Lv
Lv 1, 1-17. Los Holocaustos
Las ofrendas (en heb. aramaizado qorban, lit. "lo que se acerca" al altar, de qrb, acercar) tienen que ser de animales domésticos, que pertenezcan en propiedad al oferente: ganado bovino, ovino, caprino y ciertas aves. No se admiten como ofrendas las fieras o animales salvajes, como gacelas (muy usuales en los sacrificios asirios), ni los peces.
Los holocaustos (v.3) eran los sacrificios por excelencia. Como su nombre indica (????, todo; ?a??, quemar), las víctimas ofrecidas en holocausto se quemaban totalmente sobre el altar. En hebreo este tipo de sacrificio se llama Oláh (de la raíz 'aíah, levantar), cuya radical parece aludir al acto de ser levantada la víctima al altar para el sacrificio. Se dice de esta clase de ofrenda que era de suave olor a Yahvé (v.9), porque implicaba la entrega total de la voluntad del oferente, ya que no se reservaba nada para su uso de la víctima como en los otros sacrificios. Por eso se le llama algunas veces el "sacrificio total" (kalil). Es el reconocimiento solemne de la soberanía de Dios sobre una cosa, ya que se la inutiliza en su honor. Este tipo de sacrificios es conocido en la época patriarcal y es el fundamental del culto levítico. Los ritos esenciales en la inmolación de cuadrúpedos, según la legislación levítica, eran: "la presentación de la víctima al altar, la imposición de las manos sobre ella del oferente, la inmolación, la aspersión del altar con la sangre, el desollamiento de la víctima, la descuartización de la misma, poniendo aparte las partes grasas; la colocación de las piezas sobre el altar, el lavamiento de las visceras y, por fin, la combustión sobre el altar. Los actos relacionados directamente con el altar estaban reservados a los sacerdotes, mientras que los otros son cumplidos por los oferentes, aunque, a través de los siglos, los sacerdotes se han reservado actos que primitivamente estaban permitidos a los laicos."
El ceremonial era distinto si la víctima sacrificada era del ganado mayor o bovino, del ganado menor, ovino o caprino, o un ave. En el primer caso, que constituía el sacrificio más solemne, la víctima debía ser un macho inmaculado, es decir, sin defecto corporal alguno. El oferente "lo traerá a la puerta del tabernáculo para que sea grato a Yahvé, pondrá sus manos sobre la cabeza de la víctima y será aceptada ésta para expiación suya; e inmolará la res ante Yahvé. Los sacerdotes, hijos de Aarón, llevarán la sangre y la derramarán en torno del altar que está a la entrada del tabernáculo de la reunión. Desollarán el holocausto y lo descuartizarán. Los hijos del sacerdote Aarón pondrán fuego en el altar y dispondrán la leña sobre el fuego y ordenarán sobre ella los trozos con la cabeza y lo pegado al hígado, las entrañas y las patas, lavadas antes en agua, y todo lo quemará el sacerdote sobre el altar. Es holocausto, ofrenda encendida de suave olor a Yahvé" (v.9).
Son de notar en esta descripción las partes que el ritual deja al oferente y las que reserva a los sacerdotes. El oferente presenta la víctima, le impone las manos sobre la cabeza y la degüella. La imposición de las manos, que puede tener muchos sentidos, aquí significa la transmisión de sus poderes para representarlo. La ofrenda significa el ánimo del donante, su devoción; la sangre de la víctima, que va a ser inmolada, y "en la cual está la vida," representa la vida misma de quien la ofrece. Recordemos a este propósito el juicio del Salvador sobre los que ofrecían sus dones para el tesoro del templo.
La función del sacerdote comienza al recoger la sangre y derramarla en torno del altar; luego, preparar la víctima para disponerla sobre el altar y velar sobre ella hasta que quede totalmente consumida por el fuego. Era éste el reconocimiento más perfecto de la soberanía de Dios, el acto latréutico por excelencia. La piel quedaba para el sacerdote como emolumento por su ministerio.
La víctima más valiosa era el novillo; por eso estaba reservada a los sacrificios por la comunidad, por los príncipes de la familia real, para la consagración de los levitas, y raramente aparece en los sacrificios privados.
La imposición de las manos aparece en diferentes sacrificios. El sentido exacto es muy discutido. Entre los romanos, la manumissio indicaba la renuncia al derecho de posesión. Parece que en el sacrificio hebraico sobresale la idea de solidaridad del oferente con la víctima, que es su sustituto ante Yahvé. Esto se ve claro en el rito del sacrificio por el pecado, pues en éste la víctima sufre la pena por los pecados del oferente, y lo mismo en el sacrificio de expiación, en el que la víctima -macho cabrío emisario- lleva los pecados de Israel.
En la inmolación, la sangre -vehículo de la vida- es la ofrenda por excelencia a la divinidad. En los sacrificios de holocausto y pacíficos era derramada al pie del altar, y en los expiatorios era aspersionada, "No es sólo el don de la sangre y de la vida de la víctima inmolada, sino el don mismo de la sangre y de la vida del oferente, lo que es simbolizado por la efusión y la ofrenda de la sangre de la víctima a Dios," pues esta sangre expía en vez del alma, y, como en las alianzas entre semitas, selladas por la sangre, se crea un lazo de unión íntimo entre el Señor y el fiel, garantía de la benevolencia divina."
La piel de la víctima del holocausto pertenecía al sacerdote que ofrecía el sacrificio, pero era quemada con la víctima en el sacrificio por el pecado," en el sacrificio para la consagración de los sacerdotes y en el rito de la vaca roja.
Debían consumirse por el fuego las diversas partes, incluso la cabeza -excluida en los sacrificios egipcios- y la grasa que recubre las entrañas, porque era como el bocado más exquisito, y, por tanto, era reservado a Dios y prohibido a los israelitas.
El holocausto de ganado menor era igual al precedente. También debía ser la víctima un macho y sin defecto. Para apreciar el sentido religioso de esta circunstancia no hay sino acudir al profeta Malaquías, que reprende a los sacerdotes por su descuido en esta parte. Era una señal de su poca estima por el culto divino y por Aquel a quien se rendía ese culto.
No se menciona en el ritual de este holocausto la imposición de las manos ni el despellejamiento de la víctima, aunque han de suponerse. El lugar de la inmolación debe ser en el lado norte del altar (v.11), porque parece era el espacio libre para ello, pues al este estaban las cenizas (v.16), al oeste el pilón de bronce para las abluciones, y al sur era la subida al altar. No parece, pues, que haya alusión a la idea de que la divinidad habita hacia el septentrión.
El holocausto de las aves se hacía en forma análoga, pero el texto no dice nada acerca del sexo de la víctima. La razón de este detalle parece obvia, ya que no es un detalle tan fácil de apreciar como en los otros animales.
Como la ofrenda de las aves no aparece en el v.2 entre las autorizadas, se ha pensado que los v.14-17 serían una adición posterior, impuesta por el uso en beneficio de los pobres, pues a éstos se les autoriza expresamente la ofrenda de estas víctimas en caso de que no puedan presentar cosas de mayor valía.
En los monumentos egipcios aparecen las ofrendas de aves acuáticas. Las palomas eran animal sagrado entre los fenicios y sirios.
En Nm c.28-29 se detallan los diversos holocaustos que debían ofrecerse cada año por la salud del pueblo. Como antes indicamos, el holocausto era el rito central de culto levítico. Se ofrecía cada día, por la mañana y por la tarde, un cordero; era el sacrificio tamid o perpetuo. En el sábado se inmolaban dos corderos en vez de uno, y en las principales fiestas del año (Pascua, Pentecostés y Tabernáculos) y en las neomenias o principios de mes se ofrecían otros holocaustos. Por aquí se echará de ver que el templo en ciertos días se convertiría en un verdadero macelo, que requeriría, además, una enorme cantidad de leña para la combustión de tanta carne, cuyo olor, que sería grato al Señor por la intención con que se hacía, debía ser menos grato al olfato de quienes no estaban hechos a vivir en medio de aquella humareda. Se comprende por aquí el problema que planteaba a muchos Padres, hechos al culto espiritualista del cristianismo, la consideración de aquellas carnicerías, que tan poco se diferenciaban de las que veían en los grandes templos paganos.
¿Por qué Dios prescribió estos sacrificios? ¿No sería que más bien los toleraría por pura condescendencia con las costumbres de los hebreos, para apartarlos de la idolatría? Tal es la sentencia de Agustín de Hipona y de algunos Padres griegos. Es una de tantas condescendencias de Dios, que, como sabio pedagogo, aprovechó la mentalidad primitivista de los hebreos, adoptando sus ritos y costumbres y adaptándoles a un nuevo sentido religioso monoteísta. Es el caso de la adopción del rito de la circuncisión y de otras leyes sociales y rituales. Siempre el misterio de los caminos de la Providencia en la historia, que no violenta la naturaleza sino en casos excepcionales.
A estos holocaustos, que formaban la parte principal del culto de la nación, hay que añadir los que la ley imponía a los particulares, como a los sacerdotes en su consagración, y los que voluntariamente ofrecían los fieles. Los autores sagrados se complacen en describirnos las grandes hecatombes que a veces se ofrecían a Yahvé, como la ofrecida por la asamblea del pueblo reunida por David en Jerusalén poco antes de su muerte. En ella "ofrecieron a Yahvé en holocausto mil becerros, mil carneros, mil corderos con sus libaciones y muchos sacrificios pacíficos por la salud de todo Israel, y comieron y bebieron ante Yahvé aquel día con gran gozo." Naturalmente, las cifras son hiperbólicas y no hay que entenderlas al pie de la letra. Siempre la imaginación de los orientales desorbita y agranda los hechos.
En la época de los reyes parece natural que fueran los que proveyeran al culto del templo. Después, en la época persa, como en la helenística, los mismos reyes gentiles atendían a esta necesidad, esperando con ello alcanzar las gracias del Dios de los judíos. Su concepto de la divinidad no les impedía rendir culto a otros dioses fuera de los suyos nacionales. Pero esto no era seguro, y Nehemías impuso a todos los israelitas el tributo de un tercio de siclo para el sostenimiento del culto. El profeta Ezequiel, describiéndonos la futura restauración gloriosa de Israel, dice que será cuenta del príncipe proveer de víctimas para el holocausto, la ofrenda y la libación en las fiestas, en los novilunios, en los sábados, en todas las solemnidades de la casa de Israel.
Los profetas han proclamado, por encima de los sacrificios rituales, la necesidad de la obediencia a Dios y la de atender a las necesidades de los desvalidos, como el huérfano, el pobre y la viuda. No es aceptable a Yahvé el sacrificio con las manos manchadas. Para ellos, los valores éticos están por encima de los puramente rituales. Esto no quiere decir que sean enemigos de los sacrificios cuando se ofrezcan con las debidas disposiciones morales. Isaías es tajante al respecto: "¿A mí qué, dice Yahvé, toda la muchedumbre de vuestros sacrificios? Harto estoy de holocaustos de carneros, del sebo de vuestros bueyes cebados; no quiero sangre de toros, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién os pide esto a vosotros, cuando venís a presentaros ante mí hollando mis atrios? No me traigáis más esas vanas ofrendas. El incienso me es abominable..., las fiestas con crimen me son insoportables..."
Algunos Padres de la Iglesia enseñan que el holocausto es la figura del sacrificio de Cristo, que los ha sustituido definitivamente. Es la afirmación clara del autor de la Epístola a los Hebreos: "No os habéis complacido ni en los holocaustos ni en los sacrificios por el pecado; entonces yo dije: Heme aquí, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad." Es la nueva Ley, que sustituye y eleva la antigua; la nueva economía de salvación sobreponiéndose a la antigua, como etapa definitiva en los planes divinos de redención de la humanidad.
Lv 2, 1-16. Las oblaciones
La ofrenda (en heb. minjah) era una especie de sacrificio incruento, que podía ofrecerse con el sacrificio cruento o sin este sacrificio. La materia de la oblación u ofrenda podía ser harina, frutas de sartén, espigas tostadas, aceite, incienso. Siempre había de ir acompañada de la sal de la alianza (v.15). En cambio, estaban excluidos el fermento y la miel. Fuera del incienso, que debía ser quemado todo, de la ofrenda el sacerdote quemaba una parte en el altar, y se reservaba el resto para sí, como emolumento de su ministerio.
Si la ofrenda era de flor de harina, el oferente derramaba sobre ella aceite y ponía incienso (v.1). La llevaba a los sacerdotes hijos de Aarón, los cuales, tomando un puñado de la harina con el aceite y todo el incienso, lo quemaban sobre el altar en olor de suavidad a Yahvé. Lo restante de la oblación será para Aarón y sus hijos, cosa santísima de las combustiones de Yahvé.
Oblación en este capítulo del Levítico no tiene el sentido genérico de ofrenda de algo a Yahvé, sea del reino vegetal o animal (como las ofrendas de Abel, de sus corderos, o de Caín, de sus frutos), sino el específico de ofrenda hecha a base exclusivamente de productos vegetales cultivados por el hombre y que le sirven de alimento. En este c.2 se trata de las oblaciones de estos productos separados, es decir, no las que se ofrecían como complemento en los sacrificios cruentos (holocaustos o pacíficos). Aunque es considerada como un sacrificio (en ciertos casos equivalente al sacrificio "por el pecado"), sin embargo, en el conjunto de la legislación el sacrificio propiamente tal es el cruento, en el que hay derramamiento de sangre.
En estas oblaciones se distinguen dos clases: a) de flor de harina en estado natural; b) de alimentos preparados en forma de tortas, o pasteles, en sus diversas maneras.
En el caso de la oblación de flor de harina, el sacerdote tomaba un puñado, que lo quemaba con incienso como memorial a Yahvé, quizá en el sentido de recordar a Yahvé la acción del oferente para que le sea propicio. Lo restante quedaba para los sacerdotes, que debían comerlo sin levadura en el atrio de la tienda de la reunión.
La oblación de cosas cocidas al horno será de pasta de flor de harina, sin levadura, amasadas y untadas con aceite. Si la oblación fuera de frisuelos fritos en sartén, será de flor de harina amasada con aceite, sin levadura, que partirá el oferente en trozos, echando aceite encima. Si la oblación fuera de cosa cocida en la parrilla, será también de flor de harina amasada con aceite. El sacerdote tomará de esta oblación el memorial, o parte que ha de ser quemado en el altar, y el resto será para los sacerdotes. Elementos, pues, de estas oblaciones son: la flor de harina, el aceite de oliva, productos todos del suelo de Palestina; se excluía siempre el pan fermentado, como impuro, por considerarse en estado de corrupción.
La ofrenda de las primicias constaba de espigas tostadas, molidas y rociadas con aceite e incienso (v.14).
El uso de la sal como signo de alianza (v.13) está muy en consonancia con el ambiente semita beduino. "Era el símbolo de la comida tomada en común y de la estrecha amistad que se establecía entre el hospedero y sus convidados..., "el derecho de la sal asegura, entre los árabes de Moab, la protección del que ha ofrecido la hospitalidad." Por otra parte, las cualidades de la sal como elemento conservador se prestan al simbolismo de la duración y fidelidad en la alianza y a preservar contra la corrupción. Así, la expresión sal de la alianza de Yahvé (v.15) hay que entenderla en este sentido de agente de solidaridad e incorruptibilidad del pacto de Yahvé con Israel. Por ello se dirá en otro lugar: "es una alianza de sal perpetua delante de Yahvé para ti y para toda tu posteridad contigo"¿de este modo, "el empleo regular de la sal en toda oblación y ofrenda en general recuerda a Israel la alianza perpetua contraída con Yahvé y, al mismo tiempo, la obligación de cumplir sus juramentos."
La oblación de las primicias ha de distinguirse de la otra ofrenda de primicias prescrita en Lv 23, 9-14, donde se trata de un sacrificio público, mientras que en Lv 2, 14 se trata de sacrificio privado.
Estas oblaciones podían sustituir a los sacrificios cruentos cuando las facultades de los oferentes no llegaban para presentar la víctima prescrita: "Si tampoco pudiera ofrecer dos tórtolas o dos pichones, llevará en ofrenda por el pecado un décimo de efah de flor de harina." Los sacrificios que por la salud pública se ofrecían cada día, los sábados, las neomenias y las otras solemnidades anuales, iban siempre acompañadas de la ofrenda de flor de harina amasada con aceite y con las correspondientes libaciones de vino.
Lv 3, 1-16. Los sacrificios pacíficos o eucarísticos
Esta segunda categoría de sacrificios llamados pacíficos tenía un carácter de acción de gracias (por eso se les llama también eucarísticos) o de cumplimiento de un voto. Eran también como sacrificios de reconciliación con la divinidad, de forma que restablecían las plenas relaciones de paz y de benevolencia por parte de Dios. Era un sacrificio de comunión con la divinidad y entre los fieles.
Se distingue este sacrificio del holocausto en que las víctimas podían ser machos o hembras, y sobre todo en que la víctima no era quemada totalmente sobre el altar, sino las partes grasas, quedando el resto para los sacerdotes y oferentes. Son por ello considerados como sacrificios menos perfectos que los "holocaustos," que eran símbolo del total desprendimiento en beneficio de la divinidad. Por otra parte, suelen ser sacrificios privados. Sólo se registra un sacrificio pacifico público: el del día de Pentecostés. Tenían por ello un carácter voluntario, pues sólo se prescribe como obligatorio en el caso del cumplimiento del voto del nazareato.
El ceremonial distingue según que la víctima sea una res mayor, un cordero o una cabra. Pero en los tres casos se ofrecía la sangre a Yahvé, que era derramada en torno del altar, y las partes grasas, que eran quemadas sobre el altar. Era "un sacrificio de combustión, de suave olor a Yahvé" (v.5). La carne se repartía: el sacerdote tomaba una parte como emolumento de su función, y el resto lo llevaba el oferente, que debía consumirlo en el lugar santo.
Los sacrificios pacíficos, sacrificios perfectos, eucarísticos, saludables, traen la dicha y la prosperidad. El ceremonial era semejante al del holocausto. El oferente pondrá sus manos sobre la cabeza de la víctima y la degollará a la entrada del tabernáculo de la reunión, y los sacerdotes, hijos de Aarón, derramarán la sangre en torno del altar. Pero, a diferencia del holocausto, en que se consume todo por el fuego, en el pacífico se ofrecerá en combustión el sebo que envuelve las entrañas, los dos riñones con su sebo.
La función del oferente es en este sacrificio la misma que en el holocausto, es decir, imponer las manos sobre la cabeza de la víctima y degollarla. También era oficio suyo separar el sebo, que se ofrecía a Yahvé. A los sacerdotes únicamente tocaba recoger la sangre y derramarla en torno del altar, quemando las partes grasas sobre el altar. Es un principio: "No comerás el sebo de buey, de oveja ni de cabra. Quienquiera que comiera sebo de los animales que se ofrecen a Yahvé por el fuego, será borrado de su pueblo." La razón de tal principio es por ser las partes vitales y también más combustibles, y, por ello, las preferidas para ser quemadas sobre el altar.
Cuanto a las carnes comestibles de la víctima, se las llevaba el oferente después de haber dado al sacerdote como estipendio de su ministerio el pecho y la pata derecha. Se hacía esto en una ceremonia muy significativa. El oferente, con los trozos de la víctima en las manos, hacía un movimiento hacia el altar, como si quisiera depositarlo en él, y el sacerdote tomaba esos trozos, como recibidos de Dios. Ya se deja entender la razón de estas dos porciones: el pecho, que protege las partes más vitales de la víctima, y la pata derecha, la porción más sustanciosa. Los sacerdotes caldeos tenían también preferencia por esta porción del sacrificio. Todo lo demás se atribuía al oferente, el cual lo tomaba como cosa recibida de Dios. Según 1S 2, 15, la porción del sacerdote la recibía éste de carne ya cocida.
Análoga a esta oblación era la de ganado menor. Lo característico de este sacrificio era el "banquete de comunión" celebrado en el santuario con las carnes de la víctima. Podemos decir que Dios mismo se convertía en anfitrión, que convidaba a sus fieles con aquellos mismos dones que de ellos había recibido. De aquí el carácter alegre de estos sacrificios, de los que más de una vez se podría decir lo que se lee en el Éxodo: "El pueblo se sentó luego a comer y a beber, y se levantó a danzar." El texto suprimió casi totalmente el sacrificio pacífico de las solemnidades públicas, dejándolas a la devoción privada, que los ofrecía en acción de gracias por un voto, de donde el calificativo de eucarístico. El día de Pentecostés, en la solemnidad de las primicias, debían ofrecerse dos corderos en sacrificio pacífico, y el nazareo, al terminar su voto, debía ofrecer un carnero.
De las carnes consagradas por la inmolación no debía quedar cosa alguna para el día siguiente, a no ser que el sacrificio fuera en cumplimiento de un voto.
En las grandes solemnidades nacionales, en que concurría a Jerusalén gran masa del pueblo, como en los días de David y de Salomón, el monarca mostraba su generosidad sacrificando hecatombes de sacrificios pacíficos, que el pueblo se encargaba luego de consumir. Aquel acto celebrado "ante Yahvé" venía a estrechar más las relaciones del pueblo con su soberano y de ambos con Dios. Por este carácter, digamos familiar, del sacrificio pacífico, el Deuteronomio insiste tanto en recomendar la concurrencia al santuario central a ofrecer estos sacrificios, a los que invitarán con la familia a todos los necesitados: "Buscaréis a Yahvé en el lugar que El elija entre todas las tribus para poner en él su santo nombre y hacer de él su morada; allí os regocijaréis en la presencia de Yahvé, vuestro Dios, vosotros, vuestros hijos, vuestras hijas, vuestros siervos y vuestras siervas y el levita que está dentro de vuestras puertas, ya que no ha recibido parte ni heredad entre vosotros." En esta enumeración hemos de dar por incluidos al huérfano, la viuda y el forastero.
Lv 4, 1-35. Sacrificios expiatorios
Los sacrificios expiatorios no son mencionados en la historia primitiva de Israel. Son los que se ofrecen en expiación de los pecados. El hombre que se siente ligado por la voluntad del Señor, se siente también muchas veces en desgracia con El por las infracciones de la Ley divina, y así busca, por medio del sacrificio, aplacar a Dios y volver a recuperar su gracia. La Ley distingue dos sacrificios de esta índole: por el pecado y por el delito. En ambos predomina la idea de reparación, mientras en los anteriores (holocaustos, pacíficos y oblaciones) predominaba la idea de reconocimiento de la soberanía de Dios. Homenaje de entrega y de acción de gracias.
Los seguidores de Wellhausen sostienen que esta legislación relativa a los sacrificios por el pecado y por el delito es posterior al destierro o arranca de la escuela sacerdotal de Ezequiel. Pero en 2R 12, 16 se hace alusión a la existencia de estos sacrificios expiatorios, y las ordenaciones de Ezequiel suponen ya una legislación sobre el particular. Por otra parte, esta noción de sacrificio expiatorio no es desconocida de las antiguas poblaciones de Canaán. En los textos de Ras Samra aparece el sacrificio pro delicto (asam), y parece que hay otro equivalente al pro peccato. En el texto púnico de la tarifa de Marsella aparece también un sacrificio semejante. Lo mismo parece deducirse de los exvotos míneos y sábeos. Entre los babilonios existían estos sacrificios de tipo expiatorio. De todo esto se deduce que la legislación levítica sobre los sacrificios expiatorios (pro delicio et pro peccato) no es algo postizo de época reciente, sino que enraiza con costumbres semíticas muy arcaicas, y bien pueden llegar a los tiempos mosaicos.
Lv 4, 1-12. Sacrificio por el pecado del sumo sacerdote
El sacrificio por el pecado (en heb, jaita) era en expiación de los pecados cometidos "por ignorancia hacia algo contra los mandatos prohibitivos de Yahvé" (v.2). Es un pecado, pues, involuntario por error, haciendo alguna de las cosas prohibidas por Yahvé. Es en contraposición del pecado cometido "con mano alzada," que una oposición abierta y escandalosa contra la autoridad de Dios, es decir, los pecados con malicia expresa, los cuales son castigados con la muerte. Aquí se trata de expiar los pecados de fragilidad, no sólo las faltas culturales, o faltas de pura inadvertencia. En hebreo, jaita, etimológicamente, significa faltar, no dar en el blanco, ser defectuoso; pero prácticamente designa todo acto que no se amolda a las reglas del bien y de los mandatos de Yahvé. El ceremonial distingue en los sacrificios por el pecado: si el pecador es el sumo sacerdote, si es la asamblea del pueblo, o un príncipe del pueblo, o una persona privada. Naturalmente, la categoría del sacrificio varía según la categoría de la persona oferente. En el primer caso, es el del "sacerdote que ha recibido la unción," es decir, el sumo sacerdote, como traducen los LXX ????e?e??. Por ser el representante religioso de la comunidad israelita, su pecado es particularmente grave, y por ello necesita una expiación especial, ya que en su persona la culpabilidad afecta a todo el pueblo. Como expiación de su pecado debe ofrecer un novillo, recogiendo su sangre, con la que untará los ángulos del altar de los perfumes y derramará el resto en torno del altar de los holocaustos. El sebo de la víctima lo quemará "en el lugar donde se tiran las cenizas." Como en los sacrificios anteriores, la inmolación era precedida de la imposición de las manos sobre la víctima. El significado del rito parece que está relacionado con la transmisión del pecado a la víctima y la sustitución de ésta a aquél ante Yahvé. Ante el "velo del santuario" debía hacer siete aspersiones de sangre. Sólo el día solemne de la expiación podía el sumo sacerdote entrar detrás del velo en el "santo de los santos." Después se ungían con la sangre los cuernos del altar de los perfumes (v.7), y el resto de la sangre se derramaba al pie del altar de los holocaustos. Las partes grasas se quemaban sobre el altar como en los sacrificios pacíficos (v.10), y el resto, piel, carnes, patas, etc., se quemaba fuera del campamento (v.12). Era la destrucción total de la víctima, de forma que el oferente no se apropia nada de ella. Aquí lo que no es entregado a Dios en el altar es consumido por el fuego fuera del campamento. Como el oferente tenía conciencia de pecador, no podía tener el banquete sagrado con las partes salvadas de la combustión del altar, como en los sacrificios pacíficos. En este sacrificio, el oferente, lejos de estar movido de sentimientos de alegría, debe sentirse penitente y triste, y, además, no debe sacar provecho de una víctima ofrecida por sus pecados. Por otra parte, como las partes de la víctima no quemadas sobre el altar eran algo sagrado, no debían ser profanadas, y por ello se quemaban fuera en un lugar prescrito. El autor de la Epístola a los Hebreos ve en esta circunstancia de la cremación de la víctima fuera del campamento un tipo del sacrificio del Cristo muerto fuera de Jerusalén como víctima expiatoria por nuestros pecados.
Lv 4, 13-21. Sacrificio por la asamblea del pueblo
El ritual es similar al anterior. Aquí el pueblo es considerado corporativamente como solidario en el pecado, al descuidar el cumplimiento de los preceptos de Yahvé. Por ello debe ofrecer un sacrificio de expiación. No se especifica cómo la asamblea del pueblo llegaba a tener conciencia de su pecado, quizá por la proclamación de alguna persona representativa, como el sacerdote. La víctima a ofrecer es la misma que la del sumo sacerdote. Los ancianos harán la imposición de las manos sobre la víctima antes de la inmolación como representantes netos del pueblo. El sumo sacerdote aspergerá con la sangre siete veces como en el caso anterior (v.17). Después se quemará el sebo y partes grasas sobre el altar y el resto será quemado fuera del campamento.
Lv 4, 22-26. Sacrificio por el pecado de un jefe
Ahora la víctima es modesta, en conformidad con la categoría del nuevo pecador, que es un jefe político o militar, un personaje de alguna influencia en la vida social. La víctima es el macho cabrío, y el ritual, semejante al anterior, si bien la unción con la sangre es sobre los cuernos del altar de los holocaustos y no de los perfumes, como en los casos anteriores. Y el que hace las unciones no es el sumo sacerdote ("sacerdote ungido," v.16), sino un sacerdote cualquiera (?.26). Se quemarán las partes grasas sobre el altar, pero no se especifica el destino de las otras partes de la víctima, que en los anteriores sacrificios debían ser quemadas fuera del campamento. Por Lv 6, 29-30 sabemos que esa carne debían comerla los sacerdotes en un lugar sagrado.
Lv 4, 27-35. Sacrificio por el pecado de un israelita
Si se trata de un particular, la víctima es también de inferior categoría, ya que es una hembra, cabra u oveja. En Nm 15, 27 se dice que la víctima debe ser de un año. El ritual es semejante al anterior: imposición de manos por el oferente pecador, unción con su sangre de los cuernos del altar de los holocaustos y cremación del sebo en el altar "sobre las combustiones de Yahvé" (v.35). La frase es extraña, y algunos autores ven aquí una alusión a un sacrificio recientemente ofrecido, como el holocausto cotidiano o perpetuo.
Lv 5, 1-26. Nuevos sacrificios expiatorios
Lv 5, 1-6. Tres nuevos casos que exigen sacrificio por el pecado
En el capítulo anterior se hablaba de pecados cometidos por inadvertencia o ignorancia, aunque mejor traduciríamos, según el contexto general, por fragilidad humana. En estos tres nuevos casos a veces no se presupone esa ignorancia. Como en el v.4 aparece la palabra hebrea easam, que traduciremos por delito, algunos autores interpretan ya estos tres casos dentro de la categoría de delitos, en contraposición a los pecados, que acabamos de estudiar, tal como se hará a partir del ?.14
El primer caso se refiere a quien encubre al autor de un delito habiendo sido testigo de él. En Pr 29 , 24 se dice: "El encubridor de un ladrón a sí mismo se odia, oye el conjuro y no le denuncia." Algunos autores creen que se trata del caso de quien es conjurado oficialmente por el juez y no quiere declarar sobre lo que es testigo. Otros creen que aquí la maldición o imprecación no es del juez que adjura, sino del oprimido por el ladrón. En todo caso, el pecado consiste en callar y no denunciar un hecho delictivo presenciado por él.
