Cuando es un sacerdote –o un diácono– quien bendice la mesa, dice, comenzando con las manos juntas:
Oremos.
Se santigua, mientras continúa diciendo:
Bendícenos, Señor, a nosotros
Bendice los alimentos, haciendo una cruz sobre ellos con la mano derecha, mientras prosigue diciendo:
y a † estos alimentos
Y con las manos juntas ante pectus termina:
que por tu bondad vamos a recibir. Por Cristo nuestro Señor.
Amen.
El que preside la mesa dice a continuación:
Danos, Señor, tu Bendición.
Y el sacerdote prosigue con las manos juntas ante pectus:
El Rey de la Gloria eterna nos haga partícipes de la mesa celestial.
Amen.
Te damos gracias, Omnipotente Dios, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
El Señor nos dé su paz.
Y la vida eterna.
Colocada ante él la persona o personas que van a recibir la bendición, el sacerdote une primero las manos ante pectus, extiende después los brazos hacia adelante. Las manos deben quedar con los dedos extendidos y unidos, a la altura de la parte superior del pecho, y con el pulgar derecho sobre el izquierdo, en forma de cruz. En esa posición dice:
Por la intercesión de Santa María que tengáis (tengamos, tengas, tenga), un buen viaje, que el Señor esté en vuestro (nuestro, tu. mi) camino y sus Ángeles os (nos, te, me) acompañen .
Une las manos ante pectus, y da la bendición: con la mano izquierda infra pectus, hace con la derecha extendida la señal de la Cruz, mientras dice:
En el nombre del Padre y del Hijo † y del Espíritu Santo.
Amén.
Quien o quienes van a recibir la bendición se arrodillan –si es posible y oportuno– ante el sacerdote. Este extiende los brazos sobre las personas con las palmas de las manos extendidas y paralelas al suelo –o bien extiende, eleva y une las manos– mientras dice:
La Bendición de Dios Omnipotente,
Después, con la mano izquierda infra pectus, hace con la derecha extendida la señal de la Cruz, mientras dice:
Padre, Hijo † y Espíritu Santo,
Y termina con las manos unidas ante pectus, diciendo:
descienda sobre ti (vosotros, ustedes) y permanezca siempre.
Amén.
Para bendecir uno o más objetos de piedad puede emplearse la llamada fórmula breve. Esta consiste en trazar la señal de la cruz con la mano derecha sobre los objetos de piedad –mientras la mano izquierda los sujeta o bien se coloca extendida infra pectus–, diciendo:
En el nombre del Padre y del Hijo † y del Espíritu Santo.
Amén.
La bendición e imposición del escapulario se puede hacer de varios modos. Transcribimos aquí la fórmula incluida en el Bendicional, con las adaptaciones y añadidos necesarios.
En el nombre del Padre, y del Hijo † y del Espíritu Santo.
Amén.
La gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, de quien, por el Hijo nacido de la Virgen, procede todo bien, estén con todos vosotros.
Y con tu espíritu.
El celebrante instruye a los presentes sobre el significado del escapulario, acerca de la especial protección de la Virgen y sus privilegios, y de los deberes y obligaciones que asumen, con las palabras que vea más convenientes.
El celebrante, con las manos extendidas, dice:
Oh Dios, inicio y complemento de nuestra santidad, que llamas a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad a los que han renacido del agua y del Espíritu Santo, mira con bondad a estos servidores tuyos, que reciben con devoción este escapulario en honor de santa María Virgen, y haz que sean imagen de Cristo, tu Hijo, y así, terminado felizmente su paso por esta vida, con la ayuda de la Virgen Madre de Dios, sean admitidos al gozo de tu mansión. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Señor nuestro Jesucristo, Salvador del género humano, bendice † con tu diestra este hábito que, por tu amor y el de tu Madre la Virgen María del Monte Carmelo, van a llevar con devoción tus siervos, a fin de que por la intercesión de tu misma Madre y defendidos del maligno espíritu, perseveren en tu gracia hasta la muerte: Que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Así sea.
El sacerdote rocía los escapularios con agua bendita.
El sacerdote impone el escapulario a cada fiel diciendo la fórmula que sigue. Si son muchos los que van a recibir el escapulario, puede decir la fórmula una sola vez, al inicio, en plural, e imponer después el escapulario a cada uno.
Recibe este hábito bendito
y ruega a la Santísima Virgen
que, por sus méritos, lo lleves sin macha de pecado,
te proteja en toda adversidad,
y te guarde par la vida eterna.
Amén.
Al terminar el rito de la imposición, añade:
Por la imposición de este escapulario habéis sido admitidos en la familia del Carmelo, para que podáis servir con mayor dedicación a Cristo y a su Iglesia. Para que lo consigáis con más perfección, yo, con la potestad que se me ha concedido, os admito a la participación de todos los bienes espirituales de esta familia religiosa.
El celebrante los rocía a todos con agua bendita, sin decir nada.
El Dios todopoderoso os bendiga con su misericordia y os llene de la sabiduría eterna.
Amén.
Él aumente en vosotros la fe y os dé la perseverancia en el bien obrar.
Amén.
Atraiga hacia sí vuestros pasos y os muestre el camino del amor y de la paz.
Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo † y Espíritu Santo descienda sobre vosotros.
Amén.
El celebrante empieza, diciendo:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
Luego el celebrante saluda a los presentes, diciendo:
Dios, que del agua y del Espíritu Santo, nos ha hecho nacer de nuevo en Cristo, esté con todos vosotros.
Y con tu espíritu.
El celebrante, según las circunstancias, dispone a los presentes para la celebración de la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Con esta bendición del agua, recordamos a Cristo, agua viva, así como el sacramento del bautismo, en el cual nacimos de nuevo del agua y del Espíritu Santo. Siempre, pues, que seamos rociados con esta agua o que nos santigüemos con ella al entrar en la iglesia o dentro de nuestras casas, daremos gracias a Dios por su don inexplicable, y pediremos su ayuda para vivir siempre de acuerdo con las exigencias del bautismo, sacramento de la fe, que un día recibimos.
Luego uno de los presentes, o el mismo celebrante, hace una breve lectura de la sagrada Escritura (Jn 7, 37-39).
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según San Juan.
El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús, en pie, gritaba:
–"El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva".
Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Luego el celebrante dice:
Oremos.
