Pr

Pr 1, 1-33

Pr 1, 1-7. Título, autor y finalidad

El prólogo de los Proverbios presenta el título, autor y finalidad del libro, cuestiones que fueron tratadas en la introducción. Respecto de la finalidad, el autor acumula expresiones para ponerla más de relieve con su doble aspecto, especulativo: aprender sabiduría, destreza, discreción; y práctico: alcanzar instrucción y disciplina, justicia, probidad y rectitud. A lo expuesto antes al hablar de ella sólo nos resta añadir aquí la significación concreta de los términos enumerados. Sabiduría es el conocimiento de los principios y normas contenidos en las sentencias de los sabios que enseñan a conducirse con éxito, también en los negocios y empresas de la vida, pero sobre todo en el orden moral, por el cumplimiento de la ley de Dios. Aquellas enseñanzas se encuentran a veces encerradas en sentencias enigmáticas, con el fin de excitar más la atención de los oyentes, para cuya captación hace falta no poco ingenio y destreza, que los sabios deberán enseñar también a sus discípulos. Pero no basta esto, la vida es muy compleja y se presentan con frecuencia situaciones difíciles y delicadas; se precisa entonces clarividencia para distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, y prudencia para una acertada aplicación de los principios de la sabiduría a la vida práctica, lo que se obtiene mediante la sensatez y discreción. La instrucción designa las disposiciones morales, la educación y disciplina que se obtienen mediante la corrección de la naturaleza viciada (Pr 1, 19, Pr 1, 18; Pr 1, 29, Pr 1, 15-17), y que capacitan para conducirse en la vida conforme a los postulados de la sabiduría, cuyo cumplimiento exige vencimiento propio. El fin práctico moral es expresado con tres términos que bien pudieran ser sinónimos para significar la perfección moral que persiguen los consejos de la sabiduría. En caso contrario, justicia designaría el cumplimiento de la ley moral en general; la probidad diría relación a las costumbres de acuerdo con dicha ley, y la rectitud indicaría las acciones rectas, en oposición a los caminos torcidos de los malvados.
Los Pr 1, 4-6 manifiestan quiénes pueden aprovecharse de las enseñanzas del libro. La sabiduría no es patrimonio de unos cuantos, sino que todos pueden sacar fruto de sus consejos. Los faltos de experiencia, expuestos a todos los peligros y a ser seducidos por los malvados, aprenderán la prudencia, que los hará cautelosos ante ellos. Los jóvenes, faltos de reflexión, encontrarán las normas que los librarán de las imprudencias, que los conducen tantas veces a la ruina moral. Los mismos sabios crecerán en sabiduría con las consideraciones de las máximas del libro y se capacitarán más y más para penetrar los enigmas. El verbo hebreo léqah, que traducimos por adquirir destreza (Pr 1, 5), significa el arte de dirigir una nave; bella metáfora para indicar cómo escuchando los consejos de la sabiduría se adquiere habilidad y destreza para conducirse con acierto en el triple mar tempestuoso del mundo, de nuestro corazón y de la vida humana.
El prólogo concluye estableciendo el principio de la sabiduría. Tal honor corresponde al temor de Yahvé. No se trata del mero temor al castigo, que impulsa a no obrar el mal por el temor a la pena, sino ese temor reverencial del hijo para con su padre, del alma santa para con su Dios, que en el fondo es más amor que temor; es la piedad para con Dios, que lleva al culto, al cumplimiento de sus mandatos. Así, el temor de Yahvé es principio de sabiduría, porque crea esa disposición subjetiva, básica y fundamental que lleva a escuchar y poner en práctica las enseñanzas de la sabiduría, que son para el israelita enseñanzas de Dios. Y será a la vez parte principal de la misma, porque entre las exigencias de una auténtica sabiduría estarán en primer lugar los que miran a Dios, la piedad y religiosidad en que aquél viene a consistir. Se añade una afirmación que por la frecuencia con que se repite y explana en el libro merece ser colocada en su prólogo: la necedad de los que desprecian la sabiduría. Se trata, como dice Clemente de Alejandría, no tanto de los que niegan a Dios con la boca cuanto de los que lo niegan con los hechos, es decir, de los impíos más que de los ateos. En este verso de oro -escribe Umbreit-, la filosofía del Oriente se separa netamente de la de Occidente. El sabio (hebreo) alcanza la sabiduría por medio de la religión, mientras el sabio del Occidente busca llegar a la religión por medio de la sabiduría. Se puede explicar así este verso: sólo el hombre religioso puede llegar a ser sabio. La sabiduría bíblica está íntimamente unida a la religión y a la moral.

Pr 1, 8-19. Las malas compañías

Uno de los mayores obstáculos para seguir los consejos de los sabios son las malas compañías. Nada como ellas lleva al desprecio práctico de sus enseñanzas. El sabio comienza sus exhortaciones intentando remover tal obstáculo. Para ganarse la atención de sus lectores y disponer su ánimo a seguir sus advertencias, se dirige a ellos con la solicitud de un padre y el afecto de una madre. Hay aquí una implícita recomendación de la obediencia a los padres, muy en su lugar después de la del temor de Dios. Dos bellas comparaciones ponen de relieve los frutos de esa docilidad: más todavía que los adornos exteriores, la educación y rectitud moral causan agrado en los ojos del alma y suscitan profunda admiración en los demás.
En seguida el autor presenta el lenguaje y artificios con que los malvados intentan ganar a los incautos para su causa. Lo pone en boca de una banda de salteadores, ávida de riquezas, que para realizar sus designios no dudan en poner asechanzas a la vida ajena. Bandas de este género debieron de existir casi siempre, y la parábola del samaritano hace suponer que existían en tiempo mismo de Jesucristo en Palestina. El incauto a quien va dirigida la invitación no tiene nada que temer; las asechanzas son tendidas a personas indefensas, que serán sorprendidas sin posibilidad alguna de resistencia,, En sus expresiones queda también plasmada la rabia que el malvado siente contra el justo, que con su vida recrimina su conducta y el ansia que siente por hacerlo desaparecer. Se enriquecerán en un momento y luego podrán darse una vida alegre y placentera. El participará en la misma medida que los demás. No habrá entre ellos distinciones. Los frutos de una acción colectiva superarán a los que individualmente podrían cada uno obtener.
Frente a la invitación de los malvados, el sabio hace una paternal exhortación a su discípulo a que la rechace de lleno y se mantenga siempre alejado de tales gentes. Un doble motivo debe impulsarlo a ello: los malvados, con tal de realizar los propósitos a que su codicia los impulsa, no retroceden ni ante el mismo crimen y con su conducta acechan a su propia vida, pues no es raro que, al ir a tomar su codiciada presa, sean ellos tomados en el lazo y paguen a caro precio sus fechorías, de las que antes o después terminan por ser víctimas. El Pr 1, 17 presenta una especie de proverbio cuya interpretación más probable es que en vano se tiende la red a la vista de las aves, pues habiéndola visto, no se acercan a ella, y el cazador queda burlado; así, el inexperto amaestrado por el sabio, que ha puesto ante sus ojos las consecuencias a que le expone el aceptar la invitación de los malvados, rehuirá la compañía de quienes le llevarían a la perdición.

Pr 1, 20-33. Invitación de la sabiduría

Consecuencias para quienes la rechazan. Concluida la anterior advertencia sobre las malas compañías, el autor, personificando la sabiduría en una hermosa prosopopeya que recuerda las formas de elocuencia de los profetas, la presenta haciendo ella misma una ardiente invitación a seguir sus consejos, poniendo en seguida de manifiesto las consecuencias de no seguirlos con docilidad. La sabiduría se nos presenta haciendo su llamamiento en todas partes, en las plazas de la ciudad, encima de sus muros, a sus puertas, ante las que se extiende una explanada capaz de agrupar numerosos oyentes. La ley natural impresa en el corazón humano, la voz de la conciencia, las continuas gracias actuales con que Dios ilumina el entendimiento y mueve la voluntad, son transmisoras de esa voz de la sabiduría que es la voz de Dios. Se deja oír en todas partes donde uno quiera escucharla.
A tres clases de personas clama la sabiduría: a los simples, inexpertos susceptibles de instrucción; a los petulantes, que hacen mofa de la religión y de la moral, despreciando cínicamente sus postulados, y a los necios, que, aborreciendo la sabiduría y la disciplina, se han hecho insensibles a la ley moral y viven al margen de ella. A todos invita a seguir sus amonestaciones, prometiéndoles una abundante profusión de su espíritu. La frase derramaré mi espíritu (Pr 1, 23), que tan frecuentemente se pone en boca de Yahvé en el Antiguo Testamento, aplicada aquí a la sabiduría, es una expresión paralela a la que le sigue, y significa en este contexto que la sabiduría comunicará a quienes escuchan su voz la inteligencia y la rectitud moral para entender sus enseñanzas y ponerlas en práctica.
La sabiduría manifiesta a continuación su juicio sobre quienes se hacen sordos a su llamamiento: se reirá de su ruina y se burlara de ellos (Pr 1, 26). Se trata de una expresión antropomórfica, con la que el autor, expresándose a la manera humana, indica cómo son dignos de burla y escarnio quienes antepusieron sus caprichos y placeres a los mandatos de la sabiduría, y afirma que los castigará la ira justa y severa de Dios, el cual no se alegra del mal ni del castigo del pecador, sino que se complace en su justicia, atributo tan divino como la misericordia. San Gregorio dice que el reírse de Dios es no querer compadecerse de la aflicción humana, lo que ocurrirá extinguido el tiempo de la misericordia y el perdón. Y San Bernardo exclama: "¿Qué es lo que hemos de pensar que agrada a la sabiduría en la ruina del impío? No otra cosa que las justísimas disposiciones y el irreprensible orden de la Providencia. Y aquello que agrada a la sabiduría tiene que agradar también a todos los sabios.
El castigo es descrito al estilo profetice, haciendo intervenir a los elementos o fenómenos violentos de la naturaleza. La angustia que llevarán consigo abrirá los ojos de los impíos, y clamarán entonces a la sabiduría no por odio al pecado y la culpa, sino para verse libres del desastre en que han incurrido. Pero será ya tarde, comerán el fruto de sus obras. Lo que cada uno sembrare, eso recogerá al final. Los que vivieron en pecado, rehusando su conversión, despreciando la ley de Dios, obrando sin consideración alguna a la religión, sembraron obras de muerte y recogerán como fruto la perdición. Quienes, por el contrario, siguieron los consejos de la sabiduría, gozarán de la paz y tranquilidad, bienes tantas veces prometidos por Dios al pueblo israelita en su posesión de la tierra prometida si perseveraba fiel a sus mandamientos. El premio y el castigo son propuestos con esa indeterminación propia de los autores sapienciales, que ignoraban la retribución del más allá. Es claro se trata en la perícopa de una mera personificación de la sabiduría, sin referencia alguna por parte del autor a la segunda Persona.

Pr 2, 1-22

Pr 2, 1-9. Beneficios que otorga la sabiduría

Adoptando un tono paternal, el sabio va a poner ante los ojos de sus discípulos los beneficios que otorga la sabiduría. Antes quiere señalar las disposiciones que su obtención exige. Es preciso, para llegar a poseerla, escuchar sus enseñanzas y conservarlas en el corazón; después, un estudio atento y reflexivo de las mismas, y un espíritu dócil dispuesto a llevarlas a la práctica. Pero no bastaría un deseo vago o un esfuerzo ligero; es necesario un interés y un amor grandes por la sabiduría y buscarla con el afán y fatiga con que se busca la plata, con la avidez y trabajo con que el avaro cava la tierra en la que sabe se esconde un tesoro. La sabiduría es un don de Dios, que El no concede si no media la cooperación y esfuerzo humano.
Quien así anhela y busca la sabiduría es quien conseguirá sus preciosos frutos: el temor de Dios, principio de sabiduría, y el conocimiento de Dios, que lleva al cumplimiento de sus mandatos. Existe entre ambos íntima relación. El conocimiento de Dios es fundamento de la vida moral; lleva, lógica y naturalmente, al temor filial de Dios, a su amor, porque no es posible conocer a Dios y no sentir ese temor y amor que lleva a las obras. Y también ese temor y amor llevan a un conocimiento más profundo de Dios. Dios es amor, y al amor se le conoce amándolo; además, el que obra el bien viene a la luz; almas que no estudiaron tratados de teología, pero amaron profundamente a Dios, llegaron a tener de El un conocimiento admirable. Son los afectos desordenados a las cosas de la tierra, las obras malas, las que nublan el espíritu y le impiden ver a Dios. Por eso sólo a sus fieles puede la sabiduría comunicarles este conocimiento de Dios.
Y quienes consiguen ese conocimiento y temor de Dios reciben de El la sabiduría con todos sus frutos, tanto de orden especulativo -ciencia, inteligencia, que disponen al hombre para una conducta recta- como de orden práctico: la protección de Dios, que se constituye en defensor y protector de los justos frente a los peligros y tentaciones de la vida y les asegura la senda de la perfección moral, expresada en los tres términos sinónimos: justicia, probidad, rectitud, cuyo conjunto insiste en designar la verdadera y perfecta justicia. También estos versos (Pr 2, 6-9) ponen de manifiesto la concepción religiosa de la sabiduría bíblica.

Pr 2, 10-22. Algunos males de que libra la sabiduría

Indicados los primeros beneficios que reporta la sabiduría, el sabio indica que ella libra del primer obstáculo aducido, las malas compañías, y de otro no menos peligroso que describirá en los capítulos siguientes. La sabiduría, con sus diversas facetas, ciencia, inteligencia, reflexión, librará a su discípulo de los hombres malvados, 'que con sus perversos razonamientos procuran seducirlos y llevarlos por sus caminos, sendas tenebrosas, de pecado y muerte. El que hace el mal -escribe San Juan- odia la luz. Su maldad les lleva hasta gozarse del mal ajeno, lo que indica a qué grado han llegado no ya de insensibilidad frente al amor al prójimo, sino de perversidad en su intento de hacerle el mal.
El segundo peligro del que le librará la sabiduría es de la mujer impúdica que, llevada de sus pasiones, deja al compañero de su mocedad para darse al pecado. La deshonestidad supone una entrega a los placeres materiales, que apaga la vida del espíritu e incapacita por lo mismo para lo bello y sublime, para lo puro y lo santo. "La impureza -escribe Cornelio a Lapide- con su vehemencia arrastra hacia sí todos los sentidos, la mente y toda el alma, de modo que los lujuriosos no pueden sentir, gustar, pensar en cosa otra alguna más que en ella, incapacitándose sobre todo para gustar y pensar en las cosas celestiales y divinas que sugiere la sabiduría. Quien obra de tal manera, no sólo hace traición a su marido, sino que se olvida de la alianza de Dios (Pr 2, 1). No conocemos ceremonia alguna de tipo religioso que acompañase la celebración del matrimonio, y nunca aparece en ella el sacerdote; pero el matrimonio tiene como autor a Dios 10, que lo instituyó monogámico n y prohibió el adulterio en su Ley y toda prostitución en Israel. Quien adultera, ofende la alianza de Dios con su pueblo.
Esta conducta lleva prematuramente a la región de las sombras, expresión común en la literatura antigua para designar el fin de la existencia humana. La Ley establecía la pena de muerte para los adúlteros. Por lo demás, quien se entrega a la lujuria crea en su carne una tiránica exigencia hacia los placeres sensuales, a los que ya no sabrá resistir. El pecado irá consumiendo sus energías corporales, agotando su organismo, con lo que apresura la vejez, y la muerte lleva prematuramente al seol, y quienes en él entran no vuelven otra vez a esta vida a gozar de los años que una muerte anticipada les arrebató.
El sabio concluye la perícopa contraponiendo las consecuencias de la vida virtuosa y las de la vida malvada. Los justos habitarán la tierra prometida, mientras que los impíos serán arrancados de ella. La felicidad que en el Antiguo Testamento se prometía a los israelitas era la posesión pacífica de la tierra prometida, que manaba leche y miel, y el castigo más terrible la expulsión de ella por la muerte o el destierro. En nuestro caso, las expresiones del sabio significan el favor divino, que se manifiesta en las bendiciones de esta vida, y el castigo, que priva de ellas. La perspectiva es más bien terrena; no aparece todavía, al menos claramente, la idea de una retribución en el más allá. Pero es digno de notar que la retribución es presentada en nuestro libro como efecto no precisamente de la práctica de la Ley, sino de la conducta moral, lo que señala una perspectiva distinta a la de los libros históricos y proféticos. En éstos es social y temporal; en los sapienciales, individual y escatológica, lo que marca un avance hacia la neo testamentaria.

Pr 3, 1-12. Bondad, fidelidad, confianza, temor de Dios. Primicias

El sabio continúa sus exhortaciones en el mismo tono paternal que antes, como queriendo grabar más y más profundamente sus enseñanzas en el corazón de sus discípulos. Advertimos una notable diferencia en la manera de proponer sus exhortaciones los profetas y los sabios. Aquéllos las ponen en boca de Yahvé, y habrían cometido un delito digno de muerte haber hablado en nombre propio; los sabios, en cambio, las proponen como fruto de sus observaciones y reflexiones. El profeta es el hombre de Dios y habla en su nombre; el sabio reflexiona y descubre la sabiduría que Dios ha derramado sobre las obras todas de la creación y ha revelado de una manera especial en su Ley.
Los frutos que aquí promete el sabio a quienes siguen sus enseñanzas son largos años de vida y prosperidad, lo que incluye la idea de una vida feliz. Es la recompensa tantas veces prometida por Dios en el Antiguo Testamento a los israelitas que observasen la Ley, y que coincide con el habitar la tierra. Cuando la vida individual y familiar está regulada por las enseñanzas de la sabiduría, reina la paz entre todos sus miembros, y ello lleva consigo la felicidad y la prosperidad.
Exigencias de la sabiduría son los sentimientos de bondad para con Dios y para con el prójimo y la fidelidad a las obligaciones que respecto de ambos tenemos. Ambos términos unidos aparecen muchas veces en el Antiguo Testamento y significan perfección moral en las relaciones de Dios para con el hombre4, del ser humano para con Dios, de los seres humanos entre sí. Las imágenes con que el sabio las recomienda, empleadas en el Deuteronomio para recomendar los mandamientos de Yahvé, y que los fariseos materializaron en las filacterias, indica a sus discípulos que las han de llevar continuamente en su mente y corazón para cumplirlas en todo momento. Frutos suyos serán el favor de Dios, con los beneficios que de ello derivan, y la estima de los hombres, que admirarán su conducta. Junto a la bondad y fidelidad, la sabiduría quiere una gran confianza en Dios, con la consiguiente desconfianza en sí mismo. Es un principio que repite la ascética cristiana. La vida es tan compleja, que no hay prudencia humana capaz de salir a flote en tantas complicadas circunstancias como presenta la vida. El ser humano debe estudiar los consejos de los sabios y esforzarse por obrar conforme a ellos, pero debe a la vez poner toda su confianza en Dios y esperar del éxito de sus obras, pues "lo que Dios ha hecho ya por nosotros es suficientemente grande como para que podamos esperar lo demás con fe y confianza, escribe Bossuet . Y San Bernardo dice que "quien a sí mismo se constituye en maestro propio, de un necio se hace discípulo. Semejante confianza era recomendada por los profetas aun en el mismo orden político.
El Pr 3, 7 contiene una triple recomendación: la humildad, el temor de Yahvé y la huida del mal. Hay entre ellas íntima relación. La práctica de la humildad, que la ascética cristiana considera como base y fundamento de la vida espiritual, remueve el principal obstáculo que se alza contra la sabiduría bíblica, la soberbia. Dios resiste a los soberbios y no da su gracia sino a los humildes. El teme a Dios y evita el mal encierra toda la sabiduría práctica y la ética de los Proverbios; "el temor de Dios -dice el libro de Job-, ésa es la sabiduría; apartarse del mal, ésa es la inteligencia. La humildad lleva de la mano al temor de Dios, y éste lógicamente aparta al hombre del mal (Pr 16, 4). La recompensa se indica en términos que se refieren expresamente al cuerpo; es claro que la religión con la práctica de las virtudes, la continencia, la castidad y la huida de los vicios, favorece la salud corporal. Pero no se limita a él; también el alma recibe como fruto una profunda paz y alegría interior, que repercute ella misma en el buen estado del cuerpo. Llama la atención la recomendación que a continuación hace sobre las primicias, pues es el único pasaje de los Proverbios en que se recomienda expresamente el culto a Yahvé, del que sólo se habla incidentalmente en unos cuantos lugares. La Ley mandaba ofrecer las primicias de los frutos, con lo que los israelitas debían reconocer a Dios como autor de todos los bienes temporales. Los sabios, más que en declarar la obligación del culto exterior, insisten en recomendar la rectitud moral, que consiste en la práctica de las virtudes morales y la huida de los vicios a ellas opuestos. A su cumplimiento promete abundantes frutos de la tierra. Es Dios quien da las buenas cosechas y las malas, que son, en último término, consecuencia y castigo del pecado. Si Yahvé está contento por las ofrendas de los israelitas, su bendición se derramará sobre los campos, conforme estaba prometido en la Ley. Mientras que en el Nuevo Testamento las bendiciones son más bien de orden espiritual, sin que el Señor se desentienda de las cosas humanas que nos son necesarias, en el Antiguo Testamento son más bien de orden material; pero en los libros sapienciales se van "desmaterializando" para dar paso a un concepto de vida feliz en el que se insiste mucho más en la virtud que en los bienes materiales, con lo que nos colocan a medio camino entre la Ley y el Evangelio.
Concluye la perícopa el sabio resolviendo una dificultad que se plantearía todo israelita privado de la revelación sobre la vida de ultratumba frente a las afirmaciones precedentes: ¿no dice la experiencia que muchas veces quienes honran a Dios tienen mucho que sufrir? Ciertamente, responde el autor, pero se trata de una excepción, cuya razón de ser está precisamente en el amor que Dios siente hacia ellos. Lo afirmaría también San Juan, que pone en boca del Señor estas palabras: Yo reprendo y corrijo a cuantos amo, y lo confirma el caso de Job. No hay justo tan perfecto que no se desvíe alguna vez o tenga peligro de apartarse del camino recto; el castigo divino le ayudará entonces notablemente a arrepentirse y continuar caminando por la senda de la virtud. Quiere además el Señor que el justo se justifique cada vez más, y nos enseña el apóstol San Pablo que es en medio de las contrariedades donde las virtudes se perfeccionan. Los cristianos conocemos el valor satisfactorio del sacrificio por nuestros pecados, conforme a la enseñanza del concilio Tridentino; al darnos ocasión de expiar en esta vida el reato de nuestras culpas, nos adelanta la hora del gozo eterno, evitando o acortando al menos los sufrimientos del purgatorio. Y San Pablo afirma el valor apostólico de las tribulaciones; Jesucristo llevó a cabo la redención por medio del sacrificio y el dolor, pero la aplicación de la misma a las almas no se hará sino mediante nuestras oraciones y sacrificios.

Pr 3, 13-26. Excelencia y frutos de la sabiduría

Quien alcanza la sabiduría puede sentirse realmente dichoso; los beneficios que lleva consigo superan a los más preciados metales. La frecuencia con que a éstos es antepuesta por los sabios nos recuerda la margarita preciosa del Evangelio, por la que vale la pena de venderlo todo. La sabiduría es digna de todos los esfuerzos y sacrificios precisos para conseguirla. Salomón lo entendió muy bien, por lo que no pidió a Dios oro ni plata, sino un corazón sabio e inteligente para gobernar a su pueblo.
En efecto, ella es quien proporciona la vida larga, que los sabios presentan como efecto normal de la sabiduría; las riquezas mismas y los honores, que son fruto de la inteligencia, de la prudencia en la administración de la casa, de la honradez y virtudes que comprende la sabiduría. El rey sabio, que había pedido sólo la sabiduría, obtuvo con ella vida larga, riquezas y honores como el que más. Los LXX contienen una adición, probablemente de un anotador que echó de menos la glorificación de la Ley. De la boca de la sabiduría brota la justicia, en cuanto que la práctica de sus enseñanzas hace al hombre justo. Lleva en su lengua la Ley, porque sus prescripciones coinciden con sus mandamientos, y la misericordia de Dios, que los sabios prometen a quienes siguen sus consejos. Los caminos de la sabiduría dan también esa paz interior de que gozan los justos al cumplir la voluntad de Dios, que le manifiestan los dictámenes de la sabiduría, y la paz exterior o tranquilidad frente a las perturbaciones y peligros externos, de que los libra la protección de Dios. De una y otra carecen los malvados, conforme a la afirmación del profeta Isaías: "no hay paz para los impíos. El Pr 3, 18 añade que la sabiduría es árbol de vida para quien la consigue. Es una alusión al árbol de la vida del paraíso, cuyos frutos conferían la inmortalidad. La sabiduría confiere beneficios análogos a quienes practican sus enseñanzas: vida larga y feliz. Esta afirmación, contrastada con la de la muerte prematura, castigo de los malvados, deja entrever, a juicio de algunos, en la mente del autor una suerte diferente en el más allá para el justo y el impío. Cierto que no la vio con la claridad precisa para utilizarla como motivo estimulante para una buena conducta.
Al hacer el elogio de la sabiduría y poner de relieve sus frutos, el sabio se remonta a la sabiduría divina, que acompañó a Dios en la creación y quedó plasmada en todas sus obras. La tierra y los cielos, las fuentes y el rocío, copioso en Palestina, cantan a voces la sabiduría que dirigió al Creador en su obra. El autor supone aquí la concepción del Génesis sobre el universo: la tierra es una superficie plana que flota sobre las aguas apoyada en sólidas columnas que sostiene el abismo; los cielos, una sustancia sólida y resistente, como de bronce fundido, que en forma de bóveda envuelve la tierra, cuyos extremos sostienen las cimas de las montañas.
La última parte de la perícopa contiene una nueva exhortación a mantenerse firme en la práctica de la sabiduría (Pr 3, 21); otra enumeración de algunos de los frutos ya indicados, vida larga, gracia y agrado ante los demás, y se extiende más en afirmar la confianza y seguridad que la sabiduría da a quien sigue sus instrucciones: allana sus sendas, lo libra de los tropiezos y caídas y lo fortalece en cualquier tribulación, y puede contemplar sin temor alguno la ruina de los impíos, que no se extenderá a él. "Tanto cuando camina como cuando permanece parado, cuando trabaja como cuando duerme, tanto durante el día como durante la noche, siempre y en todas partes estará seguro, intrépido, contento y alegre".

Pr 3, 27-35. Atenciones debidas al prójimo

Después del elogio de la sabiduría y sus beneficios, el sabio da unos consejos sueltos respecto del comportamiento con el prójimo. Los primeros se refieren a la caridad, tan recomendada por el Deuteronomio y los profetas. Prescribe la caridad para con los necesitados y señala en seguida una cualidad que ha de acompañarla, la prontitud, que revela una disposición de ánimo que hace el don doblemente agradable. Desaconseja después dos cosas que, además de entrañar una falta contra la caridad, ofenden la justicia y la fidelidad: tramar un mal contra el prójimo mientras confía en ti (Pr 3, 29), lo que arguye una vileza de ánimo que resulta detestable a los ojos de cuantos abrigan en su corazón sentimientos nobles; y el pleitear sin fundamento alguno para ello, lo que arguye ligereza o malicia en el pleiteante; Jesucristo recomendaría incluso ceder en el propio derecho antes de llevar a tu prójimo a juicio.
En los versos siguientes enseña al justo que no ha de envidiar al injusto. No es raro que los malvados, utilizando medios injustos, prosperen en sus negocios. Esto puede suponer una fuerte tentación para el hombre honrado y virtuoso, que puede sentirse tentado a seguir los caminos de aquéllos. El sabio le presenta los motivos por los que no ha de ceder a tal sugestión: el perverso es abominable a los ojos de Dios, que tiene sólo sus intimidades con el justo (Pr 3, 32); pensamiento afirmado ya por el profeta David y repetido por los autores de los Proverbios. El salmista afirma que Yahvé descubre sus secretos a los que le temen y les da a conocer su alianza, y la historia de los patriarcas, de los caudillos fieles a Dios y de los profetas, demuestra la veracidad de la segunda afirmación. La Sabiduría encarnada llamaría amigos y comunicaría sus secretos a sus apóstoles, y nos revelaría que la Santísima Trinidad establecería su morada en el alma del justo.
En efecto, la maldición de Dios, que lleva consigo la perdición y la ruina, pesa sobre los impíos, mientras que la bendición de Yahvé, que es fuente de prosperidad y bienestar, se reserva para quienes le son fieles. Quienes hacen con sus palabras y con sus hechos escarnio de los justos, serán a su vez objeto de burla por parte de Dios, mientras que los humildes recibirán su gracia. El Evangelio, al describir la diversa conducta de Jesucristo con los fariseos y las gentes sencillas, escribió un comentario inspirado a esta afirmación. A los sabios, que comprendieron los preceptos de la sabiduría y los llevaron a la práctica, Dios dará honra y gloria ante los hombres; pero quienes no cumplieron la ley divina recibirán menosprecio cuando la sabiduría descubra los secretos de cada uno y dé a todos su merecido. "El conjunto de los motivos de este capítulo, que no están exentos de intereses personales y materiales, supone, sin embargo, una concepción espiritual y moral muy elevada de la persona humana, de sus relaciones con Dios, de la belleza de la virtud. Ella sobrepasa mucho las concepciones formalistas de los sabios paganos.

Pr 4, 1-27

Pr 4, 1-9. Excelencia y beneficios de la sabiduría

En esta primera estrofa del capítulo cuarto, el sabio hace la presentación de su persona y doctrina. Cuando todavía era niño, aprendió de sus padres, que lo querían como se quiere a un hijo único, las enseñanzas de la sabiduría. El quiere ahora repetir a sus discípulos, adoptando la actitud del padre solícito de la instrucción de sus hijos, lo que él aprendió de labios de su padre. La enseñanza era en este tiempo familiar y oral; no hay indicios de que existieran entonces escuelas para niños.
La doctrina que él enseña es buena. Son máximas que le indican el sendero de la virtud y le apartan de los vicios, conduciéndole a una vida larga y feliz. Es oportuno recordar también aquí la observación hecha a Pr 3, 1: mientras que el profeta se presenta al pueblo como llamado por Dios y le habla en su nombre, el sabio habla con su propia autoridad, se presenta como un padre que enseña a su-hijo y asegura a veces haber adquirido la doctrina que enseña mediante la experiencia y el esfuerzo.
En la segunda parte de la estrofa (Pr 4, 6-9) indica, en medio de una apremiante y continuada exhortación, los requisitos para alcanzar la sabiduría y los frutos que de ella derivan. Ante todo es necesaria una estima e interés grandes por ella, a los que han de seguir el esfuerzo preciso por conseguirla y poner en práctica sus consejos. Una vez conseguida, hay que unirse a ella con lazo fuerte, como el que une a los parientes más próximos; con lazo indisoluble, como el que une al esposo a la esposa. La sabiduría consiste no en la lectura y especulación, sino en su ocupación y posesión; si, pues, comienzas a poseerla, tienes el principio de la sabiduría; si vas progresando en su posesión, cuanto en ésta, otro tanto progresarás también en la sabiduría; si la posees plenamente, tendrás también plena y perfecta sabiduría; ahora bien, esta posesión consiste en el uso y práctica de la sabiduría o virtud.
Los beneficios de la sabiduría que indica son maravillosos: guarda de todo mal como fiel compañera (Pr 4, 6), proporciona una vida feliz y dichosa (Pr 4, 4), alcanza estima y aprecio ante los demás, confiriendo una belleza moral más apreciable que las coronas y las diademas. Salomón la abrazó, hizo de él el rey sabio por excelencia, cuya sabiduría se hizo admirar en el Oriente. La costumbre de llevar coronas y diademas sobre la cabeza, sobre todo en ocasiones de júbilo, pudo sugerir la imagen del Pr 4, 8.

Pr 4, 10-19. La recta senda

Esta segunda estrofa comienza sus exhortaciones con la promesa, ya varias veces repetida, de la longevidad, la vida feliz y próspera, con tanta frecuencia prometida a Israel si permanecía fiel a Yahvé, que los sabios aplican al individuo en particular. La sabiduría enseña la recta senda a su discípulo, de modo que podrá caminar con seguridad a través de la vida. Fácilmente tropieza y cae el que anda en tinieblas, privado de la luz de la sabiduría; pero quien sigue la luz de sus consejos no tropezará aunque la vida se le presente complicada y difícil, porque ella le enseña cómo debe comportarse en todas las circunstancias, en las prósperas y en las adversas.
Y para mantenerse firme en ella, un doble consejo: retener firmemente la instrucción (Pr 4, 13) o disciplina, que capacita para practicar la virtud, la cual supone espíritu de abnegación y sacrificio, dominio de sí mismo; y mantenerse alejado de los malvados (Pr 4, 1), que de tal modo se han habituado a hacer el mal, que no duermen contentos el día que no han perpetrado alguna ruina; aquél viene a ser para ellos algo así como su comida, de la que no pueden prescindir. El influjo de las malas compañías ha sido ya puesto de manifiesto por el autor. El célebre predicador Lacordaire decía: "Creedme: toda la vida depende de las personas a las que hayamos tratado con familiaridad. Esta habitúa a las acciones, al mismo tiempo que a las personas, y lo que antes nos parecía odioso y abyecto, poco a poco pierde su aspecto impresionante...; el espíritu se entenebrece, el oído se corrompe, el corazón pierde el pudor, y terminamos por amar lo que nos parecía repugnante.
Concluye la estrofa con una hermosa antítesis entre la senda del justo y la del impío, que presenta bajo la metáfora de la luz y las tinieblas. La vida del justo está iluminada por la luz de la sabiduría, que lo libra de todos los peligros exteriores, que va creciendo con el cumplimiento de sus consejos e ilumina a los demás, señalándoles el camino a seguir. San Juan presenta a la Sabiduría encarnada como la luz que ilumina a todo hombre con su doctrina. Y Jesucristo exhortaba a sus oyentes a que fueran hijos de la luz, recibiendo su palabra y viviendo conforme a ella; y de sus discípulos quería que fuesen, con su predicación y sus obras, luz del mundo. Los caminos del impío, por el contrario, están envueltos en tinieblas. Quienes en ellas caminan sin la luz y consejos de la sabiduría, terminan por tropezar y caer víctimas de sus propios vicios y crímenes; cuando ellos menos lo esperen, pierden sus bienes terrenos o una muerte prematura acaba con sus perversos planes.

Pr 4, 20-29. Evitar la senda de la iniquidad

Con una introducción análoga a la de las estrofas precedentes comienza el sabio la tercera. No se cansa de recomendar una y otra vez el estudio y aplicación a la sabiduría y de poner de relieve sus benéficos frutos. Quiere que su discípulo aplique a ella todos sus sentidos, que lleve sus consejos en su corazón. Pues son vida en el sentido material de salud y bendiciones terrestres; el influjo de una vida recta en la salud corporal es manifiesta, como el de ciertos vicios en enfermedades repugnantes. Y lo son también en el sentido de vida moral a que lleva su cumplimiento.
Para no incurrir en la senda de la iniquidad, el discípulo de la sabiduría ha de guardar ante todo su corazón, porque él es la fuente de la vida material y también moral. Por lo que a ésta se refiere, Jesucristo hizo el mejor comentario cuando enseñaba que "el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo saca cosas malas de su mal tesoro. De los sentimientos del corazón depende toda la conducta. Y como "de la abundancia del corazón habla la lengua, la guarda de aquél facilita el buen gobierno de ésta; el sabio ha de detestar toda mentira y toda detracción y calumnia. Nada más opuesto a la sabiduría, compañera inseparable de la verdad. La Sabiduría encarnada se presentaría en los tiempos mesiánicos como la Verdad y San Pedro afirmaría que "en su boca no fue hallado engaño.
También la vigilancia de los ojos es precisa a quienes no quieran incurrir en el mal. Son las ventanas del corazón, por las que éste puede entrar. El ser humano virtuoso ha de tener fija su mirada en el camino que le señalan los consejos de la sabiduría y nada debe distraérsela de él. Finalmente, los pies son los ejecutores de los deseos del corazón, los que llevan al mal o al bien. El hombre inteligente, antes de mover su pie, mira dónde pisa; el virtuoso, antes de obrar, ha de reflexionar sobre lo que va a hacer, consultando a la sabiduría, y seguir la senda que ésta le señale, sin desviarse de ella.
Los LXX añaden los Pr 4, 28-29, que vienen a ser un comentario a los versos precedentes, atribuyendo a Dios la obra asignada antes a la sabiduría. Se encuentra también en la Vulgata. No es fácil decidir si provienen de un original hebreo o si son una adición de un escriba o un cristiano de los primeros siglos.

Pr 5, 1-14. Huye de las malas mujeres

Todo el capítulo 5 está dedicado al tema de las mujeres impúdicas, a que ya hizo alusión y sobre el que volverá en los capítulos 6 y 7. Esta frecuencia indica que se trata de un mal frecuente en los días en que fue compuesta la introducción (Pr 5, 1-9). Los pueblos vecinos a Israel practicaban la prostitución como parte de su culto. Estas mujeres vinieron a introducir tal corrupción en el pueblo escogido, que extraña pasó a ser sinónimo de meretriz y adúltera. La ley mosaica prohíbe el adulterio bajo pena de muerte, y los profetas lo reprenden duramente. En esta primera perícopa del capítulo, el sabio expone los halagos seductores de la adúltera y los males a que lleva el trato con ella.
Después de la exhortación acostumbrada, tanto más insinuante cuanto más peligroso es el escollo del que intenta apartar a sus discípulos, el sabio presenta el atractivo que ejercen las palabras de la adúltera y el fin nefasto a que su maldad la conduce. Lo primero es indicado por medio de dos metáforas muy conocidas: la miel, muy común en Palestina debido a sus numerosas flores, y que expresa muy bien el gusto y pegajosidad de los placeres que aquélla ofrece, y el aceite, que puede indicar la facilidad con que se insinúan y penetran en el corazón las palabras seductoras de la mujer impúdica. Nada más dulce que la miel ni más penetrante que el aceite. Lo segundo, con dos expresivas comparaciones: el ajenjo, cuya amargura es proverbial, y la espada de dos filos, apta como la que más para herir y matar. La ley condenaba a muerte a los adúlteros, si bien tal vez no siempre se aplicaba en la época en que fue compuesto el libro. En todo caso, la lujuria, con el desgaste de energías físicas que ella supone, conduce a una muerte prematura. El autor presenta el castigo sin tratar de precisar su naturaleza.
Declarado el fin de la mujer adúltera, y por lo mismo el de quienes se dejan seducir por sus halagos, el sabio exhorta a sus lectores a que se mantengan alejados de ella. Es la más sabia norma y el único medio para poder vencer el peligro. Dios dará a sus fieles siempre las gracias precisas para vencer en todos aquellos peligros a que el cumplimiento de su deber los exponga, pero no hará un milagro para que salga ileso el que temerariamente se puso en la ocasión. Es el aviso de todos los autores de vida espiritual.
Enumera a continuación los males a que lleva el adulterio, y que son otros tantos motivos por los que el hombre sabio ha de mantenerse alejado de él. El adúltero dará su honor a los extraños, y sus años a un cruel (Pr 5, 9). Se trata siempre de los mismos: del esposo ofendido, de sus parientes, a quienes irá a parar el honor del adúltero, cuyo pecado podrán descubrir, o exigirle el fruto del trabajo de sus años si quiere evitar el ser denunciado a la asamblea, que le impondrá el oportuno castigo, con la infamia consiguiente. Además verá consumida su carne y su cuerpo (Pr 5, 11), alusión, ya conocida, a los efectos físicos de la lujuria, que roban a la juventud su frescor y lozanía, precipitándola en una vejez prematura. Entonces reconocerá su error y se lamentará amargamente de no haber hecho caso de las advertencias de los sabios y haber despreciado la disciplina que hubiera mantenido a raya sus pasiones. Reconoce que se ha expuesto a ser denunciado a la asamblea y condenado a la pena de muerte, o al castigo que en su lugar se aplicase en los días que siguieron al exilio. "¡Cuántas molestias llevan consigo los amores torpes -escribe San Agustín-, cuántas inquietudes en esta vida! Y omito -añade- la gehena. Pero ve si no te has convertido en tu propia gehena en esta vida.

Pr 5, 15-23. Gózate con tu legítima esposa

En la segunda estrofa del capítulo 5, el sabio presenta un remedio psicológico muy eficaz para preservar a sus discípulos de caer en los lazos de la mujer adúltera: poner todo su amor en la compañera que para toda su vida escogió en los días de su juventud y reservar para ella todos los afectos de su corazón, con lo que gozará de las alegrías profundas que su compañía le proporcionará y de los placeres que una vida fiel conyugal bendecida por Dios reporta a los esposos. El sabio compara a la esposa con el agua de las cisternas y los raudales del pozo. Dada la escasez de agua en Palestina, las cisternas y los pozos constituían bienes altamente estimados por los israelitas. La imagen, que se emplea también para expresar la paz y el bienestar, es muy apta para indicar la sed de placer que el ser humano siente y la satisfacción a raudales que la esposa le puede proporcionar, sin peligro de la angustia e inquietud del que va a saciarla a fuentes vedadas.
El no proceder así puede traer otro mal muy grande para la propia esposa. Al no saciar su legítimo esposo los afectos y legítimos deseos de su corazón, puede inducirla a saciarlos con quien no lo es y dar origen a un nuevo adulterio. Una vida matrimonial virtuosa preserva a uno y otro cónyuge de la infidelidad y alcanza la bendición de Dios, que es quien da la verdadera dicha.
Con términos y comparaciones semejantes a las del Cantar de los Cantares, el autor se esmera en describir el encanto de la legítima esposa, con el fin de que su discípulo ponga en ella totalmente su corazón. Ella es fuente de felicidad y de placer en el hogar; la compañera de su mocedad, a quien consagró el amor de sus años jóvenes y prometió, sin duda, fidelidad perpetua; cierva carísima y graciosa gacela, comparaciones empleadas para ensalzar la belleza y gracias femeninas. La conclusión se desprende por sí sola: teniendo en el propio hogar con quien saciar los afectos y tendencias de tu corazón, no vayas a casa extraña, exponiéndote a los peligros e inconvenientes indicados. El matrimonio tiene tres fines: la procreación de los hijos, la mutua ayuda y el remedio de la concupiscencia. El sabio no desconoce los dos primeros y tiene un alto concepto de la mujer; si sólo insiste en el tercero, es porque la concupiscencia es la que induce al adulterio, presentando el remedio desde ese mismo punto de vista.
Concluye con un último y decisivo motivo por el que hay que evitar el adulterio. Tal vez el adúltero piensa que nadie conocerá su delito y que podrá evitar su castigo. Pero hay algo a lo que no puede sustraerse: la mirada de Dios, que todo lo ve y lo sabe. Y Yahvé, que gobierna los pasos de los hombres, puede disponer las cosas de tal modo que, cuando el adúltero se cree más seguro, es descubierta su iniquidad, que no quedará impune.