El segundo caso se refiere al que ha tenido contacto con algo que legalmente es impuro, como el cadáver. Además del rito de purificación, debe ofrecer este sacrificio por su negligencia en evitar el contacto con lo impuro. El tercer caso es semejante a éste. El cuarto se refiere a los juramentos inconsiderados sin necesidad, por pura ligereza (v.4). Jesús echó en cara a sus compatriotas la ligereza y facilidad con que proferían juramentos, prohibiendo de raíz esta mala costumbre
El que se considera reo de estas faltas, primero debe hacer confesión de ellas (v.5); ofrecerá el sacrificio expiatorio correspondiente. Aunque no se dice nada de la confesión en los otros sacrificios expiatorios, es de suponer (está prescrita el día de la Expiación). Entre los babilonios, el penitente debía hacer una confesión, además de los ritos expiatorios. La víctima debía ser una res de ganado menor, hembra. No se distinguen diversas clases de culpables, como en los sacrificios precedentes.
Lv 5, 7-13. Sacrificios de los pobres
En la legislación levítica varias veces se proponen facilidades para los sacrificios de los pobres. Aquí se prescriben, si no pueden ofrecer una oveja o una cabra, dos pichones o tórtolas, una en holocausto, quemada totalmente sobre el altar, y otra por el pecado. A ésta se le quitaba la cabeza, y con su sangre se aspersionaba parte del altar; el resto queda para el sacerdote.
Si la ofrenda de dos pichones o tórtolas es demasiado, entonces ofrecerá un décimo de efah de harina, unos tres kilos aproximadamente. Pero, como no es oblación o minjah, no se debe ofrecer incienso y aceite con la harina, pues es ofrenda de expiación y penitencial, y, por tanto, no se permite el incienso, que es en las oblaciones alegres de acción de gracias. De esta ofrenda de harina, el sacerdote quemará un puñado sobre el altar como memorial (v.11); el resto quedará para el sacerdote.
En estos sacrificios expiatorios parece que late la idea fundamental de aplacar a la divinidad sustituyéndose el oferente por la víctima. Al menos en los ritos babilonios esto es claro; pero, como siempre, en los rituales hebreos, estas ideas primitivas son libres de toda noción mágica para amoldarse a un sentido profundo moral y religioso.
Lv 5, 14-26. Los sacrificios por el delito
Contrapuestas a las faltas anteriores, llamadas pecado (jaita) se catalogan ahora otras llamadas delito Casam), por las que se prescriben determinados sacrificios. Los autores no convienen al determinar la diferencia entre los primeros y éstos. He aquí los casos de delito expresamente catalogados que exigían un especial sacrificio: a) daño causado a Dios (15-16); b) falta dudosa (17-19); c) daño causado al prójimo (20-26).
a) Daño causado a Dios (15-16). -Parece que se trata de la retención por inadvertencia de cosas santas debidas a Dios, como primicias, diezmos u ofrendas, que han sido omitidas o irregularmente con defecto otorgadas.
Como expiación ofrecerá un carnero estimado en siclos, conforme al siclo-patrón del santuario (v.15), que de ordinario era de más valor que el corriente, y además devolverá lo que debe al santuario, aumentado en un quinto de su valor como multa (v.16).
b) Falta dudosa (17-19). -Se trata de alguna violación de los derechos de Dios, o de un pecado por el que no se sabe si ha de exigirse un sacrificio pro peccato (jaita') o por delito ('asam), y en ese caso se decide por éste, porque era más ventajoso para el santuario. El sacrificio será de un carnero sin defecto.
c) Daño causado al prójimo (20-26). -Es el caso del que se ha apropiado un depósito que se le ha confiado, un objeto encontrado robado o retenido injustamente, sobre todo jurando en falso. Debe devolver lo retenido indebidamente y pagar, además, como multa, un quinto de su valor (v.24). La pena es mucho más benigna que la que se impone al ladrón, considerándose como atenuante el reconocimiento voluntario de su robo. La víctima a ofrecer es la misma que en los casos anteriores: un carnero sin defecto.
Los Sacrificios Expiatorios
De los sacrificios expiatorios no encontramos hecha mención en la primitiva historia de Israel, pero sí en los documentos fenicios, los cuales nos aseguran la práctica de estos sacrificios en Canaán y en las colonias cananeas. Lo mismo hemos de decir de Caldea. Era general creencia que las enfermedades son efecto del pecado. De aquí se originaba que quien se sentía atacado por una enfermedad grave acudiese a su dios en demanda de perdón, y se valiera del sacerdote para que, mediante los sacrificios y los ritos mágicos, le purificasen de aquel pecado y así quitase la raíz del mal. De donde venía que la medicina fuese en parte una profesión sacerdotal.
Que en Israel reinara la misma creencia, no podemos ponerlo en duda. Fuera del texto la primera mención que hallamos de estos sacrificios la tenemos en 2R 12, 17. El rey Joás mandó que se recogiese el dinero ofrecido por los fieles para la reparación del templo. Pero el texto añade: "El dinero por el delito y el dinero por el pecado no entraban en la casa de Yahvé, porque era de los sacerdotes." Es significativo este texto. Los fieles que no eran suficientes para ofrecer un sacrificio expiatorio, entregaban su ofrenda en dinero. De las ofrendas así recogidas se ofrecían sacrificios expiatorios por aquellos que habían hecho las ofrendas.
Nada más natural que el hombre se sienta reo ante Dios y que busque volverle propicio mediante el sacrificio. Que con el tiempo y el progreso de la liturgia se instituyeran sacrificios y ceremonias especialmente ordenadas a este fin, también está dentro de lo normal. En Gn 9, 4 se prohibe rigurosamente beber la sangre. El Levítico nos da la verdadera razón de este mandato: "porque la vida de la carne es la sangre, y yo os la he mandado poner sobre el altar para expiación de vuestras almas, pues su sangre hará la expiación por el alma."
El texto da grande importancia a estos sacrificios expiatorios. En los sacrificios privados en que la Ley impone la expiación, la elección de la víctima quedaba a la voluntad o a las facultades del oferente. El día diez del séptimo mes se celebraba la gran fiesta de la Expiación general del pueblo. El ceremonial descrito en Lv 16 es el que mejor nos da a conocer el sentido de los sacrificios expiatorios. Es éste el ceremonial que tomó el autor de la Epístola a los Hebreos para declarar la obra expiatoria de Jesucristo.
Lv 6, 1-23. Nuevas prescripciones sacrificiales
Tenemos en los c.6-7 un nuevo apéndice a las prescripciones anteriores sobre los sacrificios. El estilo es diferente del de las secciones anteriores, y el mismo orden de los sacrificios es también diverso.
Lv 6, 1-6. La ley del holocausto
En esta prescripción se insiste en la necesidad de mantener el fuego en el altar de los holocaustos durante la noche, pues como en ese tiempo no se ofrecían nuevos sacrificios, era de temer que se apagara. En Lv 9, 24 se dice que descendió fuego del cielo para quemar el holocausto sobre el altar. En la dedicación del templo de Salomón se renovó el prodigio, y el fuego se mantuvo hasta la destrucción de Jerusalén por los babilonios en 587 a.C. El autor del II de los Macabeos se hace eco de una tradición según la cual, al entrar los babilonios, los sacerdotes ocultaron el fuego en una caverna. Nehemías reunió allí a los sacerdotes y los asperjó con el agua encontrada en la gruta, y después milagrosamente se encendió el fuego. Entre los antiguos había gran preocupación por conservar el fuego sagrado, sobre todo entre los persas. En Roma, las vestales no tenían otra finalidad que conservar el fuego sagrado. Pero, entre los hebreos, el fuego no tenía ninguna relación directa con la divinidad, y, por tanto, no era sagrado, sino que era un medio de combustión de las víctimas sobre el altar de Yahvé.
Lv 6, 7-11. La ley de la oblación
Se destaca lo concerniente a los derechos de los sacerdotes. Lo demás es igual a la ley del c.2. Sólo los sacerdotes pueden participar de la oblación sagrada ofrecida a Yahvé. Es un caso análogo a los sacrificios por el pecado y por el delito. En los sacrificios pacíficos podían participar de parte de la víctima los oferentes, incluidas las mujeres. Pero la oblación es una cosa tan santa en su totalidad, que quienquiera que la toque se santificará (v.11). Lo santo es contagioso. El que se santificare quedaría como consagrado a Yahvé, con ciertas obligaciones, como los sacerdotes, y debía liberarse de ellas, si quería, por cierto rescate.
Lv 6, 12-16. La ley de la oblación el día de la unción del sumo sacerdote
Esta oblación se ha de ofrecer en la unción de Aarón y sus sucesores. La cantidad es de un décimo de efah (unos 3 kg.). No se especifica si esta ofrenda ha de ser sólo el día de la unción o todos los días por el sumo sacerdote, pues en el v.13 se habla de "oblación perpetua." Parece que la tradición favorece esta última interpretación. La ofrenda debe ser quemada totalmente sobre el altar, pues el sacerdote no había de aprovecharse de su propia oblación. Según Flavio Josefo, el sumo sacerdote en su tiempo hacía a sus expensas dos veces al día una oblación. Era de flor de harina con aceite y ligeramente tostada; una mitad la echaba al fuego por la mañana, y la otra mitad por la tarde.
Lv 6, 17-23. El sacrificio por el pecado
Se destaca el carácter santo de la víctima ofrecida por el pecado, pues ha de ser comida en lugar sagrado, y sólo por los sacerdotes, y todo lo que la toque quedará santificado. Los vestidos que hayan sido salpicados de su sangre deben ser cuidadosamente lavados lo mismo la vasija de bronce en que se haya cocido; pero la de barro por ser porosa, y, por tanto, no fácilmente purificable, debe ser rota. En el sacrificio de la expiación en que la sangre haya de ser llevada dentro de la tienda de la reunión (es decir, cuando es por el pecado del sumo sacerdote o de la asamblea del pueblo) debe ser consumido totalmente sobre el altar, y los sacerdotes no pueden participar de esa víctima.
Lv 7, 1-38. Otros sacrificios
Lv 7, 1-10. La ley del sacrificio por el delito
También los sacrificios por el delito son cosa santísima, es decir, no pueden ser tocados y comidos por los no sacerdotes. El lugar de inmolación es el altar de los holocaustos, a la entrada de la tienda de la reunión, y la sangre es derramada en torno de este altar como en el holocausto y en los sacrificios pacíficos; en los sacrificios por el pecado se untaba con la sangre los cuernos del altar de los perfumes. Las partes grasas se queman sobre el altar de los holocaustos. La carne es consumida por el sacerdote y los otros sacerdotes que éste invite.
En los sacrificios de holocausto, en los que se quemaba toda la víctima, la piel queda para el sacerdote oferente (v.8). En el sacrificio por el pecado, la piel es quemada fuera del campamento, y también en el sacrificio por la consagración de los sacerdotes y en el rito de la vaca roja. En los sacrificios pacíficos parece que la piel quedaba para los oferentes de la víctima.
De las oblaciones, lo que no se queme sobre el altar quedará para los sacerdotes: la que ha sido "cocida al horno, en sartén o cazuela," para el sacerdote que la ofreció, mientras que la oblación "amasada con aceite o seca" será para todos los sacerdotes (v.10). La razón de esta distinción debe de estar en que las oblaciones primeras eran más reducidas.
Lv 7, 11-21. Ley del sacrificio pacífico
En los sacrificios pacíficos eucarísticos, o de alabanza, había de ofrecerse una oblación de panes ácimos (v.12). Los panes "con levadura" no podían ofrecerse sobre el altar, sino que podían añadirse en el banquete que seguía (v.15). De estas oblaciones, una parte será ofrecida a Yahvé, y será para el sacerdote que ha derramado la sangre de la víctima (v.14). La carne sobrante del sacrificio en los eucarísticos o de alabanza, que eran los más excelentes, debía consumirse el mismo día por los oferentes y el sacerdote (v.15); en cambio, en los sacrificios "en cumplimiento de un voto" podía consumirse parte el día siguiente (v.17). Si se dejaba algo para el tercer día, el sacrificio era nulo, y, además, el que comiere en el tercer día se contaminaba, porque la carne se convertía en impura (v.18). Además, se debe preservar a la carne del sacrificio de todo contacto impuro, pues en ese caso perdía el carácter sagrado. Y todo el que participare en el banquete del sacrificio pacífico debía estar legalmente puro; de lo contrario, debe ser "borrado de su pueblo" (v.20). Debía, pues, antes de participar en el banquete, cumplir los ritos purificatorios si se sentía impuro legalmente. Se discute el sentido de ser borrado de su pueblo. Algunos autores creen que se trata de la pena de muerte, mientras que otros opinan que se trata de una simple excomunión o privación de derechos ciudadanos y religiosos, que era tanto como morir para la vida social en Israel. El legislador señala algunas de las impurezas. La frase "abominación inmunda" (v.21) alude a los cadáveres de peces, pájaros e insectos.
Lv 7, 22-27. Prohibición de la grasa y de la sangre
Se prohibe comer las partes adiposas, que debían quemarse en los sacrificios; por ello se citan sólo los animales que servían para los sacrificios: del ganado bovino, ovino y caprino. A los pichones y tórtolas no se las menciona porque no tenían partes grasas apreciables como para quemarlas en el altar. No sólo se prohibe comer las grasas de las víctimas de los sacrificios, sino de los mismos animales muertos accidentalmente (v.24). Y se prohibe tajantemente comer la sangre de los animales (v.25).
La razón de esta prohibición es porque la sangre es el vehículo de la vida, y ésta pertenece exclusivamente a Dios.
Lv 7, 28-38. La parte del sacerdote en los sacrificios pacíficos
Esta ley es la continuación de la ley sobre los sacrificios, interrumpida en el v.21 por la prohibición de la sangre y de las grasas. Aquí se destaca enfáticamente la parte que corresponde a los sacerdotes. En Dt 18, 3 y en Ex 29, 26 se detalla también lo que corresponde a los hijos de Aarón. En el v.14 se determina lo que corresponde a los sacerdotes en las oblaciones que acompañan a los sacrificios pacíficos; ahora se determina la parte de las mismas víctimas sacrificadas. Las partes grasas deben ser quemadas en el altar, y el pecho debe ser balanceado delante de Yahvé, después de lo cual era entregado a los sacerdotes (?.30). Este balanceo era propio de los sacrificios pacíficos y de consagración. El rito era el siguiente: se colocaba el pecho de la víctima en las manos del oferente, y el sacerdote ponía sus manos debajo de las de éste, y así le hacía avanzar adelante hacia el altar y después le hacía retroceder; es el rito de la tenufah. El simbolismo del rito aludía a la entrega de la parte de la víctima a Dios, quien a su vez la devolvía a los sacerdotes. El pernil derecho se reservaba también a los hijos de Aarón después de haber realizado con él el rito de la terumah o elevación (v.34), es decir, se hacía elevar hacia arriba y después descender a esa porción de la víctima en manos del oferente, y el significado parece ser el mismo de entrega al Dios que habita en los cielos, quien a su vez lo devolvía en usufructo a los sacerdotes. Después el hagiógrafo nota que esta ley en favor del sacerdocio data ya de los tiempos del Sinaí (v.38), en contraposición a otras prescripciones posteriores.
Consideraciones Generales Sobre los Sacrificios
Noción de Sacrificio
Los etnólogos e historiadores de las religiones convienen en que el sacrificio es tan universal como la misma religión. Los pueblos primitivos, que ocupan el primer escalón de la humana cultura, ofrecen a Dios sacrificios en proporción a su pobreza, de la caza, de la pesca, de los frutos. Los pueblos pastores hacen a Dios la ofrenda de las primicias de sus rebaños; las naciones más civilizadas ofrecen a sus divinidades parte de los ricos bienes que creen recibir de éstas. El hombre, al nacer, se siente como invitado a mesa puesta, rodeado de toda clase de bienes. Pero sobre esos bienes no se siente dueño absoluto; otro hay que lo es y con quien tiene que contar necesariamente; son los dioses o seres superiores, a los que hay que reconocer su superioridad y dominio sobre los mismos bienes de que se sirve el hombre. Y ese reconocimiento hay que hacerlo de la manera más connatural al hombre, por medio de actos sensibles, entregando una parte de los bienes que recibe para poder disponer libremente del resto.
¿Cómo hacérselo llegar a Dios? Si Dios tuviera su morada en medio de los poblados que el hombre habita, ya sería fácil; pero la morada de Dios está en los cielos, aunque haga sentir su acción en la tierra. Así, cada uno se ingenia a su modo para hacerle participar de sus bienes. Los bosquimanos se contentarán con abandonar en el bosque una porción de caza, de la pesca o de la colecta de frutos. Les parece que este abandono de algo que les puede ser útil, en obsequio de la divinidad, basta para que ésta se dé por contenta. Los más progresivos degollarán una víctima y la abandonarán en el campo para que sea pasto de los animales; otros la consumirán por el fuego, y verán con agrado que la víctima, convertida en humo y como espiritualizada, sube hacia el cielo, a la morada de Dios. Podemos decir que lo esencial está en la renuncia de los bienes recibidos de Dios en obsequio de Aquel de quien los ha recibido. Con esto se cree reconocer su dominio soberano y ponerse en regla con los derechos del Creador. Pero hay más aún: el hombre se siente débil en medio de la naturaleza, que ni alcanza a dominar. El primitivo que sale a cazar al bosque o de pesca al río, va con la incertidumbre de si la caza o la pesca le saldrán al paso. ¿Cómo hacer? Pues levantar los ojos a Dios y pedirle una buena caza o una pesca abundante. Y lo hará mediante la oración, apoyada por la promesa de un sacrificio.
No pocas veces el hombre se sentirá reo delante de Dios, pues no hay quien no sienta en lo íntimo de su conciencia la voz de Dios que le reprende, siempre que obra el mal, o alaba cuando obra el bien15. Lo primero le hará temer la cólera de Dios, y a fin de aplacarla y volver a Dios propicio, recurrirá también al sacrificio.
La suma de cuanto acabamos de decir se puede resumir en las siguientes palabras: En todas las edades y naciones hubo algún ofrecimiento de sacrificios. Ahora bien, lo que reviste esta universalidad parece ser natural. Luego la oblación de los sacrificios es de derecho natural. Dicta al hombre la razón natural que, a causa de los defectos que en sí siente, se someta a algún superior, de quien pueda ser ayudado y dirigido, y quienquiera que sea este superior, es el que todos llaman Dios. Y como en el orden material las cosas inferiores se hallan sometidas a las superiores, así dicta la razón natural que el hombre, según su natural inclinación, se someta y a su modo honre al que está sobre él. Y el modo natural al hombre es mostrar por signos sensibles sus sentimientos, pues de las cosas sensibles recibe también sus conocimientos. Y así, de la razón natural procede que el hombre se valga de cosas sensibles y las ofrezca a Dios en señal de la sujeción y honor que le debe, a la manera de aquellos que ofrecen a sus señores algunos obsequios en reconocimiento de su dominio. Esto es lo que constituye el sacrificio, el cual por esto se debe tener por cosa de derecho natural.
Si ahora pasamos a precisar las formas de este sacrificio y el concepto que el oferente se forma de él, no cabe duda que esto dependerá de la idea que se forme de Dios. Los primitivos dejarán sus ofrendas en el bosque, sin pensar que Dios las haya de consumir, porque, a pesar de su incultura, tienen un doble concepto de Dios. Para ellos, el sacrificio estará en lo que ellos, pobres, hacen, renunciando a lo que les sería necesario. Otros pueblos más cultos en lo material, pero que poseen de Dios un concepto más bajo, pensarán satisfacer con sus sacrificios las necesidades de Dios, y, como son ricos, le presentarán suntuosos banquetes. Tal era el concepto que del sacrificio tenían tanto los caldeos como los egipcios, y hasta los griegos. El dios o los dioses que en aquellos suntuosos templos moraban, estaban sometidos, igual que los reyes, al hambre y a la sed, y era preciso proveer a sus necesidades para tenerlos propicios. Y si no sentían la necesidad de los manjares, sentían el placer de comerlos igual que los hombres.
Sigúese de lo dicho que en los sacrificios habrá que distinguir la substancia de los mismos, que hemos de mirar como de derecho natural, y las modalidades de su ofrecimiento, que serán de derecho positivo, bien sean impuestos por el uso, bien por una ley positiva.
Los Sacrificios en la Primitiva Historia Sagrada. Y entrando ahora en el campo escriturario, notamos que no nos habla de sacrificios hasta que Moisés ordena el ritual y lo impone a los sacerdotes arónidas, los otros códigos hacen mención bastante frecuente de aquéllos. En efecto, si no Adán, pero sus primeros hijos, que fueron pastor el uno y el otro labrador, ofrecieron sacrificios a Dios, pues "al cabo de tiempo hizo Caín ofrenda a Yahvé de los frutos de la tierra, y se la hizo Abel de los primogénitos de los ganados." Con esto tenemos puesto en práctica el sacrificio de las primicias en reconocimiento del beneficio divino.
Noé, al salir del arca, en que se había salvado del diluvio, "alzó un altar a Yahvé, y, tomando de todos los animales puros y de todas las aves puras, ofreció sobre el altar un holocausto. Y aspiró Yahvé suave olor y dijo en su corazón: No volveré ya más a maldecir la tierra por el hombre." He aquí el holocausto de todo género de animales puros, que, sin duda, en previsión, había Noé guardado en el arca en número de siete, holocausto grato a Yahvé, que por él resuelve no volver a maldecir la tierra ni mandar otro diluvio.
Abraham, apenas llegado a Canaán, levanta altares para invocar el nombre de Yahvé por medio de sacrificios, en todos los sitios en que asienta su campo o recibe alguna visita de Dios. Lo mismo hizo su hijo Isaac. De Jacob no se cuenta que ofreciera sacrificios a Yahvé en Siria, la tierra de su destierro; pero en cuanto volvió a Canaán, compró en Siquem un pedazo de tierra para asentar su campo "y alzó allí un altar, que llamó "El es Dios de Israel." No mucho después, de orden de Dios mismo, sube hasta Betel y alza allí un altar y llama a este lugar "El Betel," porque allí se le apareció Dios cuando huía de su hermano." El mismo patriarca, de viaje para Egipto con su familia, "al llegar a Bersabé ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac, que se le apareció en visión nocturna, prometiéndole bajar con él a Egipto.
En la lucha sostenida con el faraón para salir de Egipto, se alega como razón el mandato divino de ir al desierto, la patria de los nómadas, para celebrar allí una fiesta a su Dios, acompañada de grandes sacrificios; por lo cual tienen que llevar consigo todos sus rebaños. Internado el pueblo en el desierto, salió a su encuentro Jetro, el suegro de Moisés, el cual "ofrendó a Dios holocaustos y sacrificios pacíficos. Aarón y todos los ancianos de Israel comieron con él ante Dios.". Fue aquello una verdadera fiesta, con que Jetro pagó la hospitalidad de que había sido objeto.
Después de promulgada la Ley, Moisés quiso ligar al pueblo con Dios mediante una alianza. "Levantóse de mañana y alzó al pie de la montaña un altar y doce piedras, por las doce tribus de Israel, y mandó algunos jóvenes hijos de Israel y ofrecieron a Yahvé holocaustos; inmolaron toros, víctimas pacíficas a Yahvé. Tomó Moisés la mitad de la sangre, poniéndola en varias vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomando después el libro de la alianza, se lo leyó al pueblo, que respondió: "Todo cuanto dice Yahvé lo cumpliremos y obedeceremos." Tomó él la sangre y asperjó al pueblo, diciendo: "Esta es la sangre de la alianza que hace con vosotros Yahvé sobre todos estos preceptos." Aquí tenemos el sacrificio más solemne celebrado por Israel, en virtud del cual quedó ligado con Yahvé y comprometido a la observancia de la Ley.
En todos estos sacrificios, ni hay sacerdocio profesional ni ceremonias impuestas por ningún ritual. La inspiración individual sancionada por el uso, que en religión tiene tanta fuerza, había introducido los ritos que acompañaban estos sacrificios. El oficio sacerdotal lo desempeña el jefe de familia, y en el último lo será Moisés, como jefe del pueblo y mediador de la alianza.
Esta misma forma de ofrecer los sacrificios se prosigue todavía en el pueblo durante mucho tiempo.
Ni es sólo el santuario nacional donde se ofrecen, sino otros sitios, más o menos célebres en la historia religiosa del pueblo. Ni los sacrificadores son los sacerdotes, hijos de Aarón. Igualmente el ceremonial parece ser más sencillo que el prescrito por el texto. Como víctima se menciona el toro, el carnero o el cabrito, acompañando la ofrenda de harina y libación de vino. Cuanto a la forma de los sacrificios, varias veces se mencionan los holocaustos y los sacrificios pacíficos, que llevaban consigo el banquete de comunión, seguida de regocijos populares. Una cosa se exigía de quienes tomaban parte en estos sacrificios, la pureza, no precisamente la pureza de conciencia, sino tal como la concebían los antiguos, que consistía en ponerse de fiesta y abstenerse de la unión conyugal.
Otro rito era que no debía quedar porción alguna de las carnes sacrificadas para el día siguiente. La ley era muy prudente. Las carnes eran por el sacrificio sagradas, y no era razonable que quedaran los relieves del banquete abandonados a los perros.
Las ocasiones de los sacrificios pudieran ser algún suceso familiar, la cesación de un azote público, una victoria sobre los enemigos. Hasta pudiera servir el sacrificio, con el banquete que seguía, como medio para encubrir una conspiración. En todo caso, lo que Dios estimaba más que los sacrificios eran la piedad y la justicia, sin las cuales los más solemnes sacrificios le resultaban abominables.
El Sacrificio.- En el texto, después de la creación del suntuoso tabernáculo, del que Dios tomó posesión para habitar en medio de su pueblo, comienza el Levítico exponiéndonos el culto con que Dios quiere ser honrado y la consagración de los ministros de ese culto. Hay en la lengua hebrea un vocablo que designa toda oblación hecha a Dios, qorban, que significa don, y se aplica así a las ofrendas cruentas como a las incruentas. Es de ley en Oriente que el inferior no se acerque al superior sin llevar por delante un regalo, que es un reconocimiento de la superioridad de aquel a quien se va a visitar. La misma ley de la alianza contiene este precepto: "No te presentarás ante mí con las manos vacías."
Este qorban puede consistir en un animal, que se inmola en reverencia del Señor y se llama zebaj, sacrificio, o en frutos del campo, minjah, ofrenda, que se quema, a lo menos en parte, sobre el altar. El texto no admite sino tres especies de animales domésticos sacrificables; el buey, la oveja y la cabra, y tres especies de aves: la paloma, la tórtola, como víctimas suplementarias para los pobres, y el gorrión para el sacrificio del leproso. Es claro que no podrán ofrecerse a Dios animales que no sean reputados puros. En otros pueblos semitas la lista era más extensa, incluyendo peces y animales salvajes y otros de entre los domésticos, como el camello y el puerco. También la lista de los frutos que podían ofrecerse a Dios solía ser más larga. En Israel sólo comprendía el grano, la harina molida y diversamente amasada, el vino, el aceite y el incienso. La razón de estas restricciones habría que buscarla en la preferencia por los productos caseros, más fáciles de haber a la mano, y de éstos los menos propensos a la corrupción. También pudiera haber existido otra razón: la de evitar supersticiones gentílicas.
De los sacrificios menciona el Levítico cuatro especies: el holocausto, el sacrificio expiatorio del pecado y del delito y el sacrificio pacífico. De ellos, sólo el primero y el último hemos hallado mencionados en la sección anterior de la Ley. La introducción de la doble forma del sacrificio expiatorio tal vez signifique un progreso de la liturgia mosaica, análogo al que hallamos en la liturgia católica con la adición de la misa de difuntos, misa de acción de gracias, etcétera, que desde antiguo se han venido añadiendo al tipo único de la liturgia primitiva.
Pero en todas estas especies de sacrificios es general la inmolación, por la que se ofrece a Dios la vida del animal. Entre los persas, en esto consistía todo el sacrificio, dejando la víctima para que la consumieran los animales carnívoros. En cambio, los árabes no matan una res para comer sin la invocación de Alah, haciendo de este acto un sacrificio. Complemento de la inmolación es la oblación de la sangre, en la que, según expresión frecuente de la Biblia, "está la vida." Después de inmolada la víctima y ofrecida la sangre, el cuerpo, a lo menos las partes que creían más esenciales a la vida, era consumido por el fuego. La combustión podía tener un doble significado, o la completa destrucción de la víctima en honor de la divinidad y su transmisión a ésta mediante el fuego, o la transformación de aquélla en alimento apropiado a Dios, en la sentencia de aquellos que pensaban ofrecer a los dioses algún alimento.
El Sacrificio En El Reino Mesiánico. Los profetas, al describirnos las glorias del futuro reino mesiánico, lo hacen con los elementos que la historia les ofrece. El reinado glorioso de David les suministra elementos para pintarnos el reino más glorioso del Mesías; las magnificencias del templo, de su culto, y las romerías del pueblo en las solemnidades anuales, para representarnos la concurrencia de las naciones al único santuario de Dios. Pues oigamos a Jeremías: "Entonces la virgen danzará alegre en el coro; jóvenes y viejos se alegrarán juntos; trocaré en júbilo su tristeza, los consolaré y convertiré su pena en alegría. Saciaré a los sacerdotes de la grosura de las víctimas y hartaré a mi pueblo de mis bienes, palabra de Yahvé." Y poco más adelante: "En esos días y en ese tiempo, yo suscitaré a David un renuevo de justicia, que hará derecho y justicia sobre la tierra. En esos días será salvado Judá, y Jerusalén habitará en paz y se la llamará: "Yahvé es nuestra justicia." Porque así dice Yahvé: "No faltará a David un varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel, y a los sacerdotes levitas no les faltará tampoco varón que ofrezca holocaustos y sacrifique todos los días." Y todavía insiste: "Si rompéis mi pacto con el día y mi pacto con la noche, para que no sea día y noche a su tiempo, entonces se romperá mi pacto con David, mi siervo, para que no haya hijo suyo que se siente sobre su trono, y mi pacto con los levitas sacerdotes, mis ministros. Como no pueden contarse las milicias celestes ni las arenas del mar, así multiplicaré yo la descendencia de David, mi siervo, y a los levitas, mis ministros."
