramas, todo aquel follaje aparente de religiosidad superficial. El v.17, en prosa, por su estilo convencional, es considerado generalmente como glosa explicativa. Yahvé mismo, que plantó el árbol de Israel como nación, al no recibir los frutos esperados, ha decretado la desgracia sobre él, condenándole a la desaparición, como había hecho con la "viña" de malos racimos.

Jr 11, 18-23

El profeta nos entera en estos versículos de un complot secreto tramado contra él por sus compatriotas de Anatot. También en esto Jeremías es tipo de Jesús, repudiado por sus conciudadanos de Nazaret. Seguramente las predicaciones pesimistas en contra de la opinión corriente del profeta comprometían a sus compatriotas de Anatot, poblado situado al nordeste de Jerusalén. En el c.26 se habla de otra conjura de los falsos profetas y sacerdotes contra Jeremías. Por una revelación especial recibida de Dios sabe los designios de sus enemigos (v.15). El profeta estaba totalmente ajeno a lo que se tramaba, y vivía pacíficamente entre los que tramaban contra su vida. Su actitud era la de un manso cordero que sin saberlo era llevado a degollar (v.19). Es la misma imagen aplicada al "Siervo de Yahvé" en Is 53, 7, el Mesías doliente. Jeremías refleja los pensamientos homicidas de sus conciudadanos: Destruyamos el árbol con su vigor (v.19). La frase parece un proverbio. Aquí parece aludir a Jeremías, que estaba en toda su plenitud vital. La frase siguiente: extirpémoslo de la tierra de los vivos, confirma esta interpretación. Jeremías confía su defensa a Yahvé directamente como protector: a ti he confiado mi causa (v.20b). Quiere asistir a la manifestación de la justicia divina. Aquí venganza tiene un sentido antropomórfico, pues expresa los efectos de la justicia divina al modo humano.

Jr 12, 1-6

El autor sabe que Yahvé es justo, pero quiere pedir justificación de algunas cosas que no entiende: Voy a proponerte algunas demandas (v.1). Para los antiguos hebreos, sin luces sobre la vida de ultratumba, el problema era insoluble. Consideraban los bienes de esta vida como un premio a la virtud. La ecuación buena obra y premio, acción mala y castigo en este mundo, les parecía una exigencia de justicia elemental. Por eso se pregunta: ¿Por qué es próspero el camino de los impíos? (v.1b). Es un hecho que los que no tienen escrúpulos de conciencia triunfan en la vida, mientras que los timoratos y honrados muy frecuentemente fracasan en sus negocios. En el caso de Jeremías el problema revestía caracteres muy agudos, ya que a él, inocente, no le cupo en suerte sino sufrir, mientras que los que no tienen temor de Dios prosperan en la sociedad. Su sentido de justicia se rebela contra esta desigualdad. Y parece que Dios los favorece: Tú los plantas y echan raíces (v.2). Los bienes de que gozan provienen de Yahvé, pero ellos se aprovechan de las diversas vicisitudes de la vida para triunfar. A la sombra, pues, de la bondad y magnanimidad de Yahvé echan raíces. Yahvé, pues, parece también responsable. ¿No será que se deja engañar por las manifestaciones externas de culto?: Te tienen en la boca, pero está lejos su corazón (v.2b). Guardan culto formalístico, pero interiormente hacen caso omiso de los preceptos divinos. Es el reproche que Jesús lanzó a sus contemporáneos.
La situación de Jeremías es muy otra. Está entregado de lleno a Dios y a la propagación de sus enseñanzas: Tú, Señor, me conoces y has probado mi corazón (v.3). Tiene el sentido de justicia tan desarrollado, que pide a Dios aísle a los impíos para que no contaminen la sociedad: sepáralos como rebaño destinado a la matanza (v.3b). La frase es dura, pero es una expresión oriental radical para indicar la angustia de su alma. No debemos perder de vista que los orientales tienen preferencia por las frases exageradas, que resultan a veces para nosotros despiadadas. No olvidemos, por otra parte, que la caridad cristiana era aún una meta muy alta para los mejores justos del A.T. Aquí Jeremías se deja llevar de las exigencias de su corazón lacerado, que se rebela contra la injusticia reinante: conságralos para el día de la mortandad (v.3b). La palabra consagrar equivale a "separar" del común, destinándolos a un fin especial. Quizá aluda a la práctica del "anatema." Declarar "anatema" una cosa equivalía a destinarla a la destrucción, reservándola para Dios y separándola de todo uso profano. El día de la mortandad es el día de la manifestación de la cólera divina, tantas veces anunciado por los profetas.
La presencia de los impíos hace que esté la tierra en duelo (v.4a), porque sufre una prolongada sequía: ¿Hasta cuándo se secarán las hierbas del campo? (v.4a). Los malvados se burlan del profeta y dicen: no verá nuestro fin. Todas las predicciones de castigo anunciadas por Jeremías contra ellos son consideradas como alucinaciones, y por eso el profeta no será testigo del cumplimiento de ellas.
La respuesta de Yahvé a los requerimientos del profeta es un tanto irónica: Jeremías parece ser demasiado débil, pues se da por vencido cuando le esperan mayores contradicciones: Si corriendo con los de a pie te has fatigado, ¿cómo competirás con los caballos? (v.5a). Si se da por vencido en los primeros obstáculos y contrariedades, ¿qué hará cuando le vengan mayores? Hasta ahora su vida ha sido como una competición con peatones, pero llegará un momento en que tendrá que competir en una carrera con caballos. La frase parece ser proverbial adaptada al contexto. Hasta ahora sus opositores han sido extraños a su familia, pero tiempo vendrá en que sus hermanos mismos se le opongan. Esa idea es reforzada por otra imagen: si en tierra de paz no te sientes seguro, ¿qué harás en los boscajes del Jordán? (v.5b). La tierra de paz era la zona libre de peligros de incursiones de fieras en la meseta palestiniana, y es contrapuesta aquí a la zona baja de la depresión del Jordán con sus boscajes o semiselva, en la que abundaban los animales peligrosos. Jeremías ahora está todavía a seguro, como en tierra de paz, en la altiplanicie de Judea; pero tiempo llegará en que tendrá que andar tembloroso como el viajero que se aventura a caminar por las riberas del Jordán. En el v.6 aclara la idea. Sus peores enemigos serán los más allegados, y entonces se sentirá desfallecer (v.6). Debe, pues, prepararse y aceptar callado los caminos de la Providencia. Dios permite que los impíos triunfen y que la copa de la injusticia se llene hasta rebosar de parte de los hombres, sabiendo esperar con magnanimidad. La hora de su intervención y del castigo de los malvados es cosa a Él reservada. Entre tanto, da un consejo al profeta para el futuro: No te fíes de ellos cuando te dicen bellas palabras (v.6b). Lo demás son arcanos de su providencia.

Jr 12, 7-13

Este fragmento parece desconectado del anterior. Son oráculos y profecías reunidas al azar por redactores posteriores. Se habla de una devastación de Judá. Sabemos que en tiempos de Joaquim (609-598) hubo varias incursiones de pueblos vecinos. Quizá se aluda a estas invasiones parciales. En los v.7-11 es Yahvé el que habla. Judá ha sido entregada a sus enemigos por permisión de Yahvé: he abandonado mi casa, heredad (v.7). Las expresiones para con Judá son muy afectuosas: mi casa, heredad, lo que amaba mi alma (v.7). Con ello quiere indicar el sentimiento que le produce desamparar a su pueblo por imperativo de su justicia. ? continuación da la explicación de su conducta: fue mi heredad para mí como león en la selva (v.8). Es una alusión al carácter insolente y agresivo que había revestido la apostasía general de su pueblo. Yahvé tuvo que apartarse como asustado por sus rugidos. Por eso le aborreció. Y la consecuencia ha sido el castigo de la invasión.
La situación de Judá invadida es como la de una abigarrada ave de rapiña puesta por el cazador como reclamo para que las otras aves ronden en torno suyo (v.9). En el hebreo está en forma interrogativa, pero quizá sea mejor entenderlo sin interrogación. Las naciones vecinas de Judá caen sobre Judá como las aves se acercan al ave de reclamo. Y es Yahvé mismo el que anima al ataque contra Judá: venid, fieras del campo, venid a devorarla (v.8b). Las fieras del campo son las naciones enemigas de Judá.
A continuación describe la invasión de los enemigos: muchos pastores han entrado a saco en mi viña (v.10). Los pastores son los jefes de los pueblos invasores. Sus ejércitos son como rebaños que devastan un campo ajeno. De nuevo se refleja el tono afectuoso de Yahvé, pues llama a Judá mi viña, mi heredad, mi deleitosa posesión. A pesar del castigo, siente la predilección por su pueblo elegido, convertido ahora en desolado desierto (v.10b). Y la causa de esta desolación es el desconocimiento de los mandatos de Yahvé: por no haber quien recapacite en su corazón (v.11b). No hay quien piense en la Ley, en los reclamos de los profetas.
Los enemigos circunvecinos de Judá le asaltan por doquier: por todas las colinas del desierto (v.12); parece aludir a las incursiones de amonitas, moabitas y otras tribus de TransJordania que invadían el territorio de Judá por la zona desértica oriental frente al mar Muerto. Eran hordas que periódicamente asaltaban la tierra de Yahvé. Pero estos devastadores son instrumentos de la justicia divina: pues la espada de Yahvé devora (v.12b); su ira desencadenada es como una espada devastadora, que siembra la mortandad por doquier, sin dar paz a ningún ser viviente.
Esta devastación hace que la tierra no dé sus cosechas normales, sino que todo sean cardizales y yermos: sembraron trigo y han recogido cardos (v.13). Los israelitas se habían afanado en sembrar trigo, confiados en la paz, que creían permanente, y a la hora de la cosecha se han encontrado que sus campos habían sido saqueados y devastados. Por eso, sus fatigas han sido sin provecho, quedando avergonzados de su cosecha, es decir, burlados en sus esperanzas.

Jr 12, 14-17

Ahora se anuncia el castigo de estos pueblos devastadores de Judá. Han sido instrumentos de la justicia divina, pero a su vez van a ser castigados por sus desmanes. Isaías llama a Asiría "vara de su ira," en cuanto que castiga al pueblo israelita pecador; pero después lanza profecías conminatorias contra ella por haberse excedido en su cometido. Jeremías en el c.2 dice que, después de haberse servido Yahvé de Babilonia como instrumento de castigo, se volverá contra ella para castigarla. La expresión mis malos vecinos puede entenderse en boca de Dios, en cuanto que consideraba a Judá como su viña, su heredad, como aparece en los versos anteriores. Las naciones, pues, son vecinas de Yahvé, protector de su pueblo, su heredad: asaltan la heredad que yo di en herencia a mi pueblo (v.14). Esos pueblos sufrirían la misma suerte de la cautividad que sufrirá Judá: los arrancaré de sus tierras (v.14b). Más tarde hablará en concreto de la suerte de cada una de las naciones paganas. Y el pueblo de Yahvé, pecador, será el primero en sufrir la terrible suerte del exilio: arrancaré la casa de Judá. Después de la prueba, Yahvé volverá a tener misericordia de esos pueblos.
La profecía se abre hacia perspectivas mesiánicas universalistas. Habrá una reconciliación general, de tal forma que todos los pueblos puedan asociarse a la felicidad mesiánica del pueblo escogido. Sólo exige de las naciones la conversión y el reconocimiento de su soberanía: cuando hayan aprendido mis caminos y juren en mi nombre: "¡Viva Yahvé!" (v.16). Es un deber, por otra parte, de justicia ese reconocimiento solemne de la soberanía de Yahvé adhiriéndose a Judá, pues esos pueblos paganos fueron la causa de la defección del pueblo elegido, enseñándole a jurar por Baal. Además, deben seguir los caminos del pueblo elegido. Supuesto este cambio, serán incorporados a la nueva teocracia (v.17b). Podrán con ello participar de las promesas y bendiciones del pueblo elegido. Al contrario, si se obstinan en no reconocer a Yahvé como Dios supremo, serán desenraizados y perecerán (v.17).

Jr 13, 1-7

Nos hallamos ante la primera acción simbólica de Jeremías. Este género de predicación había de ser muy propio de él y de otros profetas posteriores, como Ezequiel. Jeremías recibe la orden de comprarse un ceñidor de lino y esconderlo bajo una piedra en el río Ferat. Después de algún tiempo, por instigación divina, va a recogerlo y lo encuentra podrido. El ceñidor es de lino, como los de los sacerdotes. Los profetas solían llevar cinturones de cuero; pero, como Jeremías era sacerdote, debía guardar las costumbres de la clase sacerdotal. Se le previene para que guarde el ceñidor libre de toda humedad (v.1), y esto en razón del simbolismo que debe representar, como veremos en la explicación que Yahvé mismo da. Debe llevarlo al río Ferat, que es el nombre hebreo del Eufrates. Como no es concebible que Yahvé le mandara a mil kilómetros de distancia a esconder su cinturón, de ahí que los críticos se inclinen más bien por ver en el vocablo Ferat el actual Wady Fara, a una hora de camino al este de Anatot. Debe poner la faja en una hendidura de la piedra (v.4), a orilla del río, para que recibiera su humedad y, al mismo tiempo, no fuera llevada por la corriente. Después de muchos días, cuando ya estaba bien empapada, recibe la orden de ir a recogerla, y la encuentra podrida e inservible (v.7).

Jr 13, 8-11

En la explicación cabalgan varios sentidos superpuestos en la misma acción simbólica. Según la explicación, la faja representa la soberbia de Judá y el orgullo de Jerusalén (v.9). La faja era considerada como la prenda más vistosa del hombre. Aquí faja representa a Judá con toda su magnificencia, su orgullo, sus palacios, templo, culto, riquezas, murallas, etc., todo lo que constituía su orgullo como nación. La faja en estado de podrida (v.10), que para nada sirve, es Israel en el estado de apostasía y relajación moral. Mientras se mantuvo fiel a Yahvé y se adhirió a El, como la faja a los lomos del profeta, se conservó en buen estado, precisamente por no estar contaminada con el agua, que aquí significa la idolatría. Yahvé recuerda a Judá su gran dignidad de pueblo elegido. Era el objeto de las complacencias de Yahvé, que se sentía orgulloso de tenerlo adherido como su faja. La casa de Israel es el reino del Norte, y la casa de Judá, el del Sur. Aquí indica toda la descendencia de Jacob como colectividad nacional. Yahvé la había escogido para que fuera su pueblo, que le diera renombre o gloria entre los demás, objeto de alabanza entre los pueblos por ser su especial ornato (v.11). Estas palabras parecen proferidas con amargura y tristeza. Es una triste constatación de la infidelidad del pueblo elegido con tanto amor.

Jr 13, 12-14

El profeta presenta un nuevo símil para anunciar el castigo. Sustancialmente parece continuar la ilación lógica del fragmento anterior, tratando de lo mismo con otra comparación. Tomando como base un hecho trivial de la vida, quiere llamar la atención sobre el castigo que espera a Judá. El profeta dice una sentencia proverbial: Las tinajas se llenan de vino (v.12). Ante esta afirmación vulgar, los oyentes responderán displicentes: ¿Acaso no sabemos muy bien que las tinajas se llenan de vino? (v.12). Era lo que quería el profeta, llamar la atención de los oyentes. Los israelitas son como tinajas que se están llenando del vino de la ira divina: voy a llenar de embriaguez a todos los habitantes de esta tierra. (v.15). Se compara la ira divina al vino porque tiene el efecto de turbar la razón. En el c.25, el profeta, por orden divina, da a beber de la copa de la cólera de Yahvé a las naciones gentiles para hacerlas perder la razón. En Is 51, 17 se dice: "Despierta, Jerusalén, tú que has bebido de la mano de Yahvé el cáliz de su ira, tú que has apurado hasta las heces el cáliz que aturde." En el símil de Jeremías, todos los habitantes de Jerusalén habían de participar del aturdimiento causado por la cólera desencadenada de Yahvé. De ese cáliz de venganza participarán en primer lugar los reyes (v.15). El profeta asiste en espíritu al fin trágico de la dinastía davídica: Josías murió en la batalla de Megido (609); su hijo Joacaz, depuesto por Necao II, fue llevado prisionero a los tres meses de subir al trono, en el mismo año de la muerte de su padre (609). Su hermano Joaquim muere cuando Jerusalén estaba cercada por las tropas de Nabucodonosor (598); el hijo de éste, Joaquín o Jeconías, fue llevado como cautivo a Babilonia, donde debía morir. Su sucesor, Sedecías (tío suyo, hermano de Joaquim y Joacaz), asistiría al triste espectáculo de ver morir por la espada a toda su familia (586). Todo ello fue efecto de esa misteriosa embriaguez a que les sometió la cólera de Yahvé. También participarán de ella los sacerdotes, profetas y demás moradores de Jerusalén. La perversión era general, y a todos debía alcanzar el castigo. Yahvé mismo hará que luchen entre sí: quebraré unos contra otros (v.14). Sigue el símil de las tinajas llenas de vino, que chocarán entre sí y se romperán. Los israelitas, pues, son como tinajas que están llenándose de la ira divina para después reventar estrepitosamente. En la hora de la catástrofe no habrá compasión ni clemencia, pues han abusado de los llamamientos de Yahvé hechos por los profetas. Dios, pues, se ve obligado a destruirlos. Pero, como siempre, hay alguna esperanza de salvación.

Jr 13, 15-17

Una conversión sincera podría alejar todavía el espectro de la catástrofe. El pueblo estaba obstinado y no quería humillarse y reconocer sus malos caminos, denunciados por los profetas: no os envanezcáis. (v.15). El profeta quiere resaltar que lo que comunica viene directamente de Dios: Que es Yahvé el que ha hablado. Y los invita a cambiar de conducta: Dad gloria a Yahvé (v.16), reconociendo sus derechos. Todavía es tiempo de atraerse la benevolencia divina, y puede el pueblo caminar abiertamente con la seguridad del que anda de día; pero es preciso reaccionar antes que llegue la noche de la manifestación de la ira divina: antes que se haga oscuro y tropiecen vuestros pies (v.16). La luz y las tinieblas en la Escritura son muchas veces símbolo de prosperidad y de adversidad. En los profetas, el día del juicio punitivo sobre Israel y las naciones es llamado día de tinieblas. Por otra parte, pone Jeremías en guardia a sus contemporáneos, que son demasiado optimistas, esperando un tiempo mejor, de luz (v.16c), cuando, en realidad, Yahvé les va a enviar sombras de muerte, densas tinieblas, un tiempo de angustia y de miseria.
Todo esto lo anuncia el profeta con el corazón lacerado. Nadie ama más que él a su pueblo; por eso tiembla ante el pensamiento de que desoiga su llamamiento de penitencia, que es la última oportunidad de salvación. Está seguro de que, si no cambian de conducta, el castigo de Yahvé vendrá inexorable; por tanto, si no le "escuchan," no le quedará sino llorar en secreto (v.17), retirado de la vida p?blica, por la soberbia y obstinación de su pueblo, pues el final de todo será la esclavitud y el exilio de su pueblo: porque ha sido hecho cautivo el rebaño de Yahvé (v.17b). Las lamentaciones, atribuidas a Jeremías, testigo de las llamas humeantes de Jerusalén, son el mejor comentario a este verso conmovedor.

Jr 13, 18-19

Se anuncia claramente la deportación al rey y a la reina (madre). ¿Quién es el rey? Muchos autores creen que es Joaquín (Jeconías), porque se menciona a la reina madre. Este rey reinó sólo tres meses en el 598, durante el asedio. Después fue llevado en cautividad, de donde no volvió. Otros, en cambio, creen que el rey es su padre, Joaquim (Eliaquim), quien despreciaba abiertamente las predicciones de Jeremías.
El profeta les invita a la penitencia, humillándose, pues ya no les queda mucho como reyes (v.18). Deben hacer penitencia sentándose en el suelo, en el polvo, como era de ley en los duelos. La corona de magnificencia o magnifica es llamada así por ser la de David y Salomón, que en la tradición figuraban como máximos exponentes de la magnificencia cortesana y representaban la edad de oro de la historia de Israel. Cuando el profeta profiere esta predicción, la situación en el país es angustiosa, pues el país está ya invadido por el enemigo: Las ciudades del sur están cercadas (v.18). La frase tiene carácter enfático. Se nombran las del sur para indicar que todo el país está invadido, ya que los invasores provienen del norte. Esas ciudades están cercadas por el enemigo, y no hay quien abra (v.19), no es posible salir de ellas. La frase toda Judá es deportada es hiperbólica. La deportación del 598 no fue general, aunque incluía las fuerzas vivas de la nación. En este sentido puede hablarse de deportación completa. Según 2R 24, 11, los deportados fueron diez mil, cifra muy considerable teniendo en cuenta que la población de Judá era de algunas decenas de millares.

Jr 13, 20-27

El profeta invita a Jerusalén a contemplar el espectáculo de la invasión que viene del septentrión (v.20): son los babilonios, que avanzan de la frontera siro-fenicio-palestina. Jerusalén, con su corte y sus sacerdotes, era la principal culpable de la catástrofe: ¿dónde está la grey que te fue dada? (v.20b). Como centro de la teocracia, con sus clases dirigentes, tenía obligación de velar por los intereses de su pueblo, como un pastor por su espléndido rebaño.
A continuación el profeta reprocha a Jerusalén porque ha ido en busca de amantes (con sus devaneos diplomáticos), que al fin han de invadirla como dominadores, a los que antes había abierto las puertas de su intimidad: los avezaste a ti (v.21), introduciendo sus dioses y costumbres. Ha abandonado a Yahvé para buscar otros amantes, que terminarán por despreciarla y dominarla. Pero no tardará en probar las consecuencias, ya que le llegan angustias como a mujer en parto (v.2, 1b).
Jerusalén, inconsciente y habituada al pecado, no piensa por qué le sucede todo aquello; pero el profeta le dice que es por sus maldades por lo que queda reducida a esclava, presa de la lujuria de los vencedores. La palabra talones parece ser un eufemismo para indicar las partes pudendas. Judá está tan habituada a sus pecados, que parece muy difícil, casi imposible, que cambie de conducta: ¿Mudará su tez el etíope, o el tigre su rayada piel? (v.23). Con tanto pecar se ha creado una segunda naturaleza.
La consecuencia de sus transgresiones es la cautividad: los dispersaré como paja. (v.24). Tal es tu parte, tu porción asignada (v.26).
Yahvé había destinado a Israel a ser un pueblo grande, como la más bella herencia entre las naciones; pero esto estaba condicionado a la fidelidad a sus mandatos. Pero Israel se olvidó de Yahvé y puso su confianza en la mentira (v.25b), en los ídolos engañosos, que no son sino vanidad. Por eso Yahvé la avergonzará ante todas las naciones como doncella deshonrada (v.26), expuesta a la lujuria de sus amantes, que ahora vienen en plan de dominadores. Las vergüenzas de Judá son sus adulterios, sus prácticas de idolatría, dejante de ser la fiel esposa de Yahvé. Principalmente en los collados o lugares altos había multiplicado sus actos idolátricos, que son sus torpezas, por tener relaciones adulterinas con los ídolos, dejando a su Esposo, Yahvé. Después el profeta lanza un suspiro amoroso, preocupado por la suerte de Jerusalén: ¡Ay de ti, Jerusalén, si no te limpias! (v.27c). Es una última llamada a la conversión. Por fin, un grito desesperado de amor: ¿Hasta cuándo aún?.

Jr 14, 1-6

No sabemos cuándo tuvo lugar esta calamidad cantada con elocuencia exquisita por el profeta. La sequía ha afectado a todo Judá, que está de duelo (v.2). Una consternación general se apodera de todo el país. La vida de las ciudades, que se desarrollaba bulliciosa y animada en sus puertas, está desierta: las puertas languidecen (v.2).
Era el lugar de reunión de las caravanas que salían y entraban, y también el lugar del mercado y de las contrataciones. Ahora no se ven sino personas tristes y lánguidas. Mientras tanto, surge el llanto por doquier dentro de la ciudad: se alza el grito de Jerusalén. La situación es tan crítica, que los magnates, que tenían sus propias cisternas en casa, se ven obligados a enviar a sus subordinados a buscar agua a los pozos públicos por la campiña (v.3). Pero vuelven con los cántaros vacíos, ante la decepción general de los que ansiosamente les esperaban: están avergonzados, con las cabezas cubiertas, en señal de duelo y aflicción. La situación es trágica, ya que el suelo esta consternado al no recibir la lluvia bienhechora. Las mismas ciervas, consideradas en la antigüedad como los animales más afectuosos con sus hijos, abandonan (la cría) (v.5), pues por falta de pastos están ciegas buscando medios de subsistir. El instinto de conservación es en ellas superior al de reproducción. Los mismos asnos salvajes (onagros o cebras), que por morar en zonas desérticas están habituados a prescindir del agua a menudo, ahora se paran sobre las colinas aspirando el aire como chacales (v.6). En su deseo de refrigerar la garganta reseca, se suben a los lugares más altos para aspirar el viento, por si les trae una corriente de humedad, que tanto ansían. Los chacales suelen estar con la boca abierta hacia arriba, lanzando aullidos muy característicos.

Jr 14, 7-9

El profeta reconoce la culpabilidad de su pueblo, pero pide auxilio a Yahvé para que manifieste su gloria, su nombre, y no quede como impotente ante los pueblos paganos (v.7). Yahvé es en realidad la esperanza de Israel (v.8) y, por consiguiente, no debe conducirse como peregrino, que pasa por el país sin preocuparse de sus problemas. Israel es la heredad de Yahvé y, por consiguiente, debe preocuparse de las tragedias y problemas de su pueblo. Si no interviene en favor de Israel en los momentos críticos, los paganos considerarán a Yahvé como hombre azorado, poseído del terror, que pierde sus fuerzas ante el peligro y no sabe reaccionar serenamente, castigando a los enemigos. Por otra parte, los paganos deben ser testigos de las proezas de Yahvé como guerrero que antiguamente salvó a su pueblo. Mucha era la fama de Yahvé como salvador, como héroe de su pueblo; pero, si ahora no sale en favor de éste, todos creerán que sus antiguas proezas no fueron sino invención de la imaginación popular y que en realidad es un guerrero incapaz de salvar (v.9a). Debe tener en cuenta Yahvé que mora en Israel y que da nombre a todos los descendientes de Abraham: tu nombre es invocado sobre nosotros (v.9b); son el pueblo de Yahvé ante los gentiles; como el esposo da nombre a la esposa, así ellos son denominados pueblo de Yahvé. Por eso, la catástrofe de Judá compromete el honor de su Dios. Yahvé había prometido proteger a su pueblo como el águila a sus polluelos, y ahora es el tiempo de mostrar su protección omnipotente.

Jr 14, 10-12

Yahvé responde a la súplica intercesora del profeta alegando que el pueblo sigue sus caminos perversos, alejado de su Dios. En vez de volver al camino señalado por su Dios, anda errante de un lado para otro (v.10). En lo religioso va tras de los ídolos; en lo moral sigue sus conveniencias y pasiones, y en lo político busca alianzas con pueblos extranjeros, como Babilonia y Egipto. Están tan inquietos y nerviosos, que no contienen sus pies. Por eso Yahvé no se complace en ellos, porque no puede aprobar tal conducta extraviada; y les pedirá cuenta de sus pecados. Ha llegado la hora de su intervención justiciera, y, en consecuencia, no quiere que Jeremías ruegue por su pueblo para bien (v.11), como si la sentencia estuviera ya dada. Naturalmente, en estas frases hay que tener en cuenta que las profecías conminatorias en el A.T. son siempre condicionales, pues está supeditado su cumplimiento a la conversión o impenitencia de los destinatarios. Los ritos externos en el templo, con sus sacrificios y ofrendas, y los ayunos, no bastarán para detener la ira de Dios (v.12), que se va a manifestar con el hambre, la espada y la peste, la terrible trilogía del exterminio que quedará clásica en la literatura bíblica profética y apocalíptica. Son los tres flagelos que constituyen como los instrumentos de la justicia divina en todos los tiempos.

Jr 14, 13-16

Los profetas, por halagar al pueblo, lanzaban falsas promesas de paz: no veréis la espada. (v.13). Pero todo esto no es sino creación de su propia imaginación, ya que Yahvé no les habló (v.14). En Dt 18, 15 se dan las normas para distinguir a los verdaderos de los falsos profetas, y entre ellas la más clara es que el que predique el culto idolátrico, separándose de Yahvé y de su Ley, no es verdadero profeta. Tal es el caso de los falsos profetas, que no se preocupan de ganar el corazón de sus oyentes, acudiendo a sortilegios, agüeros; pero todo son engaños de su corazón. Son unos impostores. Por eso, el castigo será terrible, pues se desencadenará una mortandad sobre todos ellos y los que les hicieron caso (v. 16).

Jr 14, 17-22

Un nuevo canto elegíaco sobre la ruina de Judá como pueblo. La mortandad es tan grande, que tanto en la campiña como en la ciudad no hay sino muertos por la espada y sufrimientos por el hambre (v.18). La expresión virgen hija de mi pueblo es sinónima de "pueblo" de Judá, personificado en una doncella, objeto de los amores de Yahvé. Los sacerdotes y profetas, que antes habían hecho creer que no habría guerra ni necesidades, se verán obligados a andar errantes por un país que no conocen (v.15c) en busca de alimentos para cubrir sus necesidades más elementales. Después de reflejar el estado de trágica ruina de su pueblo, el profeta se identifica con éste, lanzando una súplica angustiosa a Yahvé para que evite tanta desgracia: ¿Acaso has desechado a Judá? (v.19a). El profeta recuerda las relaciones íntimas que en otro tiempo hubo entre Yahvé y su pueblo en virtud de la alianza. Yahvé había prometido estar siempre con su pueblo, pero ahora apenas hay esperanza de salvación. Quizá haya cambiado Yahvé de sentimientos para con su pueblo: ¿Ha detestado tu alma a Sión? (v.16a). En otro tiempo los castigó, pero no tanto como ahora: ¿Por qué nos heriste sin que hubiera curación? (v.16b).
La catástrofe es tal, que no hay esperanza: en vez de paz y alivio, cada vez hay mayor turbación y angustia. Ciertamente que todo esto ha venido por los pecados de Judá, y el pueblo lo reconoce (v.20); pero al menos que no los rechace por su nombre. Es preciso que su nombre, su fama como omnipotente y protector de sus fieles, permanezca entre las gentes. Además, Jerusalén es el trono de su gloria (v.21), que sería profanado por las gentes si llegaran a ocupar la Ciudad Santa. Están, pues, en juego los intereses de Yahvé, y si bien el pueblo como pecador merece todo esto, sin embargo, el celo de su gloria debe salir en defensa de éste para que no sea objeto de burla entre las naciones. La derrota de su pueblo sería la derrota del prestigio de Yahvé entre los pueblos paganos. Y, como una última apelación, le recuerda la antigua alianza: acuérdate, no rompas tu alianza con nosotros (v.21b). Aunque el pueblo le había sido infiel, sin embargo, siempre subsistían las cláusulas de la alianza con Israel. Precisamente, por mantener las promesas de esta alianza, Yahvé había protegido milagrosamente a su pueblo en muchas situaciones críticas.
Por fin vuelve el profeta al tema de la sequía. Es Yahvé omnipotente y sólo él puede enviar la lluvia. Los ídolos no pueden hacer que los cielos envíen esto que tanto necesitan en estos momentos. Todo depende de Yahvé, y los cielos por sí mismos no pueden enviar la esperada lluvia. Y de nuevo lanza una apelación a las especiales relaciones que Yahvé tiene con su pueblo: ¿no eres nuestro Dios?

Jr 15, 1-4

A pesar de la angustiosa súplica de perdón del profeta, Yahvé no quiere revocar su decreto de exterminio sobre su pueblo pecador. Es tal su grado de culpabilidad, que no admitiría como intermediarios ni a Moisés ni a Samuel, famosos por su poder intercesor ante Yahvé. En Ez 14, 14, Dios dice que enviaría su castigo aunque estuvieran presentes en el pueblo Noé, Daniel y Job. En el caso de Jeremías, Yahvé sólo quiere destacar la maldad del pueblo impenitente, y, si le castiga, no debe extrañarse de que no oiga su súplica, pues ni a personajes de más relieve en la historia de Israel los hubiera escuchado. Esto indica, de un lado, cierto poder intercesor ante Dios de sus amigos, si bien la concesión de lo que piden está condicionada por las exigencias de la justicia divina y su misteriosa providencia sobre los hombres y las cosas. Ahora no quiere escuchar la súplica que en nombre del pueblo ha hecho el profeta, y pide que se vayan y no continúen orando: quítalo de mi presencia. (v.1b). Es una expresión fuerte, que no se debe tomar a la letra. Ya hemos dicho que los orientales buscan las frases radicales, los contrastes violentos, para expresar enfáticamente una idea determinada, sin hacer caso por el momento de los matices de la misma. No es que Yahvé no quiera que interceda con súplicas, sino que aquí se quiere resaltar el decreto de castigo irrevocable, para indicar la magnitud de sus delitos. El estilo es entrecortado y seco, para dar más vigor al pensamiento. No es necesario suponer que el pueblo estuviera en aquel momento en el templo orando y que Yahvé mandara a Jeremías que lo hiciera salir de él, sino que aquí nos encontramos con una idealización dramatizada, creada por el mismo profeta: antes, identificándose con el pueblo, había suplicado perdón; ahora Yahvé responde que no puede darlo, y le dice que el pueblo no siga ante su presencia, orando: que se vayan. Sigue la idealización dramatizada: si el pueblo preguntara: ¿Adonde hemos de ir? (v.2), entonces el profeta debe indicar a cada uno su destino trágico: el que a la muerte, a la muerte; la espada, el hambre, el cautiverio (v.2). Las expresiones son terribles y entrecortadas. En el v.12 del capítulo anterior, Yahvé había anunciado la espada, el hambre y la peste al pueblo pecador. Ahora llega la hora de su cumplimiento: el que está destinado a la muerte (por pestilencia), a la muerte; el destinado a la espada, a la espada, a muerte violenta. Y todo esto se confirma con lo que dice en el v.3: la mortandad será general y de tales proporciones, que los cadáveres quedarán insepultos, pasto de las aves y de las fieras del campo. El castigo infligido a su pueblo será tan grande, que se hará famoso en todos los lugares: los haré terror de todos los reinos de la tierra (v.4). Todos se sobrecogerán al oír tales noticias de destrucción y de muerte. El pueblo de Judá será considerado como una maldición permanente de su Dios, que lo ha abandonado, y nadie querrá vivir a su lado, pues sentirán terror al convivir con un pueblo maldito de su Dios. Y el principal responsable de la catástrofe es el impío rey Manases (693-640), que había introducido los cultos idolátricos asirios, y por ello había quedado como símbolo de la impiedad en la historia de Israel. Muchos autores consideran la frase a causa de Manases, hijo de Ezequías, rey de Judá (v.4b), una adición de un glosista postexílico.

Jr 15, 5-9

Es una nueva lamentación sobre la ruina de Judá. El colmo de la desolación de Jerusalén es que no encontrará quien tenga compasión de ella, y sobre todo se sentirá sin el apoyo de Yahvé (v.5). Jerusalén es representada como una persona aislada de las vías de comunicación, sola en su dolor, que se hace mayor al ver que nadie deja su camino para preguntarle por su estado: ¿quién se saldrá del camino para saludarte? (v.5b). Pero esto es consecuencia de sus transgresiones. Es la ley del talión: puesto que Israel ha abandonado a Yahvé, éste, a su vez, la dejará sola, sin consuelo: me volviste la espalda (v.6). No tiene derecho a que Yahvé se preocupe de ella, pues ha roto voluntariamente sus relaciones con El. Es más, Dios quiere castigarla por su conducta: voy a extender contra ti mi mano para aniquilarte (v.6b). La expresión extender la mano en la Biblia equivale a castigar. En otro tiempo, Yahvé extendía su mano para castigar a los enemigos de Israel; en cambio, ahora lo hará contra su propio pueblo. Tantas veces le ha perdonado sin conseguir una verdadera penitencia, que ahora se siente cansado de sentir compasión por ella. La consecuencia del castigo divino será el exilio babilónico: los aventaré con el bieldo (v.7). Yahvé aquí es como el agricultor, que arroja el grano al aire para purificar la era, siendo la paja llevada lejos por el viento. El pueblo israelita, pecador, es aquí la paja, sin valor, llevada por el turbión de la catástrofe. La frase puertas de la tierra equivale a las ciudades del país. Las puertas eran el lugar de concurrencia de la ciudad, y que designan la misma ciudad. La expresión dejaré sin hijos es hiperbólica, para indicar la magnitud de la catástrofe. Por efecto de la guerra habrá más viudas que arenas del mar (v.8); otra hipérbole oriental al estilo de la anterior.
Cuando nadie lo piense y estén todos más despreocupados, Yahvé enviará un devastador en pleno día (v.8b). La alusión puede ser a la invasión babilónica después del 605, cuando Nabucodonosor merodeaba con sus tropas por Palestina, o a las razzias de moabitas, amonitas y edomitas, que periódicamente asaltaban el territorio israelita, sembrando la consternación y la ruina. La frase contra la madre de los jóvenes del TM ha de entenderse en sentido colectivo, y mejor siguiendo la lección siríaca: "las madres y los adolescentes"; es decir, toda la población caería en manos del devastador, que en pleno día, es decir, cuando menos se esperaba, asaltaría las localidades de Judá, sembrando el terror y el espanto, que provenía de Yahvé, en cuanto que el devastador era un instrumento de la justicia divina para castigar a su pueblo pecador. Las madres que se sentían más felices y orgullosas por tener numerosa prole serán las más desgraciadas, al ver morir al fruto de sus entrañas: ajóse la que dio a luz a siete (v.9). Perder a todos sus hijos, su gloria y felicidad, era una desgracia que no tenía parangón. De nuevo el profeta habla con frases hiperbólicas para hacer resaltar la magnitud de la catástrofe. En el caso de esta madre, el haber tenido muchos hijos es ocasión de mayor desgracia; por ello desfalleció, púsose para ella el sol cuando aún era de día, es decir, murió antes de tiempo, en edad prematura, cuando aún podía esperar muchos años de vida; o bien aquí el sol simboliza la felicidad, que le es arrebatada al perder los hijos, que constituían como la luz radiante del día. Al verse privada de lo que constituía su motivo de orgullo en la sociedad, quedó confusa y avergonzada, pues la desgracia era considerada como un castigo de parte de Yahvé.
Y no terminará aquí la catástrofe, pues los restos que se salven de la nación serán condenados a la espada. Es el anuncio de una invasión posterior que traerá la ruina definitiva de la nación, la catástrofe del 586, que terminó con la toma de Jerusalén por los babilonios y la desaparición de Judá como nación.

Jr 15, 10-18

En este dramático fragmento, el profeta refleja su lucha interior al tener que llevar adelante con una misión que le es ingrata, pues debe aparecer como enemigo de su pueblo y traidor a sus compatriotas. Debió de ser compuesto en la época tormentosa del rey Joaquim (609-598), bajo el cual tuvo que sufrir mucho de parte de la corte. Jeremías se considera como vencido por la vida y se lamenta a Yahvé por la misión que le ha obligado a aceptar. En algunos momentos le parece que está abandonado hasta del mismo Dios.
Así, en un momento de desánimo, se pregunta si no sería mejor no haber nacido: ¡Ay de mí, madre mía, pues me engendraste! (v.10). Es un desahogo similar al del profeta Elías perseguido por Jezabel y al de Job en el colmo de los infortunios. Jeremías se siente atacado por todas partes por tener que hacer frente a los abusos de todas las clases sociales. Por eso es objeto de querella y de contienda por doquier. Todos le salen al paso y le maldicen. Sin embargo, él jamás se ha metido en negocios de interés material con nadie: A nadie presté, nadie me prestó. El préstamo con interés a los compatriotas estaba prohibido en la Ley, pero la costumbre había creado un ejercicio de préstamo bastante generalizado. El profeta se halla al margen de todo, en tal forma que nadie puede quejarse de sus intereses personales. Jeremías se siente inocente (v.11), e incluso su bondad se extendía a los enemigos, por los que rogaba (v.11).
El v.12 es muy enigmático y considerado por algunos como glosa, aunque está en todas las versiones. La versión de los LXX es totalmente diferente del TM: "¿Se puede conocer el hierro y el recubrimiento del cobre?" Ninguna de las dos lecciones parece dar un sentido aceptable. La frase hierro del norte parece aludir al hierro del Cáucaso, que era donde primero fue extraído, y era considerado como de mejor calidad. Quizá se aluda a la imagen de Jr 1, 18: "Te pongo como columna de hierro, como muro de bronce," aplicado a Jeremías resistiendo los embates de los enemigos. Así, pues, hablaría Yahvé: Puesto que te he puesto como "columna de hierro," no debes temer nada, pues ¿se puede romper el hierro del norte y el bronce? (v.12). Otra explicación posible es tomar la frase hierro del norte como sinónima del ejército babilonio. Como no es posible romper el hierro y el bronce, así no es posible a Judá romper la fuerza militar de Babilonia. Todas sus riquezas, bienes y tesoros caerán en poder del invasor omnipotente sin compensación alguna. Y todo ello a causa de los pecados del pueblo israelita (v.13). Y después, el cautiverio en tierra desconocida (v.14). La justicia divina se manifestará como un fuego devorador. De nuevo Jeremías vuelve a su problema personal íntimo, pidiendo protección contra los que conspiran contra su vida, sus perseguidores (v.15). Al profeta en su tragedia íntima se le hace larga la espera por el castigo de sus enemigos: no contengas tu ira (v.15b), y para ello invoca el celo de Yahvé, pues todo lo soporta por Él. Además, vuelve a presentar su inocencia y fidelidad: las palabras y mandatos de Yahvé constituían su gozo y la alegría de su corazón (v.16). Es un auténtico profeta de Yahvé; por eso puede decir que lleva su nombre. Toda su vida pertenecía a su Dios: yo llevo tu nombre (v.16b). Precisamente por estar al servicio de Yahvé estaba condenado al ostracismo social: por tu mano me sentía solitario (v.17b). Él, que tenía un temperamento comunicativo, debía aislarse de los que se divertían (v.17). Siempre tenía que anunciar cosas fúnebres y conminatorias a sus conciudadanos, proclamando la manifestación de la ira divina: pues me habías llenado de tu ira (v.17b) para difundirla en su nombre sobre la sociedad corrompida. Toda su vida ha sido un sufrimiento continuo, una herida incurable (v.18). Durante su penoso ministerio profetico se repiten las situaciones de modo terriblemente monótono: desprecios, incomprensiones, calumnias, irrisiones; ése es su patrimonio en esta vida; es su sino terrible, semejante a una herida que rehusa ser curada (v.18). Sobre todo, lo que más angustia su alma es que Yahvé no parece cumplir sus promesas de castigo sobre sus enemigos. ¿Es que le engaña? En ese caso, la situación de Jeremías es la del viajero que atraviesa la estepa sediento con la ilusión de encontrar un torrente de agua conocido de antes, y, al llegar al lugar, se encuentra con que está seco: ¿vas a ser como torrente falaz, cuyas aguas no son seguras? (v.18).

Jr 15, 19-21

El profeta en sus quejas parecía querer sustraerse a su ingrata misión. Sin embargo, Yahvé le da una oportunidad para volver sobre su supuesta resolución, ofreciéndose de nuevo al servicio de Él: si tú vuelves, yo te volveré (v.19a). Pero es preciso que sepa abstenerse de todo punto de vista personal; es necesario que se entregue plenamente a la misión de profeta, comunicando la palabra divina (lo precioso), separándolo de las escorias inherentes a sus puntos personales: lo vil (v.19b); probable alusión a la nostalgia que en el v. 17 mostraba por las lícitas expansiones y alegrías sociales a él vedadas. Si vuelve de nuevo desinteresadamente a ponerse al servicio de Yahvé, continuará su nobilísima misión de profeta: seguirás siendo mi boca (v.19b), el intérprete del mismo Dios. Además, llegará un momento en que sus enemigos se acercarán al profeta para que interceda por ellos cuando llegue la catástrofe: volverán a ti, no tú a ellos (v.19c). Por el mismo Jeremías sabemos que, en un momento de angustia, el rey Sedecías rogó a Jeremías que orara por la nación, y después de la toma de Jerusalén por los babilonios, los que se salvaron pidieron a Jeremías que intercediera por ellos ante los babilonios antes de huir a Egipto. Dios, por su parte, le repite lo que le había prometido al ser llamado al oficio profético: le daría fuerzas para resistir como inexpugnable muro de bronce (v.20). No podrán con él precisamente porque Yahvé está a su lado para liberarle.

Jr 16, 1-4

La orden dada a Jeremías de no contraer matrimonio suponía un sacrificio muy grande para el profeta. El matrimonio con una numerosa prole era signo de bendición divina, mientras que la esterilidad lo era de maldición. Por otra parte, Jeremías era por temperamento afectuoso y comunicativo, y por ello inclinado a la vida íntima familiar. Sin embargo, debe abstenerse del matrimonio para ser como un símbolo ante sus compatriotas de las desventuras que les esperaban. La vida de Jeremías debía ser una ofrenda total a una misión ingrata: la de comunicar de parte de Yahvé los castigos que habían de caer sobre la sociedad israelita. El celibato del profeta sería un anuncio permanente de la suerte que esperaba a los padres, que se verían privados de sus hijos por efecto de la guerra devastadora (v.3). La mortandad será tal, que no habrá ni quien los entierre, quedando los cadáveres abandonados como estiércol sobre la haz de la tierra, pasto de las aves.

Jr 16, 5-7

Jeremías debe abstenerse también, por orden divina, de participar en los duelos. Es decir, no debe tomar parte ni en sus alegrías (el matrimonio) ni en sus penas. Debe abstenerse de manifestar condolencias, ya sea en los festines fúnebres, ya en las otras manifestaciones sociales de duelo. Con ello debía simbolizar la futura mortandad, en la que no quedarían gentes para hacer los ritos fúnebres de rigor. Ha llegado la hora de la justicia después de haber abusado del tiempo de la misericordia. En el v.6 especifica los ritos fúnebres de que debe abstenerse. Entre ellos estaban los de hacerse incisiones y rasurarse la cabeza. El primer rito estaba prohibido entre los israelitas. Los sacerdotes no podían rasurarse la cabeza en signo de luto, pero parece que era común entre el vulgo. Al principio, estos ritos tenían sentido supersticioso, y después pudieron quedar como mero rito externo de duelo, sin sentido religioso. Jeremías no dice nada sobre la licitud o ilicitud de estos ritos, sino que se limita a decir que no habrá ocasión de ellos, dada la cantidad de muertos en la guerra. No habrá lugar para hacer los honores a los caídos, ni tampoco para consolar a los vivientes por la pérdida de sus deudos: nadie les partirá el pan del duelo (v.7). Esta frase parece aludir a los banquetes fúnebres que los familiares daban a los que se unían a su dolor. Otros creen que alude a la supuesta costumbre de llevar los amigos sus manjares y bebidas a los deudos próximos del difunto, que guardaban un día de ayuno en señal de luto. El mismo sentido tendría la copa de consolación por la muerte del padre y de la madre (7b). La tragedia será tal, que nadie se preocupará de estos deberes elementales sociales, sino que cada uno sólo se preocupará de su suerte y vida.

Jr 16, 8-9

Tampoco debe Jeremías participar en los festines alegres de sus conciudadanos, para significar con su conducta que cesará toda alegría y exultación en el país. Aquí banquete (v.8) no se refiere a los festines fúnebres a los que antes hacía alusión, sino a los banquetes alegres que se celebraban con ocasión de solemnidades alegres, como bodas y otros acontecimientos felices. El profeta debe renunciar a todas las alegrías honestas sociales y dedicarse a una vida solitaria, austera y triste. Con ello se convertirá en un símbolo viviente de las futuras tristezas nacionales, que, por otra parte, son inminentes: en vuestros días (v.9) desaparecerá toda alegría, y entre ellas la más característica de todas, las jubilosas fiestas nupciales: el canto del esposo y de la esposa.

Jr 16, 10-13

Los contemporáneos del profeta creían que cumplían sus obligaciones para con Yahvé con la vida de culto normal en el templo. Con sus sacrificios y ofrendas creían contentar a su Dios, y no tenían reparo en participar en cultos sincretísticos de tipo idolátrico. Por eso no comprenden las profecías conminatorias de Jeremías: ¿Por qué nos anuncia Yahvé todos estos males? ¿Cuales son nuestras maldades? (v.10). La respuesta de Yahvé no se deja esperar: toda la historia de Israel es una constante apostasía y degradación moral. La obstinación es una de las características de los israelitas a través de su historia (v. 11-12), rompiendo el pacto de Yahvé desde los albores de su historia nacional. Esta mala conducta ha sido colmada por la presente generación (v.12), y por eso los condena Yahvé al cautiverio (v.13), donde podrían entregarse plenamente al culto idolátrico, que tanto amaban. La frase es irónica. Yahvé está cansado de mostrarse complaciente con su pueblo, y esto tiene una medida. En adelante no les concederá gracia o compasión.

Jr 16, 14-15

Estos versos parecen glosa que interrumpe el contexto. Con ligeros cambios aparecen en Jr 23, 7-8, donde tienen su lugar debido. Algunos autores, sin embargo, quieren considerarlos como pertenecientes al contexto en que se hallan, pues aunque interrumpen las amenazas, serían como una luz de esperanza para los israelitas fieles a Yahvé, recordándoles que las promesas mesiánicas se cumplirían y que el pueblo elegido recuperaría otra vez su amistad con Dios. La nueva liberación será tan gloriosa, que se olvidarán las futuras generaciones de la milagrosa liberación de Egipto y cantarán más bien la nueva liberación de los hijos de Israel de la tierra del aquilón (v.15), es decir, de Mesopotamia, adonde fueron llevados cautivos, siguiendo la ruta del norte o de Damasco. Volverán a instalarse en la tierra de sus padres, que les pertenece por concesión especial divina.

Jr 16, 16-18

De nuevo se repiten las amenazas comenzadas en los v.9-13, es decir, las alusiones al cautiverio. Los soldados enemigos serán como pescadores o cazadores (v.16), que andarán ansiosos de tomar a los israelitas por los montes y collados. Es inútil que se escondan en las cavernas de las rocas, pues serán buscados y cazados como alimañas (v.16). Los invasores son instrumentos de Yahvé, que ve todos los escondrijos y caminos de los israelitas (v.17), su conducta depravada. Nada se oculta a sus ojos. Será una deportación completa. Y todo esto les vendrá por sus prácticas idolátricas, con las que han profanado la tierra de Yahvé, que le pertenece como su exclusiva heredad (v.18). Se compara los ídolos a carroña de cadáveres porque contaminaban el país de Yahvé, como los cadáveres contaminaban el lugar en que estaban y todo lo que tocaban, o porque son despectivamente considerados como seres sin vida, totalmente impotentes, como los cadáveres.