Después de una breve pausa de silencio, el celebrante, con las manos extendidas, dice la oración de bendición:
Bendito seas , Señor, Dios todopoderoso, que te has dignado bendecirnos y transformarnos interiormente en Cristo, agua viva de nuestra salvación; haz, te pedimos, que los que nos protegemos con la aspersión o el uso de esta agua sintamos, por la fuerza del Espíritu Santo, renovada la juventud de nuestra alma y andemos siempre en una vida nueva. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Después de la oración de bendición, el celebrante rocía con agua bendita a los presentes, diciendo, según las circunstancias:
Que esta agua nos recuerde nuestro bautismo en Cristo, que nos redimió con su muerte y resurrección.
Amén.
El ministro, al comenzar la celebración, dice:
Nuestro auxilio es el nombre del Señor.
Que hizo el cielo y la tierra.
Uno de los presentes, o el mismo ministro, lee un breve texto de la Sagrada Escritura, por ejemplo (Jn 16, 6):
Dijo Jesús: "Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por Mí".
O bien (Mt 22, 37a.39b-40):
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas.
Luego el ministro, si es sacerdote o diácono, con las manos extendidas, si es laico con las manos juntas, dice la oración de bendición:
Oremos. Dios todopoderoso, creador del cielo y la tierra, que, en tu gran sabiduría, encomendaste al hombre hacer cosas grandes y bellas, te pedimos por los que usen este vehículo: que recorran su camino con precaución y seguridad, eviten toda imprudencia peligrosa para los otros, y, tanto si viajan por placer o por necesidad, experimenten siempre la compañía de Cristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.
Amén.
Según las circunstancias, el ministro rocía con agua bendita a los presentes y al vehículo.
El ministro, al comenzar la celebración, dice:
Jesucristo puso de manifiesto la gran dignidad del trabajo cuando él mismo, la Palabra del Padre hecha carne, quiso ser llamado hijo del carpintero y trabajar humildemente con sus propias manos. Así alejó la antigua maldición del pecado que pesaba sobre el trabajo y convirtió el trabajo humano en fuente de bendición. En efecto, el hombre, realizando fielmente su trabajo y todo lo que se refiere al progreso temporal y ofreciéndolo humildemente a Dios, se purifica a sí mismo, perfecciona la obra de la creación con su inteligencia y habilidad, ejercita la caridad, se hace capaz de ayudar a los que son más pobres que él y, asociándose a Cristo redentor, se perfecciona en el amor a él.
El anfitrión, si lo desea, puede hacer una introducción a este acto y expresar palabras de acogida para pedir al Señor la bendición del lugar de trabajo. Continúa el sacerdote:
Alabemos, pues, a Dios y pidámosle que derrame su bendición sobre este lugar y especialmente sobre todos aquellos que desempeñen tareas en este lugar.
Escuchemos ahora la Palabra del Señor.
Lectura del Evangelio según san Mateo (Mt 25, 14-30):
Dijo Jesús a sus discípulos. El Reino de los Cielos se asemeja también a un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.
Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado”. Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Llegándose también el de los dos talentos dijo: “Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado”. Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”.
Llegándose también el que había recibido un talento dijo: “Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo”. Mas su señor le respondió: “Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Antífona: Haz prósperas, Señor, las obras de nuestras manos.
Antes que naciesen los montes o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre tú eres Dios.
Haz prósperas, Señor, las obras de nuestras manos.
Tú reduces el hombre a polvo diciendo: “Retornad, hijos de Adán”. Mil años en tu presencia, son un ayer que pasó, una vela nocturna.
Haz prósperas, Señor, las obras de nuestras manos.
Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos.
Haz prósperas, Señor, las obras de nuestras manos.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Que tus siervos vean tu acción, y sus hijos, tu gloria.
Haz prósperas, Señor, las obras de nuestras manos.
Sacerdote:
Dios, nuestro Señor, que creó el mundo y lo llenó de maravillas como signo de su poder, santificó también en sus orígenes el trabajo del hombre para que éste, sometiéndose humildemente a la bondad del Creador, se dedicara con perseverancia a perfeccionar, de día en día, la obra de la creación.
Roguémosle, pues diciendo: Señor, todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre.
Señor, todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre.
Lector 1: Bendito seas, Señor, que has dado el trabajo para que, con nuestra inteligencia y nuestros brazos, nos dediquemos con empeño a perfeccionar las cosas creadas.
Señor, todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre.
Lector 2: Bendito seas, Señor, que quisiste que tu Hijo, hecho hombre por nosotros, trabajara como humilde artesano.
Señor, todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre.
Lector 3: Bendito seas, Señor, que has hecho que en Cristo nos fuera llevadero el yugo y ligera la carga de nuestro trabajo.
Señor, todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre.
Lector 4: Bendito seas, Señor, que en tu providencia nos exiges que procuremos hacer nuestro trabajo con la máxima perfección.
Señor, todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre.
Lector 5: Bendito seas, Señor, que te dignas aceptar nuestro trabajo como una ofrenda y como una penitencia saludable, motivo de alegría para los hermanos y ocasión de ayudar a nuestro prójimo.
Señor, todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre.
Lector 6: Bendito, seas, Señor, que elevas a la sublime dignidad de la Eucaristía el pan y el vino, frutos de nuestro trabajo.
Señor, todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre.
Sacerdote:
Danos, Padre, guardar siempre en nuestro trabajo un ambiente de alegría y que nuestra creación y trabajo haga la vida de muchos más humana y más cercana a tu voluntad.
Amén.
Sacerdote:
Con toda humildad, Señor, queremos pedirte que te hagas presente entre nosotros, como prometiste hacerlo cuando nos reuniéramos en tu nombre. Queremos abrir las puertas y ventanas de este lugar donde realizamos nuestro trabajo cotidiano, para que te enseñorees en él. Pero más importante aún, queremos abrir nuestros corazones para que tú entres y reines en ellos en la certeza que es allí, en el amor, donde nace y termina todo.
Te repetimos todos: Guía, Padre, las obras de nuestras manos.
Guía, Padre, las obras de nuestras manos.
Lector 1: Señor, queremos invitarte a ser parte de esta comunidad de trabajo; queremos que seas nuestro socio y presidas nuestros esfuerzos, de manera que nada de lo que hagamos sea hecho a tus espaldas.
Guía, Padre, las obras de nuestras manos.
Lector 2: Te solicitamos, Señor, nos guíes y nos entusiasmes a hacer un trabajo digno de ti; que no nos conformemos sino con lo mejor que cada uno pueda ofrecer; que no transemos en los principios en que toda buena obra debe inspirarse; que nunca se nos olvide que somos criaturas tuyas y que, como tales, debemos respetarnos, apoyarnos y ser cada uno responsable del otro, independiente de qué parte del trabajo nos corresponda realizar.
Guía, Padre, las obras de nuestras manos.