Pr 6, 1-35

Pr 6, 1-5. La fianza

El sabio no intenta aquí condenar el acto de fiar, que en otros libros se recomienda como un acto cíe caridad. Intenta sólo dar una norma de prudencia humana frente a deudores insolventes: el que fía ha de tomar las precauciones debidas para evitar que aquel a quien fía pueda jugarle una mala partida, y ello con la debida rapidez, no sea que llegue tarde.
La recomendación se repite varias veces en el libro, lo que indica los peligros que la fianza entraña y tal vez abusos frecuentes en los días del autor.

Pr 6, 6-11. La pereza

Otra cosa que puede ocasionar la ruina familiar -si alguna conexión existe entre ésta y la precedente perícopa, sería este peligro común- es la pereza. El autor de los Proverbios recomienda con frecuencia la diligencia para el trabajo y condena la pereza y desidia, lo que deja entender era otro mal frecuente en el también en que escribe.
Dos animalillos, maravillosos ejemplares de laboriosidad, presenta el sabio al perezoso como modelo y estímulo para que, saliendo de su indolencia, se haga activo y diligente: la hormiga y la abeja. Aquélla no tiene capitán que le imponga y controle su actividad; sin embargo, acumula con un trabajo paciente y laborioso provisiones para el invierno. La literatura antigua y el folklore popular la consideraron siempre como ejemplo de trabajo laborioso y providente. Lo que ella hace por instinto deberá hacer el perezoso por convencimiento y conveniencia personal. No es modelo inferior de actividad diligente la abeja. Es también pequeña; sin embargo, todos admiramos la sabiduría y diligencia en la confección de sus panales y su miel, que, labrada en la oscuridad, es a todos apetecible.
Frente a su trabajo diligente, el sabio describe gráficamente la conducta del perezoso y le advierte las consecuencias de su indolencia. Apenas ha comenzado su trabajo, la pereza y el sueño, sus compañeros inseparables, lo vencen e inutilizan para toda actividad que exija esfuerzo y sacrificio. La consecuencia inevitable es la pobreza y la miseria, que vendrán con la rapidez del que lleva el correo y lo inesperado del ladrón armado, a quien no se puede resistir. Si, por el contrario, eres activo -añaden los LXX-, tu cosecha será abundante como una fuente y la miseria estará lejos de ti.

Pr 6, 12-15. La doblez

Describe esta pequeña perícopa los gestos que suele emplear el hombre malvado, inútil para toda obra buena, de ánimo doble. El hombre sencillo y sin malicia no capta fácilmente el significado de esas señales, pero al ojo del observador delatan la hipocresía del malvado. Simula amistad y afecto con su prójimo, mientras con las señales indicadas manifiesta a sus compañeros su mala voluntad y les hace entender cuál va a ser la próxima víctima de su perfidia. Tiene lleno de maldad su corazón y no puede salir de él cosa buena; goza y disfruta sembrando disensiones y discordias entre los demás.
Pero, cuando menos lo piensa, viene a ser víctima de sus engaños y perfidia. El castigo es presentado como una ruina súbita e irremediable, sin determinar si el castigo vendrá por una intervención especial de Dios mediante una enfermedad o muerte repentina, por la acción de la justicia pública o la venganza de sus enemigos. "Cuan verdadero sea esto -comenta A Lapide-, lo enseña la experiencia. Vemos muchas veces cómo los hombres inicuos, maquinadores de maldades, perturbadores de la paz pública, son sobrecogidos por adversidades repentinas, inesperadas e inevitables, que no rara vez les causan la muerte presente y la futura. Justa y congrua pena que quienes destruyeron la paz y amistad de los otros se vean a su vez quebrantados... y que, cuando se alegran en sus maldades, súbitamente pasen de un extremo al otro, es decir, del sumo gozo al sumo dolor, lo que aumenta su pena y castigo. Muchas veces, sin embargo, la realidad no es así. Los malos mueren sin haber recibido el castigo de sus acciones malas, y los buenos sin haber obtenido la recompensa de su virtud. Ello iría abriendo las mentes israelitas a la revelación posterior sobre el premio y castigo después de la muerte.

Pr 6, 16-19. Cosas odiosas a Dios

El sabio emplea en esta perícopa un género literario especial que recibe el nombre de "sentencias numéricas." Se enuncia el número total de cosas a indicar, menos una, que se presenta en seguida con cierto misterio. La manera de enunciar esta última, si no es una mera forma retórica, declara que en ella se verifica en grado mayor la cualidad afirmada de todas. Este procedimiento literario, que se encuentra también en la literatura profana, a la vez que excita la curiosidad, mantiene la atención y facilita su retención en la memoria.
1. Ojos altaneros. La soberbia es el primer pecado capital y fuente de todos los vicios, por lo que el sabio suplica a Yahvé no le haga "altivo de ojos". Nada tan opuesto a la sabiduría, que exige humildad profunda y docilidad plena a sus enseñanzas. El orgulloso siente demasiado aprecio de sí mismo y desestima de los demás, para poder aceptar y someterse a sus enseñanzas. La Sabiduría encarnada, que tuvo una palabra de aliento y perdón incluso para la adúltera, no pudo resistir a los soberbios fariseos.
2. La lengua mentirosa es uno de los vicios que con más frecuencia recriminan los sabios, lo que indica se trata de algo muy detestable. Odiosa a Dios, que es la suma Verdad -así se definió a sí mismo también Jesucristo-, lo es también a los hombres, porque turba la mutua confianza y la concordia entre ellos.
3. El que derrama sangre inocente. Dios es el autor de la vida del hombre y no está en la facultad de éste quitársela a sí mismo o a su prójimo. Las Sagradas Letras inculcan, a raíz de la muerte de Abel por su hermano Caín, el respeto a la vida del hombre, porque ha sido creado a imagen de Dios; prohíbe el homicidio en el Decálogo y proclama que será derramada la sangre de aquel que derrame la de su prójimo. Más aún, las mismas fieras debían pagar con su propia vida la sangre del hombre cuya muerte hubieren causado. Todo lo cual pone de manifiesto el respeto que Dios quiere sea tenido para con la vida del hombre.
4. El corazón que trama iniquidades, intrigas, conspiraciones contra su prójimo en cuanto a su fama, a sus bienes, resulta también desagradable en extremo al Señor, de cuyo corazón, lleno de bondad, procede todo bien.
5. Pies que corren presurosos al mal hacen a los impíos más odiosos aún a Dios, y también a los hombres, que los anteriores. El malvado que hace una y otra vez el mal, llega a crearse un hábito y a sentir una fuerte inclinación a hacer el mal a los demás, que los impulsa a hacerlo tan pronto como se les presenta la ocasión.
6. El testigo falso que difunde calumnias comete un doble pecado, faltando a la verdad y a la caridad contra el prójimo, ocasionándole tal vez un gravísimo daño. La Ley lo prohíbe y los sabios lo condenan con mucha frecuencia.
7. El que enciende discordias entre hermanos es en cierto sentido más odioso que los anteriores a los ojos de Dios. Por hermanos se entiende aquí los parientes próximos y quizá también las personas unidas por vínculos de amistad. El que siembra discordias entre los parientes y amigos quita la paz y armonía entre aquellas personas entre quienes más necesaria resultan aquéllas, dando quizá ocasión a que se repitieran la historia de José y sus hermanos, la de Caín y Abel.
"Sin duda todas estas enseñanzas de la sabiduría tienen un carácter negativo que no alcanza la perfección del Nuevo Testamento. Servirá, sin embargo, de base a las enseñanzas de Jesucristo, que las presentará en un espíritu nuevo: 'Yo no he venido a abrogar la Ley y los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla (Mt 5, 17). Los sabios profanos re-prueban estos mismos vicios naturales, pero con un espíritu más formalista y una expresión más material".

Pr 6, 20-35. Huye de la mujer disoluta. Actitud peligrosa. Castigo del adulterio

Al renovar el terna del adulterio, vuelve al tono paternal, ahora más insinuante, si cabe, de las exhortaciones precedentes, y emplea las más expresivas imágenes para inculcar las advertencias de la sabiduría sobre la conducta a seguir frente a los halagos seductores de la mujer disoluta. Si las lleva en su corazón, serán luz que le enseñarán el recto camino y le proporcionarán la disciplina y fortaleza para no desviarse de él.
Para no caer en los lazos de la mujer disoluta, el sabio recomienda a sus discípulos la guarda del corazón frente a la impresión que a través de sus ojos pueda ejercer en él la hermosura de la mujer ajena y ponerse en guardia frente a las miradas licenciosas, con que fácilmente cautiva el corazón ajeno y lo inducen al pecado. El sentido del Pr 6, 26, oscuro en el texto hebreo, es discutido. El más probable es que, mientras que la cortesana sólo te despoja de los bienes que te exige para satisfacer tu concupiscencia, el pecado con la casada tiene consecuencias más graves, porque te expone al castigo, que indicará después, quizá a perder la misma vida. Con la comparación del fuego pone de manifiesto lo peligroso que es el trato familiar con la mujer del prójimo. Acercarse con esa actitud a ella y no caer en las seducciones de la licenciosa es como pretender llevar fuego en el regazo sin que se quemen los vestidos o intentar andar sobre brasas sin ser quemado por ellas. Aquí vale más que en ninguna otra cosa la advertencia del sabio de que "el que ama el peligro caerá en él.
También con una comparación pretende el autor declarar la gravedad del castigo del adúltero. Si un ladrón, llevado del hambre, roba con qué saciarla, tiene cierta excusa. Sin embargo, es severamente castigado, ya que pudo hacerlo con medios lícitos. Lo de "séptuplo," que no ha de tomarse al pie de la letra, expresa que ha de restituir en gran cantidad. La Ley a veces exigía el quíntuplo. ¡Cuánto más será castigado el adúltero, que roba al marido un bien tan superior a un poco de alimento y sin necesidad alguna! La Ley, como ya hemos indicado, establecía la pena de muerte para los adúlteros; pero en los tiempos del autor parece no se aplicaba, ya que no se hace mención, al menos expresa, de ella en estos capítulos, ni en Si 23, 21-37, en que se trata del mismo tema. Cierto que no se aplicaba en los días de Jesucristo. El Pr 6, 33 parece indicar que en su lugar se aplicaba algún castigo corporal, con la consiguiente ignominia. Sin embargo, el Pr 6, 34 deja entrever la posibilidad de la pena de muerte, si no por la ley judicial, por la venganza del esposo ofendido. La historia está llena de casos en los que éste, tomando la justicia por su cuenta, no se ha contentado con un precio inferior al de la muerte de su ofensor.

Pr 7, 1-27. Como la adultera seduce al inexperto

Para completar lo que ha dicho sobre el adulterio, el sabio presenta gráficamente, con sus circunstancias más concretas, el caso de una adúltera que con sus halagos sedujo a un joven inexperto, que pone de relieve la astucia de aquélla y la necedad de éste.
Precede la acostumbrada exhortación con nuevas imágenes. Cuando estimamos mucho una cosa, decimos que es la pupila de nuestros ojos. Tal ha de ser la estima del discípulo de la sabiduría por sus enseñanzas. El átatelos al dedo puede recordar el anillo que está unido a él y pasa a cada momento ante los ojos, con lo que indica el sabio que sus consejos han de estar siempre presentes en la memoria de aquél para llevarlos en todo momento a la práctica, La designación de la sabiduría como hermana, pariente, indica las relaciones de afecto y familiaridad, la unión íntima que con ella es preciso tener. El autor de la Sabiduría la presenta como esposa! y el Eclesiástico como madre y esposa virgen. Jesucristo, Sabiduría encarnada, llamaría madre suya, hermanos, parientes, a quienes oyeran sus enseñanzas y las pusieran en práctica. La sabiduría le librará entonces de los pecados sensuales, porque ella se opone a éstos como el espíritu a la carne, el cielo a la tierra.
Hace en seguida la presentación del joven embaucado por los halagos de la mujer disoluta. Una descripción imaginativa seguramente, pero basada en la realidad. Un joven inexperto, falto de juicio, que a eso del anochecer camina por la calle que conduce a la casa de la adúltera. Acierta a pasar por la casa del sabio, desde cuya ventana, a través de su enrejado, él mismo pudo con sus ojos contemplar la escena. Hay probablemente en la indicación de las circunstancias de lugar y hora una tácita advertencia del sabio. Posiblemente el joven salió de casa sin intención alguna malévola; pero quien imprudentemente se busca la ocasión, será víctima de los halagos de la carne.
Sigue el retrato de la mujer licenciosa. La mujer en este tiempo tenía bastante libertad, lo que hacía posibles escenas como la presente. Se presenta con atavío de mujer prostituta, con un corazón astuto, dispuesto a seducir a su encontradizo. Es habladora y procaz, siempre fuera de casa al acecho de su presa, en distinción a la mujer virtuosa, amante del silencio, modesta y recatada en su comportamiento, mujer de su casa. Lleva en su interior como un fuego que no la deja parar y una sed ardorosa de placer, que le hace buscar en todo momento la ocasión propicia para saciarla y merodea por las esquinas, con el fin de ser vista, en busca de algún incauto con quien dar pábulo a sus deseos depravados.
La actitud y lenguaje de la adúltera son atrevidos y desvergonzados. Seguramente en un lugar un poco apartado, toma del brazo al joven, le abraza en actitud un tanto descarada, llevada de la pasión, y le manifiesta sus propósitos depravados. Le dice haber ofrecido un sacrificio y cumplirse aquel día precisamente sus votos. En los sacrificios en cumplimiento de un voto se ofrecía la sangre y la grasa de los intestinos. Lo demás era comido en banquete sagrado el mismo día por los oferentes, que invitaban a sus parientes y amigos. Pero pronto desenmascaró sus perversas intenciones. Pone primero ante sus ojos una estancia perfumada con ricos perfumes7 y un lecho recubierto de tapices y telas de hilo recamado de Egipto, país con el que Palestina mantenía intercambio comercial desde los días de Salomón. Después provoca abiertamente su sensualidad: pasarán la noche dando rienda suelta a los deseos impúdicos de su corazón. Un motivo podría retraerle: la venganza del esposo. Pero no hay peligro. Ha salido para un largo viaje de negocios y tardará en volver. No podrá sorprenderles. Como en el Pr 7, 9 habló de tinieblas de la noche, posiblemente la escena tuvo lugar en una noche de luna nueva, en cuyo caso el regreso del esposo, que no tendría lugar hasta los días de luna llena, tiempo el más propicio para caminar, no tendría lugar antes de quince días.
Las palabras insinuantes y la conducta halagadora de la adúltera convencieron al joven incauto. Con tres comparaciones tomadas del reino animal declara el sabio su conducta necia y estúpida; la del buey, que lo mismo va tras de su amo cuando lo lleva al pesebre que si un día lo conduce al matadero, porque no tiene inteligencia; la del ciervo, que, cogido en el lazo, no puede liberarse de él, y su hígado, órgano para los antiguos de las afecciones y de la vida, es atravesado por la flecha; y la del pájaro, que se precipita a coger el alimento sin darse cuenta de que tiene tendida la red en la que va a dejar prendida la vida. Así el joven obró neciamente como quien no tiene inteligencia, se dejó coger en los lazos de la adúltera, de los que no supo escapar, y se precipitó ciegamente en una conducta cuyas fatales consecuencias menciona en seguida.
Termina el sabio con la recomendación con que comenzó: hay que seguir los consejos de la sabiduría respecto de la guarda del corazón para no caer en los lazos de la mujer adúltera. De hecho, advierte, muchos se dejaron seducir por la concupiscencia. David y Salomón, entre los grandes de Israel, fueron víctimas suyas, y la historia está llena de tristes ruinas morales y humanas, que son el mejor comentario a esta perícopa sobre la mujer disoluta. Las consecuencias a que lleva el adulterio son la muerte física, que lleva prematuramente al seol. Los cristianos sabemos que ocasiona otro mal mucho más terrible aún, que es la muerte del alma, que lleva consigo el infierno.

Pr 8, 1-36

Pr 8, 1-11. Invitación de la sabiduría

La mujer adúltera había aprovechado la oscuridad y la soledad con su encontradizo para seducirlo y llevarlo a la perdición. La sabiduría, por el contrario, toma la palabra y, a la luz del día, invita en alta voz y en las alturas elevadas, de modo que pueda ser oída por todos; en los cruces del camino, para ofrecerse a todo caminante; en las puertas de la ciudad, para que cuantos entren y salgan por ellas puedan escuchar sus enseñanzas; en los umbrales mismos de las casas, porque a toda costa quiere ser escuchada y hacer a los hombres partícipes de sus beneficios. A través de la ley natural impresa en el corazón de todos los hombres, de la conciencia, que a cada paso dice lo que es bueno y lo que es malo e incita a seguir aquél y evitar éste, la sabiduría divina habla en todas partes, en casa y en la calle, en la ciudad y en los caminos, y en todas las circunstancias de la vida, en los ratos de quietud y en los quehaceres de los negocios, cuando las cosas salen bien y cuando las tribulaciones llegan al corazón. Su llamamiento se dirige a todos los mortales, sin distinción de raza y condición. Es el universalismo que predicaron los profetas, y que en la plenitud de los tiempos, predicada por la Sabiduría que tomó carne, realizarían los apóstoles. Su llamamiento se dirige de una manera especial a aquellos que tienen más necesidad de sus enseñanzas: los simples o inexpertos, que fácilmente se dejan seducir por los razonamientos de los impíos y de los halagos seductores de la mujer adúltera; y los necios o insensatos, que por su mala conducta viven apartados de ella.
Sus enseñanzas, proclama la Sabiduría, están plenamente conformes con la verdad, a la vez que dictadas por la más leal sinceridad. La sabiduría que aquí habla es la sabiduría divina, que no puede engañar ni engañarse. Por lo mismo, sus sentencias están totalmente de acuerdo con la justicia, que es la verdad puesta en práctica, y enseñan el camino que lleva a la verdadera vida. Jesucristo se declaró a sus discípulos como el camino, la verdad y la vida. Pero, para reconocer como verdaderas las directrices que señala la sabiduría y ordenar la vida conforme a ellas, es precisa la inteligencia, o conocimiento de sus enseñanzas, y la ciencia moral práctica, o buena disposición de la voluntad para llevarlas a la práctica. Los faltos de juicio y los malvados no pueden fácilmente comprenderlas. Muchos judíos, cegados por los prejuicios de un mesías temporal, y muchos gentiles, apegados a las cosas de la tierra, no comprendieron el misterio de la cruz, suprema prueba del amor de Dios a los hombres, y lo tildaron de escándalo y necedad. "La sabiduría es un don de Dios -escribe Girotti-, y sólo quien la ha merecido con sus virtudes la puede estimar; los malos, que están privados de ella, no la comprenden; ninguna maravilla, pues, cuando afirman que las enseñanzas divinas son irracionales e injustas."
Se concluye esta primera perícopa con un elogio de las enseñanzas de la sabiduría, que utiliza las comparaciones conocidas del oro y las piedras preciosas, añadiendo que nada hay codiciable que pueda compararse con ella. Con razón el sabio la prefirió a los cetros y a los reinos, y en comparación con ella tuvo en nada la riqueza. "A su lado no cuentan corales y cristales -escribe el autor del libro de Job-; vale más que las perlas..., no entra en balanza con el oro más puro."

Pr 8, 12-21. Excelencias de la sabiduría

Después de la exhortación dirigida a todos los mortales con el fin de llevarlos al amor y práctica de sus enseñanzas, va a cantar sus excelencias. Al hacerlo, y para poner más de manifiesto el valor de sus dones, nos hablará de sus atributos, que constituyen, en cierto sentido, su naturaleza, y de los saludables efectos que produce en los reyes y en cuantos la aman y la buscan.
Enumera unas cuantas cualidades que son en otras muchas páginas del libro sinónimos de sabiduría, y que presenta ella misma aquí, personificada, como las cualidades de que ella está adornada o diversas facetas que su naturaleza comprende, y que fueron enumeradas ya en el mismo prólogo. El libro de Job las atribuye directamente a Dios, y el profeta Isaías las atribuye al Mesías, lo que indica se trata aquí de la sabiduría divina, y al atribuírselas el autor prepara los caminos a la revelación trinitaria. En medio de la enumeración hace mención de tres males que la sabiduría detesta: la soberbia y la arrogancia, el mal camino y la boca perversa, de que el sabio habla con mucha frecuencia en el libro y presentó poco antes como cosas odiosas a Yahvé. La mención del temor de Dios como fuente de aborrecimiento del mal, si bien se encuentra en el texto hebreo y versiones antiguas, es probablemente glosa de un escriba a Pr 8, 13, ya que rompe el ritmo.
A continuación describe los efectos de la sabiduría en quienes la alcanzan. Los reyes, quienes por su complicada misión la precisan de una manera peculiar, gobernarán y administrarán justicia con todo acierto, porque ella les inspira las leyes sabias y justas que requieren el bien de los súbditos y la justicia social. Pero antes de pasar adelante establece una condición necesaria para poder gozar de sus beneficios: el amor a la sabiduría y el esfuerzo por conseguirla (Pr 8, 17), que viene a coincidir con la guarda de los mandamientos de Dios, a la que el autor del Deuteronomio promete los bienes materiales. Jesucristo declaró que a todo aquel que le amase -ama a Dios quien guarda sus mandamientos- vendría El y el Padre y establecerían en él su morada, y que el que no lo ama no guarda sus mandamientos.
Pues bien, a quienes la aman y ponen en práctica sus enseñanzas, la sabiduría otorga el bienestar que proviene de una buena reputación ante los hombres y de las riquezas sólidas, cimentadas en la verdad, en la honradez y en la justicia, no en el engaño y en la injusticia, con el consiguiente peligro de perderlas cuando menos se espera. Y sobre estos bienes materiales, la justicia y la equidad, también afirmadas en el prólogo es decir, la rectitud moral, que es la verdadera fuente de felicidad, según el pensamiento de los sabios. Así, los bienes prometidos aquí por la sabiduría son, en primer lugar, de orden material; pero también de orden moral y espiritual, figura de los bienes sobrenaturales que traería la Sabiduría encarnada. El pensamiento de que muchas veces la sabiduría no confería aquellos bienes materiales a quienes de verdad la amaron y siguieron sus consejos, debió de hacer sospechar al sabio en estos últimos, y ciertamente preparó la revelación de los mismos, respecto de los cuales, con relación a las promesas meramente materiales de los primeros libros sagrados, nos hallamos ya a medio camino por lo menos.

Pr 8, 22-36. Origen de la sabiduría y su obra en la creación

El sabio va a revelar el último secreto de la grandeza de la sabiduría, explicándonos su origen y la parte que tuvo en la creación de las cosas: fue engendrada por Dios en la eternidad, antes de la creación de las cosas, y tomó parte en la creación de las mismas como arquitecto que dirigió al Creador en su obra.
Comienza afirmando que Yahvé la engendró, como primicias de sus actos, antes que todas las obras. El verbo hebreo qánáh, empleado por el autor, aparece muchas veces en nuestro libro; significa "adquirir" y, consiguientemente, "poseer," como traduce la Vulgata y las versiones de Aquila, Símico y Teodosio. La significación de poseer está aquí determinada por el "desde siempre," desde la eternidad, y en los Pr 8, 24-25 por la afirmación de su generación por parte de Dios. De modo que el sentido completo es que Yahvé posee la sabiduría, porque le ha dado el ser por generación. La traducción "me engendró" es en nuestro caso preferible, por el contexto siguiente. El término hebreo ré'síth, que la Vulgata Clementina traduce "al principio," es un sustantivo apuesto la pronombre personal (la sabiduría), que todas las versiones griegas y los mejores códices de la Vulgata traducen "como principio," en el sentido de arquitecto de sus obras. Pero esta idea no aparece hasta la perícopa siguiente (Pr 8, 27-31); el sustantivo hebreo, en griego a???, significa también muchas veces primicias; a Jesucristo se aplica en este sentido en Col 1, 15 y en Ap 3, 14. Tomado en esta acepción, el sentido sería que la sabiduría constituye las primicias, la obra primera y singular de la actividad divina. El derek puede significar los escondidos designios de Dios, que el hombre difícilmente puede penetrar, o las obras todopoderosas de Dios. El vocablo qedhem, que suele traducirse "antes de," "con anterioridad a" (sus obras), en hebreo es un sustantivo apuesto a sabiduría, como primicias, que puede, por consiguiente, traducirse mejor por "lo que va delante," "preámbulo" (Robert, Renard). El sabio presentaría la generación de la sabiduría allá en la eternidad algo así como un muy lejano y misteriosísimo preludio de la creación de las cosas. El desde siempre (mead, desde entonces, mucho antes de la creación) puede interpretarse "desde la eternidad," como indica el paralelismo con el verso siguiente.
No ha habido tiempo alguno en el que la sabiduría haya adquirido su excelencia y dignidad, sus atributos, los dones que ella comunica a quienes la alcanzan. Lo tiene todo desde los orígenes, desde mucho antes de que existiesen las criaturas; es eterna como el mismo Dios, porque ha sido constituida desde la eternidad (Pr 8, 23). Los LXX emplean el verbo ?eµe????, que significa fundar, poner los cimientos, establecer, que habría que interpretar en el sentido de que la sabiduría está en Dios, es la sabiduría misma de Dios, que existe desde que El es. A otros parece más de acuerdo con el contexto la idea del verbo násak, que significa derramar un metal fundido para hacer una estatua, derramar un líquido en honor de Yahvé, hacer una libación. Como en la consagración de los reyes se derramaba óleo sobre su cabeza, vino a significar dar la investidura, constituir en un cargo. Significaría que la sabiduría en su generación, que tuvo lugar en la eternidad, recibió su investidura, su dignidad y cuantos dones posee.
Los versos siguientes son un desarrollo en forma negativa de la idea del verso precedente. Afirman la preexistencia de la sabiduría a las primeras obras de la creación: el abismo, las fuentes de las aguas, los montes y los collados, el mismo primer polvo de la tierra. Antes de que todas estas cosas vinieran a la existencia por la acción de Dios creador, fue concebida la sabiduría (Pr 8, 24). El verbo hebreo hil significa volverse, retorcerse por la vehemencia del dolor como la parturienta, concebir, dar a luz. "El antropomorfismo -observa Girotti- es atrevido, pero el autor lo ha querido usar para caracterizar la generación de la sabiduría. En seguida dirá que los montes son "plantados," que la tierra es "hecha"; estos verbos caracterizan la actividad divina, en cuanto que produce seres inanimados. Pero de la Sabiduría se dice que fue concebida (partorita). Ella es, pues, un ser viviente, salido de Dios antes que el mundo y de otra manera". El "cardines" orbis terrae, que hemos traducido por el primer polvo de la tierra, responde al hebreo ro'sh, que significa cabeza y entraña la idea de principio, por lo que puede traducirse "las partes más importantes de la tierra," "los primeros elementos, los primeros átomos del polvo de la tierra."
Afirmado el origen divino de la sabiduría y su preexistencia respecto de las criaturas, en un desarrollo idéntico al anterior y de una manera positiva, va a declarar el papel de la sabiduría en la creación. El autor concibe a Dios como un artífice que va sacando de aquella masa caótica las diversas obras que constituyen el universo. Antes de realizar su obra, el artista ha de idearla y concebirla en su mente con su inteligencia y plasmarla luego en la realidad con su sabiduría. También Dios ideó el universo y fue realizando sus obras conforme al plan preconcebido. A cada una de ellas añade el autor del Génesis que "vio que era buena"; y al conjunto: "vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho". Pues bien, la Sabiduría estaba entonces en Dios y fue como el arquitecto que le presentaba los planos a realizar y que la omnipotencia divina iba plasmando en la realidad. Fue, pues, ella quien inspiró esa maravillosa armonía de la creación, en cuyas obras fueron quedando impresas sus huellas, a través de las cuales nos es posible a nosotros remontarnos hasta ella. Dios encontraba sus delicias en la Sabiduría y se alegraba de sus iniciativas y realizaciones. De la Sabiduría encarnada diría en los tiempos mesiánicos que tenía puesta en ella todas sus complacencias. A su vez, la Sabiduría se sentía feliz en el oficio que Dios le había señalado y se alegraba al contemplar realizadas las obras que ella había diseñado. Pero encontró sus delicias (Pr 8, 31) en el hombre, obra la más perfecta de la creación, hecha a imagen y semejanza del mismo Dios, capaz de entender los misterios de la sabiduría y de amarla y alabarla en nombre de la creación entera.
Con las fórmulas acostumbradas, concluye invitando a todos a seguir sus enseñanzas y a llevarlas en cada momento a la práctica.
La sabiduría que aconsejó, por así decirlo, a Dios en la obra de la creación física, ha de ser también la que dirija al hombre en su actividad moral, el cual debe acoger dócilmente "las sugestiones de aquella que ha aconsejado a Dios, y que ha demostrado en el orden físico lo que es capaz de hacer en el orden moral" (Girotti). A quienes las sigan promete la vida larga y feliz y el favor de Yahvé, que se gozaba con su Sabiduría en la creación de las cosas y se sentirá ahora complacido en aquellos cuya actividad esté dirigida por ella. El que desprecia sus enseñanzas se verá privado de él y dirige sus pasos por el camino de la perdición, que lo lleva a la muerte.
Así, pues, la Sabiduría, en la mente del autor de los Proverbios, tiene su origen en Dios, de quien procede no por creación -el sabio ha tenido buen cuidado de evitar los términos "hacer," "crear," que pudieran expresarla-, sino por generación mucho antes de que fueran creadas las demás cosas. Aparece como el primer fruto de la actividad, que es colocado en un rango muy superior y totalmente aparte del de los seres de la creación. No es algo abstracto o un mero ideal que debía servir como modelo en la creación de las cosas, sino un ser concreto que actúa como arquitecto en la misma, que se recrea en sus producciones. Se presenta, por una parte, como algo intrínseco a Dios, su sabiduría esencial; pero, por otra, como algo distinto que ha sido engendrado por El como primicias de sus actos, sin que pueda considerársela como un ser separado de El, pues inspira sus obras, con las que no puede confundirse en consecuencia. ¿Se trata de la mera personificación del atributo divino o de la segunda Persona de la Santísima Trinidad? Cierto que de una personificación tan viva a la afirmación de la segunda Persona no hay más que un paso. Los autores sapienciales no lo dieron, pero fueron más allá de la mera personificación, empleando un lenguaje que convenía al misterio trinitario, colocándose en un plano intermedio entre la mera personificación y la afirmación del Hijo, que estaba reservada a los autores neo testamentarios, con lo que prepararon los caminos a la revelación de la doctrina sobre la distinción de personas.
La Iglesia, en su liturgia, aplica esta perícopa a la Santísima Virgen. Es claro que no se refiere a ella en su sentido literal, en el que sólo se trata de la sabiduría divina. Ni tampoco en un sentido pleno, fundado sobre el literal, y que, desconocido por el autor humano, hubiese sido intentado por Dios, ya que no consta de tal cosa en la revelación posterior. Se trata sencillamente de una acomodación de la perícopa a la Santísima Virgen con fundamento en la realidad. La Sabiduría constituye las primicias de la actividad divina, preámbulo de sus obras; María es la obra más eximia del mundo creado que salió de las manos de Dios. La Sabiduría dirigió a Dios como arquitecto en la obra de la creación; María fue la obra cumbre concebida por la Sabiduría. Cuando Dios en su eternidad engendró a la Sabiduría-Persona, pensó en aquella en cuyas entrañas un día, en el tiempo, tomaría la naturaleza humana.

Pr 9, 1-18

Pr 9, 1-6. El banquete de la sabiduría

Como en el capítulo precedente, se presenta aquí la sabiduría personificada, sumamente activa, preparando un suntuosa morada. Las siete columnas darían una idea de su esplendidez y lujo o tal vez significan la plenitud de los dones de la sabiduría (el número siete se usa con mucha frecuencia tratándose de cosas sagradas), si es que no están requeridas por la construcción arquitectónica del tiempo.
Construida la casa, prepara el banquete: hace matar las víctimas y mezcla el vino. Ninguna de las dos cosas puede faltar en un banquete. Este, que simboliza a veces en la Sagrada Escritura el reino de los cielos, es aquí figura de los bienes que comunica la sabiduría. Probablemente los judíos no comían carne todos los días, sino sólo en ocasiones especiales, que tenían carácter religioso. Era costumbre entre los orientales el mezclar el vino con agua para atenuar su fuerza, o con especias aromáticas para hacerlo más gustos. El lujo de la habitación y la abundancia de víctimas y vino quieren poner de manifiesto las riquezas de la sabiduría y son, como advierte Renard, símbolo de los bienes mesiánicos.
Hechos los preparativos, la sabiduría envía a sus doncellas a hacer la invitación desde lo más alto de la ciudad, con el fin de que pueda ser oído por todos. Son aquí todos aquellos que tienen la misión de instruir a los demás para comunicarles las enseñanzas de la sabiduría, haciéndolos así aptos para recibir sus dones. La invitación de la sabiduría, como se ve por los capítulos anteriores, se dirige a todos, pero son los simples, los que no tienen experiencia ni formación moral, sus más indicados alumnos. San Gregorio interpreta en este lugar simples conforme a los sentimientos interiores de humildad, necesarios para aceptar las directrices de la sabiduría.
Los últimos versos dan la clave para la interpretación de la alegoría: el pan y vino que ofrece la sabiduría son la instrucción que enseña al arte de ser feliz, contenida en las sentencias del libro.
Esta alegoría, cuyo sentido literal queda expuesto, se presta, más que ninguna otra, a acomodaciones y sentidos místicos, ya que el paralelismo con realidades del Nuevo Testamento no puede ser mayor. Los Padres han hecho muchas acomodaciones de sus diversos elementos. Basados en ellas, podemos proponer las siguientes: la casa, en un sentido místico, puede significar "el cuerpo" que Jesucristo tomó en la encarnación (San Atanasio, San Agustín, San Gregorio Magno), el seno virginal de María, que le sirvió de tabernáculo, sentido íntimamente unido con el primero (San Gregorio Niseno, Teodoreto, San Bernardo). Siguiendo la línea de los versos siguientes, podríamos decir que la gran casa edificada por la Sabiduría es el Cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia. Las siete columnas podrían ser tipo de los siete dones del Espíritu Santo, con que enriquece las almas, o de los siete sacramentos, por medio de los cuales da la vida a las almas. Algunos se complacen en aplicarlas a las tres virtudes teologales y las cuatro cardinales, que son fundamento y sostén de la vida de las almas; y otros a los apóstoles y sus sucesores, los obispos y doctores. De las víctimas comenta Lesétre: "Esta inmolación es principalmente la del Hijo de Dios sobre la cruz de modo cruento; en el cenáculo y en el altar, de modo incruento... La Iglesia, observa, adoptando y repitiendo este paso en el Oficio del Santísimo Sacramento, no hace más que reproducir el pensamiento general de los Padres". Con la víctima inmolada en la casa de su humanidad, Lesétre ve las víctimas inmoladas en la casa de su Iglesia, que son los mártires. Estos son también víctimas que con sus merecimientos para el Cuerpo místico y con su ejemplo heroico sostienen con Cristo la vida de los cristianos. El vino mezclado evoca el que, mezclado con agua, utilizó Jesús en la noche de la cena y el que, con las gotas de agua, se utiliza cada mañana en nuestros altares para la consagración. La mesa evoca el altar, sobre el que se coloca el pan y el vino, que, convertidos en el cuerpo y sangre de Cristo, sirve de alimento a las almas que se acercan a él para participar del banquete eucarístico. El pan y el vino, en la nueva alianza, son la palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura, alimento espiritual de la inteligencia, y el cuerpo y sangre de Jesucristo, alimento real del alma, sin el cual ésta no puede vivir. Las doncellas enviadas a hacer la invitación prefiguran a los apóstoles y, después de ellos, a los ministros de la iglesia, que han de llamar a los fieles al doble banquete de la instrucción cristiana y a la Eucaristía. Los simples, a quienes en particular se dirige la invitación de la sabiduría, nos hace pensar en la preferencia de Jesucristo por los sencillos, los ignorantes, los pobres, los pecadores.

Pr 9, 7-12. Actitud del petulante y del sabio frente a los consejos

Los Pr 9, 7-9 tratan de la corrección en un estilo semejante a las sentencias de los sabios contenidas en Pr 9, 17-24. La razón por la que esta perícopa ha sido colocada aquí puede ser ésta: la sabiduría ha dirigido a todos su invitación, especialmente a los simples; esta estrofa señala una clase de personas poco menos que incapaces de aceptar y poner en práctica las correcciones de la sabiduría.
Y en Verdad nada más inútil que corregir al petulante, porque le falta la humildad y sencillez de corazón, precisas para recibir enseñanzas y correcciones ajenas. Más aún, su orgullo, que se siente herido, se irrita fácilmente y hasta llega a sentir odio y aversión a quien le hizo una advertencia, e incluso no perderá ocasión de ultrajar a quien tuvo el atrevimiento de corregirle a él. Con este género de personas, muchas veces es mejor omitir la corrección. El sabio, por el contrario, recibe los consejos y advertencias que se le hagan, y esa actitud, que mata el orgullo y el amor propio, acrecienta su virtud. Ama la verdad y la virtud, y por ello aprovecha cuantas ocasiones se le presentan para acrecentarlas; reconoce la contribución que a ello pueden prestar las correcciones ajenas, por lo que se siente incluso agradecido con quien le corrigió. Sabio y justo se equivalen: el auténticamente sabio en la mente de los autores sapienciales es el que practica las enseñanzas de la sabiduría, que se confunden con las prescripciones de la Ley.
Como en Pr 9, 1 y Pr 9, 7, el sabio afirma que el temor de Dios es el principio de la sabiduría, añadiendo que el conocimiento del santo es la inteligencia (Pr 9, 10). La sabiduría bíblica tiene un doble cometido; uno especulativo, y en él, como objeto primordial, el conocimiento de Dios, y otro práctico, y en éste, como parte fundamental, el cumplimiento de los deberes religiosos, a que lleva el temor de Dios. "El conocimiento de Dios es el principio y lo principal en la sabiduría, y el reconocerle prácticamente en la vida por el cumplimiento de los deberes religiosos es sabiduría perfecta". El término santo designa a Yahvé mismo. El profeta Isaías y el judaísmo posterior lo emplean con mucha frecuencia para denominar a Dios, tres veces santo. Fruto de la sabiduría son la vida larga y feliz, el premio varias veces ya mencionado. El sabio gozará de ella, pero el petulante, que rechaza sus enseñanzas, se verá privado de la misma. Los sabios enseñan que cada uno recibirá premio o castigo conforme a su conducta personal.

Pr 9, 13-18. El banquete de la necedad

Al llamamiento de la sabiduría se opone el llamamiento de la necedad. También ésta se presenta personificada en una dama activa, pero en distinción a la sabiduría, que es pacífica y está llena de inteligencia y buenos consejos, la necedad es alborotadora, ignorante del bien, hasta el punto de no saber nada bueno, porque carece en absoluto de las enseñanzas de la sabiduría. En su banquete no ofrece otra cosa que las vanidades, placeres e injusticias, que halagan la naturaleza humana, que heredó del pecado original una fuerte inclinación al egoísmo. La necedad procura encubrirlo bajo una apariencia de bien o de justicia, cuando no ciega la inteligencia ante las fatales consecuencias de placeres prohibidos, y el incauto con facilidad se asocia a su banquete.
La sabiduría envió sus doncellas a invitar a los sencillos. La necedad es muy atrevida y altanera; ella misma se coloca a la puerta de su casa o sube a lo más alto de la ciudad. Se conforma con invitar a los que pasan. Los atractivos del mal son más fuertes que los del bien; éste exige sacrificio y esfuerzo; para aquél basta dejarse llevar. Por eso, una palabra basta muchas veces para inducir al mal. Los sujetos a quienes se dirige el llamamiento son los mismos a quienes se dirigió la sabiduría (Pr 9, 4).
De momento, los frutos que la necedad ofrece son dulces y agradables. Su banquete no es suntuoso, pero tiene el misterioso atractivo del fruto vedado. "El Mal ha tenido siempre para el hombre atractivos incomprensibles, atractivos que resultan extremadamente poderosos cuando el mal significa las pasiones de la carne. También los paganos advirtieron esta anomalía de nuestra naturaleza, que es una confirmación de la caída original, porque el estado connatural de un ser inteligente y libre perfecto no puede ser la inclinación al mal." Algunos quieren ver en el pan oculto una alusión a la inmoralidad sexual.
Los que tomaban parte en el banquete de la sabiduría obtenían como fruto la vida larga y feliz. Los que se dejan seducir por las engañosas promesas de la necedad sufrirán como consecuencia la muerte prematura y las profundidades del seol, que antes señaló como castigo de los adúlteros, y ahora, al final de la introducción, declara como sanción a todo insensato.