Jr 16, 19-21

Este fragmento es de estilo salmódico y parece un desahogo del profeta, que expresa sus sentimientos de esperanza en Yahvé en medio de tantas amenazas. En medio de la catástrofe, Yahvé será siempre la fuerza y refugio del profeta (v.19). Pero su perspectiva se alarga, y entrevé proféticamente el universalismo de la nueva teocracia, pues numerosos pueblos entrarán a formar parte del nuevo reino: a ti vendrán los pueblos desde los confines de la tierra (v.19b). Reconocerán estos paganos que sus dioses y los de sus antepasados son falsedad: sólo mentira fue la herencia de nuestros padres (v.19c). El v.20 parece una profesión del profeta, que predica la inanidad de los ídolos, de origen humano. Muchos autores consideran estos versos como adición posterior, obra de un piadoso israelita que viviera en el destierro y despreciara las manifestaciones pomposas idolátricas del país: no son dioses (v.20), clara profesión de fe yahvista. El v.21 parece la conclusión del anuncio del castigo, interrumpido por los v. 19-20. Al sentir la desgracia, los israelitas reconocerán la fuerza del brazo de Yahvé y verán en el nombre de Yahvé la síntesis de su historia como pueblo elegido. Yahvé ha sido su salvador en las grandes vicisitudes históricas, el que les dio la Ley y el que los protegió. Llegará un momento en que volverán a valorar el nombre de Yahvé como síntesis de las promesas y esperanzas de Israel.

Jr 17, 1-4

Este fragmento falta en los LXX, aunque en Jr 15, 13-14 se reproduce parte de esta perícopa. A pesar de todo, podemos considerarla como auténtica tal como aparece en el TM. No se puede precisar la fecha de su composición.
El pecado de Judá por antonomasia, la idolatría, es tan inveterado y habitual, que a los ojos de Dios aparece como escrito con estilete de hierro, a punta de diamante, en la tabla de su corazón (v.1). Por eso es difícil de corregir. El corazón de los hebreos era como una superficie metálica en la que había sido grabada la idolatría; de ahí su propensión innata a irse tras de dioses extraños, abandonando a Yahvé, su Dios. En los cuernos de sus altares (v.1c): los altares sirofenicios, entre los que se incluían los dedicados a Baal y a Astarté en Canaán, eran rematados por cuatro cuernos en sus ángulos, que simbolizaban el poder de la divinidad. A esto alude el texto de Jeremías: la presencia de esos cuernos en sus altares era reflejo del culto idolátrico que practicaban; por eso el pecado de Judá estaba grabado en los cuernos de los altares. En la Biblia se habla también de los cuernos de los altares del templo de Jerusalén y del tabernáculo del desierto, que eran ungidos de la sangre de la víctima. Pero aquí parece referirse a los altares idolátricos. Las aseras (v.2) eran troncos de árboles verticales, plantados junto a los altares idolátricos, que simbolizaban la frondosidad del bosque y representaban a la divinidad de la fecundidad, asociada a Baal. Los árboles verdes eran también lugares de culto y simbolizaban la fecundidad de la naturaleza. A su sombra se daban todos los desórdenes morales con ocasión de los cultos paganos. Las colinas elevadas son los famosos "lugares altos" o bamot, en los que abundaban los cultos idolátricos.
Por estas transgresiones idolátricas, Yahvé condenará a su pueblo con todas sus riquezas al pillaje (v.2b). Y después el cautiverio, teniendo que abandonar la heredad que Yahvé le había dado, es decir, la tierra de Canaán, y todo como consecuencia de la manifestación justiciera de Yahvé, cuya ira arderá para siempre (v.4c). La expresión es hiperbólica y designa la magnitud de la ira divina, que se manifiesta en toda su fuerza al castigar a su pueblo.

Jr 17, 5-8

Este fragmento, de carácter sapiencial, incrustado en un contexto inadecuado por algún redactor posterior, interrumpe la ilación lógica del capítulo y parece no encajar en el estilo de Jeremías, que se preocupa más de lo concreto que de la exposición de ideas de tipo general. De todos modos, algunas veces Jeremías expresa incidentalmente principios teóricos sin conexión con determinadas circunstancias.
Aquí la expresión maldito el hombre que en el hombre pone su confianza (v.5) puede ser una alusión de Jeremías a la obsesión de sus compatriotas en buscar alianzas de pueblos extranjeros, asirios o egipcios. Quizá lanzara su apostrofe al rey Joaquim, que seguía una política demasiado humana. Carne aquí es equivalente a debilidad e impotencia. El que aleja su corazón de Yahvé es como arbusto en la estepa, que crece raquíticamente. El profeta parece pensar en los arbustos escuálidos que crecen en la zona esteparia a orillas del mar Muerto, en su parte sur, llenas de emanaciones salitrosas. Al contrario, el que confia en Yahvé será el árbol que crece exuberante junto a las corrientes de las aguas, y a medida que se acerca la época estival extiende sus raíces hacia la corriente (v.8). El justo que confía en Yahvé en los momentos críticos se afinca en sus creencias y esperanzas religiosas, y así desafía la venida del calor, es decir, las persecuciones y angustias consecuentes.

Jr 17, 9-13

Son estas sentencias de tipo sapiencial, sin conexión entre sí. En los v.8-10 se trata de la admirable penetración de la sabiduría divina, que penetra los corazones y los riñones (v.10). Según la mentalidad hebrea del A.T., los riñones eran considerados como el asiento de las inclinaciones y aun de los movimientos intelectivos. Yahvé conoce los caminos o conducta de cada uno (v.10), a pesar de que el corazón del hombre es tortuoso y perverso (v.9).
El contenido del v.11 no tiene ligazón con lo anterior. Es un proverbio sapiencial. Según la creencia popular, la perdiz robaba los huevos de los otros pájaros para incubarlos, y los polluelos, una vez crecidos, abandonaban a su supuesta madre; ésta, pues, no sacaba provecho de su trabajo. Del mismo modo, el que injustamente allega riquezas (v.11a) no podrá disfrutar de ellas, ya que, castigado por Dios, a la mitad de sus días tendrá que dejarlas (v.1 1b). Por eso, al fin (en sus postrimerías) aparecerá como un necio, que no ha sabido conducirse en la vida conforme al temor de Dios.
Los v.12-13 son un nuevo fragmento desconectado del anterior. Se celebra la gloria de Sión como trono de Yahvé. Aunque el profeta había combatido la idea de que la presencia del templo tenía un poder talismánico para apartar la desventura de su pueblo, sin embargo, seguía creyendo profundamente que el templo era el centro de la vida religiosa de su pueblo. Allí estaba su trono de gloria (v.12), y esto desde el principio, es decir, desde que Yahvé escogió la colina de Sión como centro de la teocracia davídica. Yahvé es la razón de ser de toda la vida nacional, la esperanza de Israel (v.13), pues lo ha protegido a través de su historia y le ha hecho unas promesas mesiánicas redentoras. De ahí la estulticia de quienes le abandonan, siendo como es la fuente de aguas vivas (v.13). En Jr 2, 23 se contrapone a Yahvé, fuente de aguas vivas que siempre está manando, y los ídolos, que no son sino "cisternas rotas," que no pueden retener el agua.

Jr 17, 14-18

De nuevo aparece la tragedia íntima del profeta. Ha anunciado castigos inmediatos a sus contemporáneos pecadores, y no llegan; de ahí la burla de todos al ver que no se cumplen sus predicciones. Quizá la fecha de composición más verosímil de este fragmento sea en los primeros años del rey Joaquim, hacia el 607, cuando los babilonios estaban aún lejos y se gozaba de relativa tranquilidad confiando en los aliados egipcios.
La frase sáname tiene un sentido moral: el profeta desea verse libre de aquel estado angustioso de conciencia al no ser comprendido de sus compatriotas, que siguen alejados de Yahvé, que los va a castigar. En realidad, Yahvé es su gloria (v.14), es decir, el objeto de su único orgullo personal, pues a Él ha dedicado desinteresadamente su vida. Pero, con todo, no puede evitar pedir que le libre de las burlas de los que dicen: ¿Dónde está la palabra de Yahvé? ¡Que se cumpla! (v.15). La frase tiene un sentido irónico, pues le echan en cara al profeta que sus lúgubres predicciones no se cumplen. Y Jeremías confiesa que él no tiene interés en lanzar profecías conminatorias, sino que es Yahvé el que le empuja a hablar así a sus conciudadanos. Personalmente no desea la suerte que anuncia a éstos: Pero yo no he ido tras de ti a incitarte al mal, ni he deseado el día de la calamidad (v.16a). Jeremías era de sentimientos muy afectuosos y amaba profundamente a su pueblo; por eso le dolía íntimamente anunciar el día de la calamidad o del castigo divino. Reiteradamente había suplicado que Yahvé contuviera su ira. Yahvé era testigo de que de sus labios no salió nada en contra de su pueblo ni que ha hecho mal alguno.
Supuesto esto, suplica a Yahvé que no le abandone a sus enemigos, ya que es su refugio en el día de la desventura (v.17), en el día de la manifestación de la justicia divina, esperando salvarse de la catástrofe. Por honor de su Dios quiere que sean confundidos sus perseguidores (v.15a), para que se convenzan de que están engañados. Por eso desea que Yahvé envíe sobre ellos el día de la desgracia, del castigo divino.

Jr 17, 19-27

Jeremías apoyaba la reforma de Josías, y entre las observancias de la Ley más estrictas estaba la del descanso sabático. Es el único fragmento de Jeremías en el que se habla de la observancia del sábado. Por eso, muchos autores sostienen que es posterior al profeta, y creen que fue compuesto en tiempos de Nehemías. Pero, aunque es verdad que los profetas no urgían mucho el cumplimiento de los preceptos cultuales, porque esto era misión de los sacerdotes, no obstante, no olvidemos que Jeremías era de la clase sacerdotal y que la ley del descanso sabático era la más antigua prescripción de la Ley mosaica, pues aparece ya en el Decálogo. En el estado actual de los conocimientos orientalistas, la institución hebraica del sábado no tiene paralelo en las instituciones de otros pueblos antiguos. Cierto que existe el nombre babilónico shabattu para indicar el día de luna llena; pero en la Biblia jamás el sábado está relacionado con la luna llena. El culto lunar está expresamente condenado por Jeremías, siguiendo al Deuteronomio.
La ley sobre el descanso sabático era la ley fundamental de la alianza, y su observancia era la mejor muestra de fidelidad a Yahvé, como la circuncisión era el signo de pertenencia a Yahvé. Por eso no tiene nada de particular que Jeremías insistiera en la observancia de una ley tan fundamental en la Ley descubierta bajo Josías (721), que fue la base de la reforma emprendida por este rey, eficazmente secundada por el profeta de Anatot.
Dios manda a Jeremías que se aposte junto a la puerta de los Hijos del pueblo (v.19). Nos es desconocida una puerta de Jerusalén con tal nombre. Se ha querido identificarla con una puerta del palacio real que diera a la explanada del templo, por la que pasarían los reyes de Judá y el pueblo cuando iban al palacio. En todo caso, parece que era una puerta muy frecuentada por el pueblo; por eso Jeremías debe colocarse allí para comunicar a las gentes, en nombre de Yahvé, un mensaje importante sobre la observancia del sábado. El profeta les urge la observancia del sábado por su vida (del pueblo); esto les afecta en tal forma, que la profanación del sábado puede traer como consecuencia un peligro de muerte para ellos. Se ve que había prevalecido la costumbre de aprovechar el día del sábado para traer cargas (v.21) para aprovechar el día. En la Ley se prohibían los trabajos del campo, el comercio, la recogida de leña, el encender el fuego para cocer la comida. El llevar cargas podía incluirse en los trabajos del campo. Los antepasados de los contemporáneos de Jeremías no habían cumplido estos preceptos (v.23). Con ello se muestra la paciencia de Yahvé para con su pueblo. Sin embargo, ahora deben cambiar de conducta si quieren continuar como pueblo con su monarquía: entrarán por la puerta de esta ciudad los reyes (v.25). La continuidad de la dinastía davídica, con sus carros y caballos, está vinculada al cumplimiento de los preceptos de la alianza, cuyo símbolo era la observancia del sábado.
Y también de esto dependerá la continuación del culto esplendoroso en la casa de Yahvé (v.26). De todas las partes del país afluirán a Jerusalén con sus holocaustos (sacrificios cruentos en los que se quemaba toda la víctima), víctimas (sacrificios cruentos en los que se quemaba sólo una parte de la víctima), ofrendas de acción de gracias (o de "alabanza" en hebreo, sacrificio de una víctima, de la que se quemaba parte, y se la acompañaba de la ofrenda de flor de harina); y vendrán de la tierra de Benjamín, tribu en la que se incluía Jerusalén; del llano, la parte costera, ocupada antes por los filisteos; de la montaña, la parte montañosa de Judá, y del mediodía o Negueb, la región colindante con el desierto de la península del Sinaí (v.26).
La infracción del descanso sabático, como signo de infidelidad hacia la alianza, traerá como consecuencia la ruina de Judá: encenderé fuego en sus puertas, que devorará los palacios de Jerusalén (v.27). Todo el esplendor de la monarquía davídica, con sus palacios, desaparecerá en virtud del castigo divino por las infidelidades de Judá.

Jr 18, 1-10

Jeremías recibe la orden de ir a la casa del alfarero (v.2) y observar lo que éste hace, para después sacar una lección moral para su pueblo. El alfarero estaba a la rueda o torno (v.5), alusión al sistema primitivo, aún existente en Palestina, de hacer la vasija utilizando dos ruedas de piedra o madera unidas por un eje. La inferior es movida por el pie, y en la superior se va modelando la arcilla a gusto del artífice. Jeremías se fijó en que, cuando se estropeaba entre las manos la vasija que estaba haciendo (v.4), la deshacía, y con la misma arcilla hacía otra a su gusto. El detalle tenía su significación en el orden religioso para el profeta, y así se lo declara Dios expresamente: Israel está en manos de Yahvé como la arcilla en manos del alfarero (v.6).
Lo que quiere destacar en primer término con este símil es la libérrima omnipotencia divina, en tal forma que puede hacer de Israel y de los pueblos lo que le plazca, como el alfarero hace la vasija a su gusto. Yahvé es dueño absoluto de los destinos de Israel. La aplicación más exacta, conforme al símil, es que así como el alfarero hace, con la misma arcilla de la vasija deshecha por haberse estropeado, otra a su gusto, así Yahvé, sin desechar las malas cualidades de Israel, sobre todo su obstinación, le utiliza con sus defectos para modelarle conforme a sus designios. Pero en las parábolas y alegorías es necesario atender sobre todo a la finalidad de la misma exigida por el contexto, que aquí es destacar la autónoma omnipotencia de Yahvé. Este carácter omnímodo se extiende a los destinos de todos los pueblos. No obstante, en los planes de Dios se salva siempre la justicia y la misericordia, y por eso muchas veces sus amenazas son condicionadas y dependen de la reacción de los pueblos. Aquí se presenta a Dios antropomónicamente, pues es capaz de arrepentirse de sus planes y designios (v.8). Son modos de hablar humanos que no han de tomarse al pie de la letra. La suerte, pues, de Israel depende de su conducta.

Jr 18, 11-12

Después de haber enunciado el principio general, el profeta detalla su aplicación práctica a Israel, que ha sido infiel a Yahvé; por tanto, la justicia vengadora puede rechazar y aniquilar a dicho pueblo, pero quiere dar una última posibilidad de salvación, invitando al arrepentimiento: Yahvé está trazando males contra los israelitas en el supuesto de que no cambien de conducta. Pero el pueblo sigue aferrado a sus malas costumbres: es en vano (v.12); no creen en las recriminaciones del profeta de Yahvé. Jeremías pone en boca del pueblo el modo de pensar de éste, reflejado en su conducta práctica: obraremos según la dureza de nuestro corazón. Es ya la obstinación declarada y porfiada.

Jr 18, 13-17

El pecado de Israel no tiene paralelo en la historia, pues ha abandonado a su propio Dios, que le protegió en toda su vida nacional, para irse tras dioses extranjeros: es el horrible crimen de la virgen de Israel. La frase tiene un sentido de ternura, reflejada en el epíteto aplicado a Israel: la virgen, Israel, que ha sido la virgen desposada de Yahvé en sus primeros tiempos de elección en el desierto. Su defección la explica el profeta por un símil de la naturaleza inanimada: la nieve del Líbano permanece unida en las cimas de la roca del campo; probable alusión al monte Hermón, que se eleva en el campo o llanura. En Jr 21, 13 se llama a Jerusalén roca de la llanura en un sentido análogo. La idea de la comparación es que, mientras la nieve permanece vinculada a las crestas de las montañas, donde sólo puede subsistir en las épocas de calor, y las aguas frescas siguen fluyendo de los montes, sin pretender buscar otros cursos caprichosos, que las harían agotarse en seguida, Israel, en cambio, no permanece unido a Yahvé, donde sólo puede subsistir y de cuyo manantial sólo puede recibir vida nacional. Los israelitas han olvidado a Yahvé, tropezando por sus caminos, los senderos antiguos (v.15b), apartándose o recalcitrando en los caminos de la tradición yahvista, que debía seguir, los cuales eran los senderos antiguos, trazados por Dios, siguiendo sendas extraviadas, peligrosas (la idolatría), que no era el camino trillado que se le había señalado desde el principio.
Consecuencia de su error será la desolación y la ruina. Dios los castigará con la destrucción de sus ciudades y con la deportación en masa, y todos los que pasen por ella se asombrarán y moverán la cabeza (v.16) en señal de burla y desprecio, pues verán en ello una maldición divina. Yahvé hará que venga un ejército enemigo que agoste, como el viento solano (el jamsim, viento abrasador del desierto), todo lo que haya de vida, dispersando a la población hacia el exilio (v.17). Yahvé se desentenderá de su pueblo, dándole la espalda u ocultando su rostro en el momento de la tragedia, el día del infortunio.

Jr 18, 18-23

Encontramos aquí una situación similar a la descrita en Jr 11, 18-20; Jr 15, 10ss. Los enemigos de Jeremías traman asechanzas contra él para quitarle de delante y verse libres de sus acusaciones, que consideran inoportunas (v.18). La acusación principal contra él es que ha predicho la ruina de la nación y del templo, lo que no podía concebirse conforme a las promesas divinas de permanencia del pueblo: no ha de desaparecer la ley del sacerdote, el consejo del sabio y la palabra del profeta (v.18). La teocracia hebrea se basaba espiritualmente en el sacerdote, el profeta y el sabio o escriba de la Ley. A pesar de las predicciones de Jeremías, estas instituciones fundamentales permanecerán, y, por tanto, son blasfemas y atentan contra la providencia que Yahvé tiene de su pueblo las palabras de ruina de la nación que constantemente anuncia Jeremías. Así discurrían los grupos de oposición al profeta. La expresión Darnos a herirle con la lengua alude a las maquinaciones secretas y calumnias que urdían contra el profeta para acusarle y condenarle. Querían condenarlo ante la opinión pública como sacrílego, pues anunciaba cosas contra los intereses de la nación elegida por Dios. Es la misma acusación que los contemporáneos de Cristo hicieron contra Él. Una vez más Jeremías aparece como tipo del Cristo doliente.
Al profeta, ante estas insidias y acusaciones, no le queda sino recurrir a Yahvé, que le ha prometido liberarlo de los violentos; por eso a Él acude confiado: oye la voz de mis adversarios (v.19). Se siente herido por la ingratitud de su pueblo. Todo lo que ha hecho es en bien de sus compatriotas, y, sin embargo, pagan mal por bien (v.20). En sus predicciones no ha buscado sino el arrepentimiento del pueblo para librarlo de la ira divina. Pero se lo pagan acusándole de traidor y sacrílego. Es la eterna tragedia íntima de Jeremías, que durará toda su vida hasta ver consumadas literalmente sus profecías de ruina y de exterminio.
En un momento de amargura, el profeta deja desahogar su alma con unas imprecaciones que hieren nuestro sentido cristiano de la caridad. De nuevo nos encontramos aquí con expresiones orientales hiperbólicas, y de nuevo tenemos que recordar que el nivel espiritual del A.T. era muy inferior al del ?. ?. El perdón total de los enemigos, orando por ellos, y su conversión, es un fruto espiritual de la muerte de Jesús, perdonando a sus enemigos desde la cruz. San Esteban es el primero en iniciar la serie de mártires que bendicen a sus verdugos, implorando para ellos el perdón de sus pecados y ofreciendo su sangre por ellos. En el A.T., sólo el Siervo de Yahvé del libro de Isaías -culminación máxima de las profecías personales mesiánicas- aparece sufriendo callado, sin protestar ante sus enemigos. Precisamente esto era lo que no pudieron comprender los judíos en la profecía, y de ahí que, cuando Jesús aparece cumpliendo materialmente los detalles del vaticinio, sus compatriotas le condenen, por considerarle en oposición a las concepciones tradicionales de Israel. El amor a los enemigos es una revelación de la predicación evangélica, y la fundamental de todas, y es tan elevada que aun los grandes justos del A.T., como los patriarcas y profetas, no pudieron llegar a ella, a pesar del profundo sentido de justicia que los dominaba. Es que la caridad cristiana tiene unas cimas muy superiores a la más elevada justicia humana.
La expresión salgan gritos de sus casas (v.22) alude a los gritos de los niños y demás seres débiles que están en casa cuando llega el salteador o ejército enemigo invasor. Estas imprecaciones del profeta son un deseo de castigo para sus enemigos, que han cavado una hoya para tomarlo. Los conciudadanos de Jeremías le tienden asechanzas, como hacen los cazadores para cobrar sus piezas, poniendo lazos ocultos y hoyas, para que caigan inadvertidamente en ellas. La imagen es muy usual en la Biblia. Por eso pide a Yahvé que no olvide la iniquidad de ellos: no borres su pecado de ante tus ojos (v.23). Yahvé lleva en un libro la contabilidad de las buenas y malas acciones, y Jeremías quiere que continúe el enorme pasivo que carga sobre sus enemigos y que en el día de la ira de Yahvé reciban el pago de sus obras.

Jr 19, 1-13

Yahvé ordena a Jeremías que baje con algunos ancianos y sacerdotes, como testigos de excepción, al valle de Ben-Hinnom, o depresión al occidente de Jerusalén, el actual Wady Er-Rababy, y ge-henna de la tradición rabínica contemporánea de Cristo. La puerta de la Alfarería, cuyo nombre parece persistir en el "campo de la Alfarería" (o Hacéldama), consagrado para lugar de sepultura de peregrinos, es generalmente localizado en la zona de confluencia del Cedrón, el Tiropeón y Er-Rababy, donde por la abundancia de agua es fácil que hubiera muchas artesanías de alfarería. El profeta allí se dirige solemnemente a toda la nación (reyes de Judá y habitantes de Jerusalén, v.5); y parece levantar enfáticamente su mano desde el valle hacia la colina de Jerusalén y sus alrededores que estaban enfrente: traeré sobre este lugar (v.3). El Tofet era el símbolo de todas las abominaciones y transgresiones que habían cometido los habitantes de Jerusalén. La culminación de la insensatez idolátrica está representada en los sacrificios cruentos de sus hijos en holocausto a Baal (v.5). Habían llenado aquel lugar de sangre de inocentes, quemando sus hijos a Moloc. Con ello habían enajenado este lugar del Tofet, levantando altares a dioses extranjeros, abandonando a su Dios nacional. Los v.5-6 reproducen casi a la letra el pasaje de Jr 7, 31-32 (véase su comentario en este lugar). Yahvé se encargará de frustrar las vanas esperanzas que habían puesto, en los ídolos del Tofet. No los librarán en la hora del castigo (v.7). La mortandad será general. Todos los que pasen por ese lugar silbarán en son de burla al ver que el pueblo israelita ha sido abandonado de sus dioses (v.8). En el asedio de la ciudad se darán las escenas más trágicas, comiéndose mutuamente entre sí los padres y los hijos.
La rotura de la orza representa la rotura que Yahvé hará con Judá como pueblo. La expresión sin que pueda volver a componerse (v.11) no debe entenderse en sentido absoluto, sino, como todas las profecías conminatorias, en sentido condicionado, supuesto que el pueblo no se arrepienta y vuelva a Dios.
Los v.12-13 parecen obra redaccional, fuera de contexto, que están mejor en el discurso sobre el Tofet. Este lugar de la mortandad, al estar lleno de cadáveres, se contaminaba. Así, Jerusalén, al caer en manos de los enemigos, tendrá sus calles y plazas convertidas en un montón de cadáveres, quedando, por tanto, inmundas (v.13), como lo era el Tofet o lugar de maldición divina. El contacto con un cadáver hacía impuro al que lo tocaba. Toda Jerusalén será convertida en un inmenso cementerio, pues en sus casas hubo prácticas idolátricas: todas las casas en cuyos terrados quemaron incienso a toda la milicia celeste y libaron a dioses extraños (v.13). Desde Manases había habido una infiltración de cultos idolátricos en su más variada manifestación: en el templo, en las plazas, en las terrazas del palacio real y de las casas privadas. Sobre todo, el culto astral (la milicia celeste) estaba muy extendido por influencia asiro-babilónica.

Jr 19, 14-15

Jeremías había bajado al valle de Ben-Hinnom, junto al Tofet, para destacar el carácter idolátrico y abominable de aquel lugar; pero con él estaban un reducido número de personas, y era preciso anunciar la ruina a todo el pueblo de Jerusalén, y por eso sube al atrio del templo (v.14). El castigo es inevitable por la obstinación en el pecado por parte de Tuda, desoyendo los mandatos de Yahvé.

Jr 20, 1-6

En este incidente, lleno de verismo, podemos ver la tragedia íntima de Jeremías, que, incomprendido, es considerado como traidor a su pueblo y encarcelado. Pasjur era un nombre no raro en su tiempo. Era de la clase sacerdotal, hijo de Immer, cuya descendencia constituía la decimosexta clase de sacerdotes. Después del exilio aparece una familia sacerdotal numerosa con este nombre. Era inspector jefe del templo, encargado quizá de los servicios de policía del mismo. Este, que aparece como seudoprofeta después, quiere dar una lección punitiva a Jeremías para que no continúe sus predicciones siniestras, desmoralizando al pueblo, que está ilusionado con resistir a los babilonios apoyado "por supuestas alianzas egipcias". Le manda poner en el cepo, instrumento de tortura que por la palabra hebrea empleada parece indicar extorsión de miembros. Quizá se sujetara a la víctima inclinada con las manos y pies a un tronco de madera. La puerta superior de Benjamín debía de estar al norte de la ciudad, mirando hacia el territorio de la tribu de Benjamín. Se la llama puerta superior para distinguirla de otra "puerta de Benjamín" que estaba más al occidente, hacia el Tiro-peón.
Al día siguiente de ser libertado, Jeremías severamente le anuncia un castigo. La profecía desventurada que le anuncia la basa en un cambio de nombre de Pasjur, que en adelante se llamará Magor-misabib, que quiere decir "Terror por doquier" o "alrededor." Quizá haya un juego de palabras entre los dos nombres, pero no sabemos el significado de Pasjur. Probablemente el nuevo nombre ha sido escogido imaginariamente por Jeremías para expresar la desventura que espera al tirano Pasjur, como antes cambió el nombre de Tofet en valle de la Mortandad en función de las escenas de muerte que en él habían de tener lugar. El nuevo nombre puesto al jefe inspector del templo indicaría el extremo pavor de que será presa él y sus amigos cuando se vean en la apretura del asedio y después camino del destierro, donde morirán irremisiblemente (v.6).

Jr 20, 7-13

La misión de Jeremías es tan dura e ingrata, que su alma ya no puede soportarla por más tiempo, y por eso de nuevo desahoga su alma, quejándose a Dios por haberle puesto tan pesada carga, que él no ha buscado. En toda su misión no ha cosechado sino escarnios y afrentas. En su desesperación acusa el profeta a Yahvé de haberle engañado Tú me sedujiste, y "me dejé seducir" (v.7). Cuando era joven inexperto, le cargó con una misión que ahora no aceptaría. Se ha aprovechado, pues, de su inexperiencia. La frase es fuerte y radical, al estilo oriental. Lejos de buscar el matiz, que nosotros expresaríamos diciendo: "Me persuadiste," se expresa con frases radicales para resaltar más el contraste de la idea. Lo que quiere el profeta destacar es lo ingrato de su misión de intérprete de los designios punitivos de Yahvé sobre su pueblo. Voluntariamente no se hubiera ofrecido para ello, y sólo por la imposición divina lo aceptó: Tú eras el más fuerte, y fui vencido.
Por otra parte, sus vaticinios, al retrasarse su cumplimiento, son considerados por sus contemporáneos como lucubraciones de su imaginación, y con ello se convierte en objeto de burla e irrisión (7b). Su misión ha sido siempre ingrata, ya que no le toca anunciar cosas agradables, sino ruina y devastación para su pueblo (v.8). Con ello tiene que presentarse ante sus conciudadanos como traidor y enemigo de los intereses de su pueblo: la palabra de Yahvé es oprobio y vergüenza para mí (v.8b). Es tan dura e ingrata su misión, que en algunos momentos, desfallecido, quiso substraerse a su cumplimiento (Y aunque me dije: No me acordaré de él, no volveré a hablar en su nombre, v.9), sin embargo, la imposición divina le ha vencido, pues el callar el mensaje divino le era un tormento mayor, ya que sentía en sus entrañas como un fuego abrasador, que penetraba hasta sus huesos y se le hacía insoportable. En otras ocasiones dice que estaba lleno de la cólera divina. Estos desahogos de Jeremías muestran cómo las profecías verdaderas no son fruto de reflexiones personales de los profetas, pues hablan contra lo que ellos quisieran decir si se dejaran llevar de sus sentimientos humanos. Sienten que son instrumentos de algo superior a lo que no pueden substraerse.
A continuación refleja la conducta de sus adversarios, que buscan una ocasión de denunciarle (v.10). La frase terror por doquier es considerada generalmente como glosa redaccional posterior, tomada del v.3. Incluso sus amigos (lit. "los hombres de mi paz," es decir, con los que vive en paz) le acechan, esperando un traspié. Le habían abandonado, y, aunque se mostraban corteses exteriormente, sin embargo, hacían causa común contra él.
Jeremías, por toda respuesta, hace un acto de confianza en Yahvé. Se siente bajo la protección de su Dios, que le ha enviado, y esto le da fuerza contra todo. En realidad, Yahvé es un fuerte guerrero que está a su lado, y, por tanto, desbaratará los planes de sus perseguidores, que serán confundidos al verse fracasados en sus planes de eliminarle. Yahvé es en realidad el que conoce los secretos de los riñones y el corazón (v.12), los íntimos pensamientos urdidos en la zona misteriosa de la conciencia humana; por eso debe conocer las tramas injustas de sus enemigos. El profeta, en una confesión muy humana, desea ser testigo del castigo sobre sus perseguidores, y confía su causa judicial a Dios mismo.
Este v.12 y el 13 tienen un carácter netamente salmódico, y quizá sean obra de un redactor de la época sapiencial.

Jr 20, 14-18

La belleza incomparable de este fragmento se sobrepone al efecto que en el lector pudiera evocar el radicalismo de los deseos y afirmaciones del profeta. La reacción del profeta parece desesperante, y es un crescendo sobre lo anterior, en que culpa a Dios de su tragedia. Se halla sumergido en un profundo aburrimiento de vivir; quisiera no haber nacido. Las frases son cortantes y absolutas y reflejan la situación de su alma, angustiada y apesadumbrada por tanta desventura. Su debilidad humana aparece descrita con honesta desnudez. La falta de luces sobre una vida de ultratumba explica ese estado de desesperación, incomprensible en nuestra sensibilidad cristiana. La sobrenaturalización del dolor en su sentido de purificador de las propias faltas y aun redentivo de las ajenas es una adquisición del ?. ?. ? nosotros, ante tales desahogos humanos del profeta, no nos queda sino "respetar el drama íntimo de un alma grande purificada y fortalecida por el sufrimiento". Se puede admitir la hipérbole en las crudas expresiones del profeta. Sus expresiones, reflejo de un alma dolorida en extremo, no han de tomarse al pie de la letra, sino como eco de su profunda e íntima tragedia. Sus invectivas son figuras retóricas admitidas en las literaturas universales.
Como su vida no ha sido sino una cadena ininterrumpida de dolores, se pregunta enfáticamente si no hubiera sido mejor no haber nacido: Maldito el día en que nací (v.14). Sus imprecaciones son expresiones de dolor, no de odio: Maldito el hombre que alegre anunció a mi padre: "Te ha nacido un varón" (v.15). La alegría natural que proporciona la aparición de un vastago masculino no tiene razón de ser en su nacimiento, ya que es el principio de las desdichas. Entre los orientales, el nacimiento de un varón tiene un sentido de regocijo inmenso, pues es un motivo de orgullo entre los del propio clan. Es el fruto pleno de la bendición de Dios. En cambio, el nacimiento de una niña es recibido con frialdad y resignación. El mensajero de quien habla el profeta es creado ficticiamente para hacerle objeto de las invectivas. En su deseo de no haber nacido, hubiera querido que el mensajero de la nueva alegre de su nacimiento hubiera desaparecido como las ciudades que Yahvé destruyó (v.16), Sodoma y Gomorra, cuyo castigo quedó como ejemplo de exterminio total en la literatura bíblica. Todo en ellas es terror y sobresalto: por la mañana se oyen gritos, y al mediodía alaridos (v.16). De nuevo vuelve a expresar el tedio de haber nacido (v.17-15). Las expresiones han de entenderse en su alcance retórico, sin que ellas impliquen deseo efectivo de lo expresado en ellas. Su vida era tan triste, que no merecía haberse vivido.

Jr 21, 1-2

Las circunstancias históricas en que se desenvuelve este relato son muy diferentes de las de los capítulos anteriores. Ha muerto el rey Joaquim, que trató siempre hostilmente y con desprecio a Jeremías. Las tropas de Nabucodonosor habían obligado a rendirse al rey Joaquín (o Jeconías), hijo del anterior, llevando en cautividad a una gran masa de la población. Durante doce años reina en Judá -con anuencia del vencedor babilonio- Sedecías (o Matanías), hermano de Joaquim, hijo de Josías. Los anuncios punitivos de Jeremías se han cumplido en parte con la deportación del 598, y con ello el profeta gana más crédito entre los que rodean a Sedecías, si bien siguen su política humana de buscar alianzas extranjeras, en contra de las advertencias del profeta de Anatot. A éste se le considera como un perpetuo aguafiestas; pero, cuando llegan las circunstancias críticas, los ojos del rey y de la corte se vuelven hacia él como intérprete de la voluntad divina. Es un reconocimiento pasajero de su cualidad de enviado de Dios y una ligera compensación a las incomprensiones que había tenido que hacer frente en años anteriores.
El recuerdo de la liberación milagrosa de Jerusalén, asediada por las tropas de Senaquerib (701), hacía concebir fundadas esperanzas en una nueva intervención de la omnipotencia divina. Por eso, el rey envía una embajada para que Jeremías interviniera ante Yahvé por su pueblo. El enemigo está cerca y amenaza caer como una tromba sobre el país. Es, pues, hacia el 588 cuando tuvo lugar esta embajada. Entre los comisionados figura un tal Pasjur, distinto del mencionado en Jr 20, 1. Aparece más tarde como oficial de la corte. Sofonías vuelve a aparecer más tarde. Los dos comisionados piden al profeta que consulte a Yahvé sobre los asuntos del rey y del pueblo. No se trata sólo de una consulta sobre el resultado de la guerra, que ya es inevitable, sino que le insinúan que interceda ante Yahvé por ellos para que use de misericordia. Un siglo antes, el rey Ezequías había enviado una embajada en el mismo sentido al profeta Isaías. Sin duda que Sedecías pensaba en este hecho cuando envió a sus emisarios, y esperaba que el resultado fuera semejante: la liberación de Jerusalén de sus enemigos. En efecto, la situación era muy crítica, pues las tropas de Nabucodonosor se acercan hostiles al reino de Judá (v.2). Esta vez su ataque es más temible, y no tendrá conmiseración con los habitantes de Judá, pues se han rebelado contra él, sin haber sacado lección del escarmiento del 598. El gran conquistador babilónico, hijo de Nabopolasar (625-605), después de haber vencido a los asirios, había extendido las fronteras hasta Egipto, y era de capital importancia el dominio de la costa siró-fenicio-palestina, como avanzada contra los faraones, replegados a sus fronteras. Ante un tal enemigo, vencidos o alejados los ejércitos egipcios, no le queda al rey Sedecías, confiado en éstos, sino recurrir a la omnipotencia de Yahvé para que renueve sus prodigios (v.2), alusión a la liberación de Jerusalén del ejército de Senaquerib en el 701.

Jr 21, 3-10

La respuesta de Jeremías es totalmente diferente de la dada por Isaías a los enviados del rey Ezequías. La maldad del pueblo elegido ha llegado a su colmo, y la paciencia divina a su límite. Ha llegado la hora en que desaparecerá Jerusalén como desapareció Samaría, capital del reino del Norte bajo Sargón (721). Yahvé, lejos de ayudarles y salvarlos, en esta ocasión hará volver las armas que los soldados llevan, luchando fuera de la ciudad contra los invasores, a Jerusalén (v.4). Es decir, que tendrán que replegarse dentro de los muros. Y no sólo tendrán como enemigos a los soldados de Nabucodonosor, sino que Yahvé mismo luchará contra ellos con mano extendida, amenazadora, enviándoles la peste (v.6). Naturalmente, aquí no se excluyen las causas segundas naturales. En la mente profundamente religiosa de los profetas es siempre Yahvé el que envía directamente los flagelos, y entre ellos los clásicos de peste, hambre y espada. Esto por lo que se refiere a los asediados, aunque los que logren salir no tendrán mejor suerte, pues todos perecerán. La respuesta, pues, a los emisarios del rey no pudo ser más descorazonadora. Los de la corte eran los principales responsables de la catástrofe, y debían sufrir el castigo divino en toda su crudeza.
En cambio, al pueblo sencillo, Jeremías todavía le da una esperanza de salvación: la de someterse a los invasores caldeos sin hacer resistencia. Les da a elegir el camino de la vida o de la muerte (v.8). La frase está calcada en Dt 30, 15, aunque con diferente sentido, ya que en este lugar se trata de la entrega a la alianza de Yahvé, para ser feliz, o de seguir los caminos de la idolatría, con las consecuentes maldiciones de Yahvé. En Jeremías se trata de salvar la vida o morir. Si se entregan, tendrán la vida por botín (v.9), salvando lo que el hombre más aprecia, aunque pierda todas las demás cosas; en dichas circunstancias críticas, salvar la vida se considerará como la máxima ganancia o botín. Y después añade el profeta que la catástrofe se debe al mismo Yahvé, que ha enviado el castigo. La expresión he puesto mi rostro sobre esta ciudad (v.10), aquí tiene un sentido de amenaza, como si Dios fijara especialmente, su atención sobre Jerusalén para mal. En otras ocasiones es, para bien. Ahora Yahvé tiene un interés especial, pero para su desventura: la haré caer en manos de Nabucodonosor, que la dará al fuego, predicción que se verificó a la letra.

Jr 21, 11-14

Los v.11-12 son una invitación a los cortesanos para que administren justicia diariamente sin desmayar. La expresión de mañana (v.12) indica la presteza con que deben ejercer la justicia, preocupándose desde la aurora de ella como la cosa más importante y acuciante del día. De lo contrario no se hará tardar la ira divina, ya que la maldad de sus obras está clamando imperiosamente por una intervención justiciera.
Los v.13-14 incluyen una profecía contra Jerusalén. La capital de Judá, asentada sobre un promontorio rocoso, rodeada de valles por todas partes, menos por el norte, se sentía segura ante cualquier expugnación enemiga: ¿Quién descenderá sobre nosotros? (v.13b). Se la llama moradora del valle y roca de la llanura porque se levanta como una roca sobre la llanura y está rodeada de los valles del Cedrón, al este, y el Er-Rababy, al occidente, que se juntan al sur de la ciudad, siendo por ello inexpugnable por la parte de estas depresiones profundas. Sus habitantes, pues, se creían seguros. Pero será su mismo Dios el que abrirá sus puertas a los enemigos y prenderá fuego a su bosque (v.14). Jerusalén, con sus casas y palacios cuajados de columnas de cedro, es presentada como un bosque, en el que fácilmente hacen presa las llamas, quemando todos sus alrededores.

Jr 22, 1-5

Este fragmento es muy similar al de Jr 21, 11-12. El contenido es el mismo. El profeta es enviado al palacio real para transmitir un mensaje admonitorio a la corte, en el sentido de que, si no se practica la justicia con los oprimidos, vendrá indefectiblemente la ruina para la dinastía davídica. Los palacios reales estaban en la parte meridional de la gran explanada del templo. Jeremías, pues, que recibiría la comunicación divina en el templo, tiene que descender para comunicar el oráculo al rey y sus cortesanos. En el palacio real estaba el aula de justicia, donde tenían su asiento los tribunales. El contenido del mensaje tiene relación con la administración de justicia. Podemos suponer, pues, a Jeremías hablando públicamente en uno de los atrios que daban acceso al palacio real propiamente tal. Quizá se detuvo a la entrada del aula de justicia, presenciando el desfile de gentes pobres y sencillas que iban a reclamar sus derechos ante los tribunales. No es necesario suponer que el profeta hablase directamente al rey. La frase oye la palabra de Yahvé, rey de Judá (v.2), tiene un sentido amplio, de forma que bastaba que se dirigiese solemnemente en el auditorio general al rey para que los oyentes se lo retransmitieran.
Jeremías pide en su mensaje que se haga derecho y justicia (v.5), es decir, que se juzgue conforme a las exigencias equitativas de la Ley dada por Yahvé, sin dejarse ganar por dádivas ni favores. Ante todo deben mirar por los intereses de los socialmente abandonados y débiles, como el extranjero, el huérfano y la viuda, expresión estereotipada tradicional en la literatura profética, que declaraba el profundo sentido social de la ley mosaica. Sobre todo, debe evitarse todo lo que suponga violencia. El rey había hecho matar al profeta Urías, y quizá la expresión no derraméis en este lugar sangre inocente aluda a ello y a otras violencias cruentas que eran características del reinado de Joaquim (609-598). Por otra parte, puede haber en la frase una alusión a los sacrificios de niños inocentes en el Tofet a dioses extranjeros.
El v.4 es casi igual a Jr 17, 25, y puede ser una adición redaccional posterior. Yahvé profiere un juramento solemne ("juro por mí mismo" v.5) de que, si no se cumplen sus preceptos, condenará los palacios reales a la ruina total. La expresión del juramento de Yahvé es enfática. Los hombres juran por Dios, pero Yahvé jura por sí mismo como máxima garantía del cumplimiento de la profecía conminatoria.

Jr 22, 6-9

El presente oráculo se refiere a la ruina de la dinastía, de la que el palacio real es un símbolo. Los habitantes de Jerusalén se sentían orgullosos de sus espléndidas construcciones reales, realizadas por el megalómano Salomón. Pero esto no ha servido sino para crear un clima de orgullo y de desobediencia en su Dios. Han creído que sus obras les bastaban para permanecer como pueblo en la historia sin ayuda de Yahvé. Pero ha llegado la hora de la manifestación airada de su Dios abandonado, y todo aquello que constituía el íntimo orgullo de los israelitas desaparecerá como un soplo. La frase del profeta puesta en boca de Yahvé es irónica. La grandiosidad y suntuosidad de las construcciones reales aparecen ante Dios como el monte de Galaad (famoso por sus florestas) y como el Líbano, por las numerosos cedros empleados en los palacios (una de sus salas se llamaba enfáticamente "casa del bosque del Líbano," por sus numerosas columnas y artesonados de cedro del Líbano). Pero esta su grandiosidad aparente, motivo de orgullo nacional, desaparecerá como un soplo, pues Yahvé lo va a convertir en un desierto (v.6b). Los enemigos actuales de Judá, lejos de ser rechazados por Yahvé, serán impulsados por El contra Jerusalén, como instrumentos de su justicia vengadora. La frase yo consagraré contra ti devastadores (v.7) equivale a "tomaré como instrumentos míos" a los invasores babilónicos, que como tales luchan en una guerra "santa," y en este sentido son santificados o consagrados para el combate.
Los v.8-9 se refieren a la ciudad. La perspectiva de la catástrofe se alarga para hacer resaltar más la impresión de ruina y desolación. En todo caso, el profeta quiere hacer constar que toda esta catástrofe no ha tenido otra causa que la apostasía general y la idolatría (v.9).

Jr 22, 10-12

El rey Joacaz, llamado también Sellum, había sido elegido rey por el pueblo después de la trágica muerte de Josías en la batalla de Megiddo (609), donde quiso oponerse al faraón Necao II de Egipto, que iba en auxilio de los asirios, en trance de sucumbir ante la coalición babilónica (dirigida por Nabopolasar) y media (acaudillada por Ciaxares). Después de un precario reinado de tres meses, fue depuesto por Necao II, que volvía victorioso, el cual puso en su lugar a su hermano Eliaquim, al que cambió el nombre en Joaquim, quien reinó hasta el 598. Joacaz fue llevado en cautividad por el faraón egipcio. El duelo por el piadoso rey Josías, muerto trágicamente, fue general, y Jeremías anuncia a su pueblo que aún le espera otra desgracia, otro duelo nacional: No lloréis por el muerto (Josías), llorad por el que se va (v.10). En efecto, Joacaz había sido llamado por Necao II a Ribla, en Siria, y el resultado fue su deposición como rey, siendo llevado cautivo a Egipto.

Jr 22, 13-19

El profeta lanza una invectiva contra el impío rey Joaquim, hermano y sucesor (impuesto por Necao II) de Joacaz. Favoreció el sincretismo religioso, dando cabida a cultos idolátricos junto al legítimo de Yahvé. Jeremías tuvo que luchar constantemente contra su política destructiva y materialista. En cierta ocasión, el rey mandó quemar las profecías de Jeremías. Quizá fue en esta ocasión cuando pronunció el profeta este oráculo contra él, hacia el 605 a.C. Jeremías le echa en cara con valentía sus atropellos sociales, pues se dedica a hacer construcciones fastuosas sin pagar debidamente a sus súbditos (v.13). Su conducta era semejante a la de los omnipotentes tiranos de Mesopotamia y Egipto, que en su megalomanía gastaban los recursos de la nación en palacios suntuosos, utilizando la mano gratuita de los esclavos. Los salones superiores son los compartimientos que sobre la terraza se edificaban para que se respirara mejor el aire fresco de la costa mediterránea.
Pero esta megalomanía no tiene sentido, pues el verdadero oficio del rey no es precisamente hacer ostentación de un lujo desbordado: ¿Reinas para rivalizar en obras de cedro? (v.15). La frase es irónica. La verdadera grandeza de un rey está en la sabia administración de la justicia (v.16), como hacía su padre, el piadoso Josías, y Dios le bendecía: y todo le iba bien. La expresión comía y bebía (v.15b) indica los placeres honestos y lícitos de una vida ordenada. A Josías nada le faltaba, y su preocupación era más elevada: la de hacer justicia a sus subordinados. Al cumplir los preceptos de equidad impuestos por la Ley, Josías mostraba conocer las intenciones de Yahvé, y mostraba prácticamente que el verdadero camino era buscar la protección divina cumpliendo sus mandamientos: ¿No es esto conocerme? oráculo de Yahvé (v.16).
La conducta de Joaquim es totalmente opuesta a la de su padre, ya que, despreciando los intereses de Dios y de su pueblo, no busca sino los suyos propios (v.17), sin parar ante la opresión y el homicidio si le conviene.
El castigo será inmediato y terrible. Morirá sin que nadie se lamente por él (v.18). Por Josías había habido un sentido duelo general; en cambio, él será enterrado como un asno (v.16), sin que nadie se acuerde de él ni le haga los oficios fúnebres. Será su cadáver arrojado fuera de las puertas de Jerusalén para pasto de las aves del cielo y de las bestias del campo. ¿Cómo se cumplió esta profecía? Según 2R 24, 6, el rey Joaquim "se durmió con sus padres", fórmula que se suele aplicar a la defunción normal de los reyes de Israel. No se dice nada de su sepultura. No obstante, la fórmula "se durmió con sus padres" es aplicada también a la muerte de Acab, que murió violentamente en su carro de batalla. Por eso no se excluye una muerte violenta de Joaquim, que murió joven, a los treinta y seis años, en el asedio de Jerusalén del 598 por las tropas de Nabucodonosor. Quizá su cadáver quedó sin sepultura por algún tiempo, o su sepulcro fue violado por las tropas babilonias. En todo caso, quizá haya que mantener en la profecía de Jeremías sólo lo sustancial, es decir, que Joaquim moriría sin gloria, odiado de su pueblo, que no haría lamentaciones públicas por él. Y entonces la frase una sepultura de asno será la suya habría que entenderla en sentido amplio. No es improbable que Joaquim haya muerto víctima de una insurrección popular por haber lanzado a su pueblo a la aventura de enfrentarse con el ejército de Babilonia, y que su cadáver haya sido arrastrado fuera de las puertas de Jerusalén (v.19), o que su sepulcro haya sido violado por las tropas asaltantes, como lo hizo Asurbanipal con el del rey de Elam.

Jr 22, 20-23

En esta sección se predice la suerte trágica de los dirigentes de Judá. El profeta se dirige a Judá, personificada en una dama que queda sola en su desgracia dando gritos de dolor. No sabemos cuándo fue compuesta esta perícopa. Hay autores que la ponen en los primeros años de Joaquim, cuando aún Jerusalén se sentía segura. Otros, en cambio, creen que la composición data de una fecha posterior a la primera cautividad del 598. El profeta invita a Jerusalén a que suba a las cimas más altas que rodean Palestina, el Líbano al norte, Basan al nordeste y el Abarim al sudeste, para dar rienda a su dolor, comunicándolo en todas las direcciones, y para contemplar a sus aliados o amantes destruidos.
Yahvé había amonestado con tiempo a Judá cuando aún estaba en tiempos de prosperidad (v.21) y se sentía segura, sin temor a las invasiones de enemigos extranjeros. Pero, orgullosa, no quiso obedecer: No escucharé. Y esta conducta es inveterada en Israel: desde tu mocedad no escuchaste mi voz (v.21b). Desde los primeros tiempos de su vida nacional en Canaán, ya Israel abandonó a su Dios, yendo tras de dioses ajenos.
La catástrofe nacional aventará a todos los dirigentes o pastores del pueblo elegido (v.22). En la frase hebrea el viento los apacentara hay un juego de palabras. El sentido es que, así como los pastores dirigen y empujan a sus ganados hacia los pastos, así un viento devastador (el ejército babilonio, que vendrá del desierto como un huracán o simún) los apacentara, los obligará a emigrar hacia nuevos pastos. Es el anuncio de la cautividad. Y participarán de esta suerte del exilio sus amantes, o aliados extranjeros.
De nuevo el profeta echa en cara la falsa seguridad que se ha forjado Judá. Se cree segura como un pájaro inaccesible al cazador en la copa de los árboles más altos, como los cedros: tú que te sientas en el Líbano y anidas en los cedros (v.23). Quizá se aluda en esta comparación a la fastuosidad de los palacios con sus artesonados de cedros del Líbano, símbolo de su falsa seguridad y prosperidad material. Pero llegará la hora del castigo divino, y entonces gemirá con torturas de parto.