Lector 3: Señor, queremos pedirte que nuestras intenciones sean entendidas y valoradas por nuestros clientes y amigos. Pero también queremos pedirte que cuando así no ocurra, como te ocurrió a ti, Señor, nos des algo de tu mansedumbre para saber aceptarlo.
Guía, Padre, las obras de nuestras manos.
Lector 4: Señor, que cuando nuestras fuerzas flaqueen y queramos transar en nuestros principios, nos des una última inspiración para hacer lo correcto.
Guía, Padre, las obras de nuestras manos.
Lector 5: Señor, junto con hacer todas estas peticiones, queremos ofrecerte nuestras mejores intenciones, poniendo a tus pies nuestros esfuerzos presentes y futuros, para que lo que hagamos lleve siempre el sello de tu Amor.
Guía, Padre, las obras de nuestras manos.
Sacerdote: Señor, te invitamos, Señor, a tomar posesión de este lugar de trabajo y de cada uno de los que aquí laboran.
Amén.
Si el sacerdote desea bendecir el agua en ese momento, puede decir:
Bendito seas, † Señor, por esta agua que limpia, refresca y despierta la vida. Te rogamos la conviertas en instrumento del Espíritu Santo, para que este lugar y quienes trabajan en él sean santificados por ella y te sirvan con limpieza de vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Si se desea hacer una oración de exorcismo, el sacerdote puede decir:
Invocamos al Dios todopoderoso para que, con su poder, aleje todo influjo maligno del demonio de este lugar de trabajo y de quienes aquí laboran: Que en este lugar, el demonio nunca ejerza su poder. Que en este lugar, surja Dios Padre Todopoderoso, surja Dios Hijo Salvador, surja Dios Espíritu Santo Santificador; que se alce María Santísima, Madre y Reina Victoriosa y todos los ángeles y santos del cielo, en especial San Miguel Arcángel, San José y todos los santos patronos de quienes aquí trabajan; que se dispersen sus enemigos y huyan de su presencia los que los odian.
Amén.
Oración de bendición. El sacerdote dice:
Oh Dios, tu Hijo Jesús, con el trabajo de sus manos, elevó la dignidad del trabajo humano y nos concedió el don inestimable de colaborar con nuestro trabajo a su obra redentora; concede a tus fieles la bendición que esperan de ti para que, dedicándose a transformar con habilidad y creatividad las cosas que tú has creado, reconozcan su dignidad y se alegren de aliviar, con su esfuerzo, las necesidades de la familia humana, para alabanza de tu gloria, Dios, Padre providentísimo, que diste al hombre la tarea de contribuir con su trabajo a perfeccionar la creación y a que los bienes creados alcancen a todos, bendice a los que ocupan este lugar de trabajo y haz que, observando en él la justicia y la caridad, la creatividad y solidaridad, puedan alegrarse de contribuir al bien común y al progreso de la comunidad humana.
Amén.
Si se desea, se puede hacer la Consagración a la Virgen de cada uno de los que allí trabajan, con la siguiente oración:
Consagrémonos a María Santísima, y pidamos a ella, que trabajó en su hogar estrechamente unida a Cristo, su Hijo, que nos acompañe constantemente e implore para nosotros la gracia de realizar un trabajo responsable, fecundo y solidario. Recemos juntos:
¡Oh, Señora mía! ¡Oh, Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a Vos; y en prueba de mi filial afecto os consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Y ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén.
O bien se puede hacer la Entronización de la Virgen de Guadalupe en un lugar de trabajo.
Ahora el sacerdote puede recorrer las diferentes dependencias, rociando con agua bendita tanto el lugar como las personas allí presentes.
El sacerdote:
Dios, Padre de bondad, que nos ha mandado ayudarnos en todo como verdaderos hermanos, dirija su mirada bondadosa sobre vosotros y sobre todos aquellos que aquí trabajen y acudan.
Amén.
Y a todos vosotros, que estáis presentes, os bendiga Dios todopoderoso, † Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Amén.
Reunidos en el lugar adecuado los miembros de la familia con sus parientes y amigos, el que dirige la celebración dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
El que dirige la celebración, si es sacerdote o diácono, saluda a los presentes, diciendo:
La paz del Señor a esta casa y a todos los aquí presentes.
Y con tu espíritu.
Si el que dirige la celebración es laico, saluda a los presentes, diciendo:
Que Dios, al que unánimes alabamos, nos conceda, por su Espíritu, estar de acuerdo entre nosotros, según Jesucristo.
Amén.
Luego dispone a los presentes para la celebración, con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos, dirijamos nuestra ferviente oración a Cristo, que quiso nacer de la Virgen María y habitó entre nosotros, para que se digne entrar en esta casa y bendecirla con su presencia.
Cristo, el Señor, esté aquí, en medio de vosotros, fomente vuestra caridad fraterna, participe en vuestras alegrías, os consuele en las tristezas. Y vosotros, guiados por las enseñanzas y ejemplos de Cristo, procurad, ante todo, que esta nueva casa sea hogar de caridad, desde donde se difunda ampliamente la fragancia de Cristo.
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas (Lc 10, 5-9).
Dijo el Señor a sus discípulos:
–Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz en esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el reino de Dios".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Lecturas alternativas: Gn 18, 1-10a; Mc 1, 29-30; Lc 10, 38-42; Lc 19, 1-9; Lc 24, 28-32.
Según las circunstancias, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.
Antífona: El Señor nos construya la casa.
El Señor nos construya la casa.
Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas.
El Señor nos construya la casa.
Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!
El Señor nos construya la casa.
La herencia que da el Señor son los hijos; su salario, el fruto del vientre: son saetas en mano de un guerrero los hijos de la juventud.
El Señor nos construya la casa.
Dichoso el hombre que llena con ellas su aljaba: no quedará derrotado cuando litigue con su adversario en la plaza.
El Señor nos construya la casa.
El que dirige la celebración, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración.
Sigue la plegaria común. Entre las invocaciones que aquí se proponen, el que dirige la celebración puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias de los presentes o del lugar.
Con ánimo agradecido y gozoso invoquemos al Hijo de Dios, Señor de cielo y tierra, que, hecho hombre, habitó entre nosotros, y digamos: Quédate con nosotros, Señor.
Quédate con nosotros, Señor.
Señor Jesucristo, que con María y José santificaste la vida doméstica, dígnate convivir con nosotros en esta casa, para que te reconozcamos como huésped y te honremos como cabeza.
Quédate con nosotros, Señor.
Tú, por quien todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado, haz que los habitantes de esta casa se vayan integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.
Quédate con nosotros, Señor.