Pr 10, 1-32

Pr 10, 1-10. Diversos efectos de la justicia y la impiedad

No es sólo el sabio quien goza de su sabiduría, ni el necio únicamente quien sufre las consecuencias de su necedad. Son los padres los primeros en cosechar los frutos de una buena o mala educación de los hijos. Se trata en los dos del padre y de la madre; la formulación de la sentencia presente es debida a que la gloria de los hijos repercute más bien en la del padre, mientras que las desgracias afectan más al corazón de la madre, como más sensible y delicado.
La sentencia del Pr 10, 2 sobre las riquezas y la justicia está de acuerdo con la doctrina tradicional del Antiguo Testamento acerca del premio y del castigo, los cuales tenían lugar, según ella, en esta vida. Las riquezas mal adquiridas, aunque de momento procuren un triunfo o bien temporal, muchas veces no aprovechan en esta vida, unas porque la ley las hace volver a su legítimo dueño, otras porque la venganza humana las arrebata; no falta cuando una muerte prematura impide gozar de ellas. La vida virtuosa, en cambio, libra al justo de la perdición a que lleva la impiedad, porque el justo está bajo la protección del Señor; por lo cual "se es bastante rico cuando se es pobre con la justicia, y se es demasiado pobre cuando se es riquísimo con la iniquidad". La lección que se desprende es que hay que poner más interés en vivir una vida virtuosa que en procurarse riquezas. El lenguaje del Pr 10, 3 sobre la satisfacción e insatisfacción de los deseos del justo y del malvado, respectivamente, tiene parecido con la bienaventuranza cuarta de San Mateo y la imprecación correspondiente de San Lucas. Pero el sabio se mueve todavía en un ambiente meramente humano, y su máxima se refiere a los deseos de una vida feliz en la que no le falte con que saciar las más elementales necesidades de su naturaleza, deseos que verá saciados el justo e insatisfechos el impío. Describiendo el salmista la providencia de Yahvé sobre el hombre virtuoso, exclama: "Fui joven y ya soy viejo, y jamás vi abandonado al justo, ni a su prole mendigar el pan"; mientras que de los impíos afirma que "serán exterminados, y la posteridad de los malvados, tronchada". Los cristianos, con la visión más profunda de las cosas que nos ha traído la revelación neo testamentaria, sabemos que Dios ha puesto en nuestro corazón un deseo innato de felicidad de dimensiones ultraterrenas. Dios saciará esos deseos en el justo, porque El mismo se constituye en el objeto supremo de su felicidad y lo hará plenamente feliz en la patria. El impío, por el contrario, verá insatisfechos sus deseos de felicidad, porque quedará privado en el más allá de Dios y también de aquellas cosas terrenas en las que él buscaba su felicidad, y que no hacían otra cosa más que excitar un deseo cada vez mayor de la misma que ellas no podían jamás plenamente llenar.
Los versos siguientes, en que se recomienda la diligencia en el trabajo, contienen un antiguo axioma popular que se encuentra en todas las literaturas. Dice relación a la vida agrícola, que los judíos cultivaron en Palestina desde la ocupación de la tierra prometida. "No a los que duermen, no a los ociosos, sino a los vigilantes se prometen los premios, y para el trabajo está preparada la recompensa," dice San Ambrosio. Los autores de vida espiritual ven aquí una amonestación a trabajar a su debido tiempo, sin dejar pasar las ocasiones propicias para santificarse. Aplicado a las diversas edades del hombre, se recomendaría el trabajo en la juventud para proveer a la vejez; el estudio de la sabiduría y la práctica de la virtud en los años jóvenes, para asegurar una vejez llena de honor y estima.
Diversa suerte espera a la memoria del justo y a la del injusto. Aquél es en vida bendecido por Dios y por los hombres, los cuales después de su muerte lo elogiarán. Conservar después de aquélla un buen nombre era, naturalmente, una de las mayores aspiraciones de un buen israelita, privados como estaban de la revelación sobre una supervivencia feliz en el más allá. Del piadoso rey Josías escribe Ben Sirac que su nombre es como "perfume oloroso," y su memoria, "dulce como la miel a la boca y como música en banquete." La memoria del impío, en cambio, será maldita, porque todos le aborrecerán y maldecirán. De Antíoco Epífanes dice el autor del libro primero de los Macabeos "que su gloria se volvería en estiércol y gusanos. Hoy se engríe, pero mañana no será hallado, porque se habrá vuelto al polvo y se habrán disipado sus planes." Por eso el hombre sensato acepta las instrucciones de la sabiduría; pues aunque su cumplimiento le suponga muchas veces abnegación y sacrificio, le confiere beneficios materiales en esta vida y una gloria que perpetúa su buen nombre en la posteridad. El insensato de labios no es capaz de llevar a la práctica los consejos de la sabiduría sobre el buen uso de la lengua y resiste, por lo mismo, a sus instrucciones sobre este particular.
La seguridad que en el Pr 10, 9 se promete a los justos dice referencia al orden humano: el hombre honrado que cumple con sus deberes para con todos y a nadie hace mal, puede marchar tranquilo por el camino de su vida, sin temor a la ley o a la venganza de los hombres. El que anda por sendas tortuosas, cuando menos lo piensa, se encuentra con el castigo de aquélla o tiene que sufrir las consecuencias de ésta. El autor tiene, sin duda, en su mente la providencia de Dios sobre los justos y pecadores, que actúa a través de los factores humanos. Una de las cosas propias de quienes maquinan el mal es el guiño de ojos, que revela doblez de ánimo, en distinción a la sencillez y nobleza de la mirada franca. El sabio opone los efectos saludables de una reprensión bien hecha, que conduce al arrepentimiento y cambio de conducta. Cerrar los ojos ante un comportamiento malo no es obrar conforme a los principios de la sabiduría, que enseña repetidas veces la conveniencia y necesidad de la corrección.

Pr 10, 11-21. El Hablar del Justo y del Impío

Riquezas y Pobreza. Contrapone el sabio primero los efectos de las palabras del justo y las que salen de la boca del malvado. Las primeras son de vida feliz dichosa, en cuanto que señalan el camino para conseguirla. Las segundas, por el contrario, son fuente de mal y desgracia para los demás, en cuanto que encubren las violencias del corazón que a su tiempo causará dicho mal. "La boca del justo -comenta A Lapide- es una fuente pura de agua, porque profiere con sencillez y sinceridad los sentimientos de su corazón, nada finge, no oculta nada; en cambio, la boca del impío encubre y oculta la iniquidad que maquina su corazón, y que, presentado el momento propicio, llevará a cabo, con el consiguiente daño para su prójimo". Pone en paralelismo después uno de los efectos del odio con una de las cualidades del amor: aquél vierte su veneno sobre su prójimo con palabras y a veces acciones que engendran disensiones y contiendas; el amor, en cambio, ve las faltas ajenas, pero las excusa ante los demás, y si esto no es posible por la evidencia innegable de aquéllas, las encubre con su silencio. San Pedro cita este verso y lo aplica, rebasando su sentido, a los pecados propios.
Volviendo al pensamiento del primer verso, da la razón por la que los labios del justo hacen el bien: poseen la sabiduría, que es la que señala los principios que han de regular la vida para que ésta sea feliz. El insensato no comprende esos principios o no está dispuesto a llevarlos a la práctica. Solamente el castigo es capaz de hacerlo obrar cuerdamente. Pero el sabio, que a su debido tiempo sabe hablar, sabe también esconder su ciencia (Pr 10, 14), callando cuando las circunstancias así lo aconsejan. Dice un proverbio inglés que "la palabra es plata, pero el silencio oro." El necio, en cambio, no sabe callar; habla sin reflexión, y en su mucho hablar no puede faltar la crítica, el juicio temerario, con que hace mal a los demás y a sí mismo (Pr 10, 19).
Se intercalan dos sentencias respecto de las riquezas. Dice el sabio que el rico tiene en ellas su fortaleza. Ellas le proporcionan un cierto bienestar, le permiten hacer frente a las adversidades de la vida y le proporcionan fácilmente amigos en quien confiar. La indigencia, por el contrario, frecuentemente desalienta al pobre, que no tiene tal vez lo necesario para su sustento; que se encuentra muchas veces solo frente a las adversidades de la vida, a que no puede siempre hacer frente; que se ve con frecuencia expuesto a injurias, desprecios y vejaciones. Todo lo cual lo vuelve tímido y de ánimo apocado. En seguida el autor constata los beneficios y los perjuicios que ellas reportan al sabio y al necio respectivamente. Aquél hace un recto uso de ellas, que incluso le permiten poder darse al estudio de la sabiduría y conseguir sus frutos, mientras que el impío las emplea en mantener vicios a que quizá no hubiera llegado si hubiera carecido de riquezas, y que lo llevan a la ruina moral y, frecuentemente, física.
Una norma de sabiduría que evita desviarse del recto sendero que lleva a la vida feliz es la corrección. El sabio se somete con gusto a ella, venga de Dios por medio de tribulaciones, o se trate de advertencias de los sabios; pero el necio la desprecia, porque, como dice Clemente de Alejandría, la reprensión es como una operación quirúrgica de las afecciones del alma que el necio es incapaz de resistir. Una de las cosas difíciles de corregir y que arguyen necedad e insensatez son los sentimientos de odio que anidan en el corazón. El sabio se fija en el Pr 10, 18 en dos actitudes que aquél provoca: palabras mentirosas, bajo las cuales se oculta con el fin de hacer un daño mayor; es más peligroso el enemigo que simula amistad que el que se declara abiertamente tal; y la difamación, que hiere en uno de los bienes más estimados, como es el buen nombre. "Si, pues, quieres ser sabio -escribe San Beda-, no escondas odio en lo recóndito de tu corazón ni profieras con tu boca calumnia alguna, sino que tu corazón esté lleno de amor y tu boca de verdad."
Los tres últimos versos de la perícopa insisten en la importancia del buen uso de la lengua. Quien se pasa la vida charlando, difícilmente evita los pecados de lengua (Pr 10, 14). Por ello, el salmista oraba: "Pon, ¡oh Yahvé! guarda a mi boca, centinelas a las puertas de mis labios." El hombre prudente es comedido en sus palabras y, antes de hablar, piensa lo que va a decir. "Es imposible al hombre débil y caduco prestar a cada una de sus muchas palabras circunspección y moderación precisas, como le es imposible vivir y obrar durante muchos días sin incurrir en el vicio y el pecado". Los autores de vida espiritual siempre recomendaron el silencio como condición indispensable de vida espiritual. Las palabras del sabio son comparadas a los más preciosos metales por el bien que hacen a los demás, instruyéndolos en el camino de una vida feliz, mientras que los pensamientos que abriga el corazón del necio no valen para nada positivo, porque está ausente de ellos la sabiduría, y como la necedad es en los Proverbios un defecto moral que se confunde con la impiedad, el necio se hace a sí mismo un mal moral y físico, que es el castigo de no seguir los dictámenes cíe la sabiduría.

Pr 10, 22-32. La dicha del virtuoso

La prosperidad, afirma el sabio, es fruto de la bendición de Dios, atribuyendo directamente a Yahvé lo que en la primera parte del libro se atribuía a la sabiduría. La sentencia que sigue no intenta afirmar la inutilidad de nuestros esfuerzos, sino la necesidad de que el Señor los bendiga para que fructifiquen. Un suceso inesperado los inutiliza a veces cuando su éxito parecía seguro. El salmista lo afirmó en el tan conocido: "Si Yahvé no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen."
La costumbre llega a facilitar las cosas de un modo sorprendente. Y así, para el malvado llega un momento en el que el hacer el mal es cosa de juego e incluso de placer, mientras que para el justo la práctica de la virtud viene a ser algo inherente a su naturaleza y su normal y alegre actividad. Sin embargo, el malvado no goza de perfecta y continua paz, y, por más que se esfuerce en apartar su imaginación del presentimiento del castigo, no lo logra más que a ratos. San Juan Crisóstomo escribe que "de la misma manera que el que camina de noche siente miedo aunque nadie haya que se lo infunda, así los que pecan no pueden vivir confiados y tranquilos aunque nadie los arguya de sus pecados." Y, en efecto, el impío puede pecar contra Dios, pero por poco tiempo; como el huracán, que pasa veloz, así el malvado es arrebatado por la tempestad de la justicia divina. El justo, por el contrario, verá satisfechos sus deseos de una vida feliz, que gozará durante largos años, porque, protegido por Dios, está seguro frente a las adversidades. Sobre si aquí, y después en Pr 11, 7, el sabio piensa en el más allá, es dudoso. Cierto que le debía resultar muy difícil de concebir el que todo pudiera terminar con la muerte, sin un más allá feliz junto a Dios para el justo y un castigo para el malvado, que pasó los días de su vida gozándose en el mal; pero nunca los sabios de los Proverbios lo afirmaron expresamente, ni siquiera plantean el problema contra la tesis tradicional de la retribución en este mundo, como el libro de Job.
En la máxima suelta del Pr 10, 26 constata el sabio la impresión o efecto que en quien le manda produce la actitud del perezoso: irrita y se hace intolerable como el vinagre a los dientes y el humo a los ojos. Lo que ocurría sobre todo entre los judíos, especialmente activos entre los orientales. El Pr 10, 27 expresa una idea repetida muchas veces en nuestro libro, tres veces en esta misma perícopa, y se funda en la creencia de que el justo y el impío obtienen en esta vida el premio y castigo, respectivamente, de sus obras. Aquí la vida larga se atribuye al temor de Yahvé, principio de la sabiduría, por carecer del cual el impío verá abreviados sus días.
Los versos siguientes (Pr 10, 28-30) continúan la oposición entre el justo y el impío. Primero frente a la esperanza que todo ser humano abriga de ser feliz, que verá cumplida el justo, porque se funda en una vida virtuosa, que asegura la protección de Dios, mientras que se verá desvanecida en el impío, porque se basa en las cosas terrenas, que, además de no contener la verdadera felicidad, pasan rápidamente. Segundo, frente al camino de Dios o cumplimiento de su voluntad; el que lo sigue se hace agradable a Dios, que se convierte en su fortaleza inexpugnable; el malhechor, naturalmente, teme, porque, al no seguirlo, sabe que se expone al castigo de Dios, que no podrá eludir. De ahí que el justo vivirá por siempre tranquilo, mientras que el impío no durará mucho sobre la tierra. Yahvé había prometido la firme y estable posesión de la tierra siempre que los israelitas fuesen fieles en la observancia de la ley, y les había amenazado con arrojarlos de ella si abandonaban el camino de la justicia. La posesión de la tierra vino a ser sinónimo de la más alta bendición de Yahvé, como el arrojarles de ella signo de su más profunda indignación contra el pueblo escogido.
Los dos últimos versos insisten en los conceptos ya expresados en el capítulo sobre el hablar del justo y del impío. Mientras que los labios del justo profieren cosas sabias, que se escuchan con complacencia, los del impío profieren necedades e incurren en los pecados de lengua, por lo que merecen ser destruidos, como el árbol que produce frutos malos y perjudiciales.

Pr 11, 1-31

Pr 11, 1-8. La justicia salva, la impiedad lleva a la ruina

Siempre fue la balanza una de las cosas que más se prestaron al robo y a la inmoralidad en los negocios. Y ésta constituye un obstáculo para las buenas relaciones sociales. Por eso, los profetas y los autores sapienciales recomiendan en ellas la justicia y la equidad, recomendación entonces doblemente necesaria, por el no fácil control legal de las pesas y medidas y por la codicia que siempre caracterizó a los judíos.
Son muy distintos, constata el sabio, los efectos de la soberbia y los de la humildad. En la parábola del fariseo y el publicano, Jesucristo dejó plasmados los sentimientos que una y otra suscitan en el Señor. De la misma manera, los hombres detestan y aborrecen al orgulloso, mientras que sienten algo especial por el alma sencilla y humilde. La soberbia deshonra, la humildad granjea honor y estima.
Los versos Pr 11, 3-6 contraponen la conducta y suerte distintas del justo y del impío. El primero vive una vida virtuosa, la cual hace prósperos sus caminos y le salva de todos los peligros que acechan la vida del malvado, librándole de la muerte prematura repentina, violenta, con que, cuando menos lo piensa, se encuentra aquél. El impío será víctima de su propia malicia, que lo expone al castigo de la ley y a la venganza de su prójimo; con frecuencia encuentran aquél cuando cometían su maldad, pagando caramente su delito. En el día de la ira, en que Dios castigará a los impíos sus propios pecados, de nada servirán las riquezas; en el día de rendir cuentas, la única carta de recomendación son las buenas obras dictadas por la sabiduría. Con la muerte del impío, afirma el sabio, perece su esperanza, y su confianza queda burlada (Pr 11, 6); ello daría a entender que la del justo no concluye con la muerte, y, en consecuencia, el sabio afirmaría que espera una suerte distinta al impío y al justo más allá de la muerte. Pero no precisa la naturaleza de esa diferencia. ¿Se refiere a la buena o mala fama que dejan uno y otro después de su muerte entre quienes los conocieron o al premio y castigo de la otra vida? Más veces hemos indicado que el autor de los Proverbios no conoció, con claridad al menos, la distinta retribución ultra-terrena; si la hubiera conocido, hubiera hecho uso de tan importante doctrina repetidas veces en su libro, como la mejor base para recomendar una vida moral recta. Entrevió que no podía esperar idéntica suerte a ambos, pero nada supo precisar sobre su naturaleza.
El último verso de la perícopa presenta la solución de los sabios al hecho tantas veces contemplado del bueno que sufre y el malo que triunfa, y que parece desmentir la tesis tradicional de la recompensa en esta vida. La aflicción del justo, dicen ellos, dura poco, para dar en seguida paso al gozo y la alegría; mientras que el triunfo del impío cede muy pronto a la humillación, como ocurrió en los casos de Mardoqueo y Aman, de Daniel y sus delatores, quienes, como Aman, hubieron de sufrir el castigo y humillación que preparaban a los justos. Naturalmente, la solución no era plenamente convincente, pero en el estadio de la revelación en que vivieron no pudieron ir más allá. Fue precisa la revelación posterior para descorrer el velo que ocultaba los misterios de la retribución ultra-terrena.

Pr 11, 9-16. El bien público la fianza la mujer prudente

Los impíos causan daño a su prójimo con sus labios, dándose a críticas y murmuraciones, levantando calumnias que turban la paz y confianza entre los conciudadanos, llevando a los incautos, con sus consejos, por caminos de perdición. Pero los justos, con la clarividencia y prudencia que les da la sabiduría, se salvan de las asechanzas y peligros que los malos les tienden.
No sólo quienes con él conviven, sino toda la ciudad experimenta el influjo benéfico del hombre virtuoso. Cuando éste prospera, no se encierra egoístamente en su felicidad, sino que hace a los demás partícipes de su dicha, de sus bienes. El impío, en cambio, con la actitud antes descrita, destruye la paz y armonía entre los habitantes de la ciudad, originando entre ellos divisiones, que abaten su prosperidad, por lo cual se siente aliviada cuando la muerte pone fin a sus calumnias y detracciones.
Es distinta la conducta del hombre insensato y la del prudente respecto de los defectos del prójimo (Pr 11, 12). Aquél adopta una actitud de desprecio, que está dictada por la soberbia y que lo declara falto de juicio, pues con ella se hace odioso a los demás y se crea enemigos. El prudente, en cambio, sabe ver y callar; prefiere tener que arrepentirse del silencio a tener que hacerlo de las palabras. Lo mismo ocurre con el calumniador y el leal en relación a los secretos; el primero, habituado a levantar calumnias y a hacer daño con su lengua, es incapaz de guardar un secreto, antes o después lo manifestará. El hombre fiel sabe guardar las confidencias que se le hacen, como también encubrir con su silencio los defectos de los demás. Ahikar tiene también un precioso consejo a este propósito:
"¡Oh hijo mío! si tú oyes una palabra, no la reveles a nadie y no digas nada de aquello que tú ves."
El Pr 11, 14 constata las consecuencias que para un pueblo tiene la falta de un buen gobierno, y hace una interesante observación a los gobernantes: el secreto para un buen gobierno está en la sabia elección de los consejeros. Un hombre, por muy inteligente que sea, no puede abarcar por sí solo la complejidad de problemas que lleva consigo el gobierno de una nación. La advertencia vale sobre todo para nuestros tiempos, en que un conjunto de factores políticos y económicos hace extremadamente difícil la dirección de los pueblos y exigen a su frente gobernantes inteligentes y muy sabios consejeros. Por lo demás, los autores sapienciales ponen muchas veces de relieve el valor de los consejos sabios. El Pr 11, 16 recoge una experiencia universal sobre la ansiedad y preocupación que crea la fianza ante la duda de si el acreedor será fiel o no, de la que se ve libre quien no fía a los demás. En Pr 6, 1-5 señaló la conducta a seguir respecto de ella.
Concluye la perícopa con un verso de cuatro estados. Los dos primeros se refieren a la mujer, los otros dos al hombre, y señalan a ambos la conducta a seguir en orden a un hogar feliz. La mujer agraciada, sobre todo por su prudencia y discreción en el hablar, por sus virtudes morales y también por sus cualidades domésticas, consigue gran honor ante sus familiares y círculo de amistades. Su conducta y su honor repercuten en bien y gloria de su marido, que se sentirá contento y feliz de su elección. El marido, por su parte, deberá con su laboriosidad proporcionar al hogar los medios de subsistencia que aseguren un relativo bienestar y tenga lejos de él los inconvenientes que la pobreza lleva consigo.

Pr 11, 17-23. Sentencias varias

Comienza la perícopa con una sentencia sobre la misericordia, a la que siguen unas sentencias sueltas sobre los respectivos premios que-sufrirán los justos y los impíos. El que es misericordioso para con los demás se hace bien a sí mismo, porque Dios, a su vez, tendrá misericordia para con él, conforme lo enseñó Jesucristo en la quinta bienaventuranza, y los mismos hombres, movidos por su ejemplo, practicarán la misericordia para con él cuando de ella precisare. Pero el duro de corazón para con los demás, a sí mismo se hace mal, porque el Señor hará un juicio sin misericordia a quien no la tuvo con los demás, y los hombres le pagarán con la misma moneda que de él recibieron.
Volviendo a las comparaciones entre el justo y el impío, el sabio afirma la vanidad de las ganancias del primero y la seguridad del premio del que practica la justicia. Cierto que el malvado a veces prospera en sus negocios, pero su prosperidad es ilusoria; se vendrá abajo cuando menos lo espera. El que cumple con los mandamientos de Dios tiene garantía segura de la recompensa, porque cuenta con el favor de Yahvé. Aquél es abominable a los ojos de Yahvé; el segundo le es grato. Dios, infinitamente santo, no puede complacerse más que en los que imitan su santidad siguiendo el camino de la virtud, y tiene que resultarle sumamente detestable toda malicia e iniquidad. En consecuencia, antes o después, ambos recibirán el premio y el castigo, respectivamente, de sus obras. Como siempre, el autor afirma el hecho de la retribución, que, como no siempre se verifica en esta vida, debió de intuir la del más allá, pero no determina su naturaleza.
El Pr 11, 22 presenta una sentencia dura, pero expresiva como la que más. La mujer dotada de cualidades físicas, pero privada de las intelectuales y morales, es, dice el sabio, como anillo de oro en hocico de puerco, o, como dice otro proverbio antiguo, "belleza sin bondad, pendientes de oro en las orejas de un asno." El anillo en la nariz era uno de los adornos de la mujer en el Asia occidental y en muchas tribus bárbaras y semicivilizadas. El autor estima más el juicio y la virtud en la mujer que la belleza física, que con el tiempo se marchita.

Pr 11, 24-31. Beneficencia

Los primeros versos ponen de relieve los diversos efectos de la liberalidad y de la codicia. Dios bendice al que es generoso y caritativo para con los demás, verificándose muchas veces en ellos incluso aquello de que "cuanto más dan, más tienen." Hay, por el contrario, quienes no piensan en otra cosa más que en ahorrar, privándose aun de lo necesario; sin embargo, jamás llenan sus arcas, porque el Señor no bendice sus trabajos y, sin su favor, éstos no pueden fructificar. "Dad y se os dará, decía el Señor; una medida buena, apretada, colmada, rebosante, será derramada en vuestro seno."
Una constatación tomada de la vida comercial ilustra el pensamiento anterior. Hay quienes, previendo tiempos de escasez, acaparan productos en sus graneros con el fin de, llegados aquéllos, obtener mayor lucro. El pueblo maldice tal conducta, que priva a los pobres tal vez de alimentos de primera necesidad; maldición que fue muchas veces escuchada por Dios, que castigó duramente a los monopolizadores. Alaba, en cambio, a quien liberalmente vende sus productos alimenticios y contribuye con ello a que nadie carezca de lo necesario. Seguramente que los negociantes judíos corrían este peligro en los grandes centros comerciales. Knaben-bauer, recogiendo la aplicación de los antiguos a los dones espirituales, escribe: "Quienes los emplean en utilidad de los demás duplican los talentos que les fueron concedidos; mas quienes no hacen buen uso de ellos, sino que se abstienen de hacer el bien que por medio de ellos tenían que obrar, se hacen más pobres, según aquello de Cristo: al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado (Mc 4, 25)."
Otra vez la vanidad de las riquezas. Quien en ellas pone su confianza creyendo que ellas pueden librar al malvado de la ira de Dios y del castigo de los hombres, se verá defraudado; tales riquezas no aprovechan al impío ni lo libran en el día de la ira. Los justos, en cambio, que ponen su confianza en el Señor, son semejantes a las plantas que en todo tiempo conservan su verdor, y, aunque de momento fueren angustiados y pisoteados por los impíos, reverdecen como el follaje y brillarán por sus buenas obras cuando los malos reciban su castigo. Idénticas afirmaciones contiene el Sal 52.
El Pr 11, 29 advierte las consecuencias a que lleva la mala administración de la propia casa. Quien por negligencia o incapacidad no administra bien sus bienes verá sus recursos reducidos a la nada, y él mismo, si no quiere perecer en su miseria, se verá obligado a servir al hombre prudente que lleva una administración ordenada de su hacienda. Las obras del justo, afirma también el sabio, con el favor que obtienen de Dios, con las riquezas que honradamente consiguen, son, a semejanza del árbol del paraíso, fuente de vida tranquila y feliz, mientras que la injusticia y la impiedad aceleran la muerte. Los cristianos, iluminados por la revelación neo-testamentaria, sabemos que las obras del justo, con la gracia de Dios, merecen la vida eterna y plenamente feliz del cielo, y las del impío, que ofenden gravemente a Dios, el castigo del infierno. Tal vez algunos piensen que los pecados del impío puedan escapar al castigo divino. El sabio excluye toda posibilidad en el último verso de la perícopa al afirmar que ni el mismo justo se verá libre del castigo que merecen las infidelidades que también él comete, y de hecho la historia bíblica nos dice que Dios castigó severamente los pecados de sus más fieles servidores, como Moisés, Aarón, David. El inciso "sobre la tierra" es una constatación de que muchas veces en la tierra Dios castiga al justo por los pecados que hubiere cometido; prescinde del premio o castigo en el más allá, que ni excluye ni afirma.

Pr 12, 1-28

Pr 12, 1-12 Antítesis entre el justo y el impío vida doméstica

Continúan las antítesis en torno al justo y al impío, repitiéndose conceptos ya expresados. La primera pone relación entre la corrección y la sabiduría. Es aquélla un medio maravilloso para evitar toda una serie de pequeños o grandes defectos que, por estar habituado a ellos o no darse cuenta de ellos, sólo una mano amiga y caritativa puede hacernos conscientes de ellos. Dejarse corregir de los sabios, recibiendo con humildad sus advertencias, indica verdadera sabiduría, que lleva a una rectitud moral cada día mayor. Quien rechaza la corrección irá perdiendo sensibilidad para la virtud y se verá cada día más fuertemente dominado por sus vicios y defectos. Los sabios la recomiendan con mucha frecuencia.
Los Pr 12, 2-3 contienen el pensamiento tan repetido de que la vida virtuosa asegura el favor de Yahvé, que lleva consigo la vida larga y feliz, mientras que la impiedad se hace acreedora al castigo de Dios, que no permitirá al impío una prosperidad duradera.
La antítesis del Pr 12, 4 se refiere a la esposa, de cuyas cualidades depende en gran parte la dicha del marido. La mujer fuerte, virtuosa, que sabe gobernar su casa, solícita del bien de todos, es una gloria para su marido. Con su precioso elogio, es el mejor comentario a esta sentencia. La desvergonzada, como dice el hebreo, que no atiende al gobierno de la casa y no es fiel al marido, destruye la felicidad del esposo, y la pena y tristeza que su conducta le causan va minando incluso sus energías corporales, como la caries corroe y destruye los huesos.
Contrastan los pensamientos del justo y del impío, que son la raíz última de sus obras. Los del primero están conformes con los dictámenes de la sabiduría. Los del segundo, simulando buscar el bien de los demás, tienen, en realidad, como única meta el bien propio. Más aún, el impío, no contento con fraudes y engaños, pone con sus calumnias, con sus falsos testimonios, con sus acciones, asechanzas a la vida ajena, y con ello a la propia, mientras que el sabio, que busca siempre el bien, libra al incauto con sus consejos y al inocente con su sabiduría, como libró Daniel a Susana de las acusaciones de los ancianos. Las consecuencias para uno y otro serán también muy distintas: perecerá presto el malvado y con él sus planes, mientras que gozará de los bienes de la vida por largo tiempo el justo.
Para el sabio, la verdadera fuente de alabanza es la sabiduría, y en la medida que el hombre la posea, es digno de estima. Se trata de la sabiduría bíblica, que incluye la clarividencia intelectual, pero que supone las cualidades morales y religiosas. También prefiere el sabio al hombre sencillo, sin gloria, pero con recursos para mantener a sí y a su familia, que al presuntuoso, que pavonea de nobleza y riquezas y carece de lo indispensable para comer.
El justo es humanitario incluso con los animales, que, si no tienen inteligencia, sienten, no obstante, y padecen. Por eso cuida de ellos, procura no les falte el debido sustento, mientras que el impío, de corazón duro, los trata con crueldad, les impone cargas excesivas y les propina fuertes palizas cuando no se doblegan a sus gustos. El· trato de los animales tiene su valor educativo: el que es cruel con ellos, fácilmente lo es también para con sus prójimos. Yahvé mandó a los israelitas repetidas veces ese buen trato respecto de los animales, ordenando, por ejemplo, que no se pusiese bozal al buey mientras trillaba; que no se unciesen juntos para arar al buey y al asno, lo que supondría para éste, como más débil, un trabajo excesivo; que, si se encontraba un nido, se cogiesen los huevos o polluelos, pero se dejase libre a la madre. Todo lo cual tenía como última mira fomentar la delicadeza de sentimientos en los israelitas.
La sabiduría bíblica tenía, naturalmente, que contener axiomas referentes a la agricultura, dado que el pueblo hebreo la cultivó desde la conquista de la tierra prometida hasta la destrucción de Jerusalén por los romanos. Quien es diligente en la labranza del campo obtendrá cosechas que le llenarán los graneros y asegurará un bienestar material. El vago es un necio que se encontrará con la pobreza, que es a veces un castigo de Dios a quienes se enriquecieron rápidamente con medios ilícitos; en la mayoría de los casos es debida a la vagancia. Concluye la perícopa con un pensamiento en que ya ha insistido; el malvado, con sus impiedades, se tiende una red, en que muchas veces es cogido, mientras que la sabiduría que dirige la vida del justo le proporciona los frutos que ella lleva consigo.

Pr 12, 13-23. Buen y mal uso de la lengua

El sabio hace un parangón entre el uso que de la lengua hacen el justo y el impío y sus diversas consecuencias. El impío, con sus mentiras e injurias, con sus calumnias y demás pecados de lengua, se prepara su propia ruina, creándose enemigos y exponiéndose a las penas legales; de todo lo cual se libra el hombre justo, cuyos labios, guiados por la sabiduría, son fuente de vida con sus consejos orientadores. Cada uno recogerá lo que con su boca sembrare: el agradecimiento y la estima, quien dio sabios consejos; el desprecio y el castigo, quien empleó sus labios para hacer el mal a los demás.
La mayor desgracia del necio es el no darse cuenta de que va errado en su camino, con lo que hace más difícil su corrección. Cegado por su maldad, por la soberbia, por la ambición, se tiene a sí mismo por guía. El sabio, por el contrario, es humilde y se deja guiar con gusto de quienes juzga más sabios que él. Tobías aconsejaba a su hijo seguir el consejo de los prudentes, y Ben Sirac exhorta a no hacer nada sin consejo, con lo que no tendrás que arrepentirte de lo hecho.
De vez en cuando nos encontramos en los Proverbios con sentencias que traen a nuestra mente los sentimientos de caridad del Nuevo Testamento. El necio es orgulloso y, apenas siente herido su amor propio, incapaz de contener su ira, salta en imprecaciones contra quien le ofendió. Pero el sensato sabe dominar su indignación frente a la injuria recibida y comportarse como si no hubiere sido afrentado. Claro que el motivo no es el amor al ofensor, título por el que Jesucristo recomienda tal conducta, sino el propio interés, al que sirve el conservar la tranquilidad de ánimo frente a las ofensas.
Difiere también, por supuesto, la actitud del justo y la del impío respecto de la verdad. Aquél es un fiel testigo, que no miente; la justicia es la verdad puesta en práctica. El impío, en cambio, es un testigo falso, con lo que falta a un principio fundamental de la vida social, que exige la verdad en el juicio. El Éxodo inculca al testigo la obligación de decir la verdad; al juez, la de juzgar conforme a la justicia, y a los dos, el no apartarse de ellas sobornados por las dádivas. Y así, la lengua del impío es como una espada de dos filos, que no sabe pronunciar una palabra sin herir con una crítica, con un falso testimonio, mientras que la del sabio, deshaciendo con su palabra autorizada una murmuración, una calumnia, derrama bálsamo en el ánimo herido por aquéllas. El hombre sabio, antes de hablar o dar testimonio, se informa bien y piensa lo que ha de decir y luego persevera firme en su palabra, sin temor a ser desmentido, porque encontró la verdad y ésta es estable y eterna. El mentiroso sólo por un momento puede mantener su palabra, porque su mentira es presto descubierta, que "se coge antes a un mentiroso que a un rengo," como dice nuestro refranero. También la sabiduría egipcia insiste mucho en la veracidad de la palabra, si bien con un fin interesado.
Tiene diversa repercusión en el corazón, afirma el Pr 12, 20, la actividad del que maquina el mal y la del que con sus consejos hace el bien a los demás. La primera crea temor, inquietud, agitación ante el peligro de ser cogido en el mal; "los impíos no tienen paz, dice Yahvé." La segunda origina ese gozo y alegría que es una consecuencia lógica de la vida virtuosa, que cumple los mandatos de Dios y practica la caridad con los demás. "Es fruto de la justicia -escribe A Lapide- la paz y tranquilidad imperturbable de ánimo, que es, según común testimonio de los filósofos, el mayor bien de esta vida." La última razón de todo está en el principio de retribución, que una vez más repite el sabio (Pr 12, 21). El malo, antes o después, encontrará su castigo, mientras que el justo goza del favor de Yahvé, que le preserva de toda adversidad.
Tratando del buen y mal uso de la lengua, el sabio hace constar que los labios mentirosos son aborrecibles a Yahvé. Lo indicó ya en Pr 12, 6 y Pr 12, 17, enumerándolos entre las cosas odiosas a Dios, y el libro dedicará unos cuarenta versos a poner de manifiesto lo que Dios y la sabiduría detestan los pecados de lengua. El mismo dato declara a la vez lo que Yahvé se agrada en quienes hablan y proceden con sinceridad. Una preciosa constatación concluye la perícopa: el hombre sensato es prudente y reservado en sus palabras; no hace alarde de sí y sus cosas, y en esa sabia actitud de humildad suya radica una buena parte de su encanto. El necio, en cambio, queriendo pregonar a todos su supuesta sabiduría, demuestra con ello que es un necio, y en realidad lo que pregona es su necedad. Una vez más se recomienda el prudente silencio y se condena la procacidad en el hablar.

Pr 12, 24-28. Laboriosidad y ociosidad. Frutos de la justicia y de la impiedad

La primera sentencia, que constata los frutos y consecuencias de la diligencia y la ociosidad en el trabajo, se repite muchas veces en el libro. Quien trabaja con esmero obtiene copiosos frutos de su trabajo, que le permitirá adquirir nuevas posesiones, mientras que el negligente las que tiene tendrá que ir vendiendo para tener su sustento, y terminará trabajando las ajenas si no quiere perecer en su indigencia. Recoge a continuación el sabio una observación mil veces comprobada: la angustia deprime el ánimo, abate las energías morales y físicas hasta llegar a veces a paralizar la actividad del ser humano por ella afectado. Es claro, en cambio, que la palabra alentadora que sale de un corazón amigo produce efectos maravillosos en el corazón triste y angustiado. La misma idea con distintas expresiones se repite en Pr 15, 13; Pr 17, 22.
El texto del Pr 12, 26 está corrompido y las versiones antiguas presentan lecciones diferentes, de modo que es muy difícil adivinar la lección original. Si la que escogemos es la auténtica, el sabio afirma la ventaja del justo sobre el impío, que encuentra su comentario a lo largo de todo el libro, cuyas sentencias contraponen constantemente los efectos saludables de la vida virtuosa y las consecuencias fatales de la impiedad 21. Con una expresión plástica repite la idea del Pr 12, 24: el indolente no "asará su pieza," porque primero habrá de darle alcance, lo que no es posible sin el esfuerzo y diligencia que él se niega a poner. Es el diligente cazador, que desde muy temprano sale al campo, quien podrá repetir el "a quien madruga, Dios le ayuda" de nuestro refranero. El Pr 12, 28, en la lección de los LXX, repite el constante estribillo del libro, que, al proponer una y otra vez ante los ojos los frutos de la vida virtuosa y las consecuencias de la impiedad, sirve de constante estímulo a practicar la justicia y evitar los vicios .

Pr 13, 1-25

Pr 13, 1-6. Frutos de la corrección

Las primeras sentencias del capítulo 13 son ya conocidas. Lo que en Pr 12, 1 dijo sobre la corrección, lo aplica aquí al hijo sabio. Si alguna reprensión hay incluso que amar, es la que proviene del padre, porque ninguna entraña más amor y más interés por hacer bien; por eso el hijo sabio la ama y la sigue. No así el petulante, que carece de la humildad precisa para recibir bien una advertencia y no tiene tal vez ni la delicadeza de sentimientos filiales para recibir al menos la que viene de su mismo padre. En cuanto a los efectos de la rectitud y de la maldad, el sabio ha repetido que la vida virtuosa obtiene una vida larga y feliz, mientras que la impiedad acorta la vida. Sobre el uso de la lengua ya advirtió que quien habla mucho es raro que no se vea envuelto en imprudencias y pecados que pueden poner en peligro su vida, de los que se ve libre quien sabe guardar silencio y reflexión. El Pr 12, 4, que presenta los deseos ineficaces del perezoso, tiene especial aplicación en la vida espiritual a tantas almas que quieren ser buenas, pero se muestran luego indolentes ante toda práctica cristiana que suponga un poco de renuncia y abnegación. Frente a la mentira adoptan diversa actitud el justo y el impío. Dios, verdad absoluta, detesta toda palabra mentirosa y hace sentir odio hacia ella al justo. El impío la ama y se divierte con ella, pero se deshonra, porque antes o después es tomado en sus mentiras. También el pensamiento del Pr 12, 6 se repite muchas veces. La justicia conduce al hombre por el camino del bien y lo aparta de todo mal. La impiedad aparta al pecador del recto sendero y lo lleva a caminos cada vez más tortuosos, hasta que se encuentra con el castigo de Dios.

Pr 13, 7-12. Riqueza y pobreza

Los dos casos se dan en la vida: el del que, no teniendo nada, hace alarde de tener, y el del que, poseyendo mucho, vive como un miserable. Lo primero es peligroso, porque el malvado, más de una vez, para hacer realidad sus simulaciones, se sentirá tentado a mentir, a robar. Lo segundo es una necedad, pues acumula tal vez con sudores lo que otros van a malgastar alegremente. El proverbio enseña que no siempre se puede juzgar por las apariencias y que el prudente se abstiene de esas simulaciones. Las riquezas, cuando realmente se poseen, tienen varias ventajas4; una de ellas es la de poder rescatar la vida. Había delitos que la Ley castigaba con una multa pecuniaria; el rico fácilmente la podía pagar sin detrimento de su bienestar material, que no podría salvar el pobre. Una suma de dinero podía incluso librar de la muerte o de la esclavitud.
Con una bonita metáfora se contrapone la vida del justo y la del impío en el Pr 13, 8. La luz y la lámpara son símbolos de vida, de bendición, de prosperidad, de alegría. Todo ello brilla en la casa del justo, haciendo su vida feliz. Y su ejemplo puede ser luz que ilumine en torno suyo. También en la casa del impío se encuentran a veces, pero en ella la lámpara lucirá por poco tiempo, porque su luz no está alimentada por las obras de una vida virtuosa, que hace duradera la vida feliz.
Las riquezas engendran con frecuencia orgullo y soberbia. El amor propio siempre quiere triunfar, y, por lo mismo, cuando se enfrenta con otro amor propio, suscita en seguida la contienda. El sabio es humilde y, por lo mismo, acepta con docilidad los consejos ajenos, consciente de que puede aprender de los demás. Por eso entre los soberbios hay continuas riñas, mientras que entre los humildes reina siempre la paz y la concordia. El Pr 13, 11 constata una observación de cada día sobre las riquezas. Cuando el dinero se adquiere de prisa, con facilidad, sin esfuerzo, suele disiparse con la misma rapidez y facilidad. Si además fueron adquiridas injustamente, entonces no es raro que la justicia legal o la venganza humana reduzcan a la miseria a quien con ellas se enriqueció. En cambio, la riqueza adquirida con el trabajo de cada día, con el esfuerzo de cada hora, jamás se disipa a la ligera; además, como conseguida por medios justos, cuenta con la bendición de Dios. El pequeño ahorro de cada día y la protección de Dios harán crecer sin cesar las riquezas del justo.
Concluye la perícopa con una constatación que se verifica muchas veces respecto de las riquezas. La esperanza que ve diferirse el objeto de sus ensueños causa tristeza y desilusión. "Pone enfermo el corazón, dice un proverbio árabe, y hace daño al pensamiento." Deseo, en cambio, que encuentra satisfacción, viene a ser como un árbol de vida, cuyos frutos animan y confortan, dan gozo y alegría. "Esto experimentan las almas santas -comenta A Lapide haciendo aplicación al orden espiritual- que anhelan el cielo para gozar de Dios y de Cristo... Cuando se difiere la esperanza de las cosas eternas, se aflige el alma de los fieles, o por la dilación de los bienes que ama o por la prolongación de los males que sufre. Pero, cuando llega lo que desea, fácilmente se olvida de lo que tuvo que soportar, porque comienza a vivir para siempre con su Redentor, a quien buscaba en todo y por todo; El es árbol de vida para quienes le abrazan."