Jr 22, 24-30

Estos oráculos hay que situarlos durante el asedio de Jerusalén, en el 598-97, pues Jeconías sucedió a su padre Joaquim ya cuando la capital se hallaba sitiada por las tropas de Nabucodonosor. Jeconías o Joaquín reinó sólo tres meses, siendo llevado en cautividad, donde murió después de una vida triste. Los contemporáneos creían que el invasor babilónico se contentaría con una sumisión externa, permitiendo al joven rey, recién entronizado, continuar como soberano en Jerusalén. El profeta quiere disipar estas vanas ilusiones. La suerte del rey será muy trágica. La expresión es enérgica: por mi vida -oráculo de Yahvé- (v.24), y con su carácter solemne indica la irrevocabilidad de la sentencia divina de mandar al exilio a Jeconías. La decisión de castigar al joven soberano es tan firme, que, aunque éste fuera la cosa más querida (el anillo de mi mano derecha, v.24), se desprenderá de él. En la antigüedad, el anillo era el instrumento de autenticar los documentos, como hoy los autógrafos. De ahí que se le guardase con el máximo cuidado, como algo inherente a la personalidad; por eso era intransferible. Se aplicaba sobre la arcilla de las tabletas cuneiformes en los contratos como signo de autenticidad. Yahvé, pues, está tan decidido a deshacerse de Jeconías, que, aunque fuese su anillo personal, lo abandonaría.
En efecto, lo entregará en manos de Nabucodonosor y sus huestes, para ser llevado al destierro, sin esperanza de retorno, junto con su madre, Nesuta, responsable también de la catástrofe por no haber aconsejado bien a su hijo. Jeremías siente profunda compasión por la suerte del joven Jeconías, que va a ser arrojado como utensilio despreciable (v.28) e inservible. Las palabras del profeta tienen un acento elegiaco. Jeconías acaba de estrenarse como rey y va a ser desechado como vaso de alfarero recién hecho, que no agrada a sus compradores y es arrojado entre los desperdicios. Jeconías y su progenie serán arrojados, camino del cautiverio, hacia tierra desconocida. Esto enardece al profeta, el cual enfáticamente lanza un triple apostrofe: ¡Tierra, tierra, tierra! para dar mayor solemnidad y llamar la atención de sus oyentes sobre el contenido de su predicción: Inscribid ese nombre: "Sin hijos." (v.30). Entre los habitantes de Jerusalén había excesivas ilusiones sobre una próxima derrota de Babilonia, y esperaban que los cautivos exilados en el 598 volverían pronto a su tierra. Pero el profeta les anuncia que ni Jeconías ni sus descendientes se sentarán sobre el trono de David. Por eso, en las tablas genealógicas pueden muy bien inscribir el nombre del rey Jeconías con la añadidura de sin hijos (v.30). Sabemos que Jeconías tuvo varios hijos en el destierro, pero ninguno de ellos logró ser investido con la dignidad real davídica. El sucesor de Jeconías fue su tío paterno Sedecías o Matanías. Zorobabel, aunque descendiente de Jeconías, no fue rey, sino simplemente dirigente de los exilados en su retorno a la patria. Sólo el Mesías, Jesús, descendiente de Jeconías, inaugurará un nuevo reinado totalmente diferente del tradicional davídico. El horizonte es totalmente nuevo, y, por consiguiente, la etapa desborda las concepciones tradicionales sobre un rey de la dinastía davídica sentado en un supuesto reino terrenal de Jerusalén.

Jr 23, 1-2

El profeta se encara con la clase dirigente de Israel, que ha sido la principal responsable de la ruina de su pueblo. Son los falsos pastores (v.1), que han fomentado la apostasía y la idolatría en el pueblo sencillo, atrayendo sobre él los justos castigos divinos, concretados en la invasión extranjera y en la deportación en masa hacia tierras extrañas. Son estos versos como un resumen de lo anterior predicho sobre el rey. Yahvé llama a su pueblo cariñosamente el rebaño de mi pastizal (v.1). Israel ha sido conducido por el desierto como una tímida grey en medio de peligros sin cuento, y toda su historia como nación es una continua sucesión de providencias divinas para salvarlo en las vicisitudes más críticas. Pero los actuales pastores, encargados de llevar a buenos pastos a su grey, la han descarriado (v.2). La comparación aparece reiteradamente en Jeremías y otros profetas posteriores. Yahvé no puede tolerar esta situación anormal, y se ve precisado a intervenir justicieramente visitando a su pueblo.

Jr 23, 3-8

Después de anunciar la deportación sin retorno de Jeconías y su carencia de descendientes reales, el profeta se proyecta, para consolar a sus compatriotas, hacia una era futura en la que serán olvidados los pecados de Judá y de sus pastores, pues el mismo Yahvé personalmente se encargará de pastorear a su rebaño, que hará volver de todas las tierras en que lo había dispersado (v.3). Es el anuncio de retorno del exilio. La catástrofe, pues, nacional es relativa, y un día volverán los israelitas a recogerse bajo la protección de su Dios, que directamente los gobernará como el pastor a su rebaño. En realidad, Yahvé será riguroso con las clases dirigentes, causantes de la ruina, pero benigno con las ovejas descarriadas. Dios, después de traerlos a nuevos pastos, les dará pastores que los apacienten (v.4). Para entender bien esto hay que tener en cuenta el doble plano sobre el que se mueve la profecía: primero se refiere a la restauración que sigue al exilio, y entonces los pastores serán Zorobabel, Josué, Esdras y Nehemías, etc., que colaboraron directamente en la repatriación y en la restauración de la vida nacional; pero después hay otra perspectiva más amplia, y es la del mesianismo. Las dos se confunden en superposición de planos en la mente del profeta, en cuanto que la primera es la inmediata preparación de la segunda. Esos dirigentes postexílicos son los tipos de otros pastores de la era mesiánica, que podremos identificar con el mismo Mesías y sus colaboradores, como los apóstoles y sus sucesores.
La expresión no habrán de temer más ni angustiarse alude claramente a la era venturosa de paz mesiánica, como la fórmula siguiente: he aquí que vienen días (v.6). Los tiempos mesiánicos estarán presididos por la figura desbordante del Mesías, vástago justo. La atención del profeta se centra en un misterioso retoño de la casa de David, que impondrá un reinado de derecho y de justicia. Todo esto parece depender de la profecía isaiana sobre el "vástago de Jesé", sobre el que descansará el "espíritu de Yahvé"; es el "Príncipe de la paz" de los tiempos mesiánicos, dotado de las cualidades ideales de un hombre de gobierno: inteligencia, ciencia, sabiduría, fortaleza y temor de Dios. Por eso aquí se dice que ese vástago justo reinará como rey prudentemente. La palabra vástago o germen, aplicada al Mesías, aparece en el profeta Zacarías medio siglo después. Aquí, en Jeremías, el vástago es apellidado justo, porque inaugurará un reinado de equidad y de justicia. Es una idealización de lo que en 2S 8, 15 se aplica al gran antepasado David, modelo de soberanos teocráticos para la mentalidad hebrea. Ese vástago tendrá categoría real: reinará como rey (v.6). Esto excluye la aplicación del texto al restaurador Zorobabel, el cual nunca tuvo la dignidad real.
Así, pues, sobre el primer plano de la reorganización de los repatriados después del exilio, dirigida por Zorobabel, la mente del profeta se proyecta hacia un horizonte más glorioso y espectacular, en que se impondrá un reinado de derecho y justicia en la tierra. Será el día de la "salvación" del pueblo elegido en su totalidad: de Judá, o reino del Sur, y de Israel, o reino del Norte (v.6). De nuevo formarán un solo reino bajo la figura deslumbrante del Rey ideal, el Mesías. Este sueño de la unificación de las doce tribus, separadas después de la muerte de Salomón, tan acariciado por los verdaderos yahvistas, será realizado plenamente en los tiempos mesiánicos. Será tal la equidad que implantará el nuevo Rey mesiánico, que podrá llamarse Yahvé es nuestra justicia (v.6). Este nombre es puramente simbólico y no indica la divinidad del Mesías, sino sólo que el Mesías vinculará su reinado de justicia a Yahvé de un modo tan estrecho, que podrá ser llamado Dios es nuestra justicia (en heb. Sidquenu), como el misterioso Niño nacido de una doncella en Is 7, 14 podrá llamarse Immanuel ("con nosotros Dios"), en cuanto que Yahvé estará con él y con su pueblo.
En Jr 33, 16 se llama a Jerusalén "Yahvé, nuestra justicia." Se trata, pues, de nombres simbólicos, no raros en la Biblia. Es posible que el nombre Sidquenu ("Yahvé es nuestra justicia"), aplicado al Mesías, sea sugerido por el nombre de Sedéelas (en heb. Sidquiyahu, que significa "mi justicia es Yahvé"), y que haya buscado un juego de palabras el profeta para mostrar que el Mesías cumplirá plenamente lo que materialmente significaba el nombre del rey Sedecías, que los había defraudado en sus esperanzas liberadoras.
Los v.7-8, repetición de Jr 16, 14-15, parecen fuera de contexto. Los LXX los ponen al final del capítulo. Se adaptarían mejor al contexto colocándolos detrás del v.3. No obstante, aún pueden entenderse, en cierta ilación lógica, con lo que antecede en el lugar que actualmente tienen. La salvación obrada por el Mesías, realizada primero en el retorno de la cautividad y después colmada en los tiempos mesiánicos, harán palidecer las maravillas del éxodo. La liberación de Egipto no ha sido nada en comparación con la futura y definitiva liberación de Israel (v.7). En las fórmulas de juramento se hará sólo mención de esta salvación iniciada con el retorno del pueblo de la cautividad de la tierra del aquilón, es decir, de Mesopotamia, que será definitiva en la era mesiánica.

Jr 23, 9-12

Las clases dirigentes han caído en una profunda degradación moral, y la copa de la ira divina se está colmando. El profeta se estremece ante el castigo que les espera (v.9). Temperamento tierno, siente vivamente la tragedia de sus compatriotas. Conmovido por lo que les espera a éstos, se siente debilitar y vacilar como hombre ebrio. Tal es el temblor al sentirse ante Yahvé y sus santas palabras, sus oráculos de castigo, sobre los que ha recibido una viva comunicación divina.
La situación religiosa y moral de su pueblo, sobre todo de sus clases directoras, es tan deprimente, que es necesario una intervención justiciera de Dios: La tierra está llena de adúlteros, quizá en sentido propio de relajación moral de la sociedad, aunque pueda aludir al adulterio espiritual o idolatría. El castigo de Yahvé se hace sentir en la naturaleza, enviando la sequía y la miseria: se han secado los oasis del desierto (v.10), y, como consecuencia, la tierra da impresión de estar en duelo, agostada. Y todo como consecuencia de la maldad y la injusticia de los israelitas. Los primeros en prevaricar son los profetas y los sacerdotes, cediendo a la avaricia, en vez de enseñar la Ley del Señor al pueblo. Incluso han prevaricado en el templo de Yahvé: hasta en mi casa he hallado sus perversidades (v.11). Sabemos que en el atrio del templo había estatuas de divinidades paganas, y hasta en los anexos del santuario se practicaba la prostitución sagrada en nombre de Astarté.
Todo esto los llevará a una ruina segura. Se han lanzado por unos caminos tortuosos y oscuros, y necesariamente han de caer: sus caminos se les van a tornar resbaladeros (v.12). En vez de caminar por los senderos trillados a la luz de los preceptos de Yahvé, han preferido seguir las anfructuosidades y angosturas de un sendero peligroso. Necesariamente caerán empujados por el mismo Dios, que les pedirá cuentas en el año en que serán visitados por su justicia vengadora.

Jr 23, 13-15

Para Jeremías, los falsos profetas de Jerusalén son peores que los de Samaría la cismática. En su afán de halagar los sentimientos populares, los profetas procuraban infundir optimismo sobre los destinos nacionales de Judá. A Jeremías lo presentaban como traidor a los intereses de su nación.
En Jr 3, 6-11, Jeremías afirma, después de establecer un triste parangón, que Judá es más culpable que su hermana Israel, por no haber sabido aprovecharse de la lección del reino del Norte, desaparecido en el 721 con la toma de Samaría y la deportación en masa de la población a Mesopotamia. Los profetas de Jerusalén eran más culpables que los de Samaría, porque tenían el inestimable privilegio de habitar junto al templo, símbolo de la presencia de su Dios. El pecado de los profetas de Samaría era el fomentar el culto de Baal, profetizando en su nombre (v.13), dando cabida a cultos cananeos idolátricos y conservando un mínimum de culto yahvista. Pero se han quedado cortos en comparación de los profetas de Jerusalén, que están practicando algo horrendo (v.14): en primer lugar fomentan el adulterio espiritual, permitiendo el culto idolátrico en el pueblo; además, andan tras la mentira al anunciar al pueblo cosas venturosas, cuando lo que se avecina es la ruina total. Y con ello no hacen sino fomentar el vicio: fortalecen las manos de los perversos al dar falsas seguridades y permitirles pecar impunemente contra su Dios. Consecuencia de ello es que los ciudadanos de Jerusalén no reconocen sus caminos extraviados y no se convierten de sus maldades.
El castigo, pues, es inevitable. A los profetas les queda un porvenir amargo: les daré a comer ajenjo (v.15). La frase aparece en Jr 9, 14, e indica la extrema amargura de espíritu en que se verán envueltos en la hora del castigo. El ajenjo es símbolo de amargura en la Biblia.

Jr 23, 16-24

Jeremías tiene especial interés en mostrar que lo que anuncian los falsos profetas, que halagan las aspiraciones nacionalistas del pueblo, son unas imposturas: lo que dicen son visiones de su imaginación (v.16). No han recibido mensajes de la boca de Yahvé como él. En vez de predicar el cumplimiento de la ley de Dios, anunciando el castigo divino contra sus infractores, no hacen sino lanzar vanas esperanzas, anunciando una paz (v.17) y una seguridad social que no corresponden a la realidad. Los peligros que se ciernen sobre Judá son muy grandes, y está muy cercana la catástrofe nacional, y es inútil cerrar los ojos. No cabe sino retornar de veras a Dios para conjurar su ira desatada. En cambio, esos profetas halagan a los que se burlan de la palabra de Yahvé, manifestada en sus preceptos y en las comunicaciones que transmite a los verdaderos profetas.
No es cosa fácil conocer los designios divinos: ¿Quien asistió al consejo de Yahvé y oyó su palabra? (v.18). Jeremías tenía conciencia de su misión y estaba seguro de que transmitía los íntimos pensamientos de Yahvé, mientras que los profetas adversarios suyos eran impostores, que comunicaban lo que les sugería su imaginación y sus intereses materiales. Miqueas describe con detalles una sesión del consejo de Dios con sus espíritus y las decisiones tomadas y comunicadas al profeta. San Pablo se inspirará en las palabras de Jeremías y de Isaías para trazar los misterios de la obra salvadora de Dios sobre el mundo. Jeremías, en su interrogación: ¿Quién ha prestado atención a sus palabras? (v.18), sugiere implícitamente que sólo él es intérprete de los oráculos divinos, pues tiene conciencia de que Yahvé le ha hablado, mientras que sus adversarios, al no recibir ninguna verdadera comunicación divina, no pueden saber nada, pues no han asistido al consejo divino.
Los V.10-20 son considerados por muchos autores como intercalación que interrumpe el contexto, y reaparecen en Jr 30, 23-24. Si realmente forman parte del contexto donde están ahora, pudieran entenderse como un paréntesis explicativo: los falsos profetas no han asistido al consejo de Yahvé ni han recibido comunicación alguna de Él; por tanto, sus afirmaciones sobre una supuesta paz son lucubraciones de su imaginación; en cambio, Jeremías ha recibido una comunicación real divina sobre los destinos trágicos de su pueblo (v.19). La justicia punitiva de Dios será inexorable, cumpliendo los designios de su corazón (v.20).
Después de este paréntesis anunciando la catástrofe del pueblo de Judá, el profeta vuelve a hablar de la impostura de los supuestos profetas, pues Yahvé no les hablaba (v.21); sin embargo, profetizaban. La prueba de que no hablan en nombre de Yahvé es que no se preocupan de hacer que el pueblo se convierta de su mal camino y de sus perversas obras (v.22). Yahvé no puede comunicar nada en contra de sus preceptos, y menos aprobar la conducta de gentes que fomentan los malos caminos de su pueblo. Esa conducta desaprensiva para con la ley divina es una prueba de que no han asistido al consejo de Yahvé, pues obran en contra de sus designios.
Parece que los falsos profetas creen prácticamente que Yahvé es un Dios solitario y lejano que habita en los cielos y no se preocupa de lo que pasa en este mundo; por consiguiente, no deben temer sus castigos anunciados por Jeremías. Pero se engañan, pues Yahvé no sólo ve lo que está cerca, sino lo que está lejano: ¿Soy yo Dios solo de cerca? ¿No lo soy también de lejos? (v.23).

Jr 23, 25-32

Prosigue la diatriba contra los falsos vaticinios de los que a sí mismos se llamaban profetas. Estos se presentaban como portadores de un mensaje divino recibido en sueños: he tenido un sueño (v.26). El sueño, como vehículo de transmisión de una revelación divina, era tradicional en la historia de Israel desde los tiempos patriarcales. Pero aquí Jeremías le da un sentido peyorativo de pura "fantasía." Son vaticinios falsos (v.26), fruto de la imaginación o del corazón de los profetas. La mejor prueba de que no son verdaderas sus supuestas revelaciones es que trabajan contra los intereses de Dios, al buscar que olviden su nombre, como sus padres, a causa del culto de Baal (v.27). Buscan sólo sus intereses y no los de la gloria y nombre de Yahvé. Es preciso que haya un mínimum de sinceridad: el que tenga un sueño, fruto de su imaginación, debe exponerlo como tal para no engañar al pueblo, mientras que el que realmente tenga la palabra de Yahvé debe exponerla como la recibió, fielmente (v.28). Y la piedra de toque para reconocer el verdadero del falso profeta es el interés por la conversión del pueblo a Dios. Lo contrario es querer confundir el grano con la paja: ¿qué tiene que ver la paja con el grano? (v.28b). La palabra de Yahvé es el verdadero grano, que debe recogerse cuidadosamente, mientras que los sueños de los falsos profetas son paja que se lleva el viento. Por otra parte, el valor de la palabra divina se conoce por sus efectos: es como fuego y como martillo que tritura la roca (v.29), pues vence la obstinación de los corazones más empedernidos. Quizá se aluda aquí al furor de la ira divina, que purificará como fuego y triturará como martillo a la nación de Judá. En ese caso, la palabra divina serían las amenazas de castigo de Yahvé transmitidas por Jeremías. Ese prurito de profetizar se ha convertido en mal endémico, pues se roban unos a otros mis palabras (v.30), es decir, se apropian sueños que han tenido otros, exponiéndolos como si los hubiesen recibido de Yahvé. No tienen otra obsesión que pronunciar enfáticamente: Oráculo (v.31). Constantemente comprometen los mensajes de Yahvé, presentando sus caprichos e imaginaciones enfáticamente, como si fueran oráculos del mismo Yahvé. Y con eso no hacen sino engañar al pueblo, atentando contra la verdad divina. Prometen bonanza y paz a éste, conduciéndole al error y a la catástrofe (v.3a).

Jr 23, 33-40

Jeremías ahora se enfrenta con los que hacen burla de sus predicciones, que él llama "oráculos" de Yahvé. La palabra oráculo en hebreo es massah, que significa también carga, "peso incómodo". Los oyentes jugaban con el doble sentido de la palabra, y el profeta también les responde con el mismo juego de palabra, pero en sentido amenazador; sus compatriotas se burlan del profeta que anuncia un "oráculo" (o carga) de Yahvé, y dicen irónicamente: ¿Dónde está esa carga o amenaza de Yahvé, que nunca se cumple? (v.33). Entonces Jeremías les contesta irónicamente también, tomando la palabra massah en el sentido de carga, de peso insoportable, y no de simple oráculo: vosotros sois la carga de Yahvé (v.33b), es decir, sois onerosos a Dios, y Él se deshará de ellos como de una carga insoportable: os arrojaré, dejándoos abandonados como carga inútil. En otros textos de la Biblia se dice que Yahvé lleva a Israel como una carga suave, como un padre lleva a su hijo; pero ahora por sus pecados se ha convertido en una carga insoportable.
Por eso Jeremías no quiere que se mencione la palabra massah (en el sentido de carga), porque es un mal presagio para todos los que se burlan de sus palabras, en las diferentes clases sociales: sacerdotes, profetas y pueblo (v.34), a los que Yahvé pedirá estrecha cuenta por su conducta despectiva y despreocupada. Por ello exhorta a sus compatriotas a ser respetuosos con la palabra de Dios, y, puesto que la frase "oráculo de Yahvé" (carga de Yahvé) tiene un sentido despectivo, les aconseja que no la utilicen, y que, en cambio, al informarse sobre alguna comunicación divina, digan simplemente: ¿qué te ha respondido Yahvé? (v.35). Además, los falsos profetas gustaban de presentar sus predicciones con el nombre pomposo de oráculos (carga) de Yahvé, cuando en realidad no decían sino lo que les sugería su imaginación, siendo para cada cual la carga su propia palabra (v.36), pervirtiendo o simulando la palabra de Yahvé auténtica, comunicada a Jeremías.
Si continúan hablando despectivamente de la carga de Yahvé, Dios los levantará efectivamente como una carga para transportarlos lejos de su faz, a tierras extranjeras. Es una paranomasia con la que expresa el futuro desgraciado que les espera por su inconsideración con los verdaderos "oráculos" o cargas de Yahvé, transmitidas por su auténtico profeta Jeremías. La cautividad servirá para Israel de eterno oprobio (v.40), en cuanto que aparecerá ante los otros pueblos como un país abandonado de su Dios y entregado a sus enemigos.

Jr 24, 1-3

La visión es imaginaria, como la del almendro y de la olla humeante. El profeta ve dos cestos de higos delante del templo (v.1). Este detalle, delante del templo, es una alusión al sentido religioso de la visión; los higos son buenos o malos aquí en relación a su vinculación a Yahvé. Por otra parte, la finalidad de la visión es dar un juicio discriminativo por parte de Yahvé, que tiene su sede judicial en el templo. A continuación nos da la ocasión histórica de la visión: después de la deportación de Jeconías, rey de Judá, por Nabucodonosor. La deportación había tenido efecto sobre todo en las fuerzas vivas y operantes de la nación: los príncipes de Judá (dignatarios en general) y los herreros y carpinteros de Jerusalén (v.1), es decir, los artesanos en general, capaces de crear de nuevo con su industria una nueva resistencia militar.
El profeta ve en las dos cestas higos buenos y malos. Aquéllos son tan apetecibles como las brevas, que aparecen en junio, las cuales, por ser las primeras frutas, son recibidas con particular alborozo por la población, hecha a las privaciones de Palestina. En cambio, al lado de ellos estaba la otra cesta con higos pésimos, que resultaban repugnantes y desabridos: de malos, no pueden comerse.

Jr 24, 4-10

Los exilados en Babilonia son los higos buenos (v.5), objeto de las complacencias divinas. Yahvé ve en ellos el núcleo de bendición del que ha de salir la resurrección futura del pueblo: los edificaré y los plantaré, y les daré un corazón para que reconozcan que yo soy Yahvé, y ellos serán mi pueblo (v.6-7). En los nuevos tiempos habrá un profundo conocimiento de Yahvé, con sus exigencias religiosas y éticas. De este modo Israel será realmente el pueblo de Dios, considerado por El como la pupila de sus ojos; pero todo esto como consecuencia de una fiel conversión. De nuevo aquí nos encontramos con la doble perspectiva en la mente del profeta. Su pensamiento se proyecta inmediatamente sobre la escena del retorno de los exilados a su patria para reconstruir la nación sobre una base religiosa más sincera y sólida; y de hecho sabemos que después del destierro los repatriados no volvieron a caer en la idolatría y apostasía general; pero el pleno cumplimiento de la profecía de Jeremías sólo se dará en los tiempos mesiánicos en el "Israel de Dios," la Iglesia, fundada por Cristo, en la que sus fieles seguidores centrarán sus corazones en torno a Él.
Los higos malos son los israelitas que se salvaron de la primera deportación del 598 y están aún con su rey Sedecías en Judá. Como no querían reconocer la mano justiciera de Yahvé después de la primera deportación, se creían a salvo de todo peligro, siguiendo su perversa conducta. Por eso el castigo que les espera será devastador: los haré objeto de terror y desventura, la irrisión y la maldición en todos los lugares (v.8). Esta suerte alcanzará también a los israelitas que habitan en Egipto, es decir, los judíos que huyeron a Egipto para escapar a la deportación organizada por los babilonios, o quizá los que hubieran sido llevados a Egipto con Joacaz (609), depuesto por Necao II. Estos se creían allí seguros, pero la mano de Yahvé los alcanzará. No es probable que se refiera a los judíos que, después de la toma de Jerusalén por Nabucodonosor, mataron a Godolías, gobernador judío colaboracionista, impuesto por los babilonios, y se llevaron al profeta Jeremías a Egipto por la fuerza para huir de la venganza de los invasores. En este caso, el fragmento profético tenía que estar datado después del desastre del 586.
El v.9, en parte, es la simple repetición de Jr 15, 4 y falta en los LXX. Parece, pues, una adición redaccional posterior. La humillación a que se verán sometidos Sedecías y los israelitas que aún siguen en Palestina provocará la irrisión y serán citados como proverbio, como si dijeran: "Desventurado y maldito como un israelita". Con ello se cumplirán las predicciones conminatorias anunciadas en la Ley contra los contraventores de la misma.

Jr 25, 1-7

Es la primera vez que se da la fecha de la proclamación de un oráculo. Sabemos por el c.36 que Jeremías reunió los oráculos pronunciados desde su iniciación profética (627-605). El presente oráculo tuvo lugar el año cuarto de Joaquim, rey de Judá (v.1), es decir, el año 605. La frase el año primero de Nabucodonosor, rey de Babilonia, falta en el texto griego, y es considerada generalmente como glosa. Nabucodonosor sucedió a su padre, Nabopolasar, en el 605, que coincide, más o menos, con el año cuarto del rey Joaquim, que sucedió a su hermano Joacaz en el 609.
El profeta nos da el año trece de oslas como principio de su misión profética, como en Jr 1, 2. En el tiempo en que redacta estos oráculos (605) lleva, pues, ya veintitrés años de ministerio profético, cifra que se obtiene partiendo del 627 ("año trece de Josías") hasta el 605, contando dos veces el año 609, en que subió al trono Joaquim (es el último de Josías y el primero de Joaquim, y, por tanto, atribuible a ambos reyes, por lo que en el cómputo figura como duplicado).
La frase no habéis escuchado (v.3) falta en los LXX. El v.4 es una repetición literal de Jr 7, 25-26, y parece glosa explicativa, que interrumpe la ilación lógica.
En los v.5-6 se resume la sustancia de la predicación profética de Jeremías: recriminación por la apostasía e invitación a la conversión para ser digno de las promesas de Yahvé, sobre todo para volver a gozar de la pacífica posesión de la tierra de Canaán que les había dado.

Jr 25, 8-11

Por esta obstinación en seguir los malos caminos, Yahvé va a hacer uso de su justicia vengadora. El castigo vendrá del norte, como en Jr 1, 15. Yahvé va a tomar como instrumentos de su furor a los babilonios: convocaré todas las tribus del aquilón (v.8). La frase Nabucodonosor, rey de Babilonia, falta en los LXX, y parece glosa explicativa. Las tribus son los diversos pueblos que formaban parte del ejército asirio, nutrido en gran parte de mercenarios de los pueblos vencidos. Si la expresión del TM mi siervo, aplicada a Nabucodonosor (falta en los LXX), es auténtica, tendría el sentido de instrumento de la justicia divina, como Ciro, al que se le llama en Isaías "mi ungido." Ese ataque contra el pueblo elegido prevaricador adquiere el valor de una cruzada, y los invasores son considerados como "consagrados" para la guerra que trae la purificación de Israel. Siempre los profetas se mueven en los planes de la teología de la historia, y ven a través de las tramas históricas el hilo sutil de los planes misteriosos de Dios.
Pero este castigo no será sólo sobre Judá, sino que alcanzará a las naciones que la rodean (v.8b), que con sus influencias idolátricas y sus intromisiones políticas han inducido al pueblo escogido a orientarse por los caminos de la apostasía y del materialismo. La expresión los destruiré (v.10) tiene un sentido hiperbólico. El verbo hebreo utilizado está formado de la palabra jerem, término técnico en la Biblia para indicar la exterminación total. Aquí, sin embargo, ha de atenuarse a la luz de otras profecías, en las que se dice que se salvará un "resto" como núcleo futuro de restauración. El castigo para Israel tiene siempre en los profetas un sentido de "purificación," no de exterminio. Pero de momento la desolación del país será general, sin que se oigan los tradicionales cantos nupciales del esposo y de la esposa y el ruido de la muela (v.10), símbolo de la paz tranquila en un país. En tiempos de guerra se añoran estos signos de vida que en épocas de paz resultan triviales. La mujer a la muela simboliza la paz y la abundancia.
Después de ser asolada la tierra de Judá, sus habitantes y las gentes servirán al rey de Babilonia setenta años (v.11). Si la lección del TM es auténtica, se anunciaría la sumisión de las naciones vecinas a Judá por un término de setenta años.

Jr 25, 12-14

La cifra de setenta años como término del imperio babilónico, y, en consecuencia, de la cautividad de los israelitas, no ha de entenderse de modo matemático, sino en números redondos, como equivalente a la vida de un hombre. Es inútil, pues, hacer cálculos buscando el término de partida (momento de este oráculo, 695) y la fecha tope de la desaparición del imperio babilónico bajo Ciro (538), que es la fecha de la liberación de los exilados hebreos.
El v.13 es considerado como una adición redaccional, pues se alude a los c.50-51. La frase lo que profetizó Jeremías contra los pueblos, en los LXX constituye el título de los oráculos contra las naciones (c.50-51 del TM), que intercala en este lugar.
La hora de la ruina del imperio babilónico está decidida en los designios divinos; otros pueblos grandes (v.14) lo sojuzgarán, alusión a la coalición medo-persa que caerá como una trompa sobre las llanuras mesopotámicas, extendiendo su imperio hasta Grecia y el Alto Egipto.

Jr 25, 15-29

Después de anunciar enfáticamente que también los babilonios recibirán su merecido, de un modo apocalíptico y arrebatador se describe la hora de la justicia divina sobre todas las naciones culpables. Dios mismo ofrece al profeta la copa rezumando ira para que se embriaguen de ella todos los pueblos (v. 15). Después se enumeran muchos de éstos. Sin duda que el texto ha sido muy retocado por redactores posteriores. De hecho, algunos de los nombres de naciones que después da el TM faltan en los LXX. Ya hemos indicado que este c.25 es como una recapitulación de oráculos de Jeremías para cerrar la primera serie del libro actual y, a la vez, una introducción a los llamados oráculos conminatorios contra las naciones, expuestos en los c.50-51. Después de hablar del castigo sobre Judá, se extiende al de sus naciones paganas circunvecinas, para dilatarse, en fin, su perspectiva a todos los pueblos. Es el procedimiento que hemos encontrado en el libro de Isaías. La profecía de Jeremías es menos espectacular, pues falta el elemento cósmico. No obstante, la doctrina teológica es la misma, ya que se trata de reivindicar la justicia divina, conculcada por todos los pueblos. Todo se halla sometido al hilo de los misteriosos designios divinos, y las historias particulares de todas las naciones son sólo una parcela de esa inmensa perspectiva histórica teológica, según la cual las exigencias de la justicia y la santidad divina regulan la marcha de los pueblos.
La metáfora de la copa del furor divino es corriente en la literatura bíblica. La cólera divina es concebida como un líquido embriagador que está llenando paulatinamente la copa hasta desbordarse sobre las naciones pecadoras. Bajo el efecto del castigo de la ira divina, el hombre sentirá los mismos efectos que el ebrio bajo el licor espumoso: aturdimiento, temblor y desvarío total de la mente. La metáfora es plástica, y no ha de entenderse a la letra la visión imaginativa. No es necesario suponer, al estilo de los libros apocalípticos, que Yahvé, como Juez sentado en un trono, ofrece la copa al profeta para que la entregue a las naciones allí reunidas. Es una simple metáfora para indicar que debe anunciar el inminente y terrible castigo divino: que beban, que se tambaleen, que enloquezcan ante la espada (v.16).
La primera nación que tendrá que apurar la copa de la cólera divina es Jerusalén, pueblo elegido, con sus reyes, príncipes (v.18). Su condición de pueblo escogido entre todos hace que sus transgresiones adquieran un carácter de ingratitud imperdonable. Por eso, la primera que se verá envuelta en la ruina, la desolación, será la tierra de Judá, de forma que venga a ser objeto de burla y de maldición para todas las otras naciones.
A continuación viene la amenaza contra Egipto (v.19), principal instigadora de la política de rebelión contra Babilonia. Egipto siempre había sostenido las ilusiones nacionalistas de muchos judíos, prometiéndoles una ayuda que nunca habría de ser eficaz. La expresión sus advenedizos (v.50) alude a la población flotante forastera que en todas las épocas se había sumado a Egipto, lugar de concentración de pueblos asiáticos en el alto Delta, por su feracidad. Todos éstos, pues, sufrirán la suerte del país del faraón y de sus príncipes. La tierra de Us falta en el texto griego. Parece que era una región al sudeste de Palestina, cerca de Edom, en los confines de Arabia. Después se enumeran cuatro de las ciudades de la pentápolis filistea: Ascalón, Gaza, Ecrón y el resto de Asdod, en la franja costera de Palestina. Falta sólo Gat, que había perdido su importancia por haber sido absorbida por los israelitas. La extraña expresión resto de Asdod parece aludir al estado de la ciudad después de la destrucción realizada por Psamético I, rey de Egipto (666-610 a.C.). Edom, Moab y Amón constituyen la TransJordania actual, enumeradas de sur a norte. Eran los tradicionales enemigos de Judá, que vejaron sistemáticamente al pueblo israelita, sobre todo después de la catástrofe del 586 a.C.
Tiro y Sidón eran las dos grandes metrópolis fenicias, verdaderos emporios comerciales del Próximo Oriente, que habían creado muchas colonias comerciales en todas las costas del Mediterráneo. Los reyes de las islas son los soberanos de las ciudades de las costas del Mediterráneo, juntamente con las clásicas islas de Chipre y Creta. Se los cita junto a Tiro y Sidón por las íntimas relaciones comerciales que tenían con estas dos ciudades, de las que muchas ciudades mediterráneas eran filiales. La palabra islas tiene el sentido de ciudades costeras: son la colonias fenicias del Mediterráneo y los pueblos que con Sidón y Tiro tenían relaciones comerciales, dependiendo en cierto modo de los dos grandes emporios fenicios. Después el profeta enumera diversas localidades del desierto siró-arábigo: Dedán, identificado hoy con el-Ela, a 300 kilómetros de Medina. Tema, la actual Teima, a unos 150 kilómetros al nordeste del oasis de el-Ela mencionado, en la ruta de Damasco a la Meca.
Buz, tribu aramea-árabe según la Biblia, pero no localizada. Los que se rapan la cabeza (v.23): expresión genérica para designar a los árabes del Norte. El v.24 es una expresión general para indicar todas estas localidades: todos los reyes de Arabia. Zimrí es desconocido. Falta en el texto griego. Elam y Media, bien conocidos, aparecen ya asociados en la literatura profética anterior. Eran dos reinos contiguos al este de Mesopotamia y habían colaborado con los babilonios para aplastar el imperio asirio en el 612, fecha de la caída de Nínive. Los reyes del Norte (v.26) son los reinos de la zona de Elam en general. Asiría no es nombrada porque ya había sido destruida, y Babilonia será anunciada más tarde de un modo muy particular. Por otra parte, ahora es el instrumento de la ira vengadora de Yahvé sobre los otros pueblos. La frase y el rey Sesac beberá después de ellos (v.26) falta en los LXX y tiene todos los visos de ser una adición cabalística posterior. La palabra Sesac es considerada como equivalente a Babilonia según las reglas cabalísticas del sistema de combinación de letras llamado atbash. Si la frase es auténtica, se anunciaría que Babilonia (Sesac) sufriría la suerte de los otros pueblos: beberá después de ellos del cáliz de la ira divina.
Los v.27-29 encuentran su lugar apropiado detrás del v.26. El v.27 reproduce sustancialmente el v.16. Quizá el profeta quiere destacar la firmeza indefectible del juicio futuro sobre los pueblos. Así, la expresión bebed, embriagaos, caed para no levantaros (v.28), tiene el carácter de anuncio enfático sobre el irremediable juicio punitivo sobre las naciones. El cáliz de la ira divina se ha colmado, y es preciso que todos los pueblos culpables experimenten los efectos de una embriaguez entontecedora, como consecuencia del castigo de Yahvé: tendréis que beber (v.28). No les toca elegir a las naciones, sino sufrir resignados la suerte que se les impone. Es una exigencia de la justicia divina ultrajada, que, si no ha perdonado a Jerusalén, la ciudad en que se invoca su nombre (v.29), objeto de sus complacencias, no iba a dejar impunes a las naciones paganas prevaricadoras.
Jerusalén, como capital de Judá, era la esposa de Yahvé, que le daba su nombre. Pero la santidad divina no podía permanecer indiferente a las transgresiones e ingratitudes de su pueblo, y mucho menos a las de pueblos que no están vinculados de un modo especial a Él. Por eso llamará la espada contra todos los moradores de la tierra (v.29); es el anuncio de la devastación y la guerra como medio de castigo y de reivindicación de sus derechos.

Jr 25, 30-38

Yahvé se manifiesta terroríficamente, rugiendo desde lo alto, desde su mansión elevada en los cielos. Es presentado, pues, como un león dispuesto a lanzarse sobre su presa, que es su pradería, la tierra santa de Yahvé, donde pasta su rebaño ingrato, Israel. Yahvé se siente alegre al ver llegar el momento de la manifestación de su justicia, y por eso lanza el jubiloso grito de los lagareros (v.30c), proverbial como signo de alegría. La alegría de los vendimiadores y lagareros simboliza aquí el grito victorioso de Yahvé, que ataca a su pueblo pecador y a todos los moradores de la tierra (v.30c). La perspectiva se extiende no sólo sobre Judá, sino que abarca a todos los reinos del universo. Todas las naciones son transgresoras; por eso el juicio de Yahvé será sobre toda carne (v.31).
La ira de Dios vengador se alza como fortísimo huracán (v.32). Es la guerra traída por el invasor babilónico, instrumento de Yahvé para hacer valer los derechos conculcados de su justicia, desde los extremos de la tierra. El flagelo de la guerra dejará el país sembrado de heridos de Yahvé (v.33), víctimas de la ira divina.
El profeta invita a los caudillos de los pueblos invadidos a hacer duelo por la devastación de su país: Ululad, pastores, gritad (v.34). Las expresiones pastores, mayorales de la grey, para designar a los jefes de los pueblos, son ya habituales en Jeremías. Los caudillos de los pueblos son los principales responsables de la catástrofe, por su influencia oficial y su mal ejemplo al llevar a sus pueblos respectivos por caminos opuestos a los de las leyes naturales. Se les llama carneros selectos, como víctimas escogidas de propiciación en el gran holocausto que Yahvé va a realizar. Por eso les invita a cubrirse de ceniza, como signo externo de duelo. Es una alusión irónica al cambio de perspectiva en su vida. Hechos a verse vestidos de sedas recamadas, tendrán que practicar el más humillante de los lutos. La consternación es general, y la misma naturaleza inanimada se asocia al duelo de los mayorales de la grey. Los países tranquilos, en los que la gente vivía en paz y prosperidad como rebaños en sus praderas ubérrimas, son reducidos a la ruina: han enmudecido las pacificas praderas (v.37). Ha pasado el furor de la ira divina (v.37), y todo son ruinas y devastaciones; las antes ubérrimas praderas, alegres con sus numerosos rebaños, han enmudecido, y todo es desolación. El ejército invasor, enviado por Yahvé, es como un león que ha abandonado su guarida (v.38) para llevar la devastación a su tierra, la tierra santa de Judá. De nuevo la perspectiva se centra particularmente en la heredad de Yahvé, la tierra de Israel. La justicia divina ha traído al invasor babilonio a su tierra como medio de purificación de sus habitantes culpables.

Jr 26, 1-6

El hecho tiene lugar en los primeros años del reinado de Joaquim (609-598). Dios le ordena subir al atrio del templo, al atrio exterior, o a la puerta que estaba entre el atrio exterior y el interior. Debe hablar a las gentes de las ciudades de Judá, reunidas quizá allí con motivo de una gran solemnidad. El contenido de su discurso debía centrarse en la inutilidad de un culto meramente formalístico, atacando a la falsa confianza que les proporcionaba la presencia física del templo de Sión. El fin de todo ello es dar ocasión al ejercicio de la misericordia divina, siempre dispuesta a perdonar en el supuesto de que se conviertan de su mal camino (v.3). Es la condición que exige la santidad divina, ya que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Las amenazas de Dios por los profetas son siempre condicionadas a la conducta que observe el pueblo. Siempre hay una esperanza de retirarlas, si hay un movimiento de compunción y de cambio de vida en el pecador. Estas frases de invitación a la penitencia resultan un lugar común reiterado en la literatura profética. Dios condiciona sus castigos a la conducta de los hombres; por eso, hablando antropomórficamente, está dispuesto a arrepentirse del mal que había determinado hacerles (v.3).
Los v.4-5 son una repetición de Jr 7, 4-7. Yahvé les ha dado una ley, y su cumplimiento llevará al perdón, mientras que el apartarse de ella conduce a la ruina total del templo de Jerusalén, como el de Silo en tiempos de los jueces: yo haré de esta casa lo que hice con Silo (v.6). Silo había sido la capital provisional de la naciente nación israelita, cuando aún estaba fraccionada en tribus. La razón de su preeminencia sobre las otras ciudades radicaba en el hecho de que era el centro religioso, donde se guardaba el arca de la alianza. Por las infidelidades de los sacerdotes se perdió momentáneamente el arca en tiempo de los filisteos, siendo Silo abandonada y postergada en la época de la monarquía. Es la suerte que espera al templo de Jerusalén si sus habitantes no cambian de conducta, en tal forma que su suerte será considerada como objeto de maldición divina por todos los pueblos de la tierra. Se convertirá su suerte en proverbio y servirá de comparación cuando se quiera expresar una maldición: que te suceda lo que le ha sucedido a Jerusalén.

Jr 26, 7-11

La reacción de los oyentes fue hostil, como era de esperar, pues anunciaba desventuras, y sobre todo se permitía dudar de la permanencia del templo de Yahvé, equiparado al modesto santuario de Silo. Tenían aún el recuerdo de la milagrosa liberación de Jerusalén cuando la invasión de Senaquerib en el 701, un siglo antes, y no iba a ser menos generoso ahora Yahvé en prodigar sus auxilios extraordinarios a su pueblo. Al invasor babilonio, pues, según la mentalidad de aquellos inconscientes habitantes de Jerusalén, le esperará la misma suerte que a las huestes del coloso asirio. Anunciar la ruina del templo era blasfemar de Yahvé, pues se ponía en duda sus promesas de protección para con su pueblo. En esta reacción llevan la parte dirigente los falsos profetas y los sacerdotes, a quienes interesaba halagar los sentimientos nacionalistas y patrioteros del pueblo sencillo; por eso, al oír las predicciones sombrías de Jeremías, le dicen amenazadoramente: ¡Vas a morir! El templo era considerado por ellos como salvaguarda de la nación y prenda de su permanencia. Hablar contra el templo era hablar contra Yahvé; por eso era, en opinión de ellos, reo de muerte, como blasfemo. La escena se repetirá en el diálogo de los fariseos con Cristo ante el supuesto anuncio de la destrucción del templo de Herodes; Jeremías aparece constantemente, en varias circunstancias de su vida, como tipo de Jesucristo. Así aquí, como Jesús, es declarado reo de muerte por los dirigentes del pueblo (v.11). El rumor del tumulto causado por las predicciones de Jeremías llegó a oídos de los magistrados de Judá, quizá reunidos en el "aula de justicia" del palacio real, al sur de la explanada del templo, donde tenía lugar la predicación de Jeremías, y al punto subieron al atrio exterior del templo. Al llegar los representantes de la justicia, las voces se acallaron de momento, y los sacerdotes y profetas, causantes del tumulto, trataron de justificarse diciendo la causa: Jeremías ha hablado en contra de los intereses de esta ciudad de Jerusalén al anunciar la futura destrucción de su templo, símbolo de la presencia y protección de Yahvé, y, por tanto, como blasfemo público, es reo de muerte (v.11). Es la acusación que se repetirá ante el tribunal romano contra Cristo por las clases dirigentes judías. Con mala idea, los enemigos de Jeremías no dicen que haya hablado contra el templo, que pudiera interpretarse por los oficiales reales como una defensa de sus intereses personales, sino que, para interesarles en el terreno político, dicen que ha hablado contra esta ciudad, cuyos intereses debían ellos salvaguardar. Por otra parte, callaron que la profecía de Jeremías era condicionada, subordinada al cambio de conducta moral de los habitantes de Jerusalén. Hay, pues, positiva mala voluntad en la formulación de la acusación.

Jr 26, 12-15

Jeremías sale responsable de las palabras que ha proferido en nombre de Yahvé, y, por tanto, hace frente a todas sus consecuencias, exponiendo su vida. Se considera como un "enviado" de Dios, y no quiere oponerse a su voluntad: Yahvé me ha hecho profetizar contra esta casa. Es de notar la convicción con que expresa esa acción íntima e incoercible de Dios en su alma, empujándole a transmitir su mensaje. El profeta tiene conciencia de una misión ingrata, y no duda en afrontar todas las hostilidades para cumplir su misión. Es una prueba de su desinterés personal. Por otra parte, con sus palabras conminatorias no quiere sino dar una oportunidad de salvación, invitándoles a la penitencia. No quiere la ruina del pueblo, sino su salvación definitiva (v.15). Todavía es tiempo de conseguir que Yahvé suspenda su castigo arrepintiéndose del mal que había determinado hacer.
Después les declara que está dispuesto a afrontar la muerte sin defenderse (en vuestras manos estoy, v.14), pero al mismo tiempo les previene contra el derramamiento de sangre inocente, que sería añadir un pecado más a los anteriores. Con ello logró tocar los íntimos sentimientos de justicia que latían en sus oyentes, y la reacción le fue favorable. Jeremías confía en el sentido de justicia de los magistrados, y, en efecto, la reacción del pueblo sencillo, antes soliviantado por las clases dirigentes, se pone a favor de la víctima.

Jr 26, 16-19

Los magistrados y el pueblo, impresionados por la argumentación de Jeremías y por su actitud serena, reconocen que ha hablado en nombre de Yahvé. Por tanto, no es reo de muerte (v.16), pues, a pesar de que sus palabras contradicen a las aspiraciones naturales de los habitantes de Jerusalén, Jeremías es un mensajero de Dios, y, en consecuencia, merece el mayor respeto. Este veredicto de los magistrados fue confirmado por algunos de los ancianos, representantes de la tradición, y, por tanto, dignos de toda veneración. Aquí representan en sus respuestas la sensatez y el sentido de responsabilidad, y citan el caso del profeta Miqueas, el cual un siglo antes, en tiempos del rey Ezequías, había profetizado la destrucción de la Ciudad Santa: Sión será arada como campo de labor (v.18). La cita es literal. Es el único caso en toda la literatura profética en que en un escrito profético posterior se cita expresamente a otro anterior. Miqueas de Morasti había anunciado que el monte del templo sería una selva (v.18), para indicar el abandono en que se hallaría después de su destrucción. El profeta acumula varios símiles, "campo de labor," "montón de ruinas," "selva," para destacar enfáticamente el estado lamentable a que vendría a parar la Ciudad Santa, orgullo de sus contemporáneos. Las frases son hiperbólicas, y no es necesario entenderlas a la letra. En realidad, la destrucción llevada a cabo por las tropas de Nabucodonosor no pudo ser más asoladora.
A pesar de este anuncio trágico de Miqueas, sus compatriotas, y en primer lugar el piadoso rey Ezequías (727-690), no le persiguieron, sino que le hicieron caso, cambiaron su conducta, con lo que se arrepintió Yahvé del mal que había determinado contra ellos. Es, pues, un ejemplo para los contemporáneos de Jeremías. También éstos deben aceptar humildemente y con espíritu de compunción la predicación de Jeremías, y, sobre todo, no deben cometer el crimen de derramar su sangre inocente.

Jr 26, 20-24

El compilador de los oráculos de Jeremías, secretario personal suyo, Baruc, aduce otro ejemplo para destacar el gran peligro en que se hallaba el profeta de Anatot a causa de su predicación en contra de los deseos populares. Este Urías profeta nos es desconocido en la Biblia fuera de este lugar. Era natural de Quiriat- Yearim, identificada hoy con Quiriat Inab o Abu Ghosh, a 12 kilómetros al noroeste de Jerusalén, en la carretera de Jafa. El profeta huyó a Egipto por temor a ser objeto de las iras intempestivas del rey y de sus cortesanos. Egipto era el lugar de refugio de muchos judíos, como el rebelde Jeroboam en tiempos de Salomón. Pero ahora la situación era diferente, ya que la corte de Jerusalén estaba en muy buenas relaciones diplomáticas y aun militares con la de los faraones. Por eso, el rey Joaquim no tuvo dificultades en enviar emisarios a buscar al fugitivo. El faraón egipcio Necao II, que buscaba ante todo tener contento al reyezuelo de Jerusalén, facilitó la extradición del infortunado profeta. Podemos poner el hecho en los primeros años del rey Joaquim, entre el 609-605, cuando el faraón egipcio tenía mucha influencia en Palestina, antes de la invasión de Nabucodonosor, como generalísimo de las tropas babilonias, en tiempos de Nabopolasar, su padre. El impío Joaquim mandó matar a Urías, privándole, para mayor escarnio, de una sepultura honrosa y enterrándole en la fosa común de los desheredados.
El hagiógrafo da la razón de por qué Jeremías tuvo mejor suerte que el infortunado Urías. El profeta de Anatot tenía entre los altos dignatarios uno que le defendía abiertamente, Ajicam, hijo de Safan (v.24.), que conocemos por otros lugares de la Biblia. Parece que es el mismo que fue en la comisión enviada a consultar a la profetisa Huida en tiempos del piadoso rey Josías, y, a su vez, era el padre del futuro gobernador Godolías, nombrado por los babilonios después de la toma de Jerusalén.