Tú que enseñaste a tus fieles a edificar su casa sobre piedra firme, haz que la vida de esta familia se apoye firmemente en tu palabra y, evitando toda división, te sirva con generosidad y de todo corazón.
Quédate con nosotros, Señor.
Tú que, careciendo de morada propia, aceptaste con el gozo de la pobreza la hospitalidad de los amigos, haz que todos los que buscan vivienda encuentren, con nuestra ayuda, una casa digna de este nombre.
Quédate con nosotros, Señor.
El que dirige la celebración, si es sacerdote o diácono, con las manos extendidas o, de lo contrario, con las manos juntas, añade:
Asiste, Señor, a estos servidores tuyos que, al inaugurar (hoy) esta vivienda, imploran humildemente tu bendición para que, cuando vivan en ella, sientan tu presencia protectora, cuando salgan, gocen de tu compañía, cuando regresen, experimenten la alegría de tenerte como huésped, hasta que lleguen felizmente a la estancia preparada para ellos en la casa de tu Padre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración de bendición, el que dirige la celebración rocía con agua bendita a los presentes y la casa, diciendo:
Que esta agua nos recuerde nuestro bautismo en Cristo, que nos redimió con su muerte y resurrección.
Amén.
El que dirige la celebración concluye el rito, diciendo:
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en nuestro corazón, la palabra de Cristo habite entre nosotros en toda su riqueza, para que todo lo que de palabra o de obra realicemos, sea todo en Nombre del Señor.
Amén.
Es aconsejable terminar el rito con un canto adecuado.
Antes de comenzar se sugiere distribuir las lecturas, oraciones y bendiciones. Es conveniente iniciar la celebración junto a una imagen religiosa adornada con flores y velas. Si es posible cantar, es conveniente hacerlo al inicio, después del Evangelio, antes o después de la aspersión.
Canto inicial:
Gracias al Dios Creador, gracias al Dios que es amor. Porque hizo nacer el amor humano para dar vida, para ser luz y camino en su creación Alégrense mares y montañas, alégrense el cielo y las estrellas, porque el Señor de la vida hizo nacer el amor Cante la vida en la tierra, cante la creación entera, porque el Señor de la vida hizo nacer el amor. Gracias a Dios Creador.
El sacerdote:
En el nombre del Padre y † del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, estén con vosotros.
Y con tu Espíritu.
Oremos: Señor Jesús, tú viviste treinta años en el hogar de Nazaret donde junto a José y María formaste una familia, imagen de la Santísima Trinidad. Hoy te venimos a pedir que bendigas esta familia con tu presencia. Transfórmala en una “pequeña iglesia doméstica”, donde reine la paz, el amor, la unidad y la alegría que tú trajiste al mundo. Te lo pedimos por la intercesión de María Santísima, Madre y Reina nuestra, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos
Amén.
Salmo 127
Ésta es la bendición del que ama al Señor.
Ésta es la bendición del que ama al Señor.
Dichoso el que ama al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo serás dichoso, te irá bien.
Ésta es la bendición del que ama al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu vida; que veas a los hijos de tus hijos.
Ésta es la bendición del que ama al Señor.
Al repartir las peticiones entre los miembros de la familia, la petición 4 la lee uno de los hijos y la 6 la lee el papá o la mamá.
El sacerdote:
Padre santo, como hijos reunidos en oración, por manos de Jesús y de María, llenos de confianza, te presentamos nuestras peticiones.
Lector 1: Padre bondadoso, te pedimos que nos ayudes a formar una verdadera familia cristiana donde reine la fe, el respeto y la paz. Con Cristo y María,
Padre, te lo pedimos.
Lector 2: Padre lleno de amor, te pedimos por las necesidades espirituales y materiales de cada uno de los miembros de nuestra familia. Con Cristo y María,
Padre, te lo pedimos.
Lector 3: Padre eterno, te pedimos que todos colaboremos en hacer de nuestra familia un hogar acogedor y alegre. Con Cristo y María,
Padre, te lo pedimos.
Lector 4 (hijo): Te pedimos, Padre, por nuestros padres para que nunca les falte el amor, la salud y el trabajo. Con Cristo y María,
Padre, te lo pedimos.
Lector 5: Padre lleno de misericordia, te pedimos que todas las personas puedan tener un hogar digno donde formar una familia sana del alma y del cuerpo. Con Cristo y María,
Padre, te lo pedimos.
Lector 6 (papá o mamá): Padre bondadoso, te pedimos por nuestros hijos, para que crezcan como Jesús en edad, en gracia y en sabiduría ante Dios y los hombres. Con Cristo y María,
Padre, te lo pedimos.
Lector 7: Padre, te pedimos por nuestros queridos difuntos, especialmente por NN. Con Cristo y María,
Padre, te lo pedimos.
Todos: En tu poder y tu bondad fundo mi vida. En ellos espero confiando como niño. Madre Admirable, en ti y en tu Hijo en toda circunstancia creo y confío ciegamente. Amén.
El sacerdote:
Señor Jesús, después de presentar nuestras peticiones, también queremos elevar, por mediación tuya, nuestra acción de gracias a Dios por cuanto de él hemos recibido.
A cada invocación respondemos: Bendito seas por siempre, Señor.
Bendito seas por siempre, Señor.
Lector 1: Te alabamos, Señor, y te damos gracias, por el don inmenso que nos has concedidos de tener una familia, unida en la fe y el amor a ti, y un hogar donde tú nos permites habitar y crecer como familia.
Bendito seas por siempre, Señor.
Lector 2: Te alabamos y te damos gracias, Padre amoroso, porque nos has regalado cariño mutuo, salud y trabajo para disponer de un hogar propio.
Bendito seas por siempre, Señor.
Lector 3: Te alabamos, Padre, y de damos gracias por hacer realidad nuestros sueños y esperanzas, y porque María está siempre con nosotros.
Bendito seas por siempre, Señor.
Lector 4: Padre misericordioso, te agradecemos por el don de la fe que tú nos regalas y porque nos ayudas a fortalecer esta iglesia doméstica con tu bendición.
Bendito seas por siempre, Señor.
Lector 5 (papás): Padre bondadoso, te alabamos y te agradecemos por cada uno de los hijos que nos has regalado.
Bendito seas por siempre, Señor.
Lector 6 (hijos): Te alabamos, Padre bueno, y te damos gracias por todo cuanto hacen nuestros padres por nosotros.
Bendito seas por siempre, Señor.
Lector 7: Padre, te alabamos y te damos gracias por esta oportunidad que se nos brindas de bendecir nuestra familia y nuestro hogar.
Bendito seas por siempre, Señor.