Pr 13, 13-20. La doctrina del sabio

El mensajero. La corrección. Advierte el sabio los diversos efectos de la docilidad y la indisciplina frente a los mandatos de la ley en general -prescripciones de la ley y advertencias de los sabios-. El primero percibirá los beneficios que la ley y la sabiduría prometen a sus seguidores; el segundo, las consecuencias de su necedad. Aquéllos son incluidos en la expresión fuente de vida, idéntica a "árbol de vida," que designan la vida larga y feliz, en oposición a la muerte prematura del malvado n. Se trata de la felicidad y de la desgracia terrestre, como en los textos análogos citados.
Los sabios recomiendan también la educación fina y delicada, advirtiendo cómo esa clara percepción de las cosas que hace al hombre discreto y cortés se conquista la simpatía y estima de los demás. Estas virtudes humanas suelen faltar en los malvados, especialmente en los soberbios, cuyos modales no reflejan sino arrogancia y orgullo, vicios que los hacen detestables a los demás. El Pr 13, 16 presenta la afirmación del Pr 12, 23: el sensato, antes de obrar, reflexiona y, si es preciso, consulta a los sabios; el necio, como obra sin premeditación y consejo, no puede tener éxito en sus empresas en que dejará entrever siempre su necedad.
La misión del mensajero es delicada. El que a su debido tiempo comunica su misiva puede hacer un bien incalculable. El que no la transmite con fidelidad o no la hace llegar a su debido tiempo, puede originar una tremenda desgracia, especialmente en el orden político, al que se refiere la advertencia los LXX. Por tercera vez en poco espacio, el sabio recomienda la corrección. Es uno de los postulados más útiles y necesarios de la sabiduría y también uno de los que más cuesta aceptar. El Pr 13, 19 repite el pensamiento del Pr 13, 12, aplicándolo al caso del necio. Quien durante tiempo ha abrigado en su corazón un ideal, siente profunda satisfacción cuando le da alcance. El malvado constituye ideal y ocupación de su vida hacer el mal, y sólo cuando lo consigue se siente contento. No sabe vivir otro estilo de vida. El último verso alude al influjo de las compañías, que el autor del libro puso tan de manifiesto en la introducción. Lo expresó muy bien nuestro refranero con el "dime con quién andas y te diré quién eres." El hombre es generalmente hijo del ambiente que le rodea y termina por hacer suyos los sentimientos de aquellos con quienes familiarmente trata.

Pr 13, 21-25. El premio de los justos

Abre esta pequeña sección una sentencia en que se expresa el principio general de retribución ya enunciado, sin concretar la naturaleza del premio y del castigo. La segunda viene a confirmarlo: los bienes legítimamente adquiridos por el justo son estables, pasan de padres a hijos. No así los bienes injustamente adquiridos por el pecador, que muchas veces vienen, antes o después, a parar a manos del hombre sabio y prudente. En la parábola de los talentos, Jesucristo presenta al señor que quita el denario al siervo inútil, que no lo hizo fructificar, y mandó que fuese dado al siervo fiel, que, habiendo recibido diez talentos, hizo fructificar otros diez. La variedad de versiones e interpretaciones demuestra la oscuridad del Pr 13, 23. La más corriente del texto hebreo dice que mientras el pobre con el trabajo constante de cada día, bendecido por Dios, llega a hacerse rico, el impío consume sus riquezas, por grandes que sean, en los vicios, que lo llevan a la ruina. El sabio, que ha recomendado con insistencia la corrección, inculca ahora al padre incluso el castigo corporal como medio de instrucción. En efecto, advierte, no es quien deja a los hijos con sus caprichos, quien jamás les niega un gusto, el que los ama con un amor recto y sincero, sino el padre que los educa y hace de ellos hombres sabios, prudentes, honrados, que sepan vencer sus pasiones y enfrentarse con la vida. Todo esto difícilmente se consigue sin la corrección y el castigo. El último verso expresa el mismo pensamiento que Pr 10, 3, en Que la retribución se atribuye a Yahvé. El justo asegura su sustento, porque Dios bendice su trabajo; al impío los vicios le consumen lo que tiene. Admira la confianza profunda de los sabios en Yahvé en medio de una fe que no se eleva por encima de la retribución material.

Pr 14, 1-35

Pr 14, 1-14. Sabiduría y Necedad

El primer verso pone de relieve la gran influencia de la mujer en la buena marcha de la casa, y cuyo mejor comentario lo hace el Pr 31, 10-31. La felicidad de un hogar depende principalmente de la solicitud de la mujer, y la prosperidad, de su buena administración práctica. Donde hay mujer necia, en cambio, no habrá orden, ni paz, ni economía. "En sentido general puede decirse -escribe Girotti- que la sabiduría de la mujer puede suplir la del marido; pero su necedad puede destruir la casa, no obstante la sabiduría del marido."
Al principio del libro estableció el autor que el temor de Yahvé es el principio de la sabiduría bíblica, que supone ante todo rectitud de vida. Con razón constata ahora que quien obra bien teme a Dios, y quien va por malos caminos le desprecia, lo cual encierra una profunda observación psicológica: los malvados sienten instintivamente desprecio hacia Dios porque su ley contraría sus instintos. Y por lo mismo desprecia y persigue a los justos, cuya conducta virtuosa supone para ellos una continua reprensión, que su conciencia no logra muchas veces acallar. Ahí está también la razón de por qué se persigue a aquellos cuyo único delito es predicar a todos, como representantes de Dios, su divina ley.
El Pr 14, 3 presenta otra vez, ésta con expresivas imágenes, las diversas manifestaciones y efectos de la lengua en el soberbio y en el sabio. La de aquél es como un azote para los demás, con sus connaturales desprecios y calumnias. El sabio, en cambio, es prudente; no habla mal de los demás, con lo que no se ve comprometido por sus palabras. Y si otros le comprometen, su inteligencia le pone a salvo de sus críticas. Con una experiencia de la vida agrícola -quien quiera llenar sus graneros con abundantes cosechas ha de procurar tener sus bueyes en las condiciones de mayor rendimiento-, el sabio enseña que quien pretende conseguir los fines ha de poner en práctica los medios a ello conducentes. El Pr 14, 5 repite Pr 12, 17: el que se acostumbra a mentir, difícilmente se abstiene de hacerlo, sobre todo si está por medio la esperanza de lucro; la costumbre crea como una segunda naturaleza, a la que difícilmente se resiste. Los que aman la verdad, por el contrario, aborrecen instintivamente la mentira y por nada del mundo se dejan vencer por ella.
La sabiduría exige en quienes quieren hacerse sus discípulos ciertas disposiciones, sin las que no es posible alcanzarla: el temor de Dios, la humildad y pureza de corazón, de todo lo cual carece el orgulloso, quien, por lo demás, no busca la sabiduría con rectitud de intención, sino por los beneficios sociales que le reporta. Quien tiene aquellas disposiciones acepta con toda docilidad sus enseñanzas, la misma corrección, incluso, de la sabiduría, que por su parte tiene sus delicias en estar con los hijos de los hombres. Cuando la Sabiduría encarnada apareció en el mundo predicando su mensaje de salvación, los soberbios lo rechazaron, mientras que lo aceptaron sin dificultad los humildes y sencillos de corazón. De ahí la norma del hombre prudente: evitar el trato con el necio, porque de él no aprenderá sabiduría y, además, participará en su desdicha. La verdadera sabiduría, precisa el sabio, consiste no en vanas y ostentosas palabras, sino en conocer el fin a que debemos tender y ordenar la vida en orden a su consecución. Al necio, por lo que a este particular toca, le pierde su propia necedad, que le impide ver lo errado de su camino, haciéndole así víctima de su propio engaño.
El Pr 14, 9 no está claro en su primera parte y es susceptible de diversas interpretaciones. El término asam puede significar el pecado y también el sacrificio por la falta. El necio, que desprecia a Yahvé y su ley, naturalmente se mofa del pecado y del sacrificio de expiación por el mismo, haciéndose con ello más indigno todavía de la benevolencia de Yahvé, que se derrama sobre los justos. Constata en el verso siguiente el sabio lo insondables que resultan los sentimientos de un corazón humano para el de su prójimo. Los demás podrán adivinar nuestras tristezas, entrever nuestras alegrías, pero nadie puede llegar al fondo de nuestro corazón y comprender la profundidad del dolor ante un desastre grave o la intensidad de la alegría al realizarse una profunda ilusión. Nosotros mismos encontramos dificultad para manifestar y hacer partícipes a nuestros prójimos de nuestros más íntimos y personales sentimientos.
El Pr 14, 11 presenta de nuevo, y con comparaciones ya conocidas, el principio de retribución, ya enunciado en Pr 11, 18 y Pr 13, 17. Pero las apariencias le son muchas veces opuestas. Dios permite que los malos de momento triunfen, y entonces sus caminos parecen rectos, pero irremisiblemente, lo ha afirmado muchas veces el sabio, conducen a la perdición. Otra experiencia respecto del corazón humano es que éste nunca se ve suficientemente satisfecho, pues no hay alegría sin pena, ni gozo al que no suceda la tristeza. San Agustín indicó la razón profunda de esta experiencia cuando, después de haber gustado de los placeres todos de la tierra, exclamó: "Señor, has hecho nuestro corazón para ti, el cual no podrá verse satisfecho hasta que no descanse en ti." Concluye con la antítesis clásica del principio de retribución, como siempre, sin precisión alguna.

Pr 14, 15-25. Prudencia

Los versos de esta perícopa, constatando datos de experiencia práctica, recomiendan aquella prudencia que consiste en el justo medio. Al ingenuo, que todo lo cree, y de cuya candidez abusan los impíos, se opone la sensatez del hombre prudente, que da crédito a las palabras de los demás cuando hay motivos suficientes para ello, consciente de que en este mundo, puesto todo él bajo la influencia del maligno7, no toda palabra de nuestros prójimos merece confianza. Lo que no hay que confundir, claro está, con la suspicacia, que en todo ve segundas intenciones. Ni crédulos ni suspicaces, enseña el sabio, sino sencillamente prudentes. Observa una vez más la diferente conducta del sabio y el necio frente al mal. Aquél lo prevé, reflexiona y, llevado del temor de Yahvé, lo evita; éste, irreflexivo, o no lo descubre o, si lo descubre, privado del espíritu de sacrificio y disciplina, no tiene fortaleza para evitarlo. Una de las cosas que más determinan esa diferente conducta es la actitud frente a la ira; el necio, que se deja dominar por ella, cometerá muchas locuras, mientras que el sabio, que conserva frente a ella el dominio de sus facultades, dirige sus actos conforme a su razón. La sabiduría requiere inteligencia, reflexión y prudencia, y quien carece de ella tendrá la necedad por compañera inseparable, mientras que quien en aquéllas se ejercita aumenta su caudal de sabiduría y crece su gloria ante los hombres.
A continuación afirma, con una imagen tomada de las costumbres orientales, la superioridad de los buenos respecto de los impíos, admitida sin discusión por los sabios israelitas, si bien no saben precisar toda la naturaleza de esa superioridad, que limitan a la protección por parte de Dios en esta vida y a la inmortalidad ética. En la plenitud de los tiempos, la Sabiduría encarnada haría un buen comentario a este verso con la parábola del rico epulón y el mendigo Lázaro. También el rico tiene sus ventajas sobre el pobre: mientras que aquél con sus riquezas se granjea amigos, el pobre no puede, a veces, contar ni con el afecto de los suyos, quienes, como comprueba una triste y frecuente experiencia, se avergüenzan de él. "Mientras eres feliz -cantaba Ovidio-, tendrás muchos amigos; pero cuando los tiempos te fueren adversos, te quedarás solo", porque, como afirma Ben Sirac, hay amigos que sólo lo son de ocasión, compañeros de mesa, que en el día de la tribulación no permanecen fieles a sus amigos. Pero no obra conforme a las normas de la sabiduría quien desprecia a los pobres. Quien lo hace peca contra la ley de Dios, que manda numerosas veces en el A.T. tener misericordia con los pobres, creados también ellos a imagen de Dios. Es, en cambio, bienaventurado quien practica la misericordia con los necesitados, porque con ello consigue el favor de Dios, que le recompensará tal beneficencia. La expresión verdad y fidelidad del Pr 14, 22 indica la bondad y equidad de Dios con los hombres o de los hombres entre sí. Aquí significa el favor de Dios, que asegura la paz y fidelidad a quien se conduce con su prójimo con misericordia, y la benevolencia por parte de los hombres, que le premiarán con su amistad el bien que les hace.
El sabio recomienda, una vez más, el trabajo, advirtiendo que quien trabaja siempre obtiene algún rendimiento, y condena otra vez la charlatanería, que lleva lógicamente a la ociosidad, que termina por empobrecer al más rico. Los dos últimos versos repiten ideas ya expresadas. La corona y el collar son imágenes utilizadas con frecuencia para poner de relieve el honor y dignidad que la sabiduría confiere a sus discípulos. Las expresiones salva vidas, es un asesino, del Pr 14, 25, se refieren a todos aquellos bienes que salva con su palabra un testigo veraz, y que pone en peligro o hace perecer el malvado con su mentira, entre los cuales se encuentra con frecuencia la buena fama y a veces incluso la misma vida.

Pr 14, 26-35. Religión y Estado. Sentencias varias

Los dos primeros versos ponen de manifiesto la importancia y utilidad del temor de Dios o práctica de la religión. Los que temen a Yahvé ponen en El su confianza, y el Señor se constituye en su refugio y fortaleza. Así ocurrió con los israelitas, cuya historia es el relato de la protección de Dios sobre su pueblo escogido. La razón está en que el temor de Dios inspira los buenos pensamientos y acciones virtuosas, que obtienen la bendición de Dios, que las premia con una vida feliz; son los pecados los que atraen su cólera y su castigo. Como siempre, la naturaleza de la protección divina queda sin precisar.
Sigue una máxima referente al rey, en que constata que la gloria de un rey, más que en la pompa exterior de que rodeaban sus tronos los monarcas orientales, consiste en el número de súbditos que le obedecen, y que, en caso de ser atacado por sus enemigos, defenderán su territorio. Los profetas y salmistas exhortaban más bien a los reyes a poner su confianza en Dios, que con su hálito puede aniquilar a los enemigos del pueblo escogido. No hay contradicción entre las afirmaciones de los profetas y salmistas y las de los sabios, sino que se complementan mutuamente; aquéllos ponen de relieve la protección de Dios sobre su pueblo; éstos, los valores humanos, de que Dios no quiere se prescinda.
Las sentencias de Pr 14, 29-30 son ya conocidas. La primera, una recomendación de mansedumbre ante los efectos nocivos de la ira. La segunda opone los efectos diversos que sobre el cuerpo ejercen un carácter apacible y la envidia; aquél, "manteniendo las emociones en perfecto equilibrio," contribuye a la salud del cuerpo; ésta, por el contrario, es la caries de los huesos, expresiva metáfora del sabio para designar los efectos de la envidia, que carcome, como un terrible gusano, la satisfacción interior y la alegría exterior, cuya ausencia denotan los ojos del envidioso. El Pr 14, 31 presenta la actitud respecto del pobre en su relación con Dios. El pobre ha sido creado por Dios, quien ha querido que haya en la tierra ricos y pobres. Quien a éstos maltrata, injuria, en consecuencia, a Yahvé (Pr 14, 21). Jesucristo, que eligió para sí el camino de la pobreza, dijo que consideraría como hecho a El mismo lo que para con los pobres, bueno o malo, se hiciese.
Siguen dos sentencias con la habitual antítesis entre la impiedad y la justicia en cuanto a sus efectos, entre la necedad y la sabiduría, que hace sentir su eficacia aun entre los mismos necios. "Es tal la fama de la sabiduría y de la virtud -escribe A Lapide-, que aun a los mismos necios e impíos ilumina y transforma, haciéndolos sabios y justos. Tan grande a la vez el celo y ardor del sabio y del justo, que, conscientes de que la sabiduría y la justicia les fueron concedidas no sólo para su provecho particular, sino en orden al bien universal, las comunican y hacen partícipes de ellas a todos, especialmente a los necios". En las dos últimas, el sabio vuelve al tema del rey y su pueblo. Dijo antes que la grandeza de la nación radicaba en el número de sus habitantes; añade ahora que la justicia, que se opone al pecado y lleva a los ciudadanos al cumplimiento fiel de sus deberes, es lo que atrae esa bendición de Dios que se manifiesta en la paz y prosperidad, que engrandece la nación. La historia de los pueblos enseña, por el contrario, cómo el pecado, especialmente la desobediencia, la soberbia, la lujuria, sumieron en la ruina pueblos florecientes! El pensamiento es frecuente en los profetas, que ligan la prosperidad nacional al cumplimiento de la ley divina. La última sentencia indica al rey una medida imprescindible que ha de tener en cuenta el buen gobernante que pretenda una nación grande y próspera: escoger ministros inteligentes y sabios consejeros. De ello dependerá el éxito o fracaso de su política. La advertencia vale especialmente para nuestros tiempos, en que el gobierno de las naciones entraña muchos mayores dificultades que en épocas pasadas.

Pr 15, 1-33

Pr 15, 1-12. La buena y la mala lengua

Abre la perícopa una hermosa sentencia, tomada de la vida práctica, sobre los diversos efectos de la mansedumbre y la aspereza en nuestras respuestas. Una palabra suave desarma y apacigua el ánimo más irritado; una contestación áspera irrita más y enciende la cólera. Si a sus palabras el sabio añade elocuencia y gracia en el hablar, aun diciendo lo mismo que otros, hace a sus oyentes más agradable su ciencia, mientras que las palabras del necio, que no encierran más que necedades, desagradan y muchas veces provocan la risa. Y así, las palabras del sabio son árbol de vida feliz, al enseñar el camino para conseguirla y evitar los obstáculos que a ella se oponen, como son la ira, las discusiones que suscitan las palabras del impío o las críticas y calumnias que profieren sus labios (Pr 15, 4.7).
Por encima de uno y otro está Dios, cuyos ojos están en todas partes (Pr 15, 3). El sabio afirma la omnipresencia de Dios, que ve y observa las acciones de los buenos y de los malos, y no en una actitud de indiferencia, sino en orden al premio y castigo correspondiente, como afirman numerosas veces los libros sagrados. Dios conoce incluso las mismas intenciones del ser humano y las disposiciones de su corazón, pues que su ciencia penetra hasta el mismo seol, morada de los muertos, y las partes más remotas del mismo, significadas aquí por el averno, si es que este término no es aquí sinónimo de Seol, y la repetición una mera figura retórica.
Contiene la perícopa también dos hermosas sentencias sobre el sacrificio (Pr 15, 8-9). Dos cosas hay que distinguir en él: la ofrenda material y la disposición de ánimo con que se ofrece. Para que los sacrificios sean gratos a Yahvé, es preciso vayan acompañados de buenas disposiciones, humilde reconocimiento de su majestad y nuestra total dependencia respecto de El, una vida ajustada a sus mandamientos, como recomendaban con mucha insistencia los profetas; nada valen los sacrificios, por muy valiosos que sean los dones en ellos ofrecidos. Al sacrificio del impío, que carece de esas disposiciones, por lo que no es grato a Yahvé, opone el sabio la oración del justo, que va acompañada de las mismas. Jesucristo enseñó que ésta sería oída por el Padre. La razón es que, como dice San Agustín, Dios no mira a la mano, sino al corazón. A El le agrada la intención recta y la santidad de vida; los dones, en tanto en cuanto estén informados de ellas.
Tres veces en la narración hace el sabio referencia a la corrección. Advierte la insensatez del hijo que rechaza la corrección paterna, que entraña todo el amor y la experiencia de un padre; observa que, si bien la corrección es molesta, es precisa para conseguir una buena formación moral, sin la que no se pueden evitar las consecuencias de la impiedad; y que el petulante, verdadero necio, procura evitar el trato con los sabios, porque su conversación y su conducta suponen para él una continua reprensión, que no está dispuesto a aceptar.
En el Pr 15, 6 afirmó una vez más el principio de retribución temporal, que presenta la prosperidad material como premio de la virtud, y la ruina como castigo del pecado.

Pr 15, 13-24. La felicidad

Existe una mutua influencia entre el alma y el cuerpo, de modo que los sentimientos de aquélla tienen en éste su repercusión. Así, el gozo del alma se exterioriza en la expresión del rostro, que irradia satisfacción y contento, y el ánimo abatido por el dolor se deja entrever en la mirada triste y rostro cabizbajo.
Una de las exigencias de la sabiduría es el deseo de un aprovechamiento cada día mayor en la misma. Siempre es posible un progreso cada día mayor, tanto en la sabiduría especulativa como en la práctica, y el verdadero sabio no deberá sentirse plenamente satisfecho mientras pueda acrecentar su ciencia. El necio, en cambio, se complace en su necedad, por lo que no siente inquietud alguna por salir de ella.
El sabio declara en seguida dónde se encuentra la verdadera felicidad. Afirma que en esa alegría del corazón que proviene del disfrute de los bienes que Dios nos concede, y más todavía del cumplimiento fiel de los deberes fundamentales enseñados en la ley, el amor a Dios y el amor al prójimo. De ahí que los días del pobre sean todos tristes (Pr 15, 12); el miserable afligido que carece incluso de lo imprescindible para una vida digna, que no dispone de medios con que granjearse amigos, que resulta incluso odioso a sus familiares, no puede sentirse contento y feliz. Pero tampoco las solas riquezas proporcionan la verdadera dicha, si no van unidas al temor de Dios, al cumplimiento de su voluntad, que las hacen poseer con paz y seguridad, sin la preocupación de que en un momento dado le puedan ser arrebatadas, lo que turbaría la felicidad que de ellas podría provenir. De modo que es preferible tener lo necesario viviendo en el temor de Dios y gozando del amor del prójimo que poseer grandes riquezas sin la bendición del Señor o festejar donde reina el odio. Amenofis escribió unas sentencias parecidas: "Es mejor -dice- pobreza en manos de Dios que riqueza en el almacén. Mejor pan con un corazón alegre que riquezas con disgusto," y Ahikar: "Preferible saciarse de hierbas insípidas, comidas con alegría y contento, que de todas las cosas dulces con disgusto, riñas, tristeza e inquietud". Los ascetas hacen aplicación de estos pensamientos a la vida espiritual, inculcando que es preferible el cumplimiento de los mandamientos con caridad en el corazón que los consejos evangélicos con odio.
La mención del odio quizá llevó al redactor a colocar aquí la sentencia del Pr 15, 18, en que se contraponen de nuevo la ira y la paciencia en términos parecidos a los del Pr 15, 1. Séneca recomendaba a este propósito que "la discusión comience siempre por tu prójimo, y la reconciliación por ti." Sigue una observación de la vida práctica sobre el perezoso y el diligente: al primero todo se le presenta difícil y arduo; abandonado a su desidia, los obstáculos le resultan cada día más insuperables; el camino de la virtud es para él como un seto de espinas al caminante palestinense, que camina con los pies descalzos. Al justo, el amor a la virtud le hace vencer todo obstáculo en su camino y crecer cada día en ella, crecimiento que le sirve de estímulo para superarse más y más en el esfuerzo preciso para alcanzarla en su más alto grado. El Pr 15, 20 reproduce el Pr 10, 1, recomendando la piedad filial. El Pr 15, 21 constata la experiencia desconcertante del necio, que se goza en su necedad, sin duda porque no conoce que sus acciones son malas o porque no adivina el castigo que a ellas seguirá; y la del varón prudente, que dirige los pasos de su vida conforme a la ley de Dios y los dictámenes de la sabiduría.
El sabio hace una recomendación de la utilidad del consejo. Si en asuntos complicados se obra por iniciativa propia, fácilmente uno se equivoca; no, en cambio, si se consulta el parecer de sabios y prudentes consejeros. También los sabios egipcios hacían resaltar esta importante misión sapiencial, cuyo fiel cumplimiento proporciona profunda alegría al sabio y, especialmente en situaciones delicadas, hace un bien inmenso a quienes pidieron su consejo o necesitaron una palabra de aliento y consuelo.
Concluye con el estribillo constante del libro de que la virtud conduce a la vida, y el pecado a la muerte. Se trata, como siempre, de la vida larga y feliz y de la muerte prematura, y se expresa una vez más la creencia de que Dios premia las buenas acciones en esta vida y castiga las malas. Si queremos interpretar este verso de acuerdo con la doctrina constante del libro, no podemos ver afirmada en él claramente la existencia de dos lugares distintos, uno para los buenos y otro para los malos, alusión al cielo y al infierno. Tal vez la entrevió, pero no lo suficiente para afirmarla sin más y ponerla como base de sus exhortaciones.

Pr 15, 25-33. Cosas odiosas y cosas gratas a Yahvé

Los libros sagrados repiten que Dios castiga a los soberbios y da su gracia a los humildes. El sabio afirma aquí que Dios asolará la casa del soberbio, permitiendo le sea arrebatada o destruida su hacienda; en cambio, defenderá los linderos de la propiedad de la viuda para que nadie, aprovechándose de su condición indefensa, pueda reducirle sus límites. Una de las características de la legislación deuteronómica es la protección de los débiles y necesitados, los pobres, los huérfanos, las viudas; y los profetas presentan a Yahvé como el defensor de los mismos. Afirmó también antes el sabio que Dios penetra en los pensamientos mismos del hombre (Pr 15, 11); añade ahora que el Señor detesta los pensamientos del malvado, que traman el mal ajeno, ya que, como afirma el salmista, El no se complace en la iniquidad y le agradan las palabras del justo, que no están empañadas con críticas y calumnias o cualquier otros pecados que ofenden la caridad del prójimo y resultan, por lo mismo, desagradables a sus ojos.
El Pr 15, 27 pone de manifiesto los efectos de la codicia y del desprendimiento. Aquélla perturba la casa, porque el afán de tener cada vez más persigue constantemente al codicioso y le lleva a cometer injusticias, que originan el temor de perder un día lo que injustamente había adquirido, víctima de la maldición de Dios o de la venganza de quienes fueron por él despojados de sus bienes. Mas el hombre desinteresado, que aborrece las dádivas, no incurrirá en las injusticias a que aquéllas dan lugar y se mantendrá fiel en el cumplimiento del deber, con lo que gozará de paz y tranquilidad bajo la protección de Dios. No es reprobable el aceptar regalos por los beneficios hechos al prójimo; lo que condena el sabio son las dádivas que corrompen en el cumplimiento del deber, induciendo a cometer injusticias. Advierte también el sabio que el justo, cuando tiene que hablar, piensa y pondera las cosas y habla lo que es bueno, mientras que el impío, como no reflexiona y tiene el mal a punta de lengua, en seguida profiere el mal. San Bernardo da a este propósito un sabio consejo: "Pasa dos veces tus palabras por la lima antes de llevarlas a tu lengua."
Los últimos versos de la perícopa refieren pensamientos conocidos. El Pr 15, 29 expresa de una manera más general lo que en el Pr 15, 8 dijo sobre el sacrificio del impío y la oración del justo. Los sabios, como advierte Renard, insisten más en la benevolencia de Dios para con los justos que en su misericordia para con los pecadores, mientras que los profetas hacen más veces mención de este atributo en su relación con los israelitas. El Pr 15, 30 recoge un pensamiento análogo al de los Pr 15, 13.15, los efectos psicológicos que en el cuerpo produce la alegría y la repercusión que en la misma salud corporal tiene una noticia agradable, debido al optimismo que la misma infunde en el alma y la unión íntima de ésta con el cuerpo. Los Pr 15, 31-32 vuelven sobre las diversas consecuencias de aceptar o rechazar la corrección. Esta, comenta A Lapide, es para el alma un bien sumo, pues la ilumina, limpia, adorna y perfecciona con toda virtud.... Él que la rechaza es como el enfermo, que aborrece la medicina y el médico. El Pr 15, 33 añade a la enseñanza repetida de que el temor de Yahvé es principio de sabiduría una importante lección: la sabiduría confiere a sus discípulos el más grande honor y consiguiente estima por parte de los demás; pero para llegar a ella es precisa la sumisión humilde y sencilla a los mandamientos de Dios. "Como la ruina va detrás de la arrogancia -escribe San Gregorio Nacianceno-, así el esplendor y la gloria acompañan a la humildad, pues que el Señor resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes."

Pr 16, 1-33

Pr 16, 1-9. La providencia de Dios

Comienza el sabio estas sentencias en torno a la providencia de Dios aplicando a la lengua el conocido aforismo de nuestro refranero: "El hombre propone y Dios dispone." El hombre piensa las cosas y establece lo que ha de hablar o responder; pero si Yahvé, que mantiene un dominio absoluto sobre las palabras y acciones humanas, como se afirma continuamente en la Sagrada Escritura, no gobierna con su providencia la lengua, ésta no será capaz de expresar con acierto lo que la mente ha planeado. También en los proverbios de Ahikar y en las sentencias de Amen-en-ope se considera a Dios como autor de la palabra y respuesta recta. En este texto se apoyaban los pelagianos para probar que el hombre puede con sus fuerzas naturales prepararse a recibir la gracia. Pero en el texto se prescinde del orden de la gracia. Y aun en este orden, si bien se requiere, por parte del hombre, una preparación necesaria, ésta es ya un efecto de la gracia preveniente. El sabio advierte a continuación el contraste que existe a veces entre el juicio divino y el humano. Al hombre, ignorante y lleno de prejuicios, le parecen buenas las acciones suyas, sin darse cuenta de que provienen de un principio que las vicia, como el amor propio, los respetos humanos. "Cierto que de nada me arguye la conciencia -escribía el Apóstol-, mas no por eso me creo justificado; quien me juzga es el Señor." Dios, que penetra en los corazones de los hombres5, puede juzgar de la moralidad de sus obras mejor que el mismo hombre, el cual deberá conformar sus juicios con los de Dios. De ahí la norma práctica que los salmistas recomendaban con frecuencia: deja tus afanes en las manos de Dios, de quien depende el éxito de los mismos, y con su ayuda lo obtendrás.
El Pr 16, 4 afirma el gobierno de Dios sobre todas las cosas. Yahvé las creó y les impuso un fin que realizar. El las dirige a todas hacia sus fines respectivos. De la armonía de todos ellos resulta el orden maravilloso del universo. Por lo que al impío toca, no quiere decir el sabio que Dios lo haya creado para su castigo, como predestinándolo sin más al infierno. Dios creó todas las cosas buenas. Pero el hombre pecó, haciéndose reo del castigo que Dios infinitamente justo le infligirá si no se arrepiente de su pecado. Dios no predestina al castigo sino después de haber previsto la incorrespondencia a las gracias que Dios da a todos en la medida suficiente para salvarse. Por lo demás, el impío glorificará a Dios, proclamando su justicia. Dios aborrece todo pecado, pero detesta de un modo especial la soberbia. En Pr 6, 17 la enumeró entre las cosas odiosas a Dios. La razón es, como dice A Lapide, porque el soberbio se hace émulo y antagonista de Dios y, como otro Lucifer, le disputa su honor y primacía. Jesucristo nada ensalzaría tanto como la humildad y nada recriminaría tanto como este vicio, que recibirá por parte de Dios duro castigo. El pecado, afirma el sabio, se repara con misericordia y verdad, expresión frecuente en la Sagrada Escritura, que significa aquí la virtud en general. La misericordia predispone a Dios al perdón de nuestros pecados; más aún, la exige como condición para perdonar. Y con las obras de misericordia satisfacemos por la pena temporal debida por los pecados y que permanecen perdonados aquéllos en cuanto a la culpa. La virtud, que hace los caminos gratos a Yahvé, enumera entre sus efectos el conciliarse a los mismos enemigos. Lo confirman las historias de Isaac, Jacob, David, Jeremías y los babilonios.
La razón es que Dios, dueño de los corazones, puede hacer cambiar sus sentimientos, de modo que sientan hoy amor y benevolencia hacia quienes ayer abrigaron odio en su corazón. Por otra parte, hay quienes saben hacer tan amable la virtud y la bondad, que suscitan la admiración de sus mismos enemigos, que vuelven de nuevo a la paz y amistad con ellos. El Pr 16, 8 repite Pr 15, 16, disuena de los demás del grupo al no hacer mención alguna al gobierno divino, y el Pr 16, 9 recuerda el verso primero de la perícopa.

Pr 16, 10-15. El rey

Para comprender las sentencias que siguen es preciso tener en cuenta la autoridad absoluta de que gozaban los reyes orientales, que llevaba a los súbditos a divinizarlos y a ellos a disponer incluso de la vida de éstos. Se trata no sólo de los reyes israelitas, sino de todos los soberanos, y se presenta el rey ideal. Las palabras del rey, comienza el sabio, son un oráculo para sus súbditos, por lo que no pueden equivocarse. No quiere esto decir que Dios hable a través del rey, sino que los soberanos gobiernan en nombre de Dios, como vicarios suyos, por lo cual El los guía en sus decisiones, concediéndoles las gracias precisas para el recto cumplimiento de su misión. Los súbditos deberán considerar y obedecer sus leyes como venidas de Yahvé.
Una de las cosas sobre las que han de vigilar los reyes es la justicia en las relaciones sociales, por lo que han de procurar la exactitud en las pesas y medidas, a fin de que no se cometan injusticias con ellas. Tal injusticia es abominable a los ojos de Dios. Posiblemente los babilonios introdujeron muy pronto su sistema de pesas y medidas en Canaán. Los mercaderes, en sus viajes, llevaban sus pesas en una bolsa'. Por su parte, los reyes deberán mantener lejos de sí toda impiedad. La justicia es lo que afianza los tronos y asegura la paz y prosperidad de los pueblos. La paz es obra de la justicia. Si el rey es impío, su ejemplo induce a serlo a los demás. Vienen los vicios y con ellos toda una serie de males que llevan a la ruina los más florecientes reinos.
El sabio hace una preciosa advertencia a los soberanos. Nadie como ellos están expuestos a la adulación. Sus cortesanos con frecuencia los alaban hipócritamente, con el fin de ganarse su favor. Pero el rey, para llevar a cabo un buen gobierno de su nación, precisa buenos consejeros, y sólo son tales los que están siempre dispuestos a decir al rey toda y sola la verdad. Amonesta aquí el sabio a los reyes que eviten, como una peste, a los aduladores, que sugieren cosas agradables, pero nocivas, y se rodeen de varones justos y prudentes, que sugieren consejos veraces y justos, aunque resulten desagradables y molestos.
Siendo los monarcas orientales señores de la vida de sus súbditos, era muy peligroso incurrir en la ira de los mismos, y se demuestra verdaderamente sabio quien logra apaciguarlos. En cambio, quien logra el favor de un rey que tiene plenos poderes y haciendas, se asegura una vida feliz y próspera. La comparación de su benevolencia con la lluvia primaveral es muy expresiva, por cuanto ésta es absolutamente necesaria para una buena cosecha. El agua de Nisán, decían los israelitas, vale más que el arado y los bueyes. Por ello era considerada como una bendición divina.

Pr 16, 16-22. Sabiduría y humildad

Dada la facilidad con que el corazón se apega a las riquezas, se hace necesaria la insistencia del sabio en poner de relieve la estima que por encima de ellas merece la sabiduría. El camino derecho, advierte también, consiste en apartarse del mal que a uno y otro lado nos acecha; quien lo sigue se asegura la vida feliz. Una de las cosas que más frecuentemente apartan de la senda recta es la soberbia, por lo que el sabio se complace en recordar una y otra vez sus efectos. Ella fue la causa del primer pecado y de una u otra manera interviene casi siempre en los demás; con frecuencia lleva a la injusticia y la violencia. Pero Dios castiga duramente al soberbio, permitiendo su ruina material no pocas veces; por lo que es mejor la compañía de los humildes que los bienes que pueda ofrecer el soberbio, expuestos al castigo de Yahvé.
El Pr 16, 20, que completa el Pr 16, 13, contiene la más sabia norma de conducta: por una parte, el cumplimiento fiel de los mandamientos de Yahvé, contenidos en la ley, y la doctrina de los sabios; por otra, una gran confianza en Dios, que es quien tiene que conceder los beneficios a él prometidos. Es el "a Dios rogando y con el mazo dando" de nuestro refranero, que nos enseña hemos de trabajar como si el éxito dependiera totalmente de nosotros, y después poner toda la confianza en el Señor, como si nuestros esfuerzos fueran del todo inútiles y el éxito hubiera de venir sólo de Dios. Advierte también el autor que el sabio, por el mero hecho de serlo, es tenido en honor entre los hombres; pero, si sabe exponer su doctrina con gracia, la hace más persuasiva. La experiencia confirma que unas mismas cosas dichas con elocuencia, con convencimiento, o proferidas desmadejadamente, sin sentirlas, tienen una eficacia persuasiva muy distinta. El último verso afirma una vez más los efectos de la sabiduría y las consecuencias de la necedad: mientras que aquélla es fuente de vida feliz y próspera, la necedad, que ignora la práctica de la ley de Dios y enseñanza de la sabiduría, lleva en sí misma el castigo.

Pr 16, 23-33. El don de la palabra

En el Pr 16, 23, el autor vuelve sobre el pensamiento del Pr 16, 21: del corazón del sabio brotan palabras sabias, porque las somete a prudente reflexión, y si a ellas añade elocuencia, hace persuasivas sus enseñanzas. Entonces sus palabras son gozo para el alma y medicina para el cuerpo. La comparación de las sentencias del sabio al panal de miel era muy expresiva para los orientales. La miel, que sustituía en todo al azúcar, agrada al paladar y era muy utilizada en medicina. La doctrina sapiencial, que enseña el camino para conseguir la vida feliz, proporciona al alma la más grande alegría, que parece comunica nuevas energías al cuerpo, el cual, por lo demás, gozará de cuanto aquella vida feliz supone en el orden material.
El Pr 16, 25 repite Pr 14, 12. El autor insiste en la advertencia de que no debemos fiarnos demasiado de nuestro propio juicio, sino que debemos buscar el consejo de los sabios. El "alma" del que trabaja, dice el texto hebreo del Pr 16, 26, que puede significar también las "necesidades vitales," para sí misma trabaja impulsada por la necesidad de ganar su sustento. Después del pecado, el hombre, le guste o no el trabajo, ha de comer el pan con el sudor de su frente. Los versos siguientes (Pr 16, 27-29) expresan diversas actitudes y efectos del impío, advirtiendo de antemano que, al maquinar el mal para los demás, caerá él en la fosa que preparaba para su prójimo, víctima de los ardides en que pretendía cogerle. En sus labios hay, dice el sabio, como llama de fuego, expresión metafórica que significa el lenguaje injurioso del impío, que devora con sus críticas y murmuraciones la buena fama de los demás; "la lengua del que calumnia es como fuego devastador," escribe Santiago. Por lo mismo, excita contiendas y aparta a los amigos de descubrir faltas y defectos, cuyo conocimiento comienza por distanciarlos y termina por separarlos. Finalmente, lisonjea a su prójimo; nuestro amor propio es muy propenso a la lisonja, por lo que los impíos, que no reparan en la moralidad de los medios, encuentran en ella un medio muy a propósito para llevar a los incautos por sus caminos. A continuación, el sabio alude a algunos de los gestos exteriores por los que puede conocerse que un hombre abriga en su corazón malos designios, y la prudencia enseña que hay que alejarse de él.
El Pr 16, 31 ha de ser interpretado a la luz de los lugares en que el sabio promete como premio a la justicia una vida larga y feliz, y a la impiedad, la ruina y una muerte prematura. En consecuencia, la ancianidad para los judíos suponía el cumplimiento de los mandatos de Yahvé, que aseguran su favor y protección, por lo que aparecía ante ellos llena de honor. El sabio prescinde del caso del impío que vive largos años. La doctrina de la inmortalidad del alma cambió de esa manera de pensar, que lógicamente no se encuentra en el Nuevo Testamento.
Bella sentencia la del Pr 16, 32, en que la victoria moral sobre sí mismo es colocada por encima de la victoria de las armas sobre los demás. Supone más valor y cuesta mucho más el vencerse a sí mismo, dominar las pasiones y ciertas inclinaciones, sobrellevar las grandes adversidades con la paciencia de un Job, que llevar a cabo una brillante y gloriosa acción militar en la conquista de una ciudad. "Los mismos paganos -comenta Girotti-, no obstante su gran admiración por la fuerza bruta y por el valor guerrero, exaltaron este dominio de sí mismos, que hace al hombre verdaderamente superior."
Termina el capítulo con la idea con que comenzó: todo depende de Dios y nada ocurre sin su beneplácito. Los hebreos acudían con mucha frecuencia a las suertes para resolver sus dudas. En los asuntos de más importancia se consultaban los urim y tummim. Pero la suerte no existe. "La casualidad -escribe el autor antes citado al verso siguiente- es una palabra vacía de sentido que indica nuestra ignorancia de las causas, pero no su ausencia." Fue Dios quien dispuso las cosas así.