Jr 27, 1-11

El v.1 falta en el texto griego y es idéntico a Jr 26, 1. Por otra parte, la mención de Joaquim no puede ser auténtica, ya que en el contexto se habla del reinado de Sedecías. Habría que cambiar, pues, el nombre de Joaquim en Sedecías. Algunos críticos prefieren sustituir el verso por el Jr 28, 1, o lo suprimen, ya que el v.2 parece una segunda introducción, que, por otra parte, es idéntica a Jr 13, 1.
Por orden de Dios ejecuta de nuevo el profeta una acción simbólica. La finalidad de esta predicación plástica era impresionar a las mentes de las gentes, poco dadas a la abstracción. El oriental vive sobre todo de la imaginación y prefiere las composiciones dramáticas a las exposiciones conceptuales al estilo helénico. Isaías anduvo tres años medio desnudo para atraer la atención de sus oyentes. Ezequiel utilizará a menudo estos procedimientos, que a nosotros nos resultan infantiles y hasta ridículos. Jeremías mismo anduvo por las calles de Jerusalén con un yugo al cuello para simbolizar la futura sujeción de Judá a Babilonia.
Aquí Dios manda al profeta que se presente a los embajadores extranjeros con un yugo al cuello. La acción simbólica de Jeremías debía significar a aquellos representantes de los pequeños reinos siro-fenicio-palestinos el destino que les esperaba, y que era inútil querer hacer ligas contra Babilonia, ya que Yahvé había decidido dar el triunfo a Nabucodonosor. En este sentido, Jeremías hace de profeta también para las naciones paganas. Como garantía de la veracidad de lo que anuncia, proclama enfáticamente que habla en nombre de Yahvé, que es el Creador de todo y que, por tanto, dirige los hilos de la historia de todas las naciones, aun las paganas: Yo con mi poder y mi brazo he hecho la tierra. (v.6), y, por tanto, la da a quien quiere: He dado todas estas tierras en poder de mi siervo Nabucodonosor (v.6). Es el árbitro de los destinos de los pueblos. Sobre todo acontecer histórico están los designios inescrutables de la divina Providencia, que guía los hombres y los reinos según las exigencias de su justicia y santidad. Nabucodonosor será su siervo en cuanto instrumento de sus justicieros designios. Con ello no se quiere aprobar todas sus injusticias y atropellos. También para el imperio babilónico llegará su castigo, cuando sea sojuzgado por pueblos poderosos y reyes grandes (v.7). El profeta invita a la sumisión no sólo por prudencia elemental humana, sino como acatamiento obediente de la voluntad omnímoda de Yahvé, preludio de una conversión futura y acatamiento de sus leyes.
Es voluntad del Dios de Israel que se sometan todas las naciones al invasor babilónico durante un breve lapso de tiempo, es decir, durante la vida de Nabucodonosor, de su hijo y del hijo de su hijo (v.7). Efectivamente, sabemos que el poderío del imperio caldeo duró, poco más o menos, la vida de un hombre, siendo suplantado en el 538 por el imperio persa, con Ciro el Grande al frente. La palabra hijo aquí tiene el sentido amplio de sucesor. La duración otorgada por el profeta al imperio babilónico coincide, más o menos, con el número redondo de setenta años que aparece en Jr 29, 10.
El rehusar someterse a este destino inevitable no hará sino aumentar las proporciones de la catástrofe, ya que la rebelión no hará sino traer la destrucción, las matanzas, las deportaciones: la espada, el hambre y la peste (v.8), los tres terribles flagelos enviados por Yahvé para castigar la obstinación de los que no le quieren reconocer como Dios.
Esta es la única perspectiva segura: la invasión y el triunfo de Nabucodonosor será inevitable; por tanto, es inútil guiarse por promesas vanas humanas lanzadas por profetas desaprensivos, que no transmiten mensajes auténticos de Yahvé, sino lo que les dicta su imaginación y sus intereses materiales. Son soñadores y agoreros, que no merecen crédito alguno.

Jr 27, 12-15

El profeta, después de haber hablado a los embajadores extranjeros, habla directamente al rey Sedecías, comunicándole el mismo mensaje. Es inútil querer sustraerse al yugo de Babilonia, pues es cosa decidida de Yahvé. Le habla en plural porque en él ve representada toda la nación en peligro. De la decisión real depende la suerte de todo el pueblo (v.13). Las vanas promesas de los falsos profetas no tienen el respaldo de la palabra divina, ya que sólo quieren halagar las aspiraciones del ambiente popular y de la misma corte: No los he enviado yo (v.15); de ahí que sean meros impostores aunque profeticen en nombre de Yahvé. La característica de los verdaderos profetas es promover el retorno de los corazones a Yahvé y su Ley. Toda otra predicación que aparte del Dios nacional es espúrea.

Jr 27, 16-22

El profeta sale al paso de una ilusión, efecto de la falsa predicación de los falsos profetas. Se creía que se acercaba el tiempo del retorno de los cautivos llevados en el 598, y con ellos los vasos de la casa de Yahvé (v.16), llevados como botín por las tropas babilónicas. Pero Jeremías conoce por revelación divina la suerte que espera al resto de los utensilios del templo salvados en la primera expoliación. También éstos serán llevados a Babilonia. Era anunciar la total depredación del templo, la ruina total de la Ciudad Santa (v.20). Las columnas eran las famosas de bronce fundidas por Salomón, que estaban ante el vestíbulo del templo. El mar de bronce era el gran recipiente que contenía el agua para los sacrificios y las lustraciones; los basamentos eran los diez carritos de bronce que servían para llevar el agua a los diversos servicios del templo. Después de la toma de Jerusalén del 586, los babilonios deshicieron estos utensilios, llevándose el material precioso de ellos. Es el cumplimiento de la promesa de Jeremías (v.22). La frase allí estarán hasta que los visite es considerada generalmente como glosa posterior. En Esd 1, 7-11 se habla del retorno de estos utensilios, como aquí se anuncia.

Jr 28, 1-4

El incidente tiene lugar en el año cuarto del rey Sedecías, en el 594, cuando había pasado la impresión de la primera gran deportación (598). El contrincante de Jeremías es un falso profeta, Ananías, de Gabaón, antigua ciudad levítica, la actual El-Gib, a 10 kilómetros al noroeste de Jerusalén. Famosa por el "lugar alto" adonde iba Salomón a ofrecer oblaciones. Ananías pretende presentarse en nombre de Yahvé, ofreciendo la liberación de la opresión babilonia: Pie roto el yugo del rey de Babilonia (v.2). Sus contemporáneos vivían con la ilusión de que el imperio opresor babilónico había de derrumbarse ante la presión de Egipto y de otros pueblos coligados. La frase de Ananías alude a la invitación hecha por Jeremías en el capítulo anterior a someterse al yugo de Nabucodonosor. Según el v.10, Jeremías llevaba realmente al cuello un yugo para indicar esta sujeción, y esto exasperó a Ananías. No sólo iba a quebrarse el poderío babilónico, sino que retornarían los exilados, y con ellos los utensilios de la casa de Yahvé (v.3). Esta predicción es contraria a la de Jeremías, que anunciaba un exilio de larga duración, de setenta años en números redondos.

Jr 28, 5-9

Jeremías responde a las venturosas predicciones de Ananías diciendo que bien desearía que así sucedieran las cosas: así sea, que mantenga Yahvé tu palabra (v.6). Pero la realidad es muy otra; pues, según sus revelaciones personales, el destino de sus compatriotas va a ser muy trágico como consecuencia de la indefectible invasión babilónica. Como buen patriota, deseaba que los utensilios de la casa de Yahvé volvieran a su lugar debido. Pero, aparte de que él no participa de este optimismo, la experiencia de profetas que desde antiguo profetizaron (v.8) confirma sus lúgubres puntos de vista, pues profetizaron la guerra, y sus predicciones han sido confirmadas por la historia. En efecto, las profecías anteriores a Jeremías son predominantemente pesimistas, y en este sentido están en la línea de él mismo, en contra de la posición ingenua de Ananías. Una de las características de los verdaderos profetas era hacer frente a la opinión optimista popular, llamándolos a la penitencia; de lo contrario, no tardaría en intervenir la justicia divina. La misión del profeta verdadero es ante todo despertar la conciencia religiosa del pueblo escogido, fustigando sus vicios y transgresiones e invitándole a retornar a Yahvé, dejando sus caminos materialistas y humanos. Por eso, cuando el profeta anuncia paz (en contra de su ordinario modo de obrar), es necesario esperar el cumplimiento de esa predicción venturosa para ver si es verdadera (v.9). La presunción, pues, por regla general, está a favor del profeta que anuncia castigos en contra de las ilusiones del vulgo, ya que es un signo claro de que no se busca la popularidad. La respuesta de Jeremías es prudente y comedida, buscando en todo el buen sentido en su contrincante.

Jr 28, 10-17

La respuesta sensata, aunque irónica, de Jeremías tuvo el efecto de sobreexcitar a Ananías. Para salvar su prestigio ante los oyentes, recurrió a un gesto teatral, con el que iba a reafirmar la convicción en sus predicciones: tomó el yugo de sobre el cuello de Jeremías, haciéndolo pedazos. Jeremías se había presentado con el yugo como símbolo de su predicción de la esclavitud babilónica. Ahora su contrincante quiere impresionar al auditorio con otro gesto simbólico, al romper el yugo llevado por Jeremías: Así romperé yo el yugo de Nabucodonosor (v.11), y da el término de dos años para el cumplimiento de su profecía. Eran muchos los que esperaban y confiaban en una derrota del coloso babilonio; por eso esta promesa de Ananías confirmaba sus puntos de vista. Ante esta actitud histérica de Ananías, el profeta de Anatot opta por callarse, esperando mejor ocasión; así se fue su camino (v.12). Era la actitud más digna, ya que lo contrario era rebajarse a alternar con un charlatán de feria. Ha cumplido su misión de predicar al pueblo. Aparentemente ha triunfado su adversario. Ya llegará el momento en que hablará de modo más convincente de parte de Yahvé. El no podía extralimitarse en su misión de profeta, y dependía en todo de la inspiración directa divina. Era justamente esto lo que le distinguía de los falsos profetas, que predicaban lo que halagaba sus intereses y les sugería su imaginación.
Por orden divina, Jeremías vuelve a enfrentarse a Ananías para comunicarle una revelación que acaba de recibir. Ha creído triunfar con su gesto teatral de romper el yugo, pero no ha conseguido nada, pues Yahvé, por su presunción, le va a castigar de muerte. Con su aparatoso acto de romper el yugo había querido dar a entender que Yahvé iba a romper el yugo babilónico, pero las cosas iban a ir muy de otro modo. Yahvé reafirma su voluntad de que todos los pueblos se sometan a Nabucodonosor de modo inexorable: fías roto un yugo de madera. En su lugar, yo haré un yugo de hierro (v. 13). En vez del yugo de madera que proponía antes Jeremías, invitando a su pueblo a someterse a los babilonios, con lo que la servidumbre sería menos dura, Yahvé hará venir una opresión feroz, consecuencia de la rebelión contra Nabucodonosor, y entonces el yugo será insoportable, de hierro (v.14).
Y como prueba de esta predicción, Jeremías le dirige personalmente a Ananías un vaticinio lúgubre sobre su propia suerte. Se ha arrogado el oficio de profeta, sin que Yahvé le hubiera enviado, desconcertando al pueblo con sus falsas esperanzas (v.15), y Dios justamente le va a enviar la muerte como castigo en un breve plazo, de modo que todos vean en ello un signo de la certeza de las profecías de Jeremías (v.16). Efectivamente, Ananías murió en ese mismo año, en el séptimo mes (v.17). Es la simple constatación del hecho, prueba de la veracidad de las profecías de Jeremías.

Jr 29, 1-9

La epístola va enviada a los ancianos o cabezas de familia, directores espirituales de su pueblo. Era una institución patriarcal que había tenido siempre gran influencia al lado de las otras clases dirigentes, como los sacerdotes, profetas. Sobre todo en Babilonia, privados de las organizaciones oficiales estatales, volvieron a restablecer el régimen del patriarcado, que había perdido mucho durante la monarquía. La palabra resto parece indicar que eran pocos los que quedaban. Sabemos que los babilonios concedían cierta autonomía jurídica a los exilados para poder gobernarse conforme a sus propias leyes. Los profetas de que se habla parecen ser los falsos profetas, como traducen los LXX. Precisamente porque fomentan vanas ilusiones de retorno, no eran auténticos profetas, como lo era Ezequiel. Se les asocia maquinalmente a los sacerdotes por procedimiento mecánico redaccional. Estos tres primeros versos son de Baruc, secretario de Jeremías, que quiere situar la epístola en su circunstancia histórica.
El verso puede ser adición posterior redaccional, para destacar que la deportación de que se habla es la del 598 y no la del 586. La reina es la madre de Jeconías, o "reina-madre". Los eunucos son los cortesanos en general. Los herreros y carpinteros o cerrajeros son las fuerzas industriales vivas de la nación, llevadas por los babilonios para que no pudieran organizar de nuevo la resistencia. Los portadores de la epístola son altos dignatarios de la corte, encargados quizá de una misión oficial de llevar los tributos o de informar a Babilonia de las buenas disposiciones de Sedecías hacia los babilonios. Algunos nombres son conocidos, y parece que alguno de los citados era favorable a Jeremías. En todo caso, los portadores debían de ser agentes bien mirados en la corte babilónica por sus ideas moderadas y realistas, y, por tanto, no ajenas al pensamiento de Jeremías, que predicaba la sumisión para evitar mayores males. Jeremías, al escribir a sus compatriotas, lo hace en nombre del Dios nacional (v.4). El contenido de la carta es de lo más realista. Los exilados deben hacer sus cálculos como si fueran a ser ciudadanos perpetuos de la nueva tierra, echando las bases de una economía doméstica y aun procurando el aumento demográfico del pueblo (v.5-6). Y añade algo más revolucionario que había de resultar blasfemo para muchos puritanos: procurad la prosperidad de la ciudad adonde os he deportado y rogad a Yahvé por ella (c.7). Estas palabras tenían que resultar inauditas para aquellos cerrados israelitas, que no podían comprender que Yahvé pudiera ayudar a sus enemigos, y, por tanto, que era absurdo orar por ellos a su Dios. Para Yahvé, según ellos, no podía haber otros intereses que los de Israel y su ciudad santa. En cambio, para Jeremías, el invasor babilonio es un instrumento de Yahvé para corregir a su pueblo, y, por tanto, los israelitas debían aprovecharse de las buenas cualidades de sus dominadores y convivir pacíficamente con ellos. En estas palabras de Jeremías vemos una cierta insinuación de simpatía, que, sin ser una declaración expresa de amor a los enemigos, lo que es propio del ?. ?., supone un horizonte universalista que se va abriendo paso en la literatura profética y sapiencial. En el mismo Jeremías encontramos la profecía sobre la participación de las naciones paganas, en los tiempos mesiánicos, de las bendiciones divinas. La dispersión de los israelitas en la cautividad sirvió, en los planes divinos, para difundir el conocimiento del Dios universal de las promesas.
El profeta sale al encuentro de las predicciones optimistas de los falsos profetas y adivinos (v.8), que predicaban una resistencia pasiva, basada en la esperanza de un próximo retorno. En realidad mienten, porque no hablan en nombre de Yahvé. Son usurpadores del oficio profético.

Jr 29, 10-14

No obstante, la condición de exilados no durará siempre, sino que llegará un momento en que podrán volver a su patria, pero esto después de una larga generación: cuando se cumplan los setenta años de Babilonia (v.10). Lo indicado por esa cifra redonda de setenta es lo que, más o menos, duró el imperio babilónico: desde el 605 (batalla de Carquemis, en la que Nabucodonosor venció definitivamente a los egipcios) al 538, en que Ciro entró en Babilonia.
La repatriación se cumplirá, pues los designios de Yahvé para con su pueblo son designios de paz y no de desventura (v.11). Si los ha castigado, ha sido para salvar los derechos inalienables de su justicia y santidad; pero de nuevo quiere darles un porvenir y una esperanza, es decir, resucitarlos como pueblo, como colectividad nacional. Y por eso, aunque estén en tierra extranjera, lejos del santuario de Yahvé, donde reside oficialmente, los escuchará: me llamaréis y yo os escucharé (v.12). Pero es necesario que le busquen de corazón. Yahvé entonces no estará lejos de ellos: me dejaré hallar de vosotros (v.14). Y el resultado de ello será que volverán los desterrados (v.14).

Jr 29, 15-19

Jeremías sale al paso de una falsa ilusión: los exilados creen, ilusionados, que su retorno está próximo, pues tienen profetas suscitados por Yahvé que les aseguran una próxima liberación (v.15).
En realidad son unos impostores, ya que el futuro va a ser muy diferente del anunciado por ellos. La primera deportación no ha sido sino el preludio de otra catástrofe más general. Por eso la suerte de los que quedaron en Jerusalén será peor que la de los actualmente exilados, pues Yahvé desencadenará sobre ellos la espada, el hambre y la peste (v.17).

Jr 29, 20-23

Jeremías se dirige a los exilados para que no imiten la conducta obstinada de sus compatriotas que aún quedan en Jerusalén y así permanezca la venturosa promesa de Yahvé de hacer que retornen algún día a la patria. Los exilados se sentían orgullosos de los profetas que creían había suscitado Yahvé entre ellos, y los engañaban con vanas promesas del próximo retorno (v.15). Pero les va a revelar Jeremías quiénes son esos profetas que los engañan, a los que Yahvé les tiene reservado un deshonroso fin en pago a sus crímenes inauditos en Israel. Precisamente por haber sembrado la sedición entre los exilados, dos de ellos, Acab y Sedéelas, serán ajusticiados por la policía de Nabucodonosor, y morirán con muerte afrentosa y terrible por el fuego, como era usual en Babilonia.

Jr 29, 24-32

La epístola de Jeremías había sido mal recibida de los falsos profetas que pululaban entre los exilados de Babilonia. Uno de ellos, Semeyas, se atrevió a enviar una protesta oficial al prefecto del templo por permitir esa libertad de escribir a Jeremías. Sus afirmaciones categóricas sobre un destierro prolongado desmoralizaban a los cautivos (v.24-25). El destinatario de la carta, Sofonías, amigo personal de Jeremías, mostró a éste la carta para que se diera cuenta del ambiente que tenía entre muchos de los exilados. Parece que el oficio de prefecto de policía del templo, como Sofonías, era vigilar el orden en las aglomeraciones en los atrios. Por eso Semeyas le echa en cara a Sofonías, prefecto del orden en el templo, que haya permitido a Jeremías hablar en público en los atrios, sembrando la desmoralización en el pueblo. Debía, pues, encarcelarlo y ponerlo en el cepo (v.26), pues para él Jeremías era un simple demente que se las echaba de profeta.
Al oír el contenido de la carta de Semeyas, Jeremías, por orden de Yahvé, envía una segunda carta a los desterrados poniéndoles en guardia contra las actividades del falso profeta Semeyas, que iba a ser castigado inexorablemente por oponerse a los planes divinos sobre su pueblo (v.32). Ninguno de sus descendientes asistirá al retorno de los exilados.

Jr 30, 1-11

Los tres primeros versos son la introducción a todo el libro de consolación, en contraposición a Jr 36, 1-3, donde se ordena al profeta escribir las profecías conminatorias contra Israel y Judá. Le manda consignarlas por escrito para que sirvan de signo profético a las generaciones futuras y como confortamiento y esperanza para los exilados. Las profecías de los c.30-31 resumen todos los vaticinios mesiánicos de su ministerio profético. La idea fundamental del libro de consolación es el retorno del exilio como preámbulo a la inauguración de la teocracia mesiánica. Israel y Judá volverán a formar una unidad nacional, olvidando las antiguas diferencias (v.3); por eso aparecen aquí como participantes de la futura salud mesiánica.
El profeta asiste a un parto doloroso acompañado de gritos de terror, pero que se dirige, como todo parto, a un alumbramiento feliz. Parece aludir a las convulsiones habidas en Mesopotamia ante la invasión medo-persa, que traería la salvación para Israel exilado y la ruina para sus opresores los babilonios, que están con las manos en los lomos como en parto, demudados y amarillos sus rostros (v.6).
Ante las conmociones de guerras palidecen los caracteres más varoniles, pues ha llegado el día grande (v.7), el castigo de los enemigos de Israel, pero al mismo tiempo la liberación de éste. No obstante, Israel, antes de ver cumplidos sus deseos, se verá en la estrechez y en la angustia: tiempo de angustia para Jacob (v.7b). Tendrán que pasar por dolores de alumbramiento antes de participar de las alegrías de la liberación como pueblo. Pero después vendrá la salvación (v.7), resumen de todos los anhelos del pueblo en el exilio. En ese día grande se romperá el yugo e Israel servirá sólo a su Dios y a David, es decir, volverá a tener su culto en Jerusalén y sus reyes propios, descendientes del padre de la dinastía, David, símbolo de la grandeza nacional y religiosa. Yahvé se encargará de resucitar un rey ideal que recuerde al añorado David. El profeta se proyecta directamente en la figura deslumbradora del Mesías, procedente de la casa de David y personaje culminante de su dinastía gloriosa. Será el germen de justicia de que habla en Jr 23, 43.
Por eso el horizonte que se abre ante los israelitas exilados está lleno de confianza y de paz: tú, siervo mío Jacob, no temas (v. 10). Es de notar la expresión siervo mío, que en Jeremías sólo aparece en este lugar, y que es común en Isaías. Los israelitas en el exilio podían considerarse como definitivamente abandonados de su Dios nacional, porque temporalmente apartó su faz de ellos. Pero ha pasado la hora de la justicia y llega la de la misericordia para su pueblo y el castigo para sus opresores: llevaré a la ruina a todos los pueblos (v.11b). Todas las naciones fueron culpables del mal trato dado a Israel en su dispersión, y todas serán castigadas. En cambio, el castigo impuesto a Israel por sus pecados será menor en virtud de las promesas divinas: pero a ti no te arruinaré, sino que te castigaré con juicio (v.11c), es decir, moderadamente, sin exterminarle, pero sin perdonarle totalmente: no te dejaré impune. Dios no puede desentenderse de las exigencias de su justicia y santidad, y, por tanto, no puede aprobar la impunidad de crímenes de su pueblo.

Jr 30, 12-17

Sión es presentada como una dama llena de heridas, abandonada de sus antiguos amantes y a la que nadie puede curar. Yahvé, el causante de sus heridas y de su afrentosa situación, es quien la cura amorosamente, y castiga justicieramente a sus adversarios. Por esto parece que la profecía es escrita después de cumplida la catástrofe del 586. Judá ha sido despreciada como nación; su capital, destruida, y, por tanto, parece que su situación es desesperada y sin remedio: es incurable tu herida (v.12). Con el exilio parece que la historia del pueblo elegido como nación ha terminado. Ha sido abandonada Judá de sus amantes (v.14), los pueblos que habían prometido ayudarla. Es representada como una meretriz que ha perdido su belleza y que no tiene ya atractivos al perder su categoría como nación. Había buscado alianzas con pueblos extranjeros, pero de nada le han servido en la hora de la prueba. En vez de confiar en Yahvé, su Esposo, se había confiado adulterinamente a libres amantes.
Pero la prueba entraba dentro de los planes divinos. Los enemigos que la arruinaron fueron instrumentos de la justicia y providencia divinas: yo te herí como hiere un enemigo. (v.14b), y todo ello como castigo de sus pecados. Yahvé se ha portado aparentemente como un enemigo atacando a Judá, que se había separado de Él para ir tras otros amantes. Yahvé es celoso de sus derechos.
Judá, como dama abandonada de sus amantes y malherida, da gritos de socorro, esperando que alguno se acuerde de ella: ¿a qué gritas por tu herida? (v.13). Ha recibido lo que ha merecido por la magnitud de sus pecados. Debe reconocer en el castigo la mano providencial que la hiere misericordiosamente, y no debe entregarse a la desesperación, y menos buscar remedio humano a un castigo divino.
Pero ahí está Yahvé para poner remedio a su situación aparentemente desesperada. Sus enemigos que la devoraron serán devorados (v. 16). Se han excedido en su condición de instrumentos de su justicia y recibirán su merecido: sus saqueadores serán saqueados (v.16b). Es la ley inflexible del talión en la historia de los pueblos. Los babilonios fueron despojados y vencidos por los persas, y éstos por los griegos. En toda la historia ha habido una conspiración de imperios contra el pueblo de Dios, pero en sus invasiones y atropellos no han hecho sino preparar los caminos del mesianismo espiritualista, dando por el suelo con los sueños imperialistas terrenos mesiánicos del pueblo escogido.
Yahvé tiene decidido restablecer a Israel como pueblo: Te restituiré a la salud (v.17). Las naciones circunvecinas se habían burlado de Israel al verle abandonado de su Dios, y por eso la llamaron irónicamente la desterrada de quien nadie se cuida. En realidad, este abandono ha sido sólo temporal y para bien del pueblo elegido; por eso Yahvé empeña su palabra de restablecer el honor conculcado de su pueblo.

Jr 30, 18-22

Sobre las ruinas del pasado, Yahvé va a restablecer los tabernáculos de Jacob (v.18). La bella frase recuerda la vida peregrinante de Israel en el desierto, cuando habitaba en tiendas bajo la protección inmediata de Yahvé, sin recursos humanos de ningún género, pero totalmente confiados a su Libertador. De nuevo se insinúa otra liberación no menos gloriosa, pues sobre el teso de ruinas de la ciudad abandonada surgirán de nuevo los palacios y moradas de los repatriados. Con ello renacerá la vida ciudadana con cantos de alabanza (v.19). Antes había gritos de angustia y espanto, ahora gritos de acción de gracias por la resurrección del pueblo, que se multiplicará como efecto de la bendición divina: los engrandeceré y no serán empequeñecidos.
Se creará una nueva teocracia bajo un nuevo jefe (que) saldrá de ella (v.21), de la nación. Será el soberano que gobernará a su propio pueblo, en contraposición a los gobernadores babilonios, que los sometían a todas las humillaciones y exacciones. De nuevo el profeta parece proyectarse en la figura del gran Libertador de su pueblo, el Mesías, si bien en primer plano pudiera pensar en Zorobabel conduciendo a los primeros repatriados y restableciendo la vida nacional de modo precario, pero como preludio de la futura y definitiva restauración. Ese nuevo soberano gozará de una particular benevolencia de Yahvé, pues le permitirá acercarse a Él sin temor: le haré acercarse y se allegará a mí (v.21). De Moisés se dice que hablaba a Yahvé cara a cara como un amigo. El nuevo Rey vivirá también en relación íntima con su Dios, para que establezca un reinado de justicia conforme al espíritu de Yahvé. Y todo esto por iniciativa especial de Dios, ya que acercarse a Él sin ser llamado sería comprometer su vida: ¿quién, si no, intentaría acercarse a mí? (v.21b).
El v.22 falta en los LXX, y quizá sea una glosa, pues sorprende la introducción, brusca de la segunda persona en el texto. Es una frase general que recapitula bien el contexto: Israel será el pueblo de Yahvé, que a su vez será su Dios. La idea aparece también en Jr 31, 1. La nación va a entrar en una nueva fase teocrática, en la que Yahvé será el centro de toda actividad cívica.

Jr 30, 23-24

De nuevo encontramos la idea de un juicio purificador de Yahvé sobre los malvados antes de la inauguración de los tiempos mesiánicos. La ira de Yahvé se desencadenará como un gran huracán, que todo lo lleva por delante. San Juan Bautista habla de un juicio purificador llevado a cabo por el Mesías antes de la inauguración mesiánica. Cristo dirá en sus discusiones con los elementos hostiles judíos que ese "juicio" se realiza individualmente en cada uno, según la actitud que tome ante la venida del Mesías, que es El mismo. Los profetas, en su idealización de los tiempos mesiánicos, piensan en una intervención divina purificadera, descrita con colores apocalíticos. Los escritores orientales no quieren los colores intermedios, sino los brochazos fuertes, para recalcar sus ideas. Sustancialmente, sus profecías sobre un reinado de justicia ideal se cumplen en el reino mesiánico inaugurado por Cristo; y bien en su primera etapa terrestre tendrá miembros no santos, pero en su etapa definitiva ultraterrena será realmente el reinado de los justos. La frase al fin de los tiempos (v.24) tiene perspectivas muy diversas: una mesiánica inmediata y otra más lejana, como en Daniel, en la consumación de las cosas. En la mente del profeta se superponen los planos históricos y metahistóricos.

Jr 31, 1-6

En la época de la restauración final, Yahvé será el centro de todas las tribus o familias de Israel, es decir, de los dos reinos, separados después de Salomón. Todas constituirán el pueblo de Dios como en los tiempos del éxodo.
La época del desierto quedó como la era ideal en el pasado de las relaciones íntimas entre Yahvé y su pueblo. Los profetas añoraban la simplicidad de aquellos tiempos cuando los israelitas aún no se habían contaminado con las idolatrías y vicios de los pueblos sedentarios de Canaán. Por eso el profeta, al describir la nueva liberación del exilio babilónico, piensa en una nueva vida en el desierto, en que las relaciones de Yahvé con su pueblo, en vías de repatriación, lleguen a la máxima intimidad. La palabra, pues, desierto aquí es término de comparación, para despertar las ilusiones del pueblo, que vivía aún de los recuerdos de las maravillas del éxodo. El pueblo escapado de la espada (v.2), los supervivientes de las calamidades de la guerra y del desierto, halló gracia en el desierto, al encontrarse de nuevo bajo la protección de su Dios, que los acompaña paternalmente a través del desierto siró-arábigo en su retorno a la patria. El profeta piensa en las caravanas de repatriados que con Zorobabel y demás guías de Israel fueron retornando a Palestina después del decreto libertador de Ciro en 538 a.C. La palabra desierto puede significar lo equivalente a triste, luctuoso, lugar de prueba, y entonces el profeta contrapondría la situación de vida de pruebas en el desierto y la intervención milagrosa divina que los salva de la situación triste del exilio; es decir, su gracia, su protección misericordiosa. Precisamente en estos años de prueba, como los pasados en el desierto del Sinaí, fueron los años en que se fraguará la nueva alianza entre Israel y su Dios protector. Como consecuencia de esta protección, Israel se reintegró a su tierra: se fue a su reposo Israel (v.2b), a la heredad santa, donde podrá disfrutar de los bienes otorgados por Dios.
Y la iniciativa para entrar en nuevas relaciones de amistad partió del mismo Yahvé. El pueblo se hallaba alejado de su Dios por sus pecados y confinado en las lejanías del destierro, abandonado a su suerte, sin posibilidad propia de rehabilitarse; pero Yahvé tuvo compasión de él y desde lejos se le hizo ver (v.3), ofreciendo sus gracias y protección para sacarle de aquel mísero estado. Y a continuación se explica la razón de esta actitud de Dios: Con amor eterno te amé; por eso te he mantenido favor (v.3b). A pesar de las infidelidades de Israel, Yahvé, exclusivamente por amor, decidió volver a tener relaciones amistosas con su pueblo. Sus predilecciones por Israel son eternas, muy antiguas, desde su elección en Abraham y desde su liberación de Egipto. Por eso promete restaurarla en su vida nacional: de nuevo te edificaré, y serás plantada (v.4). Israel es concebida como una viña o plantación que cuidadosamente es plantada por Yahvé para que dé frutos. La expresión virgen de Israel tiene un particular acento idílico de ternura. Israel es considerado como una doncella virgen que merece de nuevo los amores de su verdadero Esposo, y se le promete el volver a participar de las alegrías de la vida, como las jóvenes de su edad: volverás a adornarte con tus tímpanos y saldrás en alegres danzas (v.5). Bajo estas imágenes, llenas de ingenuidad, se insinúa la nueva vida de Israel como pueblo entregado a su vida pacífica alegre, gozando de sus propios bienes, después de haber pasado la época de la opresión y de la devastación. De nuevo surgirán las nobles alegrías de la vida y el jolgorio de la juventud en las plazas festejando los anales familiares y nacionales del pueblo.
Los israelitas podrán de nuevo dedicarse a sus trabajos de campo con la esperanza de participar de sus frutos: plantarás viñas en las alturas de Samaría (v.5). Este verso parece indicar que la profecía se centra sobre todo en la restauración del reino del Norte, con Samaría por capital. Samaría era famosa por sus vinos. La expresión y los que las plantan las gozarán indica la paz del país. Ya no serán los exactores extranjeros los que disfrutarán de los frutos que no son suyos, sino que los usufructuarán los propios israelitas establecidos en su país.
Y con la paz vendrá la restauración plena del culto en Jerusalén. De nuevo las doce tribus se considerarán ligadas a Sión como centro religioso, y por eso en aquellos días los atalayas clamarán en el monte de Efraím: Levantaos y subamos a Sión, a Yahvé, nuestro Dios (v.6b). Esos atalayas o centinelas parecen ser los que estaban en las cimas de las colinas vigilando la salida de la nueva luna para anunciar a todo el país el momento de las fiestas pertinentes al nuevo mes o "neomenias." Quizá se aluda también a la paz total que reinará en el país. En adelante los atalayas, que antes estaban encargados de anunciar invasiones militares, anunciarán sólo acontecimientos religiosos: las asambleas santas en Sión, donde mora Yahvé, el Dios de todos. La expresión monte de Efraím es clásica para designar el reino del Norte, de Samaría, centro de un culto cismático a Yahvé desde los tiempos de Jeroboam, en el siglo X antes de Cristo.

Jr 31, 7-14

Yahvé invita a celebrar el retorno glorioso de Israel, la primera de las naciones (v.7), en cuanto que ha sido escogida por Él cómo heredad particular para que participara de sus beneficios materiales y espirituales. Por eso es su pueblo, y ésa es la razón de que le haya salvado, a pesar de estar reducido a un resto, después de tantas calamidades y guerras.
A continuación describe el retorno de la Diáspora de la tierra del alquilón y de los extremos de la tierra (v.8). El retorno será completo, alcanzando aun a los tarados físicos e impedidos (v.8b). Ningún obstáculo se opondrá a la manifestación de la omnipotencia liberadora de Yahvé, que los guiará y asistirá paternalmente durante la travesía de retorno. La caravana de los repatriados es inmensa. El profeta se complace en contemplar la muchedumbre que retorna: ¡qué gran comunidad la que vuelve! Y contrapone dos situaciones históricas: Salieron entre llanto (v.8c) en otro tiempo camino del destierro, y ahora vuelven con consolaciones bajo la guía paternal de Yahvé, que dirige la repatriación, facilitando el paso de la caravana por caminos llanos para que no tropiecen (v.8c), llevándolos a las corrientes de las aguas. El paso por el desierto lleva consigo el peligro de perecer de sed. Pero esto no ocurrirá en el retorno de los exilados por el desierto, ya que Yahvé, que los guía personalmente, se encargará de llevarlos por senderos que lleven a los oasis y pozos que jalonan las rutas de la estepa para los que las conocen. Porque Yahvé es el Padre de Israel, que siente un afecto profundo hacia el pueblo que ha elegido y criado como hijo suyo.
Efraím era la tribu principal del reino del Norte, y aquí es sinónimo del mismo, que es el primogénito de Dios, según expresión conocida aplicada a Israel en general. El profeta contrapone aquí al reino del Norte (Efraim), en exilio, a las otras naciones, y en este sentido es el primogénito, en cuanto que es parte del Israel total histórico, objeto de las promesas divinas. No se le quiere anteponer al reino de Judá, del que hablará a continuación. El profeta concibe a ambos reinos como parte integrante del Israel auténtico tradicional, con sus doce tribus, descendientes de Jacob.
El profeta, obsesionado con la idea del retorno glorioso de su pueblo, invita enfáticamente a todas las naciones, a las lejanas islas, o pueblos costeros del Mediterráneo, a reconocer el gran hecho de la salvación del pueblo israelita, disperso en todas las regiones. Yahvé lo dispersó primero para castigarlo y purificarlo en la prueba, siendo los pueblos invasores que lo dispersaron meros instrumentos de la justicia divina. Pero ahora ha llegado el momento de la liberación, y por eso Yahvé lo protege como el pastor a su rebaño (v.10b). Es inútil, pues, que se opongan a sus divinos designios obstruyendo el retorno de los expatriados, pues Yahvé ha redimido a Jacob (v.11), rescatándolo de mano más fuerte que él. A pesar de la insignificancia del pueblo israelita, ha logrado substraerse del poder omnímodo mesopotámico gracias a la intervención directa divina.
Después de describir la travesía gloriosa por el desierto y su éxodo triunfal de entre las naciones, el profeta, lleno de júbilo, contempla la reanudación del culto solemne en Sión, adonde afluyen con gritos de júbilo (v.12) de todas las tribus. Como premio a su nueva religiosidad, Yahvé proveerá de toda clase de bienes materiales: el trigo, el vino, el aceite, los corderos, los terneros, siendo su alma como un jardín regado (v.12); es decir, los israelitas serán abastecidos de toda clase de ubérrimos frutos, como al jardín que no le falta la abundante irrigación del agua. Han pasado los tiempos del hambre y de la devastación de la campiña por el enemigo invasor, y de nuevo empezarán a surgir los tradicionales productos palestinianos de trigo, vino y aceite. Con ello la alegría reinará por doquier: la virgen danzará alegre en el corro (v.15). El luto ha sido sustituido por el sano júbilo popular, fruto de la seguridad nacional bajo la protección de Dios.
Con la abundancia de bienes vendrá la afluencia de sacrificios en el templo, de forma que los sacerdotes se verán cumplidos: saciaré a los sacerdotes de la grosura de las víctimas (v.14). Muchos autores han querido suprimir este verso como espúreo, porque parten del prejuicio de que Jeremías es sistemáticamente opuesto a todo lo que sea manifestación de culto externo en el templo. Pero el verso está en todos los códices y versiones. Por otra parte, no se opone a un culto externo, siempre que esté basado en una convicción interior profunda, con la entrega de los corazones a Yahvé. En la nueva teocracia, los sacerdotes participarán de los beneficios debidos a su clase. De nuevo tenemos que repetir que bajo estas imágenes de bienes materiales hay que ver la idea sustancial mesiánica de felicidad y paz. Los profetas, hombres de su tiempo, hablando para sus contemporáneos, conciben el mesianismo con colores terrenos. Sin embargo, lo sustancial de su mensaje -la justicia y paz de las conciencias- se cumple en la era mesiánica inaugurada por el Mesías, que, por otra parte, tiene su plena manifestación en la etapa celeste.

Jr 31, 15-22

De un modo conmovedor, el profeta describe el retorno de las dos tribus del norte (reino de Samaría). Muchos autores creen que es de la primera época de su actividad profética, por su parecido conceptual y estilístico con Jr 3, 12ss. A medida que la catástrofe de Judá se acercaba, Jeremías fue centrando su atención en torno a ésta; pero en los primeros tiempos felices de Josías sentía obsesión por la suerte trágica de los hermanos deportados del reino del Norte en el 721, un siglo antes. También para ellos hay esperanza de salvación.
En su sensibilidad extrema le parece oír los llantos de Raquel, la esposa predilecta de Jacob, al ver camino del destierro a sus descendientes (v.15). Raquel era la madre de José, padre a su vez de Efraím y de Benjamín, representantes, por su importancia histórica, del reino cismático del Norte. Precisamente en una de estas tribus se hallaba localizada, según la tradición, la tumba de Raquel. Rama es la actual er-Ram, a 10 kilómetros al norte de Jerusalén, junto a la calzada que conducía a Samaría. El profeta refleja poéticamente el duelo de la madre Raquel por la suerte de sus hijos, que avanzan hacia el norte en tristes caravanas camino del destierro.
El profeta se atreve a consolarla en nombre de Dios, porque la situación va a cambiar súbitamente: cese tu voz de gemir., porque hay compensación para tus penas (v.16). Sus dolores de alumbramiento de hijos no han sido vanos, pues no desaparecen totalmente, ya que llegará la hora del retorno a la patria; por eso hay esperanza para su porvenir (v.17).
Esta esperanza está basada en el arrepentimiento de Israel en el exilio: oigo a Efraím lamentarse: "Tú me has castigado." (v.18). Se reconoce rebelde como novillo indómito, que al fin es vencido por la astucia de su dueño y se deja llevar de la cuerda: conviérteme y yo me convertiré (v.15c). En su plena juventud, lleno de vitalidad, era indómito, y se dejó llevar por vías extrañas a las de Yahvé. Pero la prueba del exilio le ha hecho comprender su falsa situación, y pide humildemente que le haga volver a Él: conviérteme y yo me convertiré.
Reconoce humildemente su causa y se da golpes de compunción: luego que entré en mí, heríme el muslo (v.19). Es el gesto que expresa consternación, dolor. Está avergonzado por el oprobio de su mocedad (v.19b). Es la alusión a sus desviaciones en los tiempos en que como pueblo se sentía joven y se permitía el lujo de abandonar inconscientemente a su Dios.
Por otra parte, Yahvé siente una debilidad inexplicable por Israel: ¿No es Efraím mi predilecto, mi niño mimado? (v.20). Muchas veces ha querido castigarlo según merecía, pero instintivamente se acuerda de esta predilección y se arrepiente del castigo que iba a enviarle (v.20b), y siente que sus entrañas se conmueven. La frase es bellísima y antropomórfica. El profeta finge un soliloquio divino para explicar esa lucha que en El siente entre los derechos de su justicia y el amor que tiene por Israel: ¿cómo explicar el que, a pesar de ser Efraím infiel, le ame tanto?. Es la historia del amor divino en sus relaciones con los pecadores de todos los tiempos. Por fin, el profeta describe la última fase de este proceso de retorno. Ha llegado la hora de emprender el camino de la patria, y es necesario conocer bien las sendas. Israel es representado como una dama, la virgen de Israel (v.21c), que anda vacilante al tomar el camino de retorno. Llega la hora de volver a encontrarse con el Esposo, Yahvé, y, por tanto, no es el momento de perder el tiempo en indecisiones. Israel parece que se ha acostumbrado a la vida huérfana del exilio, y al sentirse libre tiene los miembros como entumecidos y anda remisa en emprender el regreso. El profeta le exhorta enfáticamente a ello. Es el grito de las ansias reprimidas de Jeremías, que desea ver a su pueblo establecido en su patria. Por eso les pide que preparen cuidadosamente el itinerario, colocando jalones para no extraviarse: ponte hitos, alza jalones, pon tu atención en la calzada, el camino que antes recorriste (v.21b). Israel debe hacer memoria del camino que en otro tiempo siguió hacia el destierro, para no perderse en el desierto. Es una exhortación poética para destacar la inminencia y seguridad del retorno. Yahvé tiene tan decidida su repatriación, que ya pueden los exilados ir pensando en preparar el itinerario de las caravanas de retorno.
Debe, pues, salir de la somnolencia producida por los años de exilio y estar lista para el camino: ¿hasta cuándo has de andar titubeando? (v.22). Israel no debe temer, pues va a gozar de una protección especial, ya que hará Dios una cosa nueva en la tierra: la hembra rodeará al varón (v.22). El sentido de este verso ha sido muy discutido, y los autores no convienen en señalar en qué consiste esa cosa nueva. San Jerónimo veía en ello la concepción misteriosa virginal del Mesías. Pero nada en el contexto insinúa esta interpretación.
La versión de los LXX difiere totalmente del TM, que es seguido por la Vulgata. Dice el texto griego: "El Señor suscitará la salvación para una nueva plantación; los hombres rodearán en salud," que realmente no hace sentido, lo que indica que el texto original hebreo era para los traductores un misterio. La Vetus Latina trae un texto similar a los LXX.
En la tradición judía no se le daba sentido mesiánico. Las sentencias de los autores modernos son muy diversas. Generalmente, los autores católicos suelen entender la frase misteriosa en el sentido de que la hembra es Israel, esposa de Yahvé, que es el varón. La cosa realmente nueva que Dios va a "crear" o hacer aparecer es que Israel en la nueva etapa rodeará al varón (Yahvé), es decir, buscará afanosamente adherirse a Yahvé como su Dios, y esto es algo admirable dada su propensión innata a la idolatría y a apartarse de las prescripciones de Yahvé. Este sentido está conforme con la profecía de Jeremías de que en la nueva alianza la Ley estará escrita en los corazones. Por otra parte, el símil del desposorio entre Dios e Israel es un lugar común en la literatura profética. Además, parece que éste es el sentido que da la versión siríaca: "la mujer amará diligentemente al varón," interpretación seguida por San Efrén.
Recientemente se ha propuesto una luminosa solución que también parece encajar en el contexto: el profeta invita a los exilados a no vacilar y a que preparen el camino, y para que no sientan aprensiones sobre los peligros del itinerario por el desierto, les anuncia un portento inaudito: la hembra rodeará al varón. En las caravanas, normalmente, las hembras, con sus niños, como seres indefensos, van en el centro de la comitiva, mientras que los varones, como más fuertes, van en los flancos, con las armas en la mano, dispuestos a defender a los componentes de la caravana contra cualquier repentina incursión o razzia de los belicosos beduinos. Esta disposición es la normal; pero, en la caravana de retorno de los exilados, Dios los protegerá directamente, en tal forma que las mujeres pueden libremente ir en los flancos "rodeando al varón," que iría descuidado en el centro, pues no habrá peligros inesperados. Así, pues, aquí se exaltaría la suprema seguridad de que disfrutarán los repatriados en su camino de retorno.

Jr 31, 23-26

Yahvé promete al reino de Judá la reconstrucción que había prometido al reino del Norte. En sus designios forman un solo pueblo. Será una reconstrucción material y, sobre todo, moral y religiosa. La profecía puede ser compuesta después de la ruina de Jerusalén en el 586, para consolar a los israelitas, decepcionados en sus ilusiones. No todo estaba perdido, porque Yahvé velaba sobre los destinos de su pueblo. El profeta se transporta mentalmente al momento en que los exilados, ya de retorno a su patria, saludan jubilosos a la Ciudad Santa: Bendígate Yahvé, morada de justicia, monte de santidad (v.23). Judá será un país de justicia, porque definitivamente reinará en él la equidad, y el centro será el monte de santidad, es decir, Sión, morada de Yahvé, que vive en una atmósfera de santidad y lo santifica todo con su contacto.
A su sombra florecerá de nuevo la vida nacional en su plena manifestación. Resurgirá la vida industrial, agrícola y ganadera, de modo que todos se sientan contentos en la nueva sociedad: saciaré a toda alma desfallecida y hartaré a toda alma lánguida (v.25). La abundancia será la característica de los nuevos tiempos. También aquí el profeta idealiza mucho el cuadro, pues sabemos que los años que siguieron a la repatriación fueron bien penosos y estrechos; pero el sentirse libres en su patria endulzaba sus trabajos. Por otra parte, como siempre, en la mente del profeta se superpone el horizonte mesiánico, que ve vinculado inicialmente a esta primera etapa de repatriación. En la época del Mesías, la felicidad será plena.
La frase del v.26 es enigmática y diversamente traducida. Muchos autores la explican en el sentido de que el profeta, maravillado de la grandiosa perspectiva liberadora de su pueblo, se sentía como al despertar de un dulce sueño: por eso, al despertar y ver, fue dulce mi sueño. Otros autores creen que la frase es una observación del lector, añadida posteriormente, el cual, al leer tan espléndidas perspectivas para su pueblo, pensaría que todo eso era demasiado bello para que fuera realidad, y así lo catalogaría entre los "dulces sueños."

Jr 31, 27-28

Es la promesa de la repoblación de los países asolados de Israel y Judá. Después de la guerra han quedado despoblados, y es preciso que Dios favorezca de nuevo la multiplicación de sus habitantes y de sus ganados. Yahvé ahora va a actuar como el sembrador que lanza a voleo el grano que debe germinar: yo sembraré de hombres y animales (v.27). Es de notar que el vaticinio se refiere a los dos reinos separados, el de Israel y el de Judá, que en los futuros planes de Dios están destinados a constituir un solo reino mesiánico. Ha pasado el tiempo del castigo y llega la hora de vivir ambos en paz dentro de la abundancia. Israel y Judá son comparados a un campo feraz, bien dispuesto para la siembra que Yahvé mismo va a realizar. Antes Dios había enviado el castigo, la devastación y la ruina para salvaguardar los derechos de su justicia y de su santidad: velé sobre ellos para arrancar y destruir (v.28). Ha sido la primera parte de su labor; pero llega la hora de la segunda: velaré sobre ellos para edificar y plantar (v.28). Las expresiones están calcadas sobre la misión encomendada a Jeremías de anunciar la destrucción y la ruina, de un lado, y después la resurrección y "edificación" del nuevo pueblo. Es el instrumento de la justicia y misericordia divinas, que "vela" por los intereses de su justicia y de los de su pueblo. Le castiga primero para purificarle y después para premiarle. Si lo "destruye" primero, es para "plantarlo" y "edificarlo" después según un nuevo módulo más espiritual.

Jr 31, 29-30

En ese nuevo orden de cosas, en el pueblo de Dios reinará una justicia más personal. Hasta ahora predominaba el principio de la responsabilidad colectiva, basada en la interdependencia social de las tribus. La ley de la sangre, esencial en la vida tribal del desierto, traía como consecuencia una interdependencia de intereses que a veces resulta injusta. Los contemporáneos de Jeremías se consideraban injustamente castigados al sufrir ellos totalmente las consecuencias de la catástrofe debida en gran parte a los pecados de los antepasados: los padres comieron los agraces y los hijos sufrieron la dentera (v.29). Este proverbio, que parecía correr entre los exilados, expresaba bien su estado de ánimo. Jeremías se hace eco de ello, y anuncia para un futuro próximo una justicia más proporcional basada en la responsabilidad individual. Según las leyes de la solidaridad tribal, los hijos debían pagar por los pecados de los padres. En realidad, los contemporáneos de Jeremías y de Ezequiel no habían sido peores que sus antepasados. Sobre todo, la época del impío rey Manases se había caracterizado por la apostasía general. Y por eso los contemporáneos de Jeremías, que no tenían luces sobre la retribución en la vida de ultratumba, no encontraban justo el sufrir por pecados que ellos no habían cometido. Jeremías concede en parte esto, y les promete una nueva era en la que la responsabilidad será individual. Tampoco Jeremías tenía especiales luces sobre la retribución en el más allá, y por eso sus promesas se basan en la esperanza de una justicia perfecta en la era mesiánica. No habrá entonces pecado nacional, porque Yahvé hará que la ley reine en los corazones, y, así, la masa total del pueblo vivirá centrada en torno al pensamiento de su Dios. Si alguno peca, él solo será castigado, sin infringir daño a la nación. Por eso ya no tendrá vigencia el viejo proverbio: los padres comieron los agraces y los hijos sufren la dentera. El nuevo reino mesiánico será, en su marcha, independiente de la conducta de los individuos. Jeremías piensa aquí en la nación, cuya suerte como tal será independiente de la conducta de algunos transgresores. Ezequiel se fija más en la responsabilidad de los individuos como tales: los hijos no serán responsables de las acciones de los padres. La promesa de Jeremías se cumple en el "Israel de Dios," la Iglesia, inmaculada en sí, aunque sus componentes sean pecadores en gran parte. Cada uno responderá ante Dios de sus acciones. La época plena del mesianismo total no se da en este estadio terrestre en el sentido de que no habrá pecadores. El reino de Dios obra como un fermento que fructifica en toda la masa, pero sólo en el estadio definitivo celeste se da la plena teocracia de los justos en torno al Cordero inmolado. Es la etapa definitiva, cantada en el Apocalipsis. Los profetas no sabían distinguir las diferentes etapas, y veían vinculadas al Israel histórico realizaciones ideales que sólo se darían en el "Israel de Dios," que tiene su plena eclosión y su razón de ser en la definitiva etapa celeste.