Lector 8: Te alabamos y te damos gracias, Padre, por la alegría de saber que tú y tu Santísima Madre nos acompañarán siempre y nos ayudarán a crecer en generosidad.
Bendito seas por siempre, Señor.
El sacerdote:
Bendito seas, Dios nuestro Padre, por esta casa que diste como habitación a esta familia. Que tu bendición permanezca sobre ella y que tu Espíritu Santo penetre los corazones y las vidas de sus moradores, y los llene de amor a ti y al prójimo. Que todas las personas que entren en ella, encuentren una acogida llena de la bondad, del amor y de la paz que de ti proceden. Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo y nuestro hermano, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
El sacerdote:
Padre Santo, escucha ahora la oración de quienes piden la bendición de esta familia.
Papá: Señor Jesús, hemos invocado tu nombre sagrado porque tú dijiste que donde dos o más se reuniesen en tu nombre tú estarías en medio de ellos.
Mamá: Ven, Señor, ven con María nuestra Madre y Reina; ven a habitar con nosotros en nuestro hogar que pide tu bendición y tu protección. Ven con tu palabra divina y guíanos con tu ejemplo y tu gracia por el camino que nos conduce a ser una auténtica familia cristiana.
Papá: Ven, Señor y quédate con nosotros; ven a habitar en medio de nuestra familia, en nuestro hogar. Con María, tu Madre y Compañera inseparable, te pedimos que nos envíes los dones del Espíritu Santo para crecer como familia en la fe, fortalecernos en la esperanza y hacer viva la comunión en el amor.
Papá y mamá: Ayúdanos, Señor, a desterrar todo vestigio de egoísmo, discordia y desesperanza con que el príncipe de las tinieblas quiera empañar la convivencia de nuestro hogar. Reina, Señor, en nuestra casa como reinaste en tu hogar de Nazaret. Que la constante compañía de María nos lleve a ser fieles seguidores tuyos y a cumplir el mandamiento de amarnos los unos a los otros así como tú nos amas. Así sea.
El sacerdote:
Bendito seas, † Señor, por esta agua que limpia, refresca y despierta la vida. Te rogamos la conviertas en instrumento del Espíritu Santo, para que los que moran en este hogar sean santificados por ella y te sirvan con limpieza de vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
El sacerdote:
Bendito seas, Dios, Padre nuestro, por esta casa que, en tu amor, has concedido como habitación a esta familia. Derrama con abundancia tu bendición sobre ella † y que la fuerza de tu Espíritu penetre los corazones y las vidas de los que la habitan. Aleja de este hogar toda discordia. Que todas las personas que frecuenten esta casa encuentren siempre en ella aquel amor y aquella paz que reinó en el hogar de Nazaret.
Que tú seas la cabeza que reine en este hogar y María, su corazón. Que el lazo del amor y la fe los mantenga inseparablemente unidos. Dales brillar e irradiar tu luz, siendo mensajeros de la Buena Nueva. Que su hogar sea acogedor y fuente de esperanza para todos aquellos que viven en él y para quienes lo visitan. Dios y Padre nuestro, guía a esta familia en tu sabia Providencia y nunca te apartes de su lado. Concédeles, por la intercesión de María, la plenitud de tu gracia para llegar a ser una familia santa, según tu designio de amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Continúa el sacerdote:
Que el Señor reine con su paz en esta familia y en este hogar y María los proteja con su manto.
Amén.
Que el Señor reine con su paz.
Amén.
Que el Señor reine con su bondad.
Amén.
Que el Señor reine con su verdad.
Amén.
El sacerdote recorre la casa aspergiendo con el agua bendita.
El sacerdote:
El Señor está reinando ahora en este hogar. Démonos cordialmente el saludo de paz.
Y todos se intercambian un saludo de paz. Continúa después el sacerdote:
Recemos juntos: Padre nuestro que estás en el cielo...
El sacerdote:
Querida Virgen María, te pedimos que tú seas siempre el corazón de esta familia que el Señor hoy ha bendecido en forma especial. Protégelos con tu manto, llévalos al corazón de tu Hijo. Haz de esta familia un reflejo de la Sagrada Familia de Nazaret, donde tú eras la Madre y Reina junto a José y tu Hijo divino.
Por eso, hoy nos consagramos a ti, diciendo:
¡Oh, Señora mía! ¡Oh, Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a Vos; y en prueba de mi filial afecto os consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Y ya que soy todo vuestro, Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén.
O bien se puede hacer la Entronización de la Virgen de Guadalupe en el hogar.
El sacerdote:
Que el Señor esté con vosotros.
Y con tu Espíritu.
Que Dios Padre enriquezca su fe con alegría y paz.
Amén.
Que la palabra de Cristo les acompañe e ilumine siempre.
Amén.
Que el Espíritu Santo derrame sobre vosotros sus dones.
Amén.
Concluye el sacerdote:
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, † Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Amén.
El sacerdote comienza con una sencilla monición:
Queridos hermanos:
Nos encontramos en esta bonita y sencilla ceremonia del intercambio de los anillos, con vistas al cercano matrimonio de N. y N.
Bajo la mirada de la Virgen, van a santificar la última etapa del amor que les ha unido hasta hoy, antes de su próximo matrimonio.
Desde ahora deben sentirse más obligados a vivir como verdaderos cristianos, guardando fielmente los preceptos del Señor, para que puedan fundar un hogar auténticamente cristiano.
Desde el momento mismo de vuestro matrimonio seréis fundadores de nuevas familias: de la de vosotros dos, y de todas las que os sucedan con el correr de los años. Ellas están destinadas a dar a la sociedad buenos ciudadanos para que procuren el orden, la paz y la seguridad social; familias destinadas a acrecentar la Iglesia de Jesucristo con nuevos hijos de Dios; familias, en fin, destinadas a preparar los nuevos ciudadanos de la patria celestial y de nuestra patria.
Para alcanzar estos frutos, y para que vuestros descendientes sean buenos discípulos de Jesucristo, vosotros mismos, los primeros, debéi llevar una vida íntegramente cristiana, guardando con fidelidad la Ley de Dios y las enseñanzas del Evangelio, tanto en vuestra vida íntima y familiar, como en la vida pública y social.
N. y N.: al recordaros en presencia de vuestros familiares y amigos la obligación que tenéis, como cristianos, de cumplir estos deberes, os auguramos toda clase de bienes; y pedimos al Señor que sus bendiciones desciendan copiosamente sobre vosotros, sobre vuestras familias, y particularmente sobre la que váis a formar en el día muy cercano de vuestro matrimonio.