Ageo nos pinta la gloria del segundo templo, que comenzaba a surgir tan modestamente: "Porque así dice Yahvé Sebaot: De aquí a poco haré aun temblar los cielos y la tierra, los mares y lo seco, y vendrán las preciosidades de todas las gentes y henchiré de gloria esta casa, dice Yahvé Sebaot. Mía es la plata y mío es el oro, dice Yahvé Sebaot. La gloria de esta postrera casa será más grande que la de la primera, y en este lugar daré la paz, dice Yahvé Sebaot."
La grandeza de esta gloria nos la describe Isaías en el capítulo 6o de sus vaticinios.
Así hablan inspirados los profetas, que pintan la gloria del futuro reino mesiánico con los colores que la realidad les ofrece.
Pero a veces esos colores son demasiado oscuros, y entonces el cuadro se presenta muy otro. Malaquías reprende la poca devoción de los sacerdotes levitas. Aquella reprensión se prosigue con estas significativas palabras: "¡Oh si alguno de vosotros cerrara las puertas y no encendierais en vano el fuego de mi altar! No tengo en vosotros complacencia alguna, dice Yahvé Sebaot; no me son gratas las ofrendas de vuestras manos." El Señor no se complace en el culto, que con tan poca devoción le ofrecen los sacerdotes, y preferiría ver cerradas las puertas del templo. "Porque desde el orto del sol hasta el ocaso, grande es mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrecerá a mi nombre un sacrificio humeante, y una oblación pura, pues grande es mi nombre entre las gentes, dice Yahvé Sebaot."
Aquí tenemos desechado el culto impuro del único templo jerosolimitano para ser sustituido por otro sacrificio puro y universal. El profeta contempla con su mente el reino mesiánico, extendido de uno al otro cabo del mundo, y que en todas partes se ofrece a Dios un sacrificio digno de la grandeza de su nombre. Como la conculcación de la antigua alianza lleva a Jeremías a predecir otra alianza nueva, distinta de la sinaítica, así la impureza de los sacrificios ofrecidos en el templo lleva a Malaquías a anunciar un nuevo culto para los días futuros del Mesías. Precisar cuál será la forma de ese culto y sacrificio no nos sería posible, basados en solas las palabras del profeta. Al tiempo, con la revelación que traerá, le toca declarárnoslo cuando llegue el momento señalado por Dios.
Por otro camino podemos allegarnos un poco al verdadero sacrificio del Nuevo Testamento. Ya hemos visto que los profetas miraban el sacrificio como expresión de la devoción del oferente. Un salmista expresa esta misma idea en una forma tal, que parece una total repulsa de los sacrificios:
"No deseas tú el sacrificio y la ofrenda,
pero me has dado oído abierto;
no buscas el holocausto y el sacrificio por el pecado.
Entonces me dije: Heme aquí.
En el rollo de la Ley está escrito de mí:
En hacer tu voluntad, Dios mío, tengo mi complacencia,
dentro de mi corazón está tu Ley" (Sal 40, 7-9).
Es decir, que el cumplimiento de la voluntad de Dios es el único sacrificio en que Dios se complace. ¿Y quién será capaz de ofrecérselo tal que pueda sustituir a los sacrificios antiguos?
El profeta Isaías nos presenta, en la segunda parte de sus oráculos, la imagen de un Siervo de Yahvé, por El mismo elegido, en quien tiene sus complacencias y a quien puso por alianza de su pueblo y luz de las naciones. De este Siervo escribe el profeta:
"Todos nosotros andábamos errantes como ovejas,
siguiendo cada uno su camino,
y Yahvé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros.
Maltratado y afligido, no abrió la boca como cordero llevado al matadero,
como oveja muda ante los trasquiladores.
Fue arrebatado por un juicio inicuo,
sin que nadie defendiera su causa,
cuando era arrancado de la tierra de los vivientes
y muerto por las iniquidades de su pueblo.
Dispuesta estaba entre los impíos la sepultura,
y fue en la muerte igualado a los malhechores;
a pesar de no haber en él maldad ni haber mentira en su boca.
Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado,
tendrá prosperidad y vivirá largos días,
y en sus manos prosperará la obra de Yahvé.
El Justo, mi siervo, justificará a muchos,
y cargará con las iniquidades de ellos."
El profeta no nos declara las causas históricas de la muerte de ese Justo; pero sí nos dice que muere sin culpa propia, por los pecados ajenos, que Dios puso sobre sus espaldas, y que su muerte es la expiación de los pecados de su pueblo. Todo esto no puede convenir sino a Aquel que, no teniendo pecado, caminaba a Jerusalén dispuesto a dar su vida por la redención de muchos.
Sentido Figurativo De Los Sacrificios. Todo esto que llevamos dicho sobre el sentido religioso de los sacrificios pertenece a causas literales, que miran a evitar la idolatría, a recordar los beneficios divinos, a indicar la excelencia divina, a expresar las disposiciones del oferente, a predecir la obra del Mesías. A estas causas se añaden las místicas o figurativas del misterio de Cristo, que se pueden dividir por razón de los tipos, según el carácter particular de los sacrificios, en latréuticos, como el holocausto; expiatorios, como el sacrificio por el pecado o por el delito, y en eucarísticos, como los pacíficos, pues a todos estos géneros de sacrificios satisface plenísimamente el único sacrificio de Cristo.
Por razón del antitipo, o sea del sentido, se dividen en alegóricos, morales y anagógicos. Los alegóricos expresan los misterios de nuestra fe; los morales, las normas de la caridad, y los anagógicos, el objeto de nuestra esperanza.
Estos sentidos figurativos se fundan en la ordenación del Espíritu Santo, que rige la historia sagrada y la ordenación de la religión mosaica y, además, la redacción de los santos escritores. Estos sentidos sólo el Espíritu Santo los conoce y aquellos a quienes El los da a conocer. Por esto, en la interpretación de ellos hay mucha libertad, porque hay menos certidumbre.
Después de la autoridad de los apóstoles, de la Iglesia y de los Santos Padres, que en diversas formas exponen con frecuencia las ceremonias de la religión mosaica en su sentido figurativo, una regla objetiva nos han dejado señalada los Padres griegos, que es la semejanza entre las ceremonias mosaicas y los misterios del reino de los cielos. Empleada esta exégesis con la debida discreción, puede resultar un buen elemento oratorio y pedagógico. Los antiguos expositores, si es verdad que han abusado mucho de la exégesis mística, no lo es menos que nos han dejado páginas sublimes de doctrina, elocuencia y piedad, exponiendo los divinos misterios mediante la declaración de los sentidos místicos.
Los Sacrificios Hebreos y los Sacrificios Babilónicos, Cananeos y Fenicios. Hemos visto descritos los diferentes sacrificios del ritual levítico, cuyo origen se remonta, según el texto bíblico, a los tiempos del Sinaí. Ahora bien, esta división neta entre sacrificios holocaustos, pacíficos y de expiación por el pecado y por el delito, ¿tienen paralelo en los pueblos circunvecinos de forma que se pueda pensar que los hebreos los tomaron de taos? Se han señalado analogías con los cultos babilónicos, fenicios y cananeos. Los críticos independientes suelen conceder la antigüedad premosaica de los sacrificios holocaustos y pacíficos, mientras que para los sacrificios expiatorios les conceden un origen tardío, de la época del exilio. Estos destacan que en cultual babilónico tiene gran importancia la idea de expiación, pues abundan los salmos penitenciales, los formularios de confesión de pecados y las fórmulas de conjuración. Como en la legislación mosaica hay puntos de concomitancia con las legislaciones orientales, como el código de Hammurabi, así también puede haber analogías entre la legislación levítica en materia de sacrificios y la idea de expiación que existía en todos los pueblos orientales. Así, se ha comparado el ritual del gran día de la expiación anual en Lv 16 y el del año nuevo babilónico. Sin embargo, las diferencias son también sustanciales, sobre todo comparando el espíritu de la legislación mosaica y el de la babilónica, ya que, mientras en aquélla prevalece la idea de la purificación moral y del arrepentimiento y cambio de vida, simbolizada en la expiación ritual, en ésta se destaca más lo puramente mágico y fetichista. Todos los pueblos se han sentido pecadores, y han ensayado ritos para expiar sus pecados y borrar la conciencia de pecado ante la divinidad, y, por tanto, no tiene que maravillarnos que en religiones tan diferentes como la mosaica y la babilónica encontremos ritos paralelos y análogos, que surgen espontáneamente de la misma naturaleza humana.
Más interesantes son las analogías entre los sacrificios hebraicos y los fenicios y cananeos. En las famosas tarifas de Cartago y Marsella -eco del culto fenicio arcaico- se nos habla de la parte de los oferentes y sacerdotes en las víctimas de los templos púnicos de Cartago. Las tarifas son del siglo III a.C., pero reflejan un ritual de los fenicios, antiguos fundadores de la ciudad cartaginesa. Por eso son interesantes desde el punto de vista bíblico. En este ritual de Cartago se distinguen tres clases de sacrificios, como en el Levítico: a) kalíl, en el que se consumía la víctima al fuego, excepto una parte, que era reservada a los sacerdotes; lo que parece corresponder al sacrificio por el pecado del Levítico, en el cual sólo los sacerdotes podían comer parte de la víctima; b) sewa'at: el pecho y el pernil derecho para los sacerdotes, como en los sacrificios pacíficos hebraicos; c) selem kalíl: se quemaba toda la víctima en el altar en honor de la divinidad, en lo que se asemeja al holocausto levítico. Además de estos sacrificios cruentos, se ofrecen primicias y oblaciones. Además, los arqueólogos han reparado en la semejanza de los santuarios fenicio-cananeos de Beisán con la distribución del tabernáculo israelita en las partes dedicadas a los sacrificios: una celia para la divinidad, recinto sagrado inaccesible al pueblo y aun a los sacerdotes; el culto se hace al aire libre, y el pueblo sólo tiene acceso al atrio; el altar está en el centro a la entrada del santuario; allí son inmoladas las víctimas y con su sangre se unge el trono divino y se hacen las libaciones y la aspersión ceremonial al pueblo. Todo esto prueba, de un lado, la antigüedad de los cultos israelitas, ya que tienen paralelo en los cultos cananeos y fenicios. No pocos autores suponen que los hebreos, al instalarse en Canaán, adoptaron su lengua y aun los ritos cultuales fundamentales. En este caso, la legislación levítica relativa a los sacrificios sería netamente postmosaica. Quizá haya que buscar la razón de las analogías en la época patriarcal. Los patriarcas tenían sus costumbres, que quedaron en el pueblo hebreo, y Moisés las adoptó a la nueva situación de la naciente teocracia del Sinaí. De hecho, los holocaustos y los pacíficos son premosaicos y reflejan una religión primitiva patriarcal. Respecto de los sacrificios expiatorios hemos de decir que se han descubierto exvotos expiatorios de los míneos y sábeos, y en las inscripciones de esta zona sudará-biga se habla de sacrificios expiatorios paralelos a los mosaicos. Ahora bien, estas poblaciones son del área geográfica en la que nació la legislación sinaítica, y bien pueden establecerse interferencias y relaciones con las tribus organizadas por Moisés antes de que entraran en Canaán.
Lv 8, 1-36. Consagración de Aarón y sus hijos
Los c.8-9 son considerados como parte del texto, y parecen continuación de Ex 40. Las funciones sacerdotales hasta entonces eran ejercidas por los jefes de familias, sin que hubiese una clase social determinada dedicada a ellas. Moisés, al organizar la teocracia, dejó bien sentado el principio de la exclusiva de los descendientes de Aarón respecto de los actos de culto, particularmente los sacrificios. Sin embargo, la antigua costumbre subsistió, y después de la muerte del legislador, una vez dispersadas las tribus en Canaán, surgió de nuevo el sacerdocio patriarcal. Así, encontramos personajes públicos que ejercieron funciones sacerdotales, como Gedeón, Jefté, Saúl, David y Salomón, si bien esporádicamente y como excepción. Estos casos excepcionales no prueban que no existiera en Israel el sacerdocio legítimo organizado por Moisés, sino que son casos considerados por los hagiógrafos como anormales y aun ilícitos.
Lv 8, 1-13. Consagración de Aarón y de sus hijos
Como antes indicábamos, el oficio del sacerdocio estaba vinculado ordinariamente al jefe de familia, de la tribu, de la ciudad o de la nación. Tal era la ley común en la antigüedad, y en esto no era Israel una excepción, pues en la Biblia vemos que los patriarcas desempeñaban el oficio del sacerdocio como jefes de tribu. Moisés lo hacía como jefe del pueblo; Samuel, Saúl y David ofrecían a Dios sacrificios, y el mismo Salomón ejerció en la consagración del templo el oficio principal al pronunciar la oración consecratoria. Pero la existencia de un sacerdocio profesional no era desconocida en la antigüedad, fuera que esto estuviera vinculado a una familia o se hiciera el reclutamiento por la dedicación especial de los individuos al culto de una divinidad. Ya hemos visto atrás cómo la tribu de Leví estaba dedicada especialmente de algún modo al culto de Yahvé. Si esta dedicación tuvo su origen en el episodio del becerro, o este episodio no fue más que un signo revelador de una dedicación más antigua y una confirmación de ella, no nos atrevemos a afirmarlo. En este último caso habremos de decir que Aarón pertenecía a esta agrupación de los devotos de Yahvé, según se colige de Ex 4, 14. Como quiera que sea, él con su familia es escogido ahora para ejercer el sacerdocio de Yahvé en Israel. El ritual empleado es el que dejamos indicado al comentar Ex 29, 1-37. Moisés, que es el consagrante, comienza por lavar a los ordenandos; luego viste a cada uno los ornamentos de su dignidad: a Aarón, los del sumo sacerdocio, y a sus hijos los de simples sacerdotes. En el curso de la vestición del padre y de los hijos consagra Moisés el tabernáculo y sus enseres; luego derrama el óleo de la unción sobre la cabeza de Aarón (v.12). El baño purificatorio previo simboliza la pureza de costumbres exigida para el ejercicio del culto al servicio inmediato de Dios. Ya en la época patriarcal se exigía este lavatorio y cambio de vestidos para los laicos que habrían de participar en el culto. Sólo Aarón recibe la unción del óleo sobre su cabeza; por eso al sumo sacerdote se le llamará "sacerdote de la unción" (Hakkohen hammesiaj). Sin embargo, hay otros textos en los que se insinúa que también los simples sacerdotes recibían la unción. Esto indica que hay varias tradiciones y diversos estratos redaccionales en los rituales de la época del desierto.
Lv 8, 14-30. Ofrenda de los sacrificios
Moisés aparece aquí -como mediador de la nueva alianza- ofreciendo los sacrificios de consagración de los sacerdotes. Se ofrecen tres sacrificios: un novillo por el pecado de los consagrandos, un carnero en holocausto y otro carnero como sacrificio pacífico de inauguración o consagración, específico del acto consecratorio de los sacerdotes. El sacrificio expiatorio era por los pecados en general de los ordenandos, como hombres pecadores que debían purificarse y entrar en relaciones normales con Dios, pues tenían que comunicar con las cosas más santas del culto. El mismo altar debía ser purificado con la unción de la sangre de la víctima. Como es de ley en los sacrificios por el pecado, se quemaron las partes grasas sobre el altar, y el resto -carne y piel- fue quemado fuera del campamento, pues los sacerdotes no debían aprovecharse de nada de la víctima que era en expiación de sus propios pecados. Sólo cuando los sacrificios eran por los pecados de otros oferentes podían quedarse con parte de la víctima. Después se sacrificó un carnero en holocausto, en señal de entrega total a Dios (v.18), y por fin se sacrificó un carnero de inauguración en acción de gracias, como sacrificio pacifico. La particularidad de este sacrificio estuvo en la unción de la oreja derecha, del pulgar de la mano derecha y del pie derecho de Aarón y sus hijos con la sangre de esta víctima (v.23-24). La unción de la oreja parece aludir a la docilidad y obediencia particular que con toda presteza han de procurar en el ejercicio del culto a Yahvé; la del pulgar de la mano derecha parece relacionarse con las buenas obras, y la del pie simbolizaría la prontitud en seguir el camino de la justicia y de la santidad. Estas distintas partes del cuerpo representan la totalidad de la persona consagrada. En los sacrificios pacíficos, los sacerdotes se quedaban con parte de la víctima y de las ofrendas. Aquí se quemó el pemil derecho sobre el altar, y el pecho quedó reservado a Moisés, que efectuó la consagración (v.29). Las ofrendas fueron quemadas también sobre el altar. Después Moisés asperjó con la sangre de la víctima y el óleo de la unción a Aarón y a sus hijos, consagrando sus vestiduras (v.30).
Lv 8, 31-36. Ritos complementarios
Los sacerdotes debían continuar durante siete días las ceremonias de la consagración. Debían estar a la entrada del tabernáculo, alimentándose con parte de las víctimas sacrificadas. En Ex 29, 35-37 se dice que durante siete días debe repetirse el sacrificio por el pecado como expiación, sin decir nada de las otras dos víctimas. Pero aquí se insinúa que se repiten las mismas ceremonias del primer día. La prescripción de estar siete días a la entrada del tabernáculo tiene por finalidad inculcar la alta dignidad a que han sido elevados como guardianes de la casa de Yahvé. Se amenaza con la muerte al que infrinja el ritual descrito, para destacar la importancia de su oficio sagrado. En el c.10 se narra un caso concreto de transgresión del ritual, con el castigo consiguiente, para hacer ver que la amenaza de muerte no es una palabra baldía.
Con esta consagración, los sacerdotes son revestidos de una especial santidad, participación y revelación a la vez de la santidad de Yahvé. Su oficio exclusivo será en adelante velar por el culto de Dios, instruir a los fieles en su Ley y en el modo de honrarle como El quiere. Esta será la heredad de Aarón y de sus hijos, y ella constituye la ventaja del sacerdocio profesional sobre el tradicional, vinculado a otro oficio más absorbente.
Dice el Eclesiástico que "esta consagración fue un pacto eterno para Aarón y para su descendencia por los días del cielo, para servir al Señor en el ejercicio del sacerdocio y para bendecir en nombre del Señor a su pueblo. Entre todos los vivientes le escogió el Señor para presentarle las ofrendas, los perfumes y el buen olor para memoria, y hacer la expiación de su pueblo. Y le dio sus preceptos y poder para decidir sobre la ley y el derecho, para enseñar sus mandamientos a Jacob e instruir en su Ley a Israel." El profeta Malaquías, reprendiendo a los sacerdotes que en sus días se mostraban muy negligentes en el servicio divino, les trae a la memoria el pacto del Señor con Leví, su padre, es decir, la tribu de Leví. Este pacto fue para "vida y paz, que Dios le dio; fue también de temor, pues ante el nombre del Señor se llenaba de temor. Tuvo en su boca doctrina de verdad y no hubo iniquidad en sus labios; anduvo con El en integridad y rectitud y apartó del mal a muchos, pues los labios del sacerdote han de guardar sabiduría, y de su boca ha de salir la doctrina, porque es enviado de Yahvé de los ejércitos." Sobre esta perpetuidad del pacto con Leví son de notar las palabras de Jeremías ponderando la firmeza del pacto divino con David y Leví. Las palabras del profeta sobre la perpetuidad del sacerdocio levítico no tienen más realidad que las anteriores sobre la dinastía de David. En Jesucristo, el Hijo de David, Rey a la vez que Sacerdote, tendrá la promesa del profeta una realización más alta de lo que pudieran imaginar los oyentes del profeta. Para expresar la altura de esa dignidad, el autor de la Epístola a los Hebreos dirá que Jesucristo es Sacerdote, no a la manera de Leví, sino de Melquisedec, que fue a la vez rey y sacerdote, Todas éstas son expresiones humanas, que no alcanzan a declarar las realidades divinas, que se encierran en Jesucristo, verdadero mediador entre el cielo y la tierra.
Lv 9, 1-24. Las primicias del nuevo sacerdocio
Después de los siete días del rito de la inauguración, durante los cuales los sacerdotes estuvieron a la puerta del santuario, como preparándose para su gran misión, se iniciaron en el sacerdocio con un sacrificio solemne. En esta inauguración de su oficio deben presentar los sacerdotes sus víctimas, un novillo por el pecado y un carnero para el holocausto. Después el pueblo presentará también un macho cabrío por el pecado, un becerro y un cordero para el holocausto, un buey y un carnero para el sacrificio pacífico, además de la ofrenda de harina amasada con aceite. Era verdaderamente un sacrificio solemne, en que se ofrecían ocho víctimas escogidas.
Los sacerdotes hacen la inmolación y la ofrenda según los ritos prescritos, y, al terminar, Dios da señales manifiestas de su aceptación con la aparición de su gloria (v.23) o manifestación milagrosa sensible por el fuego (v.24), que consumió el holocausto. Señales éstas manifiestas de que Dios aceptaba los sacrificios ofrecidos por los sacerdotes recién consagrados. El pueblo, pues, contaba con un sacerdocio grato al Señor, que excluía del ministerio sagrado a los que no pertenecieran a la familia aronítica. He aquí la razón del escándalo que sienten los autores sagrados ante la conducta de Jeroboam cuando, prescindiendo del sacerdocio levítico en los santuarios de Dan y Betel, "hizo sacerdotes a gentes del pueblo que no eran de los hijos de Leví." Más extensamente, Abías, rey de Judá, echa en cara a Jeroboam II el mismo delito, diciendo: "¿No habéis arrojado de entre vosotros a los sacerdotes de Yahvé, a los hijos de Aarón y a los levitas, y os habéis hecho sacerdotes a la manera de las gentes de la tierra, para que cualquiera pueda consagrarse con un becerro y siete carneros y ser sacerdote de los que no son dioses? Para nosotros, Yahvé es nuestro Dios; no le hemos dejado, y los sacerdotes, ministros de Yahvé, son los hijos de Aarón, y los levitas cumplen sus funciones."
El autor sagrado no concreta en qué consistió la manifestación de la "gloria de Dios" (v.23), pero bien puede ser similar a la de otras teofanías del desierto. Puede concebirse como una iluminación repentina de la columna de humo que estaba sobre el santuario. Al hablar de la teofanía en el monte Sinaí, dice el hagiógrafo: "El aspecto de la gloria de Yahvé era, a los ojos de los hijos de Israel, como un fuego devorador sobre la cima de la montaña". También aquí se manifiesta bajo la forma de fuego que consume el holocausto (v.24). El fuego purificador es símbolo de la santidad de Dios por lo que supone de acrisolador y de aislante de lo impuro.
Lv 10, 1-20. Legislaciones complementarias
Lv 10, 1-7. Nadab y Abiú, hijos de Aarón, consumidos por el fuego
Dos puntos abarca este capítulo: el accidente ocurrido a los hijos de Aarón por su negligencia en un acto cultual (v.1-7) y, como consecuencia, las normas impuestas a los sacerdotes (v.8-20).
No está del todo claro en qué consistió el pecado de los sacerdotes Nadab y Abiú. Según el sentido obvio del texto, sería el haber ofrecido a Yahvé el incienso con fuego profano, o sea, no tomado del altar, en que se había de conservar perpetuamente el fuego sagrado. Esta infracción de las normas rituales atraería sobre los dos nuevos sacerdotes la ira de Dios. La lección de este accidente era clara: la estima en que se han de tener las normas del culto. A nosotros nos cuesta concebir tales hechos, pero conviene advertir que esta concepción se ajusta bien al modo de los antiguos. Precisamente, una de las razones del sacerdocio profesional era la necesidad de observar con puntualidad los ritos por gentes entrenadas. Es una lección para el futuro, pues Yahvé se muestra muy exigente en sus relaciones con los miembros del nuevo sacerdocio. Moisés, ante el hecho de la muerte súbita de los dos, se acuerda de una palabra de Yahvé: Yo me mostraré santo en aquellos que se me acerquen y glorificado ante el pueblo todo (v.3). Estas palabras recuerdan las de Ex 19, 22, y su sentido parece ser que Dios es extremadamente escrupuloso en las exigencias rituales, destinadas a destacar su pureza y santidad, y, por tanto, no se le puede tratar como un profano, ofreciéndole cosas no santificadas, y por otra parte será glorificado ante el pueblo todo, es decir, mostrará su gloria castigando implacablemente a los infractores, para que el pueblo se percate de su poder y santidad. Aarón, consternado, se calló y no se atrevió a protestar del castigo divino. Moisés mandó a los hermanos o parientes de los difuntos que llevaran los cadáveres de éstos fuera del santuario y campamento, para no contaminarlo, como se hacía con todos los muertos. Y en nombre de Dios prohibe a Aarón y a sus hijos supervivientes, Eleazar e Itamar, hacer señales de duelo: no desnudéis vuestras cabezas ni rasguéis vuestras vestiduras (v.6). Como sacerdotes, deben aceptar sin duelo la desgracia, ya que deben conformarse en todo con la voluntad divina, tan claramente manifestada. Sólo se permite que el pueblo laico, "la casa de Israel," manifieste su duelo por la tragedia en signo de solidaridad social (v.6). Esta prohibición, pues, tiene por finalidad expresar que los consagrados a Dios deben anteponer los intereses del culto a los familiares y sentimentales. Y por ello, a la vez que el sacerdocio es una dignidad superior, es también una carga, ya que se exige una moral superior.
Lv 10, 8-11. Prohibición de bebidas inebriantes y los sacerdotes
Con esta ocasión, el autor sagrado inserta las normas que han de observar los sacerdotes para ajustarse a las exigencias de su oficio santo, atendida la santidad de Yahvé, la de su morada y del culto divino. Cuando Isaías oyó que los serafines aclamaban la santidad de Yahvé y que el mismo templo se tambaleaba, también él creyó morir, por hallarse manchado con sus propios pecados y contaminado con los pecados del pueblo. Yahvé mismo dice al pueblo escogido: "Sed santos, porque santo soy yo, que os santifico." Mucho más conviene esto a los sacerdotes, que viven en el lugar santo, entre las cosas santas y ejerciendo ministerios santos. Hasta los tiempos son santos, y es grave obligación respetar su santidad bajo la pena de incurrir en la cólera de Dios. Como se ve, esta santidad ritual es algo material. La rudeza del hombre antiguo y del hebreo en particular se revela especialmente en estas concepciones. Los profetas van poco a poco enseñando a Israel una santidad más alta, preparando los caminos de Aquel que dijo: "El Padre es espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad le deben adorar." Pero, a pesar de las enseñanzas de los profetas, aquellas concepciones materiales, lejos de mejorar, empeoraron, como se echa de ver en los Evangelios. Particularmente en lo tocante a la santidad del sábado, que hasta con las curaciones milagrosas obradas por el Salvador lo creían profanado. Y en la santidad del templo no eran menos extremados. Una inscripción puesta en el muro de separación entre el atrio de Israel y el de los gentiles amenazaba a éstos con la muerte si se atrevían a poner pie en el sitio vedado.
En esta perícopa se prohibe el vino y bebidas alcohólicas mientras estaban en servicio en el templo. Algunos creen que está desplazada, mientras que no faltan quienes creen ver aquí una clara ilación lógica con lo anterior, suponiendo que Nadab y Abiú hicieron el acto negligente de culto en un estado semiinconsciente como consecuencia de las bebidas habidas con motivo del banquete que seguiría a su consagración. La palabra hebrea sekhar (LXX: s??e?a) designa propiamente toda clase de bebida fermentada, ya sea procedente de la cebada, de uvas, de dátiles y otros frutos de los que se extraían. Era preciso que los que ejerciesen el culto tuvieran toda la lucidez para "discernir lo santo de lo profano, lo puro de lo impuro, y enseñar a los hijos de Israel todas las leyes de Yahvé" (v.io-n). Aquí se trata de la distinción de los días, cosas, lugares santos, y de la pureza de los animales y de las personas. Esta prohibición de bebidas alcohólicas a los sacerdotes se encuentra también en otros pueblos antiguos fuera de Israel.
Lv 10, 12-15. Participación de los sacerdotes en las ofrendas
Se repite la ley sobre lo que pertenece a los sacerdotes de los sacrificios pacíficos. En todo caso deben tomarlo en lugar santo, pues es cosa santísima (v.12). Y esto lo mismo respecto de las oblaciones de harina y aceite que del pernil de elevación y del pecho balanceado.
Lv 10, 16-20. Los restos del sacrificio por el pecado
Después de haber determinado la parte de los sacerdotes en los sacrificios pacíficos, Moisés quiere recordar los derechos de los mismos en los expiatorios por el pecado; pero se encuentra con que la víctima había sido quemada totalmente en contra de lo prescrito. Irritado, protestó ante Aarón por la infracción de la ley, y éste se excusó diciendo que sus hijos, bajo la impresión de la muerte de sus hermanos, no se atrevieron a comer la parte de la víctima expiatoria por creerse no suficientemente purificados. En el rito expiatorio, los sacerdotes debían comer parte de la víctima sacrificada por el pecado del pueblo, simbolizando con ello la manducación de los pecados del mismo pueblo pecador. Era cosa santísima. Moisés creyó ver en la conducta de los hijos de Aarón una negligencia y aun desprecio, pero se conformó con la explicación de Aarón (v.20).
Observaciones Generales Sobre el Sacerdocio
1. El Sacerdocio Primitivo En Israel. En los orígenes, la dignidad sacerdotal iba vinculada a la autoridad familiar o social. Esta era la ley general en la antigüedad. Abraham, lo mismo que sus hijos Isaac y Jacob, ofrecían ellos sacrificios a Yahvé allí donde la providencia de Dios los llevaba. Moisés se valió de unos jóvenes para ofrecer las víctimas con que se había de solemnizar el pacto entre Dios y el pueblo, aunque el verdadero sacerdote en aquel caso fue Moisés, y estos jóvenes no cumplieron más que el duro ministerio de preparar el altar y degollar las víctimas. En la historia siguiente de Israel podemos notar que todavía se sigue esta costumbre. Samuel, que era profeta, pero de origen efrateo, como su padre, levantó un altar en Rama, y en él, como en Masfa, en Gálgala y Belén, ofrecía sacrificios, de cuya legitimidad nadie puede dudar. En la traslación del arca también dice el texto que el rey David ofrecía sacrificios, y en la dedicación del templo, Salomón ejerció el sacerdocio, pronunciando la que podemos decir oración consecratoria. Y no contamos lo que se refiere de Ajaz y de Azarías, por cuanto el texto sagrado nos lo presenta como infracciones de la ley entonces vigente.