Jr 31, 31-34

Este fragmento es uno de los más bellos de toda la literatura profética por el espiritualismo que resuman sus palabras. La alianza antigua, basada en penas y castigos, será sustituida por otra nueva alianza que tiene su asiento en los corazones. Parece un anticipo del mensaje evangélico. El pacto del Sinaí había caducado por la infidelidad de una de las partes contratantes, y se había mostrado ineficaz para dirigir la vida religiosa del pueblo elegido. Las imposiciones externas no habían logrado despertar la entrega íntima y profunda de los corazones. El materialismo de la letra había ahogado el espíritu contenido en la misma. El ritualismo había suplantado al contenido ético-religioso del pacto sinaítico, y era preciso iniciar una nueva etapa con nuevas bases para regular las relaciones de Israel con su Dios. Faltaba el principio interior de la gracia, que transforma los corazones. Puesto que la antigua alianza había fracasado, no se debía reconstruir la nueva teocracia con las mismas bases ya caducas. Por eso, Jeremías, en nombre de Dios, anuncia una nueva alianza, escrita sobre los corazones, en sustitución de la antigua, escrita en piedra. En vez de meras imposiciones externas, con promesas y amenazas materiales, la base de la nueva alianza será el "conocimiento" amoroso e íntimo de Yahvé y de sus derechos.
La nueva alianza será con el Israel total: la casa de Israel y la casa de Judá (v.31). Las doce tribus son objeto del amor de Dios, y de ellas saldrá el núcleo sustancial de la era mesiánica, del "Israel de Dios" del ?. ?. La expresión vienen días alude a una perspectiva ilimitada iniciada con el retorno de la cautividad y plenamente manifestada en la era mesiánica. En el horizonte profético se superponen constantemente ambas perspectivas históricas, en cuanto que la primera es una preparación de la segunda; pero los confines de ambas quedan indeterminados. Pero la nueva alianza se diferenciará bien de la del Sinaí, cuando Yahvé sacó a Israel de la tierra de Egipto (v.32), ya que ésta fue quebrantada por una de las partes signatarias, los israelitas. En cambio, la nueva alianza durará para siempre, porque Yahvé imprimirá en los corazones un conocimiento de El mismo que los atraerá y guiará en todas sus acciones conforme a los intereses de Yahvé: yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios, y ellos mi pueblo (v.33). Ambas alianzas tenían por fin vincular a Israel a su Dios, pero en la nueva etapa las leyes no serán meras proposiciones externas e invitaciones a cumplirlas, con el anuncio de las correspondientes sanciones o premios, como en el Sinaí, sino que Yahvé actuará en los corazones de los ciudadanos de la nueva teocracia para que irresistiblemente las cumplan. Es una expresión hiperbólica para recalcar el sentido interior de la nueva legislación divina. La antigua Ley mosaica había sido escrita en tablas de piedra; la nueva, en los corazones. La expresión es bellísima e irreemplazable para designar el carácter espiritual del nuevo pacto. Entonces Yahvé será realmente el Dios de su pueblo (v.33).
La acción íntima de Yahvé en los corazones será tan profunda e incoercible, que no habrá necesidad de doctores que enseñen la ley del Señor: No tendrán que enseñarse unos a otros (v.34), porque Yahvé mismo, dominando los corazones, será el Doctor de cada uno. En Is 54, 13 se dice lo mismo: "Todos tus hijos serán instruidos por el Señor." La máxima docilidad presidirá los móviles de los nuevos israelitas. Naturalmente, estas palabras de Jeremías no se oponen a la existencia de doctores en la nueva ley, como han querido entender los anabaptistas. Aquí se quiere resaltar el carácter íntimo e insinuante de la ley del Señor, que no dependerá en su eficacia tanto de la audición externa, comunicada por un maestro humano, cuanto de la acción íntima de Yahvé, que mueve los corazones. Todos lo conocerán, desde los pequeños a los grandes (v.34). Conocer a Dios aquí no es tener un conocimiento especulativo sobre Dios y sus atributos, sino que la frase en el A.T. implica un conocimiento afectivo, que supone la entrega de la vida a sus preceptos. Pequeños y grandes aquí son probablemente la clase dirigente de la nación y los simples ciudadanos, sobre todo los pobres e ignorantes.
Dios, en reconocimiento a esta entrega íntima de los corazones, les perdonará sus maldades. La nueva era se abre con una amnistía general, de modo que las relaciones con Dios serán totalmente cordiales. De nuevo Jeremías insinúa la nueva obra de remisión de los pecados, que se cumplirá en el ?. ?. con la infusión desbordante de la gracia.

Jr 31, 35-37

Este pequeño oráculo, que tiene mucha semejanza con el Deutero-Isaías, puede ser bien una intercalación posterior del redactor, aunque de inspiración jeremiana. Y puede concebirse como culminación de los v.31-34, en el sentido de que en la nueva alianza no sólo los individuos como tales vivirán permanentemente vinculados a Yahvé, sino que la misma sociedad teocrática subsistirá eternamente como consecuencia de esa entrega de los corazones de aquéllos a Dios, sellada en el nuevo pacto.
El profeta, con estilo solemne y enfático, destaca la inmutabilidad de las leyes de los astros como modelo de la inmutabilidad de Israel. El que garantiza la permanencia de Israel es el que ha puesto al sol para que luzca de día, y leyes a la luna para que luzca de noche (v.35), y el que dirige la marcha de los elementos, sujetando a leyes al mismo mar, símbolo tradicional de fuerza, indómita.
La frase solemne de Yahvé tiene el carácter de juramento: Si dejaran de regir estas leyes ante mí (Creador de ellas), cesara la descendencia de Israel de ser ante mí una nación por siempre (v.36). No se puede expresar de modo más vigoroso la seguridad de la permanencia de Israel como nación. La misma idea se recalca en el símil del v.26: como no pueden medirse los cielos ni descubrirse los fundamentos de la tierra (v.26), así tampoco podrá Yahvé "repudiar" a su pueblo.

Jr 31, 38-40

En esta descripción ideal se traza el perímetro de la nueva ciudad de Jerusalén, dentro del cual habrá lugares que antes tradicionalmente habían sido considerados como impuros por haber sido profanados con la presencia de cadáveres y con los sacrificios de niños a Moloc. Todo el área será puro y consagrado a Yahvé. El profeta no cita el recinto sagrado del templo, que ya supone consagrado a Dios, sino lo que tradicionalmente era considerado como profano. Es una descripción ideal de la capital de la teocracia mesiánica. Ezequiel se moverá en el mismo plan ideal al describir la nueva Tierra Santa. En la perspectiva mesiánica de Jeremías no se menciona la reconstrucción del templo porque toda la ciudad será morada de Yahvé. El autor del Apocalipsis trazará también el perímetro ideal de la Jerusalén celestial. Las perspectivas son proféticas, con una carga fuerte poética para impresionar en los lectores; por eso las descripciones no han de tomarse literalmente. El profeta, ante las ruinas de la ciudad, sueña con otra ciudad reconstruida más perfecta, aun topográficamente, que la anterior, sobre todo girando en torno a su Dios, del que irradia toda su grandeza y esplendor.
La torre de Jananeel estaba en el ángulo noroeste de la explanada del templo, donde hoy está enclavada la Torre Antonia. La puerta del Ángulo corresponde a la actual "puerta de Jafa." La colina de Gareb es desconocida como localidad, pero se supone que el profeta se refiere a la colina llamada de Sión, donde está el Cenáculo. De ahí partía hacia el sudeste, hacia Goa, lugar también desconocido, pero que se supone que estaba en la confluencia del Cedrón, del Tiropeón y del er-Rababy. La intención del profeta parece englobar dentro de la Ciudad Santa los lugares que eran tradicionalmente impuros, como la depresión, punto de convergencia de los tres wadys antes citados, donde se arrojaban los cadáveres y donde había sido erigido el impuro Tofet, o abominación idolátrica, con su secuela de sacrificios de niños inocentes: y todo el valle de los cadáveres, hasta el torrente Cedrón, hasta la esquina de la puerta de los Caballos (v.40). La puerta de los Caballos estaba en el ángulo sudeste de la actual explanada de la mezquita de Ornar (Haram esh-Sherif), donde se juntaba la muralla del templo con la de la ciudad. De este modo queda completamente cerrado el perímetro de la ciudad, que, partiendo del noroeste de la explanada del templo, había dado vuelta hacia el occidente por la actual puerta de Jafa, descendiendo al punto de unión del Cedrón y el er-Rababy, para volverse hacia el este hasta empalmar con la explanada del templo de nuevo. Con este trazado, el profeta quería indicar que en la nueva ciudad no habría zonas impuras, sino que todo sería "consagrado" a Yahvé como suyo. Es una idealización geográfica que no ha de ser entendida a la letra. Siempre los profetas juegan con símbolos en función de ideas. La nueva ciudad será santa totalmente, sin zonas impuras. En el nuevo orden de cosas, hasta la topografía de la ciudad será diferente, al verse libre de lugares tradicionalmente infamantes.

Jr 32, 1-5

La datación histórica es perfecta. El año décimo de Sededas corresponde al 588, pues Sedecías subió al trono en el 598, sucediendo a su sobrino Jeconías, llevado en cautividad. El asedio de Jerusalén comenzó en el año noveno de Sedecías, es decir, en el 589-588, y fue levantado temporalmente para hacer frente al ejército egipcio, que venía en auxilio de Jerusalén. Quizá en este lapso de tiempo tuvo lugar el hecho que se cuenta aquí, ya que Jeremías recibe a uno de sus parientes de Anatot, lo que en un riguroso asedio no hubiera sido posible. El año dieciocho de Nabucodonosor coincide con lo que se dice en Jr 25, 1. En esas circunstancias de cerco de la Ciudad Santa, Jeremías estaba encerrado en el atrio de la guardia del palacio del rey (v.2). Parece que era la parte del atrio real reservada para cárcel de personas que no se querían enviar a la prisión común. Era una libertad vigilada, como la "custodia libera" de los romanos, y así eso se concibe el episodio en cuestión, ya que se le permitía hacer contratos y recibir visitas de parientes. Se le custodiaba porque se le consideraba peligroso como derrotista al anunciar el triunfo de los babilonios asediantes (v.3-4). En el c.37 se especifican más estas acusaciones. La frase hasta que la visite (v.5), que en el contexto parece tener un sentido favorable de liberación, no está en los LXX, y es quizá una glosa posterior. No sabemos que Sedecías haya sido liberado del cautiverio, sino que más bien en Jr 52, 11 se dice que murió en la cautividad. Quizá algún redactor posterior confundió a Sedecías con Jeconías. En todo caso, Jeremías había anunciado reiteradamente el desastre de Judá, en el que perecería también la casa real.

Jr 32, 6-15

El relato tiene un valor simbólico, como las acciones del ceñidor escondido en el río y la vasija de barro rota en la casa del alfarero. Aunque parece que el contenido de la narración tiene un carácter personal -un negocio particular con un pariente suyo-, sin embargo, Dios le advierte de antemano que el contrato que va a realizar tiene un alcance profético.
Jeremías era de familia sacerdotal. Según la Ley, los pertenecientes a la tribu de Leví no podían tener terrenos propios, sino que debían vivir de los sacrificios y ofrendas que se hacían en el templo. Sin embargo, hay otras leyes según las cuales se les permitía tener algo de campo en torno a las ciudades que les eran concedidas para que pudieran mantener sus ganados. En todo caso, en la práctica parece que la ley primitiva se cumplía con cierta laxitud, y de hecho tenían bienes propios, regulados conforme al derecho consuetudinario. El caso que se plantea aquí tiene otro paralelo en el libro de Rut. Para que los bienes, en lo posible, no salieran del ámbito de la familia que los había heredado tradicionalmente, estaba estipulado que, cuando alguno quería vender un campo, debía ofrecerlo, antes que a nadie, a su pariente más próximo. El que lo adquiría era llamado rescatador, o goel en hebreo. Por eso, el primo dice a Jeremías: te corresponde su posesión por razón de rescate (v.8). Como Yahvé le había anunciado de antemano que su primo le había de visitar con este fin, vio en ello la voluntad expresa de Dios: entendí que era palabra de Yahvé (v.8), a pesar de que no se dice que Dios le hubiera ordenado expresamente hacer la transacción.
El precio de diecisiete siclos de plata (v.8) es realmente exiguo (unas 50 pesetas oro). No sabemos el valor adquisitivo del dinero entonces; tampoco sabemos la extensión del campo; pero, puesto que la compra se realizaba entre parientes, quedaba siempre el derecho del vendedor de rescatar el campo por la misma cantidad. Las mismas condiciones de inseguridad social por la guerra (Anatot estaba en la zona de guerra, pues está a unos kilómetros al nordeste de Jerusalén) harían que el valor de los inmuebles fuera mínimo. En todo caso, para el fin simbólico que tenía la compra en la mente del profeta, no interesa la cantidad, que no es inverosímil históricamente por lo antes dicho. Jeremías tiene interés en que el contrato se haga según todas las formalidades públicas, sellándolo ante testigos como signo de autenticidad. Además quería dar la máxima publicidad para poder después declarar públicamente su sentido profético para la posteridad. Era corriente hacer un duplicado del contrato.
Probablemente Jeremías lo escribió sobre papiro, al modo egipcio, no en tabletas de arcilla, al modo babilónico. Según la costumbre egipcia, se escribía el texto dos veces en el mismo papiro, una por dentro, y se enrollaba, sellándolo para que no pudiera ser abierto, y otra a continuación, pero de modo que al enrollarse el papiro quedara para afuera el texto, siendo posible leerlo sin dificultad. Ambas partes de papiro estaban unidas y no podían separarse. En el caso de Jeremías, una copia quedaba sellada y otra abierta, sin especificar si ambas estaban unidas. Después lo dio a Baruc, que aparece aquí por primera vez como fidelísimo secretario que le habría de acompañar en su exilio involuntario a Egipto. El profeta había sellado el contrato delante de todos los judíos que se hallaban en el atrio de guardia (v.12), probablemente el público que acudía junto a Jeremías con la esperanza de oír sus oráculos. El profeta da a Baruc el documento para que lo guarde en un recipiente de barro cocido (v.14), como era usual en Egipto y Babilonia. Los últimos descubrimientos de Ain Fesja y de Qumrán, en el desierto de Judá, confirman este uso en Palestina.
El deseo de conservar los documentos era con vistas al futuro: para que puedan conservarse largo tiempo (v.14). No le interesaba el presente, pues sabía que la catástrofe era inevitable, sino con vistas a un futuro más lejano, pero cierto. El quiere dar con ello una lección de esperanza a sus compatriotas desmoralizados: Todavía se comprarán en esta tierra campos y viñas (v.15). Las predicciones sombrías de Jeremías podían sembrar la desesperación en el auditorio, creyendo que, con la destrucción de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor, el pueblo israelita estaba definitivamente borrado de la faz de la tierra. Por eso quiere que piensen en un futuro de restauración, de paz y de prosperidad en que volverán a hacerse transacciones.

Jr 32, 16-25

Esta oración, que en parte es un mosaico de frases hechas salmódicas, sin duda que ha sido muy retocada, y sólo sustancialmente podrá atribuirse a Jeremías. Se destaca la providencia de Yahvé sobre su pueblo con las clásicas alusiones a la milagrosa salida de Egipto. Parecen ser de Jeremías los v.24-25, al menos se adaptan bien al contexto. Jeremías no comprende por qué se le manda comprar un terreno, cuando ya tocan a la ciudad los terraplenes para tomarla (v.24). Es una dramatización de sus deseos para que Yahvé mismo explique el alcance simbólico del extemporáneo contrato.

Jr 32, 26-35

Esta respuesta de Yahvé, tal como está en el texto, resulta redundante y construida a base de lugares comunes de la literatura profética, particularmente del mismo Jeremías: Dios entrega a Jerusalén a la ruina por sus pecados, particularmente el de la idolatría (v.29). Se enumeran los terrados de las casas en los que se quemaba incienso a Baal (v.29), los lugares altos (v.35), las abominaciones en el valle de Ben-Hinnom (v.35), donde se sacrificaban los niños a Moloc, etc. El castigo, pues, de Yahvé es inexorable; los ejércitos de Nabucodonosor entrarán e incendiarán la ciudad.

Jr 32, 36-44

Como siempre, la contrapartida del anuncio del castigo sobre Israel es el vaticinio de la futura resurrección del mismo como colectividad nacional. Dios ha empeñado su palabra desde antiguo en favor de este pueblo privilegiado, y se siente vinculado de un modo especial a él. Yahvé los ha dispersado en su furor y los reunirá en su misericordia, para ser su pueblo y El su Dios. Para ello, Yahvé mismo les inducirá por los caminos de su ley, dándoles un corazón nuevo y un solo camino, de modo que vivan en su santo temor. Sus disposiciones internas cambiarán totalmente. Y en el orden material se reconstruirá la vida nacional en la tierra santa: habrá poseedores en esta tierra (v.43). La alianza que hará con Israel Yahvé será eterna, ya que no habrá de nuevo ruptura, pues los israelitas obedecerán siempre con docilidad al Señor. La expresión es enfática e hiperbólica, basada en la idealización de los tiempos mesiánicos, cuya preparación se iniciará con la repatriación de los exilados de la Diáspora: los plantaré firmemente en esta tierra (v.41). Estas palabras responden a las ansiedades del profeta, ya que la tierra después de la catástrofe no quedará perennemente desierta (v.43), sino que de nuevo habrá poseedores en ella, de modo que se reanudarán los contratos comerciales (v.44). El vaticinio tiene por fin, pues, suscitar esperanzas en el auditorio del profeta, que pudiera creer irremediable la catástrofe de su pueblo: Yo haré volver a los desterrados (v.44).

Jr 33, 1-9

Parece que este vaticinio tuvo lugar, como el anterior, cuando el asedio de Jerusalén era intenso y se preveía el fatal desenlace. La redacción debe de ser de Baruc, secretario del profeta; por eso en el v.1 habla de éste en tercera persona: Jeremías estaba preso en el atrio de la guardia. La frase por segunda vez supone la revelación de Jr 32, 16ss. El ambiente histórico es el mismo. El oráculo ahora recibido se asienta en la veracidad de Yahvé, que ha hecho la tierra, la ha formado y afirmado (v.2). Es la fórmula tradicional para recalcar enfáticamente la certeza de lo que se anuncia. Lo mismo se ha de decir de la expresión Yahvé es su nombre. El tetragrammaton del Dios libertador del Sinaí era la garantía de su poder para cumplir nuevas maravillas. También ahora quiere comunicar cosas grandes y ocultas (v.3), el vaticinio que sigue en torno a la restauración de Judá. Yahvé mismo está ansioso de comunicarlas para confortarle a él y a sus oyentes; por eso le invita a que le pregunte sobre las mismas. Dios quiere contraponer la situación trágica y desesperada actual y el futuro esplendoroso que espera a la ciudad derruida. Ahora las casas y los palacios están destruidos, y con sus ruinas sirven de baluartes para rechazar a los caldeos, y todo esto por especial permisión divina: llenándose de cadáveres de hombres que yo herí en mi indignación (v.5). Los invasores caldeos no son sino instrumentos de su justicia vengadora y purificadera, Yahvé se ha desentendido temporalmente de Jerusalén, ocultando su rostro por sus maldades (v.5). Pero estas ruinas no son definitivas, ya que después llegará la hora de la reconstrucción (v.6). El castigo hará que se purifiquen y hagan penitencia, con lo que Yahvé les perdonará todas sus transgresiones (v.8), quedando limpios para constituir una nueva teocracia, que será causa de renombre, alabanza (para Yahvé) entre todos los pueblos de la tierra (v.9). Como el castigo infligido a Judá había sido objeto de burla y consternación entre los paganos, así su restauración la hará objeto de bendición y admiración de los mismos.

Jr 33, 10-13

Continúa el pensamiento de restauración de la sección anterior, concretando particularidades de la restauración. Con la venida de los desterrados renacerá la vida y alegría en los lugares que ahora son desiertos, sin hombres ni bestias. (v.10). Se reanudará el culto sincero en el templo (v.11) y se oirán los alegres cantos nupciales (v.11). El grito de alabanza del v.11 es una fórmula litúrgica corriente en los Salmos.
Además surgirá de nuevo la vida pastoril (v. 12-13), abundando por doquier el ganado, que pasará bajo la mano del que lo cuenta; alusión a la costumbre del pastor, que diariamente cuenta sus ovejas para ver si falta alguna.

Jr 33, 14-26

Esta sección tiene el aire de una compilación de textos en torno a dos ideas fundamentales: la reconstrucción y permanencia de la dinastía davídica y del sacerdocio levítico. Parece que un redactor posterior al exilio recogió de la tradición hebrea, y sobre todo del mismo Jeremías, fragmentos en los que se hablaba de la resurrección de las dos instituciones fundamentales de la teocracia israelita. Después del destierro, los israelitas no tuvieron rey hasta la época asmonea, y el mismo sacerdocio levítico no parecía tener el ascendiente e importancia que había tenido antes del destierro. Los fieles yahvistas estaban inquietos y ansiosos porque no llegaba la hora de la plena restauración de las instituciones fundamentales de su pueblo. El redactor recoge fragmentos proféticos diversos para probar que la promesa de Yahvé sobre la perennidad de la dinastía davídica y sobre la permanencia del sacerdocio levítico estaba en pie y que había de cumplirse algún día. Por eso, esta profecía parece insertada en el llamado "libro de consolación" de Jeremías.
En efecto, Yahvé hará surgir de la dinastía davídica un retoño que obrará en todo conforme a su justicia, haciendo prosperar a su reino, de forma que podrá llevar bien el nombre simbólico de Yahvé, nuestra justicia (v.16), porque en todas las manifestaciones de la vida social de la nueva teocracia prevalecerá el sentido de equidad, basada en los derechos de Yahvé. La buena palabra (v.14) o venturosa promesa es la misma de Jr 29, 10, relativa a la restauración mesiánica, y se refiere a toda la descendencia de Jacob: la casa de Israel y la casa de Judá (v.14), como en Jr 23, 6. Pero después la profecía se orienta de modo particular a la suerte de Judá y Jerusalén, trasladando la promesa de Jr 23, 6 al reino del sur, como primer plano. La expresión en esos días suscitaré. (v.15) es típica para designar los tiempos mesiánicos, anhelados de todos, y por eso son los días por excelencia, sin más determinación. La expresión es, pues, solemne y enfática en boca de los profetas, que quieren llamar la atención sobre la gran realidad de los tiempos objeto de todas las esperanzas.
El renuevo de justicia es paralelo al renuevo justo de Jr 23, 5, del que parece ser una simple variante. El sentido es el mismo. La mente del profeta se proyecta directamente sobre un personaje ideal de la dinastía davídica, al que llama renuevo, dependiendo literariamente quizá de Is 11, 1, donde se habla del "renuevo de la casa de Jesé," la casa de David. Se le llama de justicia porque implantará un reinado de equidad: hará derecho y justicia en la tierra (v.15). De ahí que se le podrá dar el nombre simbólico de Yahvé, nuestra justicia (v.16). Como en Is 7, 14, Emmanuel es el nombre del Mesías, en cuanto que simboliza la protección de Yahvé sobre su pueblo, aquí es llamado Sidquenu ("Yahvé es nuestra justicia"), en cuanto que inaugurará un reinado de plena justicia.
A continuación se anuncia la permanencia de la dinastía davídica como garantía de que aparecerá un día el renuevo de justicia. Y asociada a esta profecía está la relativa a la permanencia de la casta sacerdotal. La dinastía davídica cesó de reinar sobre Judá en el 586, cuando fue tomada Jerusalén por los caldeos. Su último rey, Sedecías, fue llevado en cautividad a Babilonia. Después del exilio, el jefe de los primeros repatriados fue Zorobabel, de la familia davídica; pero no tuvo nunca el título de rey, sino que era como un gobernador dependiente de la satrapía persa. El sacerdocio levítico, en cambio, tuvo gran auge después de la cautividad, precisamente porque no había rey que les hiciera contrapeso. Bajo los Macabeos y Asmoneos (s.II a.C.) se unieron los dos poderes. La dinastía davídica, como institución de gobierno temporal, de hecho desapareció de la historia hebrea, y el sacerdocio levítico se extinguió con la destrucción de Jerusalén por Tito en el año 70 d. C. ¿Cómo se cumplió, pues, la profecía de la permanencia de la dinastía davídica y del sacerdocio levítico? De nuevo aquí tenemos que hablar del empalme del Israel histórico con el "Israel de Dios." La grandeza de la dinastía davídica se salvó, y se sublimó en la persona de su máximo representante, el Mesías-Jesucristo. Descendiente de la casa de David, inauguró un nuevo reino, del que la historia de Israel había sido una preparación. Cristo es realmente rey, pero en un plano muy superior, no soñado por el mismo Jeremías. Su reino es realmente de justicia, y por eso con todo derecho puede llamarse Jesús-Mesías: Yahvé es nuestra justicia (Sidquenu), como también Emmanuel ("Dios con nosotros"), nombres todos descriptivos y aproximativos de su excelsa misión. Como siempre, los profetas intuyen horizontes altísimos para su tiempo, pero muy inferiores a la realidad del ?. T. Nunca los profetas pudieron comprender la grandeza espiritual de la futura Iglesia fundada por Cristo, aun en su primer estadio de militante.
La cuestión de la continuidad del sacerdocio levítico habrá que resolverla también en un plan análogo. El sacerdocio del A.T. fue sustituido y sublimado por el instituido por Cristo. Pero lo mismo que los sacrificios cruentos del A.T. en el templo de Jerusalén eran tipo y preparación del gran sacrificio eucarístico de la cruz, así también el sacerdocio del A.T. fue la preparación del sacerdocio del ?. ?. Malaquías habla de otro sacrificio universal que sustituirá al de Jerusalén. Aquí el profeta también parece tener intuición sobrenatural sobre una etapa más grandiosa del sacerdocio, de la que el levítico es una sombra y preparación. Esta perennidad de la realeza davídica y del sacerdocio levítico es proclamada enfáticamente a continuación. Como existe una ley o pacto constante que dirige el curso del día y de la noche y los movimientos de las milicias celestes o estrellas, así existe un pacto de parte de Yahvé que asegura la permanencia de la dinastía davídica y del sacerdocio levítico (v.21-22). Así sale al paso del escepticismo de sus contemporáneos respecto del destino de su pueblo. La catástrofe les había hecho pensar que Yahvé se había arrepentido de la elección de Israel y de Judá y que los había desechado definitivamente: Las dos familias que eligió Yahvé las ha repudiado (v.24). En la mente de todos estaba el recuerdo de la catástrofe de Samaría, rendida a las tropas asirías de Sargón II en el 721 a.C., y la deportación en masa de sus habitantes, los cuales, después de más de un siglo, no tenían esperanza de retornar a su hogar patrio. Esta misma suerte espera a Jerusalén y Judá, a las que desprecian por no ser ya nación (v.24). Creen los contemporáneos de Jeremías que el pueblo judío, como colectividad nacional política, ha desaparecido para siempre. Pero Yahvé niega que los haya repudiado definitivamente, y lo afirma con carácter de juramento. Tan seguro está de ello como que ha hecho pacto con el día y la noche (v.25). Y cita a los grandes antepasados: Abraham, Isaac y Jacob, para recordarles las promesas grandiosas a ellos hechas. Yahvé se ha empeñado por ellas a mantener la estirpe de Jacob; por eso, después de la catástrofe purificadera, hará volver a los cautivos (v.26), teniendo piedad de ellos. Es una nueva promesa de consolación.

Jr 34, 1-7

Jeremías tuvo varias entrevistas con el rey Sedecías durante el asedio de Jerusalén. Al empezar la guerra, el rey había enviado una embajada al profeta, con la esperanza de que interviniera favorablemente ante Yahvé para que fuera propicio en la guerra contra el invasor babilónico; pero la respuesta fue categórica: la guerra terminaría en desastre para la nación y la familia real, y lo mejor era rendirse, pues así las condiciones de los vencedores serían más benignas. Pero el consejo del profeta no fue seguido, y el país se dispuso a la resistencia. Los babilonios invadieron el país, tomando los puntos estratégicos con miras a hacer el asedio de Jerusalén más efectivo. En estas circunstancias, Jeremías, por instigación divina, decide ir al rey para invitarle de nuevo a rendirse, pues de lo contrario le espera un fin desastroso a él y al país.
El redactor destaca que entre las tropas invasoras, además de las babilónicas, había otras mercenarias de todos los reinos sometidos a su dominación (v.1). En realidad, la campaña de Nabucodonosor no iba dirigida sólo contra Judá, sino contra toda la coalición siró-fenicio-palestina, que, auxiliada por Egipto, trataba de oponerse a la dominación mesopotámica en esta zona estratégica. La posesión de toda Palestina suponía tener el paso franco para atacar a Egipto. Nabucodonosor había establecido su cuartel general en Ribla, sobre el Orontes (Alta Siria). Las operaciones contra Judá fueron dirigidas, como comandante general, por Nabuzardán. La expresión todos los reinos y todos los pueblos es hiperbólica para indicar el vasto imperio babilónico.
La profecía hecha a Sedecías de que sería prisionero de Nabucodonosor (v.5) se cumplió literalmente, pues el infortunado rey de Judá huyó de la ciudad sitiada y fue capturado en Jericó y llevado ante el rey de Babilonia en Ribla, donde le fueron sacados los ojos, y después de haber visto matar a sus hijos, fue llevado encadenado a Babilonia. El v.4 hay que entenderlo en el sentido de que, si el rey Sedecías escucha la palabra de Yahvé y la sigue (deponiendo la resistencia inútil), no morirá por la espada, sino en paz, recibiendo los honores fúnebres como sus antepasados (v.6). La condicional si, aunque no está expresa, se puede sobrentender bien en el texto. De lo contrario, habría que suponer que Sedecías recibió honores fúnebres en Babilonia al morir, lo que no es concebible permitiera un rey tan despótico como Nabucodonosor, que lo había tratado cruelísimamente. En Jr 38, 17 dice Jeremías de nuevo a Sedecías que, si se rinde, salvará su vida.
El redactor no dice nada sobre la reacción del rey a las palabras del profeta, y se limita a consignar la circunstancia histórica en que la entrevista tuvo lugar: el ejército babilónico estaba preparando el cerco de Jerusalén y sometiendo las ciudades amuralladas de Judá, quedando sólo entonces sin tomar Lakis y Azeqah (v.7). La primera se suele identificar con Tell ed-Duweir, a ocho kilómetros al sudoeste de Beit Gebrin, y la segunda parece ser el actual Tell Zacaria, al norte de Beit Gebrin. En las cartas contemporáneas de Jeremías llamadas ostracas de Lakis, encontradas en Tell ed-Duweir, aparece mencionada también Azeqah. En una de ellas, el jefe de un destacamento, aislado por las tropas invasoras babilónicas, escribe al comandante superior de Lakis que ve aún las señales (de fuego) que le hace, pero que no ve las de Azeqah. Parecen reflejar la misma situación de que nos habla este c.34 de Jeremías.

Jr 34, 8-11

Según la Ley, los esclavos hebreos debían ser manumitidos en el año séptimo de su servidumbre, porque Yahvé había liberado a Israel de Egipto. Era una ley muy sabia para evitar la esclavitud perpetua. Sólo podían ser perpetuamente esclavos los que así lo desearan. Pero esta ley debió de cumplirse mal. La Biblia sólo nos cita este caso de cumplimiento en tiempos de Sedecías. El móvil debía de ser religioso y político. De un lado querían aplacar a Dios para que los ayudara en la resistencia, y de otro querían disponer de las manos de los esclavos para la defensa, y aun entre los amos habría interés en deshacerse de los esclavos para no cargar con su manutención en época tan difícil como en el asedio. El convenio hecho por Sedecías con todo el pueblo de Jerusalén (v.6) fue solemnizado con el rito del becerro sacrificado. Los que aceptaban el pacto pasaban por entre las partes de la víctima descuartizada, colocadas paralelamente según un rito que se remonta a la época patriarcal. El significado de este extraño rito parece ser el de conminar a las partes contratantes a cumplirlo so pena de sufrir la suerte del becerro sacrificado por efecto de la maldición divina. Los amos de Jerusalén, por todas estas razones, aceptaron la manumisión (v.7) proclamada por el rey, y en un arranque de generosidad dejaron libres a sus esclavos y esclavas (v.10). No se especifica si fueron sólo los que llevaban ya seis años de servidumbre y, según la Ley, debían quedar libres, o si fueron todos los esclavos, como algo realmente excepcional. Parece que el contexto favorece esta última interpretación. Pero en cuanto pasó el peligro y vieron que el asedio se interrumpía al tener Senaquerib que retirar las tropas para salir al frente del ejército egipcio, que avanzaba por el sur hacia Jerusalén en ayuda de Sedecías, se arrepintieron y reclamaron los esclavos y esclavas que habían liberado (v.11), infringiendo así el convenio solemne que habían hecho. Creían que con el acto anterior habían logrado alejar la ira divina y ganado su protección y que podían en adelante volver a las antiguas costumbres. Esto fue una deslealtad, que Jeremías, como representante de Yahvé, no podía pasar por alto, y así, en nombre de El, protesta, anunciando el castigo terrible incluido en el rito del convenio.

Jr 34, 12-22

Esta requisitoria de Jeremías tuvo lugar en los primeros días de la interrupción del asedio, cuando Sedecías mandó una nueva embajada al profeta antes de que fuera encarcelado.
Yahvé les recuerda la alianza del Sinaí, en cuyas cláusulas estaba la manumisión de los siervos en el año séptimo; pero ya los antepasados faltaron sistemáticamente a esta ley (v.13-14). En contraposición a la conducta de los antepasados israelitas, Yahvé les presenta, en tono de alabanza, el gesto que han tenido los contemporáneos de Jeremías de cumplir la ley de la manumisión de los siervos, acto que firmaron solemnemente en un pacto en su presencia, en la casa donde se invoca su nombre (v.15). Dios les reconoce el mérito de este acto de generosidad y de justicia social, pero les recrimina al mismo tiempo la inconstancia en el cumplimiento de lo pactado (v.16), ya que reclamaron de nuevo a sus antiguos siervos, y con ello han profanado su nombre (v.16). Por eso, el castigo de Dios será inexorable: Yo os proclamo la manumisión para la espada, la peste y el hambre (v.17). Como ellos no han querido liberar a sus esclavos, Yahvé los libera, es decir, los deja sin protección ante la tríada siniestra: la espada, la peste y el hambre. Van a ser libre presa de la guerra con sus trágicas secuelas.
Al pasar entre las dos mitades del becerro (v.18), implícitamente se comprometían a las consecuencias de la alianza. El quebrantarlas era exponerse a la suerte de aquel becerro descuartizado. Todas las clases dirigentes de Judá (los grandes de Jerusalén, los eunucos, v.16) sufrirán la misma suerte del becerro inmolado. La palabra eunuco tiene el sentido de cortesano en general. Yahvé hará gran mortandad entre ellos, dejando sus cadáveres expuestos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra (v.20), lo que constituía el máximo baldón para un semita. Y esta suerte afectará al propio rey Sedecías, principal responsable de la deslealtad de los amos para con sus esclavos, ya que les permitió tomarlos de nuevo (v.21).

Jr 35, 1-11

El relato está en primera persona y forma parte de las narraciones autobiográficas del profeta redactadas por Baruc, como los c.24 y 27, que sirven para enmarcar y completar las dos primeras secciones de oráculos. Por el contrario, este capítulo pertenece a los oráculos conminatorios característicos de la predicación de Jeremías durante el reinado de Joaquim. El profeta, por orden de Yahvé, invita a la casa (o clan) de los recabitas a ir a una de las cámaras del templo (v.2), uno de los departamentos disponibles para los sacerdotes, que estaban entre el atrio exterior y el interior.
El jefe de los recabitas parece ser un tal Jazanías, hijo de Jeremías (v.3), para nosotros desconocido. El nombre de Jeremías era común entonces, pues aparece en una de las ostracas de Lakis. Jeremías los introduce en la cámara de los hijos de Janán, hombre de Dios (v.4); la indicación debía de ser clara para los contemporáneos del redactor, pero nosotros no conocemos a ese personaje Janán; pero, al aplicársele el denominativo de hombre de Dios, bien podemos presumir que se trataba de un fiel profeta yahvista que estaba en buenas relaciones con Jeremías, el profeta de Yahvé por excelencia de la época. En ese caso, la expresión hijos de Janán bien pudiera aludir a los discípulos del profeta, que tenían sus reuniones para sus instrucciones disciplinares en una de las cámaras del templo, a las que tenía fácil acceso Jeremías por su amistad con el hombre de Dios, Janán. La cámara de los príncipes, o dignatarios en general, debía de ser el lugar de consejo de los magnates de Jerusalén. Debajo de la de Mahasías (v.4): sabemos que los departamentos que rodeaban el templo estaban distribuidos en tres pisos. Guardia de la puerta, el tercer cargo en la dirección del templo.
Jeremías les invita a beber vino, según indicación divina, para probar su virtud, y ellos lo rechazan abiertamente, como contrario a las prescripciones recibidas de Jonadab, hijo de Recab, nuestro padre (v.6). El sentido de padre aquí es el de progenitor y organizador de la vida del clan de los recabitas. Les prohibió todo lo que pudiera recordar la vida sedentaria de agricultores: no construyáis casas ni plantéis viñas (v.7). El ideal para ellos era vivir errantes en tiendas, como medio de conseguir la bendición divina (v.7). Para ellos, la vida nómada era el mejor medio de mantenerse fieles a Dios y así merecer sus bendiciones. Debían de estar constantemente cambiando de lugar y pasando por las diferentes tierras de Canaán como peregrinos o huéspedes. Si ahora viven en Jerusalén, es excepcionalmente, obligados por las incursiones del ejército babilónico (v.11), o de las bandas de Aram o Siria, Moab y Ammón, que efectivamente desolaron Palestina hacia el año 602 a.C., aprovechándose de la invasión de Nabucodonosor.

Jr 35, 12-19

El profeta había convocado a los recabitas a la cámara del templo por orden de Yahvé, sin saber el sentido de ello, y, cuando se hallaba reunido con los fieles descendientes de Recab, recibe una comunicación divina explicando lo acaecido. Todo ha sido ejecutado para dar una reprensión al pueblo judío, infiel a los mandatos divinos. El profeta contrasta la conducta de los recabitas con la de sus compatriotas. Aquéllos obedecen ciegamente a un precepto humano dado sólo en una ocasión, mientras que los israelitas desobedecen a un precepto divino que reiteradamente les ha sido propuesto (v. 14-15). Por eso, el castigo es inevitable (v.17); pero, a pesar de la catástrofe que se avecina, los hijos de Recab se salvarán y estarán siempre ante la presencia de Yahvé (v.19), gozarán de su protección. No sabemos más de la suerte de este clan ejemplar después del exilio, pero en la historia santa quedó como modelo de fidelidad a Yahvé.

Jr 36, 1-10

La lectura de los oráculos de Jeremías por Baruc es datada en el año quinto de Joaquim, rey de Judá, es decir, en el 605, pues Joaquim sucedió a su hermano Joacaz (que reinó tres meses) en el año 609. En 605, Nabucodonosor era virtualmente dueño de Palestina, pues había descendido en sus incursiones hasta la frontera egipcia, expulsando definitivamente al faraón Necao de la costa siro-palestina. Las invitaciones del profeta a someterse a la potencia babilónica eran algo elemental desde el punto de vista de la prudencia. Yahvé quiere que Jeremías recoja por escrito los oráculos proferidos durante veintitrés años desde los tiempos de Josías, para hacer un último llamamiento a la cordura y a la penitencia (v.3), ya que los destinos de Judá estaban, en definitiva, en manos de Yahvé y no en las combinaciones políticas proegipcias que privaban en la corte de Jerusalén.
Jeremías pide el concurso a su fiel discípulo, escriba de profesión (v.26), Baruc, que nos es ya conocido. Fue tan fiel al profeta, que le siguió en el exilio a Egipto. Debe escribirlo en un volumen o meghillah, es decir, un rollo de cuero o de papiro que se enrollaba (de ahí la palabra volumen, de volvo) en un pequeño eje de madera. Para leerlo se desenrollaba de derecha a izquierda, y la parte descubierta se dejaba caer o se enrollaba en otro pequeño eje de madera. Baruc escribió todas las palabras de Jeremías al dictado. Parece ser un resumen de los oráculos del profeta, ya que no es posible que sea todo el libro actual, pues Baruc lo leyó varias veces en el mismo día. La finalidad de consignarlos por escrito era primeramente para darlos a conocer al pueblo de Judá en una última llamada al arrepentimiento, para que se convirtiera cada uno de sus malos caminos (v.3). Pero, además, Dios quería que permanecieran escritos para la posteridad, pues, una vez que han sido quemados por el rey, le manda escribirlos de nuevo, sin ordenar que los leyera públicamente.
Jeremías, probablemente, tenía notas personales sobre sus oráculos anteriores, pero quiere que un escriba de profesión las consigne, sin duda porque así eran más legibles. Jeremías era sacerdote, y es de suponer que sabía escribir. Además, cuando compró el famoso campo de Anatot no se dice que utilizara secretario. El profeta envía a Baruc a leer sus profecías al templo, pues no puede personalmente (v.5), probablemente por razones de prudencia, pues sabía la hostilidad de que era objeto por parte de las clases dirigentes. No estaba en prisión, pues en el v.19 se dice que los dignatarios le invitan a esconderse. Por otra parte, el secretario Baruc, de familia de buena posición, era un buen sustituto de Jeremías. La ocasión de la lectura fue la concentración del pueblo en un día de ayuno (v.6). Debe de ser un día de ayuno excepcional, como los que se tenían en momentos de calamidades públicas. En el Levítico se prescribían actos de "humillación del alma" como expiación ante Dios. Entre ellos estaba el ayuno. Zacarías, en el siglo VI a C., habla de ayunos públicos en el quinto, séptimo y décimo mes. Jeremías espera que, con la lectura de sus oráculos conminatorios, el pueblo se convierta a Yahvé (v.7).
En efecto, en el año quinto de Joaquim, en el mes noveno (v.8), se promulgó un ayuno a todo el pueblo de Jerusalén. Teniendo en cuenta que el año religioso comenzaba en el mes de Nisán (marzo-abril), tenemos que el mes noveno es el de noviembre-diciembre. Por otra parte, por el v.22 sabemos que el rey estaba en el departamento de invierno de su palacio, calentándose al fuego, cuando leyó y quemó el volumen de los oráculos de Jeremías. Así, pues, hacia diciembre del 604 tuvo lugar la lectura de los oráculos de Jeremías en el templo.
Baruc da detalles exactos del lugar en que leyó los oráculos de su maestro: en la cámara de Gamarías (v.10), sin duda uno de los amigos de Jeremías. El vestíbulo superior parece ser el atrio interno, al que podían entrar sólo los varones israelitas. La Puerta Nueva debe de ser la que daba acceso del atrio exterior al interior.

Jr 36, 11-19

Parece que la lectura de los oráculos ante el pueblo sembró la consternación en unos y la ironía en otros. Miqueas, que no parece ser hostil al profeta, impresionado, cree verse obligado a comunicar lo ocurrido a los dirigentes (v.12). La cámara del escriba, o secretario real, debía de ser una cancillería del Estado en la que se reunían los magnates de Judá. Parece que éstos no eran hostiles del todo al profeta de Anatot. Entre ellos habría muchos del tiempo de Josías, que habían amparado a Jeremías, su fiel colaborador en la reforma religiosa. Enterados de lo que les dijo Miqueas, quisieron cerciorarse personalmente del contenido del volumen leído por Baruc al pueblo (v.14). Reciben con deferencia a Baruc, invitándole a sentarse y a leerles los oráculos (v.15). Les impresionó la lectura de tantas profecías conminatorias contra la ciudad, el templo y la casa real, y, sobre todo, les aterró la impresión derrotista que pudieran haber causado la lectura de éstos ante el pueblo, cuya moral había que preparar para la resistencia ante el eventual asedio de los babilonios. Decidieron comunicar el asunto al rey, pero antes querían saber ciertamente quién era el autor de estos oráculos: indícanos cómo has escrito esto (.17). Baruc dice que sólo ha sido un simple copista, ya que escribió al dictado de Jeremías (v.18). Con ello quiere decir que considera las profecías como expresión de la voluntad de Yahvé, pues conceptuaba a su maestro Jeremías como su mensajero. Los magnates, conocedores del carácter tiránico y susceptible del rey, invitan a Baruc a que se esconda con su maestro Jeremías (v.19).

Jr 36, 20-26

Los magnates se quedaron con el volumen de los oráculos, porque suponían que el rey lo había de reclamar, y si se lo devolvían a Baruc, les echaría en cara el no haberse quedado con él. De todos modos, tenían esperanzas de que el rey se contentase con un resumen del mismo, y así, de primeras no le llevan el volumen, quizá para que no conociera la crudeza de algunos oráculos, realmente derrotistas para los intereses políticos según sus cálculos humanos (v.20). Pero el rey no se contentó con una relación vaga oral, sino que exigió llevaran el volumen para leerlo personalmente (v.21). De este modo se cumplió el deseo de Jeremías de que sus oráculos fueran conocidos de todos los estratos sociales, llegando a oídos del mismo rey. Se hace notar que esto tuvo lugar en una de las cámaras reales de invierno, en las que el rey se estaba calentando junto al brasero. Según el secretario lo iba leyendo, dejando libre, colgando, el rollo de papiro, el rey se apoderaba de él y con el cuchillo del escriba (utilizado para afilar las plumas y hacer correcciones) iba desgajando las hojas y echándolas al fuego (v.23).
El hagiógrafo destaca el nulo resultado de la lectura de tan temibles profecías. El rey, oportunista y escéptico, no se dejó conmover por aquello que consideraba como impertinencias de Jeremías. Un siglo antes, el piadoso rey Ezequías, al percatarse del peligro de la invasión asiría, "rasgó las vestiduras" e hizo duelo vestido de "saco", echándose ceniza sobre la cabeza, según era ley en los duelos. Lo mismo hizo el padre de Joaquim, Josías, al oír las palabras de la Ley, encontrada en el templo. Hasta el impío Acab había reaccionado así ante las conminaciones del profeta Elias. La conducta, pues, de Joaquim no puede ser más insultante para Dios; pues, además de quemar displicentemente los oráculos, dio órdenes de buscar a Jeremías y a su secretario para apresarlos (v.26).

Jr 36, 27-32

En los planes divinos, las profecías divinas iban también dirigidas a la posteridad, y por eso, por orden divina, Jeremías tiene que redactar de nuevo sus oráculos. El gesto despectivo del rey no ha servido sino para confirmar su condenación en los planes de la justicia de Yahvé. El rey Joaquim había querido considerar como alucinaciones lo escrito en el volumen de Jeremías, pero los hechos demostrarán lo contrario. Quedará sin heredero, cesando la realeza con él (v.30). En realidad, tuvo un hijo, Joaquín o Jeconías, que le sucedió durante tres meses en el trono; pero su reinado fue ficticio, pues tuvo lugar durante el asedio, y su misión fue sólo entregar el poder a los babilonios en 598, siendo él llevado en cautividad. Le sucedió su tío, hermano de Joaquim, Sedecías; por consiguiente, no era descendencia de Joaquim, cumpliéndose así materialmente la profecía de Jeremías. Su cadáver quedó insepulto al calor del día y al frío de la noche (v.30). Y todos los que colaboraron en su pésima política serán igualmente presa de la justicia divina (v.32).

Jr 37, 1-5

Después del asedio de Jerusalén por los babilonios en el 598, Nabucodonosor puso en el trono de Jerusalén a Sedecías, tío de Jeconías, que fue llevado en cautividad. Para halagar a los pueblos vencidos, solían los conquistadores babilonios poner a un nativo, a ser posible de la familia real, en el trono vacante de algún rey rebelde. Así lo había hecho también Necao II en el 609 al destituir a Joacaz, hijo de Josías, y entronizar a su hermano Joaquim, de más confianza para el faraón. Nabucodonosor, al poner en el trono de Judá al hermano de Joaquim, le cambió su nombre de Matanías en Sedecías en señal de dominio. Antes tuvo que hacer juramento de fidelidad a Babilonia. Esto le ponía en una difícil situación ante la opinión popular, que era reacia al yugo de Nabucodonosor. Aunque fundamentalmente no era hostil a Jeremías como lo había sido su hermano Joaquim, sin embargo, por congraciarse con la opinión cortesana y popular, no se atrevía a seguir los consejos prudenciales del profeta de Anatot, que predicaba la sumisión a Babilonia como mal menor. La expresión pueblo de la tierra (Am ha 'ares) designaba al pueblo llano, en contraposición a los de clase social elevada. Aquí tanto el pueblo como los cortesanos y el rey son culpables al desoír los consejos de Jeremías (v.2). No obstante, el rey sentía gran veneración por el profeta, y por eso le envió una segunda embajada para que intercediera ante Yahvé por los intereses muy comprometidos de su pueblo (v.3).
La retirada del ejército babilónico había hecho surgir la euforia general entre los nacionalistas a ultranza. Creían que había llegado la liberación definitiva, y suponían irónicamente que las predicciones de Jeremías habían resultado fallidas. Sin embargo, el rey no compartía esta euforia, pues estaba preocupado por la seriedad de las amenazas de Jeremías, al que consideraba como hombre de Yahvé. De ahí la razón de la embajada. El faraón Ofra, sucesor de Psamético II, había atacado repentinamente hacia el 588 al ejército babilonio, que estaba en Palestina en un último esfuerzo por reponerse del desastre sufrido por Necao II en Carquemis (605). El choque fue violento, y la consecuencia fue que el faraón retornó a Egipto. Libres del peligro egipcio, los babilonios volverán a reanudar el asedio de Jerusalén.

Jr 37, 6-10

La respuesta de Jeremías a la consulta del rey Sedecías no pudo ser más desconsoladora: el ejército babilonio volverá con nuevos ímpetus a asediar la ciudad y la incendiará (v.8). Son vanas, pues, las ilusiones fáciles de este momento, ya que, aun en el supuesto imposible de que los judíos vencieran al colosal ejército de Nabucodonosor, detrás estaba la mano de Yahvé, que con unos cuantos que quedasen heridos entre los babilonios habría de pegar fuego a Jerusalén (v.10). La suerte de la ciudad está echada. Los babilonios son los instrumentos de la justicia divina, que inexorablemente se cumplirá.

Jr 37, 11-16

Otro precioso relato autobiográfico, lleno de verismo por sus circunstancias. Jeremías quiso aprovechar aquel intervalo del asedio para ir a su pueblo de nacimiento, Anatot, a arreglar sus negocios personales familiares. Ausentados los soldados de Nabucodonosor, era posible salir al campo y encaminarse a su lugar de nacimiento, a unos cinco kilómetros al nordeste de Jerusalén. La expresión tierra de Benjamín (v.12) indica el territorio en que estaba enclavado Anatot. La tribu de Benjamín lindaba con la Ciudad Santa. Su intención era hacer una partición en medio del pueblo, es decir, arreglar un asunto familiar de herencia o de compra. Quizá su viaje está relacionado con el campo comprado a su primo Ananeel. La puerta de Benjamín debía de estar cerca de la actual "puerta de Damasco," que daba acceso directamente al territorio de la tribu de Benjamín. Existía una puerta de Benjamín en la parte septentrional del recinto del templo, pero aquí debe de aludir a una puerta de los muros exteriores de la ciudad. Algunos la identifican con la "puerta de las Ovejas", pero es más probable que corresponda a "la puerta de los Peces", al oeste de la torre Ananeel, en la dirección de la actual "puerta de Damasco." Allí fue apresado Jeremías cuando salía para Anatot, acusado de querer pasarse a los caldeos. Era el pretexto para encarcelarle. Tantas veces había predicado la rendición a los babilonios, que bien podía sospecharse de él que era un espía de los asediantes. Jeremías protesta enérgicamente contra esta acusación de traición (v.14). De nada le sirvió su protesta, pues fue llevado a los jefes, mal dispuestos contra el profeta (v.15), los cuales, después de azotarle, le encerraron en una cisterna abovedada, o cavidad subterránea, utilizada, cuando estaba seca, para prisión.