Pr 17, 1-28

Pr 17, 1-14. Bondad para con el prójimo

De nuevo se ensalza el valor y estima de la paz familiar frente a las discordias y disensiones. Es preferible aquélla con pobreza que éstas con abundancia, pues la paz es el mayor bien, mientras que la discordia uno de los mayores males. La carne de las víctimas es la parte de las víctimas ofrecidas en sacrificio que se comía después en un banquete sagrado. La utilidad de la sabiduría es tal, que puede hacer que el siervo inteligente venga a suplantar al hijo necio, compartiendo la herencia de sus hermanos. Abraham habla de su siervo Eleazar como de su heredero al verse sin hijos, y Sesán, descendiente de Judá, careciendo de hijos, dio a una de sus hijas como marido un esclavo egipcio.
El Pr 17, 3 presenta una idea muy frecuente en la Biblia, una de las explicaciones que los sabios daban al caso del justo que es atribulado. Como el crisol purifica los metales para eliminar de ellos toda escoria y hacerlos aparecer brillantes, así Dios, por medio de las tribulaciones, prueba las almas y las hace brillar más en las virtudes, que se perfeccionan precisamente en la contrariedad. Esa conducta observó Dios con Abraham, José, Job y otros muchos justos del Antiguo Testamento. Por eso Ben Sirac aconseja recibir de buen ánimo cuantas adversidades el Señor quiera enviarnos y mantenerlo firme en medio de ellas.
Cada cual se complace con la conducta y sentimientos de sus semejantes. Así, el hombre malo escucha con gusto la lengua que maldice y hiere con sus críticas mordaces, porque tales cosas son connaturales a sus malas inclinaciones y de ellas se alimenta su corazón. A continuación aduce dos de las actitudes más detestables del malvado: insultar al pobre, lo que equivale, advirtió ya antes, a injuriar a Dios mismo, y alegrarse del mal ajeno, lo que provoca la indignación de Dios, que hace muchas veces recaer sobre el malvado el mal de que impíamente se gozaba.
Para comprender del todo la sentencia del Pr 17, 6 es preciso ambientarla en la mentalidad hebrea. Para los judíos, una prole numerosa era considerada como una bendición de Dios, premio de la virtud, si bien, como advierte Ben Sirac, el valor moral es preferible al número, de modo que es mejor no tener ninguno que tenerlos malos. En la familia, sus miembros forman una unidad social, en que la virtud y esplendor de unos resulta también corona de los otros. Las malas costumbres de los hijos deshonran a los mismos padres, mientras que la virtud de aquéllos son su mejor gloria. Hay cosas, dice a continuación el sabio, que no se compaginan en modo alguno: cosas sublimes en boca del necio, incapaz de valorarlas y hacerlas valorar. Y menos todavía la mentira en la boca del príncipe, cuyas palabras deben ser como un oráculo de Dios, y cuya veracidad un ejemplo para sus súbditos; si entre éstos la mentira adquiere carta de naturaleza, innumerables males caerían sobre su reino. Sigue una advertencia importante. El influjo del oro es fascinador, "hasta el punto de cegar los ojos de los sabios y corromper las palabras de los justos." Quien lo tiene piensa tener abiertas todas las puertas y se siente tentado a veces a cometer injusticias, contra lo que el sabio quiere ponerle en guardia.
El sabio hace una interesante observación sobre la amistad, (Pr 17, 8) Quien excusa, si es posible, o disimula al menos las faltas de los demás hechas a sí o a otros, se gana la estima y el amor de aquéllos, los cuales se sentirán confiados en su amistad; quien, por el contrario, las descubre y comenta con su prójimo, la pone en peligro.
Sigue otra observación de experiencia común, referente a la corrección, que se encuentra también en las literaturas de los otros pueblos. Al sensato, un ligero reproche le basta para hacerle cambiar su conducta equivocada; ama la verdad, y quiere a toda costa conducir su vida conforme a ella. El malvado de tal modo se entrega a la maldad y deja esclavizar por sus vicios, que únicamente el castigo corporal le puede apartar del mal camino, y no por mucho tiempo. El Pr 17, 11 podría aludir a las rebeliones en general, tan frecuentes en el período de los griegos, y el cruel mensaje a la disposición de la autoridad que le lleva el oportuno castigo, o a las calamidades con que los sabios amenazan a los malvados, que no buscan más que el mal de los demás.
Con una atrevida comparación expresa el sabio lo peligroso que es tratar con el necio en el frenesí de su necedad (Pr 17, 12). Sería mejor, dice, dar con una osa a quien se ha arrebatado su cría. La osa era para los hebreos símbolo de la ferocidad, y aumenta, como los demás animales, sus instintos feroces cuando le es arrebatada la cría. Y, en verdad, de esta fiera puede el hombre con su razón defenderse, pero el necio puede utilizar la suya para perderte. Supone una ingratitud, digna de castigo, la conducta del que devuelve mal por bien. El sabio formula de un modo negativo el principio de la caridad. Dios, que es caridad, y que haría de esta virtud la esencia de la religión cristiana, que preludiaban la Ley y los Profetas, castigará con rigor tal perfidia, afirma el sabio, sin determinar si el castigo vendrá por la acción directa de Dios o las leyes humanas. Concluye el sabio recomendando prudencia en las porfías mediante una expresiva comparación: si el agua hace un pequeño orificio en el dique y no se cierra a tiempo, puede dar lugar a una irrupción devastadora de las aguas retenidas. De la misma manera, si una discusión no se corta a su debido tiempo, se encienden fácilmente las pasiones y conducen a los más lamentables excesos. San Agustín da el siguiente consejo: "Discusiones, o ningunas o ponles fin cuanto antes, a fin de que la ira no crezca en odio y convierta la pajita en viga y haga al alma homicida."

Pr 17, 15-28. La justicia

Comienza la perícopa con una advertencia para los jueces, presentándoles como cosa abominable a Yahvé tanto la absolución del reo culpable como la condena del inocente. El juez es vicario de Dios, y debe administrar en su nombre la justicia, dando a cada uno lo suyo. Quien no es fiel a su misión, injuria a Dios y al prójimo. Este principio de justicia, que se inculca mucho en la Sagrada Escritura, es también recomendado en la sabiduría egipcia, que considera la injusticia como un delito grave, que expone a la venganza de los grandes y de los dioses.
Las riquezas pueden reportar muchos beneficios, pero es cuando están en manos sabias, que saben hacer el debido uso de ellas. En las del necio son vanas en orden a conseguir la sabiduría, porque es incapaz de ella, y tal vez dañosas, porque fácilmente las emplea en servir a sus pasiones y malas inclinaciones. Los beneficios de la amistad es otra cosa que exaltan con frecuencia los sabios. El verdadero amigo ama en todo tiempo, cuando la amistad le reporta alegría y frutos y cuando no puede obtener otro beneficio que participar en la desventura del amigo. Es entonces cuando se prueba la verdadera amistad y cuando el amigo fiel resulta un verdadero hermano para el desventurado. Al amigo se le conoce en el día en que se tiene necesidad de él.
El sabio recuerda la advertencia sobre las fianzas hecha en Pr 6, 1-5 y Pr 11, 15. Quien sale fiador contrae la obligación de pagar la deuda del insolvente. Por lo mismo, es preciso proceder con cautela y asegurarse antes de la moralidad y garantías de la persona por quien se sale fiador. También advierte de nuevo las consecuencias a que llevan las riñas y altanerías, que, comenzando por cosas fútiles, pueden llevar a graves consecuencias. Para evitarlas, Jesucristo prohibió incluso la ira.
Los Pr 17, 20-24 repiten pensamientos frecuentemente expresados. El hombre de corazón perverso y lengua mentirosa incurre en el mal, y frecuentemente en el mismo que para su prójimo preparaba. El hijo necio, se trate de la idiotez mental o de la indisciplina, ocasiona a sus padres ratos de profunda pena y tristeza y a veces serios disgustos. Los sentimientos del alma influyen en las disposiciones del cuerpo. "La alegría -comenta A Lapide- es como la flor, decoro, gozo y vida del alma, y el alma es la vida del cuerpo; por lo cual, la alegría, que da la flor de la vida al alma, la trasfunde por ésta al cuerpo." Las dádivas, finalmente, suponen un serio peligro para el juez, pues fácilmente le inclinan a dar una sentencia injusta. Por eso la ley, los profetas y los sabios le exhortan con frecuencia a mantenerse fiel en el cumplimiento de su misión, sin dejarse corromper por ellas. El Pr 17, 26 le recomienda fidelidad a la justicia cuando se trata de imponer multas, y más todavía si de aplicar castigos corporales -éstas, entre otras penas, podían imponer los jueces-. Los castigos corporales suponen una afrenta y deshonra, que en modo alguno ha de ser aplicada a gente honrada, que perdería con ello su buena reputación.
El Pr 17, 24 pone de manifiesto uno de tantos contrastes que distinguen al sensato del necio: aquél tiene ante sus ojos los preceptos de la sabiduría para dirigir conforme a ellos su conducta, por lo que no obra inconsideradamente. El necio, en cambio, es incapaz de fijar su atención en unos principios concretos de conducta y obrar conforme a ellos, y camina por la vida sin un ideal fijo, sin un rumbo determinado.
El autor presenta unas normas de sabiduría práctica. Las dos primeras, en torno al valor del silencio prudente, que los sabios recomiendan como indicio de sabiduría. Cuando el deseo más vehemente de comunicar una noticia incita a hablar cuando la circunstancia no es oportuna, el ser humano sensato sabe dominarse y esperar la ocasión que la prudencia le dicta. Ese silencio y esa reserva son algo tan inherente a la sabiduría, que hasta el mismo necio, si supiera callar, pasaría por sabio, y ciertamente sabría al menos encubrir su necedad.

Pr 18, 1-24

Pr 18, 1-5. Necedad, prudencia, pleitos

El texto del Pr 18, 1 está tan oscuro, que no es fácil llegar a un resultado satisfactorio en su reconstrucción crítica. El sentido de la lección que escogemos es claro: quien, por los motivos que sea, quiere romper una amistad, busca pretextos con que legitimar ante su amigo y sus prójimos la ruptura que por todos medios pretende. Sigue un ya repetido pensamiento respecto del necio: no agrada a éste la prudencia, que exige reflexión antes de hablar, y muchas veces callar, de lo que él es incapaz; no puede menos de propalar sus ideas y opiniones, que él considera como sabiduría, mientras manifiesta su necedad. También los efectos de la impiedad han sido mencionados: la deshonra en que el impío incurre cuando su maldad es descubierta y la vergüenza que él mismo sentirá al verse deshonrado.
Las comparaciones del Pr 18, 4 son una valoración de la sabiduría. Las enseñanzas del sabio son profundas, fruto de estudio y honda reflexión, y además benéficas; no permanecen, como aguas estancadas, en el fondo de su corazón, sino que salen de la boca del sabio para hacer bien a los demás, como arroyo surtidor que derrama sus aguas sobre la tierra, con las que ésta dará sus frutos.
Como la perícopa precedente, también ésta termina con una admonición a los jueces para que eviten la acepción de personas, especialmente cuando en ella ha de sufrir el perjuicio el hombre justo.

Pr 18, 6-15. Hablar necio. Confianza en Dios. Humildad, prudencia

Efectos del hablar necio son las contiendas que el necio provoca con su ligereza en el hablar, con sus críticas y juicios temerarios, con las que no pocas veces se gana su justo castigo. El sabio constata la impresión que en el ánimo de los oyentes producen las palabras del chismoso. ¡Se escuchan con curiosidad y resultan agradables ciertas críticas y murmuraciones, delaciones y calumnias, con las que la fama de) prójimo queda malparada!.
El negligente en su trabajo es equiparado al derrochador, que gasta con una mano lo que con la otra gana. A los dos espera un mismo fin: la miseria y el hambre; al primero porque no trabaja, al segundo porque disipa el fruto de sus ganancias en diversiones y vicios. El autor hace referencia a las consecuencias de la pereza más de veinte veces en el libro.
La protección de Yahvé sobre el justo es comparada a aquellas torres fortificadas que eran los únicos lugares de refugio en caso de guerra armada. En El encuentra el justo su refugio y seguridad contra todos los enemigos. Acudir a Yahvé y poner en su protección toda la confianza es la mejor norma de sabiduría. La expresión "el nombre de Yahvé," tan frecuente en otros libros de la Sagrada Escritura, aparece solamente aquí y significa Dios mismo. No obra de esta manera el rico, a quien sus riquezas parecen una ciudadela, una alta muralla capaz de hacer frente a todas las eventualidades. Hay una fina ironía en las palabras del sabio. En su pensamiento, las riquezas pueden, sí, proporcionar diversos beneficios, pero no son una muralla inexpugnable ni, por tanto, refugio seguro, pues son caducas; pueden ser arrebatadas por la violencia o un revés dar al traste con ellas. Por lo demás, el que, confiado en sus riquezas, se exalta, incurrirá en la humillación, mientras que la humillación ante Dios lleva a la gloria. Lo afirmó ya el sabio y lo establecería también Jesucristo.
La precipitación en el hablar es uno de los defectos del necio, el cual responde antes de haber escuchado, y, consiguientemente, sin reflexión. El autor ha indicado que es propio del sabio la reflexión, la cual exige escuchar a quien te habla y responder con la calma que exige una respuesta bien pensada. Ahikar da un consejo semejante: "¡Oh hijo mío! dirige tu sendero y tu palabra, escucha y no te precipites en dar una respuesta." Un ánimo fuerte y valeroso sostiene el espíritu en medio de las contrariedades y las soporta incluso con alegría si acierta a ver en ellas a Dios. Pero, si el ánimo se deja abatir, ¿quién, se pregunta el sabio, sostendrá a éste? La reflexión recomienda mantenerlo siempre firme frente a toda adversidad, poniendo siempre la confianza en el Señor y recordando el benéfico influjo que de ello resulta incluso para el cuerpo. El sabio, manifiesta el último verso, no se duerme sobre los laureles; es humilde para reconocer que, por mucho que sepa, es quizás más de lo que ignora, y se esmera por alcanzar cada día una sabiduría mayor por medio de una ulterior instrucción mediante el trato con los sabios.

Pr 18, 16-23. Tribunales y pleitos. La mujer virtuosa

El autor hace otra vez alusión al influjo fascinador de las dádivas, tal vez porque en los tribunales suele tener frecuente realidad la máxima. Más que del soborno, quizá se trate de la costumbre, generalizada en Oriente,' de no presentarse ante los grandes sin antes haber presentado sus regalos, con el fin de captar su benevolencia. El Pr 18, 17 presenta un hecho comprobado por la experiencia y que demuestra la limitación de nuestro pensamiento. Expone en un litigio una de las partes interesadas su parecer, y en seguida nos parece que la razón está con él; pero expone el suyo el adversario, y pensamos que la razón está con el segundo. La enseñanza del sabio es que no debemos precipitarnos en formar un juicio definitivo; es preciso escuchar a las dos partes y después reflexionar. El tratado talmúdico Pirké Aboth recomienda al juez que, mientras las dos partes están en su presencia, debe mirar a ambas como culpables, es decir, debe desconfiar de las dos. Muchas veces no era posible dilucidar en el pleito de parte de quién estaba la razón. Entonces, con el fin de que aquél no durase indefinidamente, con los consiguientes inconvenientes, se recurría a la suerte, es decir, a Dios, que se suponía hacía salir la suerte conforme a la justicia. Así, Josué sorteó los territorios entre las doce tribus, con lo que se evitaron litigios entre ellas.
El sentido del Pr 18, 19 es oscuro. La idea del sabio parece ser: cuando un hermano es ofendido, su obstinación viene a ser tan fuerte como una ciudad difícil de conquistar, y los litigios o altercados entre hermanos son tan difíciles de componer como penetrar en una fortaleza cerrada con duros cerrojos. Los Pr 18, 20; Pr 18, 21 insisten en los frutos de la lengua ya mencionados en Pr 18, 12 y 14, Pr 13, 2-37 recomiendan prudencia en las palabras, ya que ellas pueden producir frutos de vida feliz, enseñando el camino para conseguirla, o pueden causar los más graves males si envuelven la mentira y la calumnia. Esopo decía que es la mejor y la peor carne del mundo.
De vez en cuando, el autor inserta alguna sentencia sobre el valor de la mujer buena, de la que hace aquí un elogio cumplido, considerándola como un tesoro concedido por Yahvé a su marido. La mujer buena, virtuosa, buena administradora de su casa, mantiene la paz y es fiel al amor a su marido, educa honestamente a sus hijos, contribuye a la prosperidad de los bienes familiares, siendo la alegría de la casa. Ahikar tiene a este propósito una preciosa máxima: "Hijo mío, como un árbol opulento bajo sus frutos, sus hojas y sus ramas, así es el hombre con una mujer excelente, y sus frutos (son) los hijos y los hermanos". Cierra la perícopa la constatación de una experiencia cuotidiana: la diversa actitud del pobre y del rico en sus palabras; al primero, su indigencia le obliga a adoptar una actitud suplicante; al segundo, la autosuficiencia fácilmente le hace soberbio y duro. El comentario al Pr 18, 24 lo unimos a la perícopa siguiente.

Pr 18, 24 - Pr 19, 7. El verdadero amigo. Sentencias varias

El Pr 19, 1 hace un parangón entre la riqueza y la pobreza, declarando que, si aquélla va acompañada de la sencillez de corazón que enseña la sabiduría, es preferible a la riqueza que va asociada a la impiedad y engendra soberbia y avaricia, injusticias y corrupción. Los primeros y últimos versos de la perícopa se refieren a la amistad en su relación con las riquezas. Los frutos de aquélla son provechosos, pero hay tantos desengaños en torno a ella, que el sabio estima oportuno volver repetidas veces sobre tema tan importante y delicado. El rico que da generosamente de sus bienes, constata el autor, encuentra muchos amigos, pero advierte que la mayoría de las veces se trata de una amistad interesada, que no busca más que su provecho particular en ella; concluido éste hay quienes no tienen inconveniente alguno en llevar al antiguo amigo a la perdición. Al pobre, por el contrario, de cuya amistad no se puede obtener utilidad práctica alguna, hasta los mismos parientes le abandonan, porque les resulta incluso odioso l. Cierto que hay amigos fieles aun en las más adversas circunstancias y son como verdaderos hermanos que se escogen. Pero fue el ejemplo y la invitación de Jesucristo, que llevó a la práctica las repetidas exhortaciones de Yahvé en el Antiguo Testamento al amor y protección de los pobres y afligidos, lo que arrancaría de sus riquezas y comodidades a cientos y millares de almas que consagrarían su vida a atender a los pobres con un amor y un desinterés que sólo El ha sabido infundir en los corazones. En la segunda parte del Pr 19, 7, según la reconstrucción que del texto hace Nácar-Colunga, concluye con un consejo práctico: no te procures demasiadas amistades, pues muchas te defraudarán; es preferible pocos amigos y seguros en toda contingencia.
Para obrar bien son precisas dos cosas: reflexión, para que el entendimiento descubra el camino a seguir, y la serenidad o prudente calma, para que la voluntad venza al ímpetu de las pasiones. Quien obra sin aquélla, fácilmente caerá en imprudencia; pero, si además es precipitado para obrar, entonces el error es seguro. La advertencia vale también para el orden espiritual, en el que la verdad y la inteligencia han de ir por delante del celo. Hasta dónde puede llegar la insensatez del necio, lo pone de manifiesto el siguiente dato de experiencia: hay quienes después de haber incurrido por su culpa en el pecado y la ruina echan la culpa a Dios, como causa primera que dirige las segundas. Y es que hay necedad que se confunde con la soberbia y el amor propio, y quien cae en estos vicios se ama demasiado a sí mismo para reconocerse culpable de sus yerros. También quienes pretenden excusarse con falsas razones de temperamento, educación, tentación violenta y cosas semejantes, echan a Dios, en cierto sentido, la culpa de sus faltas. Ben Sirac rechaza de lleno tal manera de pensar, diciendo que Dios no puede hacer lo que El precisamente más detesta, que es el pecado. "Nadie, por consiguiente -escribe San Agustín-, eche en su corazón la culpa a Dios, sino que se reconozca a sí mismo culpable quien peca." Al testigo falso y al mentiroso asegura el sabio (Pr 19, 5) que no quedara sin castigo. Si fuere descubierto por el juez o la parte contraria, sufriría la ignominia que tal vicio lleva consigo y el castigo por parte de los hombres. Y aun en el caso de que no fuera descubierto, Yahvé no dejará sin castigo a quien viola uno de los preceptos de su ley.

Pr 19, 8-15. Prudencia y necedad

Inteligencia y prudencia son partes componentes de la sabiduría, y quienes las adquieren gozarán de los beneficios de ésta, que proporciona muchos en el orden físico y en el moral, por lo que el sabio recomienda su consecución. El Pr 19, 6 repite literalmente el Pr 19, 5.
Hay dos contrastes que desdicen del habitual orden de cosas: los deleites en el necio, porque son frutos de sabiduría o porque no sabe hacer buen uso de ellos, y esclavo que mande a príncipe, cuando es a éste a quien toca mandar y a aquél obedecer. No rara vez consiguen riquezas quienes carecen de inteligencia y honradez, y en los tiempos en que escribió el autor no debía de ser raro que esclavos consiguiesen puestos de autoridad.
El Pr 19, 11 hace una recomendación de sabor evangélico al aconsejar la represión de la cólera y el pasar por alto las ofensas, si bien media entre su espíritu y el que informa la evangélica una diferencia inmensa. En Proverbios predomina una mira humana e interesada: evitar la ira y discusiones, que pueden llevar a lamentables consecuencias, mientras que en el Evangelio es una exigencia del amor a Dios sobre todas las cosas, que se manifiesta en el cumplimiento de sus mandamientos y en el amor al prójimo como a sí mismo, lo que forma parte del primer precepto de la ley cristiana. "Se muestra uno tanto menos sabio -escribe A Lapide- cuanto menos sabe practicar la virtud de la paciencia...; por lo que no dejarse llevar de la ira frente a las injurias ni indignarse ante ellas es máxima prueba de sabiduría."
En aquellas sociedades antiguas en las que los reyes se arrogaban un poder absoluto que les permitía disponer incluso de la vida de sus súbditos u otorgarles cuantas distinciones o beneficios tuviesen a bien, era vital el no incurrir en su ira y ganarse, por el contrario, su beneplácito. Tal vez por esto se repite la advertencia. Ambas cosas son indicadas aquí con expresivas imágenes: la de la ira, con la del león que ruge hambriento, en cuyas garras será devorado quien en ellas caiga; la del favor, por la del rocío de una mañana de verano sobre la hierba agostada por el sol.
Dos cosas pueden hacer feliz al ser humano o serle motivo de continuas molestias y disgustos: los hijos y la mujer. El hijo que es necio deshonra con su conducta el nombre paterno, lo que proporciona al padre profundo pesar. Y la mujer quisquillosa se hace tan intolerable como el continuo y rápido gotear del agua de un tejado. Tres cosas resultan intolerables, dice un proverbio árabe: el gotear de la lluvia, la aspereza de la mujer y los chinches. La sentencia advierte al hombre la cautela con que ha de proceder en la elección de esposa y en la educación de sus hijos. Hay cosas que el hombre puede heredar de sus antepasados o adquirirlas con su sabiduría; pero una mujer prudente es un don de Dios (Pr 19, 14). Las cualidades interiores que adornan el alma de una mujer y la hacen sabia y prudente en sus atenciones para con el esposo, en la educación de los hijos, en la administración de la casa, constituyendo con ello la alegría y felicidad del hogar, no se adquieren con dinero, sino que es, como afirmó en Pr 18, 22, un don de Dios, que guió al hombre en la elección de tal mujer.
Concluye con una recomendación de la diligencia. La pereza es compañera de la necedad, como la diligencia lo es de la sabiduría, y no le espera otra cosa más que el hambre, como afirma constantemente el sabio. Los Padres hacen aplicación de la máxima a la vida espiritual, en la que los efectos de la pereza son igualmente desastrosos. Después de referir muchos testimonios de los mismos, escribe A Lapide por su parte: "Los que no quieren ejercitarse en actos de caridad, misericordia, oración, piedad, paciencia, contraen cierto sopor y desidia, que los hace inhábiles e ineptos para toda obra buena e incurren, además, en una penuria de gracia, consolaciones y todos los dones espirituales."

Pr 19, 16-23. La misericordia. La corrección. El temor de Yahvé

Comienza la perícopa poniendo de manifiesto, una vez más, los efectos de la observación de la ley divina, o más bien de las enseñanzas de la sabiduría, que propone bajo la idea de la vida larga y feliz bajo la protección de Yahvé, y de la muerte, con que Dios o la misma justicia humana castiga a los transgresores. El Pr 19, 17 contiene una máxima de alto valor religioso: a Yahvé presta quien da al pobre, y El le dará su recompensa. Dios, que se constituyó en padre y protector especial de los pobres y desamparados, estima como dado a El lo que damos al pobre y se obliga a recompensar largamente el cumplimiento del deber natural de caridad que tenemos para con el necesitado. También Jesucristo declaró que consideraba como hecho a sí mismo lo que hiciéremos con los pobres y afligidos.
Siguen dos consejos respecto de la corrección que el sabio da al padre respecto de su hijo: aplicarla en la educación de su hijo aun en el caso de mayor indisciplina por parte de éste, pues siempre hay, especialmente en los años de la juventud, en que los vicios no están todavía profundamente arraigados, esperanza de enmienda; pero no con tal dureza que ponga en peligro la salud o vida del corregido. En Israel no tenía el padre poder sobre la vida de sus hijos; en caso de rebeldía digna de muerte, había de ser llevado a los ancianos de la ciudad, y todos los hombres de ésta aplicaban la pena. Después inculcará que se reciba con docilidad la corrección, declarando que conduce a la verdadera sabiduría, que consiste en la práctica de las virtudes y la huida de los vicios (Pr 19, 20).
El texto del Pr 19, 18 está corrompido, y resulta poco menos que imposible dar con la lección original. El sentido de la que escogemos es que quien se aíra sufrirá la pena, porque aquélla le lleva a proferir insultos y calumnias, a causar daño a su prójimo y sufrir el castigo oportuno por parte de éste o de la autoridad que defiende sus derechos. Si en lugar de aceptarla con humilde resignación desprecia aquélla, las consecuencias pueden ser mayores, porque aquélla no disminuirá la pena impuesta, e incluso tal vez la aumentará.
La constatación del Pr 19, 21 fue tres veces consignada en el Pr 16. La forma en que aquí se propone hace resaltar la inmutabilidad de los designios de Dios frente a los múltiples y efímeros de la mente del ser humano, inmutabilidad de los consejos de Dios y continuo fluctuar de los planes humanos, que la Sagrada Escritura recuerda frecuentemente; por lo cual el hombre ha de procurar invocar a Dios y pedir su luz y consejo para sus planes más bien que fiarse de su propia razón.
Otro verso difícil de interpretar es el Pr 19, 22, pues el texto masorético está corrompido, de tal modo que toda reconstrucción ha de ser conjetural. Los autores interpretan generalmente de la misericordia para con el prójimo, que consigue el favor de Yahvé; afirmación muy oportuna en un ambiente en el que la pobreza era considerada como ignominia, y las riquezas como bendición de Dios. Concluye recordando los frutos del temor de Dios: la vida larga llena de prosperidad, concedida por Dios como premio de la virtud a que aquél lleva o de la piedad misma para con Dios en que consiste.

Pr 19, 24-29. Holgazanería. Corrección. Otras sentencias

Más sentencias sobre la pereza y la corrección, Aquélla es gráfica e irónicamente presentada por el sabio. La imagen supone la costumbre del Oriente, en que todavía no se utilizaban utensilios, sino que cada uno tomaba con su mano los alimentos del plato. En realidad, la desidia puede a veces llegar a tal grado, que inutiliza las energías aun para las cosas más necesarias y fáciles. La corrección es un buen medio de educación y de progreso en la sabiduría conveniente y tal vez necesario a todos, si bien ha de ser distinta la manera como debe ser aplicada al necio y al sensato. A éste basta una mera advertencia para que modifique su conducta equivocada. Para el petulante, el único medio de corrección es el castigo, incluso corporal; le domina de tal modo la soberbia y la impiedad, que no valen para él razonamientos y consejos de ninguna clase. Tal vez ni aun aquél le hará entrar en razón, pero el simple e inexperto aprenderá de su castigo y se hará sabio.
Hay una conducta que el sabio proclama infame y deshonrosa: la del hijo que maltrata a su padre o ahuyenta a su madre (Pr 19, 26). El primero de los mandamientos de la ley que miran al prójimo tiene por objeto garantizar la honra y derechos de los padres respecto de sus hijos, añadiéndose a su cumplimiento la promesa de una vida larga y feliz en la tierra como estímulo al mismo. No hace alusión el sabio a los duros castigos que imponía la ley a los hijos que se conducían indignamente con sus padres, lo que indica no se aplicaban en aquel excesivo rigor en tiempos del autor del libro. El mismo sentido natural reclama esa honra y atención de los padres y condena toda infidelidad contra quienes nos dieron la vida y, en principio al menos, cuanto tenemos.
La expresión del Pr 19, 27 tiene evidentemente un sentido irónico, ya que, tomado como suena, estaría en clara contradicción con las continuas enseñanzas del sabio sobre la corrección, cuyos saludables efectos de vez en cuando afirma expresamente. Constata en el siguiente el gusto y avidez con que algunos hacen el mal: hay testigos que mienten por el provecho particular que su mentira les puede reportar; pero los hay que se gozan y consideran alarde de habilidad haber burlado la justicia. Y hay también quienes hacen el mal como quien se toma un vaso de agua, pues les viene a ser como algo connatural.

Pr 20, 1-30

Pr 20, 1-6. Embriaguez. La ira del rey. La pereza

Dios ha dado el vino también para alegrar el corazón, pero solamente su uso moderado es bueno. Tomado en cantidad excesiva, quita el sentido, y el hombre, privado de sus facultades racionales, no hará otra cosa más que servir de irrisión a los demás. En Pr 23, 29-35 hace una descripción del borracho, que pone de manifiesto su necedad, y Ben Sirac afirma que el vino, como las mujeres, extravía del camino de la sabiduría. Otra vez, ésta con la imagen del rugido del león, indica el sabio lo peligroso de la cólera del rey, que puede poner en peligro la vida de sus súbditos. La frecuencia con que el sabio hace esta advertencia es indicio de que las víctimas de tal ira no eran raras. Ahikar da a este propósito la siguiente advertencia: "La ira del rey, si te manda una cosa, es como fuego, que abrasa. Obedece al punto. No se enfurezca contra ti, y queme tus manos."
El evitar las contiendas, que tantas veces recomienda el sabio, es presentado aquí como cosa digna de honor. Es una muestra de no pequeña prudencia saber evitarlas, pues engendran riñas y enemistades, que no conducen a nada bueno. Sólo el necio, irreflexivo, que no sabe vencer sus pasiones, se mete imprudentemente en ellas. Otra vez se recomienda también la diligencia en el trabajo. Para obtener los frutos de la tierra es preciso cultivarla con esmero. El perezoso, que durante el invierno rehúye las labores que la tierra precisa, cuando llega el tiempo de la recolección, se encontrará con las manos vacías, expuesto a la miseria y el hambre.
Los pensamientos del hombre, dice con razón el sabio, son como las aguas profundas: se hallan en el fondo del alma, del corazón. Y así como no es fácil sacar el agua de una profunda cisterna, tampoco es fácil adivinar esos pensamientos del corazón ajeno. Sin embargo, el sabio con su inteligencia, con el conocimiento que tiene del corazón humano, con sus hábiles preguntas y penetración, llega a descubrirlos. Termina la perícopa constatando una realidad que pone una nota de pesimismo en las relaciones humanas: son muchos los que hacen alarde de su bondad y de fidelidad a sus amigos. Pero, cuando llega la prueba, ¿cuántos permanecen fieles a la amistad de los días prósperos?

Pr 20, 7-15. Rectitud

Comienza la perícopa con una sentencia que es una hermosa invitación a la vida recta y honrada. No sólo el justo, constata el sabio, percibirá los frutos de su conducta honrada, sino también sus hijos, que reciben de ellos, juntamente con la vida, su bondad natural e inclinación a la virtud. Si a ello procuran añadirles una buena educación basada en los principios de la sabiduría, serán realmente bienaventurados. El Pr 20, 8 parece contener una alabanza de la sabiduría del rey, que le hace resolver con rapidez los asuntos que se le presentan, que le permite descubrir en seguida los fraudes e imposturas y hacer justicia con los malvados.
El Pr 20, 9 contiene una afirmación de la imperfección del hombre frente a la santidad divina. La forma interrogativa en que se propone no deja lugar a duda alguna respecto de la mente del sabio: nadie está totalmente libre de pecado. Esta doctrina se encuentra en toda la Sagrada Escritura. El mismo Jesucristo mandó a todos orar: "perdónanos nuestras deudas", y San Juan, en su primera carta, escribió que, "si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría en nosotros". En este texto se apoyaba Calvino para afirmar que el hombre después del pecado original se encuentra irremediablemente depravado y que se justifica no por una justicia intrínseca que le constituya realmente justo, sino por la imputación extrínseca de la justicia de Cristo, que encubre sus pecados. El sabio afirma sencillamente la incertidumbre en que nosotros nos encontramos respecto de nuestra justificación, que afirma también el concilio Tridentino, y es un antídoto contra la soberbia y la apatía espiritual. Por lo demás, la teología católica nos enseña que el hombre, en el estado de naturaleza caída en que nos encontramos, puede, con la gracia de Dios, evitar los pecados mortales, pero no todos los pecados veniales e imperfecciones, sin un privilegio especial de Dios.
Otra vez la gráfica máxima del sabio recomendando la justicia y equidad en las relaciones comerciales, ante la consideración de que la falsedad en el peso y medida es abominable a los ojos de Yahvé. En la Sagrada Escritura se repite con frecuencia la advertencia. No debían marchar fuera de Israel las cosas mejor en este punto, expuesto como el que más a la codicia humana. Amen-en-ope insiste en semejantes recomendaciones.
En el Pr 20, 11, el sabio hace resaltar la importancia de la educación en los años de adolescencia. Ya desde entonces se van creando hábitos e inclinaciones, a través de las cuales se trasluce ya la conducta que observará cuando sea mayor. Por lo cual interesa extraordinariamente cultivar en la edad temprana y arraigar las buenas inclinaciones e impedir que las malas puedan prender y prevalecer más tarde. Dios ha creado al hombre, y obra de sus manos son su ojo y su oído, sentidos los más perfectos, en los que pueden verse representados todos los demás. Colocada la máxima en el ambiente de rectitud que predomina en las sentencias de la perícopa, pudiera esta del sabio tener alcance moral: los sentidos del hombre son hechura de Dios y deben emplearse conforme a su voluntad.
La rectitud lleva consigo la diligencia y condena la holgazanería, por lo que el sabio, con diversas expresiones, recomienda de nuevo la laboriosidad, recordando, como siempre, las consecuencias de pobreza y hambre a que lleva la pereza en el trabajo. La constatación del Pr 20, 14 pone de manifiesto el realismo de la sabiduría israelita. El comprador muestra cierto desdén hacia la mercancía que intenta comprar, y, abultando sus defectos, la estima en un precio inferior al que realmente tiene con el fin de obtenerla a un bajo precio. Conseguido su intento, se goza de su acción y pregona su habilidad de buen comprador. El valor de la sabiduría es frecuentemente puesto de relieve mediante la comparación con los metales y piedras preciosas. Los labios del sabio son como vaso precioso, porque encierran la verdadera sabiduría, que vale más que el oro y la plata, y los consejos que ellos vierten enseñan el camino de la vida feliz.

Pr 20, 16-25. Buenas y malas adquisiciones. Diversas sentencias morales

Varias veces recomendó el sabio cautela en las fianzas, indicando que no es prudente salir, sin más, fiador de cualquiera. Añade ahora que es mayor imprudencia hacerlo sin tener con qué responder a los acreedores. Estos podían despojarle de todo, incluso de los vestidos, en caso de insolvencia. El Pr 20, 16 repite de una manera más gráfica el contenido de Pr 9, 7. La experiencia enseña que nuestra naturaleza caída experimenta cierto placer al conseguir una cosa precisamente mediante una trapacería; quitada la prohibición, pierde aquélla su atractivo para el malvado. Pero por lo así adquirido, dulce y sabroso en un principio, experimenta después el sinsabor del castigo de su mala acción.
Cuando se trata de hacer la guerra, es precisa mucha reflexión y sabio consejo antes de emprenderla. Son muchos los males que de ella se siguen, por lo que es preciso considerar seriamente si los bienes a conseguir legitiman la permisión de aquéllos. El consejo de los sabios será en esta ocasión más necesario y conveniente que nunca 20. La guarda de los secretos es una cosa difícil y a veces de suma importancia. El sabio aconseja en este punto prudencia con el chismoso y suelto de lengua, que no hacen más que hablar y rara vez saben guardar lo que les fue confiado, Semejante consejo da Ben Sirac. En Pr 19, 26 calificó de infamia y deshonra la conducta del hijo que se porta indignamente con sus padres. Añade ahora los efectos desastrosos de tal comportamiento con la imagen de la lámpara que se extingue en la oscuridad tenebrosa. La luz es símbolo de alegría y felicidad; la oscuridad y tinieblas, de desgracia y muerte. A la felicidad de un tal hijo seguirá la ignominia y el castigo.
Las riquezas que fueron adquiridas de prisa no suelen tener buen fin. De ordinario fueron adquiridas con medios injustos, y carecen, por lo mismo, de la bendición de Dios, que hace estables los bienes familiares, o fueron obtenidas con suma facilidad, sin esfuerzo alguno, y lo que así se consigue suele con la misma facilidad disiparse 24.
El libro de los Proverbios contiene máximas de elevado valor moral que recuerdan otras del Nuevo Testamento. El Pr 20, 22 presenta una de ellas. La ley antigua enseñaba la ley del tallón, que permitía devolver el mal en la misma medida en que aquél había sido inferido; ley que, si no cuadra con nuestro espíritu evangélico, marcaba en aquel entonces una primera exigencia sobre esa tendencia natural que inclina a devolver el mal en proporción mayor a la recibida. El sabio exhorta a no devolver mal por mal. Más adelante recomendará no gozarse en la ruina del enemigo y hasta socorrerle en sus necesidades. El motivo que le propone es la protección divina, que libra a sus fieles de las maquinaciones de sus enemigos. Por lo demás, es al Señor a quien corresponde recompensar las buenas obras y vengar las malas. En el Nuevo Testamento se da este mismo mandato, y como motivo el amor a Dios, y por El, el amor al prójimo. El Pr 20, 23 repite la recomendación del Pr 20, 10 sobre la justicia en las pesas y medidas.
La idea de que es la providencia de Dios quien gobierna los destinos del hombre conforme a su beneplácito y no a la voluntad de éste, se repite con frecuencia en los autores sapienciales, y, apoyados en ella, recomiendan una total confianza en Yahvé, en cuyas manos debe el hombre colocarse para que su vida sea bien dirigida. Termina la perícopa con una sabia recomendación respecto de los votos. Es frecuente que en un momento de fervor, ante un beneficio recibido o con el fin de evitar un mal, se emite imprudentemente un voto. Pasado aquel primer momento, se busca el modo de librarse de la obligación inconsideradamente adquirida. El sabio aconseja la debida prudencia, que exige no proceder temerariamente en la emisión del voto, sino con reflexión.

Pr 20, 26-30. Rey y gobierno

La conducta del rey sabio con los impíos es descrita con una imagen del labrador que hace pasar el trillo sobre sus mieses en la era para separar el grano de la paja. Este método de tortura se aplicaba entonces a los vencidos por sus conquistadores. El mismo David lo aplicó a los amonitas. El rey sabio por su inteligencia vence a sus enemigos y después les impone el oportuno castigo con el fin de que no levanten en adelante cabeza. Candela de Yahvé llama el sabio al "espíritu del hombre," que designa aquí, más bien que el espíritu vital de Gn 2, 7, donde se emplea la misma expresión, la percepción intelectual y conciencia moral del hombre. La inteligencia humana viene a ser como una lamparita que ha tomado su luz de la luz infinita de la inteligencia divina, y ella es la que conoce y tiene conciencia de los más íntimos pensamientos y sentimientos del corazón humano y su relación con la ley divina.
El Pr 20, 28 contiene un sabio consejo para el rey. Este encontrará el mejor sostén de su reino en una sabia armonía de la justicia, por la que ha de dar a cada uno de sus súbditos lo que le es debido, y la bondad, por la que se ganará su cariño y simpatía. El rey Alfonso de Aragón, acusado de excesiva mansedumbre, respondió: "Prefiero salvar a muchos con mi clemencia que perder a pocos con mi severidad. Es propio del hombre la clemencia; de las bestias, la ferocidad. Por la justicia soy grato a los buenos; a los malos, por la clemencia. Pues nada doblega a los enemigos tanto como el nombre de la bondad y mansedumbre."
Afirma con razón el sabio que la fortaleza es la gloria de la juventud. Nunca siente el hombre tantas energías para emprender una obra difícil como en los años de su juventud. Y más que la fuerza física le honra la fortaleza moral, que le hace imponerse y dominar las pasiones, entonces más violentas que nunca, y conservar esa dignidad cristiana que Cristo nos trajo a este mundo. El ornamento a la vez del anciano es su canicie, como afirmó en Pr 16, 31. Para los sabios, la vida larga es un don de la sabiduría, premio de la virtud, cuya recompensa, según ellos, Dios tenía que dar en esta vida. Nosotros, que conocemos los premios y castigos del más allá, sabemos que también el malvado puede vivir largos años y que la única canicie que honra al anciano es la que supone santidad de costumbres y madurez de consejo. La sentencia del Pr 20, 30, intercalada entre máximas que hacen referencia al rey, pudiera contener una norma de gobierno para con los malvados; a éstos sólo el castigo los hace-caminar por el recto sendero, y los castigos corporales, que llegan a lo más íntimo del corazón, por la ignominia que entrañan y el dolor que suponen, son muchas veces la única medicina que se les puede aplicar con éxito.