En las grandes naciones, sin embargo, echamos de ver la existencia de un sacerdocio profesional. El ritual solía ser complicado, y la obligación de atenerse a él escrupulosamente era rigurosa, lo que exigía el exacto conocimiento del mismo. El acercarse a la divinidad exigía también la observancia de muchas reglas de santidad, que un rey no podía siempre observar. Los dioses querían, además, un sacerdocio exclusivamente consagrado a su servicio. Todas estas razones se juntaban en Israel en favor de la institución de un sacerdocio totalmente dado al servicio de Yahvé.
2. El Sacerdocio Levítico. Según la historia del Génesis, Leví es uno de los hijos de Jacob, habido de su mujer Lía, de la cual se escribe que, al darle a luz, dijo: "Ahora sí que mi marido se pegara a mí, pues le he parido tres hijos." Y le llamó Leví. Al comenzar su narración, el Éxodo nos habla de "un hombre de la casa de Leví," cuya mujer era del mismo linaje. Estos fueron los padres de Moisés. Andando los años, cuando éste ofrecía dificultades para aceptar la misión que Yahvé quería encomendarle, oyó de Dios estas palabras: "¿No tienes a tu hermano Aarón el levita?" Parece que estas palabras no significan la familia de Aarón, pues la de Moisés no era distinta. Han de significar un oficio religioso, al que Aarón estaba ya consagrado y de donde tomaba ese nombre. Esto nos explicaría el sentido del episodio de Ex 32, 25ss, cuando Moisés, al ver la prevaricación del pueblo con el becerro, grita: "¡ A mí los de Yahvé!," y todos los hijos de Leví se reunieron en torno de él, que les dijo: "Así habla Yahvé, Dios de Israel: "Cíñase cada uno su espada sobre su muslo; pasad y recorred el campamento de una a otra puerta y mate cada uno a su hermano, a su amigo, a su deudo." Y lo hicieron, siendo el número de los caídos, según el texto, 3.000 hombres. Moisés dijo entonces a los levitas: "Hoy os habéis consagrado a Yahvé, haciéndole cada uno oblación del hijo y del hermano; por ello recibiréis hoy bendición." Este hecho nos revela que los levitas estaban especialmente consagrados al culto de Yahvé y que en este momento recibieron una solemne confirmación oficial de su sacerdocio. Un autorizado expositor de la Sagrada Escritura, A. van Hoonacker, se atreve a señalar como causa de esta su devoción por Yahvé la cultura que habían adquirido en Egipto, la cual los habría habilitado para entender mejor las tradiciones religiosas de su nación y las nuevas revelaciones aportadas por Moisés.
Los apéndices del libro de los Jueces nos ofrecen también dos episodios muy significativos. Un individuo de los montes de Efraím llamado Mica fundó en su casa un santuario, instituyendo como ministro de él a un hijo suyo. Pero un joven de Belén de Judá, de nombre Jonatán, levita, saliendo de Belén, se puso a recorrer la tierra para buscar dónde vivir. Llegó a casa de Mica, que le preguntó: "¿De dónde vienes?" A lo que el levita contestó: "Soy de Belén de Judá y ando a ver si encuentro dónde vivir." Quédate conmigo, le dice Mica, y me servirás de padre y de sacerdote. Te daré diez siclos de plata al año, vestido y comida." Aceptó el levita la propuesta de servirle de sacerdote en el santuario por él fundado, y, muy contento, dijo: "Ahora sí que de cierto me favorecerá Yahvé, que tengo por sacerdote a un levita." Poco tiempo después pasan por allí algunos danitas en busca de tierra donde asentar. Al encontrar allí aquel levita, le preguntan por sus ocupaciones y, sabiendo que servía en aquel santuario doméstico, le mandan que consulte a Yahvé sobre el camino que llevan. El levita lo hace y les dice: "Id tranquilos; está ante Yahvé el camino que seguís." Días más tarde llegan 600 hombres de la tribu de Dan, los cuales van a conquistar la tierra que los exploradores les habían señalado, y, entrando en casa de Mica, le toman el efod de consultar a Yahvé, los terafim y la estatua chapeada de plata, y obligan al levita a seguirlos, diciéndole: "¿Qué te es mejor, ser sacerdote de la casa de un solo hombre o serlo de una tribu y de una familia de Israel?" Alégresele al sacerdote el corazón y, tomando el efod, los terafim y la imagen tallada, se fue con aquella gente." Tal fue el origen del santuario de Dan. El capítulo siguiente nos cuenta la suerte desgraciada de otro levita, que también peregrinaba por los montes de Efraím y que, habiendo tomado mujer en Belén de Judá, al pasar por Gueba de Benjamín, fue objeto de la bestial liviandad de sus moradores, dando este suceso origen a la guerra, que estuvo a punto de acabar con la tribu de Benjamín.
El libro de Samuel empieza contándonos la vida religiosa que se desarrollaba en el santuario nacional de Silo, donde ejercía sus funciones Helí el levita con sus hijos. Poco más tarde vemos el santuario trasladado a Nob, donde, en un arrebato de furor, Saúl hizo dar muerte a setenta sacerdotes, todos levitas, por el crimen de haber consultado a Dios sobre el viaje de David y a ruegos de éste. El único que de aquella matanza se salvó, Abiatar, corrió al lado de David, a quien servía en el mismo oficio de consultar a Dios (Lv 22, 20ss). Pero este Abiatar es luego privado del sacerdocio por Salomón y sustituido por Sadoc, también levita, que después preside los servicios religiosos en el templo.
Esta historia parece responder bien a la bendición de Moisés sobre Leví:
"Da a Leví tus tummim
y tus urim al favorito,
a quien probaste en Masa
y con quien contendiste en las aguas de Meribá.
El dijo a su padre: "No te conozco";
y a sus hermanos no consideró,
y desconoció a sus hijos,
por haber guardado tus palabras,
por haber observado tu pacto.
Ellos enseñarán tus juicios a Jacob,
y tu Ley a Israel.
Y pondrán a tus narices el timiama,
y el holocausto en tu altar."
El Deuteronomio nos habla con frecuencia de los sacerdotes levitas que andan dispersos por las ciudades de Israel, sin heredad alguna y viviendo de la caridad de sus hermanos, a los cuales el autor los recomienda con mucha insistencia, junto con los demás indigentes, los huérfanos, las viudas y los extranjeros. Veamos una muestra: "Los hijos de Israel no ofrecerán sacrificios a Yahvé en cualquier lugar, sino en el único elegido para morar en él su santo nombre. Allí llevaréis todo lo que os mando, vuestros holocaustos, vuestras décimas, las ofrendas elevadas de vuestras manos y la ofrenda escogida de vuestros votos a Yahvé. Allí os regocijaréis en presencia de Yahvé, vuestro Dios, vosotros, vuestros hijos, vuestras hijas, vuestras siervas y vuestros siervos y el levita que está dentro de vuestras puertas, ya que éste no ha recibido parte ni heredad con vosotros." Este modo de hablar de los levitas es general en el Deuteronomio. El único santuario que el Deuteronomio juzga como legítimo está servido por sacerdotes levíticos, de los cuales dice también que no tienen heredad entre sus hermanos y se mantendrán de los sacrificios y ofrendas de los fieles. Y añade: "Si un levita sale de alguna de tus ciudades de todo Israel, donde peregrinó, para venir, con todo el deseo de su alma, al lugar que Yahvé elija, ministrará en el nombre de Yahvé, su Dios, como todos sus hermanos los levitas que allí estén delante de Yahvé, y comerá una porción igual a la de los otros, excluyendo a los sacerdotes de los ídolos y a los magos." La palabra levita significa aquí, como en todo el libro, un miembro de la tribu consagrada al servicio de Dios, y los sacerdotes no se distinguen de los levitas, pues todos son sacerdotes levitas.
Se explica por aquí la situación precaria de los levitas, obligados por la necesidad a servir en los santuarios que, contra la ley deuteronómica, había en todo Israel. El legislador, mirando a su situación, manda que se los reciba en el santuario nacional, donde los emolumentos debían de ser más abundantes. Entre esos santuarios no faltarían algunos, tal vez muchos, manchados por el culto de los ídolos. A los servidores de ellos se les cierra la puerta del santuario nacional.
Todo esto nos muestra un progreso en la historia del sacerdocio levítico, que comienza por ofrecérsenos consagrado al culto de Yahvé, pero sin posición social, y buscando como mejor puede su modo de vivir. Algunos están al servicio del tabernáculo y del arca, y éstos pasan al templo y logran crecer en importancia, hasta venir a ser los directores de la nación en la época postexílica. El texto emplea también aquí un género literario especial. A fin de realzar a los ojos de sus lectores la dignidad del sacerdocio, que efectivamente remontaba a Moisés, según el Éxodo, y acaso más allá de Moisés, nos representa este cuadro de sus' instituciones, cuadro que no responde a lo que fue en los siglos de los jueces, pero sí a los tiempos posteriores. Veremos la confirmación de esto cuando lleguemos a tratar de los medios de vida del sacerdocio levítico y mostremos una vez más la diferencia que existe entre las normas del código y lo que la historia nos dice.
Lv 11, 1-47. Animales puros e impuros
Los c.11-15 comprenden una serie de leyes sobre las impurezas legales. Son un paréntesis, ya que Lv 16, 1 es continuación de Lv 10, 20. El hagiógrafo ha colocado aquí estas leyes para hacer ver al pueblo el discernimiento que ha de haber entre las cosas y animales puros y los impuros, no sea que se exponga por su ignorancia a un castigo similar al de los dos hijos de Aarón. En Lv 10, 10 se dice que los sacerdotes deben discernir "lo santo y lo profano, lo puro y lo impuro," y ahora se determina oficialmente cuál es lo puro y cuál lo contaminado. La ley de pureza se divide en cuatro partes: a) sobre los animales puros e impuros (c.11); b) sobre la mujer recién panda (c.12); c) sobre la lepra (0.13-14); d) sobre las impurezas del hombre y de la mujer (c.15).
Lv 11, 1-8. Los cuadrúpedos
Puro es equivalente a limpio, y Yahvé, santo, es la fuente de santidad para cuanto a El se refiera. La santidad incluye la idea de pureza y la de trascendencia. Todo lo que de algún modo se relaciona con Dios es santo. Santa es la morada de Dios en el cielo y su santuario en la tierra; santos son los enseres de su casa, y los ministros que le sirven, y el pueblo por El elegido. De aquí la norma general del código: "Sed santos, porque yo soy santo. Yo, que moro en medio de vosotros, os santifico." En razón de esta santidad, no sólo los sacerdotes y los demás ministros del santuario, sino también el pueblo debía someterse a numerosas observancias, con que guardaba en sí la santidad que había recibido de Dios, y que le servía para vivir separado de los otros pueblos y evitar el peligro de contaminación.
Contraria a la santidad es la impureza, que se halla sobre todo en los espíritus inmundos, y de ellos venía, según una superstición muy extendida, la impureza de muchas cosas, A cuatro capítulos se pueden reducir las cosas impuras según la mentalidad hebraica: las comidas, los cadáveres, los leprosos y todo lo concerniente a la generación humana. ..Cuál es la razón de distinción de alimentos en puros e impuros? Es difícil señalarla, ya que depende de la estimación de los contemporáneos de Moisés. No es la naturaleza misma de las cosas, que Dios, al criarlas, declaró buenas. San Pablo afirma que "todo es limpio para los limpios," y Jesucristo dijo que "no mancha al hombre lo que entra en él (los alimentos), sino lo que sale del corazón." Quiere esto decir que semejante distinción de alimentos no viene del cielo, sino que nace de la tierra. La religión le imprimió luego su sello sagrado, como se lo imprimía a todas las cosas en la antigua organización teocrática de la vida.
No cabe duda que hay ciertos animales que nos causan repugnancia, y por esto nos abstenemos de comerlos; pero éstos no son los mismos en la estimación de todos. Hay quienes miran el perro como plato exquisito, mientras que otros no lo comerían sino en extrema necesidad. Igual se puede decir del cerdo, del gato, etc. No todas las carnes son igualmente digeribles, y esto puede ser otro principio de distinción. Un tercer principio para los hebreos sería, según algunos Padres, la protestación contra las supersticiones paganas. Los hebreos tendrían así por impuros los animales que para los gentiles eran sagrados. En todo caso, en esta discriminación de alimentos hay mucho de atavismo y de mentalidad popular. El legislador hebraico se amoldó a ésta al establecer la distinción entre animales puros e impuros. La lista del Levítico es larga, y no es posible identificar todos los animales señalados.
El capítulo abarca los puntos siguientes: normas sobre los cuadrúpedos (1-8), distinción de los animales acuáticos (9-12), reglas sobre la distinción de aves (13-19), distinción de insectos (20-23), impureza originada por el contacto con algún cadáver (24-40), reptiles inmundos (41-45). La división corresponde a la del relato de la creación de Gn 1.
Respecto de los cuadrúpedos se requieren dos condiciones para ser considerados puros y, por tanto, comestibles: tener el casco partido (y la pezuña hendida) y ser rumiante. Si falta una de estas dos condiciones, es inmundo. Así, pues, los comestibles son el buey, la cabra, el cordero, etc. Se excluyen, pues, el caballo, el perro, el asno, etc., que, aunque no podían ser comidos, podían ser utilizados para servicio del hombre. Hemos de observar que el rumiar no ha de ser juzgado científicamente, sino según la estimación popular. Así, la liebre y el conejo son considerados como rumiantes, porque mueven la boca como los rumiantes, pero no lo son en realidad, sino simples roedores. El camello es considerado inmundo, pues aunque sea rumiante y tenga la pezuña hendida, sin embargo, por debajo están como unidas las dos partes de ella. El conejo de que aquí se habla parece ser el daman, que es descrito como "pequeño paquidermo de la fauna etiópica (Hyrax syricus), que no es rumiante ni roedor, de la talla de un conejo, que habita entre las rocas". Es considerado inmundo porque no tiene la pezuña hendida, aunque aparentemente sea rumiante. Por la misma razón es excluida la liebre, que, aunque aparentemente rumiante, no tiene la pezuña hendida, aunque las uñas aparezcan separadas al exterior. El cerdo es excluido porque no es rumiante (v.7). Tácito dice que los judíos se abstenían del cerdo porque éste propaga la lepra. Entre los griegos y babilonios era considerado como animal sagrado y, como tal, preferido para los sacrificios. Entre las poblaciones cananeas de Palestina parece que tenía este mismo carácter, pues se han descubierto muchos esqueletos de puercos en las excavaciones neolíticas del santuario de Gezer. Algunos autores insinúan que el cerdo es considerado impuro por razones supersticiosas, pues, como anda hozando, se le ha relacionado con los espíritus malignos subterráneos. No sólo estaba prohibido comer sus carnes, sino aun tocar sus cadáveres.
Lv 11, 9-12. Animales acuáticos
Se prohíben los animales acuáticos que no tienen aletas ni escamas por su semejanza con las serpientes, como las anguilas. También aquí habrá que recurrir a ideas supersticiosas de estimación popular para establecer esta distinción entre los animales acuáticos. Los peces eran venerados por las poblaciones marinas filisteas y púnicas.
La enumeración es prolija, y muchos de los nombres hebreos, difíciles de identificar al detalle. No se da razón de la prohibición de comer estas aves. De hecho, pues, sólo se permiten los animales domésticos y algunos más en relación con el hombre, como las palomas.
De entre los insectos sólo se permite comer los pertenecientes a la familia de la langosta, cuya determinación específica no es fácil traducir. Era corriente entre los orientales ya desde la antigüedad comer las langostas.
Lv 11, 24-40. Impureza por contacto con cadáveres
La impureza contraída por el contacto de los cadáveres era un obstáculo para que los sacerdotes ejercieran sus funciones, y a los israelitas en general les impedía, so pena de excomunión de la comunidad, comer carnes de víctimas ofrecidas a Dios. El contaminado tenía que purificarse ritualmente. La exégesis rabínica creó a propósito de esto todo un código complicado de purificaciones.
Este verso sigue al v.23, pues trata de animales que no se han de comer. Aquí bajo el nombre de reptiles están no sólo los que se arrastran sobre su vientre, sino también los que tienen patas, como los lagartos y los gusanos. Entre los semitas había culto a ciertos animales reptiles. Y había muchas supersticiones sobre estos animales que se esconden en la tierra en relación con los espíritus malignos subterráneos.
Después el hagiógrafo da la razón teológica de todas estas prohibiciones: Yo soy Yahvé..., os santificaréis y no os mancharéis... (v.44). El hecho de pertenecer a Dios como pueblo elegido colocaba a los israelitas en una situación de privilegio que tenía sus exigencias, ya que debían conformarse en su conducta a la santidad de Dios, que era incompatible con toda impureza material y espiritual. Cualquiera que fuera el origen popular que considerara ciertos animales como impuros, el autor sagrado insiste en el hecho de que lo son, y, por tanto, el israelita debe abstenerse de comerlos y de aun tener contacto con sus cadáveres.
El autor sagrado recapitula todo lo precedente insistiendo en la prohibición para recalcar su importancia en la vida social de Israel. Esas leyes de discriminación entre animales puros e impuros sirvieron para aislar a Israel y para salvarle de la absorción en determinados momentos críticos históricos.
Lv 12, 1-8. La purificación de la mujer
El Señor dijo primero a Adán y a Eva, luego a Noé y a sus hijos: "Creced y multiplicaos y poblad la tierra." Es, pues, la generación humana un deber de la naturaleza, y el nacimiento de los hijos era motivo de grande alegría, así como era una deshonra la carencia de los mismos. Pero también es verdad que el instinto sexual en el hombre llega a grandes excesos. Esta es, sin duda, la causa de que los actos sexuales y sus consecuencias hayan sido rodeados, por la naturaleza, del pudor, y en los pueblos antiguos, como el hebreo, de muchas restricciones religiosas. Todo lo referente a la generación entre los semitas está rodeado de misterio, y aun se considera como desordenado e impuro muchas cosas que se relacionan con la transmisión de la vida. En este ambiente histórico hay que enmarcar las prescripciones del presente capítulo, en que se habla de la purificación de la mujer que ha dado a luz.
El capítulo parece desplazado, y su contenido puede considerarse como una subdivisión del c.is, donde se trata de las impurezas del hombre y de la mujer. Según la prescripción aquí impuesta, la mujer que dé a luz un varón debe quedar como impura siete días; al octavo día debe ser circuncidado el hijo, y después debe permanecer aislada como impura treinta y tres días. En total, cuarenta días. Si da a luz una hembra, será impura "dos semanas," y después quedará en casa reservada "sesenta y seis días," el doble que en el caso del varón. ¿Por qué esta distinción? La cifra de "cuarenta días" de reserva de la mujer aparece en legislaciones árabes, persas y griegas. Es el período normal impuesto por la higiene y las exigencias fisiológicas. Para la mujer se exige más en la legislación levítica, debido quizá a la supuesta inferioridad de la mujer; de forma que el nacimiento de una niña se consideraba casi como un castigo. Quizá también existía la opinión popular de que la formación del feto femenino exigía más tiempo, y, en consecuencia, los desarreglos menstruales más prolongados. Es otro caso de acomodación a costumbres ancestrales conforme a determinadas ideas populares, como hemos visto en la distinción de animales puros e impuros.
El precepto de la circuncisión había sido dado ya a Abraham, recordado a Moisés con ocasión de la Pascua en Egipto, y aquí se reitera tajantemente. Pero de hecho parece que, durante la época del desierto, los israelitas se mostraron negligentes en su cumplimiento, pues al entrar en Canaán se dice que nadie de los nacidos en el desierto había sido circuncidado. En la época tardía del judaísmo el precepto tuvo su importancia, y en tiempos del Señor se cumplía incluso el día del sábado, privando sobre éste
Terminado el tiempo de la total purificación (cuarenta días en caso de varón y ochenta en caso de hembra), la mujer debía presentarse al sacerdote ante la tienda de la reunión para otros holocausto y un sacrificio por el pecado, el primero como reconocimiento y homenaje a Dios, y el segundo como expiación personal y para purificarse de la impureza legal que había contraído. Según 1S 1, 22, la mujer podía ser reemplazada por su mando en la presentación de las víctimas, si aquélla estaba realmente impedida.
Las víctimas eran un cordero de un año en holocausto y un pichón o tórtola en sacrificio por el pecado (v.7). En caso de que la oferente fuera pobre, el cordero era sustituido por una tórtola o pichón (v.8). Es el caso de la Virgen María.
Lv 13, 1-59. Ley acerca de la lepra
Los c.13-14 tratan de los diferentes casos de lepra: a) lepra humana (Lv 3, 1-46); b) lepra de los vestidos y del cuero (Lv 13, 47-59); c) purificación del leproso (Lv 14, 1-32); d) lepra de las casas (Lv 14, 33-53); e) conclusión (Lv 14, 54-57). Aunque todas estas secciones aparecen perfectamente trabadas por el tema general de la purificación de la lepra, sin embargo, la legislación es compleja, y probablemente ha sufrido adaptaciones progresivas, partiendo de un núcleo primitivo legislativo mosaico.
Lv 13, 1-8. La lepra en general
La lepra es una enfermedad temible y contagiosa, que parece tuvo su origen en Egipto, de donde pasó a Palestina y Siria, y que luego los soldados de Pompeyo, primero, y más tarde los judíos dispersos por Vespasiano después de la guerra del 70 d. C., la difundieron por Europa. Se la tenía por incurable. Como el diagnóstico de las enfermedades era para los antiguos muy difícil, con frecuencia confundían con la lepra otras enfermedades de la piel, como la sarna, la tina. La medicina distingue dos clases de lepra: la tuberculosa, que ataca la piel y el sistema muscular, y la anestésica, que hiere el sistema nervioso. Siendo una y otra contagiosa, el leproso era secuestrado de la familia y de la sociedad como un peligro común. Pero no solamente esto, pues para dar más eficacia a esta disposición, el leproso era considerado como una persona religiosamente impura. De nuevo nos encontramos con ideas populares de los antiguos en las que se mezcla lo religioso y lo natural. El leproso se consideraba como un castigado por Dios en virtud de pecados ocultos. De ahí qu es el sacerdote el que tiene que diagnosticar sobre cada caso para declararlo legalmente impuro y separarlo de la sociedad. Por eso, en los Evangelios, a las curaciones milagrosas de Cristo se las denomina purificaciones. El capítulo 13 del Levítico es una lección de patología según los conocimientos de la época. Y en este sentido tienen gran valor histórico en la historia de la medicina. El legislador aquí se preocupa sobre todo de describir los primeros síntomas de la lepra, para tomar las medidas de discriminación necesarias para evitar el contagio y la supuesta impureza legal. Por eso no habla de otros síntomas de la lepra que se dan cuando la enfermedad está ya avanzada, como la insensibilidad y la descomposición de las extremidades.
Lv 13, 9-17. Lepra inveterada
El que tenga un tumor blanco en la piel con pelos blancos y carne viva, padece lepra "inveterada" (vetustísima), y, por tanto, no se le debe recluir, pues no necesita de más tiempo en observación, como en el caso anterior. Si la erupción de color blanco cubre todo el cuerpo, sin que aparezca la carne viva, no es lepra, y, por tanto, el que lo padezca no es impuro.
Lv 13, 18-23. Lepra ulcerosa
Si una úlcera tiene síntomas de lepra, caracterizados por el color blanquecino del tumor, el paciente debe presentarse al sacerdote, y el diagnóstico es como en el caso anterior: si la mancha ulcerosa blanquecina está más hundida que la piel, es lepra, y, por tanto, debe ser declarado impuro; en caso contrario, se le somete a una observación de siete días. En caso de que la úlcera no se extienda y no esté más hundida que la piel, no es lepra, y, por tanto, es puro.
Lv 13, 24-28. Lepra como consecuencia de una quemadura
La lepra puede extenderse por las heridas o quemaduras, y por eso se prevé el caso de que una quemadura se torne blanquecina o de color rojizo, pues es sospechosa de estar contaminada con la lepra. El paciente debe presentarse al sacerdote para que diagnostique, el cual usará del mismo criterio que en los casos anteriores: si el pelo se torna blanco y la mancha está hundida en la piel, es lepra. En caso contrario debe sometérsele a inspección durante siete días. Si el mal está estacionado y no se extiende, no hay lepra, y, por tanto, es puro el paciente.
Lv 13, 29-37. Lepra de los cabellos y la barba
Como en los casos anteriores, el diagnóstico depende de que la parte ulcerosa esté más hundida que la piel y del color que tome el pelo. En caso afirmativo es lepra, y es declarado impuro. En caso negativo se le recluye siete días en observación, y si la pústula no está más hundida y los cabellos no han perdido color, no es lepra, y, por tanto, ha de ser declarado puro.
Lv 13, 38-39. Las manchas blancas en la piel
Si las manchas blancas son de color oscuro pálido, entonces no se trata de lepra, sino de bohaq, nombre que aún entre los árabes se da a un exantema no contagioso y benigno, el cual desaparece por sí solo después de algún tiempo.
Lv 13, 40-44. Lepra por calvicie
En caso de que en la calvicie aparezca un tumor blanquecino rojizo, como en el caso de la piel del cuerpo, es lepra, y, por tanto, el paciente debe ser declarado impuro.
Lv 13, 45-46. Vestidos y habitación del leproso
El leproso debe ser considerado como desechado de la sociedad, lamentándose sobre sí mismo como por un difunto, con las vestiduras rasgadas, la cabeza desnuda y la barba cubierta con su manto, gritando a los transeúntes para que no se acerquen: "¡Inmundo!" La segregación se debía a razones higiénicas, para evitar el contagio, y a razones religiosas, pues se consideraba como un castigado de Dios. No podía participar en actos de culto. En la época posterior se les permitía entrar en las sinagogas a condición de que entraran antes que la gente y se sentaran aparte. Debían vivir fuera de los lugares comúnmente habitados, viviendo de la caridad pública.
Lv 13, 47-59. Lepra de los vestidos y del cuero
Esta sección interrumpe la legislación sobre el leproso, que se continúa en Lv 14, 1. Aquí no se trata de los vestidos utilizados por un leproso, sino de manchas verduscas o rojizas que aparecen en los vestidos u objetos, que dan la impresión de ser leprosos, y como tales han de ser tratados. Es una concesión a la mentalidad popular del ambiente, que veía en esas manchas algo malo vitando. Y por razones de salud pública y por motivos religiosos para nosotros desconocidos, entran dentro de las previsiones del legislador hebreo3. Se consideran esos objetos afectados por esas manchas misteriosas propagadores de la lepra.
Lv 14, 1-57. Nuevas regulaciones sobre la lepra
Lv 14, 1-32. La purificación del leproso
La lepra verdadera se tiene todavía por incurable. Pero el vago concepto que de ella había, daba lugar a que se presentasen muchos casos de curaciones, fuera de aquellos extraordinarios y milagrosos, como el de Naamán siró, curado por Elíseo, los cuales no podían entrar en la previsión del legislador. Como la enfermedad constituía una impureza religiosa, era preciso que en caso de curación se sometiera a ciertos ritos, con los que quedaría religiosamente purificado y autorizado para entrar de nuevo en la vida social, de la que había sido segregado. Los mismos sacerdotes que le habían declarado impuro debían declarar oficialmente la curación de la impureza. El rito de purificación era largo y complicado. Comenzaba el sacerdote por comprobar la curación fuera del campamento; luego se practicaba la primera purificación, con la cual el leproso recibía la facultad de entrar en el campamento, pero no en su tienda (v.1-8). Como toda la legislación sacerdotal, se supone que esta ley se da en el desierto del Sinaí. El día séptimo se rapaba el pelo, se bañaba y lavaba sus vestidos. Al octavo día ofrecía diversos sacrificios, y con esto se terminaba la ceremonia de la purificación (v.9-20). Como en otras ocasiones, la ley toma en consideración la pobreza del leproso que no pudiera presentar las diversas víctimas y ofrendas que en el primer caso exigía, y las reducía, acomodándose a la pobreza del enfermo curado (v.21-32).
El rito purificatorio era el siguiente: se tomarán dos pájaros puros, madera de cedro (símbolo de la incorruptibilidad por su larga duración), un hilo de púrpura (cuyo color rojo simboliza la sangre) y una planta de hisopo, que se empleaba en todas las purificaciones. Uno de los pájaros era degollado, no como sacrificio, sino para que su sangre cayese en un recipiente de agua no estancada, es decir, viva. La sangre mezclada con el agua significaba la vida y la idea de purificación. El sacerdote mojará el otro pájaro en esta agua mezclada con sangre, y lo mismo el cedro, la púrpura y el hisopo, y con ello asperjará al leproso. Se trata de simbolizar con estos ritos el retorno a la vida del paciente y su purificación para entrar en la vida social. Se soltará el ave viva en el campo, sin duda para significar que la enfermedad ha desaparecido (v.7), llevándose el aire sus miasmas, como el macho cabrío emisario llevaba al desierto los pecados de Israel. Quizá en estos extraños ritos haya un eco de costumbres ancestrales, que el legislador ha querido amoldar a la nueva idea teocrática de la sociedad israelita. Con todo, siempre nos encontramos con la acomodación a la mentalidad popular del ambiente para expresar plásticamente altas ideas religiosas.