Jr 37, 17-21

Mientras tanto, las circunstancias habían cambiado. Después de haber sido vencidos los egipcios, las tropas de Nabucodonosor iban a volver de nuevo a poner sitio a Jerusalén. Las ilusiones de liberación fomentadas por los falsos profetas se desvanecían, y el rey empezó a pensar de nuevo en las predicciones sombrías de Jeremías, que tenía todos los visos de profeta auténtico de Yahvé. Quiso entrevistarse con él en secreto para no contrariar a los cortesanos enemigos de Jeremías y de su política religiosa. El rey ha llegado a la conclusión de que sólo Yahvé puede salvar la ciudad, y tiene esperanzas que modifique las predicciones derrotistas comunicadas antes por el profeta; por eso le pregunta ansioso: ¿Hay palabra de Yahvé? (v.17). Sabía que Jeremías recibía muchas comunicaciones divinas relativas a la suerte del pueblo judío. ¿Qué designios tenía actualmente Yahvé sobre Jerusalén y sobre la suerte del rey? Jeremías, a pesar de hallarse extenuado por los tratos recibidos, dice con energía a su rey, sin abdicar de su condición de mensajero de Dios: Sí, la hay; serás entregado en manos del rey de Babilonia (v.16). El profeta, pues, fiel a su misión, seguía anunciando la misma suerte trágica para la familia real. La injusticia ha colmado el cáliz de la ira divina, y llega la hora de la cuenta, en la que se confirmarán los trágicos vaticinios de Jeremías.
Después proclama su inocencia ante el rey y protesta enérgicamente contra el trato injusto que se le da. No pide piedad, sino justicia: ¿Qué pecado he cometido yo contra tí para que me hayas metido en la cárcel ? (v. 18). El rey, en definitiva, era el responsable de que él estuviera en la prisión, pues consentía la injusta conducta de sus funcionarios. Y a continuación Jeremías pregunta con ironía por los falsos profetas (v.19). Ellos, deseando halagar al rey y a sus cortesanos, han anunciado la liberación, engañándolos miserablemente, pues ya tienen de nuevo a los babilonios cercándolos, y, en cambio, esos falsos profetas están libres o huyeron avergonzados. Mientras que Jeremías, que anunció lo que le comunicaba Dios, y cuyas predicciones se están cumpliendo, está encarcelado. Proclamada su inocencia, hace una súplica de liberación al rey (v.20). El rey no se atrevió a libertarlo del todo, pero por sentimientos de humanitarismo le mitigó la pena, ya que la prisión en el fondo de la cisterna era condenarle a muerte lenta e inhumana. Así, pues, Jeremías quedó, en calidad de libertad vigilada, en el vestíbulo de la guardia del palacio, y el rey le señaló una mínima ración de subsistencia.

Jr 38, 1-6

Jeremías continuaba aconsejando la rendición al pueblo. Los nacionalistas no pudieron soportar esto, que consideraban contrario a los intereses de su pueblo. Algunos de los que ahora atentan contra la vida del profeta nos son conocidos. Parece que el profeta, en su relativa prisión en el vestíbulo de la guardia, continuaba predicando la sumisión al invasor babilónico, invitando a pasar a las filas del enemigo como único medio de salvación, pues los que quedaran en la ciudad morirían por la espada, el hambre y la peste (v.2). Ya que no había logrado convencer al rey de la inutilidad de la resistencia, al menos que el pueblo sencillo se pusiera a salvo, pues resultaba criminal la pretensión de resistencia en tales circunstancias: el que huya a los caldeos tendrá la vida por botín, en estas circunstancias críticas sólo el hecho de salvarse supone un riquísimo botín. Pero este lenguaje era considerado como traidor por los nacionalistas (v.4). Indudablemente, desde el punto de vista meramente humano, la predicación derrotista del profeta sembraba la desmoralización de los defensores de la ciudad. No habría otra solución que quitar del medio a esa voz traidora e inoportuna. Para ellos, Jeremías no era patriota: no busca la paz de este pueblo, sino el mal (v.4). El rey accedió, pues, débil como era, no se atrevió a hacer frente a los airados nacionalistas: En vuestras manos está (v.5). Y confiesa que, en esos momentos de superexcitación nacionalista, él, como soberano, nada puede: Nada puede el rey contra vosotros. En esta frase se refleja su espíritu vacilante y pusilánime. Es la solución de Pilatos ante las exigencias de los sanedritas.
Los jefes nacionalistas, con anuencia del rey, arrojaron al profeta a una cisterna. No se atrevieron a derramar su sangre, y prefirieron una muerte incruenta. El hecho de derramar sangre les impresionaba más.
La expresión hijo del rey (v.6) tiene el sentido amplio de "pariente" del rey, príncipe, pues no conocemos ningún hijo de Sedecías con ese nombre. La cisterna estaba cerca del vestíbulo de la guardia, en los departamentos del mismo palacio. El hagiógrafo da el detalle de que, aunque no tenía agua, estaba llena de barro, para dar una idea de lo penoso que resultaría para el profeta estar allí. Estaba, pues, condenado a muerte lenta.

Jr 38, 7-13

El cronista se complace en relatar que la iniciativa de liberación del profeta partió de un extranjero, un etíope o nubio, que era eunuco, palabra que puede significar un hombre mutilado, encargado del harén real, o simplemente un funcionario real. Un extranjero, pues, sale valedor de los derechos de un profeta de Yahvé. En esto hay un tono de ironía en el hagiógrafo. Los compatriotas de Jeremías le quieren matar, mientras que los extranjeros le reconocen como enviado de Dios. Sobre la puerta de Benjamín véase lo antes dicho a propósito de Jr 37, 13. El rey se hallaba allí circunstancialmente, quizá inspeccionando las obras de defensa.
El eunuco sabe que el rey es débil de carácter y que, si bien no ha sabido imponerse a los inicuos designios de sus cortesanos respecto a Jeremías, tiene buenos sentimientos, y por eso le aborda de improviso, seguro de su éxito, recriminando la conducta de sus cortesanos (v.8). El etíope convence al rey, y éste le da tres hombres que le ayuden en la liberación del profeta. Después el cronista da encantadores detalles sobre la liberación de Jeremías. El buen etíope se había preocupado de que el profeta no se lastimara al ser levantado con la soga, y de antemano le echa ropas que le sirvieran de amortiguador debajo de ésta (v.12). Esta acción del eunuco fue premiada por el profeta con un vaticinio en el que le anuncia que se salvará de la catástrofe.

Jr 38, 14-28

Las condiciones del asedio van empeorando, pues aumentan las deserciones, faltan los alimentos, y la situación se hace desesperada. El rey, impresionado, quiere de nuevo consultar a Jeremías para que le dé una palabra de esperanza. En realidad piensa como el profeta, pero tiene miedo a sus cortesanos, que quieren mantener una resistencia a ultranza, y por otra parte teme a los judíos perseguidos por su política que se pasaron al enemigo. Su situación es realmente comprometida. Así, hizo llamar (a Jeremías) junto a la tercera entrada del templo (v.14). Debe de referirse a la puerta que en la parte sur de la explanada del templo estaba reservada al rey para subir de su palacio al santuario. Allí, pues, en uno de los departamentos secretos, debió de tener el coloquio último con el profeta de Anatot. Esperaba aún una comunicación divina favorable a sus cálculos políticos, pues no podía creer que Yahvé abandonara la Ciudad Santa a sus enemigos. Pero Jeremías desconfía de la debilidad del rey. Ya le ha dicho tantas veces sus predicciones, que han quedado sin efecto, que no merece la pena comunicárselas de nuevo: Si te doy un consejo, no lo seguirás. Por otra parte, si le va a anunciar cosas desagradables, teme que el rey, en un momento de ataque nervioso, le entregue a sus enemigos y le maten: Si te la digo, ¿no me vas a matar? (v.15).
El rey hace un juramento solemne, apelando al Dios de los vivientes, de que no atentará contra la vida de Jeremías (v.16). Jeremías entonces comunica de parte de Dios el oráculo final sobre la suerte de Jerusalén y del rey, que resume los anteriores pronunciados en las otras entrevistas con el rey. Los caldeos tomarán Jerusalén, y no queda sino rendirse a ellos. Como antes había anunciado, la salvación para los particulares está en que se pasen a los caldeos; igualmente, si el rey pasa a los jefes del rey de Babilonia, se salvará (v.17).
Pero el rey alberga otros temores. No basta conseguir de los babilonios que le perdonen la vida, sino que tiene enemigos de su nación entre éstos. Todos los que eran contrarios a una política de resistencia y de guerra se habían pasado al lado caldeo, entre ellos el que había de ser gobernador de Judá, Godolías. Estos consideraban al rey responsable de la catástrofe al aventurarse a una resistencia inútil, planteada por grupos de nacionalistas irresponsables (v.19). El rey, pues, estaba más preocupado de sus intereses personales que de los de la nación. Jeremías le asegura que no le pasará nada, pues Yahvé le protegerá (v.20). El rey estaba preocupado de que le escarnecieran sus antiguos súbditos pasados a los caldeos. Más vergonzoso será el escarnio que harán de él las mujeres de palacio, tomadas por los jefes caldeos, las cuales satíricamente le echarán en cara que las ha llevado a la ruina por dejarse guiar de sus cortesanos y amigos, que en el momento crítico le han abandonado: Te han engañado y vencido tus amigos, te volvieron la espalda (v.22). Sus antiguas esposas y concubinas le despreciarán, incluso para hacer méritos ante los nuevos amos.
Si continúa la resistencia, será la ruina total de su familia, y él tendrá que comparecer personalmente ante Nabucodonosor (v.23). Sedecías oye todo esto, y no se atreve a tomar una solución firme, y, al contrario, sólo se preocupa de su posición ante los cortesanos. Teme que éstos se enteren de lo hablado en la entrevista y que desconfíen del rey, tomando una resolución extrema, destronándolo.
Por eso dice a Jeremías que no informe a nadie sobre lo hablado (v.24). Y le sugiere que diga que han hablado del asunto de su libertad (v.26). Sin duda que entre ambos se trató también de esto. Jeremías no tenía obligación de decir lo que había constituido objeto principal de la entrevista. Por razones de prudencia lo calla, y da como razón algo que se habría tratado en ella, si bien de modo más incidental. El profeta, pues, aquí no miente. Dada su actual entereza, habría dicho todo si lo hubiera creído necesario. Pero los magnates no merecían que les dijera toda la verdad. No hay inmoralidad en ello. Cuando Samuel fue a ungir a David en Belén, por orden de Dios dice a los que le preguntaban por el fin de su viaje que iba a sacrificar a Yahvé, callando el motivo principal del mismo. Jeremías volvió a su prisión tolerable del vestíbulo de la guardia, y allí estuvo hasta que entraron los babilonios (v.28).

Jr 39, 1-3

El hagiógrafo da la datación exacta de un hecho tan trascendental como la caída de Jerusalén, la Ciudad Santa. El décimo mes del año noveno de Sedecías (v.1) corresponde a diciembre 589-enero 588.
Es la fecha exacta (en Jr 52, 4 se dice que comenzó en el día diez de dicho décimo mes) del principio del asedio de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor. Este dirigía las operaciones generales desde el cuartel general, instalado en Ribla, sobre el Orontes (Alta Siria). El general jefe de las operaciones dirigidas contra Jerusalén fue Nabuzardán. El asedio duró año y medio, ya que los caldeos entraron (se abrió la brecha, v.2) en el cuarto mes del año undécimo de Sedecías, es decir, en junio-julio del 587 a.C. El cronista da con detalles los nombres del estado mayor del ejército invasor, que se instaló en la puerta del medio (v.3), que nos es desconocida. Se supone que sea una denominación genérica para designar una puerta en el centro de la ciudad. Se la ha querido identificar con la puerta de Efraím, junto al actual santo sepulcro, en el primer muro que unía la colina occidental con la colina del templo.
De los cuatro nombres propios de los babilonios dados en el texto, el tercero y cuarto van acompañados de su título oficial. El primero y el cuarto son nombres idénticos. En la transcripción arriba puesta hemos seguido el texto hebreo, pues el griego y el latino son bastante diferentes. Conocemos una lista de dignatarios de la corte de Nabucodonosor, conservada en un prisma, actualmente en Constantinopla, en la que aparecen los nombres de Nabuzardán y Nergalsareser, que encontramos también en este texto de Jeremías. A este último se le llama "el hombre de Sin-Magir," que debe de ser lo que el hebreo transcribe como Samgar. Sarsakim debe de ser una ditografía de rabsaris o sar-saris, que significa "jefe de los eunucos." Nebo debe de ser Nabusezbán (v.13), que ha perdido sezban por semejanza con el nombre siguiente. Nergalsareser parece ser el que después será sucesor de Nabucodonosor, al que en las listas de reyes se le llama Neriglisar, que reinó desde el 560 al 556 a.C. El título de rabmag corresponde al nombre babilónico rab-mugi, que se ha traducido por "alto funcionario" en la corte civil. Así, pues, en esta maraña de nombres dados por la Biblia quedan sólo como nombres propios reconocibles en las inscripciones cuneiformes Nergalsareser y Nabusezbán.

Jr 39, 4-10

Los caldeos atacaron la ciudad sobre todo por el norte, que era el lado más vulnerable y por donde entraron todos los invasores en la Ciudad Santa desde Nabucodonosor a los cruzados. El rey y su estado mayor, viendo la situación insostenible, huyeron por el sur hacia el desierto, por donde el ejército de asediantes estaba más desguarnecido. Atravesó el jardín real, fuera ya de los muros, en la confluencia del Cedrón con el valle de Hinnom (más tarde "Gehenna"), actual er-Rababy. La puerta de entre los dos muros (v.4) estaba en el sudoeste del Ofel, que se abría en el bastión que obstruía con doble muro el valle del Tiropeón. Los fugitivos tomaron el camino del desierto o Araba, con el ánimo probablemente de refugiarse en Amón, reino que formaba parte de la liga antibabilónica. Araba, que significa "estepa," es la depresión formada por el lecho del Jordán, pero sobre todo la parte que va del mar Muerto al mar Rojo.
Sedecías y sus compañeros lograron llegar a las estepas de Jerico, a punto de pasar el Jordán hacia TransJordania (v.5). Sedecías logró reunir en torno a Jericó muchos oficiales y soldados fugitivos, pero no pudo organizar la resistencia. Fue capturado por las tropas caldeas y llevado a Ribla, la actual Rible o Rabie, en la región de Jamat o "Hama" en la actualidad, en la Alta Siria, a 34 kilómetros al sur de Homs. Era un centro de comunicaciones muy apto para dirigir las operaciones contra Fenicia y Palestina, y allí estableció Nabucodonosor su cuartel general, como lo había hecho antes Necao II en 609. La sentencia del rey babilonio fue despiadada. Sedecías era un rey vasallo que había quebrantado el juramento de fidelidad. Había sido puesto en el trono por el mismo Nabucodonosor en 598, cuando fue depuesto su sobrino Jeconías. Fueron asesinados sus hijos de tierna edad (ya que el rey entonces no tenía más que treinta y dos años) delante de él (v.6). Quería desenraizar toda su descendencia, acabando así con todo posible brote de insurrección posterior. Y en un refinamiento de crueldad, a Sedecías no le quitó la vida, sino que le sacó los ojos (v.7) para que llevara una vida triste y despreciada en Babilonia, recordando su triste destino. Era costumbre entre los reyes orientales sacar los ojos a los soberanos vencidos y después llevarlos a formar un cortejo con los otros reyes vencidos en torno al rey vencedor mesopotámico. Algo parecido a la costumbre de los generales romanos de llevar en triunfo por las calles de Roma a los reyes bárbaros vencidos. Asurbanipal se gloría de haber cegado a sus enemigos, y en un bajorrelieve asirio se ve a Sargón (721-705) cegando con su lanza al rey vencido postrado a sus pies. Ezequiel había profetizado que Sedecías no vería al rey de Babilonia, y Jeremías reiteradamente dice que le hablaría boca a boca.
El general en jefe de las operaciones en Palestina, Nabuzardán, deportó a las fuerzas vivas de la población judía. Los palacios y templo de Jerusalén fueron pasto de las llamas. Sólo se dejó en Judá a los pobres del pueblo, que no tenían nada (v.10), permitiéndoseles cultivar viñas y campos de labor, con cuyos productos habrían de pagar un fuerte tributo al implacable vencedor babilónico.

Jr 39, 11-18

Nabucodonosor conocía, sin duda por relatos de los desertores hebreos, la actitud de Jeremías durante el asedio, predicando la rendición. Por eso sentía cierta estima por el profeta, aunque no entendiese los motivos religiosos por los que el profeta pedía la sumisión al rey caldeo, instrumento de la justicia divina. Por eso se mostró generoso con él, encargando a su comandante jefe de operaciones, Nabuzardán, que lo tratase con deferencia (v.12). Conforme a estas órdenes, los jefes babilónicos libertaron a Jeremías, que aún se hallaba preso en el vestíbulo de la guardia (v.14), y se lo encomendaron a Godolías (v.16), que iba a ser el gobernador judío puesto por los babilonios después del desastre. Era hijo de Ajicam, protector de Jeremías. Por eso es de suponer que Godolías y el profeta fueran amigos, pues compartían la política de sumisión a Babilonia antes de arrostrar la aventura de una resistencia sin esperanza. Jeremías, pues, quedó habitando en medio del pueblo, es decir, con libertad de acción, participando de las penalidades de los supervivientes. La expresión para que le llevase a su casa parece indicar la reintegración a sus derechos cívicos.
La profecía relativa a Abdemelec (v. 15-18) quizá fue hecha antes de caer la ciudad en manos de los caldeos, cuando Jeremías fue liberado de la cisterna por su humanitaria intervención. El redactor la pone aquí en el momento de su cumplimiento. Jeremías le promete, en nombre de Dios, que nada le ha de suceder en premio a su buena acción. El eunuco etíope ha dado una lección de religiosidad a todos los judíos, y Yahvé se lo premia con la salvación de su vida en medio de tanta ruina. Jerusalén será destruida en cumplimiento a las palabras de Yahvé (v.16), pero él no perecerá en la catástrofe (v.17). El buen etíope había creído en Jeremías como hombre de Dios; con ello expresó un acto de fe en el mismo Dios: confiaste en mi (v.18).

Jr 40, 1-6

Nabuzardán, al volver de Ribla, adonde había ido a recibir órdenes de Nabucodonosor después de la conquista de Jerusalén, se dirige al campo de concentración de prisioneros de Rama, la actual er-Ram, a ocho kilómetros al norte de Jerusalén, en la carretera general de la capital a Naplusa, y allí encuentra a Jeremías, sobre el que tenía particular interés. Si el relato de Jr 39, 14 responde a la verdad de los hechos, podemos suponer que Nabuzardán, después de libertar a Jeremías del vestíbulo de la guardia, se marchó a Ribla, y, durante su ausencia, algunos jefes subalternos, que no sabían las predilecciones e intenciones del comandante jefe sobre Jeremías, le harían prisionero como medida de seguridad, y en condición de tal le llevaron a Rama.
La frase palabra de Yahvé que recibió Jeremías (v.1) parece que debiera ser seguida de un oráculo del profeta, según costumbre. Por ello, algunos autores creen que se ha perdido el texto de ese nuevo oráculo. Otros, en cambio, prefieren ver en la frase estereotipada un título general que serviría de introducción al contenido de la sección de los c.40-44, donde se habla de las vicisitudes del profeta después de la ruina de Jerusalén. En ese caso, palabra de Yahvé equivaldría a "actividad profética de Jeremías por inspiración divina." Pero aquí parece que se inaugura una sección biográfica, con la excepción del discurso del c.44, que tiene su propia introducción oracular.
Jeremías estaba cargado de cadenas, según la costumbre de los babilonios y asirios respecto de los prisioneros varones. A las mujeres se les permitía llevar consigo algunos hatillos con ropas y enseres domésticos.
Parece un tanto extraño el discurso de tipo profético judaico puesto en boca del caldeo Nabuzardán. Por ello, no pocos autores creen que se trata de una inserción redaccional extraña al original. No obstante, no debemos perder de vista la mentalidad de los conquistadores orientales politeístas, que reconocían el carácter divino de los dioses de otros pueblos. El legado de Senaquerib en tiempo de Isaías habla en términos análogos: "¿Acaso sin contar con Yahvé he invadido yo esta tierra para devastarla? Yahvé me ha dicho: Invade la tierra y devástala". Ciro se expresa en términos parecidos. Se consideran, pues, como cumplidores de la voluntad del dios del pueblo vencido, que quería castigar a su pueblo. Con ello lograban captar la benevolencia de los vencidos, ya que se les respetaba lo que les era más caro, la religión. Así, pues, Nabuzardán conocía la predicación profética de Jeremías, centrada en torno a la reiterada idea de que Jerusalén sería entregada a los babilonios por haber pecado contra Yahvé. Ahora, pues, hablando con Jeremías, le expresa su punto de vista, coincidente con sus doctrinas. Es un modo de querer ganarle, presentándose como instrumento de la justicia del mismo Yahvé. Así le dice para halagarle: Yahvé, tu Dios, había amenazado con males este lugar, porque habéis pecado (v.2-3). Sin duda que en estas palabras hay un trasfondo de sagacidad diplomática. Le interesaba mucho al comandante babilonio tener a su lado a Jeremías, y así acepta sus puntos de vista religiosos en lo concerniente a la marcha de la Providencia divina sobre su pueblo.
Después le deja escoger, para su futuro, entre ir a Babilonia, donde será tratado con deferencia particular, o quedar en Judá con Godolías, hombre ponderado y amigo personal del profeta. Nabucodonosor le había establecido como gobernador en Judá, descartando todo sujeto de la línea dinástica davídica, que se había mostrado reiteradamente insurgente. Godolías, por su prudencia y moderación, era una garantía de sensatez, y, por otra parte, estaba capacitado para organizar esta parte de Palestina, de tanta importancia para el imperio babilónico por colindar con el imperio egipcio. Era conveniente que allí no existiese un estado caótico, sino organizado, y por eso el rey caldeo quiere crear un nuevo estado vasallo, resucitado de las ruinas anteriores (v.5). Jeremías prefiere quedarse con los pobres del pueblo en Judá, para compartir sus penalidades y ayudarles a levantar las esperanzas de resurrección nacional. Ezequiel, en el exilio babilónico, estaba cumpliendo esta misión con los desterrados a orillas del Eufrates. Era preciso que en Palestina quedara un hombre de Dios que fuera como el director espiritual de su pueblo, que vegetaba en la mayor miseria y postración. Por eso, Jeremías habitó en medio del pueblo (v.6) en Misfa, donde Godolías había fijado su residencia oficial. Jerusalén estaba en ruinas, y era preferible esta localidad provinciana en los confines del reino de Judá.

Jr 40, 7-16

Después de conquistada Jerusalén por los caldeos, quedaron pequeños grupos de guerrilleros dispersos por la campiña desértica, tropas que habían quedado fuera de los muros de la ciudad y otras de las que habían huido con Sedecías. Al saber que se había organizado de nuevo el Estado judío bajo las órdenes de Godolías, impuesto como gobernador por los babilonios (v.7), decidieron unírsele para trabajar en la reconstrucción de la nación. Naturalmente, como militares que habían luchado con Sedecías, temían por su suerte. El historiador da algunos nombres de ellos, conocidos por otros textos bíblicos. Godolías les invita a deponer el miedo, pues él tiene amplios poderes de amnistía, y sabía que los caldeos tenían interés -una vez vencida la resistencia fundamental- en reorganizar el nuevo Estado vasallo, y, por consiguiente, no se habían de meter con ellos (v.8). Les invita a permanecer en Judá (v.8). Parece que los jefes dispersos estaban dispuestos a marcharse lejos, hacia Egipto, lejos de la dominación babilónica. Godolías, por su parte, se considera como el responsable de la situación y representante de los intereses del pueblo de Judá ante los babilonios (v.10).
Eran horas en que se exigía mucha cordura y paciencia para no soliviantar a los vencedores. Por eso les invita a reintegrarse a su vida normal cívica, trabajando los campos, ya que no podían aspirar a continuar en organizaciones militares: haced la vendimia y quedaos en las ciudades (v.10). Con la deportación, la ciudad y parte de la campiña había quedado casi despoblada, y era preciso trabajar para que se llenasen las necesidades materiales de la nación. A estos jefes militares vencidos se juntaron en Misfa muchos prófugos judíos, al ver que la nación se volvía a organizar después de la marcha de las tropas de ocupación babilónica. Por otra parte, se daba la circunstancia de que aquel año había vino y mieses en gran abundancia (v.12). Después de las estrecheces del asedio, esto resultaba una bendición. Los caldeos, pues, no habían devastado el campo, destrozando sus cosechas y sus frutos.
Pero en estos días de incertidumbre no faltaron profundas inquietudes políticas para el nuevo gobernador Godolías. Tenía muchos enemigos entre los fanáticos nacionalistas que aún andaban en bandadas por el desierto, los cuales no aceptaban esta colaboración con los vencedores caldeos. Entre estos nacionalistas acérrimos estaba Ismael, de sangre real, que no podía soportar que Godolías, sin ser príncipe, fuera el jefe del nuevo Estado judío; de ahí la sospecha de un complot suyo en combinación con el rey de Amón, Baalís, el cual quizá soñara con hacer una liga antibabilónica, y por ello no le agradaba que en Judá estuviera gobernando un hombre sumiso a los caldeos (v.14.). No obstante, Godolías, de espíritu equilibrado y magnánimo, no quiso dar oídos a esto, y menos permitió que se asesinara por ello a Ismael (v. 15-16).

Jr 41, 1-3

Tres meses después de la caída de Jerusalén tuvo lugar el asesinato del gobernador Godolías, impuesto por los babilonios. El séptimo mes corresponde a septiembre-octubre. La ciudad había sido tomada en el mes cuarto, es decir, junio-julio del 586, y destruida en el mes quinto, julio-agosto. Cuando Godolías fue asesinado, ya se había recogido el vino y el aceite. Así, pues, podemos suponer que fue muerto a principios de octubre del 586. Ismael había hecho acto solemne de sumisión; Godolías le invitó a un banquete teniendo en cuenta su categoría de príncipe. Pero allí murió a traición a manos de los esbirros del criminal nacionalista. El acto tenía el carácter de una rebelión abierta contra los babilonios, que habían impuesto a Godolías como gobernador. Con su muerte desapareció la esperanza de una segura, aunque lenta, reconstrucción del país. El asesinato del bueno de Godolías dejó una profunda huella en la historia de Israel, en tal forma que en tiempos de Zacarías (s. V a.C.) se celebraba un día de ayuno solemne en el aniversario de su muerte, como en el de la toma de Jerusalén. Con él murieron sus fieles funcionarios y algunos caldeos.

Jr 41, 4-10

Este trágico episodio revela el alma criminal del asesino de Godolías. No sólo no se contentó con matar al que consideraba rival y colaboracionista de los caldeos, sino que se ensañó con un grupo de inocentes peregrinos que llevaban sus ofrendas a Jerusalén para implorar misericordia a Yahvé sobre las ruinas del templo (v.4-5). Ismael, el príncipe davídico asesino, no quería que se reanudase la vida normal de la nación colaborando con los babilonios. Quería sembrar el caos y el descontento para que no se aceptase pacíficamente como situación de hecho la ocupación babilónica, y por eso extermina a gentes sin culpabilidad alguna, representantes del pueblo fiel y sano. ¡A tanto puede llevar la histeria del supernacionalismo y de la intriga política!
Los peregrinos son de Siquem, Silo y Samaría, las ciudades más importantes del antiguo reino del Norte, desaparecido en tiempos de Sargón II (721). En tiempos de Josías (640-609) se había incorporado prácticamente a Judá el territorio del reino del Norte, que había quedado sin sus fuerzas vivas después de la deportación asiría. Con ello, su profunda reforma religiosa había penetrado en la región de Samaría, y se reanudaron las peregrinaciones al templo de Jerusalén. Como la matanza de estos peregrinos tuvo lugar en el mes séptimo (septiembre-octubre), podemos suponer que iban a Jerusalén a celebrar la fiesta de los Tabernáculos. Sobre todo, querían mostrar su duelo público por la destrucción de la Ciudad Santa. Por eso se dice de ellos que iban con la barba rasurada, rasgadas las vestiduras e incisas las carnes (v.5), signos habituales de duelo y de penitencia. Traían en sus manos oblaciones e incienso para ofrecerlos en el templo de Yahvé (v.5). Puesto que el altar de los holocaustos había sido destruido, no había posibilidad de celebrar sacrificios cruentos; por eso traían oblaciones (de harina, aceite) e incienso, sin duda para derramarlas sobre las ruinas del templo. El templo de Yahvé había sido destruido, pero allí estaban sus ruinas humeantes, señalando el lugar donde se debía adorar al Dios nacional de los israelitas. Aquellas ruinas, pues, eran sagradas, y estaban aún santificadas por la presencia, en otro tiempo, de Yahvé.
Los peregrinos pasan por la ruta que sube de Samaría a Jerusalén junto a la colina donde estaba Misfa (actual tell en-Nasbe). Ismael los ve de lejos y los invita a subir a la ciudad para que se presenten al nuevo gobernador Godolías (v.6). Después los asesinó en la ciudad, arrojando sus cuerpos a una cisterna, famosa por haber sido construida por el rey de Judá Asa (914-874) cuando fortificó Misfa contra la incursión del rey de Israel Baasa. Un grupo de peregrinos se salvó diciendo que tenían escondidas grandes cantidades de trigo y cebada. (v.8). Esto parece suponer que notaron que Ismael y los suyos estaban ávidos de provisiones, y por eso le recuerdan que, si les perdona la vida, le entregarán grandes cantidades de víveres que tienen escondidos en cisternas y grutas secretas para que no se apoderaran de ellos las tropas caldeas. Ismael, viendo que no podía continuar en Misfa, huyó llevando en rehenes a las hijas del rey, o mujeres de la familia real en sentido amplio, que no habían sido deportadas por los babilonios. Sin duda que quería poder utilizarlas para intercambios políticos en sus futuras alianzas con el rey de Amón u otros reyes.

Jr 41, 11-18

Los jefes de tropas (v.11), que estaban por el campo, según indicación del mismo Godolías, al saber el asesinato de éste a manos de Ismael, como se temían, decidieron vengarle, y por eso le persiguieron sin tregua. Las consecuencias del asesinato tenían que ser muy graves, pues eran de temer las represalias de los caldeos al ver que habían matado a su gobernador. No quedaba más que llevarles la cabeza, del asesino para que vieran que sólo éste era el responsable del acto. Si no conseguían dar muerte a Ismael, no les quedaba sino huir a Egipto, como único medio de salvarse de las terribles iras de los babilonios. Ismael, en lugar de marchar directamente hacia la depresión del Jordán, camino de Transjordania, hizo un rodeo hacia el oeste, pues fue alcanzado junto al gran estanque de Gabaón (v.12), que parece ser el mismo en que combatieron las huestes de Joab contra Abner. Gabaón es el actual el-Gib, a 10 kilómetros al noroeste de Jerusalén, donde se ve aún un antiguo depósito de agua, resto, sin duda, del gran estanque de que se habla en el texto.
Los que acompañaban a Ismael forzados, al ver a Yojanán, se fueron con él, dejando solo a Ismael, que logró escapar a Transjordania entre los hijos de Amón (v.16), reino al norte de Moab.
Al no poder dar alcance al asesino, los perseguidores no tenían opción a volver a Misfa, ya que no podrían demostrar a los caldeos que no habían tomado parte en el asesinato del gobernador Godolías. Por eso decidieron encaminarse hacia Egipto, lugar tradicional de refugio para los asiáticos, que ahora los recibiría como antiguos aliados contra Nabucodonosor. Se detuvieron en los apriscos de Kimham, cerca de Belén. No sabemos a punto fijo el lugar de este nombre, pero bien puede ser cualquiera de los refugios para animales y hombres que se ven en las grutas que rodean a Belén. Allí, pues, hicieron alto para organizar la marcha. Estaban ya cerca de las fronteras egipcias y podían esperar llegar a territorio amigo antes de que les alcanzaran los caldeos.

Jr 42, 1-6

La presencia del gran profeta levantó los ánimos. Sabían que era el confidente de Yahvé, y por eso al punto quieren que les dé un consejo de parte de Dios en orden a su futura conducta. Estaban decididos a ir a Egipto, pero querían una confirmación divina de sus planes. Jeremías acepta interceder por ellos, pues contempla la situación triste en que se hallan sin culpa alguna por su parte, pues han sido víctimas de una política descabellada. Los demandantes son de toda clase social (grandes y chicos, v.1). Sin duda que los de bajo estrato social no querían ir a Egipto, y sólo los jefes les empujaban a ello. Muchos, pues, desearían una negativa sobre el particular, y así buscaban la autoridad de Jeremías para salir con sus legítimos deseos. Los jefes temían la represalia caldea, y estaban decididos a huir a Egipto. Los fugitivos dicen con humildad: Pide por nosotros a Yahvé, tu Dios (v.2). Después de la catástrofe creían que Yahvé los había abandonado definitivamente, y por eso no se atreven a considerarle como su Dios, sino que dicen al profeta: tu Dios. Jeremías accede a pedir por ellos: Pediré por vosotros a Yahvé, vuestro Dios (v.4). La expresión vuestro Dios tiene un acento de confortamiento, como réplica a la insinuación de que ya no era Dios protector de "ellos." Todo ha sucedido conforme a los caminos de la Providencia divina; pero, por haberlos sumido en la desgracia, no por eso los ha abandonado.
Los consultores se obligaron con juramento a seguir el consejo del profeta (v.5). Las circunstancias eran tales, que lo más prudente era huir, y están seguros que Yahvé confirmará este punto de vista. Con todo, la promesa es arrogante: Bueno o malo (c.d., gústenos o no), seguiremos el mandato de Yahvé (v.6). En su deseo de que Jeremías consultara a Yahvé, han sido demasiado arrogantes en sus promesas.

Jr 42, 7-22

A pesar de la ansiedad de los consultores, la respuesta tardó diez días en llegar. Durante este tiempo, los jefes procuraban con sus propagandas ganar los ánimos del pueblo en favor de un éxodo hacia Egipto. Baruc trató de hacer frente a esta tesis, pero su labor fue contraproducente, ya que, por su amistad con Jeremías, creyeron que había sido aquél el instigador de la propuesta del profeta de que permanecieran en el país sin ir a Egipto. Jeremías tardó en dar respuesta sencillamente porque no había recibido comunicación divina. Aunque en su punto de vista personal no era partidario de que sus compatriotas se marcharan a Egipto, sin embargo, su escrupulosidad religiosa le impide presentar como oráculo divino lo que es fruto de su reflexión, y por eso espera la comunicación divina, que no llega hasta diez días después. Veía el estado de excitación del pueblo y la labor de propaganda de los jefes en favor de la marcha hacia Egipto, y, sin embargo, calla. Es un testimonio de la sinceridad profética, y prueba que en ellos la "iluminación" profética no era habitual, sino carismática transeúnte.
La respuesta de Yahvé es taxativa: la salvación del pueblo está en permanecer en la tierra patria, mientras que el exilio egipcio no les traerá más que desventuras (v. 10-13). Hasta ahora Yahvé ha cumplido la labor punitiva purificadera, la labor de destruir y desenraizar; pero ahora llega la segunda parte: yo os edificaré (v.10). Como los exilados de Babilonia van a entrar en una etapa nueva de reconstrucción bajo la protección divina, así los que quedaron en Palestina van a inaugurar también una fase de rehabilitación nacional y social. Pero es preciso que el pueblo se decida a seguir los consejos de Yahvé. Si permanece en la tierra patria, será protegido especialmente por Dios, mientras que, si le desobedecen, Dios continuará castigándoles en Egipto, sin esperanza de futuro. El profeta pone en boca de Yahvé una reflexión antropomórfica: Me pesa ya del mal que os he hecho (v.10). No es que Yahvé esté arrepentido de haber castigado merecidamente a su pueblo, sino que, cumplido ya el castigo y satisfecha su justicia, cambia ya de conducta para con él, ofreciéndole el camino de la misericordia y del perdón. Esta idea la refleja bien la traducción de la Vulgata: "iam placatus sum super malo."
Y el profeta, en nombre de Dios, les dice que no deben temer a los caldeos. Yahvé es el que los ha traído a Judá, y Yahvé hará que no los maltraten (v. 11-12). Dios puede "cambiar el corazón del rey", induciéndolo a la misericordia y al perdón, como quedaba demostrado en el hecho de que hubiera nombrado un gobernador judío sobre ellos después de la toma de Jerusalén. Por otra parte, los fugitivos son unos ilusos si creen que, huyendo a Egipto, se van librar de las consecuencias de la guerra (v.14). Pero no saben que, si ha pasado el tiempo de la devastación en Judá, comenzará pronto en Egipto, pues también allí llegará la guerra con su trágica ecuela de la espada y el hambre (v.16). El desobedecer a Yahvé lleva siempre como consecuencia la desventura y la desgracia. Los oyentes parecen no estar dispuestos a acatar el consejo del profeta, y por eso éste les echa en cara su falta de fidelidad al juramento que habían hecho de seguir lo que Dios les comunicara (v.20). Esto constituye un pecado gravísimo de desprecio a Yahvé y no quedará sin castigo. Y, por ello, con el corazón lacerado, les anuncia el triste destino que les espera en Egipto: moriréis de espada, de hambre, de peste (v.22). Jeremías había puesto sus esperanzas en aquel "resto" de Judá como núcleo de restauración nacional, pero con su rebeldía se hacía indigno de las promesas mesiánicas de rehabilitación nacional.

Jr 43, 1-7

Los interlocutores de Jeremías no vieron en su respuesta sino el eco de una opinión particular de su secretario Baruc, sin reconocer carácter divino a su oráculo. Era dudar de la veracidad del profeta. Baruc, principal colaborador de Jeremías en su predicación en favor de una rendición a los babilonios, había sido tratado con deferencia particular por los conquistadores. Por eso, personalmente nada tenía que temer de ellos. En cambio, los jefes judíos habían luchado contra ellos, y de seguro -humanamente hablando- que habían de caer represalias mortales sobre ellos. No quieren exponerse a tales peligros, y saben que no se hallarán tan seguros como Baruc, que los invita a permanecer en el país (v.3). Le atribuyen, pues, a Baruc intenciones siniestras contra ellos: te incita contra nosotros para entregarnos a los caldeos. (v.3). Contra la voluntad del profeta, le obligaron a él y a su secretario a acompañarlos en la fuga. No sabemos las razones que pudieran tener los jefes para llevarse a Jeremías. Ni sabemos tampoco el grado de resistencia que éste les opuso. Quizá ante la inevitable partida para Egipto del pueblo, al que tanto amaba, quiso acompañarles para ser el guía espiritual en una nación pagana, con el ánimo de evitar cayesen en las prácticas idolátricas. Quizá los jefes tenían particular interés en que les acompañara el profeta, que gozaba de gran prestigio en el pueblo. Su presencia ayudaría a mantener el espíritu nacional religioso de los fugitivos. En los planes de Dios, Jeremías debía continuar su oficio de "centinela" siempre avizor de los peligros espirituales de su pueblo, y en su función de "arrancar y desenraizar pueblos," como preámbulo para después "edificar y plantar".

Jr 43, 8-13

Jeremías reanuda sus acciones simbólicas para expresar gráficamente la futura humillación de Egipto, que con sus instigaciones fue la causa del desastre de Judá. La parábola en acción tiene lugar en Tafnes, ciudad fortificada en la frontera oriental de Egipto, la actual tell Defenne. Era el lugar de concentración de muchos judíos fugitivos. Algunos habían sido ya deportados en tiempo de Joacaz (608 a.C.), cuando el faraón Necao II llevó a Joacaz, hijo de Josías, a Egipto, poniendo en el trono en su lugar a Joaquim.
Jeremías les había dicho a los fugitivos en las cercanías de Belén que no fueran a Egipto, donde encontrarían la ruina y la espada. Ahora su primer oráculo sirve para confirmar aquellas palabras. Yahvé, Señor de los reinos y de la historia, ha decidido la invasión de Egipto por el implacable Nabucodonosor. Con ello quiere decir que los judíos no encontrarán en el país del Nilo la seguridad y abundancia anheladas. La acción simbólica del profeta quiere indicar que en aquel lugar donde está poniendo piedras, en el empedrado a la entrada de la casa del faraón, asentará Nabucodonosor su trono (v.10). Es el anuncio de la invasión del coloso caldeo. Las piedras grandes colocadas allí a la vista de todos por Jeremías deben servir de "memorial" de su profecía. La casa del faraón no es necesario tomarla en el sentido de palacio personal del faraón, sino uno de los edificios oficiales en los que estaban instalados los representantes del faraón en aquella zona fronteriza. No sabemos que Tafnes haya sido nunca residencia personal del faraón egipcio. Se trata, pues, de la residencia-fortaleza de la guarnición fronteriza egipcia, en donde moraba el gobernador, representante del faraón. Quizá habría sido residencia accidental del faraón en sus visitas de inspección a las fronteras y de paso en sus campañas militares en Palestina.
Yahvé hará que su siervo Nabucodonosor, instrumento de su justicia, plante sus reales en tierra de Egipto (v.10). Con él llegará la destrucción y la ruina: los que a la muerte, a la muerte. (v.11). Abrasará los templos, llevando cautivos a sus ídolos. Nabucodonosor limpiará a Egipto de sus dioses e ídolos como despioja el pastor su zamarra (v.11). El símil es expresivo y refleja la minuciosidad con que Nabucodonosor destruirá todo, sin dejar nada en pie. A su paso caerán los obeliscos del templo del Sol, o Heliópolis, la ciudad egipcia de On (nombre que da el texto griego), centro del culto solar, a poca distancia de El Cairo actual. Uno de sus obeliscos está aún en su lugar, mientras que otro fue llevado a Roma por Augusto.
Tenemos, pues, que aquí se anuncia una expedición de Nabucodonosor contra Egipto, como lo profetizó también Ezequiel allá por el 572. Durante mucho tiempo se dudaba de la realización de estas profecías. Flavio Josefo dice que Nabucodonosor conquistó Egipto en el año 23 de su reinado, es decir, en el 583-582 a.C. Pero quizá esto dependa de la profecía de Jeremías. Herodoto no conoce tal expedición a Egipto, pero el historiador griego tiene muchas lagunas. En un fragmento de una inscripción babilónica traducido en el 1878 se dice que Nabucodonosor dirigió una expedición contra Egipto en el año 37 de su reinado (568-567) contra el faraón Amasis (569-526), que durante algún tiempo compartió el trono como corregente con su antecesor Ofra (588-569). No sabemos detalles de esa expedición a Egipto llevada por Nabucodonosor, pero podemos suponer que fue victoriosa, pues de lo contrario no la hubiese consignado en la inscripción. Con esto tenemos lo suficiente para probar el cumplimiento de la profecía de Jeremías. Sin duda que sembró la ruina y la devastación por doquier, como era su costumbre, y más al tratarse del gran imperio enemigo. Como Tafnes estaba en la frontera oriental de Egipto, con toda seguridad que en su expedición militar Nabucodonosor instaló su trono y tapiz (v.10) en el palacio-residencia del representante del faraón, cumpliéndose así literalmente la profecía.

Jr 44, 1-6

El discurso conminatorio del profeta está hecho a base de frases estereotipadas de discursos anteriores que hemos visto ya. De ahí el carácter convencional de la composición. En la amenaza al pueblo no se dice ninguna idea nueva que no se haya expresado antes. La expresión a todos los judíos de Egipto (v.1) indica el carácter general del discurso. Quizá con motivo de una reunión solemne de culto, el profeta fue testigo de cultos idolátricos, y por eso les recuerda sus antiguos pecados, causa de la ruina de su pueblo. Dios hará lo mismo con ellos si no cambian de conducta. Son dignos sucesores de sus padres idólatras. Las localidades que menciona son perfectamente identificables: Migdol (palabra hebrea que significa "torre") designa la fortaleza fronteriza al este del Delta, la actual tell el-Heir, a 15 kilómetros al sur de Pelusium. Tafnes: cf. Jr 2, 16. Menfis: en egipcio Nof, capital del Bajo Egipto, junto a El Cairo actual. Pairos: en egipcio Patoris ("país del mediodía"), designa el Alto Egipto, es decir, la región de Tebas.
Yahvé, pues, los castigará, como a sus antepasados, por sus idolatrías. En otro tiempo les envió profetas para que se convirtieran, y ahora hacen caso omiso de Jeremías como antes de aquéllos.

Jr 44, 7-14

Las frases de este discurso conminatorio tienen, como decíamos antes, un carácter antológico, pues parecen tomadas de vaticinios y de discursos anteriormente proferidos por Jeremías y representan un resumen de su actividad oracular. La conducta idolátrica de los judíos es un pecado colectivo que atraerá la ira divina sobre todos, incluso los inocentes (v.7). Las obras de vuestras manos (v.8) son los actos idolátricos, sacrificios, ofrendas, etc., a los ídolos. Con ello, en vez de encontrar la salvación en Egipto, como buscaban, encontrarán la ruina, siendo objeto de maldición y oprobio para todos los pueblos (v.8). Su castigo será proverbial entre todas las gentes. A pesar de todo lo que ha pasado, siguen impenitentes en sus caminos antiguos (v.9-10). Por ello, Yahvé sembrará el exterminio en Judá. La expresión exterminaré a todo Judá (v.11) se aplica a los que viven en Egipto, no a los exilados de Babilonia, y aun así tiene un carácter radical e hiperbólico, que no ha de tomarse al pie de la letra. Lo mismo ha de entenderse el v.12. Por eso se dice en el v.14 que podrá salvarse algún fugitivo que retornará a Judá. El resto morirá por el hambre, la espada y la peste en Egipto.

Jr 44, 15-19

La reacción de los oyentes no pudo ser más tumultuosa e insolente. No sólo no reconocen pecado en haber cumplido actos idolátricos, sino que están dispuestos a continuarlos, pues en ellos ven la fuente de la felicidad. Precisamente, según ellos, el haber cesado de dar culto a los ídolos, y sobre todo a la reina del cielo, Istar, fue la causa de la ruina. La reforma religiosa de Josías, acabando con los "lugares altos" de culto sincretista idolátrico, fue para los oyentes de Jeremías la causa del desastre de su pueblo; pues, mientras que adoraban a los ídolos, todo les iba bien, viéndonos entonces hartos de pan (v.17), y, en cambio, el culto adusto a Yahvé no les trajo sino la ruina de la nación. No es que rechacen totalmente al Dios nacional, pero creen que es necesario también tener contentos a los antiguos dioses de Canaán, como condición para tener bendiciones materiales.
El culto de Istar, la reina del cielo, aparece entre los hebreos ya en tiempos de Acaz, hacia el 734. Fue particularmente favorecido por el impío rey Manases, hijo de Ezequías. La influencia asiría se dejó mucho sentir en los siglos VIII y VII a. C. en Judá, como en los demás países de la costa siro-fenicio-palestina. Josías (740-609) comenzó la reforma religiosa profunda en el 622, y después de pocos años de tranquilidad comenzaron los males para su pueblo: muerte violenta de Josías (609), deposición de Joacaz, deportación del 598 a Babilonia y, por fin, la destrucción de la Ciudad Santa en 586. Yahvé, pues, los había abandonado. Cuando las prácticas idolátricas estaban en su vigor, la nación prosperaba. Este era el simple modo de discurrir de aquellos refugiados de Egipto. Para ellos la predicación del profeta Jeremías no había servido para nada, ya que Dios descargó su mano sin piedad. No comprendían que todo esto había sucedido por sus pecados, fustigados por el profeta. Y en esta respuesta altanera al profeta son las mujeres las que llevan la voz cantante: ¿es acaso sin nuestros maridos que hacemos las tortas para ofrecerlas a su imagen? Se justifican diciendo que lo hacen con el consentimiento de sus maridos y no ven ninguna irregularidad moral en ello. Los maridos podían anular los votos de sus mujeres, pero ahora colaboran con ellas en esos cultos idolátricos.

Jr 44, 20-30

Jeremías les recuerda por todo argumento el castigo que ha enviado contra Judá por los cultos idolátricos de sus antepasados (v.21). Esta es la suerte que les espera también en Egipto. Sus idolatrías les traerán la ruina total. Se obstinan en sus desvaríos (v.25), y Yahvé, por su parte, cumplirá lo que exige su justicia y su santidad: la exterminación general será la suerte de los fugitivos de Egipto. Yahvé hace un juramento solemne por su honor o gran nombre (v.26), de que no quedará nadie en Egipto que le invoque en tono de juramento: No será ya más pronunciado mi nombre por boca de ningún hombre de Judá (v.26). La expresión es también absoluta e hiperbólica, pero es suavizada en el v.28, donde se dice que algunos, muy pocos en número, se escaparán huyendo a la tierra de Judá. Y los desafía a que asistan al cumplimiento de su palabra: los restos de Judá sabrán qué palabra es la que se cumple: la mía o la suya (v.28). El había anunciado la amenaza, mientras que los judíos esperaban bienes del culto a la "reina del cielo". Y da una señal de su cumplimiento: el faraón Hofra será entregado en manos de sus enemigos (v.30).
La muerte del faraón Hofra es narrada por Herodoto y Diodoro de Sicilia. Amasis, su sucesor, sostuvo una lucha por el trono, cogiendo prisionero a Hofra, que fue estrangulado por los soldados de aquél. Así se cumplió literalmente la profecía de Jeremías de que sería entregado a sus enemigos (v.30). No dice que sería entregado en manos de Nabucodonosor, como lo dijo de Sedecías. Hofra reinó del 588 al 569. Nabucodonosor lanzó su expedición a Egipto en 569-568, cuando ya estaba en el trono Amasis.

Jr 45, 1-5

Baruc sufría una fuerte depresión moral, como la había sufrido su maestro Jeremías. Necesitaba ser confortado por Dios, como lo había sido éste. Al redactar las profecías e incidentes de su maestro, se sentía deprimido ante tanta incomprensión, ya que tenía que participar de los desprecios de que era objeto Jeremías. Por otra parte, la obcecación general llevaba inevitablemente a la catástrofe. Sólo tenía que consignar por escrito ruinas, amenazas, que llenaban el triste horizonte futuro de su pueblo. Las profecías se sucedían cada vez más sombrías, y él temía personalmente por su suerte; de ahí su queja: ¡Ay mísero de mí, que Yahvé no hace más que añadir dolor a mi dolor! (v.3). Su sentimiento patriótico le laceraba ante los tristes destinos de su nación, y su destino personal le angustiaba. Por todo se sentía en una amargura profunda, en una crisis psicológica: ¡Me canso de gemir, y no hallo reposo! (v.3).
Pero Yahvé en su mensaje le invita a la reflexión. Está en contra de los intereses personales. También Yahvé tiene llagado el corazón, ya que tiene que destruir, por imperativos de su justicia y santidad, lo que con tanto amor ha formado: He aquí que lo que yo había edificado lo destruyo, lo que había plantado lo arranco (v.4). Muy contra sus sentimientos de amor, se ha visto obligado a castigar con la ruina general a su pueblo Israel, que con tanto amor había edificado y plantado al formarlo como pueblo, sacándolo de Egipto. Todos sus desvelos han resultado inútiles. Pero su justicia es inexorable, y tiene que intervenir. Si, pues, Yahvé mismo tiene que sacrificar los íntimos sentimientos de su amor en aras de la justicia, ¿por qué se va a exceptuar el propio Baruc?: Y tú pides para ti grandes cosas. (v.6). Esto es pedir demasiado, ya que tiene que compartir un mínimum de penalidades. No debe poner en primer plano sus sentimientos personales y sus intereses particulares, sino pensar en las exigencias de la justicia y santidad divina. Debe contentarse ahora con salvar su vida, y por eso todavía es un privilegiado, ya que Dios le anuncia que no perecerá en la ruina general: Te dejo a ti salva la vida dondequiera que vas (v.6). Efectivamente, su vida fue milagrosamente salvada en muchas circunstancias críticas: cuando tuvo que esconderse de los esbirros del rey Joaquim después de la lectura del "volumen" de las profecías de Jeremías, cuando se salvó del asedio y del complot urdido contra Godolías, etc.