Esto es lo que os deseo y es lo que voy a pedir al Señor, al bendecir ahora estos anillos que serán el signo de una sincera y honrada fidelidad prematrimonial, que, con la mutua entrega de ellos, os vais a prometer.
Oremos: Señor, Creador y Conservador del género humano, que das la gracia sobrenatural y la eterna salvación, haz descender tu bendición † sobre estos anillos, para que quienes los llevan en sus manos como signo de mutua fidelidad, se preparen cristianamente al matrimonio y lleguen a él con toda dignidad. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor.
Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo † y Espíritu Santo descienda sobre vosotros (ustedes).
Amén.
Si es posible, hágase esta Consagración en la iglesia, ante el sagrario, donde se encuentre también presente una imagen de la Virgen.
El sacerdote o el diácono:
Amada Madre Bendita, nos reunimos aquí en tu presencia y en la presencia de tu Hijo, Dios Todopoderoso, aquí presente (en el Sagrario) y en nuestros corazones. Te suplicamos, Madre Bendita, en unión con tu Esposo, el Espíritu Santo, que seas la protección de este niño en su nacimiento y a través de su vida. Te pedimos, Señora y Madre nuestra, que cubras con tu manto a este pequeñito y a su madre. Venimos a ti a consagrar a esta criatura a tu Corazón Inmaculado y al Corazón de tu Hijo. Por favor dale a este niño tu especial bendición ahora y por siempre, y cuídalo de todos los males del mundo. En el Nombre del Padre, del Hijo † y del Espíritu Santo.
Amén.
Reunida la familia o la comunidad de fieles, el ministro dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, † y del Espíritu Santo.
Amén.
Luego el ministro, si es sacerdote o diácono, saluda a la mujer y a los presentes, diciendo:
Jesucristo, el Hijo de Dios, que se hizo hombre en el seno de la Virgen María esté con todos vosotros.
Y con tu espíritu.
Si el ministro es laico, en cambio, saluda a la mujer y a los presentes, diciendo:
Hermanos, bendigamos a Jesús, el Señor, que se hizo hombre en el seno de la Virgen María.
Todos responden:
Bendito seas por siempre, Señor.
Amén.
El ministro dispone a la mujer y a los presentes a recibir la bendición con estas palabras u otras semejantes:
Dios es el Señor de toda vida y es él quien determina la existencia de cada hombre y, con su providencia, dirige y conserva su vida. Creemos que esto tiene aplicación sobre todo cuando se trata de una vida nacida de un matrimonio cristiano, vida que a su tiempo será enriquecida en el sacramento del bautismo con el don de la misma vida divina.
Esto es lo que quiere expresar la bendición de la madre antes del parto, para que aguarde con fe y esperanza el momento del parto y, cooperando con el amor de Dios, ame ya desde ahora con afecto maternal al fruto que lleva en su seno.
Luego el lector, uno de los presentes o el mismo ministro, lee un texto de la sagrada Escritura. Por ejemplo: Lc 1, 39-45.
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas.
Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre y dijo a voz en grito:
–«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Palabra del Señor.
Gloria a Ti, Señor Jesús.
Otras lecturas posibles: Lc 1, 26-28; Lc 2, 1-14.
Según la oportunidad, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.
Sal 33, 12 y 18. 20-21. 22 (R.: 5b)
La misericordia del Señor llena la tierra.
La misericordia del Señor llena la tierra.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia.
La misericordia del Señor llena la tierra.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos.
La misericordia del Señor llena la tierra.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
La misericordia del Señor llena la tierra.
El ministro, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración.
Sigue la plegaria común. Entre las intercesiones que aquí se proponen, el ministro puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias de la mujer o del lugar.
Alabemos debidamente a Cristo, el Señor, fruto bendito del vientre de María, que por el misterio de su Encarnación ha derramado en el mundo la gracia y la benevolencia, y digámosle: Bendito seas, Señor, por tu bondad y tu misericordia.
Bendito seas, Señor, por tu bondad y tu misericordia.
Tú que te dingaste hacerte hombre naciendo de una mujer, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Bendito seas, Señor, por tu bondad y tu misericordia.
Tú que no desdeñaste el seno de una madre, sino que quisiste que fueran proclamados dichosos el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.
Bendito seas, Señor, por tu bondad y tu misericordia.
Tú que en la Virgen María, bendita entre todas las mujeres, dignificaste el sexo femenino.
Bendito seas, Señor, por tu bondad y tu misericordia.
Tú que en la cruz diste como Madre a la Iglesia a la misma que habías elegido por Madre tuya.
Bendito seas, Señor, por tu bondad y tu misericordia.
Tú que fecundas a la Iglesia con nuevos hijos por el ministerio de las madres acrecentando la alegría y aumentando el gozo.
Bendito seas, Señor, por tu bondad y tu misericordia.
El ministro, si es sacerdote o diácono, extiende, según las circunstancias, las manos sobre la mujer, o hace la señal de la cruz en su frente; si es laico, con las manos juntas. Entonces dice la oración de bendición:
Señor Dios, creador del género humano, cuyo Hijo, por obra del Espíritu Santo, quiso nacer de la Virgen María, para redimir y salvar a los hombres, librándolos de la deuda del antiguo pecado, atiende los deseos de esta hija tuya, que te suplica por el hijo que espera, concédele un parto feliz; que su hijo se agregue a la comunidad de los fieles, te sirva en todo y alcance finalmente la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Después de la oración de bendición, el ministro invita a todos los presentes a invocar la protección de la Santísima Virgen María, lo que puede hacerse con la recitación o el canto de la antífona:
Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.
En lugar de esta súplica pueden decirse también otras plegarias, por ejemplo, la antífona Alma Redemptoris Mater, el Ave María o la Salve.
El ministro, si es sacerdote o diácono, vuelto hacia la mujer, concluye el rito, después de la invitación: Inclinaos para recibir la bendición, u otra semejante, diciendo:
Dios, fuente y origen de toda vida, te proteja con su bondad. Amén.
Confirme tu fe, robustezca tu esperanza, aumente cada vez más tu caridad. Amén.
En el momento del parto atienda tus súplicas y te ayude con su gracia. Amén.
Finalmente bendice a todos los presentes, diciendo:
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo † y Espíritu Santo.
Amén.
Si el ministro es laico, implora la bendición del Señor sobre la mujer y sobre todos los presentes, santiguándose y diciendo:
Dios, que por el parto de la santísima Virgen María, anunció y comunicó al género humano el gozo de la salvación eterna, nos bendiga y nos guarde.
Amén.
El ministro dice:
Nuestro auxilio es el nombre del Señor.