Después de este rito preliminar, el leproso se rapa el pelo y se baña; es una ceremonia de purificación con fines higiénicos y simbolismo religioso. Los cabellos y pelos eran propensos a contraer la impureza. Después el curado debe entrar progresivamente en la vida social; así, después de entrar en el campamento debe estar siete días sin entrar en su tienda (v.8). Después de haber sido reintegrado a la vida civil, debe también ingresar en la vida religiosa del pueblo, y para ello debe presentar unos sacrificios: dos corderos, una oveja y tres décimos de efah de flor de harina (unos 11 litros), con aceite, y un log de aceite (poco más de medio litro). Después se sacrifica un cordero en sacrificio de reparación (asara: "pro delicto"), quizá porque se creía que la lepra provenía por un pecado oculto, y con su sangre el sacerdote moja la oreja derecha, el pulgar de la mano derecha y del pie derecho del curado, que simbolizan la curación total del cuerpo y su reintegración a la vida religiosa. Después de hacer aspersión de aceite ante Yahvé (v.17), se ofrece la oveja en sacrificio expiatorio por el pecado y el otro cordero en holocausto (v. 19-20). El primero, por los pecados cometidos por el leproso durante su enfermedad, y el segundo, en homenaje a Yahvé.
Si el leproso es pobre, entonces ofrecerá un cordero en sacrificio expiatorio (v.21), una décima de flor de harina (unos tres litros) amasada con aceite, y un log de aceite (medio litro), y dos pichones o tórtolas (v.22), y después el rito es igual que en el caso anterior.
Lv 14, 33-57. Lepra de las casas
La verdadera lepra es propia del hombre y no ataca a los animales, menos aún a las cosas inanimadas, como los tejidos, los cueros o las piedras. Pero, como los vestidos y cueros tienen su especial lepra según la ley, así las piedras de que las casas se construyen. Debe tratarse de alguna corrosión proveniente de la humedad, líquenes u hongos adheridos a las paredes. El tratamiento por el sacerdote es similar al caso del hombre leproso que ha de ser purificado. También aquí hay que acudir a la mentalidad popular, que veía en esas erupciones verdosas o salitrosas de las paredes algo que favorecía la lepra del hombre, y por eso esas casas son tratadas con el mismo ritual de la lepra en el ser humano. En todo caso, es el sacerdote el que debe diagnosticar y decir si la casa ha de ser destruida o no. Todo en la vida teocrática de Israel tenía una dimensión religiosa, y de ahí que el representante de Dios es el que dictamina los casos difíciles.
Lv 15, 1-33. Impureza del hombre y de la mujer
Otra de las fuentes de impureza es todo lo que toca a la vida sexual. No era esto sólo entre los hebreos; también entre los gentiles ocurría algo semejante. La epigrafía árabe nos suministra una prueba. Por algo los vocablos de pureza e impureza se aplican especialmente a lo sexual. El legislador trata en este capítulo de la efusión del semen, sea normal o proveniente de una enfermedad. En ambos casos constituye una impureza, que se comunica a todo cuanto toca el paciente. Pero, en el primer caso, la impureza es permanente, mientras dure la enfermedad, y luego de curada se impone una purificación mediante sacrificios (v.18). Esta impureza legal hacía al guerrero inepto para el combate; la razón de ello es que las guerras de Yahvé eran santas, y, por tanto, el guerrero debía estar en estado de pureza legal. Como hemos indicado antes, para dar razón de considerar impuro al hombre y a la mujer que padecen flujo seminal o de sangre hay que acudir a creencias ancestrales de los hebreos, que primitivamente pudieron tener origen supersticioso, y que consideran todo lo relacionado con el sexo como algo desordenado. El mismo flujo seminal parece un desorden orgánico inmundo para el que no considera sus causas fisiológicas científicamente. En las legislaciones egipcias, babilónicas y árabes se supone-que las relaciones sexuales incluyen cierta impureza ritual.
La mujer, a consecuencia de su flujo menstrual, también se vuelve inmunda; pero, si este accidente se volviera morboso, la impureza duraría durante el desarreglo orgánico. En ambos casos, la mujer comunica su impureza a lo que toca, sea persona o cosa. Después de haber pasado la enfermedad, debe purificarse mediante sacrificios expiatorios (v. 19-33). Fuera de estos casos, la impureza, así del hombre como la de la mujer, sea original o contraída por el contacto, se quita con el lavado de los vestidos y el baño del cuerpo.
Lv 16, 1-34. La fiesta anual de la expiación
Babilonia celebraba cada año una fiesta de expiación a fin de ponerse en buenas relaciones con sus dioses; igual se hacía en Atenas, y en Roma se verificaba cada lustro (cinco años) la lustración de la ciudad. Israel estaba ligado con Yahvé con un pacto, que imponía la observancia de la Ley de Dios. Particularmente la morada de Yahvé, santo, en medio de su pueblo, implicaba para éste la obligación de una vida santa y pura en conformidad con las prescripciones impuestas por Dios. Eran estas observancias en gran número, y, por tanto, era fácil traspasarlas por inadvertencia. Y fuera consciente o inconscientemente el quebrantamiento de las prescripciones rituales, llevaba consigo una impureza, algo que comprometía las buenas relaciones entre Yahvé y su pueblo. De aquí la necesidad de esta fiesta de expiación y la importancia de la misma. Se celebraba el día diez del mes séptimo, o sea, cinco días antes de la fiesta de los Tabernáculos, a principios del otoño.
Este capítulo sigue por su contenido al c.10, donde se habla de la muerte de los dos hijos de Aarón. El rito del día de la expiación aparece descrito de nuevo en Lv 23, 26-32 y Nm 29, 7-11. La crítica independiente ha supuesto que este Lv 16, 1-5 es el resultado de pequeños fragmentos legislativos que se han ido yuxtaponiendo (v.6-11); el v.26 parece unirse al v.22. Por otra parte está el problema histórico: en la historia de Israel no se menciona antes del exilio la fiesta del día de la expiación. Por eso estos autores suponen que es una creación de la época del exilio bajo la inspiración de Ezequiel, el cual en su plan de la restauración de Israel detalla un programa de expiación similar al de Lv 16, si bien más conciso. Pero se ha hecho notar que no se puede explicar fácilmente el hecho de que un autor postexiliano haya creado un rito de expiación transportado a los días mosaicos, en el que lo esencial es la aspersión del arca de la alianza y el propiciatorio, que había desaparecido hacía tiempo. Por otra parte está el hecho de que Esdras, en la enumeración de las fiestas solemnes con motivo de la nueva alianza en 444 a.C., no menciona la fiesta de la expiación, que es la fundamental, pues es el día de la reconciliación de Israel con su Dios, por lo que tenía derecho a sus bendiciones.
Después de la muerte de los dos hijos de Aarón, heridos al acercarse ante Yahvé, dijo Yahvé a Moisés: "Di a tu hermano Aarón que no entre nunca en el santuario a la parte interior del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, no sea que muera, pues yo me muestro en la nube sobre el propiciatorio, He aquí el rito según el cual entrará Aarón en el santuario: tomará un novillo para el sacrificio por el pecado y un carnero para el holocausto. Se revestirá de la túnica santa de lino y se pondrá sobre sus carnes el calzón de lino; se ceñirá un cinturón de lino y cubrirá su cabeza con la tiara de lino, vistiéndoselos después de haberse lavado en el agua. Recibirá de la asamblea de los hijos de Israel dos machos cabríos para el sacrificio por el pecado y un carnero para el holocausto. Aarón ofrecerá su novillo por el pecado, y hará la expiación por sí y por su casa. Tomará después los dos machos cabríos y, presentándolos ante Yahvé a la entrada del tabernáculo de la reunión, echará sobre ellos las suertes, una la de Yahvé y otra la de Azazel. Aarón hará acercar el macho cabrío sobre que recayó la suerte de Yahvé y le ofrecerá en sacrificio por el pecado; el macho cabrío sobre el que cayó la suerte de Azazel, le presentará vivo ante Yahvé, para hacer la expiación y soltarle después a Azazel. Aarón ofrecerá el novillo del sacrificio por el pecado, haciendo la expiación por sí y por su casa. Después de degollar su novillo por el pecado, tomará del altar un incensario lleno de brasas encendidas, de ante Yahvé, y dos puñados de perfume oloroso pulverizado, y lo llevará todo detrás de la cortina; echará el perfume oloroso en el fuego ante Yahvé, para que la nube de incienso cubra el propiciatorio que está sobre el testimonio y no muera. Tomando luego la sangre del novillo, asperjará con su dedo el frente del propiciatorio, haciendo con el dedo siete aspersiones. Degollará el macho cabrío expiatorio del pueblo y, llevando su sangre detrás del velo, hará como con la sangre del novillo, asperjándola sobre el propiciatorio y delante de él, y así purificará el santuario de las impurezas de los hijos de Israel y de todas las transgresiones con que hayan pecado. Lo mismo hará con el tabernáculo de la reunión, que está entre ellos en medio de impurezas. Que no haya nadie en el tabernáculo de la reunión desde que él entre para hacer la expiación del santuario hasta que salga, hecha la expiación por sí y por su casa y por toda la asamblea de Israel. Después irá al altar que está ante Yahvé y hará la expiación de él, y, tomando sangre del novillo y sangre del macho cabrío, untará de ellas los cuernos del altar todo en torno; hará con su dedo siete veces la aspersión de sangre y le santificará y le purificará de las impurezas de los hijos de Israel. Hecha la expiación del santuario, del tabernáculo de la reunión y del altar, presentará el macho cabrío vivo; pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, confesará sobre él todas sus culpas, todas las iniquidades de los hijos de Israel y todas las transgresiones con que han pecado, y los echará sobre la cabeza del macho cabrío, y lo mandará al desierto por medio de un hombre designado para ello. El macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada, y el que lo lleve lo dejará en el desierto. Después Aarón entrará en el tabernáculo de la reunión y se desnudará de las vestiduras de lino, que se vistió para entrar en el santuario; y, quitadas, se lavará su cuerpo con agua en lugar santo, y se pondrá sus vestiduras. Saldrá luego, ofrecerá su holocausto y el del pueblo, hará la expiación por sí y por el pueblo, y quemará en el altar el sebo del sacrificio por el pecado. El que hubiere ido a soltar el macho cabrío a Azazel, lavará sus vestidos y bañará en agua su cuerpo, después de lo cual podrá entrar en el campamento. Serán llevados fuera del campamento el novillo y el macho cabrío inmolados por el pecado, cuya sangre se introdujo en el santuario para hacer la expiación, y se consumirán por el fuego sus pieles, sus carnes y sus excrementos. El que los queme lavará luego sus vestidos, bañará en agua su cuerpo, y después podrá entrar en el campamento." Esta será para todos ley perpetua; el séptimo mes, el día diez del mes, mortificaréis vuestras personas y no haréis trabajo alguno, ni el indígena ni el extranjero que habita en medio de vosotros; porque en ese día se hará la expiación por vosotros, para que os purifiquéis y seáis purificados ante Yahvé de todos vuestros pecados. Será para vosotros día de descanso, sábado, y mortificaréis vuestras personas. Es ley perpetua. La expiación la hará el sacerdote que haya sido ungido y haya sido iniciado para ejercer las funciones sacerdotales en lugar de su padre. Se revestirá de las vestiduras de lino, las vestiduras sagradas, y hará la expiación del santuario de la santidad, del tabernáculo de la reunión y del altar, la de los sacerdotes y la de todo el pueblo de la asamblea. Será para vosotros ley perpetua, y se hará la expiación una vez por año para los hijos de Israel por sus pecados." Hízose lo que Yahvé había mandado a Moisés.
En este día solemne, el sumo sacerdote, con los hábitos ordinarios de los sacerdotes, se presentaba ante el tabernáculo llevando un novillo y un carnero, el primero por el pecado y el segundo en holocausto. Con la sangre del novillo haría la expiación por sí y por su familia. Degollado el novillo, entraba con un incensario en el santísimo para ofrecer el incienso delante del arca de la alianza y el propiciatorio que la recubría; luego los rociaba siete veces con la sangre del novillo. Lo mismo hacía con el tabernáculo y el altar de los holocaustos. Con esto quedaba hecha la purificación del santuario, que podía haber sido profanado por los sacerdotes o el pueblo. Luego presenta dos machos cabríos, que han de ser echados a suerte, uno para ser sacrificado a Yahvé y otro para ser enviado al desierto con los pecados del pueblo a Azazel (v.5-11). El sacerdote imponía las manos confesando los pecados del pueblo sobre el destinado a Azazel (v.21). ¿Qué significa este misterioso nombre Azazel? Las versiones antiguas han entendido el vocablo como un adjetivo. Así los LXX: "el que es arrojado" (?p?p?µpa???, e?? t?? ?p?p?µp??, e?? afes??). Aquila traduce: el que es "soltado" (?p?????µe???), y S?maco: "el que se va" (ape???µe???). La Vg, "emissarius." Or?genes, siguiendo a una tradición rabínica, cree que se trata de un demonio que habita en el desierto. Parece que en el contexto hay oposición entre dos personas: Yahvé y Azazel. En este supuesto, los modernos han buscado la etimología de un posible genio maléfico que habita en el desierto. De hecho, en muchos textos bíblicos se indica que los demonios habitan en terrenos desérticos. Los que sostienen esta opinión consideran a este Azazel como la versión hebrea del Set-Tifón egipcio, "el saqueador y destructor," cuyo furor reclamaba víctimas, o el Averruncus de los romanos, al que había que aplacar para evitar los males. Contra una interpretación similar ya protestaba San Cirilo de Alejandría: "el macho cabrío que no se inmolaba no era enviado a un ?p?p?µpa??? (arrojado), es decir, a un demonio que se llamara así, sino que era llamado ?tt?p?µpa??? (enviado, arrojado. Los autores que admiten que se trata, en efecto, de un ser diabólico que habita en el desierto como el Asmodeo del libro de Tobías, suponen que aquí el legislador hebreo no ha hecho más que acomodarse a la mentalidad popular de entonces, como en otros casos legislativos que hemos visto, sin que ello insinúe un homenaje al demonio del desierto; al contrario, al cargar los pecados del pueblo sobre ese macho cabrío y enviarlo al espíritu maligno que mora en los desiertos, implícitamente era un desprecio, pues se le dedicaba una presa deshonrada por el pecado. No obstante, la mayor parte de los autores mantienen la antigua versión de los LXX, de Símaco, Aquila y la Vg, y, conforme a ella, piensan que no se trata aquí de una persona llamada Azazel, sino simplemente de un epíteto ("el enviado, el arrojado") que describiera su condición de macho cabrío "arrojado" con los pecados del pueblo al desierto, para que se llevara los pecados; era un modo de simbolizar que la comunidad israelita se había visto libre de sus pecados. Ya hemos visto cómo en el caso de la purificación del leproso y de la casa leprosa se sacrificaba un pichón y se soltaba otro mojado en la sangre del primero, dando a entender con el vuelo del ave que la lepra había desaparecido. Algo similar parece que hay que ver en el Azazel que es arrojado al desierto con los pecados del pueblo. En tiempos tardíos del judaísmo, el macho cabrío emisario era despeñado en el desierto, para evitar que volviera a los lugares habitados y contaminara así a sus habitantes.
La ceremonia termina con la combustión del novillo y del macho cabrío fuera del campamento. El sumo sacerdote, revestido de sus ornamentos sacerdotales más preciosos, ofrece dos carneros en holocausto, uno por sí y otro por el pueblo (v.24), quemando sobre el altar las partes grasas del novillo y del macho cabrío, inmolados por el pecado (v. 11-15). Las carnes restantes de estas víctimas deben ser quemadas fuera del campamento, y el que las haya quemado debe purificarse lo mismo que el que hubiera llevado al desierto el macho cabrío emisario. En el primer caso, porque las carnes eran sagradas, y, por tanto, el que hubiera estado en contacto con ellas debía purificarse, evitando toda profanación involuntaria, y en el segundo, para librarse del contacto de la víctima cargada con los pecados.
El "día de la expiación" debía ser en el 1 o de tisri (sept-oct.) (v.29). Debían abstenerse de todo trabajo y dedicarse al ayuno expiatorio, lo que se requería para conseguir el verdadero perdón ante Dios. En tiempos de Cristo se llama al día de la expiación día de ayuno. Los extranjeros estaban obligados a abstenerse de trabajo, si bien no se les exigían prácticas de penitencia.
En la Epístola a los Hebreos, el Apóstol nos muestra en todo este ceremonial la figura de la obra expiatoria de Jesucristo. En Israel, esta ceremonia debía practicarse todos los años; Jesucristo lo realizó una sola vez y para siempre. En esto se muestra la eficacia de su sacrificio sobre los sacrificios mosaicos. Aarón tiene que hacer la expiación de sus pecados antes de hacer la del pueblo; Cristo, santo, no necesitó ofrecer víctimas por pecados que no tenía. Aarón entró a hacer la expiación en el tabernáculo de la tierra; Cristo entró en el tabernáculo del cielo, en la morada del Padre, para interceder por nosotros. Aarón entró en el tabernáculo por la virtud de la sangre de un novillo; Jesucristo, por la virtud de su propia sangre. Las víctimas ofrecidas por Aarón hacen la expiación de impurezas legales, que afectan sólo al cuerpo; Jesucristo con su sacrificio limpia nuestras conciencias de los pecados del alma. De donde se infiere cuánto aventaja la expiación llevada por Cristo a la que cada año hacía el sumo sacerdote de la religión mosaica, que con sus ritos preparaba y figuraba el sacrificio de Jesucristo.
El Código de Santidad
Aquí comienza aquella sección del código que los autors apellidan código de santidad (17-26). Abarca una verdadera miscelánea de preceptos morales y rituales, muchos de ellos contenidos ya en otros códigos, pero que en éste se hallan informados más particularmente por el principio de la santidad de Dios.
Este principio se halla expresado por ciertas sentencias que o no se encuentran en los otros códigos del Pentateuco o son en ellos muy raras. Tales son: "Yo Yahvé"; "Yo Yahvé, vuestro Dios; "Sed santos, porque santo soy yo, Yahvé, vuestro Dios;" "Yo Yahvé, que os santifico." Estas expresiones, puestas al fin de los preceptos, vienen a contener la razón de los mismos.
Se echa de ver una afinidad especial entre este código y el profeta Ezequiel, acaso porque éste era sacerdote y debía mirar más a la santidad del santuario de Dios y de su culto.
Para la debida inteligencia de lo que constituye la nota característica de este código, será bien que anticipemos una exposición más completa que las indicaciones hechas ocasionalmente en las páginas precedentes sobre el atributo divino de la santidad, que tanto resalta en el Antiguo Testamento.
La Santidad de Dios. Por la santidad el hombre aplica su mente y todos sus actos a Dios; y la religión presta a Dios el servicio que le es debido mediante el culto divino. En la Ley, el concepto de santidad es bastante amplio.
Santo, en hebreo qados, es igual que limpio, puro; lo mismo que brillante, en hebreo tahor. Se distingue de lo profano, que diremos laico, neutro, en hebreo jol, y se contrapone a lo impuro, inmundo, en hebreo tame.
Entre los semitas, santo es el calificativo específico de los dioses, así como entre los griegos y romanos lo era el de inmortal. Yahvé en la Biblia es el Santo, el Santo de Israel. Como ante la claridad del sol todas las luces resultan oscuras, así ante la santidad de Yahvé todas las cosas resultan impuras. En los mismos ángeles halla El manchas, se dice en Job. Él Dios Santo es por esto mismo excelso sobre todas las cosas; excelso, no por el lugar que ocupa, sino por la excelsitud de su naturaleza. De aquí que la santidad viene a ser igual a trascendencia.
De este concepto de la santidad nace el de reservado, prohibido en árabe, y, por lo mismo, terrible para quienes no se hallen en condiciones de acercarse a ello. Así se dice en el salmo: "Santo y terrible es su nombre."
El hombre concibe las cosas divinas mediante las humanas. Para entender la majestad de Dios se fija en la majestad de los soberanos. Un pasaje de la Biblia nos ayudará a entender esto. Es la visita de Ester al rey Asuero. Nadie sin ser llamado podía presentarse ante el soberano. Ester, que goza de la dignidad de reina, no está excluida de esa ley. Pero la necesidad le obliga a aventurarse. Para ello se adorna de todas las galas que pudieran cautivar el corazón del soberano. Atravesando todas las puertas, se detuvo delante del rey. Hallábase éste sentado en su trono, revestido de todo el aparato de su majestad, cubierto de oro y piedras preciosas, y aparecía en gran manera terrible. Levantando el rostro radiante de majestad, en el colmo de su ira, dirigió su mirada, y al punto la reina se desmayó y, demudado el rostro, se dejó caer sobre la sierva que la acompañaba.
Otra página de la Sagrada Escritura nos declarará ahora la majestad de Dios, Rey soberano del cielo y de la tierra. Es el capítulo sexto de Isaías, en que el profeta cuenta su vocación al ministerio profético. Contempla el profeta al Señor en su palacio como un gran rey, sentado en su trono alto y sublime, cubierto de rico manto, cuyas haldas llenan el templo. En torno de Él están los serafines, cada uno de los cuales tiene seis alas, y cubren con dos su rostro para no sentirse ofuscados por la majestad de Yahvé; con otras dos cubren sus pies, indignos de parecer ante la gloria del Señor, y con otras dos vuelan, mostrándose prontos para cumplir la voluntad de su Soberano. Y entretanto le aclaman a coros: "¡Santo, Santo, Santo, Yahvé Sebaot! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!" A esta aclamación de la santidad divina, el templo mismo se estremece en sus cimientos, y el profeta exclama aterrado: "¡Ay de mí! ¡Perdido soy!, pues siendo un hombre de impuros labios y que habita en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Yahvé Sebaot." Santidad terrible es la majestad del Rey soberano del cielo y de la tierra, a quien los mismos servidores de su casa no pueden mirar cara a cara. Pero delante del templo está el altar que participa de la santidad de Dios, y lo mismo el fuego que perpetuamente arde sobre él. Un serafín toma con unas tenazas una brasa encendida y, tocando con ella los labios impuros del profeta, los purifica, capacitándolo para proclamar ante el pueblo la santidad de Yahvé. Esto nos dará a entender lo que significa la santidad del Señor, santidad que es a la vez su majestad terrible.
La Santidad De Las Cosas Creadas. Como Dios es el principio de las cosas, así lo es de la santidad que se complace en comunicar a sus criaturas. Y por esto son santos los ángeles que forman su corte, es santa su morada del cielo, son santos los sacerdotes que aquí en la tierra "se allegan a Él" para servirle; es santo el templo, su morada terrestre; lo es también el altar, en que se le ofrecen sacrificios; santos son todos los enseres del culto, las ofrendas que a Dios se hacen; santos los días que le están reservados, y santas otras cosas, v.61., los primogénitos o los primeros frutos, que El se ha reservado para que sean sus soberanos derechos sobre todas las criaturas, y santo ha de ser el pueblo que El se eligió para que le sirva.
El principio supremo de la religión es que Dios habita en medio de su pueblo. El Dios santo santifica su tierra y, sobre todo, santifica a su pueblo. Por eso exige de él la observancia de ciertas normas de vida en consonancia con esa santidad que de Yahvé le es comunicada. Yahvé habló a Moisés, diciendo: "Habla a toda la asamblea de los hijos de Israel y diles: "Sed santos, porque santo soy yo, Yahvé, vuestro Dios." Y en otra parte: "Sed santos para mí, porque yo, Yahvé, soy santo, y os he separado de las gentes para que seáis míos". Especialmente se dice que Dios santifica a los sacerdotes, consagrados a su servicio. Y como El los santifica, haciéndolos participantes de su propia santidad, ellos deben santificarle a Él, respetando en sí mismos la santidad recibida y viviendo conforme a las exigencias de la misma. Obrar de otro modo sería profanar el nombre santo del Señor, que los ha santificado.
Si queremos hacernos mejor cargo de estos conceptos, no tenemos más que mirar a nuestro alrededor. También para nosotros Dios es santo, y lo es el Hijo de Dios, Jesucristo, y los bienaventurados, que gozan de su presencia en el cielo, y es santísimo el sacramento de su cuerpo y sangre y lo es su imagen clavada en la cruz y hasta la cruz sola; la Madre de Jesús, María, es santísima, y santos son también los lugares en que se desarrolló la vida terrestre del Salvador y los instrumentos del culto y todas las cosas que de modo especial se relacionan con Dios. Por eso miramos lo santo con especial reverencia y lo conservamos separado de las cosas profanas.
La Perfección Moral de Dios. Todo esto nos ofrece un concepto de la santidad que podemos decir metafísica, a la cual se junta el concepto de la santidad moral. Dios, santo, se muestra en irreductible oposición al pecado, a la iniquidad, a la injusticia. Esto lo proclaman sobre todo los Profetas y los Salmos. Oigamos cómo Isaías reprueba el culto que le ofrecen los hombres de Judá. "Cuando alzáis vuestras manos, yo aparto mis ojos de vosotros; cuando hacéis vuestras muchas plegarias, no escucho. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, limpiaos, quitad de ante mis ojos la iniquidad de vuestras acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda". Aquí tenemos la santidad moral de Dios, la que exige también de los hombres como la única que les permite acercarse al Señor, según nos dice el salmo:
"¡Oh Yahvé! ¿Quién podrá habitar en tu tabernáculo,
residir en tu monte santo?
El que anda en integridad y obra la justicia,
el que en su corazón habla verdad;
el que con su lengua no detrae,
el que no hace mal a su prójimo
ni a su cercano infiere injuria;
el que a sus ojos se menosprecia y se humilla
y honra a los temerosos de Yahvé;
el que, aun jurando en daño suyo, no se muda;
el que no da a usura sus dineros
y no admite cohecho para condenar al
inocente. Al que tal hace, nadie jamás le hará vacilar."
Aquí tenemos un programa de vida santa que permite al que la practica acercarse con seguridad al Dios santo y terrible. San Pablo lo resume en aquellas palabras: "Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá a Dios."
La Impureza. -Como Dios es santo, así los espíritus malos, en asirio utukku, son impuros. Es éste el calificativo que en los evangelios se da a los demonios. Y esto no es cosa nueva. También pensaban así los antiguos, que vivían obsesionados con la idea de los espíritus malos. Estos eran impuros, como que los tenían por fuentes de impureza, engendros del arallu -el infierno-, causantes de todos los males que afligen a la humanidad.
Esto no es decir que todas las impurezas tengan su origen en los espíritus malos, aunque tal vez muchas se deban a esta preocupación de los espíritus. Las de la Biblia las reducen a tres capítulos. El principio de la impureza es alguna corrupción o tendencia a ella. Son estos tres capítulos los cadáveres, los actos sexuales y los ciertos alimentos.
Ya se deja entender la razón de declarar impuro un cadáver, sea de hombre, sea de bestia. El cadáver, por la corrupción que lleva consigo, es un foco de infección; quien lo toca queda inficionado y, por consiguiente, inmundo. Esta inmundicia será mayor o menor según las diversas condiciones de la persona que toca. En la persona consagrada por el sacerdocio o por el voto de nazareato, la impureza es mayor que en los simples fieles, porque es mayor la obligación de una mayor santidad.
Al cadáver podemos asimilar el leproso, entendida la palabra lepra en el amplio sentido que le da la Escritura, de toda enfermedad cutánea. Todas estas enfermedades suelen ser contagiosas, y así la declaración de impureza es muy razonable.
La generación de la vida es un misterio, y una maravilla del Creador la fecundidad otorgada a los animales para procrear otros a ellos semejantes. Sin embargo, la generación del hombre y cuanto a ésta rodea implica un no sé qué de impuro que ha hecho que los pueblos antiguos lo considerasen como opuesto a la santidad de la religión. Algunas de estas prohibiciones se fundan en causas, sin duda, racionales; por ejemplo, la impureza de la madre durante los cuarenta o sesenta días que siguen al parto.
A la santidad moral, a la justicia, que es la perfección moral de Dios, ha de corresponder la justicia humana, obtenida por la perfecta observancia de la ley divina, y a esta justicia se opone el pecado, la iniquidad, que es un acto de rebeldía contra la voluntad de Dios, expresada en su Ley. Algunos moralistas investigan las condiciones que ha de revestir un acto para que sea pecaminoso. Y no lo es si no nace de la voluntad libre, que a la vez exige el conocimiento. Pero para los antiguos no era así. Como en muchos casos la ley civil castiga los actos contrarios a sus preceptos sin atender a las condiciones de la infracción, así los antiguos consideraban como pecado todo acto material que fuera contra la voluntad divina expresada en la Ley.
La Ley de Santidad y la Legislación de Ezequiel
Toda esta legislación levítica sobre las exigencias de santidad legal en el pueblo para que éste sea digno del Dios Santo tiene un gran paralelo con la legislación que el profeta del exilio traza para la futura organización teocrático-mesiánica ideal. Por ello, la crítica independiente sostiene que la legislación del Levítico es sustancialmente postexílica y obra de la escuela de Ezequiel, que, como sacerdote, tenía gran preocupación por todo lo ritual y por los intereses de su casta sacerdotal. Pero, si bien hay muchas semejanzas entre ambas secciones legislativas, hay muchas desemejanzas sobre todo en lo relativo a fiestas y sacrificios. Así, en el Levítico se señala lo que en los sacrificios pertenece a los sacerdotes para que puedan subsistir, mientras que en el esquema ideal que señala Ezequiel se señalan tributos especiales en diezmos y primicias. Nada se dice en Ezequiel, en la enumeración de fiestas, sobre la fiesta de Pentecostés. Tampoco se dice nada en éste del sacrificio vespertino, ni sobre el día de la expiación, ni del cordero pascual. Según Lv 21, 13-15, el sumo sacerdote sólo puede casarse con una virgen, mientras que los otros sacerdotes pueden casarse con viudas honestas, pero en la legislación de Ezequiel se prohibe a los simples sacerdotes casarse con viudas que no sean de otros sacerdotes difuntos. En Ezequiel no se menciona el sumo sacerdote ni el arca de la alianza. Todo esto prueba que no hay dependencia de la legislación levítica de Ezequiel y que más bien hay que suponer que éste conocía la tradicional, adaptándola en su esquema ideal a la nueva restauración mesiánica.
Lv 17, 1-16. Inmolaciones y sacrificios
Lv 17, 1-9. Ley sobre el lugar de los sacrificios
La historia bíblica nos dice que durante siglos los israelitas podían ofrecer sacrificios donde hubiera alguna memoria de Dios. Esto bastaba para que el sitio se creyera santificado y consagrado al Señor. Pero el sitio preferido por las almas devotas para rendir el testimonio de su devoción era el santuario nacional, servido por sacerdotes levíticos. En el Deuteronomio se impondrá como ley fundamental la unidad de santuario y de altar, al que deberán concurrir los hijos de Israel para ofrendar a Dios sus votos.