Jr 46, 1-12

¡Bellísima descripción del choque de los ejércitos egipcio y babilonio en Carquemis, a orillas del Éufrates! El estilo es entrecortado e incisivo. Las escenas se suceden en oleadas: la preparación del combate, el choque violento, la derrota de Egipto, sus inútiles remedios y su ignominia entre los pueblos.
El v.1 es un título general a toda la sección de oráculos contra las gentes o pueblos paganos de los c.46-52. Falta en el texto griego y resulta superfluo. Es, pues, probablemente una adición erudita de algún escriba.
El c.46 se refiere todo a Egipto, la gran culpable de la catástrofe de Judá, ya que constantemente le instigó a levantarse contra el coloso babilónico. La primera profecía (Jr 1, 1-Jr 12, 17) se refiere a la derrota de Necao II en el 605 en Carquemis, la actual Djerablus, en la orilla derecha del Éufrates, al oeste de Jarran, en la Alta Siria. Muchos autores creen que este fragmento épico es más un canto de victoria que una profecía propiamente tal. Sería el desbordamiento lírico del profeta al conocer la derrota de Necao en Carquemis. Pero todos los oráculos de los c.46-51 se presentan como "profecías," y no tenemos ningún motivo especial para negar este carácter al del c.46.
Necao es el famoso Necao II, sucesor de Psamético I, muerto en el 610, quien depuso en el 609 a Joacaz, hijo de Josías, después de haber muerto éste en la batalla de Megiddo luchando contra él.
La batalla de Carquemis aparece testificada en dos textos bíblicos y en Flavio Josefo. Según estos datos, se suponía por los autores en general que tuvo lugar esta batalla en el 605 a.C. Muchos autores modernos, en cambio, creen que la famosa batalla tuvo lugar en el 609, cuando Necao II, después de vencer a Josías en Megiddo, marchó hacia el norte al encuentro de Nabucodonosor. De hecho no encontramos ninguna mención de esta batalla de Carquemis en documentos extrabíblicos de la época. No obstante, por la crónica de Gadd sabemos que Necao II subió al encuentro de las tropas de Nabucodonosor, llegando hasta Jarran después de pasar el Éufrates, sitiando esta ciudad, teniendo que hacer frente a los refuerzos babilónicos. Nada se dice del éxito de los babilonios, pues la crónica está mutilada en esta sección, pero se supone. Los babilonios continuaron sus operaciones contra Armenia antes de caer definitivamente sobre los egipcios, ya en retirada hacia el sur.
El cuarto año de Joaquim, rey de Judá (v.2), es el 605, fecha que puede mantenerse, como vemos, para la supuesta batalla de Carquemis.
El oráculo de Jeremías está expuesto en forma dramática, que se va desarrollando en escenas, con estrofas paralelas (v.3-6; v.7-12). En la primera se refleja la preparación de la batalla, haciendo oír las órdenes de ataque y de avance de los jefes: preparad escudo y broquel, aparejad los caballos, a montar, formad, ceñid la loriga (v.3-4). El estilo es nervioso e incisivo, como corresponde a las exigencias militares del momento: las órdenes de los jefes militares se entrecruzan despóticas. El profeta presenta a las tropas egipcias remisas para el ataque, que necesitan ser espoleadas reiteradamente para entrar en fuego. Primero se da orden a la infantería: preparad escudo. Después se ordena uncir los caballos a los carros de guerra: aparejad los caballos. El ejército egipcio y el asirio estaban bien pertrechados de carros de combate. Los caballeros no son jinetes, sino gentes que iban en los carros tirados por los caballos. Iban sobre todo armados de arco, sin excluir totalmente la lanza. Todo lo contrario de la infantería.
El profeta describe la segunda escena: el choque de los ejércitos; en el momento crítico, las tropas egipcias no responden a las órdenes: ¿qué es lo que veo? (v.5). El profeta no cree a sus propios ojos: tanta preparación bélica no ha servido para nada. Los soldados, en un primer momento, están consternados, no esperaban tanta resistencia en el enemigo, y empiezan a ceder las líneas atacantes: vuelven la espalda (v.5), para emprender la huida, vergonzosamente batidos los más valientes. La frase es irónica. Y la consecuencia es el pánico general: Terror por doquier. La huida es inútil, porque no escapará el más veloz (v.6). Y el profeta resume enfáticamente a sus oyentes: a orillas del Éufrates resbalaron y cayeron (v.6). De nada ha servido todo el orgullo militar egipcio. Han sido capaces de derrotar al minúsculo ejército de Josías en Megiddo (609), pero han sucumbido ante otro ejército superior. Yahvé ha castigado al vencedor del reino de Judá.
En la segunda estrofa entran en escena los actores principales del drama: de un lado, Egipto, personificado en el faraón, incitando las tropas al asalto, y del otro, Yahvé, que los espera para destruirlos. El ejército egipcio es comparado al Nilo, que inunda todo el país, sembrando la desolación y la ruina (v.8). El ejército egipcio avanza con arrogancia, creyendo que todo está a su disposición y que nada va a resistir su embate. Y de repente se oye la voz del jefe o faraón: ¡Adelante la caballería! ¡Etíopes, libios! (v.8). En el ejército egipcio había muchos mercenarios nubios o etíopes y libios, que eran excelentes soldados, el terror de los asiáticos. Los lidios no son los de Lidia del Asia Menor, sino de una región africana llamada Lud. Desde el siglo VI formaban parte en el ejército del faraón tropas griegas como mercenarias, además de las tradicionales africanas.
Pero esa arrogancia se estrellará contra la omnipotencia divina. Es el día del Señor, Yahvé de los ejércitos (v.10), es decir, de su manifestación vengadora. Detrás del ejército de Nabucodonosor está la mano omnipotente de Yahvé, que dirige el curso de la historia, y ahora ha escogido al rey caldeo para castigar a Egipto por sus truculencias políticas al incitar a los pequeños estados palestinos a una resistencia suicida. Sobre el ejército egipcio se cebará la espada, y se embriagara en sangre (v.10). El estrago será total, y no habrá remedio para la derrota. El profeta invita irónicamente a la virgen hija de Egipto, es decir, a Egipto, a buscar remedios excepcionales en los bálsamos de Galaad (v.11), famosos por sus virtudes curativas. Pero la derrota de Egipto en Carquemis no tiene remedio: No hay cura para ti. En efecto, después de esta batalla, Egipto perdió su hegemonía sobre el Medio Oriente, quedando expuesto a las invasiones posteriores de Nabucodonosor y de los persas. Con su derrota quedó humillado ante todos los pueblos: oyeron las gentes tu ignominia (v.12). De nada sirvieron sus héroes, pues juntamente resbalaron y cayeron.

Jr 46, 13-26

Este oráculo de Jeremías sobre la incursión de Nabucodonosor en Egipto es paralelo al vaticinio de Jr 43, 8-13, y parece que ha sido compuesto estando el profeta ya en Egipto, poco antes de la expedición del coloso babilónico a la tierra de los faraones en 569-568 a.C. Sin embargo, muchos autores creen que es de la época del anterior, es decir, poco después de la batalla de Carquemis (605). Por el hecho de que Nabucodonosor no penetrara en Egipto inmediatamente después de la victoria sobre Necao II, surgió en los egipcios un respiro de esperanza. Pero el profeta dice claramente que la invasión de Egipto llegará con todas sus trágicas consecuencias, porque así lo ha decidido Yahvé.
También en este vaticinio hay un desenvolvimiento dramático de escenas, si bien no tan marcado y bello como en el anterior. Pero el lenguaje es también vigoroso e incisivo: primero un anuncio solemne y enfático de lo que va a pasar: anunciadlo en Egipto, pregonadlo en Migdol (v.14). Es un grito de alerta, ha llegado la hora de la guerra: la espada va a devorar en tu alrededor (v.14). De nada sirven en ese momento las divinidades protectoras: ¿Cómo ha huido Apis, tu toro? (v.16). El toro Apis, dedicado al dios Ptah, protector de Menfis, capital del Bajo Egipto, es aquí símbolo de la divinidad protectora de Egipto. Ha quedado derribado ante la omnipotencia de Yahvé (v.16).
El profeta invita a los mercenarios a llamar al faraón Ruido a destiempo (v.17), porque sus planes ambiciosos no han sido sino ruido extemporáneo; "mucho ruido y pocas nueces." Tal es el juicio irónico del profeta.
Yahvé jura por su nombre, como señor de los ejércitos, que el invasor vendrá del norte indefectiblemente, y se asemejará, en su magnitud imponente, al Tabor, que se levanta solo en la llanura de Esdrelón, o al Carmelo, sobre la superficie del mar (v.18). Nadie puede medirse con él. Tal es la fuerza del ejército de Nabucodonosor; el ejército egipcio será ante él como la desnuda llanura o superficie del mar.
Por eso, la derrota total de Egipto no se dejará esperar. Sus habitantes (moradora hija de Egipto, v.19) deben hacer los preparativos para el destierro: lía el hato del cautiverio. El profeta presenta a Egipto como una doncella o viuda que ha quedado sin amparo, dispuesta a ir a donde la lleven. La capital Menfis será convertida en desierto al paso del invasor.
Con una nueva imagen, el profeta describe a Egipto, acostumbrado a ser tratado bien: es una hermosa novilla (v.20), que en su abundancia estaba libre pastando por doquier. Egipto era famoso por su prosperidad. Cuando a los países vecinos les llegaba la carestía por las sequías intermitentes, Egipto proseguía su vida normal con los grandes recursos procurados por la feracidad de las riberas del Nilo. Pero de nada le servirá su proverbial autosuficiencia, pues aunque ahora Egipto está gruesa como una novilla hermosa y cebada, por ello resulta más apetitosa para el tábano babilónico, que viene sobre ella: del norte ha venido el tábano a picarla (v.28). Y los mercenarios del ejército, bien tratados, como novillos cebados, abandonarán Egipto, asustados por la fuerza del ejército invasor (v.21).
Los babilonios avanzan cautelosamente como serpiente que anda (v.22). El símil cambia de repente: los babilonios son comparados a leñadores que entran en la selva de Egipto para abatir sistemáticamente sus árboles, pues ante la imposibilidad de abrirse camino por la maraña de los árboles, los talan, porque la selva es impenetrable (v.23). Quizá la frase son innumerables, más numerosos que la langosta (v.23), se refiera a los babilonios, que avanzan como un ejército de leñadores innumerables, arrasando todo lo que encuentran en la "selva" de Egipto: templos y palacios. Egipto es como una dama presumida, que ha sido deshonrada y humillada hasta el extremo por el invasor caldeo (v.25).
Los v.25-26, en prosa, parecen ser un comentario amplificado de lo expresado en el verso anterior. El texto griego tiene sólo el v.25, y en forma abreviada, como es costumbre. Parece, pues, una amplificación de un redactor posterior. Tebas es el nombre griego dado a la ciudad de No-Amón (hoy Luxor-Karnak), capital del Alto Egipto. Con la dinastía XVIII (1550-1350), que inaugura el nuevo imperio, se convirtió en la capital de todo Egipto, siendo Amón dios titular también de todo el valle del Nilo. Fue unido al de Ra, llamándose Amón-Ra, creador del mundo y de los hombres. El faraón era una representación humana del dios nacional. Por eso, la expresión voy a castigar a Amón y al faraón (v.25) equivale a castigar a Egipto. De nada le servirá su supuesta fuerza ante el instrumento de Yahvé, Nabucodonosor, el gran enemigo del norte.
Pero también hay una esperanza de rehabilitación para el país de los faraones a pesar de su culpabilidad: Después de esto volverá a ser habitado (v.26). Esta promesa de restauración nacional para Egipto aparece ya en Isaías, quien anuncia, además, su incorporación a la paz mesiánica con todas sus prerrogativas de nación adherida a la teocracia judía. Ezequiel habla también de un resurgimiento del país de los faraones después de cuarenta años. Jeremías aquí no dice nada de su reincorporación al horizonte mesiánico, como Isaías, sino que más bien se insinúa una resurrección como nación rehabilitada socialmente: volverá a ser habitado. La desolación causada por el ejército invasor será sólo pasajera.

Jr 46, 27-28

Estos dos versos reproducen sustancialmente Jr 30, 10-11, y aquí están fuera de contexto. El texto griego, sin embargo, los pone aquí. Muchos autores los consideran auténticos, aunque insertados posteriormente. Sería un bloque errático relativo a la consolación de Israel, añadido por el redactor, pero que puede ser eco de la predicación de Jeremías.
La expresión siervo mío, Jacob, es deuteroisaiana. Yahvé castigará hasta el exterminio a las naciones paganas, pero se apiadará de su pueblo: te castigaré conforme a juicio (v.28), es decir, moderadamente. No quedará impune, porque el juicio exige el castigo, pero siempre hay un margen para la piedad y misericordia en virtud de las promesas mesiánicas.

Jr 47, 1-6

El primer verso resulta embarazoso, por la indicación de la toma de Gaza por el faraón. Si el enemigo invasor viene del norte (v.2), ¿cómo va a ser el ejército egipcio el invasor? Algunos suponen que aquí se aludiría a una expugnación de Gaza por el faraón allá por el año 605, al bajar derrotado de Carquemis. Herodoto dice que después de la batalla de Magdalos (Megiddo?) tomó Kadytis, que se ha querido identificar con Gaza; pero quizá sea mejor identificarla con Cades, sobre el Orontes, en la Alta Siria. Pero en Jeremías el enemigo del norte suele ser siempre el babilónico. Por eso, otros autores creen que la observación cronológica antes que el faraón tomara Gaza es una adición posterior redaccional.
El profeta describe al invasor del norte como un torrente desbordado, que lo anega todo a su paso. Es un símil corriente en la literatura profética. Como consecuencia de ello viene la consternación general de la población filistea, la cual será de tales proporciones, que los padres, preocupados de huir en busca de un refugio, no cuidan de sus hijos (v.3). Se sienten desfallecer al sentir el fragor y el estruendo del ejército que avanza.
Es el día de la intervención justiciera de Yahvé (v.4), que dirige los destinos de los pueblos, castigando a los que han abusado de su fuerza conculcando los derechos de los demás. Los filisteos, por sus intereses comerciales marítimos, tenían íntimas relaciones con los dos emporios comerciales del mar, Tiro y Sidón. Al aniquilar Yahvé la Filistea, quitaba a las dos ciudades fenicias su apoyo o auxiliar. Los restos de la isla de Caftor (v.4b) son los filisteos provenientes de Creta o del mar Egeo en general.
Y cita a las dos principales ciudades filisteas, Gaza y Ascalón (v.5), que hacen un mudo duelo por la devastación de su país: Gaza ha sido rasurada.. Como los filisteos estaban establecidos sobre el territorio de los antiguos pobladores gigantes llamados Anaqim, el profeta se encara con ellos, y les pide cuentas irónicamente de su duelo desmesurado: resto de los Anaqim, ¿hasta cuándo te harás incisiones? (v.5b). El hacerse incisiones era también uno de los ritos de duelo y penitencia.
Y el profeta entabla un diálogo imaginario entre él y los filisteos devastados. Estos, en un momento de sinceridad y de desánimo, piden a Dios cuenta de su poder devastador, y no comprenden su actitud: ¡Ay espada de Yahvé! ¿hasta cuándo no tendrás reposo? (v.6). Ya es hora de que descanse en su mortífera devastación: ¡Vuelve a tu vaina, descansa! Y el profeta responde implacablemente: ¿cómo va a cesar, si es Yahvé quien la manda? (v.7). La espada devastadora es una mera ejecutora de las órdenes de Yahvé, que ha decidido castigar la tierra de los filisteos. Es el día de la manifestación vengadora de Yahvé, y no hay lugar a tregua. La justicia divina no puede renunciar a sus exigencias. Filistea ha pecado y tiene que ser inexorablemente castigada.

Jr 48, 1-10

El estilo es incisivo y nervioso. El profeta ve ya en marcha al devastador implacable, instrumento de la cólera divina. A los ojos del profeta aparecen las ciudades y la campiña bajo el efecto de la devastación más cruel. Para reflejar el nerviosismo de la situación, tan pronto aparece hablando Yahvé como el profeta y los habitantes de Moab. El enemigo ha llegado inesperadamente a Nebo (v.1), localidad junto al monte del mismo nombre, desde el cual Moisés contempló la tierra de promisión, identificada con Jhbet el-Mja-yet. Qiriatayim es el actual Jirbet el-Qureytat, a 21 kilómetros al sudoeste de Mádaba. Hesebón es el actual Hesbán, a 12 kilómetros al norte de Mádaba, a 30 kilómetros al este del Jordán. El profeta supone que el enemigo ya ha llegado a Hesebón y que allí tiene un consejo de guerra para ulteriores planes de invasión: En Hesebón se trama su mal: ¡Borrémosla de entre los pueblos! (v.2). Los invasores han decidido la destrucción total de Moab. Madmen, quizá las actuales ruinas de Dimne, a cuatro kilómetros al noroeste de Rabba , aunque muchos autores creen que es una variante del nombre Dimón o Dibón, la ciudad principal del Moab septentrional. La devastación ha llegado al corazón del reino: tras ti caminará la espada.
La devastación ha llegado ya al sur: Gritos se oyen en Jorondyim (v.5), en la costa sudeste del mar Muerto. En aquella zona estaba también Segor o Soar, una de las ciudades de la Pentápolis bíblica, la única salvada del cataclismo narrado por Gn 19, 20. Pero más tarde, como consecuencia de un terremoto, fue anegada por las aguas. La consternación ha llegado, pues, hasta los confines meridionales de Moab. Lujit (v.6) parece ser la actual Djebel el-Witat, correspondiente al Lejitu de la inscripción nabatea de Mádaba.
La situación es tan desesperada que se invita a la precipitada huida: salvaos, sed como el onagro en el desierto (v.6). El asno salvaje, u onagro, era famoso por sus ansias de libertad y por su facilidad en huir de los cazadores. La imagen, pues, es muy apropiada para representar a los moabitas, sueltos por las estepas de Moab, aturdidos ante las noticias del ataque enemigo. La razón del castigo enviado por Yahvé radica en su orgullo y su autosuficiencia, pues se creían seguros en sus obras y sus tesoros (v.7). Tenía una posición estratégica buena para la defensa. Pero de nada le servirán sus muchas fortalezas, pues hasta su dios nacional, Camos, saldrá para el destierro, y con él las fuerzas vivas de la nación, los sacerdotes y los magnates. La frase tiene un sentido irónico. Los moabitas, confiados en el poder de su dios y en sus recursos, se creían a salvo de todo peligro; pero Camos, como los dioses de otras naciones, será llevado como trofeo de victoria por los vencedores en trágico cortejo con sus adoradores. La devastación será completa (v.8). Tanto su valle o depresión del Jordán, al norte del mar Muerto, como su llano, o altiplanicie, serán arrasados, y todo como consecuencia de un decreto del Dios de Judá: Yahvé lo ha dicho (v.8b). El Dios de los judíos ejercía un poder omnímodo aun sobre los otros pueblos, y en este sentido dirige la historia de todos los reinos del universo. De nuevo el profeta hace una invitación a la rápida huida: dad alas a Moab para que emprenda el vuelo (v.9). La suerte está echada y no hay otra solución que la desbandada general.
El v.10, por su forma prosaica, parece una glosa posterior. La guerra contra Moab es considerada como una guerra santa, y, por tanto, el ejército invasor es un instrumento de la ira divina. No cumplir sus designios es oponerse al mismo Dios; por eso el hagió-grafo dice con todo vigor: ¡Maldito el que ejecute negligentemente la obra de Yahvé y maldito el que retraiga la espada de la sangre! (v.10). Es Yahvé el que le ha escogido y le ha dado las armas, y no puede retraerse. En Jc 5, 23 se dice que sea maldito quien no participe en la guerra santa de liberación contra los enemigos de Israel. Es necesario tener en cuenta la concepción teocrática y la propensión a las frases radicales de los orientales para comprender estas expresiones, que a nuestra sensibilidad cristiana nos resultan demasiado feroces. No debemos olvidar que el hagiógrafo pertenece a un estadio de la revelación aún muy rudimentario, en el que la caridad de Cristo todavía estaba muy lejos de ser el centro de la misma verdad religiosa.

Jr 48, 11-16

El profeta contrapone dos situaciones de Moab: hasta ahora las altiplanicies moabíticas se creían resguardadas en su aislada posición geográfica y en sus fortalezas; por eso Moab estuvo tranquilo desde su adolescencia (v.11). La tragedia de Judá e Israel fue estar en una gran encrucijada de caminos, lugar de choque entre los colosos imperiales que durante siglos se disputaron la hegemonía del Próximo Oriente. Moab, en cambio, se hallaba lejos de las ambiciones territoriales de los grandes imperios, aunque había tenido que someterse a Teglatfalasar III y a Senaquerib en el siglo VIII. Pero la dominación asiría fue mucho más débil que en la zona de la costa siro-fenicia-palestina. Esto hizo que pudiera gozar de una paz y prosperidad desconocidas para los pueblos de la costa. El profeta refleja este estado de opulencia con imágenes apropiadas a la principal riqueza del país, sus excelentes viñedos. Como el vino dejado en reposo sin trasegar conservaba toda su fuerza, así Moab estuvo reposado sobre sus heces (v.11). Moab no había sido agitado ni llevado al exilio. Por eso pudo desarrollarse prósperamente hasta ser envidiada por las otras naciones: conservó su gusto y no disipó su aroma (v.11b). Pero su feliz pasado ha terminado, ya que Yahvé la va a agitar como a Israel, enviándole trasegadores que vaciarán sus tinajas y las romperán (v.12). Los devastadores acabarán con la próspera nación. Y entonces comprenderá el error de haber confiado en su dios nacional, el impotente Camos, el cual, al dejarlos marchar derrotados al exilio, los cubrirá de vergüenza, como se avergonzó Israel de Betel (v.13), en el que había puesto su confianza. El culto cismático del reino del norte, Israel, en Betel, fue una de las causas de la ruina del mismo y de su deportación. La experiencia se repetirá en Moab. Sólo quien confía en Yahvé puede subsistir. Por eso la seguridad y autosuficiencia de los moabitas ha sido la causa del castigo: ¿Cómo decíais: Somos valientes? (v.14). Yahvé les dará el merecido a su insolencia, enviándoles el devastador que sube contra sus ciudades, en la altiplanicie, mientras que la flor de su juventud baja para la matanza.
La frase Oráculo del Rey falta en el texto griego, y es quizá una glosa. Con todo, designa la certeza del cumplimiento de la profecía, ya que proviene del Rey, que tiene por nombre Yahvé de los ejércitos, es decir, señor de las batallas y de toda la creación. Nadie puede resistirse a su palabra decisiva.
El profeta presenta como inminente la ruina de Moab. En su visión profética, los años corren velozmente. Flavio Josefo nos dice que Moab fue sometida por Nabucodonosor cinco años después de la toma de Jerusalén (587). Desde luego no es difícil que las tropas babilonias hicieran incursiones por aquella zona una vez sometida totalmente Judá. Sus viñedos y su tráfico comercial eran un buen cebo para los conquistadores caldeos.

Jr 48, 17-27

La tragedia de Moab es tan grande, que el profeta invita a las naciones circunvecinas a que hagan duelo sobre él. Ha caído toda su fortaleza (v.17). Se creía invencible, pero ya ha sido roto el cetro, su independencia y señorío han desaparecido. Moab debe abandonar su magnificencia y sentarse en el cieno (v.18); la contraposición es irónica y sangrante. De reina, la moradora hija de Dibón (sinónima de Moab) se ha convertido en esclava, porque ha llegado la hora de la cuenta bajo la implacable invasión del devastador. El profeta invita a los habitantes del sur, de Aroer, a que contemplen el triste espectáculo de las caravanas de huidos que bajan de la parte septentrional: sal al camino y atalaya (v.19). La invasión ha venido del norte, y las primeras nuevas del desastre las dan los fugitivos que en trágica desbandada corren hacia el sur buscando refugio. Ellos dirán lo que pasó. La devastación ha sido total. Todo el poderío de Moab ha sido abatido.
Y todo ha ocurrido como efecto del castigo divino, que les ha hecho beber la copa de su ira. Por eso el profeta dramatiza la situación presentando a Moab como un ebrio de la cólera divina: emborrachadle, se revolcara en su vómito (v.26). Su castigo le ha venido por su insolencia contra Yahvé al creerse seguro en sus riquezas y aislamiento: pues se alzó contra Yahvé. Siempre los profetas ven en los aconteceres históricos una dimensión teológica, expresión de los designios divinos. Moab, revolcándose en su vómito como un ebrio, por efecto de la ira divina, será objeto de burla de todos, como lo es el que embriagado se halla tendido en el suelo sin sentido. En otras ocasiones, al ver castigado a Israel, se burlaba de él, considerándole como un malhechor herido por la mano de su Dios: ¿No te burlabas de Israel? ¿Ha sido acaso sorprendido entre ladrones para que al hablar de él muevas la cabeza? (v.27). El escándalo fingido de Moab ante las supuestas maldades de Israel resultaba hipócrita, ya que era más culpable que éste en muchas cosas. En todo caso, ya le ha tocado la hora de probar el cáliz de la cólera de Yahvé.

Jr 48, 28-39

La situación es tan desesperada para los habitantes de Moab, que el profeta les invita a esconderse en lugares inaccesibles, como la paloma al borde de los precipicios (v.28).
Los V.29-39 están tomados de Is 16, 6-12 y adaptados libremente por un redactor posterior al mismo Jeremías. En todo caso es de destacar la ruina de Moab como castigo divino por su orgullo y altivez. Las acusaciones contra ella se ponen en boca de los habitantes de Judá: Hemos oído de la soberbia de Moab. (v.29), que se consideraba autosuficiente y segura en su riqueza material y en su aislamiento geográfico. Después Yahvé mismo toma la palabra (v.30), y confirma esta altanería tradicional de los moabitas, y por ello se ve precisado a castigarlos. Y el profeta, en nombre de Yahvé, se lamenta por la tragedia de Moab (v.31). En Is 16, 7 son los mismos moabitas los que se lamentan por la ruina de su nación. El redactor posterior ha tenido un criterio de adaptación muy libre. Cambia constantemente de interlocutor para expresar las ideas. De todos modos es interesante ver cómo aquí el profeta revela profundos sentimientos de compasión ante la catástrofe de los enemigos tradicionales del pueblo judío, los moabitas. Por un lado celebra la manifestación de la justicia divina, y por otro se siente asociado al duelo de una población arruinada. Su grandeza de alma le hacía pesar las tragedias íntimas de sus enemigos políticos. Aquí el profeta se lamenta sinceramente por la ruina material del pueblo moabita, simbolizado en las gentes de Quir-Jeres (v.31), la capital de Moab, la actual fortaleza de Kerak al sudoeste de Moab, en un promontorio sobre el mar Muerto. El profeta llora por la ruina material de la viña de Sibma, símbolo de la riqueza característica de la campiña moabita, sus viñedos. Su pérdida supone mucho más que la destrucción de la ciudad de Yaser. Era el centro del cultivo del viñedo, famoso aun en las regiones apartadas: tus sarmientos atravesaron el mar hasta Yaser (v.32b). Las cepas de Sibma, buscadas por su calidad, habían sido plantadas desde más allá del mar Muerto hasta Yaser por el oriente. Pero ha caído el devastador, huyeron el regocijo y la alegría de la campiña de Moab (v.33). Los alegres cánticos tradicionales de los que pisaban en los lagares desaparecieron, porque han sido arruinados los viñedos, y todo como castigo divino: yo he vaciado el vino de tus tinajas.
El v.34 es una repetición de Is 15, 4-6; por lo que parece ser inserción de un redactor posterior. El v.35 repite libremente Is 16, 12. Se trata de la destrucción de los lugares de culto en Moab como consecuencia de la devastación general que llevará consigo la despoblación del país.
El v.36 está integrado por reminiscencias de Is 16, 11 e Is 15, 7. El profeta siente en su persona el duelo general, se siente conmovido: mi corazón suspira como una flauta (el instrumento típico de las honras fúnebres), por las gentes de Quir-Jeres, sinónimo del país moabítico. El duelo es general en el país: Toda cabeza ha sido rapada, toda barba rasurada. (v-37). El rasurarse la cabeza y la barba, hacerse incisiones y vestirse de sacos eran las tradicionales señales de duelo. Insensiblemente deja de hablar el profeta, asociado a la tragedia de la población moabítica, y de nuevo toma la palabra Yahvé para recalcar que la catástrofe la ha enviado El, ya que los invasores no son sino instrumentos de su justicia: He roto a Moab como se rompe un cacharro enojoso (v.38).

Jr 48, 40-47

En los v.40-44 se resume la profecía sobre la devastación de Moab.
Se presenta al invasor como un águila que extiende sus alas sobre Moab (v.40). Tal es la celeridad del impetuoso avance. No especifica al invasor, que suele identificarse con Nabucodonosor. A su paso han caído las fortalezas, y entonces el pavor invadió a sus defensores como mujer en parto (v.41). La catástrofe ha venido enviada por el mismo Yahvé, contra quien se había alzado orgullosamente Moab. Ha sido un delito contra su omnímoda majestad, que no puede quedar impune. Por eso humilla a Moab para que reconozca su debilidad y dependencia de Yahvé, que dirige la historia de las naciones.
Todo se ha conjurado contra la orgullosa Moab. Los enemigos han puesto todos los medios para tomarla en sus manos: terror, hoya, red (v.43). La imagen está tomada de la caza. Los cazadores asustan la presa para que, precipitada, caiga en la hoya y la red preparadas de antemano. Quien se salve de una caerá en otra (v.44b). Es el mismo Yahvé quien ha dispuesto todo esto, ya que los invasores son meros instrumentos suyos (v.44c).
Los v.45-40 faltan en el texto griego, y reproducen Nm 21, 28-29 y Nm 24, 17. En ellos se canta la victoria del rey amorreo Seón sobre Moab al tomarles la ciudad de Jesebón. De esta ciudad conquistada por Seón salía la espada como un fuego devorador sobre todo el país. La otra frase, devora las sienes de Moab y la coronilla de los tumultuosos (v.45c), está tomada de la profecía de Balaam, en la que se predice la humillación de Moab por los israelitas. Podemos suponer, pues, que un redactor posterior al mismo Jeremías adaptó estos versos al contexto de la profecía contra Moab. Así, la escena es la siguiente: llegada la invasión, los pobres fugitivos de la campiña moabítica se refugian en la fortaleza de Jesebón (v.45). Pero de nada les ha servido esto, pues el enemigo ha tomado en seguida Jesebón, de la que salen, como fuego devastador, a conquistar todo el país. A los moabitas se les llama despectivamente tumultuosos (v.45c), lit. "hijos del estrépito," por su carácter altanero, con complejo de autosuficiencia. La frase sienes y coronilla de Moab puede significar los puntos más culminantes de la nación.
La catástrofe nacional ha sido completa, ya que la población en masa ha sido llevada en cautividad (v.46). La expresión pueblo de Camos es irónica y despectiva, ya que el dios nacional no ha podido salvar a su pueblo. Pero, en cambio, será Yahvé el que rehabilitará a Moab de nuevo como nación (v.47). Jeremías en 602 predijo que los pueblos vecinos de Judá, después de ser castigados convenientemente, serían restablecidos en sus tierras. Y en uno de sus oráculos los admite a formar parte del futuro reino mesiánico de Israel. La expresión al fin de los días es clásica para designar la inauguración de los tiempos mesiánicos. En la mente de los profetas, todos los aconteceres históricos de los pueblos tienen un sentido en la mente divina, y así Dios unas veces los castiga y otras veces les permite llegar a un estado de prosperidad; pero todos están subordinados a la futura manifestación mesiánica en el pueblo elegido.

Jr 49, 1-6

Según la Biblia, los amonitas proceden de Lot; por tanto, eran afines étnicamente con los hebreos. En la Biblia se les suele llamar siempre los hijos de Amón (v.1), frase estereotipada que encontramos a menudo. Los amonitas, juntamente con los edomitas y moabitas, pertenecían a la rama aramea de la que surgió también el clan hebreo. Se ha querido relacionar a los amonitas con el dios Amm, adorado en Arabia meridional; pero no hay ninguna divinidad amonita con este nombre. El dios de los amonitas era Milcom, que es una derivación de la raíz Melek ("rey"), divinidad muy corriente entre los cananeos, conocida en la Biblia hebrea con el nombre de Molec, y en los LXX y Vulgata con el de Moloc. El reino de Amón se extendía desde el Arnón, al sur, hasta el Yabbok, al norte, y desde el desierto siro-arábigo hasta el Jordán. El rey amorreo Sehón ocupó la zona fronteriza con el Jordán, y al entrar los israelitas se instalaron las tribus de Gad y de Rubén en el noroeste del reino de Arnón. Existió siempre lucha entre ambos pueblos, ya que Amón siempre consideró como intrusos a los israelitas y trató de expulsarlos. Fueron sometidos por David. Después de la deportación del reino del norte de Israel organizada por Teglatfalasar III (734-732) y por Sargón más tarde (721), los amonitas se hicieron dueños del territorio ocupado por las tribus de Gad y de Rubén. Y a esto alude ahora Jeremías. En 602 aparecen los amonitas haciendo incursiones en el territorio de Judá. El profeta les echa en cara el que se aprovechen de las circunstancias adversas de Judá para atacarla; el territorio ocupado por ellos pertenece de derecho a los israelitas, como herederos de sus padres: ¿No tiene hijos Israel, no tiene heredero? (v.1). La ocupación por los amonitas sólo se justificaría en el caso de que Israel se hubiera extinguido totalmente. Pero la nación, aunque diezmada, subsiste, y por eso sus derechos permanecen. No tiene, pues, Amón derecho a desposeerlos de su herencia: ¿Por qué Milcom ha heredado a Gad? Aquí Milcom (dios de Amón) es sinónimo de la nación, que ha querido suplantar a la tribu de Gad, israelita, que se había establecido en la parte septentrional de Amón desde hacía siete siglos. Esto es una flagrante violación del derecho, y por eso Dios va a enviar un castigo sobre la nación usurpadora: Yo haré oír contra Rabat el grito de guerra (v.2). Rabat = Amón era la capital del país, hoy llamada Ammán, capital de Jordania. En los tiempos helenísticos fue llamada Filadelfia. Dios enviará, pues, la guerra contra la nación amonita, simbolizada en su capital, Rabat, y sus hijas, o ciudades menores, las cuales serán quemadas (v.2).
Y los israelitas volverán a poseer el territorio que en derecho secular les pertenecía: heredará Israel a sus herederos. El profeta invita al duelo a los amonitas por la destrucción de su nación: gritad, hijas de Rabat. (v.3), ? ciudades que estaban bajo la jurisdicción de la capital, Rabat. La mención de Jesebón y de Hai es extraña, ya que la primera estaba en Moab, y la segunda al oeste del Jordán, en territorio israelita. Quizá el profeta pone esas dos ciudades casi fronterizas con el reino amonita para indicar la presencia del invasor babilonio en Amón, amenazando por lo mismo a Moab y a la región occidental del Jordán. O mejor, quizá nos hallamos ante una corrupción del texto. En todo caso, el profeta quiere destacar la tragedia de la invasión: ceñíos cilicios, porque Milcom será llevado cautivo (v.3). Milcom aquí, como divinidad nacional, simboliza a la misma nación. En la frase hay un tanto de ironía: la divinidad de Amón, en la que confiaban sus adoradores, será llevada cautiva. Con él irán sus sacerdotes y las fuerzas vivas de la nación.
La primera acusación contra Amón era el atropello que habían cometido al usurpar el territorio que secularmente había pertenecido a los israelitas. Ahora el profeta lanza otra acusación similar a la expuesta contra Moab: el orgullo. La parte septentrional de Amón era famosa por sus pastos y valles feraces, en los que se criaban los mejores ganados. Esto creó en los amonitas un complejo de superioridad sobre las pobres regiones de Cisjordania: ¿Por qué te glorias de los valles, de tu fértil valle, oh hija rebelde? (v.4). Fiada en sus riquezas y tesoros naturales, se creía a resguardo de toda contingencia. Su misma posición geográfica favorecía su aislamiento: ¿quién vendrá contra mí? La frase es insolente contra Yahvé, señor de los destinos de los pueblos. Por ello, ahora va a mostrar su poder sobre la altiva Amón: Traeré sobre ti el terror y os dispersaréis. (v.5). Los enemigos invadirán el territorio de tal forma, que los amonitas, despavoridos, no sabrán adonde huir: os dispersaréis cada uno de su lado. La desbandada será tan general y desordenada, que no habrá caudillos ni guías que se comprometan a congregar a su pueblo (v.6).
Sólo Yahvé, que los ha dispersado y castigado, será capaz de reunirlos de nuevo: Yo haré volver la cautividad de los hijos de Amón (v.6). Los exilados amonitas, humillados por el castigo divino (después de esto) se reintegrarán a su patria dirigidos por Yahvé. Según Flavio Josefo, Nabucodonosor ocupó y saqueó Amón cinco años después de la toma de Jerusalén (587). Esa reintegración a la patria de los amonitas está conforme a lo anunciado en la profecía contra los moabitas del capítulo anterior. Ya hemos visto que en la perspectiva profética de Jeremías se admite como posible la incorporación de los pueblos vecinos a Israel en la era mesiánica. Aquí no se dice esto, pero parece que se insinúa en esa providencia especial de Yahvé sobre los paganos amonitas.

Jr 49, 7-22

El anuncio de la invasión sobre Edom empieza con una interrogación irónica. Los habitantes de Moab estaban orgullosos de sus viñedos; los de Amón, de sus feraces valles, y los de Edom, de su tradición sapiencial. Era el lugar de la sabiduría. Sin embargo, como los viñedos y los valles feraces no habían servido para nada a la hora de la prueba de Moab y de Amón, así la supuesta sabiduría excepcional de nada servirá a los edomitas cuando les llegue la hora del castigo. Teman era la patria de los sabios de Edom, la Atenas de los orientales, y aquí simboliza a toda la nación, como los viñedos de Yaser simbolizaban a Moab. A pesar de su sabiduría, los edomitas no han sabido conocer los designios de Yahvé sobre su pueblo, procurando evitar el desastre.
No les queda sino la desbandada vergonzosa cuando llegue el invasor enviado por Yahvé: Huid, habitantes de Dedán (v.8).Dedán era una ciudad de Arabia en estrechas relaciones con los edomitas. Eran frecuentes las caravanas comerciales de dedanitas. Por eso aquí se invita a los habitantes de Dedán a huir con celeridad, pues se acerca el devastador (v.8), enviado por Yahvé para traer la ruina a Esaú, es decir, de Edom, ya que Esaú, hermano de Jacob, era el epónimo de los edomitas. La devastación será completa. Los invasores caerán sobre Edom como viñadores, que no dejan rebusco, o como ladrones, que asaltan de noche y saquean a su gusto (v.9). Por otra parte, como es Yahvé quien los ha traído, les enseñará los escondites, de modo que puedan llevárselo todo. Los pueblos que antes eran considerados como hermanos o vecinos, llegada la hora de la prueba, se desentenderán de sus compromisos de sangre o de alianza (v.10b). Y por eso, su descendencia será destruida. Nada podrá evitar la ruina total. La frase es muy radical, pero no es necesario tomarla al pie de la letra. En el v.11 se alude a los huérfanos que quedan desamparados y son protegidos por el mismo Yahvé. La catástrofe afectará sobre todo a los varones, y sólo Yahvé se preocupará de sus viudas y huérfanos.
El v.12 reproduce en forma abreviada Jr 25, 28-29. La idea parece ser que, si otros que tenían más títulos para verse a resguardo de la ira de Yahvé (como Israel, por ser su pueblo escogido) han tenido que beber el cáliz de la cólera divina, ¿cuánto más Edom, que no merece consideración especial alguna? Yahvé jura solemnemente destruirlo. Es una expresión antropomórfica y enfática para indicar la certeza del castigo. Su capital, Bosra, será convertida en desolación y objeto de oprobio y maldición (v.13), frase estereotipada que expresa la trágica suerte de una nación antes gloriosa.
Los v.14-16 están casi al pie de la letra en Ab 1, 1-4. El profeta se presenta como un centinela puesto en los confines de Edom y asiste en espíritu a la invasión: Yahvé ha enviado un heraldo por los pueblos, convocando a los invasores: Reuníos y marchad contra él. (v.14) para declararle la guerra y exterminarle. Con esta escenificación, el profeta quiere destacar que es Yahvé el que envía al invasor sobre Edom. Yahvé ha decidido humillarle convirtiéndole en un pueblo pequeño entre los pueblos (v.15), sin que se le tenga consideración alguna. Y todo le ha venido por la altanería de su corazón. Se consideraba seguro en los huecos de las rocas, en las crestas de los montes (v.16), favorecido por las anfractuosidades de su territorio, desde donde se lanzaba impunemente a las razzias sobre los pueblos vecinos. Se creía libre como el águila, que pone alto su nido, pero Yahvé se encargará de hacerla bajar. Su destrucción será tal, que los que pasen por sus ruinas quedarán estupefactos, silbando burlonamente (v.12). La comparación con Sodoma y Gomorra para indicar el castigo aselador divino era clásica en la literatura profética. Las dos ciudades malditas estaban colindando con los territorios de Edom, y por eso su recuerdo debía ser una lección permanente para los edomitas. Los edomitas fueron suplantados en su territorio por las tribus árabes nabateas.
Los v. 19-21 aparecen ligeramente cambiados en Jr 50, 44-46. El devastador es representado como un león que sube de los boscajes del Jordán a los pastos siempre verdes (v.19). La exuberante vegetación era lugar donde se ocultaban las fieras que inesperadamente irrumpían en la llanura de la depresión del Jordán, donde pastaban confiados rebaños. La feracidad de la zona del Jordán era un verdadero oasis para los que habitaban en los parajes semiesteparios de la montaña y meseta palestinense y moabita. En realidad, Yahvé mismo será el que trae al devastador, y nadie puede impedirlo: los arrojaré y estableceré a quien me plazca. ¿Quién me pedirá cuentas? ¿Quién es el pastor que me hará frente? Nadie puede oponerse a sus designios. Sigue el símil anterior. Si él envía al león devastador, ¿quién es el pastor que puede proteger al rebaño? Ningún rey de Edom puede defender su grey en contra de los planes de Yahvé, que ha decidido el exterminio.
Y a continuación se concretan sus planes contra Teman o Edom. La carnicería que hará el león invasor será tan grande, que no se contentará con matar lo mejor del rebaño, sino también lo más ruin (v.20) del mismo. Así según la traducción griega. Si se sigue el hebreo, entonces parece que se refleja el estupor de los pastizales al ver que sus propios rebaños son conducidos por lo mas ruin del rebaño, del ejército invasor. La versión griega parece dar mejor sentido al contexto. Los alaridos de los habitantes de Edom serán oídos en el mar Rojo o golfo de Aqaba, al sur. El ejército invasor, como un águila volará y subirá y extenderá sus alas sobre Bosra (v.22). La celeridad del avance cubrirá en seguida todas las metas propuestas, tomando la capital, Bosra. Los edomitas desaparecieron en el siglo V, suplantados por los nabateos. Es probable que destacamentos babilónicos hayan hecho incursiones por aquella zona después de la destrucción de Jerusalén (586) para asegurar la vía comercial con Arabia, que pasaba por Edom.

Jr 49, 23-27

Este oráculo contra la nación siria puede muy bien concebirse en la época de la invasión de Nabucodonosor de la zona siro-fenicio-palestina después de la batalla de Carquemis (605), en que, derrotado el faraón Necao II, quedó libre el acceso de las tropas babilonias hasta las fronteras egipcias. Ya un siglo antes Siria había sido ocupada por los ejércitos asirios de Teglatfalasar III, el cual tomó Damasco en 732 a.C. El profeta anuncia aquí una nueva invasión sobre la opulenta Siria, representada por sus tres ciudades principales: Jamat o Hamat, la actual Hama, sobre el Orontes, en la Alta Siria, a 180 kilómetros al norte de Damasco. Arpad es la actual tell-Erfad, a 39 kilómetros al noroeste de Alepo, también en la Alta Siria. Damasco es la tradicional capital siria, emporio comercial en la encrucijada de las rutas caravaneras con Mesopotamia, Arabia y el Asia Menor. El profeta presenta la invasión viniendo del norte, ruta tradicional de los invasores mesopotámicos. Las primeras ciudades sobrecogidas por el espanto son las del norte: Jamat y Arpad (v.23). Al llegar la noticia a Damasco, queda acobardada y se dispone a la fuga (v.24) sin ofrecer resistencia. La ciudad que antes se caracterizaba por el bullicio de mercaderes y de gentes despreocupadas (la ciudad de la alegría), ahora aparece abandonada y solitaria, sin juventud, que ha sido pasada a cuchillo en las plazas por los invasores.
El v.27 reproduce literalmente Am 1, 4.14 y debe de ser una trasposición hecha por un redactor posterior. No obstante, no debemos perder de vista que los profetas a veces utilizaban tradiciones orales y escritas de los profetas anteriores para reforzar su autoridad ante el auditorio. La idea aquí expresada refleja el estilo de Amos: Yahvé mismo será el que cause la ruina de Damasco, consumiendo por el fuego los palacios de Ben-Hadad (v.27), que era el nombre común en los reyes de la dinastía siria.

Jr 49, 28-33

Esta profecía va dirigida contra los hijos de Oriente, designación que en la Biblia se aplica a las poblaciones beduinas o semibeduinas del desierto arábigo más allá de TransJordania (Amón, Moab, Edorn). En Jr 25, 23 se mencionaban las localidades de Dedán, Tema y Buz. Ahora la zona desértica es simbolizada en Cedar, tribu conocida del desierto siroarábigo al este de Palestina. En Ct 1, 5 se mencionan las "tiendas de Cedar" como conocidas de los lectores de Palestina. Sin duda que, para la población sedentaria de Israel, esa expresión recordaba la vida trashumante de los beduinos del desierto. Jasor, que aparece como localidad, nos es desconocida, pero debía de ser un lugar próximo a Cedar. No sabemos por fuentes extrabíblicas que Nabucodonosor venciera y sometiera estas tribus, como se dice en el texto (v.28). Según Flavio Josefo, siguiendo a Beroso (escritor babilónico del s.IV a.C.), Nabucodonosor ocupó Egipto, Siria, Fenicia y Arabia. Por otra parte, sabemos que la tribu de Cedar pagaba tributo normal a Asaradón (681-668) y a Asurbanipal (668-625). No tiene, pues, nada de particular que Nabucodonosor, un siglo más tarde, al considerarse heredero del imperio asirio, reclamase los tradicionales derechos de sumisión, y para ello que hubiera enviado una expedición militar, lo que sería el cumplimiento de la profecía de Jeremías.
El profeta pone en boca de Dios palabras de ánimo a los invasores para que cumplan sus designios como instrumentos de su justicia: Levantaos contra Cedar (v.28b); Ha llegado la hora de su castigo, y por eso Yahvé los incita al ataque y a la devastación (v.29), para que se apoderen de lo que constituye la riqueza del beduino: tiendas, ganados, camellos. Estas tribus árabes estaban acostumbradas a las razzias, y, en concreto, la de Cedar gozaba fama de tener buenos arqueros; pero nada podrán hacer contra el ejército organizado de Nabucodonosor, que sembrará el terror por doquier (v.28b). No les quedará a las poblaciones del desierto sino huir, buscando profundos refugios en las anfractuosidades de la estepa. Pero la espada de Nabucodonosor -instrumento de Yahvé- los perseguirá con saña por doquier.
De nuevo los invasores son animados por Yahvé para que sean implacables en la persecución, que, por otra parte, no ofrece riesgos, ya que los árabes son gente tranquila en cuanto que no tienen defensas amuralladas con vistas a la guerra. Están en los oasis al descampado, confiando en su aislamiento: no tiene puertas ni cerrojos y habita aislada (v.31). El botín será grande -camellos, ganados (v.32)-, la riqueza característica del morador de la estepa arábiga. Yahve irá delante abriéndoles paso y forzando la dispersión de esas sienes rapadas; expresión despectiva aplicada a los árabes por su costumbre de rasurarse gran parte de la cabeza. La desolación será total, ya que el lugar donde antes estaba Jasor se convertirá en guarida de chacales (v.33). Entre sus ruinas sólo morarán las fieras salvajes.

Jr 49, 34-39

Elam era el reino, que se extendía al este de Mesopotamia, con Susa por capital. Su cultura era milenaria, como se desprende de las excavaciones arqueológicas. Aparece mencionado en la Biblia en los tiempos patriarcales como un gran imperio, que está al frente de una coalición de estados orientales. Fue dominado por los asirios, destruyendo Asurbanipal la capital, Susa, en 640 a.C. Más tarde fue conquistada por los persas (520 a.C.); pero, como en territorio elamita se han encontrado muchas inscripciones de Nabucodonosor, podemos deducir que el coloso babilonio había extendido su imperio en la región elamita. Quizá la profecía de Jeremías se refiera a una invasión babilónica de este género. Isaías cita a los elamitas como soldados mercenarios en el ejército asirio. Seguramente Jeremías había visto estos mercenarios elamitas en el ejército babilonio que puso asedio a Jerusalén en 598 a.C., y de ahí la profecía contra su nación. En realidad, Elam no había tenido ninguna relación con el reino de Judá. Pero el profeta, que quiere destacar el dominio que Yahvé tiene sobre los destinos de todos los pueblos, bien pudo vaticinar el futuro de una nación lejana, de la que ciertamente había oído hablar.
La profecía tuvo lugar al comienzo del reinado de Sedecías (v.34) el cual subió al trono entre fines del 598 y principios del 597 a.C. En esta profecía no se menciona el enemigo que destruye a Elam es el mismo Yahvé quien lo hace directamente: romperé el arco de Elam (v.35). Los arqueros elamitas eran famosos por su habilidad; por eso eran el fundamento de la fuerza del imperio elamita. Elam nada podrá hacer por defenderse, ya que Yahvé enviará enemigos de los cuatro confines del cielo (v.36). La población elamita será dispersada a todos los vientos. Y Yahvé enviará en su persecución la espada. Con ello quiere el profeta indicar que el desastre de la nación será muy grande. Las expresiones son hiperbólicas, para encarecer las proporciones de la catástrofe. Yahvé mismo se instalará como rey sobre el trono de Elam (v.38), juzgando con plena majestad a los culpables. Pero, como siempre, en toda profecía conminatoria hay un rayo de esperanza y de rehabilitación: Pero al fin de los días haré volver a los cautivos de Elam (v.39). Los profetas, en sus concepciones grandiosas sobre la teocracia mesiánica, dejaban un lugar para los pueblos extranjeros como asociados a la manifestación gloriosa de Dios en su pueblo. Aquí no se dice esto, pero esa repatriación parece expresar una manifestación particular de los designios misericordiosos que Yahvé tiene sobre el castigado Elam.