Pr 21, 1-31

Pr 21, 1-5. Providencia de Dios

El rey está puesto por Dios para gobernar en nombre suyo, y, en consecuencia, tendrá una providencia especialísima sobre él. Si el monarca pone su corazón en las manos de Dios y, como delegado suyo, gobierna conforme a su ley y designios, vendrá a ser una fuente de prosperidad y felicidad para sus súbditos. No obstante el carácter autocrático de los reyes orientales, el sabio afirma que es Dios quien dirige al rey en sus acciones, por lo que los súbditos deben rogar al Señor que conduzca el corazón del rey por el camino que lleva a la paz y bienestar de la nación. El Pr 21, 2 repite la idea de Pr 16, 2; cierto que al hombre le parecen buenos los caminos que emprende, pero sólo Dios sabe si realmente conducen a buen término. Más aún: El conoce las intenciones y móviles del hombre en sus acciones, no tan elevados y rectos a veces como pensamos.
Los profetas habían predicado al pueblo que agrada a Dios más la obediencia, la misericordia, que los sacrificios. Esta es también la enseñanza del sabio. La concepción ética de la piedad, como advierte Toy, anunciada por los profetas, no pierde nada de su fuerza en los sabios. El pueblo tiende a dar más importancia al elemento material, que se palpa con los sentidos, que al motivo espiritual, al que sólo el espíritu es sensible. Los autores bíblicos insisten que lo que tiene valor ante Dios no es la obra material, sino la rectitud de intención con que se hace, el amor a Dios que en ella se pone. Una gran ofrenda con poco amor vale poco; un pequeño sacrificio con mucho amor vale mucho.
Tres cosas tilda el sabio de pecado: ojos altivos, la altanería, que en Pr 6, 17 enumeraba entre las cosas odiosas a Yahvé; corazón soberbio, aborrecible a los ojos de Dios, que lo humillará a su debido tiempo, y la lámpara del impío, que, si el texto está bien, designaría aquello en que el impío pone su corazón: riquezas injustamente adquiridas, sus mismas impiedades, en que tal vez incluso se goza, lámpara que, como afirma el sabio en Pr 13, 3, se extinguirá. Para prosperar en los negocios, enseña, finalmente, el sabio, es precisa la diligencia, que no es lo mismo que precipitación. Aquélla supone la reflexión en la mente, a la que sigue una voluntad pronta en poner en práctica los medios oportunos. La precipitación omite la reflexión y consejos tal vez precisos, y como la voluntad y el corazón son ciegos, no aciertan con el verdadero camino que lleva al éxito.

Pr 21, 6-12

Avaricia. Impiedad. Petulancia. Valerse de la mentira para conseguir riquezas es en primer lugar una vanidad, porque riquezas así adquiridas no aprovechan; y si en un principio los malvados gozan de ellas, al fin experimentarán sinsabores, pues se les marcharán por los mismos procedimientos por los que vinieron. Y es también un lazo mortal: una mentira lleva a otra tal vez mayor, y cuando el impío menos lo espera, es aquélla descubierta, y la justicia humana se encarga de imponer el castigo oportuno. Y si no fuere descubierta, Dios procurará que no quede sin castigo el pecado contra uno de los preceptos de la ley. Otro de los procedimientos que emplea el impío para conseguir riquezas es la rapiña; quien sigue tal proceder hallará su perdición, pues atenta contra su propia vida, que puede perder al ser en ella sorprendido. Son caminos tortuosos, como dice el sabio, que naturalmente no pueden tener buen fin. Más aún, los impíos llegan a crearse una propensión tal al mal, que parece no pueden vivir sin hacerlo, y ni los sentimientos mismos de amistad les detienen de causar mal a su prójimo.
El justo advierte que son los caminos del justo los conformes a la voluntad de Dios, por lo cual conseguirán una vida larga y feliz, mientras verán cómo los malvados verán desbaratados sus planes, y sus vidas arrebatadas por la muerte prematura.
Los Pr 21, 9 y Pr 21, 11 repiten ideas ya expresadas. El primero expresa lo intolerable que resulta convivir con mujer quisquillosa. El sabio declara preferible vivir en un rincón del desván a tratar con ella en casa cómoda; allí estaría expuesto a la intemperie, pero gozaría de paz. El Pr 21, 11 manifiesta la diversa actitud del petulante y del sabio frente a la corrección. Para aquél resulta la mayoría de las veces ineficaz, si bien es provechosa al inexperto, que escarmienta en cabeza ajena. Al sabio, en cambio, es suficiente una ligera amonestación para abandonar la conducta equivocada que por ignorancia o imprudencia había comenzado.

Pr 21, 13-21. Caridad y justicia

Los autores sapienciales recomiendan muchas veces las obras de misericordia. Aquí el sabio amenaza con la ley del tallón a quien cierra sus oídos ante el clamor del pobre: tampoco él será escuchado el día que tenga que llamar a la puerta de los demás. Por lo que a Dios respecta, Santiago dice que hará juicio sin misericordia a quien no tuvo misericordia. "Condúcete con los siervos y miserables -escribe Filón- como tú quieres que se conduzca contigo Dios, porque como oímos, así seremos oídos por Dios, y como miremos a otros, así nos mirará Dios; ofrezcamos a la misericordia, en consecuencia, misericordia para que consigamos aquélla con ésta". También señalan muchas veces la eficacia de las dádivas; constata aquí el sabio que lo que no pueden conseguir tal vez las palabras, lo consiguen los dones ofrecidos en secreto: aplacar la ira del más enojado.
Son distintos, lógicamente, los sentimientos del justo y los del impío frente a la justicia (Pr 21, 15). Para aquél es satisfacción, porque sus obras buenas, que se manifestarán, recibirán su recompensa. Al impío le aterra, pues significa el fin de sus maldades, que quedarán al descubierto, y el castigo merecido. El autor de Proverbios señaló desde el principio la muerte prematura como castigo de los malvados, que aborrecen las enseñanzas de la sabiduría; de nuevo, según la mayoría de los intérpretes, se afirma aquí. En la afirmación de que los malos habitarán en compañía de los muertos como castigo de su conducta, algunos quieren ver insinuado que los justos no permanecerán perpetuamente en el seol. Se apartan también de la sabiduría y caen en la miseria quienes se entregan a los deleites, al vino, a los perfumes. Estos suelen ser costosos. El vino y los placeres ejercen un atractivo tal, que se termina por vender la hacienda para calmar la avidez que por ellos se siente. Por lo demás, no es raro que quienes se dan a los banquetes sean negligentes para el trabajo, lo que contribuye a una más pronta ruina.
El sentido del Pr 21, 18 parece ser el mismo de Pr 11, 8, donde se afirma que el justo será librado de la tribulación, mientras que el impío entrará en ella. El prevaricador hereda así los sufrimientos del justo, y su castigo viene a ser como liberación para el justo de sus tribulaciones. En este sentido de sustitución hay que entender el término "rescate" empleado aquí por el autor. El Pr 21, 19 es una variante del Pr 21, 9: allí declaraba preferible habitar en el desván a convivir con mujer quisquillosa; aquí afirma más tolerable la soledad del desierto, privado de las comodidades del hogar.
En la casa del justo hay un gran tesoro, dice el sabio: la sabiduría, que él declara más codiciable que el oro y la plata. Y con la sabiduría, que implica diligencia en el trabajo y buena administración, bienes materiales, que, legítimamente adquiridos, el justo conserva; el necio, aunque los hubiere heredado en gran cantidad, pronto disiparía lo que los trabajos y economías de otras le legaron. Dos compañeras inseparables de la sabiduría son la justicia, por la que damos a cada uno lo que es debido, y primero que a todos a Dios, y la misericordia o benevolencia para con los demás. Virtudes fundamentales del orden moral, cuya recompensa será la vida larga y el buen nombre, recompensa que continuamente atribuyen los sabios a la sabiduría.

Pr 21, 22-31. Sabiduría. Soberbia. Codicia. Impiedad. Poder de Dios

Con el ejemplo tomado de la guerra se pone de manifiesto la superioridad de la inteligencia sobre la fuerza bruta. En la conquista de una ciudad, más que la fuerza bruta y el valor de los soldados, es el ingenio y estratagema de un jefe sabio lo que consigue la victoria. Otra de las cosas en que más falta hace la prudencia es en el uso de la lengua, por lo que los sabios inculcan a cada paso cautela en el hablar. El hombre prudente procura evitar aquellos pecados de lengua que originan litigios o provocan la venganza de los ofendidos, con la consiguiente preocupación y angustia para el ofensor. Ahikar da a este propósito un precioso consejo: "Hijo mío, no charles excesivamente, de modo que manifiestes cuanto viene a tu mente..., pues la palabra es como un pájaro, que, si se suelta, el hombre no puede volver a cogerlo."
El Pr 21, 24 da la definición de "insolente." Es el hombre que a su soberbia añade una arrogancia y altivez que no respeta ni la ley de Dios ni la dignidad de sus semejantes, haciéndose a todos detestable. Tampoco resulta grato a los ojos del sabio el haragán, cuyos deseos le matan, escribe, porque se cifran en la comodidad y ausencia de todo trabajo, lo que le impide poner en práctica la actividad necesaria con que ganarse el sustento y cuanto es necesario para la vida. De solos deseos no se vive. La sabiduría lleva consigo la laboriosidad.
Contrapone también el sabio la insaciabilidad del avaro y la liberalidad del justo. La razón profunda de esta conducta quizá sean esas ansias infinitas de felicidad que Dios puso en el corazón humano, que sólo El puede llenar. El avaro pone su corazón en las cosas de la tierra; como éstas nunca lo podrán llenar plenamente, siempre deseará más. El justo, como lo pone en Dios, se siente más desprendido de las riquezas y, siguiendo los deseos del Señor, reparte con los demás lo que él tal vez liberalmente ha recibido. Ya indicó el sabio que, para que un sacrificio sea grato a Dios, ha de ir acompañado de ciertas disposiciones interiores. Completando su pensamiento, declara ahora que el sacrificio del impío es abominable a los ojos de Yahvé, pues carece de aquellas disposiciones, y su ofrenda es tal vez fruto de injusticias, sobre todo si lo ofrece con mala intención; por ejemplo, para que Dios le proteja en alguna mala acción o corone con el éxito una injusta adquisición de riquezas.
El texto del Pr 21, 28 es oscuro y sugiere diversas interpretaciones. Probablemente el sabio quiere afirmar que el testigo falso sufrirá las consecuencias de su acción, bien porque es descubierta y castigada por los hombres, bien porque Dios le castigará como transgresor de la ley. En cambio, el que dice verdad será escuchado y podrá mantener su palabra hasta el final sin temor a ser desmentido. La expresión "cara dura" aplicada en el Pr 21, 29 al impío alude al porte arrogante y soberbio que adopta para con los demás, especialmente a quienes reprenden sus defectos. El sabio comprende que el camino a seguir, señalado por la sabiduría, es la reflexión, la sencillez y docilidad frente a la corrección, la amabilidad para con el prójimo.
También afirmó ya el sabio que es Dios quien con su providencia dirige los destinos del ser humano. Concluye ahora que no hay sabiduría humana alguna que pueda frustrar sus designios. "Su consejo -escribe el salmista- permanece por la eternidad; los designios de su corazón, por todas las generaciones"; "anula, en cambio, Yahvé el consejo de las gentes y frustra las maquinaciones de los pueblos." La razón es que la sabiduría de Dios es infinita, y su poder, omnipotente. De aquí no se concluye nada en favor de una confianza de tal naturaleza en Dios que nos dispense de nuestra actividad y cooperación humana. Para conseguir el éxito de una acción son precisos los preparativos humanos, pero hay que hacerlos con la conciencia de que el éxito depende de Dios. Será prudente hacer preceder siempre a aquéllos la oración confiada y sacrificio meritorio ante Yahvé, que lo hará más propicio a conceder su ayuda.

Pr 22, 1-29

Pr 22, 1-8. El buen nombre. Riquezas. Sabiduría y necedad

Con frecuencia los sabios valoran las cualidades intelectuales y morales sobre las cosas materiales. La buena fama es un tesoro más apetecible que las riquezas, y la estima que ella alcanza vale más que los más preciosos metales. Por lo demás, esas cualidades pueden contribuir no poco a conseguir beneficios materiales, como ocurrió en los casos de José, Rut, Ester.
Hay dos clases sociales que han existido y existirán siempre en la sociedad: los ricos y los pobres. Unos y otros provienen igualmente de Dios y tienen sus derechos y obligaciones. "El rico y el pobre -escribe San Agustín- son dos cosas entre sí contrarias, pero la una necesaria a la otra... El rico está hecho para el pobre, el pobre está hecho para el rico." Los ricos deben practicar la caridad para con los pobres y guardarse bien de considerarlos como seres inferiores, siendo de la misma naturaleza que ellos. Los pobres deben estar contentos de su suerte y respetar los bienes que Dios quiso darles. Es muy laudable y preciso trabajar por elevar la condición social de los pobres, lo cual está en manos de los ricos, que generosamente deben ceder de los bienes que Dios liberalmente les otorgó, pero sin caer en la utopía de pretender abolir una diferencia social que tiene raíces demasiado hondas para que el hombre pueda aboliría. "El verdadero remedio para las desigualdades sociales es reconocer al que las ha establecido y las obligaciones de mutua consideración y respeto que ellas implican". Claro que no es lo mismo pobre que miserable. De la miseria que hay en el mundo tiene la culpa el hombre. Dios ha colocado en el universo medios para alimentar una humanidad muy superior a la que hoy puebla el globo.
Las ventajas de la sabiduría se echan también de ver en la conducta frente a los peligros. El sabio es reflexivo; por eso ve venir el peligro y lo evita. El necio no lo es y no descubre el peligro hasta que está encima, cuando ya no es posible evitar la caída en él. Espinas y lazos llama después el sabio a los obstáculos y peligros que el impío encuentra en su camino: espinas, porque se ocultan bajo las rosas o frutos a que él tiende su mano y al fin le punzan; lazos, porque caerá víctima de su maldad y hallará en el vicio su castigo. El sabio descubre con su perspicacia esas espinas y lazos, y, como ama su vida y la quiere defender de todo mal, huye de ellos. Para conseguir esa perspicacia y prudencia es importante que la educación comience en los años de la niñez. La mente y el corazón del niño reciben fácilmente y retienen con tenacidad lo primero que en ellos se siembre. Si entonces se le inculcan los principios de la sabiduría, será de mayor como el sabio, que sabe huir de la maldad, no como el necio inexperto, que se deja coger en sus lazos. Por eso la Sagrada Escritura inculca mucho a los padres el deber de educar a los hijos, desde la edad temprana, en la que han de ser rigurosos para con ellos.
Los frutos habituales de la sabiduría son atribuidos en el Pr 22, 4 al temor de Dios y a la virtud de la humildad. Existe íntima relación entre ambas cosas; como la soberbia aparta de Dios, la humildad lleva al temor de Yahvé, y son principio y fundamento de sabiduría y de todas las virtudes. Las riquezas fruto de la sabiduría tienen sus ventajas, y la pobreza sus inconvenientes. El rico suele ser señor del pobre, a quien la indigencia obliga a servir. Pero esa relación de dependencia aumenta cuando media una deuda. El sabio dice que el que pide prestado es siervo del que le presta (Pr 22, 7). La ley de Moisés permitía al acreedor vender al deudor insolvente su mujer y sus hijos. La máxima enseña que es prudente evitar las deudas, al menos por amor a la libertad. La comparación con la simiente pone bien de relieve los efectos funestos de la impiedad. La emplearía también el Apóstol hablando de la resurrección de los muertos. El que pasa su vida haciendo el mal, sembrando por doquier impiedades, al fin recogerá los frutos de sus malas acciones, que es el castigo de Yahvé. Y si de momento triunfa, su gozo será efímero; antes o después, el castigo de Dios, tal vez la muerte prematura, acabará con sus maldades.

Pr 22, 9-16. Sentencias varias

Esta perícopa, con que termina la segunda parte del libro, presenta unos cuantos pensamientos sueltos ya conocidos. El hombre generoso que practica la caridad para con los pobres será bendecido por Dios, que aumentará sus riquezas y tendrá misericordia de sus pecados. Las literaturas orientales hacen preciosas recomendaciones a este propósito: "No comas tu pan, cuando otro sufre escasez, sin tenderle una mano llena de pan," escribe Allí. Y la sabiduría babilónica: "Da pan para comer, da vino a beber, viste y honra a quien te pide una limosna, a fin de que su Dios se regocije contigo. En cambio, deberás mantenerte alejado del orgullo si quieres vivir en paz. Este con su arrogancia no hace más que suscitar discusiones y contiendas, que turban las buenas relaciones sociales. Es además un tipo incorregible, al que es inútil intentar llevar al camino de la sabiduría.
La primera parte del Pr 22, 11, si el texto es auténtico, contiene una máxima de elevado valor religioso. Declara el amor de Dios por los limpios de corazón, las almas candorosas y sencillas, en las que no cabe simulación, malas intenciones, maldad, y se acerca a la bienaventuranza de Jesucristo en el sermón dé la Montaña (Mt 5, 8). La segunda constata una buena cualidad para ganarse la simpatía del rey, la gracia en el hablar, sobre todo si va unida a la veracidad de sus palabras. El Pr 22, 2 parece afirmar la protección que Dios dispensa al justo que cumple su ley, por lo que dirige sus pasos hacia el bien, y la vigilancia que ejerce sobre las intenciones del malvado para en el momento oportuno deshacer sus planes.
El perezoso, con tal de no trabajar, se imagina los más descabellados y ridículos pretextos, como es el que aquí presenta con fina ironía el sabio. Los leones abundaron en ciertas épocas en Palestina, pero no es probable que fuesen, y menos ya en esta época, tan abundantes como para que, al volver la esquina de una calle de la ciudad, uno se topase con semejantes fieras.
En la primera parte del libro, el autor declaró qué mal tan grande es caer en los lazos de la mujer adúltera. Sima profunda de la que no es fácil evadirse llama aquí el sabio a su boca, es decir, a sus palabras halagadoras, a sus artimañas seductoras, con las que cautiva a los incautos. El sabio advierte que para evitar esta clase de pecados, a que tan propensa es la naturaleza humana, es preciso contar con una protección especial de Dios, lo que se consigue con una vida justa, que nos hace gratos a sus ojos.
La corrección, que tantas veces mencionó el sabio como imprescindible medio de educación, advierte aquí que lo es especialmente para el niño, que no puede tener todavía ideales que le sirvan de móvil en sus acciones, ni experiencia que le haya abierto los ojos a las consecuencias de dejarse llevar de las malas inclinaciones a que el hombre se siente inclinado desde su adolescencia. El último verso se refiere al rico y al pobre. Si el texto está bien, el sentido sería que oprimir al pobre redundará después en favor suyo, porque sus sufrimientos se cambiarían, por disposición de la Providencia, en bendiciones. Algunos proponen la corrección "dar" en lugar de "oprimir," en cuyo caso tendríamos una recomendación de la benevolencia para con el pobre muy de acuerdo con la doctrina de los sabios. Dar al rico, dice el sabio, es tirarlo, porque, como ya tiene mucho, lo despilfarra.

Pr 22, 17-21. Introducción

Esta perícopa introductoria contiene una exhortación como las que abundan en la primera parte del libro, con la que el autor quiere reclamar la atención de los oyentes sobre sus consejos. Para ello les advierte que, si bien cuesta aprender las máximas de la sabiduría, y más el llevarlas a la práctica, sentirá después una alegría y satisfacción profundas, porque ellas ilustrarán su mente con la verdad y le capacitarán para dar un consejo de sabiduría a quien se lo demandare. Más todavía: le señalará los caminos que tiene que. seguir para hacerse grato a Yahvé, de modo que pueda poner en El su confianza y vivir tranquilo. Hemos traducido el término hebreo sálisím por treinta, pues en realidad son treinta las sentencias que contiene esta primera colección de los sabios. También Amen-en-ope compuso su obra en 30 capítulos, y escribe en el último: "Considera estos treinta capítulos." Los LXX y la Vulgata traducen "triplemente," que algunos interpretan en sentido indeterminado: muchas veces. Lo que da también mejor sentido que la versión literal "anteayer y ayer."

Pr 22, 22-29. El pobre. Las fianzas. Los linderos

La primera sentencia de la nueva colección mira al pobre y al desvalido. Recomiendan los sabios no robar a estos desamparados de la fortuna ni dictaminar contra ellos en los tribunales, que se reunían en las puertas de la ciudad, porque carecen de medios con que defenderse o difícilmente encuentran personas que asuman su protección. Pues Yahvé está con ellos y defenderá su causa. Son personas humanas, más dignas de compasión, por lo que Dios se constituye en su protector. La segunda advertencia señala la conducta a observar respecto de los iracundos: evitar el trato con ellos con el fin de no incurrir en su manera de ser, por aquello de "dime con quién andas y te diré quién eres," y exponerse también a las consecuencias de la ira. Quienes se dejan llevar de este pecado capital suscitan discusiones y luchas a veces tan violentas, que ponen en peligro la misma vida. La raíz del homicidio -escribe San Juan Crisóstomo- es la ira. El que corta la raíz, más fácilmente podrá cortar tas ramas; más aún, ni siquiera las dejará germinar."
La siguiente recomienda la prudencia respecto de las fianzas, que también recomendaron los proverbios de Salomón. Por supuesto que no intentan los sabios apartar de lo que puede ser un acto de caridad para con el prójimo, virtud que con tanta frecuencia recomiendan, sino advertir que no es prudente salir fiador, llevado de un espíritu de codicia, por quien no tiene con qué responder, exponiéndote a tener que pagar tú al acreedor, y si no tienes con qué pagarle, a ser despojado por él incluso de tus vestidos.
La sentencia del Pr 22, 28 recuerda la disposición de Dt 19, 14 sobre los límites de la propiedad. La ley consideraba un delito, digno de maldición, el que alguno moviera los linderos que separaban las propiedades con el fin de agrandar la suya. Para los antiguos, los linderos eran algo sagrado, que colocaban bajo la protección de sus dioses; los romanos los divinizaron con el nombre de dios Término. Esperaríamos a continuación una sentencia como la de Pr 23, 11, que formara una estrofa de cuatro versos con la que comentamos. Algunos autores opinan que hay un desarreglo en el texto hebreo. Termina la perícopa haciendo un elogio de la diligencia, a la vez que pone de manifiesto uno de los beneficios que puede reportar: los grandes, prendados del hombre diligente, lo tomarán como servidor suyo. Extraña esta estrofa de tres versos. Algunos autores suponen que ha desaparecido un estilo entre el segundo y tercero.

Pr 23, 1-35

Pr 23, 1-11. Comportamiento en la mesa. Los linderos

Los tres primeros versos contienen unas recomendaciones prácticas sobre la circunspección con que hay que proceder en la mesa cuando uno es invitado a un banquete, cosa frecuente entre los antiguos orientales. Ante todo hay que tener en cuenta la persona que te invita, la condición y categoría de los invitados, a la cual has de adaptar tu conducta, de modo que no desdiga ante ellos tu presencia. Durante el banquete no deberás dejarte llevar de la codicia; sus delicados manjares fácilmente excitan el apetito e inducen a la gula. La expresión empleada por el sabio indica cuánto interés has de poner en no dejarte vencer por ella y aparecer ineducado ante los comensales. Y ten cuidado, no sea que el banquete, con sus delicados manjares, sea para ti pan engañoso; tal vez fuiste invitado para ganar tu favor con fines ulteriores, y siempre quedarás obligado a agradecer esta atención de idéntica o semejante manera.
A continuación recomienda también la moderación en el afán por las riquezas ante el pensamiento de la fugacidad de las mismas, que expresa con la imagen del águila que emprende su vuelo y en seguida desaparece de nuestra vista. Es más prudente contentarse con lo necesario para bien vivir y gozar con paz y sosiego de ello, que ese afán desmesurado de riquezas que hace trabajar sin descanso y vivir miserablemente para amontonar un dinero que otros van a despilfarrar, sin consideración alguna a los esfuerzos que costó reunirlo.
Un consejo práctico respecto del avaro en relación con los banquetes: evita ser invitado por él a ellos. Lo hará por mero compromiso. Te estimulará con sus palabras a que tomes sus manjares, pero en el fondo estará sintiendo los gastos que le ocasionas y seguirá con ojos envidiosos cada bocado que tomares. Tus palabras de agradecimiento caerán en el vacío; a su codicia hubiera agradado más tu ausencia que tu atención en aceptar la invitación que te hizo. Tal banquete resultará insípido y hasta costoso, pues tal vez hayas de invitarle tú a otro en que saciará su codicia.
En el Pr 23, 9 advierte el sabio lo inútil que es dar consejos al necio que carece de inteligencia o está endurecido en sus vicios. Desprecia la sabiduría, es de todo punto incorregible. A veces es contraproducente corregirle, porque te afrenta y ultraja con sus palabras. Concluye la perícopa otra vez el respeto a la propiedad ajena, especialmente a la de los huérfanos. Lo mismo fue antes recomendado respecto de los de la viuda. Estas personas, desprovistas de todo auxilio humano y medios para defender sus propiedades, están más expuestos que nadie a la codicia de los prepotentes usurpadores. Pero los sabios advierten que tienen como defensor a Yahvé, el cual no se hará sordo ante el clamor de los menesterosos cuando, víctimas de las injusticias de los usurpadores, le invocan.

Pr 23, 12-18. Docilidad. Corrección. Temor de Dios

Reclamada de nuevo la atención sobre sus consejos, el sabio aconseja al padre la corrección respecto de su hijo, recomendación que se repite con frecuencia en el libro. Dada la inclinación de la naturaleza humana al mal y teniendo en cuenta que no puede comprender los motivos de la sabiduría, se hace preciso corregirle muchas veces con el castigo, que, aplicado con la debida prudencia, no hará daño a su cuerpo, y a su alma la mantendrá lejos de los vicios y pecados, que llevan a la muerte prematura con que Dios castiga a los impíos. Toy escribe que "el castigo corporal está reconocido como un medio universal y necesario." Se desestima la conducta de aquellos padres que, llevados de un amor no bien entendido, jamás dan a sus hijos el más ligero castigo. A Lapide cita el ejemplo del adolescente corrompido por la conducta indulgente de su madre, que, llevado al suplicio en castigo de sus crímenes, exclamó: "No el pretor, sino mi madre, es quien me lleva a la horca."
Después de manifestar el sabio la profunda alegría que el aprovechamiento de sus discípulos le hace sentir, les da otro importante consejo. La suerte muchas veces próspera de los impíos, que, a pesar de sus maldades, triunfan en la vida, era una fuerte prueba para la fe del israelita, que pensaba que Dios tenía que premiar al bueno y castigar al malo en esta vida, y se sentiría tentado más de una vez a seguir el camino de los impíos y apartarse de la fidelidad a Yahvé. Los sabios, lo mismo que los profetas, exhortan insistentemente a perseverar en el temor de Dios, que asegura al justo su porvenir y no deja defraudada su esperanza (Pr 23, 18). ¿A qué porvenir se refiere y cuál es el objeto de esa esperanza? ¿La recompensa en esta vida o una felicidad ultraterrena? Las perspectivas en nuestro libro, hemos advertido otras veces, son más bien terrenas: la recompensa del justo es una vida larga y feliz sobre la tierra, y el castigo del impío la desgracia y muerte prematura. La experiencia, sin embargo, demuestra cada día que muchas veces las cosas no proceden así: mueren buenos sin haber obtenido el premio de su virtud, y malos sin recibir el castigo de sus pecados. Esto debió de hacer entrever una suerte distinta en el más allá para unos y otros, y tal vez por ello insisten tanto los sabios en sus promesas de vida para los buenos y en las amenazas de muerte para los malos. Pero no la conocieron claramente, pues si la hubieran conocido, la habrían utilizado a cada paso en sus recomendaciones morales.

Pr 23, 19-28. Temperancia. Piedad filial. La adúltera

Una nueva advertencia, precedida también de la oportuna exhortación a seguir sus consejos, sobre la intemperancia, recomendando evitar la compañía de los bebedores y glotones, que lleva a la embriaguez e inmoderación en la comida a quienes con ellos se juntan. Tal conducta lleva a la pobreza, pues la vida de crápula supone gastos exorbitados, y quienes a ella se dan venderán hasta las últimas posesiones para satisfacer su irresistible gula. Y como ese plan de vida no se compagina con el trabajo, los bebedores y glotones terminan en la pobreza y miseria.
Los versos siguientes son una recomendación a la piedad filial. El hijo debe escuchar los consejos de su padre; como mayor, tiene más experiencia que él, y como padre, que le dio la vida, siente hacia él un amor y cariño que le interesa como nadie por su educación. Ha de honrar a sus padres y prestarles los debidos cuidados cuando los achaques de la vejez los incapacitan para valerse por sí mismos. Hace mención particular de la madre; los sabios exhortan a honrarla de la misma manera que al padre, con lo que revelan el elevado concepto que de ella tienen. Si a su educación el hijo añade sabiduría, será honor y gloria para sus padres, y la madre, como ser más sensible a los afectos, experimentará una alegría especial. En medio de estas exhortaciones, y sin relación alguna con ellas, se intercala el Pr 23, 23, que falta en los LXX y rompe la ilación, por lo que algunos lo consideran como glosa o lo unen al Pr 23, 19, donde haría mejor juego (Bickel), En él recomienda la adquisición de la verdad, cuyo valor es inestimable, y enumera tres manifestaciones de la misma: la sabiduría, o percepción de la verdad en su sentido más amplio y ordenación a su debido fin; la instrucción, o posesión de la verdad moral, que forma las buenas costumbres, y ¡a inteligencia, o ciencia práctica de la verdad, que juzga en cada caso en particular. Sustancialmente son sinónimas.
Para el último consejo de la perícopa, el sabio reclama toda la atención del discípulo, sin duda porque se trata del enemigo más peligroso de cuantos le pueden apartar de la sabiduría. Deberá huir de la mujer adúltera, que es una sima profunda de la que no puede ya salir quien en ella cae, y pozo estrecho, cuya boca una piedra no grande puede cubrir e impedir toda salida a quien en él entró. Ansiosa de placeres, la mujer adúltera está continuamente al acecho, y, dada la propensión de la naturaleza humana a los placeres sensuales, con sus artimañas seductoras hace caer a muchos en sus lazos, de los que después ya no es fácil escapar.

Pr 23, 29-35. Consecuencias de la embriaguez

En esta viva descripción de la embriaguez, la más completa que sobre el particular encontramos en el Antiguo Testamento, comienza el sabio presentando ciertas consecuencias corporales de la intemperancia en el beber: en la casa del borracho hay riñas, palos, lamentos, cuya única razón de ser es la pérdida del sentido y de la dignidad del que llega a su casa con los ojos hinchados por el vino. La mixtura de que habla el Pr 23, 30 puede referirse a la mezcla que hacían los judíos, los cuales ponían en el vino un poco de agua para atenuar su fuerza, o quizás más bien a ciertas especias que, añadidas al vino, lo hacían más gustoso y fuerte.
Intercala en seguida un consejo recomendando la prudencia frente al vino que rojea y espuma en el vaso (Pr 23, 31). El vino de Palestina debió de ser rojo, como parece indicar la expresión "sangre de las uvas". Tal presencia cautiva los ojos, tras los cuales va el apetito. El vino se desliza suavemente por el paladar, y, cuando te quieres dar cuenta, se ha difundido por tu organismo el alcohol, que viene a ser como áspid venenoso que pérfida y furtivamente inyecta su veneno en la sangre, mata el sentido del hombre y le expone a las consecuencias que enumeran los últimos versos: verá cosas raras, proferirá tonterías, tendrá imaginaciones extravagantes, perderá la sensibilidad. Al despertar de su sueño, recuerda los golpes, pero se alegra de no haberlos sentido, y volverá de nuevo al vino, embriagándose una y otra vez.
La enseñanza del sabio a su discípulo es que ha de apartarse de la embriaguez ante los efectos descritos, que hacen al borracho objeto de irrisión y desprecio para todos. Es uno de los defectos más opuestos a la sabiduría. San Juan Crisóstomo dice que "el excesivo uso del vino es causa de infinitos males", y San Agustín afirma que "la embriaguez es una cierta sepultura del hombre", ya que sepulta su mente y le hace aparecer como un ser irracional privado de ella.

Pr 24, 1-34

Pr 24, 1-10. No envidiar al impío. Ventajas de la sabiduría

Más veces ha recomendado el sabio no sentir envidia de los malvados, aunque les sonría la fortuna y triunfen en la vida. El motivo que esta vez pone ante los ojos de los justos es que su corazón y sus labios traman el mal, con lo que se apartan de la sabiduría y el temor de Yahvé y maquinan, consiguientemente, su perdición: a su prosperidad aparente seguirá la ruina, y, cuando menos lo piensan, una muerte prematura acaba con su triunfo y su gloria.
Es la sabiduría, con la prudencia y sagacidad práctica que entraña, quienes construyen la casa, la casa material también, y proporcionan a sus miembros la paz y prosperidad, la vida larga y feliz, el éxito en los negocios y demás bienes que lleva consigo la sabiduría. Y es ella la que da el triunfo en la guerra. Son importantes para conseguir la victoria la valentía y la fortaleza física de los guerreros, pero es la sabiduría e inteligencia de los consejeros quienes descubren la estratagema que salva las situaciones difíciles. Siguen unas máximas sueltas, del estilo de las de la segunda parte, cuyo sentido no ofrece dificultad. La sabiduría, dice la primera, es algo tan elevado y sublime, que el necio es incapaz de estimarla en su justo valor para poder lanzarse con decisión a su conquista. Y sin ella tendrá que guardar silencio en las asambleas públicas que para administrar justicia se reunían en las puertas de la ciudad (Pr 22, 22). Quien obra el mal, advierte la máxima siguiente, primero lo ha concebido en su corazón. Dice San Agustín que "el pensamiento es como un emperador que se asienta, como en su trono, en el corazón, y, por consiguiente, si es bueno, manda cosas buenas, y, si es malo, manda cosas malas". Por eso, quien maquina el mal es tildado de hombre de malos pensamientos. Y de ahí "el sumo cuidado que hay que poner, comenta A Lapide, respecto de los pensamientos, en fomentar los buenos y apartar los malos, pues de aquéllos proviene la voluntad y la obra buena, y de éstos la mala. Eres lo que muchas veces pienses.
El Pr 25, 9 contiene en su primera parte un pensamiento importante: el necio siempre planea el pecado. Se ha habituado de tal manera a él, que sus pensamientos se dirigen siempre al mal y no se siente a gusto si no lo está cometiendo. Parece presentar el sabio el pecado como algo propio del necio, que sólo él puede cometer. El libro de la Sabiduría con sus afirmaciones sobre la justicia y la impiedad, con sus respectivas consecuencias, pondría más de manifiesto hasta qué punto es una locura seguir los caminos del impío; necedad que no tiene límites en quienes, gozando de las luces de la revelación neo testamentaria, conocen el amor de Dios a los hombres, manifestado en Jesucristo; el cielo, preparado para los justos, y el infierno, para castigo de los pecadores. Que el petulante se haga despreciable a los demás, es algo que la experiencia confirma. Nada tan intolerable como la soberbia, como nada más amable y encantador que la sencillez.
La reflexión con que termina la perícopa entraña una enseñanza práctica. Si en la prosperidad, cuando las cosas van bien y no hay dificultades, eres débil en el cumplimiento de tus deberes, no esperes que serás fuerte en el día de la desgracia, cuando aquél se torne difícil y costoso. La lección es que hay que ejercitarse en el espíritu de fortaleza en el tiempo bueno, para saber vencer después las grandes contrariedades en el tiempo de tribulación. Esto tiene especial importancia en la vida espiritual: la fidelidad en las pequeñas adversidades de cada día fortalece a las almas para las cosas grandes y las prepara a vencer las más fuertes tentaciones.

Pr 24, 11-22. Caridad con el prójimo. Huir de los malvados

Los dos primeros versos parecen referirse al que es injustamente condenado a muerte, tal vez por declaraciones de falsos testigos, y su amonestación se dirige a los jueces y magistrados, a quienes tantas veces los autores sagrados recomiendan la justicia y la equidad en los juicios. La razón que el sabio les propone por la que han de librar al inocente de la muerte, es de un elevado valor religioso: si bien ante los hombres podrían aparecer como jueces justos, Dios, ante cuyos ojos todo está patente, vengaría con duro castigo la sangre inocente por ellos a sabiendas derramada. Dios pedirá cuentas no sólo del mal positivo que hicimos, sino también del bien que dejamos de hacer, tan valioso en este caso como una vida humana.
Con la comparación de la miel exalta el sabio el valor y los frutos de la sabiduría. Aquélla es dulce y grata al paladar y hace bien al cuerpo. La sabiduría resulta agradable a la mente y confiere al cuerpo el bienestar que proporcionan los bienes materiales que consigue la sabiduría. Entre los beneficios enumera aquí un buen porvenir y una esperanza que no se vera defraudada (Pr 25, 14). Algunos opinan que este inciso está fuera de lugar debido a que en el libro se hace referencia al fin sólo cuando se trata directamente de la retribución. Estaría tomado de Pr 23, 18, donde quedó explicado su sentido.
En los Pr 25, 15-16, el sabio se dirige al impío y le intima a que se abstenga de hacer el mal al justo, pues al fin no saldrá con su intento, y con su conducta lo que conseguirá es hacerse mal a sí mismo. Si el justo cae muchas veces en el infortunio, otras tantas lo libra del mismo Yahvé, como afirma, el salmista, mientras que el impío sucumbirá en su desventura, porque "Yahvé tiene puestos sus ojos sobre los malos para borrar de la tierra su memoria," como afirma también aquél. El texto se refiere al orden material, no a los pecados, por lo que no se puede acudir a él para probar que la naturaleza está fundamentalmente depravada, como hacían los calvinistas. Y, aplicado al orden moral, diríamos que se trataría de los pecados veniales, en que el mismo justo incurre muchas veces, y de los que con la gracia de Dios se levanta en esa lucha contra la naturaleza caída por superarse cada día en su ascensión hacia Dios. En algunos manuscritos se lee "siete veces al día cae el justo." No parece auténtica la adición "al día," dado que no se encuentra en texto alguno antiguo, ni hebreo ni griego. Tampoco se encuentra en el siríaco ni en la Vulgata. Pudiera provenir de Sal 119, 164 o Lv 17, 4.
Prohíbe el sabio alegrarse de la desgracia del enemigo, (Pr 25, 17) Es el aspecto negativo del precepto de Jesucristo sobre el amor a los enemigos. Tal conducta desagrada a Dios, que es a quien corresponde la venganza, el cual puede apartar su ira de tu enemigo y volverla contra ti. El ser humano, especialmente si es cristiano, no debe vengarse de sus semejantes sino con el amor. De nuevo se recomienda al justo no sentir envidia por el impío. Los motivos son los mismos que en los Pr 24, 1-2. Su prosperidad no durará mucho.
Junto al temor de Dios, el sabio recomienda la reverencia para con el rey, a quien se pone en paralelo con Yahvé como supremas autoridades en la concepción teocrática de Israel. El rey es ministro de Dios, se sienta en el trono de Yahvé sobre Israel y es llamado ungido de Yahvé. Cohelet manda: "Guarda el mandato del rey a causa del juramento hecho a Dios." Finalmente, se recomienda al justo que no se junte a los veleidosos, que no se someten a la voluntad de Dios y del rey, cuyo furor sobre los malvados nadie sabe dónde puede llegar.

Pr 24, 23-29. Acepción de personas. La buena respuesta. El falso testimonio. La venganza

El plural "sabios," a quienes también se atribuye esta sección, indica existía una clase especial de maestros sapienciales, algunas de cuyas sentencias tenemos en los libros bíblicos. Comienza la colección condenando la acepción de personas en los juicios, vicio que debía de ser frecuente dada la insistencia de los sabios sobre el particular. El que no juzga con equidad, se atrae la maldición de Dios y la de las gentes, pues comete un grave mal que perturba la justicia y el orden social. Quien, por el contrario, juzga conforme a la justicia, sin dejarse llevar de la adulación de los ricos ni de la debilidad de los pobres, se hace digno de la bendición de Dios, pues cumple una insistente recomendación de la ley, y del aprecio de los hombres, que acudirán a él con la seguridad de que hallarán justicia en sus causas. Si bien el pensamiento puede dirigirse de una manera peculiar a los jueces, tiene un alcance general y vale para todos. Cuan grata sea una buena respuesta, lo expresa el sabio poniéndola en parangón con el beso en los labios, que manifiesta amistad y afecto más profundo. Algunos autores refieren esta sentencia a la precedente, e interpretan que el dictamen del juez que juzga sin acepción de personas se gana la benevolencia y afecto de los demás. Parece más bien tener un alcance general y referirse a los efectos agradables de toda buena respuesta.
El Pr 25, 27, en su última parte, parece estar incompleto. Los autores ven en él una recomendación en relación con el matrimonio: antes de pensar en formar un hogar, has de asegurarte un porvenir que lo haga feliz. Entre las cosas que precisas está el sustento, que ha de venir de los frutos del campo. Sólo asegurando éste debes tomar mujer y edificarte una casa. Una lección más general que se desprende de la sentencia es que antes de emprender un negocio hay que contar con los medios precisos para llevarlo a feliz término. Jesucristo hace aplicación de este principio a la construcción de la torre y a la declaración de guerra.
También los autores de esta colección condenan el falso testimonio y se elevan por encima del espíritu de la ley del talión. Estamos ya a siglos de distancia de la promulgación de aquélla, y un espíritu más cercano a la nueva ley informa la conducta de los israelitas. Los sabios recomiendan el perdón de las ofensas, venciendo esa propensión innata de la naturaleza humana a devolver mal por mal, y que la ley del talión toleraba en la medida en que aquél hubiere sido causado. El autor de Pr 20, 20 daba un idéntico consejo, y Ben Sirac afirma que quien se vengare será víctima de la venganza de Dios. Todo esto, que expresa la más alta moral del tiempo de los sapienciales, señala un paso más hacia el amor a los enemigos que predicaría la Sabiduría encarnada.