Todos responden:
Que hizo el cielo y la tierra.
Uno de los presentes, o el mismo ministro, lee un texto de la sagrada Escritura, por ejemplo: Is 44, 3:
Voy a derramar agua sobre lo sediento y torrentes en el páramo; voy a derramar mi aliento sobre tu estirpe y mi bendición sobre tus vástagos.
O bien: Lc 1, 41-42a:
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!».
Luego el ministro, si es sacerdote o diácono, extendiendo las manos sobre la mujer, de lo contrario con las manos juntas, dice la oración de bendición:
Señor Dios, creador del género humano, cuyo Hijo, por obra del Espíritu Santo, quiso nacer de la Virgen María, para redimir y salvar a los hombres, librándolos de la deuda del antiguo pecado, atiende los deseos de esta hija tuya, que te suplica por el hijo que espera, concédele un parto feliz; que su hijo se agregue a la comunidad de los fieles, te sirva en todo y alcance finalmente la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Según las circunstancias, el sacerdote o el diácono puede emplear la siguiente fórmula breve de bendición:
Dios, que por el parto de la santísima Virgen María, dio la alegría al mundo, llene de gozo santo tu corazón y os guarde sanos y salvos a ti y al hijo que esperas. En el nombre del Padre, y del Hijo, † y del Espíritu Santo.
Amén.
Reunida la familia o la comunidad de fieles, el ministro dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
Luego el ministro, si es sacerdote o diácono, saluda a la mujer y a los presentes, diciendo:
Jesucristo, el Hijo de Dios, que por nuestra salvación se dignó nacer de la Virgen Madre, esté con todos vosotros.
Y con tu espíritu.
O de otro modo adecuado. Si el ministro es laico, saluda a la mujer y a los presentes, diciendo:
Hermanos, bendigamos a Jesús, el Señor, que por nuestra salvación se dignó nacer de la Virgen Madre.
Bendito seas por siempre, Señor.
Amén.
El ministro dispone a la mujer y a los presentes a recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
La comunidad cristiana ha recibido ya con gran alegría al hijo que diste a luz. En su bautismo hemos rogado también por ti, para que, consciente del don recibido y de la responsabilidad que has contraído en la Iglesia, proclames, unida a la Virgen María, las grandezas del Señor. Ahora, llenos de alegría, deseamos unirnos a ti en la acción de gracias, invocando sobre ti la bendición de Dios.
Luego el lector, uno de los presentes o el mismo ministro, lee un texto de la sagrada Escritura. Por ejemplo, 1S 1, 20-28:
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del primer libro de Samuel.
En aquellos días, Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo: –«Al Señor se lo pedí».
Pasado un año, su marido Elcaná subió con toda la familia para hacer el sacrificio anual al Señor y cumplir la promesa. Ana se excusó para no subir, diciendo a su marido: –«Cuando destete al niño, entonces lo llevaré para presentárselo al Señor y que se quede allí para siempre».
Su marido Elcaná le respondió: –«Haz lo que te parezca mejor; quédate hasta que lo destetes. Y que el Señor te conceda cumplir tu promesa».
Ana se quedó en casa y crió a su hijo hasta que lo destetó. Entonces subió con él al templo del Señor, de Siló, llevando un novillo de tres años, una fanega de harina y un odre de vino.
Cuando mataron el novillo, Ana presentó el niño a Elí, diciendo: –«Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por ese se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo».
Después se postraron ante el Señor.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Pueden también leerse: 1S 2, 1-10; Lc 1, 67-69.
Según las circunstancias, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.
Sal 127 (128), 1-2. 3. 4-6a (R.: 3c)
Tus hijos, como renuevos de olivo.
Tus hijos, como renuevos de olivo.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien;
Tus hijos, como renuevos de olivo.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa;
Tus hijos, como renuevos de olivo.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida; que veas a los hijos de tus hijos.
Tus hijos, como renuevos de olivo.
Después de la lectura, el ministro explica brevemente el texto de la sagrada Escritura, para que la madre y los presentes den gracias a Dios por el don recibido y para que todos, en la medida que corresponde a cada uno, asuman con seriedad la responsabilidad de la educación cristiana del niño.
Sigue la acción de gracias común. Entre las invocaciones que aquí se proponen, el ministro puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias de la mujer o del lugar:
Demos gracias al Señor por la nueva vida que ha florecido en esta familia, diciendo: Te damos gracias, Señor.
Te damos gracias, Señor.
Por el niño, que has dado felizmente a esta madre.
Te damos gracias, Señor.
Por la salud corporal de la que, gracias a ti, gozan la madre y su hijo.
Te damos gracias, Señor.
Por el bautismo recibido, que ha convertido el corazón de este niño en templo del Espíritu Santo.
Te damos gracias, Señor.
Por la serena alegría que, con este nacimiento, has infundido en el corazón de todos.
Te damos gracias, Señor.
Por todos los beneficios que tú nos otorgas sin cesar.
Te damos gracias, Señor.
Luego todos cantan o rezan el Magníficat. Pueden emplearse también otros himnos que expresen la acción de gracias.
Luego el ministro, si es sacerdote o diácono, con las manos extendidas, de lo contrario con las manos juntas, dice la oración de bendición:
Oh Dios, autor y protector de la vida humana, que has concedido a esta hija tuya el gozo de la maternidad, dígnate aceptar nuestra alabanza y escucha con bondad lo que te pedimos: que guardes de todo mal a la madre y a su hijo, que los acompañes siempre en el camino de esta vida y que, a su tiempo, los acojas en la felicidad de tu morada eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oh Dios, de quien desciende toda bendición y hacia quien sube la humilde súplica del que te bendice, concede a esta madre, ayudada por tu bendición, que se muestre agradecida contigo y tanto ella como su hijo se alegren siempre de tu protección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
El celebrante, si es sacerdote o diácono, vuelto hacia la mujer, concluye el rito, diciendo:
El Señor, Dios todopoderoso, que te ha concedido el gozo de la maternidad, se digne bendecirte, † para que, del mismo modo que le agradeces el don de este hijo, puedas disfrutar con él de la felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
O bien, después de la invitación: Inclínate para recibir la bendición, u otra semejante, dice con las manos extendidas:
Dios, fuente y origen de toda vida, te proteja con su bondad.
Amén.
Confirme tu fe, robustezca tu esperanza, aumente cada vez más tu caridad.
Amén.
Conserve a tu hijo, le dé la salud del cuerpo y la sabiduría del entendimiento.
Amén.
Finalmente bendice a todos los presentes, diciendo:
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo † y Espíritu Santo.
Amén.