Pero, en esta perícopa, el principio se eleva al máximum, pues se considera como sacrificio religioso el degüello de toda res, aunque sea para comer. Allí, ante el tabernáculo, ha de ser degollada la res, aunque sea para comer. Mucho más si se sacrifica con un fin religioso para rendir culto a Dios. Todo esto lo impone la ley bajo excomunión (v.4.9). Esto ofrece no poca dificultad, que quisieron salvar los LXX con la corrección del texto y los expositores con interpretaciones que no se ajustan a la letra. Nos parece que la solución se ha de buscar en el género literario en que esta perícopa del Deuteronomio. En este libro se prohibe rigurosamente ofrecer sacrificios a Dios fuera del santuario escogido por Dios, pero autoriza sacrificar en cualquier parte las reses destinadas al consumo del pueblo. Se quiere mirar esto como una derogación de la ley anterior, pero allí se dice que ésta es "ley perpetua de generación en generación." El legislador debía prever que, si bien, viviendo Israel en torno del tabernáculo en el desierto, esto era posible, no podría serlo cuando entraran en Canaán. Pero esta ley convierte el tabernáculo en el macelo común del pueblo, y macelo sin agua, que vendría a ser un foco de infección, en vez de ser el santuario de Dios. Sobre todo el altar, en torno al cual debía derramar el sacerdote la sangre de las víctimas y quemar el sebo de las mismas. Y esto más todavía si tomamos a la letra los 603.000 hombres de armas que habían salido de Egipto. Todo esto hace que no podamos tomar este precepto en un sentido obvio, y que es preciso darle un sentido en armonía con el carácter de la ley. Creemos, pues, que el v.7 nos da la clave para la interpretación y que el legislador intenta reprobar la práctica supersticiosa de ofrecer sacrificios a los sátiros del desierto. Serían los que hoy llaman los beduinos gins, o genios malignos. El autor pone el precepto en boca de Moisés porque está seguro de expresar el pensamiento del legislador. Y para dar más fuerza a su expresión encuadra el precepto en las circunstancias que rodeaban a Israel en el desierto. Al lector que encuentre difícil esta exposición le recordaremos dos cosas: la primera, que en el Pentateuco las leyes aparecen todas promulgadas por Moisés, y la segunda, que no podremos dudar del progreso de la legislación mosaica, y, por consiguiente, de la existencia de diversas colecciones en las que ese progreso se va reflejando.
Semejante precepto miraba a inculcar la unidad de Dios y excluir el culto de los ídolos, apartando a los israelitas de los santuarios idolátricos y obligándoles a concurrir al único santuario del único Dios, Yahvé, de Israel.
Hay tres estadios legislativos respecto de la inmolación de las víctimas: a) el representado por Ex 20, 24-26: "Me alzarás un altar de tierra, sobre el cual me ofrecerás tus holocaustos, tus hostias pacíficas, tus ovejas y tus bueyes. En todos los lugares donde yo haga memorable mi nombre, vendré a ti y te bendeciré"; es decir, que aún no se señala un lugar determinado para los sacrificios religiosos; b) en Lv 17, 1-9 se exige que toda inmolación -aun la que no es acto de culto- debe hacerse ante el santuario del desierto; c) en Dt 12, 2-28 se señala un lugar único de culto, pero se permite matar las víctimas no destinadas a actos de culto en cualquier lugar en que habite su propietario. En la primera legislación se destacaba que el lugar de culto debía ser santificado por la presencia de Yahvé con una manifestación suya memorable; en la segunda se pretende centralizar todos los sacrificios -aun los profanos- en torno al tabernáculo de la reunión, para evitar posibles actos supersticiosos en honor de los sátiros del desierto (v.7); en la tercera se llega a una situación de compromiso: los sacrificios de carácter religioso, en un único lugar, elegido por Dios, y los sacrificios profanos, en diversos lugares, conforme a las necesidades particulares. Tenemos, pues, un progreso legislativo, en cuanto que la ley se va adaptando a las necesidades de cada tiempo, sin perder de vista la finalidad religiosa primitiva.
Lv 17, 10-16. Prohibición de comer sangre de animal mortecino y ahogado
Desde Gn 9, 4 se viene inculcando este precepto de no comer sangre. Saúl lo califica de prevaricación contra Yahvé. Aquí se insiste en lo mismo, y se declara la razón: es que la sangre está destinada a servir de expiación por los pecados. En la sangre está la vida, y cuando en el sacrificio se recoge la sangre y se derrama en torno del altar, es la vida la que se derrama y ofrece, y esa vida del animal sacrificado sirve de expiación por la vida del oferente. Es éste un principio fundamental de la religión mosaica. Se prohibe tomar la sangre porque la vida está en la sangre, y ésta pertenece sólo a Dios. Por tanto, si al hombre se le permite comer carne, es a condición de que respete la sangre -asiento de la vida-, bien derramándola en homenaje del Creador, o dejándola derramarse en tierra. Así, la sangre tiene un carácter sagrado relacionado con el origen de la vida. Aparte de esta idea religiosa, puede haber en la prohibición una repulsa implícita de ciertas prácticas supersticiosas. De hecho sabemos que entre los pueblos primitivos se chupa la sangre de la víctima con el deseo de absorber su fuerza y aun de derramarla en sus actos de culto. Esto parece insinuar la ordenación de Lv 19, 26: "No comáis nada con la sangre ni practiquéis la adivinación y la magia." En el v.11 se dice, según el TM, que "la vida de la carne es (o está en) la sangre." Los LXX y la Vg le dan un sentido de sustitución: "sanguis pro animae piaculo sit." El Targum de Onkelos: "la sangre expía por el alma." Tenemos, pues, clara la idea de sustitución en el derramamiento de la sangre en el altar. La vida del oferente es sustituida por la de la víctima.
Del precepto de no tomar la sangre se pasó, naturalmente, al de no comer la carne no sangrada. En las regiones desérticas de Canaán no escaseaban las fieras. El texto bíblico hace muchas veces mención de ellas. Con frecuencia se veían los pastores y sus rebaños sorprendidos por la acometida de las fieras, y cuando lograban alejarlas, era dejando en el campo los cadáveres de algunas reses muertas. ¿Qué hacer con éstas? Se las puede comer, si bien se incurre en impurezas legales, que han de desaparecer con un baño ritual de la persona y de sus vestidos (v.15). En caso de caza, debe verter la sangre y cubrirla con tierra (v.13), pues es algo sagrado, que no ha de quedar a la intemperie. Quizá se prescribe también esto para evitar prácticas supersticiosas, pues sabemos que los antiguos dan un carácter sagrado a la sangre vertida. Hornero nos habla de las almas de los muertos que se apiñaban en torno a la sangre.
En el concilio de Jerusalén, una de las cuestiones conflictivas fue la relativa a la posibilidad de comer animales que no han sido sangrados. La decisión condescendiendo con la mentalidad judía fue negativa.
Lv 18, 1-30. Las uniones conyugales
Lv 18, 1-30. Uniones ilícitas y pecados contra naturaleza
Los c. 18-20 forman cierta unidad por su contenido y estilo expositivo. Son leyes para salvaguardar la moral social e individual, presentadas en estilo par enético, con la fórmula estereotipada y enfática: "Yo, Yahvé." En esta legislación el autor no hace sino reflejar los postulados de la ética natural, y, por tanto, no debemos extrañarnos de encontrarlas, en su mayoría, en los pueblos paganos.
Empieza el c.18 exhortando a no seguir las costumbres depravadas de los egipcios y cananeos, sino a atenerse en todo a los preceptos de la ley de Dios (v.1-5). La moral de Egipto era bastante libre, y más todavía en Canaán. La misma religión, rindiendo culto a los dioses de la fecundidad, pretendía santificar los actos sexuales desordenados, fomentando así la inmoralidad. Bastará para esto recordar la historia de Sodoma y el episodio de la mujer del levita; pues, si bien el hecho fue cometido por los benjaminitas, revela ello costumbres cananeas.
Los v.6-18, mirando a conservar la vida moral en Israel, señala los grados de parentesco en que se prohiben las uniones matrimoniales. Para hacerse cargo de semejante cuadro es preciso tener presentes varias cosas. Primera, la existencia del repudio, en virtud del cual una mujer quedaba libre para casarse con otro. Segunda, que en muchas naciones antiguas se permitían uniones entre los próximos parientes. En Egipto, los faraones solían casarse con una hermana; en Atenas, según las leyes de Solón, estaba autorizado el matrimonio entre hermanos de sólo padre. Si hemos de dar fe a los testimonios de los antiguos, algunos pueblos no reprobaban los matrimonios entre padres e hijos, y mucho menos entre parientes colaterales. San Pablo pondera varias veces la gran corrupción que reinaba entre los gentiles, corrupción que considera como un castigo del desconocimiento de Dios y del culto de los ídolos. Causa estupor la naturalidad con que los autores griegos y romanos hablan de los vicios contra naturaleza. En esta parte, Israel, sin estar libre de reproche, todavía se hallaba muy por encima de los pueblos paganos y hasta de los filósofos. No obstante, Hammurabi es bastante severo en esta materia: "Si un hombre tiene comercio con su hija, se le arrojará del lugar;" "si uno tiene comercio con la mujer de su hijo, será atado y arrojado al río;" "si uno ha dormido en el seno de su madre, serán quemados vivos;" "si uno ha tenido comercio con su nodriza, mujer de su padre, será expulsado de la casa paterna." Alguien ha querido ver sancionado el incesto de Rubén en Gén 49,4 al tenor de este último artículo del código babilónico. El código hitita se contenta con declarar punibles los delitos más graves de incesto, pero sin determinar la pena.
El autor sagrado anuncia de modo solemne, poniendo en boca del mismo Dios las ordenaciones graves que a continuación expresa. En la introducción se insiste en que Yahvé es el Dios de Israel y que, como tal, tiene derecho a exigir el cumplimiento de sus mandatos. Les previene contra las malas costumbres de Egipto, donde han habitado, y de las de Canaán, adonde van a morar (v.1-5). Como antes indicábamos, en Egipto las leyes de consanguinidad apenas tenían importancia para las relaciones sexuales: "Los egipcios no parecen tener idea del incesto...; la unión del padre y de la hija no se consideraba inmoral. El título real o divino "el toro de la madre" parece indicar que las relaciones íntimas entre la madre y el hijo eran, si no frecuentes, al menos consideradas como naturales." Las costumbres de los cananeos eran más disolutas, pues los cultos impúdicos a Astarté, diosa de la fertilidad, fomentaban todos los desórdenes sexuales.
Primero se enuncia el principio general: no debe haber comercio sexual entre consanguíneos (lit. "carne de su cuerpo"). La expresión descubrir su desnudez es un eufemismo que indica las relaciones íntimas sexuales (v.6). Después el legislador concreta las prohibiciones: primero, la unión de un hijo con su padre o con su madre (v.7). Después, por respeto a la dignidad del padre, se prohibe la unión con la mujer de su padre (v.8). En régimen de poligamia, ésta podía no ser su madre. Es el caso del incestuoso de Corinto. Por la misma razón se prohibe la unión con una hermana o medio hermana (v.9). También está prohibida la unión del abuelo con su nieta (v.10) y la unión con hermanas o medio hermanas (v.11). Es el caso de Abraham con Sara, y era lo normal entre los faraones para salvaguardar la sangre divina real. Se prohibe la unión con la tía paterna o materna (v.12). No se prohibía la unión de un tío con su sobrina. Tampoco debía haber comercio con la esposa del tío (v.14). Prohibición entre suegro y nuera (v.15), lo que rige ya en la época patriarcal. Prohibición de unión con la cuñada (v.16), por supuesto mientras viva el hermano. En Dt 25, 5-6 se ordena al hermano del difunto casarse con la viuda de éste. Es la institución del levirato; pero en la legislación levítica no se dice nada de este caso. Prohibición de tener relaciones con una mujer y su hija o nieta (v.17). Prohibición de relaciones con la hermana de la propia mujer (v.18). Jacob tomó por esposas a las dos hermanas Lía y Raquel. Se prohibe sobre todo en razón de los celos que se siguen.
Ya hemos visto que en el código de Hammurabi se prohibían ciertos casos de incesto, como la unión del padre con la hija, del padre con la mujer de su hijo, del hijo con la madre. En Grecia se prohibían estas uniones incestuosas, y en Roma se prohibe la unión entre tíos y sobrinos.
Siguen las prohibiciones de relaciones sexuales cuando la mujer es impura legalmente (v.19), prohibición de uniones adulterinas (v.20). La prohibición relativa a no inmolar hijos a Moloc (v.21) parece desplazada, pero es una de las abominaciones que han de evitar cuando entren en Canaán. En efecto, por las excavaciones de Gezer vemos confirmadas las afirmaciones de la Biblia relativas a sacrificios humanos de niños recién nacidos y primogénitos para aplacar los malos genios. Moloc es una vocalización falsa de los LXX que pasó a la Vg. El TM vocaliza Molec despectivamente, dándole la vocalización de boseth (vergüenza, infamia). Moloc es una adulteración de melek (rey), y que parece ser el dios Milk de los cananeos, tal como se desprende de la onomástica de Tell-Amarna. En la Biblia se habla de "pasar por el fuego en honor de Moloc"; eran verdaderos sacrificios humanos.
Los reyes Acaz y Manasés sacrificaron sus hijos a Moloc. Prohibición de la sodomía (v.22), vicio muy extendido en la antigüedad, que había entrado entre los mismos israelitas. En las prácticas de la prostitución sagrada en los templos de Astarté figuran hieródulos masculinos. Lo mismo en los templos de Babilonia.
Prohibición de la bestialidad (v.23), muy extendida entre tribus de pastores. La conclusión (v.24-30) es una invitación parenética a ser fieles a estas prescripciones, con la amenaza de hacerles sufrir las mismas penas que las poblaciones cananeas. Es el epílogo de todo el capítulo.
Lv 19, 1-37. Diversas leyes religiosas, ceremoniales y morales
Este capítulo es una verdadera miscelánea, en la cual, a los preceptos del Decálogo, y otros de alto valor moral, se juntan algunos de carácter ritual, cuya razón particular se nos escapa. El estilo es el del código de la alianza y aun del Deuteronomio. El principio que une todos estos preceptos diversos es la famosa invitación: "Sed santos, porque yo soy santo. Yo, Yahvé, vuestro Dios." Hay dos grupos (1-18 y 19-37). En todo caso se ve la mano de varios redactores en el conjunto, ya que las repeticiones son frecuentes.
Empieza el legislador anunciando el principio de la santidad de Yahvé, que impone a Israel estas normas de vida santa. Aquí se trata no sólo de una santidad ritual o legal, sino moral, ya que la mayor parte de las ordenaciones son del ámbito religioso y moral. Después de enunciar el principio de la santidad de Yahvé, repite enfáticamente la frase consagrada, que hemos encontrado en el capítulo anterior: "Yo, Yahvé, vuestro Dios," título que invita a la obediencia y acatamiento sin reservas.
Después empieza la enumeración de los preceptos morales, con el fundamental de honrar a los padres y observar el sábado, que hemos visto en el código de la alianza y en el Decálogo. Sólo estos dos están formulados en forma positiva. Sigue la prohibición de los cultos idolátricos y de figurar a Dios con imágenes sensibles (v.4). A los ídolos se les llama despectivamente elilim (vanidades, nada).
Lv 19, 5-8. Hostias Pacíficas
Sobre los sacrificios pacíficos ya hemos visto las prescripciones concretas. Aquí se permite, en plan indulgente, el que los oferentes puedan comer parte de la víctima el día siguiente de ser sacrificada, lo que sólo se permitía en los sacrificios voluntarios o hechos por un voto. El que comiere algo de lo que quedare el tercer día, sería excomulgado, ya que debía quemarse si quedaba algo el segundo día.
Lv 19, 9-10. El Rebusco de los Rastrojos y de las Viñas
El legislador se acuerda aquí de los que nada poseen -pobres y extranjeros- y por humanitarismo impone al propietario que no sea tan aprovechado que siegue hasta las lindes el campo y recoja las espigas caídas o los frutos caídos del árbol. Esto se repite en otras nuevas leyes. Es la ley llamada de la pea o del ángulo reservado, sobre la que se detalla mucho en la Mishna. En los otros textos en que se alude a esta ley se da como razón que Israel también fue pobre y extranjero en Egipto. Por el libro de Rut vemos cómo se cumplía esta ley de permitir el rebusco a los extranjeros y pobres. La costumbre subsiste aún entre los árabes.
Lv 19, 11-14. Justicia Para con el Prójimo
El legislador prohibe el hurto, cortando de raíz sus ocasiones al prohibir todo engaño y falsedad con el prójimo (v.11). La primera parte estaba expresada en el Decálogo. La prohibición del juramento en falso del Decálogo es aquí razonada, en cuanto que es una profanación del nombre de Dios (v.12). Se condena toda opresión violenta del prójimo y el diferir el pago del salario al jornalero (v.13). El mercenario era contratado por algún tiempo, y en su subsistencia dependía de los bienes en especie que cada día se le daban. Estaba en una posición superior a la del esclavo. En nombre de Dios, que protege a los pobres y débiles, el legislador prohibe maldecir al sordo y poner obstáculos al ciego, porque éstos no pueden contestar a su conducta (v.14).
Lv 19, 15-18. Rectitud y caridad para con el prójimo
Contra toda acepción de personas, se ordena que no se ha de favorecer ni al pobre ni complacer al rico. La justicia es la base del orden social, y por eso se inculca reiteradamente la objetividad en las causas judiciales. Siguiendo la idea de la administración de la justicia judicial, el legislador añade que no se debe difamar a nadie con vistas al derramamiento de sangre (v.16). Es lo que hemos visto en Ex 23, 7: "Te alejarás de toda causa falsa y no harás perecer al justo y al inocente." Y como base del sentido de justicia, se prohiben los deseos adversos internos contra el prójimo (v.17), al que hay que reprender externamente antes de guardar rencor en el corazón, con el peligro de desahogarlo violentamente contra él.
Los odios reconcentrados pueden dar lugar a explosiones violentas que sean un verdadero pecado, que recae sobre el que las ejecuta. Quizá aquí también se recomienda la corrección fraterna como obligación para no cargar con posibles pecados ajenos. En todo caso, aquí hay una invitación a la reconciliación y al espíritu de comprensión, ahogando todo sentimiento de odio violento. Es el gran mandato: "Amarás al prójimo como a ti mismo" (v.18). Aquí prójimo se refiere al israelita o compatriota, aunque los extranjeros que habitan entre éstos son tratados con cierta consideración. Sin llegar a la moral evangélica, encontramos aquí un gran principio que, según San Pablo, es la síntesis de todos los mandamientos. En el comentario rabínico se dice a propósito de este texto: "El prójimo no es el samaritano, ni el extranjero, ni el prosélito". Es la interpretación que daban los judíos en tiempo de Cristo: "Habéis oído: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo." En el mensaje evangélico, el amor al prójimo es una consecuencia y proyección del amor al Dios-Padre celestial, que hace salir el sol para buenos y malos. Pero en el Antiguo Testamento no encontramos un ideal tan alto, y así son frecuentes las expresiones de odio en personajes que, por otra parte, son fieles.
El autor no da ninguna razón para imponer estas prescripciones tan peregrinas: no se puede uncir dos bestias de diversa especie. En Dt 20, 9-11 se concreta esto diciendo que no se pueden uncir un buey y un asno. Hoy día en Palestina es corriente ver un camello y un asno. Tampoco se permite sembrar en un campo simientes de diversa especie ni llevar vestido de distinta clase de hilo. Como en casos análogos de distinción entre animales puros o impuros, tenemos que ver en estas prohibiciones reacciones contra determinadas prácticas supersticiosas o simplemente costumbres atávicas que originariamente tuvieron razones supersticiosas. Parece que en los juegos mágicos se utilizaban combinaciones de tejidos de lino y de lana. El legislador, pues, teniendo en cuenta la mentalidad primitiva de su pueblo, procura hacer frente a posibles prácticas supersticiosas con leyes que a nosotros nos parecen irracionales.
Lv 19, 20-22. Caso especial de adulterio
El castigo ordinario para el caso de adulterio era la muerte. En caso de relaciones con la esclava, que es concubina de otro, el infractor debe ofrecer un sacrificio, consistente en un carnero, en expiación por su pecado. No se dice nada de otra pena impuesta por el dueño que había sido ofendido. Pero es de suponer, pues el sacrificio era en desagravio de Dios, pero no era satisfacción para el dueño de la esclava.
Lv 19, 23-25. Primicias de los frutos
Durante los tres primeros años no debían comerse los frutos de un árbol, pues eran considerados como incircuncisos (v.23), es decir, como un niño incircunciso, que aún no ha entrado en la sociedad israelita. Seguramente era para dejar desarrollarse al árbol plenamente. Al cuarto año debían ser consagrados a Yahvé, y sólo al quinto podían ser utilizados. Estas primicias reservadas a Dios son paralelas a los primogénitos y primicias de la cosecha.
Lv 19, 26-31. Contra la magia y la superstición
Ya hemos visto la prohibición de comer sangre, pero aquí en el contexto parece que se insinúa que ello implicaba prácticas mágicas y supersticiosas. Por la misma razón se prohibe cortarse el pelo en redondo y la barba por los lados, pues esto obedecía a ritos mágicos y supersticiosos. Por lo mismo se prohíben las incisiones, como era usual entre los sacerdotes de Baal, y los tatuajes, muy usuales entre orientales, los cuales llevaban sus divinidades pintadas en sus carnes. Se prohibe la prostitución, sin especificar si es la sagrada de los templos cananeos o la pública profesional. Nueva ordenación de guardar los sábados y reverenciar el santuario de Yahvé, evitando toda impureza (v.30). Por fin, prohibición de usos nigrománticos, o evocación de los muertos, lo que estaba muy en uso en Canaán, Egipto y Mesopotamia, lo mismo que entre griegos y romanos.
Lv 19, 32-34. Reglas humanitarias
La ancianidad merece respeto y veneración. En la Biblia, reiteradas veces se recomiendan las deferencias para los ancianos. A propósito de este precepto se suele citar el proverbio egipcio: "No te sientes cuando uno más anciano que tú está de pie". En el v.18 se dijo que se debe amar al prójimo o compatriota como a sí mismo. Aquí se reitera el trato humano con el extranjero, y para autorizar esta recomendación, el legislador recuerda que también los israelitas fueron extranjeros en Egipto, y, como tales, saben lo que es morar en tierra extraña. También se ordena tratar bien al indígena del país que han de habitar, pues, aunque no sea israelita, está en su tierra y es digno de toda consideración.
Lv 19, 35-37. Rectitud en los juicios y honradez en el comercio
De nuevo se concretan ciertas prescripciones relativas a la justicia en el comercio. En la Biblia, reiteradamente los escritores sagrados y profetas claman por que las balanzas no estén falseadas, para no robar al prójimo. "La balanza engañosa es abominación ante Yahvé," dice el autor de los Proverbios. El efá equivalía a unos 39 litros (para áridos) y el hin a unos seis. Eran las medidas más empleadas, y por ello son aquí especialmente citadas como tipo de las otras medidas de áridos y de líquidos.
Y la miscelánea de mandamientos concretos que hemos visto se termina por una recomendación general a la observancia de ellos (v.37), y detrás la declaración majestuosa y solemne da razón de todas las exigencias: "Yo, Yahvé."
Preceptos legales sobre el "prójimo"
Los preceptos del Decálogo tienen un valor universal. La palabra prójimo, que en ellos figura varias veces, abarca a todos los hombres sin distinción. Otro tanto hemos de decir de los mismos preceptos, con sus ampliaciones, que se leen en el código llamado de santidad (Lv 19, 11-16). Mas no podemos afirmar lo mismo de los dos versículos siguientes: "No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; reprenderás a tu prójimo, pero no impondrás sobre él un pecado. No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo, sino que amaras a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Yahvé." Los primeros preceptos negativos son particulares, tienen por objeto al hermano, al hijo de Israel. El mandamiento del amor con que termina es también particular, y el prójimo en él no se extiende más de lo que se extiende el hermano o israelita. Todavía quiso la exégesis rabínica restringirlo más. Para los fariseos, el prójimo era sinónimo de pariente, amigo; por esto añadían al precepto del amor: aborrecerás a tu enemigo, no creyendo que a éste se le pudiera dar el nombre de prójimo o de hermano. De aquí la pregunta del doctor: "¿Y quién es mi prójimo?" Pero semejante interpretación es, sin duda, contraria a la letra de la Ley. Y Jesucristo la condenó en el pasaje de San Mateo arriba citado.
1. Los Indígenas e Inmigrados.- Después de los hebreos son los indígenas y los inmigrados por los que la Ley muestra más simpatía. La razón estriba en que unos y otros vivían sometidos a Israel y no podían constituir un peligro serio para la nacionalidad y religión israelita. Ni los indígenas, que habían aceptado la dominación hebrea, ni los inmigrados, que en pequeños grupos venían a pedir hospitalidad, tenían fuerza para sobreponerse a los israelitas ni ejercían sobre éstos tal influencia que les impusieran su cultura y su religión. Por eso el legislador viene a considerarlos casi de la misma condición que los hijos de Israel, con los cuales poco a poco se fueron fusionando.
En las diferentes disposiciones acerca de estos dos grupos se debe advertir una pequeña diferencia entre el Deuteronomio y los otros libros de la Ley. En éstos, el indígena tiene el primer lugar en la consideración del legislador y a él se asimila el inmigrado; en cambio, en el Deuteronomio, nunca el indígena se menciona y el inmigrado se cuenta con los pobres, huérfanos y viudas, que tan principal lugar ocupan en la legislación deuteronómica.
Tanto el indígena como el inmigrado están sujetos al mismo derecho penal religioso que el israelita. Si sacrificasen sus hijos a Moloc, serán castigados con la última pena, igual que los hijos de Israel (Lv 20, 2ss). Lo mismo si blasfemaran el nombre de Yahvé (Lv 24, 16). Esta igualdad ante el derecho penal, en materia religiosa, podría, tal vez, explicarse por la necesidad de imponer respeto a la religión nacional, más bien que por consideración igualitaria de estas clases con los hebreos. Pero es este último el motivo. Lo prueban las restantes disposiciones penales. En el caso de homicidio, igual es la pena para el indígena y el inmigrado que para el hebreo, y del mismo modo alcanza a todos el asilo en las ciudades de refugio para el caso de homicidio casual o involuntario. Igual principio rige en la vida religiosa. En efecto, tanto el indígena como el inmigrado son admitidos a la celebración de la Pascua, con tal que antes se circunciden. Es ésta una gracia muy de notar, a causa de la significación religiosa y nacional de tal solemnidad. Igualmente se les admitía a celebrar la fiesta de los Tabernáculos, y eran obligados a la observancia del descanso sabático y a celebrar la fiesta de la expiación nacional en el mes séptimo. Los ritos expiatorios por los pecados individuales son idénticos y una misma la obligación de practicarlos. La ley de santidad es también igual para los israelitas y para los indígenas e inmigrados, en particular la ley de no comer carne con sangre, y uno mismo es el rito expiatorio de este pecado. Unos mismos son, finalmente, los ritos usados en la celebración de los otros sacrificios y el derecho y obligación de ofrecerlos.
El Deuteronomio desconoce al indígena, sin duda porque le considera ya totalmente incorporado al pueblo israelita. En cuanto al inmigrado, sigue el mismo principio de los otros códigos. Debe concurrir el año séptimo a la fiesta de los Tabernáculos para escuchar la ley de Yahvé. De la solemne renovación de la alianza, que habría de celebrar Josué en el Garizim, se escribe que con el pueblo "entrará el inmigrado que esté en tu campo, desde el que corta la leña hasta el que acarrea el agua, en la alianza que Yahvé, tu Dios, concluye contigo este día, para constituirte un pueblo suyo y ser El tu Dios, según ha prometido y jurado a tus padres Abraham, Isaac y Jacob."
Ya se puede colegir por lo dicho cuáles serán las disposiciones de la ley mosaica respecto de los indígenas e inmigrados en el orden social, cuando tan igualitaria se muestra en el orden religioso y penal. "No maltratarás al emigrado -dice el código de la alianza- ni le oprimirás, pues inmigrados fuisteis vosotros en la tierra de Egipto." En este precepto general se comprenden todos los otros preceptos negativos que arriba dejamos anotados respecto del prójimo.
Pero, en este caso, la Ley no se contenta con simples preceptos negativos; exige algo más. "Cuando un inmigrante viniese a habitar en medio de vosotros, no le oprimáis; tratad al inmigrante que habita en medio de vosotros como al indígena de en medio de vosotros, y le amarás como a ti mismo, porque también vosotros fuisteis inmigrantes en el país de Egipto. Yo, Yahvé, vuestro Dios."
He aquí la norma del trato que los hebreos deben dar a aquellos pobres indígenas que vivían sometidos a su dominio y a los que de lejos venían a buscar medios de vida bajo su amparo. El precepto del amor rompe las barreras del nacionalismo y se extiende a los extraños según la sangre, pero unidos por adopción al pueblo de Yahvé. Las obras porque este amor ha de mostrar su eficacia son las mismas que la Ley impone para con los hebreos. Los inmigrados son incluidos en la categoría de los pobres de Israel, que la ley deuteronómica encomienda tanto a la misericordia del pueblo. También les alcanza el beneficio del descanso sabático. La Ley prohibe asimismo darles a usura dinero o vituallas cuando se hallen en necesidad, igual que se prohibe hacerlo con el hebreo, y extiende a ellos los privilegios que la Ley concede a los deudores israelitas. Estos no podían ser reducidos a esclavitud perpetua, y tampoco los indígenas e inmigrados, pues la Ley establece formalmente que los siervos han de buscarlos entre los pueblos circunvecinos.