Pr 24, 30-34. El perezoso

Los sabios hacen con frecuencia referencia a la pereza y a sus funestas consecuencias. A ella está dedicada la segunda parte de la pequeña colección. El autor ha pasado junto al campo del perezoso, junto a la viña del negligente, y ha contemplado con sus ojos los efectos de la desidia: estaban llenos de cardos y espinas. Es lo que da la tierra casi siempre abandonada a su natural fecundidad, privada del trabajo humano. Aquello fue para él una lección que quiso enseñar a los demás: la pereza conduce a la miseria e indigencia en que pronto se ve envuelto el perezoso.
Los autores de vida espiritual ven en el campo lleno de espinas y abrojos por la incuria del perezoso una imagen del alma llena de defectos y vicios por falta de la disciplina y corrección que recomienda la sabiduría. A Lapide refiere el caso, relatado con frecuencia en las vidas de los Padres, del joven que se presenta a un anciano diciéndole se encuentra lleno de vicios, sin esperanza alguna de poder ya vencerlos. El anciano lo invitó a limpiar de cardos un huerto plagado de ellos, lo que el joven llevó a cabo en el plazo de unos días. "Haz lo mismo, le dijo después, en el campo de tu alma: extirpa algún vicio cada día y sé constante en la lucha. Los arrancarás todos y devolverás a tu alma su primitivo esplendor."

Pr 25, 1-28

Pr 25, 1. El Rey, Fidelidad, Caridad con el Enemigo

También éstas son sentencias de Salomón el rey, coleccionadas por los varones de Ezequías, rey de Judá. Los capítulos Pr 25-29 contienen una colección de proverbios que el mismo texto atribuye a Salomón, autor también de la segunda, el cual atestigua que fueron coleccionados por los escribas de la corte de Ezequías, rey de Judá, entre los años 721-693.
Tiene un gran parecido con la primera colección salomónica, lo que hace suponer tuvo un origen parecido a ella. Su contenido es idéntico: valoración y frutos de la sabiduría, contrastes entre el sabio y el necio, el rey, la piedad filial, la caridad, la temperancia, la amistad, la pereza, el falso testimonio, etc. Incluso se repiten en ella proverbios de la primera. La forma literaria tiene también parecido con ella: dísticos independientes entre sí, si bien se agrupan, con más frecuencia que en la primera colección de Salomón, en estrofas de varios versos, dando origen a hermosas descripciones. El paralelismo es más bien sinónimo en la primera parte (Pr 25, 1-Pr 27, 27) y antitético casi siempre en la segunda (Pr 28, 1-Pr 29, 27), lo que parece indicar que la colección está compuesta de dos grupos de sentencias.
A El rey Ezequías subió al trono de Judá hacia el 721, por los años en que era destruido el reino de Israel por los asirios, sucediendo al impío rey Acaz. Rey piadoso, llevó a cabo una vigorosa restauración de la vida religiosa y se preocupó de la conservación de los libros y tradiciones sagradas de ambos reinos, siendo su reinado la época más floreciente, en el aspecto literario, después de la de Salomón. Entre su actividad literaria está la de los escribas de su corte, que coleccionaron estas sentencias de Salomón, que la tradición oral o escrita había ido trasmitiendo de generación en generación.
Los proverbios de esta sección tienen frecuente relación con las sentencias sapienciales de la literatura oriental, especialmente con la egipcia y con la de Ahikar, como puede verse en el comentario.

Pr 25, 2-7. El rey

Una de las cosas en que se manifiesta la gloria de Dios, su inmensa grandeza y profunda majestad, es la impenetrabilidad, por parte del ser humano, de los designios divinos en la creación y gobierno de las cosas, pensamiento frecuente en la Biblia. El rey se sienta en su trono y participa de su sabiduría, conforme a las concepciones teocráticas de Israel. Es, por lo mismo, honra suya escudriñar las cosas, la voluntad de Dios para gobernar al pueblo con leyes sabias, los asuntos del reino, que deberá examinar con diligencia antes de tomar sus decisiones. Su corazón es también insondable; lo es el de todo mortal; mucho más el del rey, en cuya mente se encuentran pensamientos, designios y decisiones que debe mantener en secreto y sus súbditos tal vez no sospechan.
Por medio de una comparación, el sabio aconseja a los reyes el rodearse de buenos consejeros y alejar a los impíos como medio para asegurar la estabilidad de su trono: para que el artífice pueda llevar a cabo su obra con la plata, primero ha de purificar ésta de la escoria con la que se encuentra unida. De la misma manera, para que el rey pueda dirigir con acierto los destinos de su nación, ha de alejar de sí la influencia malsana de los cortesanos impíos y aduladores, con lo que facilitará el triunfo de la justicia, que dará como fruto la paz y prosperidad.
Acto seguido, el sabio da otro consejo para quienes tienen que tratar con el rey, semejante al que Jesucristo dio en la parábola de los invitados recomendando la humildad. Cuando te encuentres en la presencia del rey, no hagas elogios de tu persona, y si eres invitado por él a un banquete, no tomes asiento en el lugar de los grandes que no te corresponde; de lo contrario, te expones a tener que ceder el puesto a otro más digno que tú, con vergüenza ante los presentes, que te verán descender a un lugar más humilde. Es preferible' que tengas que ser llamado a un puesto más elevado que el que tú escogiste, con lo que se verá elogiada tu humildad y sencillez. Idéntico consejo da Ahikar.

Pr 25, 7-15. Litigios. Sabiduría. Fidelidad

Es preciso ser prudente respecto de los litigios, bien se trate del orden jurídico o de la vida privada. No está bien el que formules una acusación ante cualquier injusticia que puedas advertir en tu prójimo. Fácilmente en tu precipitación no captaste bien las cosas, y cuando se presente tu adversario quedarás en ridículo al ser descubierta tu imprudencia, o tu malicia, si fue ésta la que te indujo a formular tu demanda sin la debida consideración. Por lo que a tu defensa en el juicio toca, tienes pleno derecho a defender tu pleito frente a tu adversario, pero has de hacerlo siempre con medios justos; no te será lícito, por ejemplo, violar el secreto que una tercera persona te confió, para apoyar la defensa de tu causa. De no obrar así, serías acusado de no saber guardar un secreto, lo que constituye una de las mayores deshonras. Jesucristo señaló a los cristianos la conducta a seguir cuando su prójimo cometiere una injusticia contra ellos, dictada por la prudencia y caridad cristiana: la corrección fraterna; y sólo en caso de que ésta no fuere atendida debe llevarse la cuestión ante los demás. Amen-en-ope tiene a propósito de los secretos una sentencia parecida: "No reveles tus secretos a todo el mundo, pues destruirías tu buen nombre...; es mejor para un hombre guardar su palabra en su corazón que pronunciarla para su daño."
Si bien el texto del cuarteto Pr 25, 11-12 es oscuro, el sentido parece claro: el sabio quiere exaltar el valor de la palabra dicha a tiempo, se trate de un consejo o una amonestación. Ello pertenece a la misión de los sabios, que el autor estima por encima de los más preciosos metales, y, en verdad, el bien que muchas veces hace una palabra o consejo en su momento oportuno no se agradece debidamente con oro ni plata. Una nueva comparación pone de manifiesto la estima y satisfacción que merece el mensajero que cumple fielmente con la misión que le confió su señor. Los sabios ponen más veces de relieve la importancia del fiel cumplimiento de la misma. Aquí el sabio la compara a la acción refrescante de la nieve del Hermón en los días calurosos de junio y julio, tiempo en que se realiza la cosecha en Palestina.
Cuando en los días en que se desea ávidamente la lluvia se levanta el viento y aparecen nubes cargadas de agua, pero ésta no cae a tierra, se siente una profunda desilusión. Es lo que provoca aquel que se jacta ante los demás de liberal y dadivoso y luego no es fiel a sus promesas. Jesucristo nos enseñó que no debíamos vanagloriarnos ni siquiera del bien que hiciéremos. ¡Cuánto menos si aquél se quedó en vanas promesas! Aplacar la ira de aquellos reyes absolutistas del Oriente, que se hacían dueños de la vida de sus súbditos, era cuestión vital. El sabio enseña un medio para conseguirlo: hablarles y responderles con dulzura y mansedumbre. Ello es capaz de vencer la ira del príncipe más enojado.

Pr 25, 16-28. Moderación. Caridad con el enemigo. La ira

Comienza la perícopa con dos normas de prudencia práctica. La primera, referente a la miel. Esta agrada por su dulzura, y fácilmente se toma más de la cuenta, y entonces su acción ardiente en el estómago puede provocar el vómito. El proverbio puede tener un alcance general y recomendar el dominio de sí mismo en aquellas cosas que nos causan agrado. La segunda intenta evitar aquella frecuencia en las visitas que puede llegar a resultar desagradable y molesta. Conviene que sea raro, advierte Séneca, aquello que durante tiempo queramos conservar digno de estima.
El falso testimonio que la Ley prohíbe en uno de sus mandamientos y los sabios condenan tantas veces a lo largo del libro, es aquí comparado con la acción de la maza, cuyos golpes aplastan o destrozan los más duros metales; a la acción de la espada, que puede atravesar el cuerpo hiriéndolo gravemente; a la de la flecha aguda, que se clava en el corazón y acaba en un instante con la vida. Con idénticas imágenes designa el salmista las invectivas que contra los justos dirigen sus enemigos. La confianza en el impío puede compararse al diente quebrado, que no sirve para masticar la comida, o al pie que resbala y hace caer a tierra; no se puede confiar en ellos. Lo mismo ocurre con el impío cuando vienen los días malos y más necesitarías de tus amigos; como tu amistad no le puede ya reportar bien alguno, te vuelve la espalda sin consideración alguna a la anterior amistad.
Intentar consolar al afligido cantándole canciones alegres a su corazón, es lo mismo que echar vinagre sobre el natrón, especie de sal terrestre muy común en Palestina, que ante la acción del ácido se disuelve. Tal alegre canción tendría un efecto contraproducente: aumentaría su dolor al recordarle la alegría y contento que le falta y al advertir la insensibilidad del prójimo frente a sus penas. Para consolar al que sufre es preciso comenzar por hacer nuestra su pena y sentir su dolor. Un fragmento de hierro no se une con otro si ambos no se licúan primero por la acción del fuego. Sólo si ambos corazones sintonizan en los sentimientos pueden unirse y servirse de consuelo en la aflicción.
La máxima del Pr 25, 21 preludia la doctrina de Jesucristo en el Evangelio sobre el hacer el bien incluso a los enemigos. No se trata ya solamente de no odiar y hacer el mal, sino de hacer positivamente el bien a los mismos enemigos: darle de comer si tiene hambre, proporcionarle agua si tiene sed. Dos motivos presenta el sabio como estímulo para la práctica de la caridad para con él; tal conducta hará sentir confusión a tu contrario y le inducirá a deponer su enemistad contra ti, y Yahvé, que considera hecho a sí lo que se hiciere al necesitado, recompensará tu conducta, doblemente digna de elogio. San Pablo citó estos versos al recomendar la candad para con los demás, añadiendo aquellas hermosas palabras: "No os dejéis vencer por el mal, antes venced con el bien el mal". Los motivos son todavía interesados. Jesucristo pondría como base el amor a Dios y el amor universal a todos los seres humanos, hijos todos ellos del mismo Padre y redimidos para un mismo destino.
Con una comparación tomada de la naturaleza atmosférica, el sabio enseña el modo de hacer enmudecer a la lengua detractora. En Palestina, el viento norte, frecuente durante el invierno en el valle del Jordán, ahuyenta la lluvia. De la misma manera, un rostro airado, que da a entender no sólo el disgusto, sino la indignación ante las palabras del detractor, le hará sentir sonrojo y cesar en sus maledicencias. "Si ve -dice San Jerónimo- tórvido el rostro de quien lo escucha, más aún de quien no lo escucha y cierra los oídos, inmediatamente guarda silencio, palidece su rostro, se cierran sus labios, se le seca la saliva en la boca". Sócrates daba un sabio consejo a este propósito: "No admitas al locuaz y calumniador; no lo es por benevolencia, sino que lo mismo que te descubre a ti los defectos ocultos de los demás, manifestará a otros lo que tú le confiares". El Pr 25, 24 repite al pie de la letra Pr 21, 9 y Pr 19, cuyo pensamiento es ya conocido.
La buena nueva que viene de lejanas tierras es comparada en el Pr 25, 25 a la profunda satisfacción que siente el sediento cuando por fin puede llevar agua fresca a sus labios. La dificultad de obtener en aquel entonces noticias de países lejanos aumentaba la alegría que aquéllas proporcionaban. Jacob sintió revivir su espíritu cuando tuvo noticias de José, su hijo menor, que se encontraba en Egipto. Es, en cambio, fuente turbia, manantial infecto, el justo que cede al impío (Pr 25, 26). El justo con su conducta es fuente de vida para los demás; pero, cuando se convierte en impío, su actitud es escándalo para los justos e incentivo para los pecadores para continuar obrando sus iniquidades.
La primera parte del Pr 25, 27 es idéntica a la del Pr 25, 16. La segunda está muy oscura en el texto masorético. En la lección que escogemos, el sentido es: la miel, tomada en la debida cantidad, hace bien; tomada con exceso, perjudica al organismo; hace bien al hombre el buen nombre ante los demás, pero no le honra el que él mismo pregone su propia gloria, pues sería tildado de soberbio y orgulloso. Una bonita comparación recomienda el dominio de si mismo. Una ciudad sin preparativos, sin murallas para su defensa, sucumbe ante los ataques de los enemigos. De la misma manera, quien no ha conseguido, por medio de la educación y corrección que supone la sabiduría, el dominio de su voluntad sobre sus sentidos, no podrá después vencer sus inclinaciones y se dejará arrastrar por toda clase de vicios e impiedades.

Pr 26, 1-28

Pr 26, 1-12. Necedad, Pereza, Odio Enmascarado

Toda la perícopa está dedicada al necio en el orden intelectual. Presenta, a base de imágenes y ejemplos, un conjunto de sarcasmos hacia la clase social más opuesta a la de los sabios. Al necio le cae el honor, la autoridad, el respeto y veneración por parte del público algo así como al verano la nieve, y a la siega en Palestina la lluvia. Estas cosas son tan raras en Palestina, que se consideran poco menos que imposibles, por no decir un milagro. Aquéllas no pegan en modo alguno al necio, a quien lo que lógicamente corresponde es el deshonor y el vituperio. Pensaban los antiguos que la bendición y la maldición tenían una eficacia objetiva y alcanzaban a aquellos a quienes iban dirigidas. El sabio advierte que no hay nada que temer de las imprecaciones que carecen de razón suficiente; son como pájaro que pasa volando, sin dejar rastro detrás de sí. La comparación del Pr 26, 3 se encuentra en todas las literaturas antiguas. El único medio para hacer caminar al necio por el recto sendero es el castigo, pensamiento frecuente en los sabios. Es como un ser privado de inteligencia, a quien no se puede guiar apelando a la razón.
Los versos siguientes (Pr 16, 4-5) señalan la norma a seguir para con el necio. En primer lugar no se le debe responder con arrogancia e irreflexión, de modo que vengas a asemejarte a él, sino que has de reprochar sabia y prudentemente su insensatez, a fin de que caiga en la cuenta de su necedad y sienta deseos de alcanzar la sabiduría. La aparente contradicción entre los dos versos Pr 26, 4 y Pr 26, 5 (en el primero se mira al bien del sabio, en el segundo al del necio) fue uno de los textos en que se apoyaron los rabinos para poner en duda la inspiración del libro. Otra recomendación del sabio es que no se confíe el envío de mensajes al necio; sería exponerlo a no llegar a su destino, con el consiguiente daño de quien lo envía o de aquel a quien se envía. En Pr 25, 13 hizo el sabio resaltar los beneficios de una fiel embajada.
Una comparación pone de manifiesto la impresión que produce el proverbio en la boca del necio: la del cojo que apenas puede servirse de sus piernas para andar. Posee unos miembros valiosos, pero para él inútiles. El necio que pronuncia proverbios posee las enseñanzas de la sabiduría, pero apenas sabe servirse de ellas para regir su conducta. Y a veces puede incluso serle ocasión de mal. Lo expresa el sabio con otra comparación (Pr 26, 9): si un borracho coge en sus manos una rama de espino, lo más probable es que, privado como está de sus facultades, se haga daño con él o lo haga a los demás. Del mismo modo, una sentencia sabia enseñada o aplicada por quien carece de inteligencia puede resultar peligrosa y hacer daño. Por eso, rendir honor al necio (Pr 26, 8) es algo tan inútil y hasta ridículo como el intentar lanzar una piedra con la honda habiendo atado aquélla de modo que no pueda salir disparada. Es el mismo pensamiento del Pr 26, 1, expresado con una comparación diversa. El Pr 26, 10 es considerado por los críticos como uno de los más difíciles de reconstruir. La lección que escogemos da un buen sentido: como el arquero que dispara sin ton su flecha y hiere al que pasa, así es quien da salario a un necio, que no sabrá hacer buen uso de él y lo empleará tal vez para su propio mal, o a un borracho, que lo empleará sin duda en saciar sus ansias de beber. Con una imagen que causa náuseas, la del perro, que vuelve sobre su vómito, animal por lo demás impuro para los judíos, expresa el sabio la torpeza del necio, que recae en sus maldades. San Pedro aplica también esta imagen a los cristianos que después de haber conocido el camino de la justicia lo abandonan 6. Los pecados precedentes a la conversión tenían alguna excusa, debido a la ignorancia en que se encontraban respecto del camino de la salvación; volver a la vida de pecado después de haber conocido a Jesucristo y la gravedad de aquél, es algo tan abominable y repugnante como la acción mencionada. Todo esto no obstante, hay algo más difícil de corregir que el mismo necio. Respecto de éste, sobre todo si su necedad es consecuencia de ignorancia, aún queda alguna posibilidad de hacerle salir de ella, aunque sea con medios correctivos. El presuntuoso, que se cree sabio y superior a los demás, está más incapacitado que el mismo necio para aceptar consejos de los demás, haciéndose de todo punto incorregible. Además, el soberbio se cierra a sí mismo las gracias de Dios, que se complace en los humildes.

Pr 26, 13-16. El perezoso

Una pequeña perícopa sobre el perezoso, cuyas máximas nos son ya conocidas. El Pr 26, 13 presenta los peligros que la imaginación del perezoso presenta como excusa para no ir al trabajo. La comparación del Pr 26, 14 alude a una de las actitudes más frecuentes del negligente: como las puertas giran una y otra vez sin salirse de sus quicios, así el perezoso da una y otra vuelta en el lecho buscando la posición más cómoda, sin decidirse a salir de él.
La afirmación proverbial del Pr 26, 15, que repite Pr 19, 24, expresa en estilo oriental la inactividad del desidioso aun para aquellas cosas que son más necesarias para la vida, como el trabajo, preciso para asegurar el sustento familiar. Pero lo peor es que el perezoso se cree a sí mismo más sabio que nadie. El es el que entiende la vida, pues come sin trabajar. Los que se fatigan en el trabajo son unos pobres hombres que no valen para otra cosa. El número "siete" significa, como en otros lugares, muchas veces.

Pr 26, 17-28. Contiendas. Lisonja. Odio enmascarado

La primera sentencia compara al que se entromete en un litigio ajeno con el que coge por las orejas a un perro extraño. Ambas cosas son peligrosas y difícilmente se sale de ellas sin daño. La experiencia dice que, no pocas veces, quien quiso con toda su buena intención mediar en un conflicto, sufrió las iras de los contendientes, que se concitaron contra él.
Quien hace daño a su prójimo pretextando después que se trataba de una broma, es, dice el sabio, como el loco que lanza llamas y saetas mortíferas. No te puedes fiar de él. La malicia oculta, que se vale de estas artimañas o fraudulencias para hacer el mal a otros en bien suyo, es más temible que la que se presenta abiertamente. "Ninguna peste es más eficaz para hacer daño que un enemigo familiar," escribe Boecio. Frente al adversario que se declara puedes tomar las precauciones oportunas para evitar el mal; el que simula amistad te sorprenderá completamente desprevenido y no podrás tan fácilmente evitarlo. Sin leña no puede haber fuego, sin carbón no puede haber brasas; de la misma manera, afirma el sabio, sin el chismoso no se suscitan las contiendas, pues que es él con sus palabras, con sus invenciones, con sus malas interpretaciones, quien las suscita. Por eso aconsejó antes: "arroja al petulante y se acabará la contienda" (Pr 22, 10); y semejante consejo se repite en la literatura egipcia. El Pr 26, 22 reproduce Pr 18, 8, y constata otra vez esa impresión tristemente agradable que siente nuestra naturaleza caída ante las críticas y juicios temerarios del chismoso, que no deberían provocar otros sentimientos que la indignación y repulsa.
Una imagen pone al descubierto lo que es la palabra lisonjera. A una vasija de barro se la puede revestir de una capa de metal y darle un bello y valioso aspecto, pero en su interior es una vasija de barro. Lo mismo ocurre con la palabra lisonjera; es blanda, halagadora, y parece buscar el bien del prójimo, pero dentro se oculta un corazón hipócrita o tal vez malvado, que encubre bajo la lisonja su odio, y aprovechará la primera ocasión oportuna para hacerte mal. Por eso, cuando un malvado te habla amigablemente y se muestra obsequioso contigo, ponte sobre aviso, no sea que en su interior esté maquinando el mal contra ti. No es que vayamos, sin más, a desconfiar, pero es claro que con tal clase de personas es preciso extremar la prudencia. El inciso "siete abominaciones" puede referirse a las enumeradas en Pr 6, 16-19 o designar "muchas." Algún día se descubrirá su malicia; en un principio encubre su odio, pero éste es como un fuego, que antes o después termina por irrumpir, y se manifestará en sus palabras, en sus obras, y tal vez se hará patente en la asamblea pública encargada de administrar justicia u, adonde tuviste que ir a responder de tus engaños e impiedades. El pensamiento del Pr 26, 27 se encuentra en todas las literaturas. Recoge una experiencia frecuente y contiene una sabia advertencia. Ahikar la expresó en estos términos: "Por mucho tiempo que tú vivas, guárdate de cavar una fosa para otro, porque vendrías tú a caer en ella." Ben Sirac es del mismo parecer. "El que hace el mal caerá, sin que sepa de dónde le viene." La historia bíblica ofrecía al autor notables ejemplos. El texto del Pr 26, 28 está corrompido. La lección adoptada constata cómo la lengua mentirosa y la boca lisonjera hacen mucho mal. Aquélla, con sus engaños y falsos testimonios; ésta, con sus palabras, suaves como el aceite, pero en el fondo son afilados cuchillos. San Agustín escribía: "Prefiero ser reprendido de cualquiera antes que ser alabado por el adulador." Otros interpretan del mal que el mentiroso y el adulador se hacen a sí mismos, en cuyo caso tendríamos una aplicación del verso precedente.

Pr 27, 1-27

Pr 27, 1-6. Vanidad. Ira. Envidia. Hipocresía

Dos recomendaciones prácticas sobre la jactancia. La primera se encuentra en todas las literaturas y es una máxima de prudencia humana. Un moderno proverbio árabe lo expresa en estos términos: "No digas mañana, porque el mañana no te pertenece." La razón es que "la pobreza y la riqueza, los bienes y los males, la vida y la muerte, no están en nuestra mano, sino que vienen del Señor." La parábola del rico a quien sobrevino la muerte cuando acariciaba los más halagüeños proyectos, es el mejor comentario a este verso. Santiago repite la misma idea: "No sabéis cuál será vuestra vida mañana, pues sois humo, que aparece un momento y al punto se disipa," y señala los términos en los que es justo nos expresemos: "Si el Señor quiere y vivimos, haremos esto o aquello; de otro modo, os jactáis fanfarronamente, y esa jactancia es mala". La segunda recomienda evitar la alabanza propia, lo que es necedad, soberbia y muchas veces inexactitud, pues el amor propio ciega y presenta como bueno y grande lo que en realidad no lo es tanto, y a observar una conducta ejemplar que merezca la estima y el elogio de los demás. Jesucristo señaló a los cristianos la conducta a seguir en ese punto cuando dijo: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos."
Dos comparaciones ponen de relieve lo terrible que es la ira del necio: resulta más insoportable, afirma el sabio, que cargar con una gran piedra o un fardo grande de arena. La conversación del necio, dice Ben Sirac, es como carga en el camino5; pero, si a la necedad se añade la ira, aquél vendrá a ser de todo punto inaguantable. La ira es cruel, sobre todo cuando no hay una inteligencia clara que descubra a tiempo sus consecuencias o una voluntad fuerte que domine la pasión; pero hay algo más temible todavía que la misma ira: la pasión de la envidia. En Pr 14, 30 afirmó que es como la caries de los huesos, y en Pr 6, 34, que el marido celoso no perdonaría el día de la venganza. Y es que la ira pasa como el viento o se vence con la paciencia; la envidia, en cambio, domina totalmente el espíritu, el cual no puede apenas arrojarla de sí. "No hay defecto más pernicioso -escribe San Basilio- que la envidia, pues como la herrumbre el hierro, así ella consume el alma en que habita."
La sentencia del Pr 27, 5 da una preciosa orientación sobre la verdadera amistad. Hacer una reprensión, especialmente a una persona a quien se ama, cuesta; pero al advertirle sus defectos le enseñas el camino de la sabiduría. Jesucristo recomendó la corrección fraterna, que es, por lo demás, una exigencia del auténtico y verdadero amor. Tal reprensión es más útil que ese amor que no se atreve a advertir al amigo sus defectos a fin de que se corrija de ellos, por cobardía o temor a disgustarle. En efecto, continúa el sabio, la corrección del amigo busca tu bien: te quiere libre de todo defecto, y, por lo mismo, te los advierte, aunque ello te haga sufrir. Dice nuestro refranero que "quien bien te quiere te hará llorar." Por el contrario, quien simula amistad, pero interiormente te aborrece, no busca tu bien, y, en lugar de advertirte los defectos, te halagará y hasta confirmará en tus malos hábitos. "Quien te corrige -escribe Knabenbauer- es tu amigo; quien es condescendiente es tu enemigo." Dios hace aplicación de este pensamiento en la vida espiritual de sus fieles cuando les envía tribulaciones y contrariedades, que fortalecen sus almas y las une más al Señor, apartándolas cada vez más de sus defectos y pecados.

Pr 27, 7-17. La amistad. Prudencia. La mujer rencillosa

Un dato de experiencia: cuando uno está saciado, hasta los más exquisitos manjares pierden para él su atractivo. Pero, cuando hay hambre, las mismas cosas amargas saben bien. "Al buen hambre -dice nuestro refranero- no hay pan duro." Ahikar tiene una preciosa, sentencia de idéntico contenido: "El hambre hace dulce lo amargo y la sed cambia el vinagre [en vino]." Otra constatación de la experiencia: no hay lugar tan agradable como el propio hogar. El hombre que tiene que vagar lejos de su propia casa es semejante al pajarillo que, alejado del calor de su nido, se ve privado de los cuidados de la madre y expuesto a muchos peligros. También aquel hombre echará de menos la compañía de su esposa e hijos y se verá expuesto a incomprensiones y malos tratos por parte de gentes extrañas, que podrían incluso poner peligros a su vida.
El segundo estilo del Pr 27, 9 ofrece muchas variantes. La que escogemos presenta un buen paralelismo. Como los perfumes con su fragancia producen complacencia y cierto bienestar al cuerpo, así la ciencia y el consejo, que libran al alma de dudas e incertidumbres, señalándole el camino de la sabiduría, hacen sentir a ésta gozo y alegría. El sabio, que ha puesto de relieve muchas veces los beneficios de la amistad, aconseja aquí en particular no perder la de aquel que mantuvo ya relaciones amistosas con tu padre, y es, por lo mismo, un amigo de probada fidelidad. Un buen amigo será tu consuelo y mejor ayuda en el día de la desgracia. No te será preciso ir en busca del hermano que marchó a tierras lejanas. También Ahikar afirma que "un amigo cercano vale más que un hermano lejano." Cicerón decía que la amistad es un óptimo y maravilloso apoyo para las necesidades de la vida, y Herodoto afirmaba que el amigo prudente y benévolo es un preciosísimo tesoro que sobrepasa a todas las riquezas. Una conducta sabia y virtuosa del discípulo será la mejor defensa de su maestro frente a sus detractores; ella da fe de la enseñanza de su maestro y del cumplimiento de su deber. Por eso Ahikar recomienda: "Hijo mío, arranca a tu hijo del mal; instrúyele..., a fin de que no te deshonre en medio de tus cama-radas, no te obligue a bajar la cabeza en las plazas públicas."
El Pr 27, 12 repite Pr 22, 3; indica la diversa conducta del prudente y del simple frente al peligro: aquél lo ve venir, y lo evita, éste no lo ve hasta que no lo tiene encima, y ya no lo puede evitar. El Pr 13, 1-25 reproduce Pr 20, 16, condenando de nuevo la actitud del que, sin más, sale fiador sin las garantías debidas. Si la expresión "de madrugada" del Pr 27, 14 es auténtica, la explicación de la sentencia estaría en aquel precepto del Talmud: "que nadie te salude antes de haber hecho su plegaria matutina, pues el homenaje pertenece, antes que todo, a Dios", en cuyo caso la maldición vendría de Dios. Si se trata de una glosa, ya que rompe el ritmo, el sabio intentaría poner en guardia frente a las estentóreas muestras de afecto. Quien fuera de tiempo y tono te saluda y prodiga alabanzas, deja entrever una amistad aduladora e hipócrita, lo que provoca la maldición de Dios y de los seres humanos. El Pr 27, 25 expresa la misma idea de Pr 19, 13: lo insoportable que resulta la mujer rencillosa, comparable a la gotera incesante, cuya monotonía se hace extremadamente molesta. Pretender contenerla, añade ahora el sabio, es tan difícil como pretender parar el viento o intentar retener el aceite en la mano sin que se escurra. Lo que ocurre con el hierro, el cual se aguza con otro hierro, se verifica también en el hombre, el cual agudiza su ingenio mediante el trato social con los demás y modela su carácter mediante el roce con su prójimo, que lima sus aristas, haciéndolo más paciente y sufrido, más dulce y amable.

Pr 27, 18-22. Fidelidad. El corazón y el ojo del hombre. La alabanza. La necedad

El que guarda la higuera, preservando sus frutos de los animales dañinos o de la codicia del prójimo, al fin comerá sus frutos. De la misma manera, quien con semejante diligencia sirve a su señor recibirá el premio de su fidelidad. Esta máxima, unida a Pr 28, 20, se aplica en la liturgia cristiana a San José, modelo de alma fiel a su Señor. La máxima del Pr 27, 19 es muy indeterminada y, por lo mismo, susceptible de diversas interpretaciones. Consideramos la más probable la que pone comparación entre el parecido que existe entre una y otra agua, no obstante las diferencias accidentales, y la semejanza que existe entre los corazones de los hombres: todos tienen unas mismas características esenciales y unas mismas exigencias de felicidad no obstante la variedad de sentimientos y afectos que unos y otros albergan.
En la Sagrada Escritura se describe al seol poéticamente como un monstruo "de boca sin medida", que todo lo engulle, sin saciarse jamás. De hecho, muchos dejan de existir todos los días, y la morada de los muertos no se llena jamás. A él se compara el ojo humano en su afán insaciable de verlo todo, que puede muy bien simbolizar el deseo del corazón, cuyo deseo y codicia se transparenta en ellos. Más veces hemos indicado la razón de esa insaciabilidad por parte del corazón humano, siguiendo el conocido pensamiento de San Agustín: está hecho para Dios, y las cosas de la tierra jamás podrán saciar plenamente sus deseos de felicidad. La comparación, tantas veces empleada, de la prueba de los metales por el crisol, tiene aquí como segundo término la actitud del hombre frente a la alabanza. Esta prueba la virtud del hombre, como el fuego los metales. Quien busca la alabanza propia y se enorgullece en ella, es necio y demuestra poca prudencia y virtud; quien la rehúye demuestra espíritu sencillo y humilde. San Gregorio Nacianceno señala la conducta a seguir en este punto cuando escribe: "No me inmutarán quienes me alaban ni quienes me vituperan. Lo que soy, eso permanezco, me maldigan o me levanten las alabanzas hasta el cielo." Concluye la perícopa (Pr 27, 22) con una de las más atrevidas imágenes para indicar lo difícil que es reducir al necio al buen camino. Por mucho que te esfuerces, no le sacarás de su necedad. Ben Sirac dice que su corazón es como un vaso roto: no retiene las enseñanzas de la sabiduría. Si alguna vez parece has conseguido algo con él, añade, es como si hubieras compuesto un cacharro roto, que no tardará en romperse de nuevo. De la misma opinión es Ahikar, que la expresa con distintas imágenes: "Hijo mío, cuando un hombre se mantenga en pie sin ocupar un lugar, cuando el pájaro vuele sin alas, cuando el cuervo se vuelva blanco como la nieve, cuando lo amargo se vuelva dulce como la miel, entonces el necio se convertirá en sabio."

Pr 27, 23-27. Cuidado con la grey

Los sabios dan también consejos de orden económico. Es preciso ser previsores frente a posibles contingencias. Los bienes heredados y las riquezas adquiridas no duran siempre; unos años de carestía pueden disminuirlas notablemente y una eventualidad adversa hacerlas incluso desaparecer. En cambio, unos rebaños bien cuidados, alimentados con los pastos que la misma naturaleza proporciona, te aseguran el sustento de cada día para ti y los de tu casa y aumentan tus dineros, con los que puedes adquirir nuevos campos. La lección del sabio es no confiar demasiado en las riquezas o bienes heredados, sino más bien en el trabajo de cada día, al cuidado de los rebaños, en el ejercicio de la propia profesión, que es el mejor medio de asegurar aquél y hacer frente a cualquier revés de fortuna. Tenemos aquí un reflejo de la vida de los israelitas en Palestina. Se dedicaban más a la cría y explotación de los ganados que al cultivo del campo. El sabio menciona sólo las ovejas y las cabras; Isaías y el autor del Deuteronomio mencionan además las vacas y bueyes.

Pr 28, 1-28

Pr 28, 1-9. El justo y el impío. La observancia de la Ley

El Pr 28, 1 presenta los efectos psicológicos de la conducta del impío y del justo. Al malvado, su conciencia le testifica su mal proceder, y hasta cuando en realidad nadie le persigue, su imaginación ve por doquier acusadores y teme el castigo de Dios, que ve sus malas acciones. Del impío dice Elifaz que "en sus oídos suenan siempre gritos de espanto; en tiempo de paz se ve asaltado por el devastador; no espera poder substraerse a las tinieblas, siempre espera el golpe de la espada." "Es cobarde la maldad -dice el autor del libro de la Sabiduría- y da testimonio contra sí misma, y siempre sospecha lo más grave, perturbada por su conciencia." El justo, en cambio, camina a través de la vida seguro como cachorro de león. Es éste el más fuerte de los animales, y, confiado en su fuerza, ante nadie retrocede. El justo está bajo la protección del Altísimo, que le protege contra todos los peligros. El Sal 91 contiene un precioso canto a la providencia de Dios sobre los justos.
El sentido del Pr 28, 2, cuyo texto no es seguro, parece ser el siguiente: cuando en un país se conculca la justicia y reina la impiedad y el crimen, se suceden con rapidez los gobernantes, que han de convertirse en tiranos si quieren mantener el orden y no ser derrocados al día siguiente. La historia del reino de Israel presentaba en algunas de sus páginas un buen comentario a esta sentencia. En cambio, cuando un gobernante sabio e inteligente promueve con su legislación el bien común y castiga debidamente a los transgresores, promueve la paz y prosperidad, que aseguran la estabilidad de su gobierno. Con frecuencia los profetas y los sabios recriminan duramente la conducta del malvado, rico o gobernante, que oprime a los pobres. Aquí es comparado al torbellino huracanado, que no da pan (Pr 28, 3). El agua torrencial destruye las cosechas y priva al hombre de los frutos de la tierra. Quien oprime al pobre le priva de los escasos medios con que de por sí cuenta para asegurarse un digno sustento.
El sabio presenta la diversa actitud de quienes cumplen la ley y de quienes la abandonan frente al impío. Estos lo alaban, porque tienen causa común con ellos, y al defender su conducta pretenden justificar la suya. Los justos, por el contrario, le hacen la guerra en su afán por destruir la maldad, celosos del triunfo de la justicia. La ley podría referirse a la ley mosaica, en cuyo caso aludiría a los judíos, que en el período griego apostataron de ella; pero es más probable que el sabio la tome en un sentido más amplio, comprendiendo las enseñanzas de los profetas, de los sabios y de los sacerdotes. Existe una relación íntima entre nuestro modo de obrar y nuestra manera de pensar. Al que obra mal, su maldad le atrofia el sentido moral, pierde la delicadeza de sentimientos para percibir la belleza del bien y termina por estimar únicamente el mal, en que se envuelve cada vez más. Mas el que busca a Yahvé en orden a conocer su voluntad y ponerla en práctica, tiene un instinto especial para descubrir lo que agrada a Dios y lo que le es desagradable. San Pablo decía que el hombre acostumbrado a estimar las cosas conforme a los criterios humanos, no percibe las cosas del Espíritu de Dios. Por el contrario, el hombre espiritual sabe juzgar de todas las cosas en su relación con la salvación y se regula no por los principios de "la sabiduría humana," sino por las enseñanzas del Espíritu Santo.
El Pr 28, 6, que afirma la preferencia por el pobre que es justo sobre el rico que no anda en justicia, es una vacante de Pr 19, 1. Los sabios no consideran, sin más, la pobreza como una maldición, sino sólo cuando aparta de Dios, ni a la riqueza como una bendición si no lleva a El. Lo que en realidad tiene valor es la virtud, y si va unida a la pobreza, es preferible sobre la riqueza, con la que se asocia la impiedad. En consecuencia, es sabio el hijo que guarda la ley, el cual será gloria para su padre, que podrá sentirse orgulloso de la educación dada a su hijo. Pero el que se pasa la vida con glotones derrochará la hacienda de su padre en banquetes y quedará reducido a la miseria, lo que redundará en afrenta del padre, a quien se tildará de mal educador. El Deuteronomio describe el castigo de lapidación a que los padres podrían verse obligados a exponer a sus hijos rebeldes y desenfrenados.
La ley mosaica prohibía la usura. Únicamente se permitía exigir interés por lo prestado al extranjero. Advierte aquí el sabio que los frutos de la usura vendrán a parar a manos de quienes se apiadaron de los pobres. Dios hace con frecuencia que las riquezas de los usureros vengan a parar, por muy diversos caminos, a manos de quienes practican la caridad para con los pobres, con lo que castiga a aquéllos y hace que lo que fue arrebatado a los pobres vuelva otra vez a sus manos. Lo que en Pr 15, 8 afirmó el sabio sobre el sacrificio, lo aplica aquí a la oración: es abominable a los ojos de Dios la oración del impío (Pr 28, 9). Se trata, evidentemente, no de la oración humilde del pecador que se arrepiente de su pecado y ruega al Señor le conceda su gracia, sino la del que, manteniendo su afecto al pecado y permaneciendo en él, ora al Señor con sus labios. Los libros sagrados afirman con frecuencia la necesidad de la rectitud moral para que la oración y el sacrificio sean gratos a Dios.

Pr 28, 10-19. Los justos y los impíos. La confesión de los pecados. El mal príncipe. El trabajo

El ejemplo ejerce un poderoso influjo sobre los demás para el bien o para el mal. Con frecuencia, por medio de él, el impío aparta al justo del recto sendero. Quien tal hiciere, afirma el sabio que caerá en su propia sima. El mismo se prepara el duro castigo que merece quien aparta a los justos de Dios, haciéndose digno de su ira. Los que perseveraren, añade en un tercer estilo el texto hebreo, heredarán el premio de su fidelidad. En Pr 2, 21 se prometía al justo la herencia de la tierra prometida, símbolo de la patria celestial. El rico, fascinado por la superioridad que le dan las riquezas sobre los demás, se cree incluso más sabio que ellos. Las riquezas ensoberbecen y el orgullo ciega. El pobre que tiene inteligencia, libre de esas pasiones que nublan el espíritu y pervierten el juicio, fácilmente descubre las necedades a que a veces lleva al rico su ceguera.
El Pr 28, 12 pone de relieve la importancia de la justicia para la vida social. Cuando están en el poder los justos, impera aquélla; cada uno cumple con sus deberes sociales, el bien goza de libertad. Ello trae la bendición de Dios, y con ella la paz, el orden, la prosperidad. Pero, cuando dominan los malvados, reina la impiedad, que ellos amparan y favorecen. Los hombres de bien, cuya conducta es una condenación para los impíos, comienzan a ser molestados, y tienen que ocultarse si no quieren perder su vida o terminar en la prisión. La historia, especialmente la de nuestro tiempo, está llena de ejemplos que confirman la sentencia del sabio. A continuación, el sabio señala las dos condiciones que ha de poner el hombre que quiera alcanzar la misericordia de Dios: la confesión de sus pecados hecha a Dios, al estilo de la del Sal 106, en que el pueblo confiesa al Señor su rebeldía, que tenía que ir acompañada del arrepentimiento sincero. No bastaba la simple enumeración de los pecados que tenemos en el libro de los muertos de los egipcios o en los rituales babilónicos. Las mismas condiciones que exigiría el Precursor y Jesucristo para entrar en el reino de los cielos.
Otra vez los diversos efectos del temor de Dios, que conduce a la sabiduría, y, en consecuencia, a sus frutos, y del endurecimiento del corazón, que hace insensible a las enseñanzas del sabio y poco menos que imposible la conversión a Dios, por lo que sufrirá el castigo de sus pecados, que le llevarán a la desventura. Dos imágenes ponen de manifiesto lo que para su pueblo es un mal príncipe. La del león rugiente puede expresar la tiranía y violencia con que suele gobernar el mal príncipe, siempre receloso de que alguien pueda maquinar su ruina. La del oso hambriento, su codicia de dinero y riquezas, que lo lleva a gravar de impuestos a los súbditos. El que aborrece estas cosas y busca el bienestar y prosperidad de los súbditos, gozará de la larga vida prometida a los justos y reinará muchos años sobre ellos. El Pr 28, 1 y expresa la suerte del homicida: su condición es tan execrable, que marcha hacia el sepulcro sin que nadie le preste socorro. Se alude seguramente a la ley del talión: "el que derramare la sangre humana, por mano de hombre será derramada la suya".
Dondequiera que el pariente más próximo del muerto, que se constituía en vengador de la sangre, encontrase al asesino, le podía dar muerte. Para librar de esta venganza al homicida involuntario se establecieron las ciudades de refugio, donde quedaba a salvo de ella. Otros interpretan de los remordimientos de conciencia que persiguen al homicida y le hacen huir errante y fugitivo, llevando consigo por doquier la maldición de Dios, como Caín después de dar muerte a su hermano Abel. Los dos últimos versos repiten pensamientos muy conocidos ya. El 18 expresa el diverso fin que está reservado al justo y al impío. El 19 recomienda la diligencia, esta vez en el cultivo de la tierra, sin el cual ésta no dará sus frutos y su dueño se verá sumido en la miseria. "Labra tus propios campos -escribe Amen-en-ope-, y encontrarás lo que necesitas, recibirás los panes de tu era."