Si el ministro es laico, implora la bendición del Señor sobre la mujer y sobre todos los presentes, santiguándose y diciendo:
La misericordia de Dios Padre todopoderoso, la paz de su Hijo único Jesucristo, la gracia y el consuelo del Espíritu Santo os proteja en la vida, para que, caminando a la luz de la fe, alcancéis los bienes prometidos. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos nosotros.
Amén.
Es aconsejable terminar la celebración con un canto adecuado.
El ministro dice:
Bendito sea el nombre del Señor.
Todos responden:
Ahora y por siempre.
Uno de los presentes, o el mismo ministro, lee un texto de la sagrada Escritura, por ejemplo, 1S 1, 27:
Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición.
O bien, Lc 1, 68-69:
Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su servidor.
O bien 1Ts 5, 18:
Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.
Luego el ministro, si es sacerdote o diácono, con las manos extendidas, de lo contrario con las manos juntas, dice la oración de bendición:
Oh Dios, de quien desciende toda bendición y hacia quien sube la humilde súplica del que te bendice, concede a esta madre, ayudada por tu bendición, que se muestre agradecida contigo y tanto ella como su hijo se alegren siempre de tu protección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Según las circunstancias, el sacerdote o el diácono pueden usar la siguiente fórmula breve de bendición:
El Señor, Dios todopoderoso, que llenó de alegría el universo con el nacimiento de su Hijo, te bendiga † y haga que te alegres siempre en el Señor por el nacimiento de tu hijo.
Amén.
Reunidos en el lugar adecuado los miembros de la familia con sus parientes y amigos, el que dirige la celebración dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor.
Que hizo el cielo y la tierra.
Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del profeta Isaías (Is 60, 1).
¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Luego el que dirige la celebración, con las manos extendidas si es sacerdote o diácono, con las manos juntas si es laico, dice la oración de bendición:
Oremos: La tierra, Señor, se alegra en estos días, y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado.
Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces.
Ahora, pues, que vamos a empezar el tiempo de preparación para la venida de tu Hijo, te pedimos, Señor, que, mientras se acrecienta cada día el esplendor de esta corona, con nuevas luces, a nosotros nos ilumines con el esplendor de aquel que, por ser la luz del mundo, iluminará todas las oscuridades. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Y se enciende el cirio que corresponda según la semana de Adviento.
Reunida la familia, el padre o la madre de la misma dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo
Amén.
El que dirige la celebración puede decir:
Alabemos y demos gracias al Señor, que tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo.
Bendito seas por siempre, Señor.
Luego el que dirige la celebración dispone a los presentes para la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Durante estos días contemplaremos asiduamente en nuestro hogar este pesebre y meditaremos el gran amor del Hijo de Dios, que ha querido habitar con nosotros. Pidamos, pues, a Dios que el pesebre colocado en nuestro hogar avive en nosotros la fe cristiana y nos ayude a celebrar más intensamente estas fiestas de Navidad.
Uno de los miembros de la familia lee un texto de la sagrada Escritura, por ejemplo:
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas (Lc 2, 4-7a).
En aquellos días, José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Después de la lectura, según las circunstancias, puede cantarse un canto adecuado.
Sigue la plegaria común:
En este momento en que nos hemos reunido toda la familia para iniciar las fiestas de Navidad, dirijamos nuestra oración a Cristo, Hijo de Dios vivo, que quiso ser también hijo de una familia humana; digámosle: Por tu nacimiento, Señor, protege a esta familia.
Por tu nacimiento, Señor, protege a esta familia.
Oh Cristo, por el misterio de tu sumisión a María y a José enséñanos el respeto y la obediencia a quienes dirigen esta familia.
Por tu nacimiento, Señor, protege a esta familia.
Tú que amaste y fuiste amado por tus padres, afianza a nuestra familia en el amor y la concordia.
Por tu nacimiento, Señor, protege a esta familia.
Tú que estuviste siempre atento a las cosas de tu Padre, haz que en nuestra familia Dios sea honorificado.
Por tu nacimiento, Señor, protege a esta familia.
Tú que has dado parte de tu gloria a María y a José, admite a nuestros familiares, que otros años celebraban las fiestas de Navidad con nosotros, en tu familia eterna.
Por tu nacimiento, Señor, protege a esta familia.
Luego el ministro, si es sacerdote o diácono, con las manos extendidas, si es laico, con las manos juntas, dice la oración de bendición:
Señor Dios, Padre nuestro, que tanto amaste al mundo que nos entregaste a tu Hijo único nacido de María la Virgen, dígnate bendecir † este nacimiento y a la comunidad cristiana que está aquí presente, para que las imágenes de este Belén ayuden a profundizar en la fe a los adultos y a los niños. Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo amado, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
El que dirige la celebración concluye el rito, santiguándose y diciendo:
Cristo, el Señor, que se ha aparecido en la tierra y ha querido convivir con los hombres nos bendiga y nos guarde en su amor.
Amén.
La costumbre de colocar en los hogares cristianos un árbol adornado, durante las fiestas de Navidad, es recomendable, ya que este árbol puede recordar a los fieles que Cristo, nacido por nosotros en Belén, es el verdadero Árbol de la vida, Árbol del que fue separado el hombre a causa del pecado de Adán.
Conviene, pues, invitar a los fieles a que vean en este árbol, lleno de luz, a Cristo luz del mundo, que con su nacimiento nos conduce a Dios que habita en una luz inaccesible.
La bendición de este árbol la hará, ordinariamente, el padre o la madre al iniciarse las fiestas de Navidad y en ella conviene que participen todos los miembros de la familia.
El ministro, al comenzar la celebración, dice:
Nuestro auxilio es el nombre del Señor.
Que hizo el cielo y la tierra.
Uno de los presentes, o el mismo ministro, lee un breve texto de la sagrada Escritura, por ejemplo Is 60, 13:
Vendrá a ti, Jerusalén, el orgullo del Líbano, con el ciprés y el abeto y el pino, para adornar el lugar de mi santuario y ennoblecer mi estado.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Luego el ministro, si es sacerdote o diácono, con las manos extendidas, si es laico, con las manos juntas, dice la oración de bendición:
Oremos: Bendito seas, Señor y Padre nuestro, que nos concedes recordar con fe en estos días de Navidad los misterios del nacimiento de Jesucristo. Concédenos, a quienes hemos adornado este árbol y lo hemos embellecido con luces, vivir también a la luz de los ejemplos de la vida santa de tu Hijo y ser enriquecidos con las virtudes que resplandecen en su santa infancia. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
Según las circunstancias, el ministro rocía con agua bendita a los presentes y el árbol.