En una sola cosa estas dos clases de personas no son iguales a los hebreos. Si, habitando en medio de Israel, vinieron a enriquecerse, y un hebreo, obligado por la pobreza, cayere bajo la servidumbre del indígena o inmigrado, tendrá siempre derecho al rescate. Con esto la Ley no infringe los derechos del acreedor. Provee al honor del pueblo israelita. Digna conclusión de todo este capítulo de la ley mosaica son las palabras del Deuteronomio: "Circuncidad vuestros corazones, y no endurezcáis vuestra cerviz, porque Yahvé, vuestro Dios, es el Dios de los dioses, el Señor de los señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no hace acepción de personas ni recibe regalos, que hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama al inmigrante y le alimenta y le viste. Amad también vosotros al emigrante, porque inmigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto."
2. Los Advenedizos Y Extranjeros. Los indígenas e inmigrantes eran personas establecidas en Israel e incorporadas, por la circuncisión, al pueblo de Dios. No así los dos grupos que siguen. Estos eran extraños al pueblo, y sobre este principio se basan las normas jurídicas que los alcanzan. Era el advenedizo, tosab, jornalero que de los pueblos circunvecinos, por temporadas, venía a Israel en busca de trabajo, y que no lograba arraigar en el pueblo. Como jornalero y pobre, la Ley le concede los derechos de los pobres: la parte en los frutos de la tierra en el año sabático; pero, como extraño, no podrá tener parte en la solemnidad de la Pascua. Reducido a servidumbre, será siervo perpetuo y, con mayor razón que el inmigrante, no podrá adquirir derecho perpetuo sobre los hebreos vendidos por deudas. Se le concede, sin embargo, derecho de asilo en las ciudades de refugio para los casos señalados por la Ley.
Los extranjeros, noker y nokeri, aparecen en la Ley como de condición más alta. Se asemejan a los precedentes en ser extraños a Israel, y el legislador se ocupa más de ellos, sin duda por la mayor influencia que podrían tener en la vida del pueblo. No solamente no podían participar del banquete pascual, pero ni siquiera ofrecer sacrificios en el santuario de Yahvé, "porque sus ofrendas están manchadas." En cambio, pueden comer carne sin sangrar, y por eso se les puede vender una bestia muerta. Estas disposiciones demuestran que estos extranjeros no formaban parte de la sociedad israelita. Por esta razón, la Ley intentaba impedir que de modo alguno tuviesen dominio sobre el pueblo de Israel ni aun se mezclaran con él. El texto acerca de la monarquía prohibe que un extranjero sea constituido rey sobre el pueblo elegido, y más rigurosamente veda las uniones matrimoniales con los extranjeros. Asimismo les niega la Ley el derecho de adquirir propiedad sobre siervos hebreos, autorizando el rescate por quienquiera que sea. En cambio, permite que se les dé a interés, lo cual no debe maravillar, si se tiene en cuenta que estos extranjeros no eran indigentes, sino negociantes, que fácilmente se convertían en explotadores del pueblo. La ley del año sabático, que vedaba apremiar a los deudores, no reza tampoco con estos extranjeros, que vivían del tráfico y no de la agricultura. Finalmente, todos ellos, como sus descendientes, podían ser comprados y retenidos como siervos perpetuos por los hebreos61, en lo cual la Ley se acomoda a las costumbres y leyes generales de la antigüedad.
La suma de cuanto precede se divide en dos capítulos: el primero trata de aquellos pueblos que la Ley considera incorporados a Israel. A éstos aplica el principio del amor del prójimo que el legislador había impuesto al pueblo de Yahvé. Este principio se funda, si no en la comunidad de sangre, en la unidad de religión, lazo poderoso de la vida social.
3. El Mesianismo De Los Profetas. La Ley es preparación y figura del Evangelio. Los profetas, que llevaban muy impresa en el alma la Ley de Dios y sentían vivísimamente que el pueblo no ajustara a ella su vida, se consolaban de esta pena contemplando los días venturosos en que Dios reinaría plenamente sobre Israel. Comenzará el Señor perdonando los pecados de su pueblo y purificándolo de todas sus impurezas; "infundirá en sus corazones un espíritu nuevo y hará que todos le conozcan y le amen." De aquí vendrá que la ciudad de Jerusalén será de verdad la ciudad santa. Por sus calles no pasará jamás el incircunciso y el impuro; los caminos que a ella conducen serán también santos. Pero a la manera como los extranjeros venían a Israel, unos para incorporarse a él, otros para sus negocios, sin contar los que venían con intención de avasallarle, de los cuales la Ley no habla, si no es en los capítulos que dedica a las sanciones divinas, así ahora -en los días gloriosos del reino de Dios- todas las naciones correrán a Jerusalén, trayendo sus tesoros para ofrecerlos a Yahvé y para enriquecer a su pueblo. Dice Isaías: "Llamarás a los pueblos que te son desconocidos, y pueblos que no te conocen correrán a ti por Yahvé, tu Dios, por el Santo de Israel, que te glorificará." Y con más vivos colores dice el mismo profeta en otra parte: "Tus puertas estarán siempre abiertas, no se cerrarán ni de día ni de noche, para traerte los bienes de las gentes con sus reyes por guías al frente, porque las naciones y los vecinos que no te sirvan a ti perecerán y serán exterminados." En Lv 2, 2ss tenemos otro oráculo, que también leemos en Miqueas: "Y correrán a él (al monte de la casa de Yahvé) todas las gentes, y vendrán muchedumbres de pueblos diciendo: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, y El nos enseñará sus caminos e iremos por sus sendas, porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé."
Concluiremos con el salmo 87, que nos pinta a Jerusalén como la patria de todas las naciones:
"Su fundamento está sobre los altos montes;
ama Dios las puertas de Sión
más que todas las tiendas de Jacob.
Muy gloriosas cosas se han dicho de ti,
ciudad de Dios.
"Cantaré a Rahab (Egipto)
y a Babilonia entre los que me conocen;
la Filistea y Tiro con los etíopes,
éstos allí nacieron.
De Sión se dirá: Este y el otro allí han nacido,
y el Altísimo mismo es quien la fundó."
Escribirá Yahvé en el libro de los pueblos: Este nació allí.
Y cantarán saltando de júbilo:
"En ti están mis fuentes todas."
Entonces se cumplirá lo que dice San Pablo: que en Cristo no hay diferencia entre judío y gentil, porque todos son uno en Cristo.
Lv 20, 1-27. Diversas leyes penales
Este capítulo es una continuación del anterior, en cuanto se señalan las penas por las faltas indicadas en el anterior, o al menos se expresa su reprobación.
Lv 20, 1-5. Reprobación del culto a Moloc
En Lv 18, 21 se prohibía el culto a Moloc bajo pena de muerte. Aquí se vuelve a concretar, diciendo que quien entregare su hijo a Moloc para ser sacrificado en su honor debe ser lapidado por el pueblo. Caso de que no se cumpla la sentencia, Dios mismo se encargará de dar muerte al culpable y a su familia. El culto a Moloc es llamado prostitución (?.6) en el sentido de que es abandonar al verdadero Dios para irse tras los ídolos. En la literatura profética, este símil aparece muchas veces.
Lv 20, 6. Consulta de adivinos y evocación de los muertos
Lo mismo que la idolatría, la consulta a los manes de los muertos es considerada como una prostitución, en cuanto que es una defección y un acto de desconfianza en Yahvé. Dios mismo se encargará de castigarle con la muerte. Pero no se impone la lapidación, como en el caso anterior, que se consideraba de mayor gravedad.
Lv 20, 7-8. Invitación al cumplimiento de las leyes divinas
Se pone como base de la obligación a las leyes divinas la necesidad de ser santos, algo aparte de todos los pueblos. Israel, como pueblo elegido, tiene que vivir en una atmósfera superior de santidad ritual y moral, pues por su elección tiene relaciones especiales con el que es santo por excelencia.
Lv 20, 9. Maldición contra los padres
La pena de muerte es el castigo merecido para el que se haya atrevido a lanzar maldiciones contra su progenitor. Jesucristo cita este texto para desenmascarar la hipocresía de los fariseos. En el código de Hammurabi se cortaban las manos al que se atreviera a levantar la mano contra sus padres.
Lv 20, 10. Contra el adulterio
El mismo castigo capital para los adúlteros. El código de Hammurabi imponía la misma pena en los términos siguientes: "Si la esposa de un hombre es sorprendida en el lecho con otro hombre, se los liará y echará al agua; pero, si el marido perdona la vida de su esposa, el rey se la perdonará a su servidor." En las leyes asirias se ordena algo parecido.
Lv 20, 11-21. Contra los pecados de incesto y de bestialidad
Es el caso de incesto que hemos visto en Lv 18, 8. En el código de Hammurabi se expresa en estos términos: "Si un hombre es sorprendido en el seno de la que le ha educado, y que ha tenido hijos (de su padre), este hombre será arrancado de la casa paterna". La pena de muerte se impone al que tuviera relaciones con la nuera (v.12). En el código de Hammurabi: "Si un hombre ha elegido una esposa para su hijo, y si éste la ha conocido, si el padre es sorprendido acostado en su seno, se liará a este hombre y se le echará al agua." El pecado de sodomía es castigado con la pena de muerte a los dos culpables (?.13). El caso del que tomare por esposas a madre e hija es considerado como un mayor pecado, ya que se impone la pena del fuego, que muy raramente se inflige en la legislación mosaica. Para el caso de bestialidad se impone la pena de muerte. La bestia debe también ser matada (v.15-16). El incesto con hermana o medio hermana es castigado con la pena de muerte a ambos (v.17). Bajo la misma pena de "ser borrados de en medio del pueblo" se incluyen los que tengan relaciones sexuales cuando la mujer está en estado de impureza (v.18). La expresión "ser borrado de en medio del pueblo" puede tener el sentido extremo de ser matado o excomulgado de la sociedad israelita. Para el que tenga relaciones con su tía (v.19) se dice que llevará "su iniquidad," sin concretar más. Dios se reserva el castigo merecido por esa iniquidad. El caso del v.20 parece se refiere a la tía por alianza, es decir, la mujer de su tío carnal. El castigo para el que tenga relaciones con ella se limita a que Dios no les concederá hijos, lo que en el Antiguo Testamento se consideraba como una maldición. La misma pena recaerá sobre el que tenga relaciones con su cuñada (v.21). No se alude aquí para nada al caso de levirato.
Lv 20, 22-26. Conclusión exhortatoria
La conclusión parenética es similar a la de Lv 18, 24-30. Se exhorta al cumplimiento de las anteriores leyes y se insiste en la distinción entre animales puros e impuros como algo muy fundamental para conservar la santidad del pueblo ante Yahvé, santo, que los ha elegido como porción selecta.
Lv 20, 27. Contra la brujería
De nuevo, como en el v.6, se insiste en la pena merecida de los adivinos y nigromantes, porque la práctica de la brujería estaba muy extendida, y era una especie de culto idolátrico y, por tanto, abominable ante el celoso Yahvé. La pena por tal pecado es la lapidación.
Lv 21, 1-24. Pureza ritual de los sacerdotes
Los c.21-25 constituyen una nueva sección lógica, pues se trata de lo relativo al culto: a) santidad de los sacerdotes (c.21); d) santidad de los sacrificios (0.22); c) días de fiesta (0.23); e) lámparas y panes de la proposición (Lv 24, 1-9); e) contra la blasfemia (Lv 24, 10-23); f) año sabático y de jubileo (c.25).
En los capítulos anteriores se ha tratado de la pureza ritual y moral del pueblo en general, porque debe ser santo. En el caso de los sacerdotes, esto debe destacarse mucho más. Siendo Yahvé santo, los sacerdotes, "que se acercan a Yahvé" y viven en su santuario, han de guardar una mayor santidad, como corresponde a su estado. Además es preciso que gocen ante el pueblo de la estimación que corresponde a lo sagrado de su ministerio. Esto tiene mayor aplicación al sumo sacerdote. De aquí las normas de santidad a que deben estar sometidos. Por ello no es de admirar que Moisés, al poner las bases de la teocracia hebraica, haya puesto un valladar ritual para preservar la santidad de los que habían de ser la base espiritual de la nueva sociedad israelita. No obstante, la legislación ha sido retocada, adaptada y completada a través de los siglos.
Lv 21, 1-9. Reglas de pureza para los sacerdotes en general
Hemos visto cómo el contacto con cadáveres de animales y de personas causa impureza legal. Los sacerdotes, por sus funciones especiales, que deben estar limpias de toda mácula, deben abstenerse de tocar cadáveres, asistir a entierros o funerales. Únicamente se les permitían estos actos cuando se tratara de sus más próximos parientes: padres, hermanos e hijos. De la esposa no dice nada. La hija que aún no se ha casado forma parte de la casa del sacerdote, y, por tanto, se le permite a éste hacer actos de duelo por ella y tocar su cadáver. Si se casa, ya pertenece a otra casa, y, por tanto, como extraña, se ha de evitar su contacto (v.3). Debe abstenerse de ciertas prácticas de duelo que incluían creencias supersticiosas, como raerse el pelo, y cortarse la barba por los lados, y hacerse incisiones en la carne (v.5). Por el hecho de que presentan a Dios su pan en los sacrificios, tienen que mantenerse santos. Por esta misma razón de santidad, debían abstenerse de tomar mujeres deshonradas por la prostitución, el repudio (v.7). El v.8 parece que interrumpe el sentido del contexto, y tiene los avisos de glosa, con el fin de encarecer la veneración por los sacerdotes ante el pueblo. En el v.9 se dice que la hija del sacerdote que se prostituya debe ser quemada, pues deshonra a su padre.
Lv 21, 10-15. Reglas de pureza para el sumo sacerdote
Las exigencias de pureza para el sumo sacerdote son mayores, en consonancia con su alta dignidad. No debe descubrir su cabeza ungida, dejando los cabellos en desorden, y puesto que sus vestidos son sagrados, no debe desgarrarlos. Quiere el legislador que se abstengan de estas manifestaciones de duelo, que probablemente en el pueblo en su origen tenían sentido supersticioso. El cortarse los cabellos en señal de duelo era usual entre babilonios y árabes, y parece que se dedicaba la cabellera a la divinidad. No se permite al sumo sacerdote tocar los cadáveres de su padre y de su madre (v.11). No podía casarse con viuda, ni repudiada, ni prostituta. Tenía que ser virgen la que tomara por esposa; con ello se quiere rodear de más estimación su persona ante el pueblo (v.18). Los simples sacerdotes podían casarse con viudas.
Lv 21, 16-24. Impedimentos físicos para el sacerdocio
Para salvaguardar la estimación del sacerdote se excluyen para tal dignidad todos los deformes, que pueden ser menos apreciados por el pueblo en razón de su deformidad. Entre los babilonios se exigían también ciertas cualidades corporales para poder ser adivino, sacerdote o baru. Sin embargo, aunque por los defectos corporales están excluidos los sacerdotes de sus funciones sacerdotales, tienen derecho a participar de los sacrificios como medio de subsistencia: "Podrá comer del pan de su Dios," es decir, de las ofrendas y sacrificios, que son santas.
Lv 22, 1-33. Los sacerdotes
Lv 22, 1-15. Los que pueden comer las cosas santas
Es un principio de sentido natural que quien sirve al altar, del altar ha de vivir. En los tiempos del Antiguo Testamento, el sacerdote no vivía solo; tenía su familia, que dependía de él. Por otra parte, las cosas que el sacerdote recibe del altar son santas, pues participan de la santidad del altar, y es preciso respetar su santidad. De aquí las normas establecidas en este capítulo. Primeramente no se acercará a la mesa en que se sirven las cosas santas ninguno que haya contraído impureza por las muchas vías por donde ésta se puede contraer (v.3-9), si antes no se purifica. Estas cosas santas, a las que tenían acceso sólo los sacerdotes en determinadas circunstancias de pureza legal, son, además de los dones dados directamente a los sacerdotes, las partes de las víctimas en los sacrificios pacíficos y expiatorios, que no se consumían sobre el altar. Estas eran llamadas santísimas. Entre las cosas que impiden al sacerdote participar de ellas están la lepra, la gonorrea, el contacto con una persona que ha tocado un cadáver, contacto directo con el cadáver, el flujo seminal, el contacto con animales reptantes. En los primeros casos debe purificarse con especiales ritos, y en los restantes basta con que se reserve hasta la tarde y se bañe. También se le prohibe al sacerdote comer mortecino o desgarrado (v.8), es decir, de un animal que ha muerto en el campo por las fieras. Los extraños a la familia del sacerdote no pueden participar de estas cosas santas, aunque sea un huésped o un jornalero (v.10); a éstos no se les admitía tampoco al banquete pascual. Sin embargo, al esclavo comprado o nacido en casa se le permite comer las cosas santas. Está vinculado a la familia de un modo más definitivo, y, según la legislación, era circuncidado y admitido al rito pascual. La hija del sacerdote casada no podrá comer de las cosas santas mientras forme hogar aparte. Sólo cuando, viuda o repudiada, vuelva a vivir con su padre tiene derecho a participar de las cosas santas (v.18). Se mantiene, pues, siempre el principio de que el que sea extraño a la familia no puede comer las cosas santas, privativas de la familia sacerdotal. Caso de que, por error, alguno comiera cosas santas sin tener derecho a ellas, debe restituir lo equivalente y un quinto más. En Lv 5, 15-16 se dice que además debe ofrecer un sacrificio de reparación; lo que prueba que nos hallamos ante diferentes codificaciones legislativas paralelas que han quedado en el Levítico. Por fin, el legislador encarece a los sacerdotes que vigilen por el cumplimiento de estas leyes (v.15). Sancta sanctis, las cosas santas son para los santos o puros, según el antiguo principio de santidad. Los sacerdotes deben vigilar para que no se profanen las cosas santas, comiendo de ellas quienes no están autorizados para ello. En ese caso se hacen reos de la "fealdad del delito" de los infractores (v.16). Otra interpretación es suponer que los sacerdotes con su negligencia son culpables de que el pueblo ignorante se cargue con pecados involuntariamente ante Dios. En el nuevo orden de la ley evangélica, quienes indignamente reciban los sacramentos llamados de vivos -confirmación, comunión, orden y matrimonio- cometen sacrilegio, y estos sacramentos, lejos de dar la vida, causan la muerte.
Lv 22, 17-25. Cualidades de las víctimas de los sacrificios
El profeta Malaquías echaba en cara a los sacerdotes el poco aprecio que hacían de la mesa del Señor, pues le ofrecían víctimas defectuosas. Y les decía irónicamente: "Id al gobernador con esas víctimas y ved si las acepta." Sin duda que las tomaría como una ofensa. Por ello, la ley levítica determina que las víctimas que se han de ofrecer a Yahvé han de ser sin defecto (v. 17-23). Se trata sólo de víctimas para el sacrificio de holocausto o pacifico, pero no de las ofrecidas por el pecado o delito. Para el holocausto, la víctima debía ser macho sin defecto, escogida entre el ganado vacuno, ovino y caprino. Lo mismo para las ofrendas voluntarias o de un voto. Para los sacrificios pacíficos, la víctima podía ser hembra. La víctima no debía ser ciega, coja, mutilada, ulcerada, tinosa y sarnosa (v.22). En las ofrendas voluntarias se permite que sean algo deformes, con unos miembros más largos que otros (v.23). Tampoco es admitida una víctima castrada del modo que sea (v.24). La frase eso no lo haréis nunca en vuestra tierra (v.24b) ha sido entendida en la tradición judía como prohibición de toda castración de los animales. Y así, al prohibir que se reciban víctimas de los extranjeros, parece insinuarse que es porque estaban mutiladas (v.25), aunque la prohibición puede tener por razón exclusiva la de la proveniencia de un extranjero, lo que la hacía impura e indigna del Dios de Israel.
Lv 22, 26-30. Otras prescripciones relativas a las víctimas
Los recentales sólo se admiten como víctimas después de siete días a partir de su nacimiento. Como antes no son aptos para alimento del hombre, así son impropios para alimento de Dios. Entre los romanos, el puerco sólo era aceptable para el sacrificio a los cinco días de su nacimiento; el cordero, al octavo, y el ternero, al trigésimo.
Se prohibe inmolar el mismo día la madre y su cría (v.28). La tradición judía lo ha explicado siempre como una concesión al sentimentalismo, pues es demasiado duro matar el mismo día a la madre y a la cría. Hoy día muchos autores creen que en la prohibición hay una medida contra ciertas supersticiones.
Es la conclusión de los c.21-22. La amonestación está dirigida a todos los hijos de Israel para que guarden sus mandamientos, y no sólo a los sacerdotes. La razón de ello es su santificación. Yahvé los ha escogido entre las naciones y quiere que correspondan a su vocación; por eso no quiere que "profanen su nombre" o buena fama entre los gentiles, traspasando sus mandatos. Es así como es santificado Yahvé en medio de su pueblo. Y, por fin, hace una llamada a la liberación milagrosa de Egipto, para que sean agradecidos a su providencia especialísima.
Lv 23, 1-44. Las solemnidades religiosas
En Ex 23, 1-45 y Ex 34, 1-83 se enumeran las tres fiestas de Israel, las cuales implicaban todas una peregrinación a algún lugar consagrado a Yahvé. Los fieles no debían presentarse con las manos vacías ante el Señor, pero no se prescribía en concreto lo que habían de ofrecer, quedando a la voluntad de los oferentes. En Dt 16, 1 se vuelve a hablar de las mismas solemnidades más ampliamente. En este c.23 se ve que el número de las fiestas ha crecido, y el legislador concreta la forma en que se han de celebrar. Serán días santos, en que no se podrá trabajar, y se ofrecerán a Yahvé diversos sacrificios, que se determinan. La lista de este capítulo parece como un calendario litúrgico popular.
A la cabeza de todas las fiestas religiosas está el descanso sabático. Se prohiben todas las labores agrícolas y aun las domésticas, como preparar alimentos. Además debía haber una asamblea del pueblo.
El v.4 es una nueva introducción a las solemnidades que va a enumerar, que son: Pascua, Pentecostés, neomenia del mes séptimo, fiesta de la Expiación y fiesta de los Tabernáculos.
El catorce del primer mes, Nisán (antes llamado de Abib o de las espigas), entre dos luces, debía tener lugar la fiesta de la Pascua.
Al día siguiente, y durante siete días, era la fiesta de los Ázimos, porque se comía el pan sin levadura. Aquí la Pascua es mencionada como una preparación para la fiesta de los Ázimos. Y se prescriben dos asambleas o reuniones del pueblo el día primero y el séptimo. Lo esencial de estas asambleas eran los sacrificios y el banquete sagrado que seguía a ellos.
Lv 23, 9-14. Ofrenda de primicias
No se fija la fecha de la fiesta de las Primicias, que señala el principio oficial de la siega, antes de la cual no se pueden comer los frutos de aquel año; pero sin duda que está relacionada con la Pascua. Por esta fecha, en el valle del Jordán ya las mieses están maduras para la siega. Es de notar la prohibición de comer de la mies antes de haber hecho la oblación de las primicias a Dios. La expresión "dondequiera que estuviereis" (v.14), lo mismo que la del versículo 3, "dondequiera que habitéis," parecen suponer que el pueblo mora ya fuera de la patria, sea en el cautiverio o en la diáspora. La razón de la ofrenda de estas primicias está en la necesidad de ofrecer homenaje a Dios, agradeciendo sus dones y ofreciéndole lo primero de ellos, como había que ofrecer los primogénitos de los animales. Era un modo de consagrar la nueva cosecha al Creador. Entre los egipcios, griegos y romanos se hacía algo parecido; parece que existe una práctica similar, con el sentido de reservar algo a los dioses, de forma que así pueden los hombres utilizar para su uso profano los frutos de la tierra, que de suyo pertenece a la divinidad. Se ha querido relacionar este rito con un mito agrario que aparece en los textos de Ras Samra. Con todo, sabemos que en el fondo de estas leyes hay costumbres ancestrales, y estas fiestas en Israel tienen un origen agrario. Sabemos que, cuando se echaba la hoz en la mies por primera vez en el año, se cumplían especiales ritos solemnes. La primera espiga era triturada en el patio del templo, y parte de ella se quemaba sobre el altar, y el resto se daba a los sacerdotes. La agitación de la primera gavilla ante Yahvé tenía lugar "el día siguiente al sábado" (v.11), que es entendido o bien el 16 de Nisán, considerando como sábado o día de descanso el 15 de Nisán, o bien el sábado natural que seguía al 14 de Nisán. Y a partir de él se computaban las siete semanas hasta Pentecostés. La ofrenda de la gavilla debía ser acompañada del sacrificio de un cordero primal y de dos décimas de efá de flor de harina (unos 7 kilos) y un cuarto de hin de vino (litro y medio aproximadamente).
La fiesta de Pentecostés, con la ofrenda de los primeros panes, señala el fin oficial de la siega, como la de las espigas el comienzo de la misma. Es llamada entre los judíos de origen griego Pentecostés, porque esta fiesta tenía lugar a los cincuenta días de haber presentado el ramillete de espigas de cebada durante la fiesta de los Ácimos. Es llamada también la fiesta de la recolección, de las primicias, de las semanas. En época tardía se llamó asereth (asamblea solemne), traducido por los LXX clausura, porque cerraba el ciclo de la recolección, comenzado en Pascua. Tenía, pues, un marcado carácter agrícola, y su finalidad era dar gracias por la cosecha recibida. En épocas tardías del judaísmo se la relacionó con la promulgación de la Ley en el Sinaí. La ofrenda específica eran dos panes con levadura (v.17). Por ello esos panes no deben ser consumidos en el altar, y son destinados a los sacerdotes, lo mismo que los dos corderos del sacrificio pacífico que tenía lugar en dicha ocasión. Se ofrecían en holocausto siete corderos, un novillo, dos carneros, con la correspondiente libación, y después un macho cabrío en sacrificio expiatorio por el pecado. Todas estas víctimas representaban el homenaje de adoración, el arrepentimiento por los pecados y la acción de gracias por parte del pueblo. Los dos panes y los corderos destinados al sacrificio pacífico eran balanceados ante Yahvé (v.20) y después entregados a los sacerdotes para ser consumidos por éstos en banquete sagrado juntamente con los levitas y demás asociados a su familia. En ese día había "asamblea santa" y estaba prohibido todo trabajo servil (v.21). El versículo 22 parece una adición, pues no se refiere al ritual de la fiesta, sino que es un llamamiento al sentido humanitario en favor de los pobres y extranjeros, en favor de los cuales deben dejar los extremos de sus campos sin recolectar.
Lv 23, 23-25. La fiesta de las trompetas
La fiesta de las trompetas, o del año nuevo, debe de tener un origen babilónico, si bien con diferente espíritu religioso. En este día, primero del mes séptimo, se reunía en el Esaguil, o templo de Babilonia, el consejo de los dioses para fijar los destinos del mundo durante el año que empezaba, y se hacían sacrificios a fin de obtener un año feliz para la sociedad y su imperio. Naturalmente que en Israel el monoteísmo era incompatible con esta concepción politeísta y antropomórfica, pero se ofrecían sacrificios a Yahvé para que les concediese un año próspero y feliz.
Todos los meses, cuando aparecía la nueva luna, se hacían sacrificios especiales, que eran anunciados a son de trompeta, pero de modo especial al comenzar el séptimo mes; por eso se llamaba esta fiesta de las trompetas. En este mes (tisri) tenían lugar el día de la expiación y la fiesta de los Tabernáculos, y señalaba el comienzo del año según el cómputo babilónico. El ceremonial de esta fiesta de las trompetas está concretado en Nm 29, 1-6. Aquí sólo se dice que es día de asamblea santa, y, por tanto, día en que se ha de omitir todo trabajo.
Lv 23, 26-32. Fiesta de la expiación
Esta fiesta tiene un carácter de duelo y de penitencia, y aquí se recuerdan las obligaciones de cesar de todo trabajo y de ayunar y se anuncian grandes castigos para los transgresores, determinando bien el día de ayuno y de descanso: desde la tarde del día noveno del séptimo mes hasta la del día siguiente. El ayuno de la fiesta quedó como lo más característico de esta solemnidad. El rito de la expiación se celebraba en el santuario, pero todos los israelitas y los que moraban en medio de Israel debían asociarse a lo que en el santuario se realizaba por medio del ayuno y el descanso sabático.
Lv 23, 33-44. La fiesta de los tabernáculos
La fiesta de los Tabernáculos, después de concluida la recolección de los frutos del campo, era la fiesta más solemne, y duraba ocho días, siendo días de descanso el primero y el octavo (v.33-36). Era al mismo tiempo fiesta de rogativas para obtener de Dios las lluvias tempranas a fin de comenzar la próxima sementera. Esta fue la fecha escogida por Salomón para celebrar la inauguración del templo.
Los v.37-38 nos ofrecen, como en los capítulos precedentes, una recapitulación a modo de conclusión sobre las fiestas, las cuales tienen todas su sentido agrícola y miran a santificar la vida del pueblo labrador. En cambio, los v.39-43 nos hablan por primera vez de las "cabañas" en que por espacio de siete días han de morar los israelitas en memoria de la peregrinación por el desierto. Es, sin duda, una adición al capítulo y una prueba de la introducción posterior de este detalle de la fiesta, que aún perdura entre los hebreos. Actualmente el día octavo de la fiesta de los Tabernáculos se llama el de la simjah Toráh, o de la "alegría de la Ley," por ser día de gran regocijo entre los que hacen su vida en cabanas de ramas de árboles.
Esta fiesta es llamada de la recolección en el código de la alianza, porque finalizaba, como decíamos antes, la recolección de los frutos y era la clausura del año agrícola. En Dt 16, 13-15 se la llama de los Tabernáculos, porque los israelitas debían habitar en tabernáculos o cabañas de ramas de árboles. En Nm 29, 12-38 se especifican los sacrificios que se han de celebrar durante los ocho días que duraban las fiestas. En el Nuevo Testamento se llama la fiesta de la s????tt???a ? de las tiendas. La alegría debía ser la característica de la fiesta, era la fiesta (jag) por excelencia. En tiempos del Nuevo Testamento, como antes apuntábamos, la fiesta terminaba con rogativas por las aguas para la sementera: "tomar en la mano el lulabh o fascículo, o ramillete, compuesto de una palma de mirto y de sauce, plantas que crecen junto a las aguas, agitarlas y llevarlas en procesión teniéndolas en alto, tenía por finalidad ser "paráclitos por las aguas," es decir, obtener la bendición divina de las lluvias; se vio en ello más tarde un signo de victoria, un símbolo del Dios majestuoso, una alusión al juicio divino; mas todo esto es adventicio. En el agua que se iba a buscar con gran pompa a Siloé para derramarla en libaciones sobre el altar, la relación con las lluvias imploradas es incontestable". En tiempos de Esdras y Nehemías se hacían cabañas con ramas en los terrados de las casas, y aún hoy día se ven en las casas judías de Jerusalén.