Jr 50, 1-3

Babilonia era la gran opresora de todos los pueblos del Antiguo Oriente, digna sucesora de la insoportable Asiría. Por eso la caída de Babilonia suscita una alegría incontenible en todos los corazones oprimidos. Nabucodonosor había sido elegido como instrumento de la justicia de Yahvé, pero se había excedido en su cometido, y, sobre todo, se había considerado como omnipotente, sin consideración para con el Dios de Israel, que le había dado la victoria. Por eso la justicia divina exigía también el castigo del insolente babilonio. Ningún pueblo se substrae al poder de Yahvé. Todos han tenido que beber la copa de la cólera divina, y la gran opresora Babilonia no iba a quedar exceptuada.
El profeta anuncia, alborozado, la caída de la común opresora: alzad bandera. Todos los pueblos oprimidos deben alegrarse ante tan magna nueva. Es la hora de la liberación. Y, sobre todo, para los monoteístas israelitas era la hora de la derrota de los supuestos dioses babilonios. Los caldeos creían que, por el hecho de haber sometido a otros pueblos, sus dioses eran superiores, y se habían atrevido a ponerlos por encima del Dios de Israel, Señor de los mundos y de los reinos de la tierra. Pero ahora, con la derrota de Babilonia, ha quedado avergonzado Bel, vencido Marduk (v.2). Bel aquí es sinónimo de Marduk. El nombre de Bel, o "señor," lo habían aplicado primero los semitas al dios sumerio Emlil, adorado en Nippur. Cuando Babilonia llegó a ser la capital de Mesopotamia, su dios principal, Marduk, fue llamado Bel, o señor por excelencia. El nombre de Bel equivale al Baal de los cananeos, con el mismo sentido sustancial. Con la caída de Babilonia, sus ídolos han demostrado su total impotencia para salvar a su pueblo de la ruina; por eso han sido confundidos y abatidos.
Yahvé hará que venga un pueblo procedente del septentrión que convertirá su tierra en soledad. Para los israelitas, los invasores siempre habían llegado del norte (asirios y babilonios); por eso el nombre de septentrión tenía, para ellos algo de recuerdo fatídico. Pero también para Babilonia el septentrión significará el camino de la desolación y de la ruina, pues de las montañas septentrionales de Mesopotamia surgirán los nuevos invasores, los medo-persas, bajo la dirección del gran caudillo Ciro. La invasión del conquistador persa no fue en realidad a sangre y fuego, como solían ser las de los asirios y babilonios. Ciro mostró un gran talento diplomático con los pueblos vencidos, ahorrándose todas las posibles humillaciones y desgracias. Pero el profeta, al describir la invasión medo-persa, lo hace según los módulos tradicionales en las conquistas de los antiguos vencedores: desolación y muerte por doquier. Es una indicación más en favor de la autenticidad jeremiana del fragmento, ya que, si estuviera compuesto por un autor posterior a la toma de Babilonia por Ciro (538), habría evitado descripciones que no estuvieran en consonancia con los hechos reales. Ya hemos indicado en otras ocasiones cómo los profetas conocen la sustancia del hecho futuro revelado por Dios, pero generalmente no las circunstancias concretas de su cumplimiento. De ahí que en sus descripciones generalicen e idealicen las situaciones futuras conforme a concepciones tradicionales adaptables a la expectación del ambiente. No obstante, podemos decir que, según Herodoto, Babilonia fue desmantelada bajo Darío I y destruida bajo Jerjes, terminando por ser abandonada y reducida a un gran desierto.

Jr 50, 4-7

La caída de Babilonia significará para los exilados israelitas la liberación. De nuevo las doce tribus, los hijos de Israel, los hijos de Judá (v.4), se unirán para constituir la nueva y única nación de Yahvé. El fragmento está inspirado en oráculos anteriores. Los repatriados seguirán su camino llorando con lágrimas de arrepentimiento por el pasado pecador de su pueblo, causa de la tragedia de la nación, y llenos de indecible alegría ante la perspectiva de la liberación y restauración nacional. Todas sus ilusiones se dirigirán a buscar a Yahvé, su Dios. Amos había anunciado que los que quedaran de la catástrofe andarían por los montes hambrientos de la "palabra de Yahvé". Después de tantos desvaríos reconocerán que su Dios debe ser el único centro de sus corazones. Los repatriados preguntarán por el camino de Sión (v.6). Los años del exilio les habían hecho sentir la nostalgia de Sión, la morada tradicional del Dios de sus antepasados. Por eso, cuando llega la hora del retorno, no tienen otra obsesión que volver a Jerusalén, centro de sus aspiraciones espirituales y nacionales. Desengañados con el pan amargo del destierro, se proponen emprender vida nueva, haciendo un nuevo pacto con Yahvé: Liguémonos con Yahvé con pacto eterno, que no se olvide jamás (v.6). El pacto del Sinaí había sido quebrantado por sus padres, y era hora de echar las bases de una nueva teocracia. En estas palabras animosas de los repatriados se echa de ver la ilusión de los tiempos mesiánicos, señuelo de sus corazones. Varios profetas anteriores habían hablado de un nuevo pacto entre el Israel rescatado y Yahvé. Según Jr 31, 33, la nueva Ley sería escrita en los "corazones," de modo que su obligatoriedad provendrá no de la coacción externa, sino del anhelo íntimo del nuevo ciudadano de Israel.
Esta actitud de conversión en el pueblo le hace recordar al profeta la tragedia de su pueblo, que ha sido como un rebaño descarriado por sus falsos pastores (reyes, sacerdotes y falsos profetas), los cuales, en vez de urgir el cumplimiento de la Ley y de las obligaciones ético-religiosas para con su Dios, le hicieron vagar por los montes (v.6), adorando a los ídolos en los lugares altos y olvidándose de su aprisco (v.6c), es decir, del templo de Jerusalén, síntesis de la verdad religiosa de Israel. Consecuencia de estos extravíos fue que el pueblo elegido se halló indefenso ante los ataques de sus enemigos, que impunemente le atacaron. Y el profeta pone en boca de ellos consideraciones teológicas que justifican el mal trato que dieron al pueblo israelita: no hay delito, han pecado contra Yahvé, sede de justicia y esperanza de sus padres (v.7). Ellos se consideraban así como instrumentos de la justicia divina de Yahvé, abandonado de sus fieles, cuando en realidad era la esperanza de sus padres, es decir, Yahvé les había hecho promesa de felicidad y prosperidad a condición de que le fueran fieles a la alianza sinaítica.

Jr 50, 8-16

El profeta urge, en nombre de Yahvé, la salida a todos los que están deportados en Babilonia, porque se acercan los días de la invasión y destrucción de la gran metrópoli. Los israelitas, aleccionados por su Dios, deben dar el ejemplo y dejar inmediatamente la ciudad maldita, saliendo a la cabeza de los deportados de todas las naciones como los machos cabríos a la cabeza del ganado (v.8). El símil es expresivo y refleja bien la urgencia de partir. Los israelitas deben salir los primeros, porque han sido avisados antes que todos de la catástrofe que se aproxima. El ejército invasor está ya a la vista. Yahvé mismo escoge a los que han de castigar a la insolente Babilonia: voy a suscitar contra Babel un conglomerado de grandes naciones (v.9), el ejército combinado de Media y de Persia, acaudillado por Ciro, instrumento de la justicia divina, que cae de las montañas del norte (la cordillera que separa Persia de Mesopotamia) como una inundación, que todo lo anega y destruye. Sus arqueros son tan certeros que sus saetas no volverán de vacío, sin dar en el blanco (v.9c). Los conquistadores harán presa de Caldea, emporio de riquezas, apropiándose hasta la saciedad de un inmenso botín (v.10).
Sin embargo, los caldeos siguen, inconscientes del peligro, entregados a los placeres, disfrutando del despojo de los pueblos vencidos y, sobre todo, de la heredad de Yahvé, Israel (v.11). La opulencia los ha embrutecido y no piensan sino en gozar de sus riquezas como las mismas bestias: aunque saltéis como novilla sobre la hierba y relinchéis como sementales (v.11). Pero la suerte trágica sobre los babilonios está echada, y su nación será humillada y avergonzada: grande será la confusión de vuestra madre (v.12). Toda su riqueza y opulencia se trocará en desierto, aridez, estepa, y todos los pueblos harán befa de ella al contemplar sus ruinas (v.13). Después de anunciar la suerte trágica de los babilonios, Yahvé mismo exhorta a los invasores a cumplir bien su cometido de instrumentos punitivos de su justicia: Aprestaos contra Babel, cuantos tendéis el arco, no escatiméis las saetas (v.14): los futuros conquistadores de Babilonia deben ser celosos en el cumplimiento de su misión y no deben ahorrar esfuerzo en ello, porque Babilonia pecó contra Yahvé. Ha sido insolente en su orgullosa posición entre las naciones, sin pensar que en sus victorias no hacía sino cumplir los designios de Dios. Por eso ahora llega la venganza de Yahvé (v.15b).
Los ejércitos invasores son a los ojos de Dios como "cruzados" o cumplidores de un designio punitivo divino sobre la arrogante metrópoli mesopotámica. Los conquistadores deben ser implacables en la destrucción, matando todas las fuentes de riquezas nacionales, entre ellas la agricultura: Exterminad de Babel al sembrador, al que empuña la hoz (v.16). La desolación del campo es la ruina de la capital. Las frases son radicales y duras para expresar la magnitud de la catástrofe babilónica. Las gentes extranjeras huirán despavoridas ante la espada devastadora. La señal del ataque es la ocasión de la desbandada general de todo el abigarrado de poblaciones que vivían en el emporio de Babilonia hacia sus respectivos países nativos: cada uno se volverá a su pueblo.
Después de entrar Ciro en Babilonia se dieron las máximas facilidades para que todas las colonias de extranjeros que estaban exilados por la fuerza se reintegraran a sus tierras respectivas, entre ellas la de los judíos, dispersos por Mesopotamia después de la expatriación forzosa impuesta por Teglatfalasar III y Salmanasar V al ocupar el reino de Samaría, y más tarde por Nabucodonosor al destruir la ciudad de Jerusalén.

Jr 50, 17-20

La atención del profeta se dirige hacia su pueblo Israel, que ha sido tratado como una oveja dispersa (v.17), indefensa ante los leones que la dispersaron. Primero los insoportables monarcas asirios Teglatfalasar III, Salmanasar V y Sargón, destruyeron el reino del norte, ocupando a Samaría, su capital; y después Nabucodonosor le quebró los huesos a Judá, deshaciendo su vida nacional. La toma de Jerusalén por los caldeos en 586 señala el fin de la vida de Israel como colectividad nacional. Pero Yahvé no puede dejar impunes a los expoliadores de su pueblo. El imperio asirio había desaparecido (en el 612 cayó Nínive), y a Babilonia le está reservada la misma suerte (v.18). Dios los había escogido como instrumento de la justicia purificadora para hacer volver al buen camino a su pueblo. Pasada la hora del castigo, vendrá la de la rehabilitación. Sobre Israel existen unas promesas de salvación, y Yahvé las cumplirá. Nunca en sus designios ha querido destruir totalmente a su pueblo; por eso ahora renueva la promesa de la restauración de Israel como pueblo: Haré volver a Israel a sus pastizales. (v.19). El pueblo elegido había corrido disperso fuera de la órbita de la protección divina en justo castigo por sus pecados, pero llega la hora de que la oveja descarriada vuelva a sus pastizales (v.18), a encontrarse en la tierra que desde antiguo les había dado Yahvé en heredad, desalojando a los cananeos. Bajo la égida protectora de Yahvé, Israel volverá a conocer días venturosos de prosperidad en los ricos pastizales del Carmelo y de Basan, territorios famosos por sus ricos pastos, y en las ricas regiones de Efraím (parte central de Palestina) y de Galaad, en TransJordania. La mención de todos estos lugares insinúa que Israel volverá a formar una nueva nación con todas sus tribus, desapareciendo la tradicional separación habida después de la muerte de Salomón. Y, sobre todo, ese nuevo Israel será muy distinto del histórico anterior al exilio. La prueba tremenda de la cautividad ha servido para que Israel, abandonado de su Dios, sintiera nostalgias de El. Por eso, en la nueva teocracia (en aquellos días de la plena rehabilitación de Israel en los tiempos mesiánicos) se verá libre de las tradicionales lacras, en tal forma que se buscara la iniquidad en Israel y no se hallará (v.20). Es la realización plena de la nueva alianza con las leyes escritas en el corazón. La nueva comunidad israelita vivirá del conocimiento y del amor de su Dios. Por ello, Yahvé se manifestará en toda su magnanimidad: seré propicio a los que queden, es decir, el resto salvado de Israel, núcleo de restauración en los tiempos mesiánicos. Para entrar en la nueva fase teocrática es preciso una amplia amnistía de los pecados del pueblo israelita. De nuevo nos encontramos ante entusiastas idealizaciones proféticas: la nueva comunidad será sin mancilla, viviendo íntegramente de la Ley de Dios. Históricamente, la realización de esto se da inicialmente en la Iglesia (Israel espiritual) y plenamente en la etapa definitiva mesiánica celeste, hacia la que converge este primer estadio histórico de la Iglesia militante.

Jr 50, 21-28

De nuevo una urgente invitación a los invasores para que cumplan los designios punitivos de Yahvé. El profeta escoge dos nombres para designar Babilonia en consonancia con su pasado y su castigo: Meratayim se suele identificar con Nar Narratu ("río amargo"), la región pantanosa entre el delta formado por el Tigris y el Éufrates. Transcrito en hebreo, Meratayim significa "doble rebelión," alusión a la insolencia de Babilonia contra Yahvé. El profeta ha escogido este nombre aplicado a Babilonia para establecer una paranomasia en consonancia con el pecado específico de Babilonia. Pecod es el Pukudu de los textos babilónicos, y designa una tribu aramea establecida en el extremo oriental de Babilonia. En hebreo, su nombre juega con la palabra paqad, que significa "visitar" con designios punitivos. Así, pues, se aludiría en este juego de palabras al "castigo" que le espera a Babilonia. Ha llegado la hora del exterminio contra la impía ciudad, y los conquistadores deben cumplir fielmente su cometido: haz cuanto te he mandado (v.21). El cumplimiento de la orden ya está en marcha: Estruendo de guerra en la tierra (v.22); es el eco de los gritos de los vencedores, que siembran por doquier una inmensa ruina (v.22). De nuevo tenemos que hacer recalcar que estas descripciones proféticas son ideales, conforme al clisé tradicional de las invasiones, que solían llevar consigo la destrucción y la ruina por doquier. En realidad sabemos que las tropas de Ciro no sembraron la desolación al entrar en Babilonia, pero el hecho de la derrota total de la ciudad permanece a través de estas descripciones hiperbólicas y radicales.
También la tremenda frase puesta en boca de Yahvé, mata a espada y extermínalos (v.21), hay que entenderla en el contexto del profeta; es la justicia divina la que se va a manifestar en toda su magnitud; los conquistadores son meros ejecutores de dicha justicia de Yahvé, y conforme a las leyes de guerra de la época se predica el exterminio o jérem (anatema), es decir, la aniquilación de todo como consagración al Dios de los ejércitos, de forma que nada quede para el vencedor. Nuestra sensibilidad cristiana se horroriza ante estas tremendas leyes de exterminio, pero una vez más debemos recordar que la moral del A.T. es muy inferior a la del ?. ?., y que, por otra parte, los profetas, poseídos de la idea de la justicia vengadora de Yahvé, recargan los colores en sus descripciones para impresionar más en el auditorio, cómo lo hacen al encarecer la misericordia divina. Siempre nos encontramos con el radicalismo de expresión de los escritores orientales, que no tienen tintas medias, sino que lo que nosotros vemos como gris, ellos lo presentan como negro o blanco. Hablan para gentes de imaginación ardiente, que sistemáticamente recortan la mitad de la mitad del contenido ideológico expresado, y, por tanto, en este supuesto, es necesario recargar el cuadro en función de una idea que ciertamente ha de quedar en la práctica muy diluida.
El cumplimiento de la orden de destrucción le sugiere al profeta un canto elegiaco teñido de ironía sobre el vencido: ¿cómo ha sido roto en pedazos el martillo de toda la tierra? (v.23). Yahvé se había servido de Babilonia como de un martillo para abatir a otros pueblos pecadores, entre ellos Israel; pero ahora ese martillo, que parecía de hierro, ha sido roto en pedazos en manos de la justicia vengadora divina, que actúa también como un martillo sobre su anterior instrumento punitivo de los pueblos. Es la visión teológica de la historia en los profetas: Yahvé dirige el curso de la historia de todas las naciones y pide cuenta de sus acciones y desvarios. Babilonia se ha convertido en horror entre las gentes, pues todos los pueblos la considerarán como una ciudad maldita de Dios, que la destinó a la ruina. Babilonia, orgullosa en su opulencia, se creía a resguardo de todo peligro, y por eso no se daba cuenta que en su vida había gérmenes de destrucción y de muerte; de ahí que vivía totalmente despreocupada, sin darse cuenta que Yahvé le ha tendido la red (v.24), quedando presa como un animal cogido con lazos. Según Herodoto, cuando las tropas de Ciro habían tomado una parte de Babilonia, los de la otra parte, despreocupados, no se habían dado cuenta de ello. El profeta ve en todo esto los designios secretos de Yahvé, que, como un soberano equipado para la guerra, llegado el momento, abrió sus arsenales, sacando las armas de su cólera (v.26). Los instrumentos de Yahvé en esta gran cruzada contra el tirano babilónico son las naciones que, federadas bajo Ciro, caen sobre Babilonia, pues Yahvé tenia un quehacer en la tierra de los caldeos (v.25): manifestar su justicia vengadora sobre un pueblo insolente y opresor. Por eso, enfáticamente invita a sus instrumentos de justicia a hacer presa en las riquezas inmensas de la nación vencida, enriquecida contra toda justicia: Venid desde los confines de la tierra, abrid sus graneros, haced de ella montones de gavillas y destruid (v.26). Nada debe quedar para la antigua nación opresora. Es la ley del jérem, o de la consagración al exterminio, del Dt 13, 10s. Y entre las víctimas de esta hecatombe no deben faltar los toros, probable alusión a los guerreros babilonios vencidos. Todos están destinados al matadero. Es su día, el tiempo de su castigo (v.27). Cumplida la sentencia de exterminio, el profeta refleja nerviosamente la nueva de la catástrofe traída por los fugitivos, y entre ellos los israelitas, que anuncian en Sión la venganza de Yahvé (v.28). Es el triunfo de la justicia divina sobre la nación opresora, y por eso el momento de la alegría para los rescatados de la esclavitud.

Jr 50, 29-40

Babilonia es condenada por su arrogancia y opresión sobre otros pueblos. Yahvé convoca a los arqueros persas, dirigidos por Ciro, para que pongan cerco a la ciudad opresora e insolente. Babilonia no ha querido limitarse a ser instrumento de la justicia de Yahvé, y se ha atrevido a profanar el santuario de Yahvé, destruyendo totalmente al pueblo elegido: se irguió contra Yahvé (v.29). Por eso está decretada su destrucción, con la hecatombe de sus jóvenes y de sus guerreros (v.30). Babilonia ha atentado contra el Santo de Israel, expresión rara en Jeremías y característica de Isaías. Yahvé, al ser santo, es inaccesible, trascendente a todo lo profano y pecaminoso y, por tanto, intransigente con toda transgresión e iniquidad. Por eso debe castigar la insolencia de Babilonia, que ha mancillado el templo santo de Jerusalén y ha querido exterminar al pueblo santo de Israel, sellado con la elección divina. Yahvé, como Santo, debe vengar los atropellos cometidos contra su soberanía y contra la santidad de su pueblo.
Por eso sale al paso de la arrogancia de Babilonia: Heme aquí, insolente; ha llegado tu día (v.31). Sobre todas las iniquidades de Babilonia hay una que permanece continuamente ante los ojos de Yahvé; es la opresión de su pueblo. Esto está exigiendo venganza, ya que Babilonia se obstina en mantenerlos en la opresión como esclavos (v.33). En Mesopotamia están aún cautivos los hijos de Israel (el reino del norte, cuyos habitantes fueron deportados por los asirios en el siglo VIII), y los hijos de Judá, o reino del sur, deportados por las tropas de Nabucodonosor. Pero el pueblo escogido tiene un precioso valedor o Redentor (v.34), que es fuerte, y garantía de su poder es su nombre único de Yahvé de los ejércitos. Israel era la heredad de Yahvé; por tanto, a Yahvé le correspondía defender los derechos de su pueblo como go'el o defensor familiar. Sobre todo, en la opresión de Israel estaba comprometido el honor y la majestad de su Dios. Nadie tenía verdadero poder sobre el pueblo israelita sino Yahvé, que lo había rescatado de Egipto y lo había formado como colectividad nacional. Yahvé, pues, celoso de sus derechos (el Santo de Israel), debe salir por los fueros de su pupilo y defender su causa para dar reposo a la tierra (v.34). La venganza sobre Babilonia debía traer como consecuencia la vindicación de los derechos del pueblo israelita, oprimido, y la liberación de los otros pueblos esclavizados. Con la desaparición de la nación opresora, las demás naciones de la tierra encontrarían reposo, pues no tendrán que temer el yugo opresor. La derrota de Babilonia traerá el alivio a los demás pueblos, mientras que será ocasión de confusión para los habitantes de Babilonia (v.34b), orgullosos de su poderío sobre los demás pueblos.
Los v.35-38 constituyen el llamado "canto de la espada." Con estilo dramático y entrecortado, el profeta anuncia la guerra contra la nación babilónica en todas sus manifestaciones sociales. Nadie ni nada podrá salvarse de la espada de Yahvé enviada para castigarla. En primer lugar caerán los más responsables: grandes y sabios (v.35), la clase alta de la sociedad, que se manifestaba más insolente con los pueblos vencidos. Entre ellos están los adivinos o astrólogos, tan numerosos en Babilonia. Toda la vida de los hombres y de la nación dependía, según ellos, del curso de los astros; pero de nada les valdrán sus cálculos, pues a la hora del castigo serán tenidos por necios (v.36). Incluso los famosos guerreros desfallecerán como mujeres, llenos de miedo. Y todo el aparato guerrero de caballos y carros, orgullo de la nación y espanto de los pueblos vencidos, no servirá para nada cuando llegue la hora de la espada de Yahvé.
Las mismas tropas mercenarias (v.37) temblarán como mujeres. De nada les servirá su veteranía en la profesión de las armas, porque vendrá otro ejército más aguerrido, manejado, como espada, por el mismo Yahvé. Y la guerra, en su plena manifestación, dará un golpe de gracia a toda la riqueza agraria babilónica, basada en las canalizaciones del Tigris y del Éufrates: espada contra sus aguas (v.38). Todas las obras de regadío desaparecerán bajo el golpe de la guerra, de la "espada" enviada por Yahvé. Con ello vendrá la sequía y la miseria de la nación. De hecho no sabemos que los persas, al entrar, se hayan ensañado contra las maravillosas obras de ingeniería de canalización de los mesopotámicos. Pero el profeta idealiza la situación conforme a los tradicionales cuadros de invasión, que trae como consecuencia la destrucción de las naciones vencidas con todas sus riquezas y recursos naturales.
Yahvé castiga a Babilonia por su arrogancia, pero también por su exagerada idolatría: porque es tierra de ídolos (v.38b). Para los israelitas, los simulacros de sus dioses son meros espantajos, y no comprenden que se gloríen de ellos. Por eso, Yahvé ha decretado su destrucción. Los v.39-40 imitan Is 13, 19-22, y el v.40 es idéntico a Jr 49, 18. Todo esto nos hace pensar en el carácter redaccional artificial de varios pasajes de este capítulo, que tiene el aire de una compilación de pequeños poemas reunidos por un redactor posterior. Babilonia, según las imágenes tradicionales de los profetas, quedará convertida en ruinas, morada de los chacales y avestruces, siendo deshabitada por los siglos. La profecía se cumplió materialmente, ya que hoy día la antigua ciudad no es sino un montón informe de ruinas, con un puro valor arqueológico para los eruditos. Su destino ha sido, en este sentido, similar al de Sodoma y Gomorra (v.40), las dos ciudades tradicionalmente malditas en la historia bíblica: no morará en ellas hijo de hombre. La frase tiene un valor profético altísimo teniendo en cuenta que, cuando fue proferido el oráculo, Babilonia, con su millón de habitantes, era el emporio comercial del mundo conocido.

Jr 50, 41-46

Los v-41-43 son una reproducción de Jr 6, 22-24, aplicados al caso de Babilonia (véase el comentario a dicho lugar). Todo esto prueba el carácter antológico de esta sección. Igualmente, los v.44-46 son una reproducción del oráculo contra Edom (Jr 49, 19-21), sustituyendo el nombre de esta nación por el de Babilonia. Véase el comentario en dicho pasaje relativo a Edom, ya que el sentido es el mismo, y sus símiles idénticos.

Jr 51, 1-10

Yahvé interviene con sus ejércitos vengadores para castigar a Babilonia la pecadora. Leb-Qamay es una cifra cabalística según el procedimiento de atbash, y equivale a Caldea, según lee el texto griego.
Yahvé va a enviar un espíritu exterminador contra Babilonia; es el genio conquistador de Ciro, que va a acabar con la arrogancia del imperio mesopotámico. Sus tropas actuarán como bieldadores, que harán dispersar a los habitantes de la gran metrópoli (v.2). Yahvé mismo exhorta a los atacantes a estar prestos para la lucha: no deje el arquero su arco de la mano ni desciña su malla (v.3). No deben, pues, darse por contentos con la primera victoria, sino que deben continuar el ataque hasta exterminar al enemigo (v.4). La hecatombe será general. Y el pensamiento del profeta se vuelve, en medio de la lucha, a Israel, objeto de las predilecciones de Yahvé. La cautividad pudo dar a entender que Israel y Judá habían sido abandonados totalmente por su Dios, como viudas que se han quedado sin marido; pero no es así: No son ya Israel ni Judá viudas de su Dios (v.5). Yahvé había escogido al pueblo elegido como esposa de su juventud, y seguía amándolo; por eso nunca podrá abandonarlo totalmente. La frase su tierra está llena de crímenes ante el Santo de Israel (v.5b) hay que entenderla, por exigencias del contexto, como aplicada a Babilonia. Está, pues, fuera de lugar y hay que ponerla antes del v.5a.
Después de afirmar que Yahvé no ha abandonado a Israel y a Judá en el momento de la ruina de Babilonia, invita a todos los exilados, principalmente a los israelitas, a salir de la ciudad para que salven su vida (v.6). La iniquidad de la nación caldea ha sido colmada, y ha llegado la hora de las reivindicaciones divinas. Babel ha sido un instrumento de la justicia divina, haciendo las veces de una copa de oro que ha de pasar de labio en labio de las otras naciones a las que había que castigar. Esa copa de oro en manos de Yahvé (v.7) está rebosante de la cólera divina sobre los pueblos. En Jr 25, 15, Yahvé la hace beber a todas las naciones para que se embriaguen de la ira divina: Babilonia, invadiendo y arrasando las naciones, es entonces el instrumento de su justicia. Pero ha llegado la hora a ella, que fue copa de oro en manos de Yahvé para embriagar a los otros pueblos. Se ha extralimitado en su oficio de castigar a las otras naciones, y por eso no puede quedar impune en su iniquidad: Sirvió para embriagar a toda la tierra (v.7), pero de repente Babel ha caído y ha sido rota (v.8). Babilonia ha caído de su estado de magnificencia (copa de oro) a un estado total de postración.
El profeta invita irónicamente a que se le ponga un remedio a la situación ruinosa, al mismo tiempo que entona un canto fúnebre: gemid por ella, id en busca de bálsamo para su herida (v.8b). Los que asisten a la catástrofe no pueden creer en la ruina definitiva de la gran nación, y buscan un remedio desesperado, respondiendo a la invitación del profeta; pero han constatado que no hay solución: Hemos querido curar a Babilonia, pero no se ha curado (v.9). Todos los que estaban interesados en la prosperidad de la gran metrópoli (mercenarios, comerciantes, aliados, etc.) buscan dar una prolongación de vida a la situación, pero, en vista de que nada pueden hacer, deciden marcharse cada uno a su país para salvar su vida: dejémosla, vámonos cada uno a nuestra tierra (v.9b). Y en la ruina reconocen un castigo divino: sube su maldad hasta los cielos. La frase es hiperbólica, muy en consonancia con las arrogancias de estilo en los protocolos reales babilonios, según consta por las inscripciones halladas. En Is 14, 13 se pone en boca del rey de Babilonia esta frase pretenciosa: subiré hasta el cielo; frase análoga a la de los constructores de la famosa torre de Babel: hagamos una torre que llegue hasta el cielo.
En esta ruina de la nación opresora reconocen los israelitas la mano justiciera de su Dios: Yahvé ha hecho justicia a nuestra causa (v.10). Israel había sido culpable ante su Dios, pero Babilonia se había excedido en el castigo, oprimiéndolo excesivamente, destruyendo su santuario y pretendiendo prolongar indebidamente el tiempo de la cautividad. Pero, al castigar Yahvé a Babilonia, ha hecho justicia a la causa de su pueblo. Por eso de las gargantas de los libertados sale un canto de alabanza a su Dios: Anunciemos en Sión la obra de Yahvé (v.10b), que los ha salvado, manifestando así la fidelidad a sus promesas.

Jr 51, 11-26

El profeta supone al ejército persa invasor ya a las puertas de la ciudad maldita, y da militarmente órdenes entrecortadas para el avance: afilad las saetas, alzad las banderas, reforzad la guardia (v.11). Es Yahvé quien dirige el ataque, encomendado a los reyes de Media, es decir, al conglomerado de tropas mandadas por Ciro, que era rey de Persia y de Media después de haber vencido a Astiages, rey de esta última. Los planes destructores de Yahvé se cumplirán inexorablemente: hará como lo pensó (v.12). Es la venganza de su templo, es decir, la hora de pedir cuentas por la profanación del templo de Jerusalén. De nada le vale a Babilonia su opulencia y su posición estratégica, situada a los dos lados del Éufrates, rodeada de numerosos canales: junto a aguas abundantes (v.13), y, por otra parte, rica de tesoros, amontonados con su próspero comercio y sus depredaciones sobre los otros pueblos vencidos.
Pero, a pesar de todas sus riquezas, ha llegado su fin (v.13), porque así lo ha decretado Yahvé, dueño de los destinos de los pueblos. El decreto de destrucción de la ciudad es inexorable, ya que por sí mismo lo juró Yahvé (v.14). El ejército invasor será incalculable: te inundaré de hombres como de langostas.
Los v.15-19 son idénticos a Jr 10, 12-16 (véase allí su comentario). Parecen romper con la ilación lógica del contexto, y, por tanto, podemos considerar el fragmento como adición posterior de un redactor, que ha creído cantar el poder de Yahvé como justificante de su dominio sobre Babilonia.
Los v.20-23 constituyen el llamado "himno del martillo," como Jr 50, 35 constituían el "himno de la espada." Parece que está aplicado a Babilonia, que ha sido instrumento de Yahvé en el castigo sobre los otros pueblos: tú fuiste mi martillo y maza de guerra (v.20). En el v.7 se compara a Babilonia a una copa de oro en manos de Yahvé, llena de la cólera divina para embriagar a las naciones. Ahora se la compara a un martillo en manos de Yahvé sembrando la destrucción por los pueblos. Babilonia ha abusado de su poder sobre los pueblos, sembrando la guerra por doquier contra todas las clases sociales: guerreros, mujeres, pastores, labradores, gobernantes, etc. (v.21-23). Y entre los oprimidos está sobre todo el pueblo israelita. Pero ahora ha llegado la hora para el martillo. Babilonia va a sentir el peso de la ira divina (v.24). Se la compara a una montaña de destrucción (v.25), o destructora, por la masa imponente de su poder aplastante frente a todas las naciones. Está como en la cima de la montaña de su poder, pero Yahvé extenderá su mano y la hará rodar desde lo alto de las rocas (v.25). En este segundo símil se la presenta como un castillo roquero que es destruido y echado a rodar con sus materiales dispersos por la montaña abajo. Los profetas superponen a menudo imágenes rompiendo la ilación lógica estricta. Se convertirá en horno encendido, en cuanto que sus piedras serán calcinadas como en un horno, en tal forma que no se podrán utilizar para la edificación, ni como piedra angular ni como piedra de cimiento (v.26) para reconstruir de nuevo Babilonia. Será una perpetua ruina, la desolación total.

Jr 51, 27-40

Yahvé invita a levantar una bandera para congregar a las naciones al ataque (v.27). La guerra tiene en este caso un sentido sagrado, el de salir en defensa de la justicia de Yahvé; por eso los combatientes conquistadores son considerados como "consagrados" para la guerra: santificad (para la guerra) contra ella las gentes (v.27b). Es la hora de la rehabilitación de la justicia divina. Las naciones o gentes llamadas a la cruzada de Yahvé son el conglomerado de pueblos del norte que formaban parte del imperio medo, y entre ellos Ararat o Armenia, Minni y Askenaz, también regiones de esta parte de Armenia. Con su caballería deben presentarse como langostas hirsutas, es decir, con aspecto aterrador. La caballería de guerra es de importación indoeuropea (medopersa), y era el terror de los pueblos del Oriente Medio. Al frente de ella viene el rey de Media (v.28), designación genérica de los pueblos medo-persas, bajo la dirección de Ciro el Conquistador.
Ante ese espectáculo terrorífico de la caballería persa, los guerreros babilonios se repliegan y no quieren dar batalla en campo abierto, encerrándose en las fortalezas (v.30). De todas partes llegan los correos con las infaustas noticias: la ciudad ha sido tomada del uno al otro extremo (v.31). La descripción de los mensajeros al rey es patética: los vados, ocupados; las defensas, ardiendo, y los hombres de guerra, abatidos (v.32). La situación, pues, es totalmente desesperada. Babilonia es como una era al tiempo de apisonarla; bien pronto llegará el tiempo de la recolección (v.33), está preparada cuidadosamente para el castigo, que es la recolección merecida. Cuando la era está ya limpia, apisonada y preparada, es que la recolección se acerca. Así, Babilonia, ya cercada por las tropas persas, está dispuesta para ser tomada, recibiendo así su merecido, la recolección de tanta iniquidad obrada impunemente hasta entonces.
El profeta, ante el castigo de Babilonia, piensa de nuevo en la tragedia de su pueblo a manos de la opresora Babilonia: Nabucodonosor me devoró, me trituró (v.34). La Ciudad Santa fue expoliada, saqueada y vaciada de todo su valor: me dejó como vasija vacía. Todo fue a engrosar los tesoros de la implacable nación invasora: llenó su vientre de mis bocados más suculentos. La vida de la nación desapareció, y las fuerzas vivas del país fueron llevadas en cautividad. Por eso, los habitantes de Jerusalén dicen amargados y con deseos de revancha: sean sobre Babel mi violencia, mis carnes, mi sangre (v.35). Han sufrido tanto, que no pueden menos de desear el castigo de la nación opresora. Yahvé recoge estos desahogos de su pueblo y garantiza con su palabra que pedirá cuenta al opresor de sus violencias (v.36): secaré su mar; alusión a la destrucción de la canalización del Éufrates y de sus afluentes artificiales, fuente de la riqueza de Mesopotamia. Con ello todo será un montón de ruinas (v.37).
Pero los moradores de Babilonia no conocen la proximidad de la tragedia y se entregan a gozar de sus riquezas y expoliaciones: rugen como leones (v.38). Su inconsciencia será trágica, ya que, calentados por el vino en los festines, no les hará ver la gravedad de la situación: en su fiebre, yo les prepararé la bebida, los embriagaré para que se adormilen (v.39). El mejor comentario de esto es lo que nos narra el libro de Daniel sobre la cena de Baltasar. El mismo Herodoto se hace eco de una tradición según la cual, cuando los persas entraron en Babilonia, los magnates de ésta estaban entregados al desenfreno en continuos convites. Yahvé los va a hacer dormir el sueño eterno, del que no despertaran (v.39), pues la muerte está próxima, porque así lo ha decidido Yahvé: Yo los llevaré al degüello como corderos (v.40). La frase es impresionante, pero es la que mejor refleja la suerte trágica de la gran metrópoli mesopotámica.

Jr 51, 41-45

El canto elegiaco comienza con el característico ¿Cómo ha sido? El profeta asiste en espíritu a la realización de la ruina de Babilonia, llamada con el nombre cabalístico de Sheshak (v.41) según el procedimiento del atbash, que hemos visto en Jr 25, 26. Babilonia era considerada como la gloria de toda la tierra (v.41) por su magnificencia y riquezas, lo que constituía la admiración de todos los pueblos. Pero de pronto se ha convertido, por la derrota, en objeto de horror entre las naciones (v.41b). El ejército enemigo ha caído sobre Babilonia como el mar, sumergiéndola bajo el cúmulo de sus olas (v.42). No quedará más que desolación y ruinas (v.43). Y todo ha sido efecto de la ira divina, que se ha ensañado con Bel, la principal divinidad babilónica: Bel-Marduk. Aquí el dios simboliza la ciudad, ya que, en la mentalidad antigua, el dios seguía la suerte de su nación. La desolación será total, y ya no concurrirán más a él las gentes (v.44). Babilonia era el centro de convergencia de millares de comerciantes que iban con sus mercancías a la gran metrópoli. Todo esto desaparecerá, y las mismas murallas de Babel, orgullo de los babilonios, caerán. De nuevo ante la inminencia de la catástrofe, el profeta piensa en la salvación de Israel exilado: sal de ella, pueblo mió; salve cada uno su vida (v.45). La expresión pueblo mió tiene un aire de ternura muy característico del espíritu afectuoso del profeta de Anatot. Para él, su vida ha estado siempre vinculada a la tragedia de su pueblo, y ahora piensa en su liberación ante el furor de la cólera de Yahvé (v.45); Israel ha sufrido ya demasiado y no debe exponerse a nuevos peligros.

Jr 51, 46-58

El v.46 está en prosa y tiene el aire de nota redaccional posterior. El autor parece querer salir al paso de rumores de disturbios que pudieran intranquilizar a la comunidad israelita exilada. Muchos autores creen ver en este verso una alusión a los disturbios que precedieron a la caída de Babilonia. Entre los años 550-540, Ciro fue apoderándose poco a poco de las provincias medo-persas, y se extendía hacia el imperio babilónico. Este, gastado, había entrado en una época de clara descomposición: el rey Nabónides había sido confinado al oasis de Tema, en el desierto siro-arábigo, gobernando el reino su inepto hijo Baltasar. La región de Gutium se había emancipado de los babilonios. Por todas partes había brotes de rebeldía. Quizá en este ambiente de inseguridad hay que entender las palabras confortadoras que invitan a la confianza en Yahvé, defensor de los intereses de su pueblo (v.46).
La hora del castigo de Yahvé se acerca: caerán los ídolos y vendrá la matanza general (v.47). Todos los pueblos, cielos y tierra (expresión hiperbólica) se alegraran por la caída de Babilonia. El vengador viene del norte: es el ejército medo-persa (v.48). La sangre de los muertos de Israel está clamando venganza contra Babilonia, y lo mismo reclaman los muertos de toda la tierra (v.49). La suerte de la nación opresora es inexorable. Sufrirá la suerte de las naciones antes expoliadas y oprimidas. Como en secciones anteriores, el profeta, a la hora de la catástrofe, piensa en sus conciudadanos y los invita a salir para que no caigan con los babilonios: Partid, no os detengáis (v.50). Por otra parte, el profeta quiere evitar que los israelitas, que se habían creado una vida próspera en Babilonia, se queden allí. Les exhorta por ello a acordarse desde lejos (Babilonia) de Yahvé, pensando siempre en Jerusalén, su única y verdadera patria (v.50). Los israelitas responden a la invitación del profeta con la mejor disposición. La tragedia de la madre patria la llevan muy en el corazón, y sienten un íntimo bochorno por lo acaecido a su país: Estamos llenos de vergüenza, pues entraron extranjeros en el santuario de Yahvé (v.51). La profanación del templo de Jerusalén es la mayor humillación para los deportados de Babilonia. Precisamente por este ultraje al pueblo santo y a su santuario va a intervenir la justicia divina: yo visitaré a sus ídolos (v.52). De nada servirán los baluartes inaccesibles (v.53) para salvar a Babilonia, pues está la mano omnipotente de Yahvé, que hace venir a devastadores para cumplir sus designios punitivos.
El efecto de la intervención divina no se deja esperar: óyense alaridos en Babel (v.54). Es el griterío de los vencidos y heridos. El estado caótico de la ciudad es como el mar alborotado, cuyas olas braman como aguas desbordadas (v.55). Ha llegado la hora del castigo, porque Yahvé es Dios de retribuciones (v.56). Por encima de todo brillan sus atributos de justicia y de santidad. Sobre todo serán castigadas las clases directoras, responsables de las injustas opresiones de Babilonia: Emborracharé a sus grandes. (v.57). La muerte será su pago: dormirán un sueño eterno. Y como garantía del cumplimiento de esto está Dios, que tiene por nombre Yahvé de los ejércitos (v.57). Su omnipotencia, como Señor de los cielos y de la naturaleza y como Señor de las batallas, vencerá todos los obstáculos, y de nada servirán a Babilonia sus orgullosas defensas amuralladas: la ancha muralla de Babel sera arrasada (v.58). Las murallas de Babilonia, con sus puertas de bronce y sus altas torres, eran la maravilla de la antigüedad. Las excavaciones recientes han probado que las cifras de las dimensiones de las mismas no son tan exageradas como parecían. Babilonia estaba rodeada por una muralla doble de 18 kilómetros de largo en tiempos de Nabucodonosor. Tenía dos muros: uno externo, de ocho metros de ancho, y otro interno, de la misma anchura. Entre ambos, un espacio de 26 metros de ancho, y por fuera un foso de agua. Además, innumerables torres, entre las que destacaba la llamada de Istar, de 12 metros de altura. La obra era colosal, y parecía que la ciudad era inexpugnable; pero, llegada la hora de Dios, de nada sirvió el trabajo invertido en construirla. Durante generaciones, millones de esclavos habían trabajado en la erección de esta obra gigantesca: trabajaron en vano los pueblos (v.58c). Pero han trabajado para el fuego. Todo será pasto de las llamas. Como hemos dicho varias veces, no fue necesaria una lucha excepcional para que los soldados de Ciro entraran en la gran metrópoli, pues las disensiones internas habían facilitado la entrada. Por otra parte, Ciro no destruyó la ciudad. Más tarde, Darío daría cumplimiento a la profecía; hoy día sólo quedan inmensas masas informes de paredes de ladrillo, que nos dan una idea de la grandiosidad de las fortificaciones de la época del esplendor del imperio babilónico.

Jr 51, 59-64

Esta sección está fuera de contexto, y su lugar natural sería después de los c.27-28. Según el v.59, esta profecía fue redactada en el año cuarto del reinado de Sedecías, es decir, en 594 a.C. Por lo que aquí se refiere, el rey Sedecías se fue personalmente a Babilonia a rendir pleitesía a Nabucodonosor para evitar que éste desconfiara de Judá. En realidad, el rey judío estaba tramando una alianza contra Babilonia, basándose en Egipto. Le acompañaba Saraya, que debía de ser pariente de Baruc, el secretario de Jeremías. Esto facilitó la transmisión del mensaje del profeta a los deportados del 598. Por orden suya, Saraya debía anunciar después la ruina de Babilonia, echando al río el mensaje en una acción simbólica, para indicar la ruina de la metrópoli mesopotámica. Es interesante notar que Jeremías en aquellos años en que predicaba la sumisión al coloso babilónico, porque Yahvé había decidido entregar la tierra de Judá a Nabucodonosor, enviase al mismo tiempo una profecía sobre la futura destrucción de Babilonia. Era consecuente en ello, ya que sabía que, si bien Babilonia era el instrumento de la justicia divina para castigar a Judá por sus pecados, sería ella a su vez castigada por Yahvé a causa de sus iniquidades y de su desobediencia. Siempre los profetas se mueven en el campo de la teología de la historia, persuadidos de que Yahvé dirige los hilos de los hechos humanos y que al fin impondrá sus designios.
No se da el contenido de la profecía de Jeremías al detalle, sino la idea general, que es confirmada por el acto simbólico de lanzar la profecía al agua. Su sentido es que del mismo modo que se hunde el escrito en el río, se hundirá Babilonia para no levantarse jamás (v.64). Se trata, pues, de una acción simbólica del estilo de las que hemos visto en Jr 13, 19. El colofón hasta aquí las palabras de Jeremías falta en los LXX, y parece una nota redaccional posterior.

Jr 52, 1-11

En los v.1-3 se da el conocido esquema histórico del libro de los Reyes, haciendo el juicio teológico del reinado de Sedecías, que resultó digno sucesor de su hermano Joaquim, ya que favoreció el sincretismo religioso e hizo el mal a los ojos de Yahvé. La frase es la estereotipada del libro de los Reyes para condenar a los soberanos que no acomodaron su conducta pública a las exigencias del yahvismo tradicional. A causa de sus iniquidades se encendió la cólera de Yahvé contra Jerusalén y Judá (v.2). Los profetas consideran los hechos a la luz de la teología de la historia de Israel; así, para ellos los castigos son la justa retribución de los abusos de la nación como colectividad.
Los v.2-4 se encuentran en Jr 39, 1-10, y son idénticos a 2R 25, 1-7. Sólo se da como dato nuevo la alusión a la carestía de vida en Jerusalén. Según estos datos, el ataque de las tropas de Nabucodonosor a Jerusalén tuvo lugar entre diciembre del 589 a enero del 588. El sitio duró hasta el año 586. La caída de Jerusalén fue en este año, en el mes cuarto, es decir, junio-julio. La huida fue por el lado sur de la ciudad, junto a los jardines reales (v.7). Los babilonios atacaban por el norte, la parte más vulnerable, y los fugitivos buscaron el camino del desierto o Araba, como lugar más propicio para pasar inadvertidos. En los llanos de Jericó fue cogido el rey, abandonado de sus soldados, cumpliéndose así la profecía de Jeremías. El rey fue llevado a Ribla, en la Alta Siria (v.6), donde Nabucodonosor tenía su cuartel general. El castigo infligido a los hijos del rey, asesinados a la vista del padre, está en consonancia con las bárbaras costumbres antiguas orientales.

Jr 52, 12-23

El quinto mes del año 19 de Nabucodonosor es julio-agosto del 586, es decir, un mes después de la toma de Jerusalén por las tropas babilonias. Aún hoy día los hebreos celebran como día de luto este fatídico 10 del mes quinto (julio-agosto) del 586, en que la Ciudad Santa fue total y sistemáticamente desmantelada. Después de haber tomado la ciudad, el lugarteniente de Nabucodonosor, Nabuzardán, se fue a Ribla con el rey Sedecías y los magnates judíos para presentarlos al rey caldeo y, al mismo tiempo, recibir órdenes concretas sobre la conducta a seguir con los vencidos y con la ciudad de Jerusalén. El rey babilónico decidió destruir totalmente la ciudad que tantas preocupaciones le había costado. En el año 598 la había perdonado, pero ahora lo mejor parecía desmantelarla y dejarla inerme para que no tuvieran sus habitantes la veleidad de sublevarse de nuevo contra él.
Lo que más dolió a los vencidos fue que puso fuego al templo (v.15). Esto significaba el fin de la nación para ellos. No comprendían que la casa de Yahvé fuera a parar un día a manos de sus enemigos. En tiempos de Senaquerib, Dios había salvado la ciudad por amor a su santa morada. Esto había hecho crear la ilusión de que Jerusalén era inexpugnable; pero Jeremías anunció reiteradamente que estas ilusiones eran vanas y que Yahvé entregaría su ciudad y su templo a los babilonios. Era el cumplimiento de sus lúgubres profecías. Con el templo fueron destruidos los palacios del rey y de los magnates. Las murallas fueron dejadas en estado inservible (v.14), de modo que no pudieran organizar nuevas resistencias. Después se organizó la deportación sistemática de las fuerzas vivas de la nación (v. 15-16), quedando sólo los pobres de la tierra, viñadores y labradores.
El autor constata con tristeza la situación en que fue dejada la ciudad. El templo había sido ya expoliado en 598, pero ahora fue totalmente desmantelado: las columnas de bronce (v.17) eran las dos que estaban a la entrada del templo, de nueve metros de altura y seis de circunferencia. Las basas eran diez soportes de bronce de los recipientes para llevar el agua. El llamado mar de bronce, por sus grandes dimensiones, era el gran depósito de agua junto al, altar de los holocaustos para lavar las víctimas. Estaba asentado sobre doce toros de bronce (v.20).

Jr 52, 24-34

Después del fin de la resistencia de los judíos, fueron entregándose a los babilonios algunos personajes influyentes que habían logrado substraerse al primer contacto con los vencedores. Sin duda que quedaron resistiendo algunos bastiones después de la caída de la capital. Entre ellos estaba Saraya, sumo sacerdote en tiempos del rey Josías y antecesor de Esdras. A Sofonías le conocemos ya por otros textos y sabemos que estaba en muy buenas relaciones con Jeremías. Los v.28-30 faltan en el griego y en 2R 25, 1. Parece que está basado en un documento de procedencia babilónica. Al menos el cómputo de los años de Nabucodonosor se hace al modo caldeo, que no tenía en cuenta el tiempo entre la subida al trono y el año nuevo siguiente. Las cifras de deportados son muy moderadas, por lo que llevan viso de veracidad. Recuerda tres deportaciones de Nabucodonosor (598, 587, 582). La última es recordada por Josefo. Es interesante lo relativo a la liberación del rey Joaquín o Jeconías, que había sido llevado cautivo en 598. Durante la vida de Nabucodonosor estuvo encadenado. Hoy día conocemos, por documentos cuneiformes extrabíblicos, el trato que se le daba en la corte de Nabucodonosor. En un texto babilónico publicado en 1939 por Weidner se concreta la ración mensual de aceite asignada al rey prisionero Joaquín y a los suyos. En 562 murió Nabucodonosor y le sucedió su hijo Evel-Marduk, o Evil-Merodac según la Biblia (v.31), el cual inauguró su reinado con una amplia amnistía de los prisioneros de su padre. Joaquín fue tratado con especial consideración (v.32). Gozó de cierta libertad vigilada, pero tuvo que continuar en Babilonia. Evil-Merodac fue asesinado por Neriglisar, que reinó desde el 560 al 555. Aunque nada se dice, podemos suponer que continuaría la política comprensiva de su antecesor con los prisioneros.