Pr 28, 20-28. Bondad y equidad. Las riquezas de prisa adquiridas. La reprensión. Piedad filial. Caridad con el pobre

El hombre que procede con verdad y nobleza en sus negocios y es fiel a su palabra, será bendecido por Dios, que se los hará fructificar, y alabado por los hombres, que pregonarán su honradez. No así quienes se enriquecen con rapidez, lo que no suele conseguirse sin emplear medios ilícitos, cuyo castigo es muchas veces la pobreza y miseria mismas. "Los que quieren enriquecerse -escribe San Pablo- caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas, que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia". Uno de los males que cita después el sabio (Pr 28, 26) es el de suscitar litigios. El ávido de riquezas va más allá de lo justo, y provoca no sólo litigios, sino hasta guerras, que traen después la pobreza y la miseria. Acto seguido, el autor recomienda poner la confianza en Dios, que bendice con una vida feliz y riquezas estables a los justos.
Con frecuencia los sabios condenan la acepción de personas, que lleva a cometer injusticias. Constata aquí cómo a veces una insignificante dádiva es suficiente para que se quebrante gravemente la justicia. Frecuentemente también ha recomendado el sabio la reprensión y ha condenado la adulación. De momento agrada más a nuestro amor propio la lisonja; después caemos en la cuenta de que quien corrigió nuestros defectos fue quien en realidad nos ayudó a caminar por el sendero de la sabiduría, que lleva a la verdadera felicidad. Quien la rehúye y se endurece en sus vicios y pecados, añade después, sufrirá un castigo repentino, cuya naturaleza el autor no determina. No rara vez vemos que quienes rechazaron las advertencias que les fueron hechas pagaron con su misma vida su temeridad.
Quien maltrata a los padres, ha dicho ya el sabio, es un hijo infame y deshonroso 29. Quien les roba, dice aquí, es comparable a un bandido, que no tendrá inconveniente en robar a los extraños. Dada la expresión dura que emplea el sabio, parece se trata del hijo que, después de haber sucedido a sus padres en los bienes, les niega los alimentos necesarios para la vida, con lo que los reduce a la miseria y tal vez acelera su muerte. Tal actitud supone un pecado grave contra la piedad filial. Jesucristo declaró no conforme con el cuarto mandamiento la conducta de aquellos que presentaban como ofrenda a Dios lo que pudiera ser necesario a sus padres. También se recomienda bajo una forma estimulante la caridad para con el prójimo. Quien la practica obtendrá la bendición de Dios sobre sus bienes. La experiencia confirma cuántas veces quien más da, más tiene. El insensible ante las necesidades del pobre oirá las maldiciones por parte de éste, que llegarán al cielo, como testifica Ben Sirac, y arrancarán de Dios el castigo por no haber tenido misericordia para con él. El Pr 28 reproduce más explícitamente la idea del Pr 28, 12, cuyo sentido recoge la perícopa siguiente.

Pr 29, 1-27

Pr 29, 1-14. Buen y mal príncipe. El justo y el impío

Comentamos el Pr 29, 1 juntamente con 28, 29. La sentencia del Pr 29, 2 es ya conocida. El buen gobernante busca el bien de sus súbditos, hace justicia en su reino, premiando a los buenos ciudadanos y castigando a los transgresores de las leyes (Pr 29, 4); tiene cuidado especial y defiende los derechos de los débiles frente a la ambición de los poderosos. Con ello hace estable su reino, y los súbditos se sentirán contentos en él. El mal gobernante busca sólo sus propios intereses y pretende enriquecerse a costa de sus súbditos, a quienes tiraniza y grava de innecesarios impuestos. Esto lleva al descontento, y como la codicia del avaro no tiene límites, no queda a aquéllos más remedio que las huelgas y las sublevaciones, que llevan al país a la ruina. Hay reyes que dan oídos a la mentira, y entonces sus ministros la utilizarán como medio para ganarse su favor y benevolencia. Los honrados tienen que retirarse por la acción subversiva de los malos, y muy pronto el rey estará rodeado totalmente de ministros mentirosos.
El Pr 29, 3 reúne dos sentencias que han sido afirmadas por separado ya varias veces. La primera expresa la alegría que siente el padre ante un hijo sabio. La segunda, las consecuencias que para su hacienda tiene el entregarse a las rameras. La parábola del hijo pródigo es el mejor comentario. Numerosas veces el sabio ha puesto en guardia frente a la adulación. Afirma ahora que la lisonja es un lazo para el adulado. Dado nuestro amor propio y la sobreestima que de nosotros tenemos, fácilmente tomamos como realidad lo que tal vez no es más que fantasía del adulador y accedemos después a las sugestiones y deseos que con su adulación intentaba conseguir. Con una nueva metáfora, el Pr 29, 6 afirma una vez más la alegría y seguridad con que vive el que confía en Dios y el peligro a que continuamente está expuesto su corazón en la maldad. Muy diversa es la actitud del justo y la del impío para con los humildes: el justo los ama, como los ama también Dios, respeta sus derechos e incluso los defiende; el impío, como carece de sentimientos de caridad y compasión hacia los demás y, por otra parte, no puede esperar beneficio alguno de ellos, no les presta consideración alguna y, si llega el caso, no tiene inconveniente en oprimirlos. Diversa es también la actitud y efectos que consigue en la ciudad el petulante y el varón sabio: aquél enciende contiendas que turban la paz y solivianta las pasiones humanas, que llevan a la rebelión; por eso dijo ya el autor: "arroja al petulante y cesará la contienda". El sabio, por el contrario, con su inteligencia y prudencia logra calmar los ánimos excitados, hace entrar en razón a los ciudadanos y devuelve a la ciudad su paz y armonía.
El Pr 29, 9 constata la incorregibilidad del necio; cualquier procedimiento para hacerle entrar en razón te dará un mismo resultado negativo, y deja entender la conducta prudente a seguir respecto de él: declinar con cautela tales discusiones con el mismo como cosa completamente inútil. El Pr 29, 10 presenta otro dato de experiencia: el aborrecimiento que los impíos sienten hacia el justo. La razón es clara: la conducta del justo deja a las claras y reprocha la maldad del malvado. Por ello quisieran desapareciese de la faz de la tierra. Sus pensamientos fueron expuestos en Pr 1, 11-14 y los repite el libro de la Sabiduría. La segunda parte del verso es oscura. En la lección que escogemos se expresa la confianza de los justos frente al odio de lo impíos, porque su vida está en las manos de Dios, que proclama bienaventurados a quienes son perseguidos por su causa.
Uno de los sentimientos que con frecuencia afloran en las relaciones con el prójimo es la ira, defecto capital; el necio, sin mente o voluntad para imponerse a ella, desfoga su indignación; el sabio, reflexivo y prudente, tiene calma y serenidad y la contiene dentro de sí. El Pr 29, 13 expresa la idea de Pr 22, 2: el pobre y el usurero se encuentran frente a frente, uno cargado de bienes, el otro oprimido por la miseria. Es Dios quien ha hecho a los dos y quien les conserva la vida. Ni el rico debe ensoberbecerse, como si de nadie dependiera y a nadie tuviera que dar cuenta de su conducta, ni el pobre desalentarse, teniendo por creador y Padre a Dios, que vela por él.

Pr 29, 15-21. Educación

Varias sentencias de la perícopa insisten en una norma educativa ya muchas veces inculcada: la corrección mediante el castigo, el cual, aplicado con la debida moderación, como también hacen notar los sabios, es a veces un indispensable medio de educación para los hijos, y más todavía para los siervos.
El hijo a quien todo se consiente se hace indisciplinado. Llegado a mayor, no sabrá controlar sus pasiones, y vendrá a ser la vergüenza de su madre. La mención de ésta por parte del autor, si no es debida a una variación literaria, tendría su razón de ser en que es a ella, más bien que al padre, a quien corresponde la educación del hijo en los primeros años de su infancia. También insisten los sabios en poner de manifiesto a los padres la alegría y gozo que les proporcionará un hijo sabiamente educado, lo que deberá servirle de estímulo para poner en práctica cuantos medios sean necesarios para conseguirlo, aunque resulten tan desagradables como el tener que imponerles serios castigos (Pr 29, 17).
Tampoco para con el siervo bastan las palabras. Entiende muy bien lo que se le dice, las órdenes que se le dan; pero unas veces es remiso en cumplirlas y otras no las cumple si no está el castigo por medio (Pr 29, 15). Los sabios recomiendan que se trate al siervo como a sí mismo, que no se maltrate al siervo fiel, que se ame al inteligente y no se le niegue la libertad, pero que se trate con rigor y dureza al que se da a la ociosidad. El Pr 29, 21 hace una importante observación al amo: si desde su infancia haces demasiado familiar a tu siervo y condesciendes con sus caprichos, se hará altivo y soberbio, y se mostrará rebelde cuando quieras imponerle el trabajo de siervo. Entonces te arrepentirás de tu comportamiento para con él. Los autores de vida espiritual aplican este pensamiento al cuerpo, siervo del alma: quien lo trata con excesiva condescendencia y no lo acostumbra al sacrificio, no conseguirá después dominar sus instintos.
La idea del Pr 29, 16 es también muy conocida. Los malos se ayudan en su común causa unos a otros. Ello los hace más audaces, y la maldad crece. Pero los justos verán su caída, pues "como pasa el huracán, deja de ser el impío, mientras que el justo permanece para siempre" (Pr 10, 25). Una vez más, el sabio anuncia el castigo prematuro de los impíos; pero, como siempre, sin determinar la naturaleza del castigo.
En la primera parte del Pr 29, 18 se constata una experiencia de la historia de Israel: cuando pasaba una larga época sin que Dios enviase un profeta a su pueblo, el pueblo faltaba a la alianza, apartándose del cumplimiento de la ley. "Guando el ministerio de la palabra divina viene a faltar -escribe Girotti- por descuido o por ignorancia, las malas costumbres en seguida levantan cabeza." Mas quienes cumplen la ley percibirán los frutos prometidos a su observancia: la posesión pacífica de la tierra prometida. De hecho, cuando bajo los reyes piadosos el pueblo cumplía la ley, vivía felizmente; pero, cuando bajo los impíos se apartaba de ella, en seguida surgía amenazante el castigo. Siguiendo la misma línea de pensamiento, los sabios prometen la protección de Dios a las personas en particular que cumplan las enseñanzas de la sabiduría, y el castigo a quienes las rechazan.
Comparando el precipitado en el hablar con el necio, el sabio afirma que la condición del primero es todavía peor que la del segundo. Pudiera ser que alguna vez el necio, a fuerza de razones, saliera de su necedad, sobre todo si ésta es debida a la ignorancia más que a otra cosa. Para el precipitado en el hablar no parece quedar ni esa última posibilidad, pues no sabe callarse nada, con lo que todo lo echa a perder. "Es un grave defecto la necedad -escribe San Beda-, pero no lo es menor la verbosidad. Sucede muchas veces que un necio recibe las palabras de corrección más pronto que aquel que, precipitado en el hablar, prefiere hablar con jactancia las cosas que él conoce, o cree conocer, a escuchar los dichos de los sabios".

Pr 29, 22-27. Suavidad y humildad. Temor de Dios

El autor recomienda la mansedumbre en forma negativa, indicando los efectos a que llevan los vicios opuestos. Dice San Efrén que "la ira perturba la mente, debilita los sentidos, y los pensamientos de venganza brotan a semejanza de una fuente." Santiago dice que el hombre debe ser tardo para airarse, porque la cólera del hombre no obra la justicia de Dios. La máxima del Pr 30, 23 se acerca en su forma a la conocida enseñanza del Salvador: "Quien se humillare será ensalzado, y quien se ensalza será humillado." "Nada más verdadero que esta sentencia -escribe San Bernardo-, pero nada también más difícil en la práctica. Sabemos y creemos todos cuantos somos fieles a Salomón y a Cristo que afirman que el camino verdadero y seguro para la gloria es la humildad, y, por el contrario, el camino para la ignominia la soberbia. Y, sin embargo, nos esmeramos en buscar la gloria, engrandeciéndonos a nosotros mismos y nuestras cosas, y en humillar a nuestros émulos para proporcionarles ignominia. ¡Qué error tan grande este de los hijos de Adán!"
Quien encubre al ladrón para que no sea descubierto, afirma el sabio, se hace cómplice del robo y se hace digno de castigo. Si es llamado por el juez y miente ante la abjuración de éste a que diga la verdad, aumenta su culpabilidad. Es un perjuro e impío que se atrae la maldición divina que pesa sobre los malvados. El temor del hombre a que se refiere el Pr 29, 25 son, sin duda, los respetos humanos, por los que tantas veces se deja de hacer el bien que había que hacer y se practica el mal que había que evitar. A él se opone el temor de Dios, que lleva a una conducta conforme a los mandamientos de Dios, que por lo mismo "allana todos los caminos" del justo, el cual puede así caminar seguro a través de la vida.
El Pr 29, 26 contiene una hermosa recomendación a buscar el favor de Dios más bien que el de los hombres. De ordinario se busca con mucho interés la benevolencia de los príncipes de la tierra, esperando recibir beneficios de su mano. Es más prudente la conducta señalada por el salmista cuando exclama: "En ti confío yo, ¡oh Yahvé! Yo digo: Tú eres mi Dios, en tus manos están mis días." Porque "el hombre propone, pero Dios dispone," y sólo si El quiere se realizan los designios de los hombres. Por lo que afirma también el salmista: "Mejor es acogerse a Yahvé que fiar en los príncipes. Concluye la segunda colección salomónica poniendo ante los ojos la impresión que mutuamente se causan los justos y los malvados: aquéllos son horror para éstos, porque su conducta es una recriminación para quienes no obran rectamente; los malvados lo son a su vez para los justos por su conducta temeraria, que los expone al castigo divino cuando menos lo esperan.

Pr 30, 1-33

Pr 30, 1-6. Grandeza de Dios. Su divina palabra

La primera parte del Pr 30, 1 presenta al autor de la sección como hijo de Jaqué, personaje desconocido y de procedencia masaíta, conforme hemos indicado antes. El término correspondiente a Masa podría traducirse también por "oráculo," "profecía"; pero no es muy probable en nuestro caso tal versión, dado el carácter individual y reflexivo de los proverbios de Agur. Muchos judíos y escritores cristianos identificaron a Agur con Salomón y, consiguientemente, a Jaqué con David. La Vulgata, fijándose en la significación de los términos hebreos, los tomó como nombres apelativos y tradujo: "Palabras de aquel que reúne la asamblea, hijo del que profiere palabras de sabiduría." En cuanto a la segunda parte del Pr 30, 1, la mayor parte de los intérpretes antiguos tradujeron el texto hebreo por los nombres propios: Itiel y Calcol, que designarían los destinatarios de las sentencias de Agur, que algunos relacionaron con los personajes bíblicos del mismo nombre citados en Ne 11, 7 y 1R 5, 11. Hoy la mayoría de los autores prefieren la interpretación que seguimos en nuestra versión, según la cual Agur confiesa haberse fatigado mucho en la investigación sobre Dios y sus obras, lo que sirve de introducción a las constataciones de los versos siguientes.
Agur declara que, abrumado por la majestad de Dios y la incomprensibilidad de sus obras, perdió la esperanza de conseguir la pretendida ciencia y, hondamente desilusionado, se sintió sumamente ignorante y hasta sin aquella inteligencia que como ser humano le corresponde. Pero Dios vino en su auxilio y le dio a conocer la ciencia del Santo, ignorada por los mismos sabios, y que para ser conocida tuvo que ser revelada por Dios mismo. A Lapide pone en boca de Agur parafraseando: "Por lo que a mí toca, habida consideración de mi ingenio y facultades naturales, me parece ser el más ignorante de los mortales. Y si por la sabiduría que me ha sido infundida del cielo soy el más sabio de todos, esto es un don de Dios. Por lo que no me lo arrogo como cosa debida a mis esfuerzos, sino que lo atribuyo totalmente a Dios como su verdadero autor."
En efecto, nadie ha subido a los cielos y descendido de ellos para poder comunicar a los hombres el conocimiento de Dios y los secretos divinos allí arriba adquiridos. Ningún mortal ha encerrado los vientos en su puño para poder soltarlos a su gusto, ni pudo recoger las aguas de las nubes en su manto para poder dejarlas caer conforme a su voluntad, ni fijó los confines de la tierra de modo que no puedan ser transgredidos por las aguas. Las obras de la creación no son obra de la sabiduría y del poder de hombre alguno. No podrás señalar su nombre, ni el nombre de su hijo, pues tal mortal no ha existido. El nombre en los hebreos está por la persona, y conocerlo indica trato íntimo con él. En las dos últimas preguntas no hay más que una especie de ironía contra quien necia y presuntuosamente intentase señalar al mortal que hubiese hecho tales obras. Indirectamente se afirma que ha sido Dios quien ha hecho tales maravillas, o la Sabiduría, que le dirigió como arquitecto, y cuyos secretos designios nadie puede conocer si El no los revela. Algunos han querido ver en las dos últimas preguntas una referencia indirecta a Dios y su hijo. Quién fuera, en este supuesto, el hijo de Dios a quien alude Agur, es cuestión en que discrepan no poco los autores: para unos sería el pueblo israelita; para otros, la Sabiduría; algunos quieren ver un preludio de la doctrina neo testamentaria sobre el Hijo de Dios. El discurso de Agur permanece enigmático, y, cualquiera sea el texto que se acepte, se opone el conocimiento humano al conocimiento conferido por la Sabiduría, que es un don de Dios.
En oposición a la constatación de la ignorancia humana, el sabio hace elogio de la palabra de Dios, es decir, de la revelación, que viene en ayuda de aquélla. La doctrina revelada es cierta y verdadera, libre de todo error, de toda mentira, de toda impiedad, como el oro recién salido del crisol. Y es escudo de quien confía en Yahvé, porque quien da fe a esa palabra y la pone en práctica camina por el sendero de la justicia y puede contar con la protección de Dios sobre los justos, tantas veces prometida en los libros sagrados. El salmista expresó la misma idea con idénticas palabras. La recomendación del Pr 30, 6 de no añadir cosa alguna a la palabra de Dios se encuentra más veces en la Biblia y la hallamos también en las enseñanzas de la sabiduría egipcia. Los sabios israelitas unen las enseñanzas de la sabiduría "a las prescripciones de la Ley y a las advertencias de los profetas, hasta el punto de identificarlas y establecer un conjunto armonioso y completo, suficiente para la conducta de la vida humana."

Pr 30, 7-10. La áurea mediocridad

Preciosa plegaria esta del sabio, en que implora de Dios la sinceridad y honradez en sus relaciones con los demás y aquel justo medio entre la riqueza y la pobreza que le asegure una conducta recta en los días de su vida sobre la tierra. El mismo da la razón por la que desea esa media condición de vida: no quiere riquezas, que, si bien son en sí buenas, llevan consigo serios peligros, entre ellos la soberbia, que puede conducir incluso al desprecio de Dios, como en el caso del faraón. Ni tampoco desea la pobreza, que, si es más propicia que las riquezas para poner el corazón en Dios, no es muchas veces buena consejera: fácilmente induce, especialmente en aquellas sociedades no muy elevadas espiritualmente, al robo y a maldecir a Dios porque concede riquezas a unos, mientras que permite caigan otros en la miseria. La experiencia que ha dado origen al slogan "pan y catecismo," dice que la pobreza, cuando se acerca a la miseria, no favorece mucho la vida cristiana de nuestros fieles.
El Pr 30, 10 contiene una sentencia aislada en que se recomienda la caridad para con el siervo, a quien no se debe difamar ante su amo. El motivo es todavía interesado: tu calumnia inducirá al amo a despedirlo de su casa; entonces el siervo te maldecirá, y recibirás de Dios, que oye el clamor de los pobres e indefensos, el merecido castigo. Posiblemente la sentencia esté fuera de lugar. Toy dice que cuadraría bien en los capítulos Pr 23, 1-Pr 24, 34, de los que habría sido desplazada a este lugar por su conexión con la maldición de los versos siguientes.

Pr 30, 11-14. Lo peor de lo peor

Las cuatro sentencias precedentes, de análoga expresión, enumeran otras tantas clases de personas francamente odiosas. Sus maldades se oponen radicalmente a la sabiduría. Se parecen en su forma y contenido a las sentencias de Pr 6, 12-15, y tanto allí como aquí son seguidas de sentencias numerales.
La primera clase es la de aquellos que maldicen a sus padres. Infringir de ese modo la piedad filial supone, además de una grave ingratitud para con aquellos seres a quienes se debe la misma vida, haber perdido toda nobleza de sentimientos. Ex 21, 17 prescribía que quien maldijere a su padre o a su madre fuese muerto, y el sabio afirmó antes que el tal hijo verá extinguirse su lámpara en oscuridad tenebrosa. La segunda es la de aquellos que se creen justos y limpios porque cumplen ciertas prescripciones rituales, pero tienen sus corazones llenos de pecado y de inmundicia. Era la actitud de los fariseos, que provocaba la indignación de Jesucristo y los incapacitaba para recibir su mensaje de penitencia y purificación de los pecados. La tercera, la de los soberbios y altaneros, cuyo vicio es aborrecido a los ojos de Dios y también a los ojos de los hombres. Isaías dice que en el último día, en lo postrero de los tiempos, serán abatidas las altivas frentes de los hombres y humillada la soberbia humana, siendo sólo Yahvé exaltado aquel día. La última, la de los que oprimen a los pobres y menesterosos, desposeyéndolos sin compasión de lo poco que tienen, anteponiendo su desmesurada codicia a la indigencia de ellos. Vicio no menos detestable que los otros a los ojos de Yahvé, padre de los pobres y protector de los desvalidos.

Pr 30, 15-33. Sentencias numéricas

Forman una pequeña colección de sentencias anónimas, designadas con el presente título por su forma literaria. Los LXX la colocan después de la segunda colección de los sabios y precediendo inmediatamente a la segunda colección de Salomón, lo que indica que estas sentencias formaron una colección aparte de los proverbios de Agur. Como advertimos en la introducción, nada sabemos de su autor ni a punto cierto de su época de composición. Su contenido se reduce a unas cuantas observaciones curiosas y profundas del reino animal, sin relación alguna con el orden moral, lo que la diferencia notablemente de las otras colecciones del libro. Esta forma literaria, que se encuentra también en Ahikar y en un texto de Ras Shamra, por el misterio que encierra en la enunciación de las cosas que enumerará después, excita la curiosidad y mantiene la atención del lector.

En el Pr 30, 15-17. Los insaciables

La sanguijuela es considerada en todas las literaturas como símbolo de avidez por el ansia con que absorbe la sangre, presentada aquí bajo la imagen de dos hijos de idéntico nombre y significación. Los autores judíos han visto alegóricamente expresada en la sanguijuela el infierno, y en las dos hijas, el poder de este mundo y la herejía, o también el mundo inferior con sus dos hijos, el paraíso y la gehena. Los autores cristianos ven simbolizada más bien la codicia en la sanguijuela, y la ambición y la avaricia en sus dos hijas. A Lapide escribe que "la sanguijuela significa la concupiscencia, cuyas dos, más aún, tres y cuatro hijas insaciables, son los cuatro primeros vicios: la ira, la lujuria, la avaricia y la ambición; de los cuatro, como de sus raíces, provienen todos los demás."
Las cuatro cosas insaciables son: el seol, que continuamente está recibiendo vidas humanas que dejan de existir, sin llenarse jamás; la matriz estéril de la mujer israelita, que, cifrando su gloria en una numerosa posteridad, no veía llegar los hijos que la librasen del oprobio que para ella suponía la esterilidad; la tierra que no se sacia de agua, por su condición arenosa, que la absorbe tan pronto como llega a ella; y el fuego, que nunca dice "Basta," sino que consume cuantos materiales combustibles se pongan a su alcance. Un proverbio indio dice: "El fuego jamás se sacia de leña, ni el océano del agua de los ríos, ni la muerte de los vivientes, ni la mujer del hombre." Y otro árabe: "Tres cosas jamás se sacian de otras tres: la tierra de agua, el fuego de leña, la mujer del hombre." Se trata de proverbios sin enseñanza moral alguna, sino sencillamente de observaciones que pueden contribuir en los lectores a un mayor conocimiento de la naturaleza.
En el Pr 30, 17, con que concluye la perícopa, el sabio recrimina de nuevo -debían de tener los sabios en muy grande estima el respeto y veneración de la autoridad paterna- la conducta irreverente de los hijos para con los padres y expresa la indignación que tal actitud le causaba. La expresión parece indicar la muerte prematura y la privación de sepulcro, dado que los cuervos y buitres pican los ojos y comen la carne de los animales muertos. Ello constituía la mayor ignominia. Con ella había amenazado Goliat a David en su desafío.

Pr 30, 18-20. Cuatro maravillas

El autor de la perícopa manifiesta su profunda admiración por tres cosas maravillosas, y más todavía por otra cuarta, que le resulta aún más incomprensible. Son éstas: el camino del águila en los aires, el hecho de que un pájaro de sus dimensiones pueda remontarse a las alturas que ella alcanza y caminar a través de los aires; el rastro de la serpiente sobre la roca, ese movimiento misterioso de la serpiente, que sin estar dotada de patas, como otros animales, puede caminar sobre la roca desnuda; el camino de la nave en medio del mar, que marcha sobre las aguas no surcadas, por sendas que conduzcan su ruta, y se mantiene sobre ellas, transportando pesadas cargas. Pero lo que resulta más misterioso para nuestro autor es el rastro del hombre en la doncella. La expresión debe referirse al acto de la generación, que tiene como efecto un nuevo ser humano en el seno materno, cuya procreación y desarrollo resultaba para los antiguos verdaderamente misterioso.
El Pr 30, 20 pudiera haber sido sugerido por el último estilo del verso precedente, si bien no se trata en él de acción alguna inmoral. Expresa hasta qué punto la mujer adúltera pierde la sensibilidad y delicadeza de conciencia, que comete las acciones más deshonestas prohibidas en el mismo Decálogo, con las que se viola la fidelidad jurada al marido y se queda tan tranquila. También esto resulta incomprensible.

Pr 30, 21-23. Cuatro cosas insoportables

Enumera cuatro cosas que resultan de todo punto insoportables, porque suponen un orden social contrario al que está pidiendo la naturaleza misma de las cosas: el siervo que llega a dominar, siendo así que es él quien debe estar sujeto y obedecer a su señor, no viceversa; lo que, además, suele hacer al siervo altivo y tirano para con sus súbditos; necio que se ve harto de pan, cuando la fortuna debe ser fruto de la sabiduría y diligencia en el trabajo, no de la necedad; el cual, por lo demás, no sabría hacer buen uso de las riquezas y caería en sus peligros; mujer desdeñada que llega a encontrar marido, dado que las relaciones con miras al matrimonio suponen un amor y atractivo hacia la mujer por parte del hombre, no es fácil sentirlo hacia aquella que, por carecer del mismo, permaneció ya durante tiempo sin encontrar pretendiente; finalmente, esclava que hereda a su señora, lo que resulta de todo punto insoportable si, como algunos interpretan, se trata de la sierva que suplanta a su señora en el afecto al marido.

Pr 30, 24-28. Cosas pequeñas, pero sabias

El sabio presenta cuatro animalillos cuya sabiduría causa admiración. La hormiga, cuya muchedumbre semeja un pueblo en diligente preparación de sus provisiones para el invierno. El damán, que la Vulgata traduce por conejo, es un pequeño rumiante que vive en grupos en las cavidades de las rocas de Siria y Palestina y encuentra en ellas defensa frente a su debilidad (Hyrax syriacus). La langosta, que sin rey avanza como un ejército disciplinado a las órdenes de su capitán. Joel las presenta como un formidable ejército ordenado y en orden de batalla para ejecutar los designios de Dios. El lagarto, animal pequeño y débil que puede cogerse con la misma mano; sin embargo, él se las arregla para habitar en los mismos palacios y jardines de los reyes, en los que se les ve a veces escalar los muros en busca de alimentos.
Además de unas constataciones de historia natural, el autor en estas sentencias quiso poner de manifiesto que la sabiduría no está en relación directa con la magnitud del cuerpo. Si la sabiduría divina resalta mucho en la creación de las grandes obras que contemplamos con nuestros ojos en el universo, quizá no resplandezca menos en el mundo de las cosas pequeñas, que nos pasa muchas veces inadvertido. No contento con esto, A Lapide saca unas conclusiones de orden moral: "De la hormiga, que trabaja con diligencia para asegurarse el alimento para el invierno, aprende, ¡oh hombre! la prudencia en el trabajo y asegúrate cuanto es necesario para el cuerpo y para el alma; del damán aprende la prudencia de habitar en lugar seguro y cómodo; de la langosta, qué bien tan grande es la concordia; del lagarto, la gracia y esplendor que acompaña a las buenas obras, con las que te conciliarás a los príncipes y a Dios."

Pr 30, 29-33. Cuatro seres majestuosos

El último máshdl numérico se refiere a cuatro criaturas que llaman la atención por la gallardía y aire de dominio con que caminan majestuosamente ante sus huestes. El león es el rey de las fieras. Con su cerviz erguida se pasea en medio de los animales, sin retroceder ante ninguno de ellos. Ni los gritos de los pastores, por grande que sea su número, le acobardan. El gallo marcha con su típica gallardía, su cresta levantada, entre sus gallinas, como defensor de las mismas y rey que no admite rival. El macho cabrío conduce por las mañanas su manada a los pastos y por la tarde a sus establos, viniendo a ser, al decir de Varrón, el ojo de toda grey y, por lo mismo, símbolo de prudencia y providencia. El rey, que con su indumentaria real, con su cetro, diadema y púrpura, va a la cabeza de su ejército, rodeado de sus cortesanos y su guardia, ofrece un espectáculo más majestuoso e impresionante todavía que los precedentes.
El sabio concluye la sección con dos versos cuyo texto no es seguro del todo, en que recomienda evitar la propia alabanza y el orgullo, que pueden suscitar la envidia y la ira en los demás y provocar mediante ello contiendas, como ilustran las dos comparaciones del sabio.

Pr 31, 1-31

Pr 31, 1-9. Proverbios de Lemuel. El buen príncipe

Se trata de una pequeña colección de sentencias -cuatro cuartetos- que la madre de Lemuel enseñó a su hijo. Del autor sólo sabemos, como de Agur, el lugar de procedencia y su condición real. Si bien el término hebreo puede traducirse "afecto a Dios, que pertenece a Dios," tenemos como más probable que se trata del nombre de un rey de Masa. El contenido se reduce a tres recomendaciones en que su madre pone a Lemuel en guardia frente a las mujeres y al vino y le exhorta a juzgar con justicia y amparar al pobre y desvalido. Su forma literaria es el paralelismo sinónimo. En cuanto al tiempo de composición valen las reflexiones hechas a propósito de los proverbios de Agur.
Como prólogo a sus consejos, la madre de Lemuel pone ante los ojos de su hijo todo el amor y cariño que como a su primogénito le tiene. Es, además, "hijo de sus votos," por quien ella eleva sus mejores oraciones y deseos. Tal vez la expresión quiere indicar incluso que su concepción siguió a un voto o promesa.
La primera recomendación le pone en guardia frente a un peligro que pierde a los mismos reyes: las mujeres. El autor de la introducción insistió mucho en el que proviene de las mujeres seductoras, y tal vez la advertencia va contra el libertinaje que suponen aquellos capítulos. Por lo que al rey toca, el Deuteronomio había escrito: "que no tenga muchas mujeres para que no se desvíe su corazón."
David cometió un gravísimo pecado por dejarse seducir por la belleza de la mujer de Urías; Salomón se pervirtió por las mujeres extranjeras, y Holofernes cayó víctima de la espada por dejarse fascinar de la belleza de Judit.
La segunda le aconseja la abstención del vino y licores, poniendo ante sus ojos un doble motivo: quien se da al vino olvida las leyes y pervierte el derecho de los afligidos (Pr 30, 5). El exceso de vino atrofia la mente, quitándole aquella clarividencia que es precisa al gobernante para dar las leyes y saber aplicarlas en cada caso, y embota los sentimientos de compasión que es preciso sentir hacia los débiles para defender sus derechos, tantas veces conculcados, sin esperar por ello recompensa alguna. Oseas dice que fornicación y vino quitan el juicio, y Ben Sirac afirma que "el vino y las mujeres extravían a los sensatos". Los LXX añaden al Pr 30, 4: "hazlo todo con prudencia, bebe con prudencia," interpretando las palabras de la madre de Lemuel a su hijo como una recomendación a la sobriedad y prudencia en el beber, que, si es recomendable a todos, es al rey necesaria para el ejemplar cumplimiento de su misión. A dos clases de personas viene bien el vino: a los miserables y a los afligidos. El vino alegra el corazón, dice el salmista, y su uso puede aliviar, al menos momentáneamente, las penas del que sufre o la miseria del que carece de cosas humanas en que poner corazón. "Se sacia el afligido con el pan -escribe Ahikar- y se embriaga el pobre con el vino."
La tercera recomendación insiste en la equidad de juicio y protección de los miserables. "No hay cosa que mejor convenga a aquel que gobierna que el que no desprecie a unos con soberbia, que no admire sin fundamento a otros, sino que a todos trate con la debida equidad y justicia," dice Epicteto. Mudo designa al que por su pobreza o cualquier otro motivo no puede defenderse contra su opresor. La madre de Lemuel, como los sabios del libro, insiste en recomendar a los reyes y príncipes la defensa de los derechos de los pobres e indefensos frente a la insolencia de los ricos y poderosos. Son los representantes de Dios, y Yahvé se constituyó en padre y protector de los desamparados de la fortuna. Por lo demás, en el ambiente social de los días en que fue compuesto el libro debía de ser muy necesaria dicha recomendación.

Pr 31, 10-31. Elogio de la Mujer Fuerte

Comienza el epiloguista haciendo notar lo difícil que es encontrar la mujer buena y virtuosa, que va a describir en su poema, y advierte en seguida que su valor supera a las más preciosas perlas. Ya afirmó el sabio antes que quien halla una mujer buena encuentra un tesoro de inestimable valor y que ha recibido realmente un don de Dios.
La primera persona que percibe los beneficios de ese don de Dios es su propio marido. Puede confiar en ella y dejar en sus manos el gobierno de la casa cuando él tenga que marchar a sus negocios, porque es hábil administradora de su hogar, en el que, por lo mismo, jamás faltara cosa alguna al esposo, que no recibirá de ella más que alegrías y satisfacciones durante los días de su vida. Con razón exclamó Ben Sirac: "Dichoso el marido de una mujer virtuosa... Alegra a su marido, cuyos años llegarán en paz a la plenitud."
La mujer fuerte es en primer lugar laboriosa: se procura lana y lino y con sus manos confecciona lienzo y vestidos, labor que en aquel entonces realizaban las mujeres. Y con su trabajo viene a ser fuente de riqueza para el hogar, como el mercader que marcha a lejanas tierras y hace un buen negocio. Es activa y diligente: se levanta muy temprano y, cuando llega la hora, tiene preparada la comida para su familia y dispuesta la tarea para los criados, de modo que todos puedan comenzar a su debido tiempo el trabajo (Pr 31, 15). Ella da a todos ejemplo de laboriosidad, no contentándose con el trabajo del día; cuando, llegada la noche, los quehaceres de la jornada quedaron atendidos, ella toma en sus manos la rueca, y de la lana prepara el hilo que después utilizará para la confección de los vestidos. Y con el fruto de sus trabajos, la mujer fuerte es también inteligente: compra un campo productivo y planta en él una viña, que le proporcionará abundante vino, cuya industria era muy importante en Palestina.
Pero la mujer virtuosa que nos describe el sabio no guarda codiciosamente para sí el fruto de su trabajo, de sus desvelos. Caritativa y misericordiosa, hace partícipes de él a los pobres y menesterosos (Pr 31, 20). Lo que, sin duda, contribuye a que Dios haga fructificar su trabajo, conforme a la enseñanza del sabio: "A Yahvé presta el que da al pobre; El le dará su recompensa." Y es también previsora para los suyos. Nadie en su casa tiene que temer el frío de la nieve; si bien ésta es rara en Palestina, la mujer fuerte ha tomado precauciones contra toda eventualidad. Todos tienen vestidos dobles, confeccionados por ella, con que hacer frente a toda intemperie. Para sus camas ha preparado fuertes coberturas, y sus arcas encierran vestidos de lino fino; el término hebreo significa material fino que se hacía de lino o una mezcla de lino y algodón y era importado la mayor parte de las veces de Egipto; y de púrpura, materia colorante que se obtenía de unos mariscos del Mediterráneo y cuya preparación era una importante industria fenicia. Tales vestidos eran propios de círculos ricos y distinguidos. Y todo ello fruto de su trabajo y previsión. Naturalmente, su marido es un hombre celebrado por los ancianos en las puertas de la ciudad, donde tenían lugar sus asambleas, porque halló tal mujer, y todos celebran su dicha.
Más todavía: las manos hábiles y laboriosas de la mujer virtuosa no sólo dan abasto a las necesidades de la casa, sino que confeccionan también túnicas de lino y cinturones (Pr 31, 24), que utilizaban entonces hombres y mujeres, y eran a veces muy valiosos; con el precio de su venta a los mercaderes podía ella adquirir otros productos, como el lino y la púrpura. La Vulgata traduce "cananeo," nombre que se daba también a los fenicios. Como éstos eran los grandes mercaderes de aquel tiempo, cananeo vino a ser sinónimo de comerciante.
Y esa vida virtuosa y de trabajo da a la mujer una fortaleza que admira, y hasta la revisten de una gracia que se refleja en sus actos y la eleva por encima de las demás mujeres, y de una confianza y seguridad que la hacen sonreír ante el porvenir. Un autor hace un precioso comentario a estas palabras que vale para las mujeres de todos los tiempos: las mujeres que pasaron la flor de la edad en las delicias, en las diversiones, en el continuo afán de adornarse, de agradar a todos menos a su propio marido y a Dios, cuando llegan a edad avanzada y han perdido el atractivo, que con ninguna industria pueden ya recuperar, llevan una vida triste e infeliz; y la consideración misma de las culpas cometidas, del infinito abuso del tiempo y de los daños ocasionados a las almas de los demás las colmarán de aflicción. Por el contrario, la mujer fuerte, principalmente en aquella edad, está alegre y contenta, porque se acerca el día en que recogerá el fruto de sus fatigas y de sus buenas obras.
Las mujeres suelen hablar mucho y no pocas veces necia e imprudentemente. A la mujer fuerte, su conducta sabia y virtuosa le dicta consejos llenos de sabiduría y palabras llenas de bondad y benevolencia para con su prójimo, sin dejarse vencer por la vanidad, la mentira, la indignación (Pr 31, 26). Una madre de familia debe velar sobre la conducta de sus hijos, vigilar el comportamiento y costumbres de los domésticos. La mujer fuerte que describe el sabio cumple a la perfección con estos deberes, de modo que no come el pan de la ociosidad, sino legítimamente ganado con su trabajo, con sus cuidados y desvelos.
Cuando sus hijos crecieron y se percataron de las virtudes y cualidades que adornaban a su madre, la proclamaron bienaventurada. Y su esposo hizo de ella el más cumplido elogio, prefiriéndola a todas las mujeres. Bienaventurados también los hijos que encontraron tal madre: nunca sabrán agradecer suficientemente el beneficio que les supone. Y bienaventurado el esposo, que no dejará de bendecir el momento en que Dios le proporcionó tan estimable compañera.
Maravillosa lección la que consigna el sabio en los dos últimos versos con que termina el libro. La mujer busca con afán y desvelo la belleza corporal, con el fin de agradar y conquistarse el amor de los demás. Pero la gracia exterior y la belleza del cuerpo engañan muchas veces y siempre presto se marchitan; la experiencia añade que no raras veces son peligrosas y llevan al pecado. Lo que en realidad vale es el temor de Dios, y la mujer que hace de él la norma de su vida es la verdaderamente digna de alabanza, porque aquel lleva consigo la práctica de las virtudes que agrada a Dios y hace descender su bendición, preludio de bienes duraderos y perdurables. Y su alabanza merece traspasar los umbrales de su casa y el círculo de sus amistades. Su virtud merece ser elogiada públicamente en las puertas de la ciudad, donde se reunía el pueblo y donde los ancianos de la ciudad que formaban el consejo de la misma tenían sus asambleas.
"El autor -escribe H. Laurens- no ha ido a buscar la mujer fuerte a un trono, ni a un palacio suntuoso, ni en los consejos del rey, ni en medio de las asambleas humanas; va más bien a buscarla en la condición común y ordinaria en la cual Dios ha querido colocar a la mujer, es decir, en su misión de esposa, de madre, de ama de casa y hasta de señora de los campos, porque es solamente en esta condición sencilla y modesta en la que ella está llamada a mostrarse fuerte, lo que significa inteligente, activa, previsora, ordenada en todas las cosas, únicamente ocupada en la práctica de sus deberes y de la virtud... Las naciones paganas, que habían asignado a la esposa un grado subalterno y una misión casi oscura en la casa del esposo, jamás tuvieron para la mujer semejantes elogios. Fue la religión de Moisés y después el cristianismo quienes realzaron la mujer envilecida."
La liturgia ha tomado este precioso elogio de la mujer fuerte para la epístola de la misa de las santas viudas que pusieron el temor de Dios por encima de todas las cosas y supieron cumplir, llevadas de él, con una ejemplaridad admirable los deberes de esposa y madre de un hogar cristiano.