Lv 24, 1-23. Puntualizaciones litúrgicas
Lv 24, 1-9. Las lámparas del santuario y los panes de la proposición
En Ex 25, 31-40 se habla con mucho detalle del candelabro de los siete brazos y de la mesa de los panes de la proposición, que se llaman así porque están delante de Yahvé. Ambas cosas debían estar colocadas delante de la cortina que separaba el santísimo del santo. Aquí se trata de la preparación del aceite con que se había de alimentar el candelabro, el cual debía arder continuamente delante de Yahvé. Era el símbolo de la adoración perpetua en Israel, como ahora lo es en la iglesia la lámpara del Santísimo.
Sobre la mesa debían colocarse, en dos rimeros, doce panes de dos décimas de efá, casi unos siete kilos de harina pura. Sobre ellos se ponía incienso. Era el símbolo de la ofrenda perpetua de las doce tribus de Israel a su Dios, y se renovaba cada sábado. No se especifica si los panes debían ser con o sin levadura. Entre los babilonios se presentaban a los dioses "los panes de las ofrendas" sin levadura y en número de doce, probablemente en relación con los doce signos del zodíaco. En un monumento egipcio de la época de Tell-Amarna (S. XV a.C.) aparece una mesa de ofrendas de pan dispuestas simétricamente en tres pilas, encima de los vasos del vino. En todos estos casos parece que late la idea de alimento a la divinidad.
El incienso que estaba sobre los panes era quemado sobre el altar de los holocaustos cuando se renovaban los panes en cada sábado. Según los LXX, se añadía también sal. El incienso era quemado como 'azkarah o "memorial" a Dios. Los panes eran destinados a los sacerdotes, los cuales tenían que comerlos en un lugar santo. David y sus compañeros, hambrientos, pidieron al sacerdote Ajimelec que les diera los panes de la proposición, y éste sólo les exigió el estado de pureza legal. Cristo recuerda este hecho a los fariseos para hacerles ver que lo ritual está subordinado en ciertas ocasiones a necesidades más imperiosas.
Respecto del origen de este rito de ofrecer panes a Yahvé, habrá que pensar que en el fondo hay una costumbre ancestral, que en sus orígenes pudo provenir de la creencia de que la divinidad necesitaba de la comida suministrada por los hombres. No obstante, esta idea es totalmente ajena a la legislación mosaica, en la que se destaca el espiritualismo, trascendencia y omnipotencia divina.
Lv 24, 10-23. Sanciones penales
La blasfemia contra el dios nacional, de cuya benevolencia dependía la salud del pueblo, solía ser castigada en la antigüedad con la pena capital. Era una injuria dirigida contra la divinidad, pero que podía redundar en grave daño del pueblo. Por esto no es de extrañar esta severa sanción. La ocasión de esta ley en la legislación levítica es un incidente que resulta inesperado en un conjunto de tipo legislativo, sobre todo insertado entre las leyes de las fiestas y el año jubilar. Parece desplazado, y debe pertenecer a otra sección legislativa. Los críticos independientes niegan la historicidad del hecho del castigo del blasfemo, que habría de considerarse como un midrash o relato imaginado para inculcar más la gravedad del pecado de blasfemia. Pero fuera de lo extraño del incidente en el conjunto legislativo, el hecho es perfectamente verosímil y concebible en la vida campamental del desierto. Como se dan determinaciones concretas patronímicas y familiares, no hay motivos para suponer que se trate de una invención. El blasfemo es hijo de madre israelita y padre egipcio; por tanto, pertenecía a la categoría de los prosélitos, asimilados en parte a la sociedad israelita que salieron de Egipto con los hebreos. El autor sagrado destaca su carácter de extranjero, pues no concibe tal blasfemia contra Yahvé en un auténtico hijo de Israel. Según el Decálogo, no se podía abusar del nombre de Yahvé, y en el código de la alianza se prohibe expresamente la blasfemia. La pena impuesta por Moisés fue la lapidación. Los que habían oído la blasfemia debían poner sus manos sobre el culpable para testificar solemnemente su culpabilidad y para hacer que la ira divina recayera sobre él y no sobre Israel. En Dt 17, 7 se ordena que los que habían oído la blasfemia debían ser los primeros en arrojar las piedras.
San Esteban fue lapidado por la acusación de blasfemo, y San Pablo tuvo que defenderse de la acusación de haber proferido palabras contra la Ley y el templo. La noción de blasfemia era muy amplia en tiempos de Cristo, pues se consideraba blasfemia la usurpación de los atributos divinos, como el poder de remitir los pecados.
A continuación de señalar la pena de muerte por la blasfemia, se repite la ley del talión (v. 17-22); sus prescripciones son análogas a las que hemos visto en el código de la alianza. Estas disposiciones alcanzan por igual al israelita, al indígena y al extranjero, lo que judicialmente es un progreso notable en comparación con otras legislaciones.
Lv 25, 1-55. Ordenaciones complementarias
Lv 25, 1-7. El Año Sabático
Es principalísimo en la legislación mosaica el precepto sabático, que impone al hombre la santificación del séptimo día por medio del descanso. Una aplicación de este mismo principio es la santificación del año séptimo por el descanso de la tierra. El uso de dejar en barbecho la tierra se halla vigente todavía en Palestina, como en otras partes de terrenos pobres. En Israel se regulaba este uso por el precepto sabático. Así, en Ex 23, 10ss se lee que no se sembrará la tierra el año séptimo, ni se cogerá la aceituna, ni se vendimiará la viña. No parece que este precepto imponga la simultaneidad general, de suerte que en el mismo año se dejen sin cultivar todas las tierras y sin recoger todos los frutos de todos los olivares y viñas. Esto, fuera del problema económico que implica, traería consigo otro problema moral, la holganza de la población agrícola durante un año. Sin embargo, en el Levítico semejante precepto reviste un carácter religioso; la tierra descansará al año séptimo en honor de Yahvé; no habrá en ese año ni sementera, ni poda de árboles, ni recolección de frutas; las familias vivirán de lo que den la tierra y los árboles espontáneamente y de las reservas del año sexto, que Dios promete sobremanera abundante (v.21). Esta promesa dice bien claro que el descanso sabático es aquí simultáneo para toda la tierra. En la restauración de Nehemías, el pueblo se compromete a "liberar la tierra el año séptimo"; y que se puso luego en práctica lo vemos por 1M 6, 49, donde se consignan las dificultades porque pasaba el pueblo aquel "año de reposo de la tierra," por lo que "escaseaban los víveres en los almacenes," no pudiendo así atender a los muchos que se habían refugiado en Judea huyendo de los gentiles. Flavio Josefo nos habla también varias veces de la vigencia de esta ley. Con todo esto, creemos que esta deducción del precepto sabático, aplicado a la tierra, debía encontrar graves dificultades en la práctica. En Lv 26, 34-35 se anuncia que en los días de la cautividad "la tierra disfrutará de sus sábados todo el tiempo que durase su soledad y estéis vosotros en la tierra de vuestros enemigos." Estas palabras parecen indicar que la ley no se observaba como entonces se observará. De hecho, en el tiempo anterior al exilio babilónico apenas se alude al cumplimiento de esta extraña ley.
Es ésta otra nueva aplicación del mismo principio sabático. Pasadas siete semanas de años, el año siguiente, que será el quincuagésimo, será año de jubileo. Se le anunciará en toda la tierra al sonido de trompeta, y en él no se sembrará la tierra, no se vendimiará la viña, y vivirán todos de lo que ésta produjera espontáneamente. En este año, las propiedades volverán a la familia a quien antes habían pertenecido. De aquí resulta lógico que al venderlas se tase su valor en proporción a los años que falten hasta el jubileo. Esta ley se funda en el principio de que la tierra es propiedad de Yahvé, el cual la concede en usufructo a su pueblo, repartida entre familias. Para impedir la alteración de este reparto y la acumulación de la riqueza en manos de pocos, el legislador establece este rescate de las propiedades vendidas. En las tribus nómadas de la región de Moab se reparte cada año la tierra que cada uno ha de cultivar. También se cuenta de algunos pueblos que cada cierto número de años hacen esto mismo con la tierra, que consideran propiedad de la comunidad. La aplicación de esta ley jubilar debía tropezar con graves inconvenientes. Primero, porque el año cincuenta sigue inmediatamente al séptimo, que es de descanso sabático. Todavía serían más graves las dificultades originadas de las alteraciones que en el espacio de cincuenta años se pueden introducir en las familias, de las cuales unas desaparecen y otras se multiplican, y no se sabría en muchos casos a quién habían de volver las propiedades, tanto más cuanto que esta devolución se hacía sin indemnización alguna. Tampoco esta ley representaría un estímulo para mejorar las tierras con el trabajo. Cuanto a su vigencia, no tenemos en la Biblia ni en las otras fuentes históricas noticia alguna que nos asegure de ello. Parece una ley ideal que nunca tuvo cumplimiento. Los profetas condenan con frecuencia la ambición de los ricos por extender sus propiedades, como si quisieran habitar ellos solos en la tierra. Tal vez esta ley, como otras, no significa más que la expresión de un principio de orden moral o jurídico. Este principio sería que, habiendo sido otorgada la tierra por Dios a su pueblo, éste debía considerarla como simple colono y sentirse obligado a pagar su renta a Dios, representado en los sacerdotes.
Lv 25, 23-34. El rescate de las propiedades
Esta propiedad fundamental de Yahvé sobre las tierras de los israelitas aparece también en el derecho de rescate que cada israelita tiene de sus tierras vendidas. Así, el que ha vendido algo por necesidad tiene derecho a recuperarlo por sí o por un pariente antes del año jubilar pagando el importe correspondiente a su valor conforme a los años que quedan para este año de liberación y retorno. En todo caso, si el que la vendió no puede recuperarla por falta de medios económicos, la tierra volverá a él en el año jubilar. El pariente que rescata lo vendido es llamado go'el, término que viene a significar liberador, y en la Biblia tiene varios sentidos, pues se aplica al pariente que debe vengar la sangre de un familiar, al que tiene que casarse con la viuda de su pariente difunto y al que libera a su pariente esclavizado.
Respecto del rescate de las casas vendidas, el legislador distingue entre casas de ciudades amuralladas y casas de la campiña (v.29-30). En el primer caso, una vez vendida la casa, el vendedor tiene derecho a recuperarla en el plazo de un año después de la venta. Una vez transcurrido el año después de la venta, la casa, si no ha sido recuperada, queda propiedad del comprador a perpetuidad, pues no le afecta en este caso el rescate del año jubilar (v.30). En cambio, las casas rurales forman parte de la propiedad rural, y, por tanto, siguen la suerte de éstas, es decir, pueden ser rescatadas en todo tiempo, y, en todo caso, en el año jubilar vuelven a su antiguo propietario (v.31). Las casas de los levitas, aunque estén en zonas urbanas o ciudades amuralladas, están sujetas a rescate en todo tiempo, como los bienes rurales. Son propiedad de Yahvé de un modo particular y no pueden ser enajenadas a perpetuidad. Los campos que rodean las ciudades levíticas no pueden ser enajenados ni momentáneamente.
Lv 25, 35-55. Rescate de los siervos
En el libro de Nehemías se cuenta un episodio, al que ya hemos aludido, que nos ayuda a entender este precepto legal. "Las gentes de los pueblos y sus mujeres levantaron muchas quejas contra sus hermanos los judíos." La usura con que estos ricos agobiaban al pueblo, había privado a éste de sus campos, viñas y olivares, y le iba reduciendo a la esclavitud. Es éste un fenómeno social que muchas veces leemos haber ocurrido en la historia de la Roma antigua, y que dio origen a graves revoluciones de la plebe contra los ricos y patricios. Nehemías se pone de parte de los oprimidos y obliga a los opresores a devolver los bienes raíces, a perdonar las deudas y a socorrer a los necesitados, según el empleo que él les venía dando desde el principio de su gobierno. A la luz de este episodio hemos de entender esta perícopa de la legislación levítica. En nuestros días, los bancos hacen préstamos a los que desean emprender un negocio. Nada más justo que exijan intereses por tales préstamos, con los que los prestatarios pretenden enriquecerse. Pero, cuando se presta a los pobres, se hallan éstos agobiados para salir de sus apuros, y entonces la usura no hace sino hundirlos en la miseria. Este era el caso en los tiempos de Nehemías, y muy frecuente en la historia de Israel. Para evitar esta situación, el legislador prohibe prestar con interés. Pero prácticamente los ricos no hicieron caso, y su espíritu de usura fomentó el estado de esclavitud de muchos que no podían responder de sus deudas. Esta prohibición de préstamo con usura es característico de la legislación mosaica. El código de Hammurabi reglamenta el tipo de interés por los préstamos. Por los contratos vemos que el interés medio era de un 20 por 100 para la plata y de un 33 para los cereales. Dios, para incitarlos a la generosidad con el prójimo, les recuerda que los ha salvado a todos de la esclavitud de Egipto (v.39).
En caso de que algún deudor no pueda responder de su deuda y tenga que ofrecer su persona al prestamista, se pide a éste que no le trate con dureza y no le considere como esclavo, sino como mercenario. En el código de la alianza se ordena dar libertad a los esclavos hebreos después de seis años de servicio. En Dt 15, 13-14 se ordena que el dueño debe dar al esclavo que sale de su dominio parte de sus bienes que Dios le ha otorgado, de forma que el esclavo no quedase sin defensa ante la vida. La ley del jubileo trata de facilitarle la vuelta a recuperar sus propiedades (v.41). En la legislación babilónica se prevé el caso de un esclavo-babilonio de un extranjero que es rescatado por dinero del templo o del palacio real. En la legislación levítica se permite la esclavitud de extranjeros (v.44). Su dueño puede ser propietario perpetuo, sin que para los extranjeros tenga lugar la liberación del año jubilar (v.46). En el caso de un israelita que es esclavo de un extranjero, siempre hay opción al rescate (y.48). El precio de rescate será en proporción a los años que falten para el año jubilar (v.50). En todo caso, el israelita tendrá categoría de mercenario y no de esclavo hasta que sea liberado en el año jubilar, si no le rescatan antes.
Como otras leyes ideales, esta de la liberación del esclavo parece que apenas tuvo aceptación en la práctica. Jeremías echa en cara a sus conciudadanos el que no hayan liberado a los esclavos, como habían prometido, y él habla de haber rescatado un campo a uno de sus parientes. Con todo, en la práctica estos esquemas legislativos han resultado demasiado elevados y humanitarios para el egoísmo de los potentados israelitas.
Lv 26, 1-46. Discurso final parenetico
Es esta alocución exhortatoria paralela a la que hemos visto como conclusión del código de la alianza y la que se repetirá en Dt 28, 1-69. Primero se anuncian promesas de bendición a los cumplidores de la ley (v.3-13) y después se intiman amenazas a los transgresores (v. 14-39). En la formulación de ambas parece que se supone que los israelitas habitan en Palestina. Por otra parte, son clásicas las analogías entre este capítulo y el libro de Ezequiel. Por ello, muchos autores suponen que esta legislación es de la época del exilio; sin embargo, como hemos visto, hay divergencias entre la legislación levítica y la de Ezequiel, y, además, aquí se previene contra el culto en los lugares altos y la idolatría, lo que no encaja en el ambiente del exilio. Como siempre, se puede suponer un núcleo redaccional primitivo que ha sido retocado en épocas más recientes.
Lv 26, 1-13. Promesas de Bendiciones a los Observadores de la Ley
Los v.1-2, que coinciden con el segundo precepto del Decálogo, se hallan repetidos en muchos lugares de la Ley. Lo que resta de la perícopa es una viva y apremiante exhortación a la observancia de la misma, poniendo ante los ojos del pueblo los bienes que el Señor les promete y los males con que los amenaza. El estilo no es el de un legislador que formula en lenguaje jurídico las sanciones de las leyes, sino el de un orador que trata de mover el ánimo de sus oyentes o lectores al amor y observancia de los mandamientos divinos. En todo esto, el autor sagrado parece proceder por deducción, partiendo del principio de que siendo Dios justo debe dar a cada uno según su merecido; y que esto se cumple, no nos deja dudar ni la fe en la perfección divina ni siquiera la razón. Sin embargo, el cumplimiento de esta justicia no siempre aparecería claro; antes la experiencia daba lugar a graves tentaciones, cuando veían las muchas tribulaciones a que la vida del justo estaba sometida y las prosperidades de los malvados. El libro de Job plantea crudamente este problema, mostrándonos de qué manera Dios prueba la virtud de los justos para premiarles después más copiosamente. El Eclesiastés saca de su experiencia que, en efecto, Dios es justo y hay que vivir con temor de Dios, sin olvidarse de su juicio; pero que no vemos cómo en la vida presente se realiza esta justicia. Los premios que aquí se prometen son de origen temporal: el crecimiento de la familia, cosechas abundantes del campo, multiplicación de los ganados, victoria sobre los enemigos y paz para disfrutar de esos bienes. La Ley está dada al pueblo; la exhortación va dirigida al mismo con promesas apropiadas a su mentalidad ruda. Esto bastaría en una ley humana, pero la ley que precede está dada en nombre de Dios, y parece que el ministro de quien Dios se sirve debía levantar la vista a esperanzas más altas. Y es para maravillar que sólo en los postreros libros del Antiguo Testamento aparezcan esas esperanzas ultraterrenas. Las mismas descripciones de la edad mesiánica en los profetas predicen esos mismos bienes acompañados de la fiel observancia de la ley divina. Es, sin duda, un misterio esta conducta del Espíritu Santo, que deja encubiertos con un espeso velo los bienes que Dios tiene preparados para los que le aman. Los patriarcas, al morir, van a descansar en el seol, donde la vida se presenta a veces triste, a veces como una continuación de la paz en que mueren; pero nada que nos haga vislumbrar las dulces esperanzas que a los cristianos hacen llevaderas las tribulaciones de la presente vida. Se nos muestra hasta qué punto llega aquella condescendencia, o synkatabasis, que, al decir de los Padres, observa Dios en el gobierno de su pueblo. El pueblo de Israel era rudo y grosero, incapaz de apreciar los bienes espirituales. Como sólo tenía en estima los bienes temporales, ésos son los que Dios promete para estimularle a la observancia de sus preceptos. Pero hay que advertir que tales bienes se le presentan como venidos de Dios, como expresión de la gracia del Señor, que se complace en la conducta de su pueblo. Esto ya imprime un sello de espiritualidad a estas promesas temporales, las cuales, por lo mismo, figuraban las espirituales que nos había de traer el Mesías.
Lv 26, 14-46. Amenazas a los prevaricadores
En esta perícopa, complemento de la precedente, que contiene las amenazas de Dios contra los prevaricadores de su Ley, es muy de notar la graduación creciente de los castigos que Dios mandará a su pueblo, según la medida de su persistencia en el pecado, hasta llegar a la cautividad en tierras extrañas. Aquí, al fin, entrarán en sí, se arrepentirán y Dios tendrá misericordia de ellos, volviéndolos a su tierra. Es lo que se anuncia muchas veces en los profetas. Las promesas y los dones de Dios, dice San Pablo, son sin arrepentimiento, porque el Señor, al prometer, lo hace, no en atención a los méritos de los agraciados, sino a lo que El es, a las entrañas de su misericordia, y no se vuelve atrás de lo que una vez prometió. Y esto principalmente cuando se trata de las promesas mesiánicas. Por esto, concluye que no romperá su alianza con ellos, "porque yo, Yahvé, soy su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto para ser su Dios por siempre." Esto es tan evidente para San Pablo, que, aun después de haber rechazado la masa israelita al Mesías, asegura que la reprobación de Israel no es definitiva, sino temporal, para dar lugar a la entrada de los gentiles en el reino de Dios y que después llegará la hora de Israel.
Es interesante la mención de los lugares excelsos o bamoth (v.30), lugares de culto en los cerros, tantas veces recriminados por los profetas. Esta mención parece suponer que el hagiógrafo escribe en Canaán, donde se prodigaban estos lugares de culto. Lo mismo hay que decir de la mención de los cipos o estelas (masseboth) erigidas al aire libre en honor de dioses cananeos de tipo astral. También el anuncio del exilio parece reflejar la preocupación de un autor posterior a Moisés que ha sido testigo de la gran catástrofe de Judá en 587 antes de Cristo. La tierra será desolada, y entonces, deshabitada, descansará en su reposo sabático, que antes se la había negado (v.34). Es lo que dice el autor de 2Cro 36, 21: "para que se cumpliese la palabra de Yahvé pronunciada por boca de Jeremías, hasta que la tierra hubo reposado sus sábados, descansando todo el tiempo que estuvo devastada hasta que se cumplieron los setenta años." La frase es irónica y parece insinuar que, ya que los israelitas no la dejaron descansar durante los sábados y jubileos prescritos por la Ley, Dios se encargó de que se cumpliera la prescripción a costa de la despoblación total del país por sus prevaricaciones. Pero la prueba del exilio será el medio de hacerlos retornar a Yahvé su corazón incircunciso (v.41), es decir, rebelde y pagano en el fondo por no conformarse a los mandatos de su Dios. Entonces Yahvé se acordará de la alianza que ha hecho con sus antepasados y de la gloriosa liberación de Egipto (v.42.45)13. Los v.43-44 interrumpen el pensamiento y son probablemente una glosa que repite las ideas de v. 34-35.
El v.46 es la conclusión de todas las leyes de santidad (c. 17-26) o quizá de todas las ordenaciones del Levítico, que son presentadas como dadas en su totalidad sobre el monte Sinaí por intermedio de Moisés (v.26).
Lv 27, 1-34. Los Votos y los Diezmos
La Ley nos habla con frecuencia de los votos hechos a Dios, los cuales, una vez hechos, obligan a su cumplimiento. Si nos atenemos al dicho de Pr 20, 25: "Lazo es al hombre decir luego: consagrado, para andar pesquisando sobre el voto," debemos pensar que los hebreos hacían votos con frecuencia y con poca reflexión sobre la carga que se echaban encima. De aquí venía que luego se arrepintiesen y quisieran rescatar el voto hecho. A esto responde el presente capítulo. Los votos podían recaer sobre personas, ganados, casas y campos, y el legislador estudia los diferentes casos completos.
Este capítulo, después de la conclusión solemne de Lv 26, 46, tiene todos los visos de ser una adición al conjunto legislativo levítico.
Lv 27, 1-8. Rescate de los votos sobre personas
En Jc 11, 31 vemos cómo Jefté hizo voto de sacrificar a Yahvé lo primero que le saliese al encuentro si volvía victorioso. Y fue su hija única la que ofreció en sacrificio a Yahvé, juzgando de Yahvé como de los dioses cananeos. La madre de Samuel, Ana, ofreció al hijo que de Yahvé había obtenido para servir en el santuario, y lo cumplió. He aquí dos ejemplos de votos que recaen sobre las personas, de las cuales el primero y el segundo podía ser rescatado, según las normas que nos da este capítulo del Levítico.
La finalidad de los votos es ganarse la benevolencia divina para evitar un mal o conseguir un bien. En hebreo parece que prevalece la idea de abstención de separarse de algo. Desde la época patriarcal encontramos ya votos formales a Dios. En tiempos de Cristo son tan frecuentes, que se previene a los judíos contra la complicada y falsa casuística al respecto.
El voto clásico personal es el de nazareato, por el que una persona quedaba como consagrada a Yahvé por la abstención de bebidas alcohólicas y de cortarse el cabello. En la legislación que sigue se pretende asegurar al templo y al culto unos ingresos muy saneados y seguros.
Por el rescate de una persona en pleno vigor (de veinte a sesenta años) se impone un rescate de 50 siclos de plata según el patrón del siclo del santuario (v.3). Por una mujer de la misma edad, 30 siclos. Por los menores de veinte años y mayores de cinco, 20 siclos si es niño y 10 si es niña. Por un niño menor de cinco años, cinco siclos, y por una niña, tres (v.3-7). En todo caso, el sacerdote podría reducir estas cantidades por razones de pobreza del sujeto que hizo los votos (v.8).
Lv 27, 9-13. Rescate de los votos sobre animales
En los ganados distingue el legislador los animales puros, que pueden ser sacrificados, como una oveja, un buey, y los impuros, que están excluidos del sacrificio, como el asno y el camello. Los primeros debían ser sacrificados, y los segundos, rescatados según la estimación del sacerdote. No se autoriza cambio en la víctima pura ofrecida, pues son cosa santa. Ni siquiera se puede sustituir por otra mejor por esta razón, pues al ser cosa santa está excluida del uso profano y pertenece al santuario. Si el animal es impuro y no puede ser sacrificado, será presentado al sacerdote para que lo evalúe y lo venda para provecho del templo. Para rescatarle, el donante tenía que pagar un quinto más de su valor, con lo que se pretende no facilitar el rescate...
Lv 27, 14-15.Rescate de una casa
El rescate de una casa consagrada a Yahvé dependerá de la estimación pecuniaria del sacerdote, sobre la que se añadirá un quinto de su valor.
Lv 27, 16-24. Rescate de campos
El legislador distingue entre bienes recibidos en heredad en patrimonio familiar y bienes adquiridos por compra. En el primer caso, según la ley del año jubilar, la estimación de rescate será conforme al número de años que quedan para el jubileo; es decir, el santuario sólo tiene derecho al fruto del campo hasta el año del jubileo. Su valor, pues, dependía según el número de años que quedaban para el jubileo, y debía hacerse a base de 50 siclos de plata el jómer, medida de áridos que equivalía a unos 390 kilos. Si el propietario quiere disponer del campo antes del jubileo, debe pagar sobre la estimación del sacerdote un quinto de más (v.19). Si no lo rescataba y lo vendía, entonces no tenía derecho a recuperarlo el año del jubileo, pues quedaba en propiedad del santuario. Si el campo consagrado a Yahvé no proviene de herencia, sino por compra, entonces el sacerdote lo valora conforme a los años que quedan para el jubileo, y el dueño lo pagará inmediatamente. En el año jubilar, el campo volverá a su primitivo propietario (v.24). La evaluación debe hacerse por el patrón del siclo del santuario, que equivalía a 20 gueras (v.25).
Lv 27, 26-27. Rescate de primogénitos
Los primogénitos de los animales puros no podían ser consagrados a Yahvé por voto, porque le pertenecían ya de derecho. Los animales impuros, que, por tanto, no pueden ser sacrificados a Yahvé, serán rescatados según la estimación del sacerdote aumentada en un quinto de su valor. Si no es rescatado, será vendido en beneficio del santuario. Según la legislación del Éxodo, los animales impuros no podían ser consagrados a Yahvé por un voto, y el primogénito del asno era rescatado por un cordero; de lo contrario, se le desnucaba.
Lv 27, 28-29. Consagración por anatema
Primitivamente, jerem (los LXX: a????µa) designa las cosas que han de ser exterminadas, hombres, animales o cosas, en honor de Yahvé, de forma que no quedaran como botín de los guerreros. Después adquirió categoría de voto o consagración de una cosa a Yahvé de modo especial. Es cosa santísima y no. pueden aprovecharse, de ella los hombres. Debía destruirse en obsequio a Yahvé.
El legislador distingue los diezmos de la tierra sobre cereales y frutos y los de los ganados. Los primeros pueden ser rescatados por su valor más un quinto de su valor. Los del ganado (bueyes, ovejas o cabras) no pueden ser rescatados. La elección de los animales consagrados a Yahvé no quedará a elección del propietario para que no ofrezca lo peor. Así, éste debe ofrecer el diezmo de todo animal que pasa "bajo su cayado." La expresión parece aludir a la costumbre -registrada en la Mishna- e que el propietario haga pasar bajo su cayado el rebaño al salir del redil, señalando el diezmo de cada uno según salgan y por el orden en que salgan. Una vez señalado el animal consagrado a Yahvé, no podía ser cambiado; y si le cambiaba, ambos animales, el cambiado y el que le reemplazaba, se convertían en cosa santa, sin que pudieran rescatarse.
En el código de la alianza no se habla de diezmos, aunque sí de primicias de los frutos y de los primogénitos. En Nm 18, 20-32 se habla de los diezmos que han de ser dados a los levitas en compensación por no haber tenido parte en la distribución de la tierra. Y los levitas, de esos diezmos, deben dar la décima parte a los hijos de Aarón. Según el Deuteronomio, el diezmo de trigo, del vino y del aceite debía ser consumido en un banquete al que debían tener acceso los levitas. Si el santuario está lejano, podrán venderlo y con su precio organizar un festín en el lugar escogido por Yahvé, al que debían ser convidados los levitas. Y cada tres años los diezmos de todos los productos del año, en vez de ser entregados en el santuario central, debían ser reservados al levita, al extranjero y al huérfano y a la viuda que residieran donde moraba el propietario.
"Así, según el Levítico, el diezmo es un impuesto en favor del templo; según los Números, un impuesto en favor de los levitas...; según el Deuteronomio, un banquete gozoso ante Yahvé en el que el diezmo en especie es consumido, y cada tres años, un don a los necesitados. A una tal diversidad de concepción no debía corresponder sino una diversidad de leyes, que marcan las etapas de la evolución en la práctica del diezmo." La ofrenda de diezmos aparece ya en la época patriarcal y en la época de la monarquía. En tiempos de Esdras se habla sólo de los diezmos de cereales y frutos. Con todo, la ley de los diezmos era muy dura, y podemos suponer que fue muy poco respetada, dadas las condiciones de pobreza en que se desarrollaba la vida de los israelitas en la paupérrima tierra de Canaán.